En las salidas buscas un laberinto || Oscar

Otra vez por aquella clase de sitios y sin aprender la lección que le brindaban diez años de estancia en tierras francesas. Tampoco era que el peligro de una noche oscura y unas calles frías fuera producto local concreto, bien sabía a esas alturas que la maldad se trataba más de competencia internacional. De todas formas, se conocía cientos de atajos para llegar hasta su casa y aquel día no iba a dormir en el burdel, no se había llegado a comprar un pequeño piso cerca del Sena para que al final oliera igual que las alcantarillas que cruzaba en ese momento. Además, cambiar de ambiente ya iba siendo hora después de una jornada tan intensa. ¿De verdad tantos turistas de todas partes del mundo viajaban hasta París para acabar consumiendo en vida cortesana? ¿Qué pasaba? ¿No habían burdeles en sus lugares de origen o es que los de la ciudad eran considerablemente más baratos? (porque si se trataba de lo último, no era que fueran más baratos, sino que los otros eran desorbitadamente caros)

Se detuvo frente a una pared para sostenerse mientras se colocaba mejor los zapatos que en un mal paso se habían torcido un poco. De mientras, alzó la vista y a lo lejos divisó a una pareja que se fundía en un beso y pasó a alzar también las cejas, algo sorprendido.

Parece que aquí no hace frío para todo el mundo... -murmuró con ironía, pero seguidamente dejó de observarlos al recibir un choque contra el hombro que casi lo hizo trastabillar contra el suelo.

Se volvió algo extrañado, con una mano en el hombro y descubrió a una muchacha en la que por culpa de la atención hacia los tortolitos, no había reparado.

Entonación arrogante, aspecto mucho más esbelto de lo que sería usual asociar a ese tipo de ámbitos nocturnos; la muchacha le inspeccionó de aquella manera tan veloz e implícita que Oscar tenía más que dominada, aunque sólo fuera detectándola en la persona ajena. El cortesano abrió un poco más los ojos y arqueó una ceja para pasar a analizar él la visión que recién se le aparecía. Sin duda, una cara demasiado linda para contrastar con la dureza acusadora de sus palabras. Por lo general, no era muy normal en su rutina real errar en el carnaval humano con el que se veía obligado a lidiar cada día que pasaba y cualquiera habría redactado un perfil erróneo sobre aquella chica sólo con un primer vistazo. Captó su interés únicamente con el golpe y una mirada, de repente preparado para que la noche cobrara un matiz de descubrimientos distinto al que había ideado.

Por mi parte, he estado quieto hasta el choque, ricura, quizá la que debiera prestar más atención fueras tú -replicó y sin dejar de observarla, se irguió del todo para recuperar la altura que le correspondía frente a ella-. Y explícame mejor qué es eso de que cualquiera pudo matarme en el acto, desde luego esto es un maldito callejón, pero de momento llevo bastante bien lo de preveer una sorpresa amenazante.

Frunció ligeramente el ceño, todavía algo extrañado por el comentario de la joven, mas acabó desistiendo con un bufido de aburrimiento y una escueta inclinación hacia su rostro.

¿O tal vez supones tú esa misma amenaza?

Oscar miró hacia los lados con sutil escepticismo mientras la chica empezaba a acorralarlo en el callejón... o más bien, él permitía retroceder ante la primera persona que veía tomarse con tanta tranquilidad una supuesta intimidación a medianoche. Sin duda, algo más que apuntar en el diario de su vida del que alguien debía de estar tomando nota en el otro mundo, pues por descontado, él no se iba a molestar en escribir ni la más mínima anécdota. Demasiado acaparadora estaba siendo ya la vida al experimentarla como para encima dejarle abarcar también el campo escrito.

Diarios; el opio del pueblo.

'Ricura' es un apelativo que, a veces, me sale inconsciente, deja de alucinarte tanto porque aquí nadie pretende subestimarte- chistó, mientras se tomaba unos minutos para analizarla con mayor detenimiento-. Simplemente, te cabreas muy rápido.

Por lo menos, la aparición de aquella muchacha figuraría entre sus páginas.

Alardea todo cuanto quieras, yo sé lo quieto que estaba. Alguno de los dos habrá tenido que ceder, porque lo cierto es que hemos chocado. Y fin.

Una tipa sola en lugar peligroso, guapa, alerta, susceptible y de mal genio. La lista para llamar a las puertas de lo inusual aumentaba conforme la luz de la luna bordeaba el escenario del encuentro y alimentaba poéticamente el contraste que su rostro angelical formaba con la agresividad de sus reacciones. Dentro de toda la sorpresa, también estaba resultándole ciertamente sospechoso. ¿Qué estaría apunto de pasar en un antro dedicado a violaciones, atracos y asesinatos para que una muchacha tan joven no sólo anduviera por allí sino que tuviera esa forma tan provocadora de abordar a quien se dirigiera a ella? ¡Y eso que ni siquiera había hecho amago de querer atacarla!

Si tú fueras la amenaza... -respondió y sonrió de lado con sorna, volviendo a inclinar un poco el cuello hacia su inferior altura- ...pensaría dejarte eso de 'ricura' sólo para joder, porque me estarías empezando a tocar las pelotas a mí. ¿Y si la amenaza fuera yo, crees que también saldrías impune con este jueguecito de mafias que traes de repente? No sé qué harás en un sitio como éste a estas horas, pero cuídate de tratar igual que a mí a otros que de verdad se te acerquen con malas intenciones.

Oscar inspiró profundamente de la nariz y se llevó el pulgar a la mejilla donde había estado la daga de la chica. Se la frotó suavemente, a la vez que rememoraba el frío instante que lo había separado de terminar con una cicatriz en la piel y el descender de unas falsas lágrimas de sangre. Aquella persona tenía mala uva, sí, pero lo más importante era que parecía estar hablando de algo mucho más alarmante que la simple necesidad de andar con cuidado en un callejón de mala muerte. Y no únicamente por lo que decía; su manera de manejarse, de reaccionar y contestar a las preguntas... todo en ella parecía estar más alerta de lo normal, como si hubiera algo aparte por lo que preocuparse, algo que no todos sentían. Y la supervivencia definitiva residía en ese pequeño resquicio que te permitía darte cuenta a tiempo.

Espera.

Sí, quizá vinieran de mundos distintos, pero Oscar conocía esa sensación. No estaba dispuesto a perder de vista a otra persona que pudiera comprenderle, que pudiera contarle cosas que quedaban por saber...

Exijo conocer tu nombre, al menos -inquirió, mientras dejaba de tocarse el rastro inexistente de la herida y daba unos cuantos pasos hacia ella, algo más relajado, pero todavía alerta-. 'Cosas que ni te imaginas', 'he sobrevivido', 'solo soy una humana'... ¿A qué te estás refiriendo exactamente? -recitó, con el recuerdo de Aryel susurrándole al oído- ¿No incluirá, por casualidad, a los vampiros...?

Oscar volvió a hacer eso de enarcar las cejas y es que la situación comenzaba a cobrar un matiz diferente, a adentrarse más y más en las sombras que aquella tipeta tanto alardeaba conocer. Puede que estuviera en lo cierto, él no lo dudaría, lo que era innegable en aquella situación desde el principio coincidía con aquello que ponía de manifiesto cualquier reflexión acerca de aquella chica: había mucho más que indagar al otro lado de su apariencia; el trato y su manera de responder ayudaban a que Oscar se hiciera una idea. Y tenía por seguro que no guardaría relación ni con la mitad de cosas que se escondían tras esa muchacha.

Oscar –contestó de igual modo, e Yrina continuó acumulando curiosidades al ambiente. ¿Así que no andaba mal encaminado con lo de los vampiros? Perfecto, el ejercicio de la noche no había hecho más que empezar-. Y eres muy antipática, por cierto –afirmó, pero sin maldad en el tono de voz ni mucho menos desdén, sino como una observación de lo más calmada. Y al decirlo con una sonrisa en la cara, el cuadro terminó viéndose surrealista del todo.

Comenzó a caminar al lado de Yrina a los dos segundos de su proposición y fue fijándose en los mismos lugares que ella sin dejar de observarla a ella en sí.

¿Qué eres exactamente? –quiso saber al cabo de unos cuantos pasos húmedos y retumbantes de eco entre las paredes-. ¿A qué te dedicas para andar al acecho de peligros tan sobrenaturales? –aclaró más su pregunta.

Todavía no acababa de perfilarla, cuando escucharon un ruido seco unas cuantas manzanas más lejos y acto seguido, una sombra traspasó el muro que restaba a sus espaldas. Oscar no tardó apenas un segundo en reaccionar y se echó hacia atrás con un brazo extendido frente a Yrina en un modo protector inconsciente, a pesar de que tal y como se habían ido presentando las cosas, ella fuera a recriminarle que en todo caso debería estar siendo a la inversa.

¿Qué? –espetó, al tiempo que en esa posición de alarma buscaban los próximos indicios de acción- ¿Alguno de tus colegas?

Su brazo continuó extendido mientras echaba un ligero vistazo a Yrina al tiempo que ésta hablaba o reaccionaba ante el entorno... De la chica borboteaban los más ejercitados reflejos sólo con que moviera los ojos de un lado a otro, de forma rápida o lenta, ¿cómo podía ser tan retorcidamente interesante hasta en los más nimios instintos o desprovistos de aparente alabanza?

Y haces bien. Sin duda, mucha gente no merece que andes buscando lo contrario, pero seguro que tú tampoco esperas que personas como yo nos quedemos con los brazos cruzados frente a un comportamiento... -ensanchó los labios, con cierto deje afectuoso- 'Antisocial'.

Oscar percibía en ella esa clase de velocidad implícita de reconocimiento que él mismo había hecho suya desde que con sólo ocho años, un mendigo quiso regatearle el precio de una prostituta de su barrio... Y sin éxito. Por lo que, si él que se consideraba tan insignificante podía casi salir vivo de aquella situación, seguramente, fuera lo que fuera lo que acechaba entre el vacío de luz de los callejones, la muchacha sabría desenvolverse entre las sombras de forma mucho más épica que una sencilla transacción comercial.

Me gustan las personas antisociales -confesó y, finalmente, apartó su brazo de Yrina para mirar hacia donde miraba ella-. Hacen que me sienta más comprendido.

Pues el interior de Oscar no era la cúspide de lo abierto. Por descontado, todos aquellos años de trato directo con el resto de seres vivos habían desarrollado en él una facilidad especial para abordar a los demás de la mejor manera posible, ya fuera comerciando en las calles de Polonia o en el burdel de Francia. Sin embargo, el apartado de los negocios y la intimidad andaban lo suficientemente alejados como para que Oscar no tuviera que preocuparse íntimamente por las personas a no ser que, de repente, le amenazaran con una navaja en mitad de un callejón y luego le guiñaran un ojo, como en aquel entonces. El desengaño del joven hacia la humanidad no venía precisamente por la reacción de otorgar su confianza fácilmente o de querer entregar su amabilidad al primero que pasaba cerca de él. Podría intercambiar unas palabras con ellos para subsistir y seguir caminando por la tierra con algo que llevarse a la boca, mas eso no significaba que fuera a dejarles ver quién había tras aquella sonrisa sincera que nunca conocerían.

Trabajo en el burdel -contestó, con un tono de voz enteramente casual y despreocupado, cuando le preguntó acerca de su empleo y seguidamente trasladó su mirada del gato que le había indicado hacia al cielo ennegrecido, tras la ligereza espeluznante de sonidos ilocalizables del lugar bañados por los cuchicheos naturales de la noche-. No es algo tan emocionante como lo tuyo, puedes estar segura -añadió con una media sonrisa.

Tenía muchas cosas que preguntarle y, no obstante, debía ser precavido y tener mucho tacto, además de aguante. Como bien había reflexionado antes, él tampoco era el súmun de lo confiado y además de todo, lo que estaba sucediendo se anunciaba muy temerario. Le convenía ir poco a poco y analizarlo todo al compás de la eficiencia profesional de la cazadora.

Ese gato tan raro no es lo único que anda por aquí... -al tiempo que escrutaba las ventanas de algunas casas abandonadas y fruncía el ceño- ¿Me equivoco?

De repente, a Oscar dejaron de importarle el entorno, los movimientos furtivos que ofrecía aquella noche sobrenatural para introducirle a ese mundo que necesitaba desde que había averiguado que la muchacha de Polonia era una vampiresa. Incluso lo que fuera aquel gato, lo que fuera aquella muchacha... De repente, su afán por descubrir lo que no sabía se vio truncado por reencontrarse con lo que ya conocía de sobras: las escupideras bífidas de los prejuicios.

¿Realmente había vuelto a precipitarse? No iba a comportarse como una virgencita recién mancillada, tampoco llevaba tanto tiempo al lado de Yrina como para haberle hecho un perfil psicológico al completo y Oscar nunca juzgaba a las personas de manera tan veloz, ni para bien ni para mal. Sin embargo, de vez en cuando aparecían excepciones, surgía una vía de comunicación que disponía la esencia de ese otro ser hacia la suya, no importaba de qué manera ni lo que transmitiese en cuestión, pero sí que las palabras o cientos de horas y días a su lado quedaban meramente discapacitados, si se los comparaba con la fuerza de expresión que tenía esa sola esencia. Si el polaco a veces era tildado de callado o de demasiado serio era porque llevaba toda su vida teniendo que conformarse con una mirada insatisfecha y rígida frente a un mundo que no le comprendía porque le exigía algo que odiaba hacer: soltar grandes parrafadas propias de un político o de un Papa para justificar lo que era y, más importante, quién era. Se trataba de algo vervaderamente difícil encontrar a otras personas que pudieran comunicarse sólo a través de un par de pupilas o sólo siendo ellos mismos y dejando que el aura de su presencia le avivase la esperanza de una tierra mejor, sin explicaciones ni ruegos. Claro que Oscar no estaba tan desengañado por nada... Yrina acababa de demostrárselo.

Había creído que aquella muchacha tan fascinante que formaba parte de un grupo tan sensorial, alguien que debía valerse tanto de lo que hubiera más allá de las apariencias para hacer su trabajo y sobrevivir, no pertenecía justamente al resto de seres andantes que lo continuaban desengañando segundo tras segundo... Porque él no se sentía en absoluto avergonzado de dedicarse a lo que se dedicaba, porque no tenía ese empleo por necesidad económica ni por ser un pervertido hambriento de sexo, como siempre se solía pensar de ellos. Un mismo sitio, como el burdel, podía significar distintas cosas para muchas personas. Mientras que la mayoría que juzgaba desde fuera lo trataba como un pozo de estiércol en el que sus habitantes se manchaban entre sí, para Oscar suponía el regreso masoquista a aquella escena crucial de su pasado y, aun así, ello no quería decir que sus demás compañeras o compañeros fueran más blasfemas o blasfemos que él. Comerciar con tu cuerpo no suponía un sinónimo de falta de valores, puesto que, irónicamente, la prostitución era el empleo más antiguo de la tierra, el más visceral porque precisamente se abstenía de tabúes tan convencionales y podridos por la humanidad como la falta de pudor y el sexo, algo que era tan natural en el ser humano y que su propia sociedad había censurado hasta el punto de condenar a alguien por tratar con un tema tan común e íntimo. Una prostituta o un prostituto no eran ni más ni menos nobles que una profesora o que una panadera, que un agricultor o que un médico. Y, a veces, afirmaciones tan crueles como la que acababa de responderle Yrina no se percataban de que, incluso, las cortesanas y cortesanos tenían hasta más mérito, porque no sólo había bastante con tener que realizar su trabajo a la perfección, también tenían que luchar contra la enorme cantidad de acusaciones que se les hacía por ello.

¿Sabes? -replicó el muchacho, sin recitarle ni una sola de la cantidad de cosas de las de antes, confiando plenamente, aunque ya sin muchas esperanzas (pero con toda su característica firmeza), en que a alguien tan aparentemente intuitivo e inteligente como Yrina le bastara con las palabras que iba a arrojar a continuación para comprenderlo:- Eso que me has dicho me parece mucho más despiadado que cualquier cosa que pueda hacernos lo que quiera que ande por ahí suelto.

Oscar tenía la cabeza bien alta.

Lo peor no había sido encontrarse con otra persona que le tuviera asco tras confesar a lo que se dedicaba, sino que esa misma persona fuera Yrina. Pero él no iba a hacer como el resto del mundo, no iba a condenarla por pensar lo que pensaba. Sin embargo, sí, le había decepcionado y eso le daba todo el derecho del mundo a no querer compartir más la noche con ella. Le habría gustado aprender cosas a su lado, pero no podía tener una instructora que ni siquiera le guardase un mínimo de respeto.

Sin embargo, también había sido culpa del propio Oscar. ¿Quién le mandaba dejarse guiar por la esencia de la cazadora? A fin de cuentas, las decepciones nunca son culpa de los demás, sino de lo que se espera de ellos. Y por otro lado, el cortesano jamás desearía su muerte, de manera que obedeció a la chica cuando le dijo de ir al burdel y la condujo rápidamente de la mano hacia el establecimiento, sin decir una sola palabra más, ni guardar intención alguna de hacerlo. Cuando llegaran a dicho lugar, la dejaría allí y después volvería a marcharse hacia su casa por un sitio más seguro que los callejones... a que hasta las paredes y los animales callejeros le continuaran prejuzgando.

OFF:

Todo cuanto pudiera haber sentido por parte de la muchacha, decepción y tristeza, la experiencia de unos sentimientos de fascinación rasgados hasta quedar vacíos de aire (vacíos de expectativas positivas hacia los demás), se evaporó al comprobar la reacción de Yrina ante lo que le había dicho. El cortesano lo tenía muy claro, él no despreciaba a nadie que fuera más allá del estiércol habitual desalmado que habitaba el mundo. A pesar de la sobrecarga de desengaño que arrastraba, no esperaba consideración alguna de nadie y muchas veces, las peores personas eran dignas de contar con su respeto, pues a pesar de cómo fueran o actuaran, si había algo de sinceridad incluso en la manera de torcer una mueca de arrogancia o matar a un ser inocente, aquello ya le sorprendía, ya le abofeteaba para recuperar la respiración en aquella existencia tan asfixiante. Pues aquel aspecto ya distaba mucho de la crudeza mundana a la que lo tenían acostumbrado. No a todos los seres que le gustaban tenían porqué gustarles él, pero sin duda el propio Oscar sí tenía derecho a seguir salvaguardando su orgullo y no dejarse pisotear por nadie. Eso le había parecido estar haciendo hasta que aquella especie de cazadora se despidió de esa forma tan sentida.

Conocía esa forma. Y no, por supuesto que no podía juzgarla. Al contrario, la apreciaba. De repente, supo con total seguridad que esa mujer sólo podía significarle un carrusel de emociones constante, que no había nada decidido, que jamás podría asentarse en una sola sensación respecto a sus palabras y sus hechos. Cambiante, impredecible, insatisfecha… mas no insatisfactoria.

El propio Oscar se valía de esa misma esencia de Yrina, tan individualista, para combatir sus relaciones sociales, las pocas que tenía (o las pocas que consideraba como tales): hablando sin usar los vocablos precisos que llamarían a un sentimentalismo que, de todas maneras, no iba a ayudarle, ni a él ni a las personas que había conseguido querer e intentaban corresponder lo que sentía hacia ellos (aunque más bien, solía ser a la inversa). Con Oscar no se trataba de que no debieran aproximarse a él para no terminar asesinados por criaturas sobrenaturales que tuviera que combatir. Tampoco era alguien peligroso, al menos no sería el primer apelativo que se le ocurriría a nadie para definirle, ni siquiera a él mismo, no había nada de malo en encariñarse con el polaco. Salvo que tu corazón no estuviera a prueba de complejidades más temerosas que la vida y la muerte, entonces te esperaba un destino completamente lejano a la tranquilidad de los acostumbrados relatos de amor, fuera el tipo de amor que fuera. Y no todo el mundo estaba dispuesto a perseguir a un hombre que todavía no se había alejado de su pasado y lo llevaba chorreando por cada zona de su cuerpo y su persona. Era peor que el sudor por su lastre impregnado de modo tan inseparable, pero mucho más agradable a ojos del resto y, por descontado, más atractivo. Pues no había forma posible de no caer bajo los encantos de lo imposible: el sino de media humanidad a los pies del cortesano. Y aunque nada tan inicialmente ‘banal’ como los sentimientos fuera con lo que tenía que trabajar Yrina, ella también estaba condenada a sus propios principios. A su meta impuesta. Y allí se hallaban ambos, hilados por el andrajoso destino de unos callejones.

Ya no había vuelta atrás. No con alguien como ella. No con alguien como él. Si merecía la pena jugarse la vida por algo, era por descubrir que no estaba solo.

Yrina, no… –pero fue demasiado tarde, al menos para detener sus pasos. Yrina avanzó en las tinieblas, lejos del calor de la gente que había a las puertas del burdel. Por lo que tuvo que maniobrar rápido y con la mayor inteligencia que le otorgara el momento presente.

Se asomó rápidamente por la puerta y avisó a una de sus compañeras cortesanas para que le dijera a la madame que afuera estaba aconteciéndose una brutal pelea y que trajera consigo a los guardias que tenía contratados ilegalmente (dado sus desmedidos métodos) para encargarse del lugar. En lo poco que sabía aún sobre ellos, había logrado aprender que algunos vampiros, por mucha fuerza de la dispusieran para acabar con medio regimiento, no podían permitirse ser vistos por un número demasiado abismal de civiles y menos aún en plena cacería. Les daba problemas en sociedad, resultaba molesto y aunque no fuera ése el caso de esta criatura en cuestión, siempre sería mejor que actuar solo. Así, podría ganar tiempo mientras corría apresuradamente hacia donde sucedía la escena y se ocultaba entre las sombras lo suficiente como para decidir qué hacer. Oscar se había criado entre las calles, sabía perfectamente cómo defenderse en el cuerpo a cuerpo y las luchas a cuchillo, pero también era consciente de que enfrentarse a un ser como aquel nada tenía que ver. Requería un entrenamiento especial, como al que se habría sometido Yrina, y si ella estaba teniendo problemas, no quería ni imaginarse los que iba a tener él… Sin embargo, no podía quedarse de brazos cruzados, así que por lo menos lo alejaría de ella los segundos que fueran necesarios antes de contar con más ayuda.

Cerca de su posición también había basura y la inspeccionó con la mirada temblorosa, recordando la supuesta eficacia de la madera con aquellos seres y clavando toda su atención en una caja de dicho material que había rota y tirada contra una pared. Justo cuando el morador de la noche lanzaba a Yrina, el ruido del choque de ésta logró camuflar el de Oscar cuando arrancó un trozo de la caja que poder usar como estaca y seguidamente se dirigió sin sigilo alguno hacia el combate entre la humana y el vampiro. Apenas éste hacía amago de cernir su afilada boca sobre el cuello de Yrina, Oscar ya estaba detrás de él y realizó un sonoro silbido para llamar la atención del chupa-sangres, quien automáticamente se volteó hacia el joven y éste lo aprovechó para arremeter directamente con la estaca en toda su cara. Un golpe que lo derribó en el suelo, pero que no lo dejó inconsciente ni nada por el estilo, cosa que tampoco esperaba. Así que a la vez que la criatura volvía a colocarse en pie, Oscar se interponía entre la desfallecida Yrina y él, blandiendo su penosa arma, sin intención alguna de dejarse amedrentar, por mucho que todo su cuerpo ardiera de miedo. Cuando el vampiro lo miró con ojos de fuego, dispuesto a abalanzarse ahora sobre el polaco, las personas del burdel aparecieron a lo lejos, y detuvieron sus actos, pues gracias al cielo, aquel diabólico ser gruñó como una bestia salvaje y se esfumó del lugar en menos de lo que tardaron en aproximarse hacia la escena.

Una vez pasado el peligro, Yrina no tardó en ser atendida por el médico del burdel, quien se ocupó de ella en la habitación destinada a Oscar. La madame le dio un toque de atención a su empleado, pues no era la primera vez que ocurría algo semejante, ya había pasado casi por lo mismo con Aya hacía tanto tiempo ya, y su jefa le advirtió que los servicios del doctor eran para quienes trabajaran allí, no para gente de fuera. De cualquier modo, la herida en el cuello de la chica había sido menos profunda de lo esperado y cuando el médico terminó su trabajo, afirmó que sólo quedaba esperar a que recuperara el conocimiento. Oscar preguntó si era posible trasladarla de sitio sin que se le abriera el corte en la piel y con el consentimiento del doctor, que era mucho más de fiar que la madame, esperó a que los primeros rayos de sol que ya empezaban a afectar a los vampiros se asomaran. Acto seguido, se echó a Yrina en brazos y la llevó sin ninguna prisa hasta su piso, esa vez por un atajo más seguro que cuando se habían conocido horas atrás. Lo hizo porque pensó que cuando la chica volviera en sí, no querría estar en un lugar tan concurrido como el burdel y tenían mucho de lo que hablar (al menos por parte de él), convenía un ambiente más tranquilo y menos cotilla que el lugar donde trabajaba.

Cuando llegó, depositó cuidadosamente a Yrina sobre la única cama de la que disponía y la contempló durante unos instantes, antes de tomar aire profundamente, mirar a través de la ventana, recordando el aliento inhumano de Aryel, y dirigirse a la cocina con la intención de prepararse un té bien, bien cargado.

OFF: