AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cuando quieres escapar, nunca piensas el lugar más oportuno. | Reservado.
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Cuando quieres escapar, nunca piensas el lugar más oportuno. | Reservado.
¡Qué difícil es escapar de la realidad!
En verdad es totalmente imposible hacerlo, por más que uno se esconda, escape del mundo y hasta de la vida misma. No hay métodos, sólo resignación.
Es probable que todos me vean como una mujer dramática llena de penas que quizás no son importantes, y yo voy por allí como arrastrando un bloque de piedra atado a mi tobillo. Y es que no puedo negarlo, comprendo lo que siempre fui, comprendo en lo que me he convertido también.
Una mujer que sonríe como por acto reflejo, como una actriz nata. Una mujer que evita temas escondidos, una mujer que se envenena con su propia amargura. Esa soy yo. Freja. No hay más, no hay menos, y lo admito. Admito ser lo que soy, aunque claro, me he escondido varias veces.
¿Tan bestial era mi naturaleza? Seguramente. Había abandonado a mi familia, aunque, bueno, no me interesaba tanto al final de todo, pero sí había dejado solo a mi hermano. Y hasta a mi esposo, quien a pesar de ser la persona que más odiaba en la tierra, sabía que en la corte rusa era la sucia mujer llena de máculas que había dejado a su marido en la cama, durmiendo solo, para que al día siguiente no supiera que hacer con dicha situación. Y luego mi camino fue armándose debajo de mis pies, desde mi propia sangre, hasta terminar convertida en una simple mortal, con una vida totalmente distinta a la cual estaba acostumbrada, obsesionada con un hombre desaparecido y viviendo en un burdel como consecuencia de esa demencia amorosa que sufría.
Freja Malinovskii. Nada más ni nada menos que eso. Y sí, aún sin cargos aparentes en mi haber, lograba avergonzarme de la vida que yo misma escribía día a día. No me molestaba el fin, ni tampoco los medios, sino que me sentía terrible al mentirle a los demás con una falsa sonrisa, privándolos de mi verdadera naturaleza, de mi realidad, de mi personalidad, de mis penas.
Freja Malinovskii. La muchacha que había aceptado ese desafío por aquel hombre, y que, sin embargo, además de haber dejado a su esposo en Rusia, solo en sus aposentos, abandonaba a un cliente en el medio de una noche cálida. Pero debo defenderme de esta manera: no me encontraba en mi sano juicio.
De repente tuve la necesidad de abandonar todo. Bajarme del escenario. Acabar con esa vida. No la merecía, sabía que no. Había amado a Artur y había aceptado el matrimonio con German. No merecía eso. Esa condena que yo misma me había impuesto. Esa vida llena de locuras, de autodestrucción. Estaba harta. Cada caricia de los hombres desconocidos que entraban al burdel me quemaba, me enloquecía, era como el recuerdo de lo que había sido, de todo lo malo que había sucedido. Era el signo de la locura. ¿En qué había estado pensando? Simplemente debía escapar y ser feliz, al menos muriendo de hambre en un bosque, antes de entregarme a cualquier hombre, antes de enloquecer entre las sábanas, esperando, clamando por alguien que jamás iba a llegar.
¿Y si, entonces, me animaba a hacer lo que no creía que estaba bien? ¿Y si escapaba de una vez por todas?
Fue entonces que miré al hombre que se encontraba a mi lado, a punto de caer en un profundo sueño, la calma que le sigue al éxtasis. Me senté en la cama y él se dio cuenta, aunque no puso mucha resistencia, pero de todas formas exigió que me quedara a su lado. Besé sus labios como la escuela de la vida me había enseñado a hacerlo, forzada, encadenada siempre a ese inmundo personaje creado por mí. Y el hombre quedó satisfecho. Me pidió que le trajera una copa de licor, y esa fue mi oportunidad.
A los pocos minutos me encontraba fuera del burdel, con un delicado camisón azulado y un saco negro que podía cubrir mi piel que se vislumbraba fuera del primer atuendo.
No era capaz de pensar, no podía hacerlo. Eran sólo pensamientos donde la sed de verdadera libertad me llamaba y yo no podía negarme a ello. No podía negarme a ese llamado, no podía dejar de ser, después de todo, la Freja auténtica, la actriz detrás del personaje.
Ciega como me encontraba, llegué al cementerio.
Irónico, siempre había tenido pánico a esos lugares, hasta que cuando Artur murió me obligué a ir para comprobar que había muerto. No hubo ataúd abierto y nadie quiso escucharme cuando pedí que verificaran el cadáver. Volví a la supuesta bóveda de mi amor con frecuencia, y las lápidas y la muerte y la soledad se hicieron mis más sensatas amistades. Comprendí que los vivos eran más peligrosos que los muertos, y que no había más paz terrenal que en esas tierras oscuras llenas de corazones mudos y secos. Lo cierto, de todas formas, era que había llegado allí sin pensar en todo aquello.
Me adentré por los pasillos más siniestros y me detuve justo en la puerta de una bóveda. Esta noche sólo sería la compañía de un ángel con facciones femeninas que, en vigilia eterna, impedía el paso hacia el interior de aquel cuarto frío. La miré con detenimiento y acaricié sus alas con una de mis manos. Debajo de aquella figura se encontraba una puerta de cristal abarrotada con rejas con terminaciones afiladas. Acaricié la cortante y sanguinaria punta de una de las estacas que conformaban el enrejado y de esa extraña comunión brotó una gota de sangre en mi dedo. Dejé que el elíxir carmesí recorriera la palma de mi mano y luego hice de ella un puño.
-No llorarás -me dije-.
En verdad es totalmente imposible hacerlo, por más que uno se esconda, escape del mundo y hasta de la vida misma. No hay métodos, sólo resignación.
Es probable que todos me vean como una mujer dramática llena de penas que quizás no son importantes, y yo voy por allí como arrastrando un bloque de piedra atado a mi tobillo. Y es que no puedo negarlo, comprendo lo que siempre fui, comprendo en lo que me he convertido también.
Una mujer que sonríe como por acto reflejo, como una actriz nata. Una mujer que evita temas escondidos, una mujer que se envenena con su propia amargura. Esa soy yo. Freja. No hay más, no hay menos, y lo admito. Admito ser lo que soy, aunque claro, me he escondido varias veces.
¿Tan bestial era mi naturaleza? Seguramente. Había abandonado a mi familia, aunque, bueno, no me interesaba tanto al final de todo, pero sí había dejado solo a mi hermano. Y hasta a mi esposo, quien a pesar de ser la persona que más odiaba en la tierra, sabía que en la corte rusa era la sucia mujer llena de máculas que había dejado a su marido en la cama, durmiendo solo, para que al día siguiente no supiera que hacer con dicha situación. Y luego mi camino fue armándose debajo de mis pies, desde mi propia sangre, hasta terminar convertida en una simple mortal, con una vida totalmente distinta a la cual estaba acostumbrada, obsesionada con un hombre desaparecido y viviendo en un burdel como consecuencia de esa demencia amorosa que sufría.
Freja Malinovskii. Nada más ni nada menos que eso. Y sí, aún sin cargos aparentes en mi haber, lograba avergonzarme de la vida que yo misma escribía día a día. No me molestaba el fin, ni tampoco los medios, sino que me sentía terrible al mentirle a los demás con una falsa sonrisa, privándolos de mi verdadera naturaleza, de mi realidad, de mi personalidad, de mis penas.
Freja Malinovskii. La muchacha que había aceptado ese desafío por aquel hombre, y que, sin embargo, además de haber dejado a su esposo en Rusia, solo en sus aposentos, abandonaba a un cliente en el medio de una noche cálida. Pero debo defenderme de esta manera: no me encontraba en mi sano juicio.
De repente tuve la necesidad de abandonar todo. Bajarme del escenario. Acabar con esa vida. No la merecía, sabía que no. Había amado a Artur y había aceptado el matrimonio con German. No merecía eso. Esa condena que yo misma me había impuesto. Esa vida llena de locuras, de autodestrucción. Estaba harta. Cada caricia de los hombres desconocidos que entraban al burdel me quemaba, me enloquecía, era como el recuerdo de lo que había sido, de todo lo malo que había sucedido. Era el signo de la locura. ¿En qué había estado pensando? Simplemente debía escapar y ser feliz, al menos muriendo de hambre en un bosque, antes de entregarme a cualquier hombre, antes de enloquecer entre las sábanas, esperando, clamando por alguien que jamás iba a llegar.
¿Y si, entonces, me animaba a hacer lo que no creía que estaba bien? ¿Y si escapaba de una vez por todas?
Fue entonces que miré al hombre que se encontraba a mi lado, a punto de caer en un profundo sueño, la calma que le sigue al éxtasis. Me senté en la cama y él se dio cuenta, aunque no puso mucha resistencia, pero de todas formas exigió que me quedara a su lado. Besé sus labios como la escuela de la vida me había enseñado a hacerlo, forzada, encadenada siempre a ese inmundo personaje creado por mí. Y el hombre quedó satisfecho. Me pidió que le trajera una copa de licor, y esa fue mi oportunidad.
A los pocos minutos me encontraba fuera del burdel, con un delicado camisón azulado y un saco negro que podía cubrir mi piel que se vislumbraba fuera del primer atuendo.
No era capaz de pensar, no podía hacerlo. Eran sólo pensamientos donde la sed de verdadera libertad me llamaba y yo no podía negarme a ello. No podía negarme a ese llamado, no podía dejar de ser, después de todo, la Freja auténtica, la actriz detrás del personaje.
Ciega como me encontraba, llegué al cementerio.
Irónico, siempre había tenido pánico a esos lugares, hasta que cuando Artur murió me obligué a ir para comprobar que había muerto. No hubo ataúd abierto y nadie quiso escucharme cuando pedí que verificaran el cadáver. Volví a la supuesta bóveda de mi amor con frecuencia, y las lápidas y la muerte y la soledad se hicieron mis más sensatas amistades. Comprendí que los vivos eran más peligrosos que los muertos, y que no había más paz terrenal que en esas tierras oscuras llenas de corazones mudos y secos. Lo cierto, de todas formas, era que había llegado allí sin pensar en todo aquello.
Me adentré por los pasillos más siniestros y me detuve justo en la puerta de una bóveda. Esta noche sólo sería la compañía de un ángel con facciones femeninas que, en vigilia eterna, impedía el paso hacia el interior de aquel cuarto frío. La miré con detenimiento y acaricié sus alas con una de mis manos. Debajo de aquella figura se encontraba una puerta de cristal abarrotada con rejas con terminaciones afiladas. Acaricié la cortante y sanguinaria punta de una de las estacas que conformaban el enrejado y de esa extraña comunión brotó una gota de sangre en mi dedo. Dejé que el elíxir carmesí recorriera la palma de mi mano y luego hice de ella un puño.
-No llorarás -me dije-.
Invitado- Invitado
Re: Cuando quieres escapar, nunca piensas el lugar más oportuno. | Reservado.
SIlencio.
Muerte.
Desolación.
Esos y otros términos podrían definir perfectamente la atmósfera que se puede vivir en cualquier barrio bajo de la ciduad parisina, sin dudarlo ni un instante. El mundo avanzaba en su interminable camino, sin prisa pero sin pausa, cada segundo del mismo cientos de años para alguien como él, o decenas en caso de cualquier persona... Un único pestañeo del planeta equivalía a millones de vidas humanas y, aún así, el ciclo siempre se repetía, eterno e inmutable... La vida creía, maduraba, se reproducía y moría...
Ahora bien, ¿en qué punto, en qué estadío, se ha perdido la esencia de ese camino y la sociedad, la humanidad en sí misma, ha terminado por degenerar...? Lleva muchas noches, semanas e incluso meses saliendo a pasear a altas horas de la madrugada, cazando algunas noches y otras únicamente dejando que sus pies le guíen a donde quieran llevarle. Y lo que veía era, en efecto, desolador. En apenas unas pocas horas ha visto desde atracos hasta una violación, siempre en un segundo plano oculto y disimulado, culminando con un asesinato en toda regla... Y todo por trozos de pan, o por monedas con las que no da ni para comprarse una legumbre o por un trozo de carne y un minuto de placer, siendo irónico el hecho de que parecen desconocer, olvidar, que la entrega mutua siempre es la más placentera de todas las que existen.
Su víctima, ese asesino que no había dudado en matar a otro hombre a base de golpes con un palo. Un pestañeo y un acto de misericordia son los que ha tenido con el humano al matarlo de forma sutil, suave y sin dolor... Un pestañeo que, pese a todo, le entristecía profundamente. Porque sabe, es consciente de ello, que si no existiese ese mal, ese caos que parece haberse apoderado del mundo y cambiado las reglas, tendría dificultades para escoger víctima o presa. Pero no era así, y cada vez le resultaba más fáicl una selección. Los llantos de dolor, las súplicas de clemencia y piedad, los "Alto" a los forajidos y rateros que parecen inundar los bajos fondos...
Cuán ilusos eran, sin duda alguna, porque al final, tras todos los años que puedan vivir, tras el cómo puedan invertir sus vidas, tras los fallos, las alegrías, el dolor, la felicidad y la pena, todo, absolutamente todo, se terminaba por reducir a una misma cosa, una misma esencia básica que, esa sí, no cambiaba por mucho que los milenios pasen.
La muerte. Inexcrutable, siempre presente e ineludible hasta para alguien como él, quién únicamente la ha esquivado... Porque puede morir, por así llamarlo, si realiza el protocolo necesario... Y no importaba condición vampírica, económica, física o social cuando la mismísima Parca venía a acogerte entre sus brazos, invitándose a sumirte en un profundo, placentero y eternamente relajado sueño. Y quizá esan esos pensamientos, esos ideales y esa necesidad de ver algo que nunca cambia, ni para bien ni para mal, lo que le haya terminado por llevar al cementerio. El graznar de los cuervos se mezcla con el ulular de las suaves brisas de gélido viento que parecen danzar a lo largo de lápidas, como si se burlasen de esos que están a metros bajo tierra y no pueden respirar el preciado y vital oxígeno... Y, entre todo ese silencio sepulcral, ese ambiente opresivo que a él ni siquiera le afecta, sus pasos danzan deslizándose por la hojarrasca sin sonido alguno. Sus manos, enterradas en los bolsillos de sus pantalones negros, a juego con una camisa blanca de aspecto elegante y no precisamente barato. Cuántos han intentado sobornar a la muerte, cuántas patrañas e inventos había visto en sus quinientos años, y cuántas máscaras le habían puesto... Y de lo que nadie se había dado cuenta al parecer es de que las fachadas no sirven, ni tampoco los sobornos...
Porque la muerte es, a grandes rasgos, un regalo. Se detiene al instante a una decena de metros, alzando el rostro y olfateando el aire en un gesto tan comedido como elegante. El olor metálico inunda sus fosas nasales, ese de aquel líquido que acaba de probar hace una escasa hora, y para cuando ha vuelto a bajar su rostro sus ojos oscuros ya se están fijando en la silueta femenina que parece plantada, como una estatua vigilante de los eternos durmientes, enfrente de una bóveda... No sonríe ni se mueve dle sitio, dejando que su liso pelo vuele libre hacia atrás ante una brisa de aire... Interrumpiendo el silencio con unas escuetas, directas y realistas palabras:
-No hace noche para pasear entre los difuntos, mademoiselle...
Muerte.
Desolación.
Esos y otros términos podrían definir perfectamente la atmósfera que se puede vivir en cualquier barrio bajo de la ciduad parisina, sin dudarlo ni un instante. El mundo avanzaba en su interminable camino, sin prisa pero sin pausa, cada segundo del mismo cientos de años para alguien como él, o decenas en caso de cualquier persona... Un único pestañeo del planeta equivalía a millones de vidas humanas y, aún así, el ciclo siempre se repetía, eterno e inmutable... La vida creía, maduraba, se reproducía y moría...
Ahora bien, ¿en qué punto, en qué estadío, se ha perdido la esencia de ese camino y la sociedad, la humanidad en sí misma, ha terminado por degenerar...? Lleva muchas noches, semanas e incluso meses saliendo a pasear a altas horas de la madrugada, cazando algunas noches y otras únicamente dejando que sus pies le guíen a donde quieran llevarle. Y lo que veía era, en efecto, desolador. En apenas unas pocas horas ha visto desde atracos hasta una violación, siempre en un segundo plano oculto y disimulado, culminando con un asesinato en toda regla... Y todo por trozos de pan, o por monedas con las que no da ni para comprarse una legumbre o por un trozo de carne y un minuto de placer, siendo irónico el hecho de que parecen desconocer, olvidar, que la entrega mutua siempre es la más placentera de todas las que existen.
Su víctima, ese asesino que no había dudado en matar a otro hombre a base de golpes con un palo. Un pestañeo y un acto de misericordia son los que ha tenido con el humano al matarlo de forma sutil, suave y sin dolor... Un pestañeo que, pese a todo, le entristecía profundamente. Porque sabe, es consciente de ello, que si no existiese ese mal, ese caos que parece haberse apoderado del mundo y cambiado las reglas, tendría dificultades para escoger víctima o presa. Pero no era así, y cada vez le resultaba más fáicl una selección. Los llantos de dolor, las súplicas de clemencia y piedad, los "Alto" a los forajidos y rateros que parecen inundar los bajos fondos...
Cuán ilusos eran, sin duda alguna, porque al final, tras todos los años que puedan vivir, tras el cómo puedan invertir sus vidas, tras los fallos, las alegrías, el dolor, la felicidad y la pena, todo, absolutamente todo, se terminaba por reducir a una misma cosa, una misma esencia básica que, esa sí, no cambiaba por mucho que los milenios pasen.
La muerte. Inexcrutable, siempre presente e ineludible hasta para alguien como él, quién únicamente la ha esquivado... Porque puede morir, por así llamarlo, si realiza el protocolo necesario... Y no importaba condición vampírica, económica, física o social cuando la mismísima Parca venía a acogerte entre sus brazos, invitándose a sumirte en un profundo, placentero y eternamente relajado sueño. Y quizá esan esos pensamientos, esos ideales y esa necesidad de ver algo que nunca cambia, ni para bien ni para mal, lo que le haya terminado por llevar al cementerio. El graznar de los cuervos se mezcla con el ulular de las suaves brisas de gélido viento que parecen danzar a lo largo de lápidas, como si se burlasen de esos que están a metros bajo tierra y no pueden respirar el preciado y vital oxígeno... Y, entre todo ese silencio sepulcral, ese ambiente opresivo que a él ni siquiera le afecta, sus pasos danzan deslizándose por la hojarrasca sin sonido alguno. Sus manos, enterradas en los bolsillos de sus pantalones negros, a juego con una camisa blanca de aspecto elegante y no precisamente barato. Cuántos han intentado sobornar a la muerte, cuántas patrañas e inventos había visto en sus quinientos años, y cuántas máscaras le habían puesto... Y de lo que nadie se había dado cuenta al parecer es de que las fachadas no sirven, ni tampoco los sobornos...
Porque la muerte es, a grandes rasgos, un regalo. Se detiene al instante a una decena de metros, alzando el rostro y olfateando el aire en un gesto tan comedido como elegante. El olor metálico inunda sus fosas nasales, ese de aquel líquido que acaba de probar hace una escasa hora, y para cuando ha vuelto a bajar su rostro sus ojos oscuros ya se están fijando en la silueta femenina que parece plantada, como una estatua vigilante de los eternos durmientes, enfrente de una bóveda... No sonríe ni se mueve dle sitio, dejando que su liso pelo vuele libre hacia atrás ante una brisa de aire... Interrumpiendo el silencio con unas escuetas, directas y realistas palabras:
-No hace noche para pasear entre los difuntos, mademoiselle...
Invitado- Invitado
Re: Cuando quieres escapar, nunca piensas el lugar más oportuno. | Reservado.
El sabor de la noche oscura era el de la libertad que se abría paso por mis venas.
Todo iba en una maravillosa composición de oscuridad, soledad, muerte y una fragancia terrosa que se fundía con el aroma de sangre seca proveniente de generaciones anteriores allí sepultadas. Pero había un detalle que llamaba la atención por sobre todas las cosas: mi propia sangre. Sangre cálida, llena de vida. Sangre que goteaba al son de mis latidos. Abrí levemente mi boca para echar un suspiro al aire. Bajé la cabeza para contemplar las dos manchas de color carmín en el camino. Cerré los ojos. Aquella sensación era una maravilla. La sensación de que una parte de mí se volvía libre, una parte de mí escapaba realmente de todos los problemas, inconsciente, sin nada más en qué pensar. Y una parte de mi vida se iba con aquellas lágrimas rojizas. Una parte de mi corazón se derramaba en aquel lugar. Era la libertad de sentir el suelo frío, mientras se agoniza del mismo placer de estar agonizando. El placer de la liberación, del tintineo de unas pequeñas gotas flameando en el viento, cayendo al suelo. El suicidio de un latido. Un latido que se volvía mudo a medida que mi sangre se abrazaba a la gravedad.
¿Y si esa era la solución? ¿Y si la muerte acabaría con todo mi sufrimiento? "No llorarás" había dicho. ¿Y si la única manera de impedirlo era dejando que mi corazón llorase por sí mismo?
Nunca había pensado así en la muerte, al menos no de forma consciente. Y ahora estaba allí, rodeándome por todos lados. Se encontraba mirándome a través del bello rostro de ese ángel de mármol, que me embriagaba de una paz extraña, perfecta y milagrosa. Se encontraba detrás mío, susurrándome al oído los versos más dulces y delicados, contándome sus secretos. Se encontraba a mi lado, tomada de mi mano, sonriente, esperando a que me marchara con ella a un lugar desconocido pero que prometía ser el mismo paraíso. Se encontraba sobre mí, acariciando mis cabellos, con sus manos sobre mis hombros haciendo presión, sobre mis labios, sobre mis labios con un beso que sabía a sello eterno. Se encontraba dentro mío, palpitando en mi corazón, llenando de éxtasis la sangre que recorría mis venas. Era tan embriagante la sensación de tener a la muerte a tan solo unos pasos, allí esperando la decisión evidente. Era tan magnífico poder sentir el sonido de su capa flagelando el aire. Era tan prometedor saber que estaba allí a unos pasos y que podría correr y abrazarme a ella y apoyar mi cabeza en su pecho y escuchar sus arrullos.
¿Quién podría llegar a saber que la sangre abandonando el cuerpo se trataba de la simple y maravillosa acción del alma liberándose del mundo?
Estaba en éxtasis, y no debía olvidar que apenas había perdido unas gotas de sangre.
Reí, con los ojos aún cerrados. Allí estaba la clave. "No llorarás". No lo iba a hacer, iba a reír, porque todo el camino llegaba a ese punto, a ese cementerio que era una lápida enorme manchada con mi sangre.
De acuerdo, haciendo ahora una pequeña observación: recuerda que no estaba en mi sano juicio, aunque pensándolo bien, nunca más quise estarlo.
Al escuchar aquella voz sólo pude abrir mi mano que se conservaba aún en un puño. Abrí los ojos al mismo instante y un segundo después giré la cabeza para ver al espectador.
Reí con los ojos llenos de lágrimas. No quería creerlo, pero sin embargo, deseaba que fuera la muerte. ¡Y es que en verdad aparentaba serlo! Era una sombra fúnebre en medio de aquel pasillo. Era irrealmente hermoso y su voz se complementaba con su figura. Su atuendo era tan monótono como pacífico.
-¿Cree que vendrá a mi encuentro la muerte enfurecida en su oscura carroza de sombras turbias para acabar conmigo por entrar a su morada? -pregunté con ironía- ¿No es acaso esto un cementerio? -cuestioné extendiendo mis brazos para señalar el espacio en el cual me encontraba- ¿No es el lugar donde reina la paz, donde los condenados vienen en busca de su redención? -reí con los ojos entrecerrados a modo de: "es obvio lo que una persona viva hace aquí", olvidando la principal razón verdadera: recordar a nuestros difuntos- ¿Acaso es ésta su noche para pasear entre los difuntos? ¿Qué vino usted a buscar, a diferencia de mí? ¿Qué tan diferentes entre sí son nuestras razones de estar aquí? -una lágrima resbaló por mi mejilla- Cuando no encuentras razón por la cual vivir, comienzas a buscar razón por la cual morir, y generalmente, ésta última es la más fácil de encontrar -expliqué más tranquila, aún con la voz llena de angustia-.
DEFINICIÓN DE PAZ
Los ojos del hombre que se encontraba frente a mí.
Extendí mi mano herida como acto reflejo hacia el joven, y luego llevé mi brazo contra mi pecho para tapar mi boca con dos dedos.
Off: ok .__. creo que me fui de mambo un poco y me pasé .___. voy a ir a llorar para descargar la tristeza contenida, me metí mucho en el personaje ._.
Todo iba en una maravillosa composición de oscuridad, soledad, muerte y una fragancia terrosa que se fundía con el aroma de sangre seca proveniente de generaciones anteriores allí sepultadas. Pero había un detalle que llamaba la atención por sobre todas las cosas: mi propia sangre. Sangre cálida, llena de vida. Sangre que goteaba al son de mis latidos. Abrí levemente mi boca para echar un suspiro al aire. Bajé la cabeza para contemplar las dos manchas de color carmín en el camino. Cerré los ojos. Aquella sensación era una maravilla. La sensación de que una parte de mí se volvía libre, una parte de mí escapaba realmente de todos los problemas, inconsciente, sin nada más en qué pensar. Y una parte de mi vida se iba con aquellas lágrimas rojizas. Una parte de mi corazón se derramaba en aquel lugar. Era la libertad de sentir el suelo frío, mientras se agoniza del mismo placer de estar agonizando. El placer de la liberación, del tintineo de unas pequeñas gotas flameando en el viento, cayendo al suelo. El suicidio de un latido. Un latido que se volvía mudo a medida que mi sangre se abrazaba a la gravedad.
¿Y si esa era la solución? ¿Y si la muerte acabaría con todo mi sufrimiento? "No llorarás" había dicho. ¿Y si la única manera de impedirlo era dejando que mi corazón llorase por sí mismo?
Nunca había pensado así en la muerte, al menos no de forma consciente. Y ahora estaba allí, rodeándome por todos lados. Se encontraba mirándome a través del bello rostro de ese ángel de mármol, que me embriagaba de una paz extraña, perfecta y milagrosa. Se encontraba detrás mío, susurrándome al oído los versos más dulces y delicados, contándome sus secretos. Se encontraba a mi lado, tomada de mi mano, sonriente, esperando a que me marchara con ella a un lugar desconocido pero que prometía ser el mismo paraíso. Se encontraba sobre mí, acariciando mis cabellos, con sus manos sobre mis hombros haciendo presión, sobre mis labios, sobre mis labios con un beso que sabía a sello eterno. Se encontraba dentro mío, palpitando en mi corazón, llenando de éxtasis la sangre que recorría mis venas. Era tan embriagante la sensación de tener a la muerte a tan solo unos pasos, allí esperando la decisión evidente. Era tan magnífico poder sentir el sonido de su capa flagelando el aire. Era tan prometedor saber que estaba allí a unos pasos y que podría correr y abrazarme a ella y apoyar mi cabeza en su pecho y escuchar sus arrullos.
¿Quién podría llegar a saber que la sangre abandonando el cuerpo se trataba de la simple y maravillosa acción del alma liberándose del mundo?
Estaba en éxtasis, y no debía olvidar que apenas había perdido unas gotas de sangre.
Reí, con los ojos aún cerrados. Allí estaba la clave. "No llorarás". No lo iba a hacer, iba a reír, porque todo el camino llegaba a ese punto, a ese cementerio que era una lápida enorme manchada con mi sangre.
De acuerdo, haciendo ahora una pequeña observación: recuerda que no estaba en mi sano juicio, aunque pensándolo bien, nunca más quise estarlo.
Al escuchar aquella voz sólo pude abrir mi mano que se conservaba aún en un puño. Abrí los ojos al mismo instante y un segundo después giré la cabeza para ver al espectador.
Reí con los ojos llenos de lágrimas. No quería creerlo, pero sin embargo, deseaba que fuera la muerte. ¡Y es que en verdad aparentaba serlo! Era una sombra fúnebre en medio de aquel pasillo. Era irrealmente hermoso y su voz se complementaba con su figura. Su atuendo era tan monótono como pacífico.
DEFINICIÓN DEL TÉRMINO "PACÍFICO"
Adjetivo proveniente del término "paz".
Continúa con tu búsqueda. Encuentra dicha palabra de tres letras.
Adjetivo proveniente del término "paz".
Continúa con tu búsqueda. Encuentra dicha palabra de tres letras.
-¿Cree que vendrá a mi encuentro la muerte enfurecida en su oscura carroza de sombras turbias para acabar conmigo por entrar a su morada? -pregunté con ironía- ¿No es acaso esto un cementerio? -cuestioné extendiendo mis brazos para señalar el espacio en el cual me encontraba- ¿No es el lugar donde reina la paz, donde los condenados vienen en busca de su redención? -reí con los ojos entrecerrados a modo de: "es obvio lo que una persona viva hace aquí", olvidando la principal razón verdadera: recordar a nuestros difuntos- ¿Acaso es ésta su noche para pasear entre los difuntos? ¿Qué vino usted a buscar, a diferencia de mí? ¿Qué tan diferentes entre sí son nuestras razones de estar aquí? -una lágrima resbaló por mi mejilla- Cuando no encuentras razón por la cual vivir, comienzas a buscar razón por la cual morir, y generalmente, ésta última es la más fácil de encontrar -expliqué más tranquila, aún con la voz llena de angustia-.
DEFINICIÓN DE PAZ
Los ojos del hombre que se encontraba frente a mí.
Extendí mi mano herida como acto reflejo hacia el joven, y luego llevé mi brazo contra mi pecho para tapar mi boca con dos dedos.
Off: ok .__. creo que me fui de mambo un poco y me pasé .___. voy a ir a llorar para descargar la tristeza contenida, me metí mucho en el personaje ._.
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