Sancta Dei Genitrix [Cyrille]

a veces Cassius sentía que explotaría con todo lo que guardaba en su interior, el no era un apersona indiscreta, jamás había logrado entender a aquella clase de personas que divulgaban y difamaban a diestra y siniestra sin importarles a quien hería, no, el era más reservado, se guardaba cosas que podrían lastimar a alguien de haberlas escuchado, todo por evitarles dolor y sufrimiento; pero a veces el chico sentí a que podía mas, y que todo lo que sabía era superior a sus fuerzas, habían momentos en los que todos aquellos secretos lo atormentaban, ara el sería mejor liberarse de todo aquello, pero sabia el riesgo que podía correr por abrir la boca, principalmente con su padre, el tal vez era la persona quemas cobraba importancia en todo este asunto, el más que nadie debía enterarse de todo lo que su hijo ocultaba: su condición de hechicero, su condición sexual, incluso lo que su hijo pensaba de él, por el bien de Cassius, el no debía enterarse

Y es que su padre y el eran total y completamente diferentes de los pies a la cabeza, tanto que difícilmente alguien podría decir que eran padre e hijo, los más allegados a la familia de Beaumaris solían decir que el chico se parecía más a su madre que a su padre- ¡eres igual a tu madre!-le dijo su padre una vez, y Cassius no sabía si tomárselo como un halago o como un insulto, jamás había conocido a su madre, ella murió durante su nacimiento, y Cassius tenía la leve sospecha de que eso era la raíz del comportamiento tan tosco y materialista de su padre, en el fondo Cassius estaba seguro que su madre si lo entendería, si la gente estaba en lo cierto y el carácter del chico se parecía más al de su madre

no había nada en el mundo que el chico deseara más que poder hablar con ella, verla, aunque solo fuera unos pocos segundos, pero sabía que era imposible, y no se atrevía a usar sus dotes de necromancia para ello, no los dominaba aun, y no quería llevarse una impresión desagradable; después de mucho pensarlo por fin dio con un lugar en el que podía encontrar consuelo, sabía que era un buen lugar al que acudir, aunque no lo visitaba muy a menudo; así pues salió de su casa y se dirigió a aquel lugar, hacia un poco de frio, señal indudable que el invierno se acercaba, solo esteraba que no fuera a llover, no quiso utilizar un carruaje para eso, prefería ir a pie, además, así aprovechaba para despejar la mente con el paisaje parisino

Al final llegó a su destino, la catedral de Notre Dame, no la frecuentaba mucho pero, tal vez ahí podría sentirse mejor, contempló un momento la fachada de piedra, la catedral era uno de los monumentos más hermosos de parís, no supo por qué no lo había notado antes , suspiró, y se dirigió a las enormes puertas, apenas hicieron ruido cuando las abrió, adentro habían algunas personas sumidas en la oración, de fondo se escuchaba algunas voces entonando cantos gregorianos, Cassius caminó por el pasillo sin poner atención a nada en particular, hasta que su vista aterrizó en un vitral: era sencillamente hermoso, la imagen representaba a la santísima virgen con su hijo en brazos, dio unos pasos hacia el vitral para observarlo, aunque estaba muy por encima de él.

Las horas que había pasado en la catedral no fueron perceptibles a sus sentidos, llegó poco después del amanecer y desconocía con plenitud la hora que ahora debía ser. Había asistido al templo de Jesús, por sus graves faltas contra la integridad de las personas y el desacato de la ley del rey, aunque comenzaba a poner en tela de juicio sus convicciones. No aquellas arraigadas a su ser, no el anhelo de servir a los demás pero, aquella ciega fe que tenia para con los demás. Comenzaba a dudar, si privarse de los pecados era la salvación. Dios no estaría en contra de nada que el deseara, nada que anhelara desde lo hondo de su corazón si aquello no atentaba contra las leyes de Moisés… ¿cierto?

No le importo en realidad, decidió purificar su alma con una centena de rezos y nuevas penitencias que el mismo se infligió. Partiría una hora antes a las labores comunitarias, llegaría a los orfanatos, al hospital y al manicomio antes que nadie más, estaría hay cuando nadie más lo estaba y ayudaría sin chistar. Guardaría además todo poste que decantara sus labios, todo alimento que le hiciera aguar. Al alma había que corregirla, eso le había dicho el abad. Con firmeza y perseverancia, un poco de humildad y más que todo deseo toda persona ponía conocer el perdón, la absolución y encontrar su propio lugar en el edén.

Por lo tanto, cuando se encamino entre las filas con el traje de monaguillo, sus antes sonrosados labios se encontraban ahora partidos como tierra braña, su nariz hinchada por la riña de la noche anterior. Le dolía, aunque hubiese asegurado lo contrario. El sacerdote ofrecería la misa en poco más de un tercio de hora, aunque, y por sentirse culpable de la riña del día anterior. Había decidido dejar impecable cada rincón de la bella Notre Dame, un milagro, que el abad le hubiese encontrado sitio en aquel lugar. Pues sin votos ni la educación necesaria podría dedicarse a nada más.

Se arremango el roquete blanco que llevaba encima y se cuido de no pisar los bordes de la sotana que como “fondo” le servía –solo tienes que limpiar la patena y encontrar la palia- le habían dicho instantes atrás, sin embargo, había limpiado también el cáliz, acomodado los ungüentos para los próximos bautizos y llenado las vinajeras. Ubico el incensario lejos de las personas y frente al altar, para que el humo no fuese a escocer en las narices de los feligreses que gustosos asistían a la casa del Señor. Se santifico para acercarse sin disimulo más con tranquilidad a uno de los pocos que se encontraba ahora en aquel lugar. Había aprendido, con los meses que llevaba ya, que la mayoría de las personas asistían a la iglesia cuando el corazón le dolía, cuando el pecho se compungía y poco más faltaba para colapsar. Como los muros sobre Sansón.

Había aprendido también, que las personas con pesares y dolores tendían a ser obstinadas, groseras y hasta agresivas. Y eso no importaba, mientras una persona de una centena pudiese sentirse mejor por su compañía, una entre una centena -¿le puedo ayudar en algo?- le cuestiono con amabilidad, en aquella cálida voz que parecía provenir de alguna ígnea llamara de fuego, porque él llevaba una antorcha en su pecho -¿es bastante bello no?- le cuestiono, observando la el vitral con dilección y aplomo. Como si en el estuviese viendo a su verdadera madre y en efecto, lo era.

No supo cuanto tiempo permaneció ahí, de pie en medio de la catedral contemplando el vitral, pero es que era tan hermoso, una maravilla digna de ser contemplada, y solo bastó una mirada para que su belleza cautivara a Cassius por completo y se olvidara de su entorno, sin querer se imaginó a el mismo como el niño que sostenía la mujer en sus brazos, se preguntó si alguna vez su madre lo sostuvo de esa manera, sintió una lagrima resbalar por su mejilla, pero no hizo nada para evitarlo, a veces era mejor que una lagrima se llevara todo el sufrimiento que se concentraba dentro del cuerpo

Solo vino a caer en cuenta de que se encontraba en un sitio con mas personas cuando sintió una voz a sus espaldas, se dio la vuelta para ver a quien le había hablado, era un chico de su edad, tal vez un poco menor, se fijó en sus ropas, parecía que era el sacristán del lugar- pues…- musitó secándose los ojos con su manga, luego miró al chico con ojos enrojecidos- no lo sé- volvió a secarse los ojos y se sintió culpable por llorar, de nuevo recordó a su padre diciéndole innumerables veces que los hombres no lloraban- solo si eres bueno aconsejando- suspiró, no le gustaba verse débil, no porque fuera rudo ni mucho menos, solo que casi siempre estaba de buen humor, y le gustaba contagiar ese buen humor a la gente, pero verse así, en ese estado, no le gustaba para nada- tengo el alma enferma de sufrimiento

Volvió a mirar el vitral, y sin quererlo sus ojos volvieron a anegarse en lagrimas- muy hermoso- murmuró- tal vez el más hermoso que he visto, lo siento - secó sus ojos por tercera vez, y luego dirigió una mirada al sacristán- perdona, creo que estoy un poco sentimental- rio levemente, tal vez si recuperaba su buen humor se sintiera mejor- este lugar es bastante tranquilo- dijo observando el lugar- aquí se puede pensar en paz, poner en orden las ideas, encontrar un respiro entre tanto pesar, soy Cassius- se presentó, principalmente para no aparentar que adolecía de mala educación- Cassius de Beaumaris- volvió su mirada al vitral- Nuestra señora de Paris ¿verdad?

Observo el vitral mientras el joven se limpiaba las lágrimas y se decidía a hablar, no por falta de educación, ni olvido de las etiquetas o el buen andar. Por la experiencia había llegado a comprender que, algunas personas cuando lloraban preferían no ser observadas con aquella extraña fijeza y fascinación con que los hombres suelen observar a quien parece llevar un mal moral o fuerte dolor físico. Como si observando con aquella dedicación fuese a lograr sonsacar la verdad del sufrimiento ajeno, no, los ojos no podían ver lo que al corazón le importaba. Que pretencioso seria pensar lo contrario.

-podría llegar a sorprenderse- aseveró con tranquilidad y alegría, sonriendo de medio lado al tiempo que se permitía virar para lograr así observar el rostro del desdichado ser que con pesares había llegado a la casa del Señor. Aunque debía recordar, que pocos y contados eran aquellos que asistían también para agradecer, porque la gente solía pedir y cuando lo tenían, se olvidaban de retribuir con rezos nacidos en el alma o acciones dedicadas a Dios. No era, sin embargo, nadie para juzgar aquellas acciones que hacían hombre al hombre y por ser hombre tenían derecho de equivocarse. Como él.

-¡no tiene por que disculparse! No es como si me molestara verle llorar- aseveró con las manos sujetas al frente de su cuerpo, entrelazados sus dedos reposaban sobre su vientre –supongo que es uno de los motivos por los cuales se construyen estos lugares, para darnos un refugio cuando nada más nos lo puede dar- inclino su cabeza, de una manera apenas y perceptible, como muestra de cordialidad a su presentación -creo que está usted en lo correcto Cassius- no sabía con certeza el nombre de todos los vitrales que tapizaban las paredes de la Notre Dame pero no debía pensarlo dos veces para asegurar, que el nombre de aquella en especial era el que los labios del hombre había manado.

-Beaumaris…¿cómo el conde?- le cuestiono esperando que no fuese una imprudencia la mención del mismo. Mucha gente, incluyéndose el mismo, no se valían por algo tan superfluo como el apellido, un atávico y nada más, así como se heredaba el color de ojos o la forma del rostro, se heredaba también el apellido –yo soy Cyrille Vezier- pronunció al fin, extendiendo su mano hacía él.

Esbozó una tímida sonrisa cuando escuchó las palabras del joven, el tenia razón, no era tan malo llorar, después de todo seguía siendo humano- oh, bueno es que… simplemente no me gusta llorar- confesó, aunque no podía evitarlo, la carga emocional que llevaba a cuestas ya empezaba a superarlo; volvió a secarse los ojos mientras suspiraba, observó al joven mientras hablaba- estoy seguro de que es ella- se encogió de hombros, sabía que había visto el nombre del vitral en algún lado, aunque no recordaba donde, la memoria de Cassius tendía a saturarse de cosas insignificantes a simple vista, pero de alguna forma interesantes para el, no podia evitarlo, cada que encontraba algo interesante para el, llegaba hasta el fondo con aquello, todo por saciar su curiosidad

- Si, como el conde- dijo, y desvió la mirada, jamás le había gustado que lo relacionaran con su padre, incluso habían algunos que se referían a él como “conde” cuando ni siquiera lo era, solo heredaría el titulo a la muerte de su padre, no pudo evitar estremecerse ante esa idea, a pesar de todo, amaba a su padre- aunque yo no sea conde- se encogió de hombros- simplemente soy Cassius- modestia aparte, pensó, irónico que siendo hijo de un aristócrata, quienes tenían fama de ser presuntuosos y orgullosos, el chico fuera más gentil, hasta más humilde y transparente, podria decirse, al menos el no tenia dos caras, como solian hacer algunos

- un placer Cyrille- estrechó la mano del joven con una sonrisa en sus labios, Cassius era un chico sociable, tal vez conociendo a alguien nuevo recuperara su buen humor- eres el sacristán ¿verdad?- comentó fijándose en las ropas del joven, eso le causaba cierta curiosidad: el sentido de la vocación en algunas personas, dicen que cada persona viene al mundo con una misión, la de Cyrille tal vez sería servir a los demás, la suya… no lo sabía, aun necesitaba saber muchas cosas antes de poder dar respuesta a esa pregunta; se separó unos pasos del vitral y dejó vagar la mirada por todo el recinto, observando cada detalle de la estructura, era un lugar hermoso, tanto por dentro como por fuera- creo que tienes razón, este lugar se hizo para ayudarnos cuando tenemos algún pesar, incluso a… quienes no acostumbramos a frecuentarlo- se sintió un poco culpable por eso, según la sociedad, él ni siquiera debería estar ahí, pero ahí estaba, dirigiño una mirada hacia el monaguillo como diciendole "lo siento" aunque algo dle decia que a Cyrille no el importaría en lo mas minimo

-A veces es necesario- se limitó a pronunciar, aunque él no solía hacerlo demasiado a menudo. Pensaba, de hecho, que no había derramado una sola lágrima desde su llegada a la majestuosa París, sus calles no habían conocido aun la sal y perlas que podían manar de sus ojos como de un manantial. Y quería suponer no llegaría a conocerlas ni hoy ni ningún otro día cercano o lejano. En soledad o en compañía porque ¿Para qué estar triste cuando se podía estar feliz? ¿Por qué llorar cuando se podía sonreír? Se limitaba sin embargo, a juzgar a los demás con la vara con que se juzgaba a sí mismo. Era bueno llorar, lavaba los pesares del alma.

Le volteo a ver cuando sus palabras llegaron tersas a sus oídos y cuanto logro identificarse con aquella expresión –Lo sé- sonrió con tranquilidad con las manos ahora detrás de su espalda, sujetas la una a la otra mientras se permitía darse un descanso y acompañar a quien sin pedir su presencia parecía clamarla a silenciosos gritos y auxilios de dolor. Podría comenzar a hablar del padre del joven porque y a fin de cuentas, todos en la alta alcurnia sabían un mínimo de él, por lo menos el apellido habría de sonarles. Y no era menos él por desear vivir en una iglesia y ofrecer misas a los feligreses. Había respondido con propiedad a las fiestas otorgadas por su padre y había memorizado, casi en su totalidad, sus conversaciones de altos mandatarios y amistades. Creía haber escuchado en más de una ocasión aquel nombre.

Sin embargo, algo le decía que hablar del padre del otro no traería ningún provecho –El mismo- asevero asintiendo energéticamente, porque el titulo le hacía sentirse orgullo y capaz ayudante del sacerdote aunque debía suponer que quizás en algunos años mandarían a alguien más a remplazarle, porque los niños lucían más en aquel lugar, cerca de Dios y su divina palabra. Para aquel entonces sin embargo el habría pronunciad ya sus votos y se encontraría en otra parte del mundo en misiones, evangelizando gente y socorriendo almas. Su vocación no era limitarse a pronunciar la palabra de Dios, no, tendría que actuar, volverse participe de su realidad y quizás en algún punto pudiese transformarla a algo mejor.

-Nunca es tarde para comenzar- jamás sería demasiado tarde para empezar a llevar una estrecha relación con Jesús –Aunque, aquí no se le niega la ayuda a nadie que la requiera es por eso que las puertas siempre están abiertas- desvió entonces la mirada, por lo menos el procuraba que siempre lo estuvieran-Supongo que no querrás hablar de lo que te ocurre con un extraño- aunque en ocasiones era aquella la clave, que desconociera todo de las personas les daba a estas una extraña confianza para hablar. Además, algunos creían erróneamente que como un sacerdote al confesar sus votos le impedían repetir lo que sus oídos habían escuchado, y aunque no fuese aquello verdad no había repetido jamás algún pesar pronunciado por alguien más –Pero te sorprenderías del bien que eso hace-

Sonrió levemente al escuchar la respuesta del chico y tuvo que darle la razón, a veces llorar era el único mecanismo que existía para limpiar el alma y liberarse de cargas, además, si se ponía a pensarlo con calma, nada sacaba con hacerse el fuerte y fingir que todo eso no le importaba, pero no quería que los demás lo vieran débil, no porque le importara lo que los demás dijeran u opinaran, simplemente no le gustaba transmitir tristeza; volvió a pasar la mirada por el templo mientras se fijaba en cada detalle de la estructura, era un lugar sencillamente hermoso

Esperaba que a Cyrille no le importara que Cassius fuera de familia noble, no quería que fuera uno de esos que simplemente se acercaban a él movidos por el interés que despertaba su familia, no, a esos los conocía perfectamente y sabia que esperar de ellos, aunque no se atrevía a juzgar a Cyrille tan pronto si podría decir que era una persona gentil, después de todo no muchos se acercarían a alguien que se veía afligido; sonrío cuando lo escuchó afirmar que, en efecto, era el sacristán, había detectado la note de orgullo en su voz, y de nuevo volvió a pensar en la vocación- sí, eso pensé

Volvió a pasar la mirada por el templo- por eso vine, no tenía a quien más recurrir- confesó, aunque Cassius no era muy religioso sabia que en la iglesia podía encontrar consuelo- sé que aquí encontraré la ayuda que estoy buscando, además, nunca es demasiado tarde para buscarlo- comentó dirigiendo una mirada hacia el altar, recordó vagamente la parábola del hijo pródigo, aunque no se aplicara al caso de Cassius, pero para efectos prácticos, significaba lo mismo- por mucho que nos hayamos perdido en el camino

Suspiró, a eso precisamente había venido ¿no? A liberarse de todo lo que le causaba pesar, a dejar ir sus penas y que estas no volvieran a atormentar su conciencia, tal vez hablar con alguien le ayudada, las penas pesaban menos cuando eran compartidas- está bien- aceptó, le dirigió una mirada al sacristán- aunque… tal vez quieras sentarte- sonrió tímidamente mientras señalaba un de los bancos, se dirigió a este y se sentó, apoyando las manos en sus rodillas- vemos… supongo que todo empezó con mi madre- no pudo evitar que una lagrima brillara en sus ojos- ella… murió cuando yo nací- murmuró, sintiéndose como un niño pequeño, volvió a levantar la vista hacia el vitral de Nuestra Señora- a veces... la echo de menos