Mea culpa (Cyrille)

por **Diodore Pomeroy** Lun Abr 11, 2011 1:58 pm

Est humanum errare, divinum ignoscere
("Errar es humano, pero perdonar es divino").

Había regresado a Paris casi en contra de su voluntad pues amaba ir de pueblo en pueblo llevando comida a los más necesitados y esperanza a los perdidos, adoraba ver las expresiones en sus rostros de los niños cuando recibían un pedazo de pan y las miradas tranquilas de las madres a quienes, luego de enseñarles la palabra y rezar por sus familias se sentían más esperanzadas de tener una vida mejor. Laurent había orado por esposos que habían partido a la guerra hacía incontables años, por abuelos y abuelas decrépitos atormentados con extrañas enfermedades, por niños recién nacidos y por jóvenes parejas que esperaban poder tener una descendencia fuerte y saludable.

Y todo eso no podía más que llenarlo de gozo, saber que transmitía la palabra del señor a todos aquellos que por falta de educación o simple desconocimiento no podían disfrutar de su verdad y amor. Laurent creía que como embajador de Cristo en la tierra, él debía ser su imagen y ciervo, debía amar a todas esas criaturas y a sus pecados, para así poder transmitir la verdadera palabra bíblica.

"Bendito sea Dios. El que nos conforta en toda prueba, para que también nosotros seamos capaces de confortar a los que están en cualquier dificultad (2Cor 1,3-4)"

No había recibido con mucho agrado la invitación a convertirse en uno de los sacerdotes de la bella Notredame, un puesto codiciado por la mayoría de los jóvenes sacerdotes, pues era la catedral más importante de toda Francia, se decía que este puesto sólo se le daba a sacerdotes que habían destacado en su labor y que llevaban ejerciendo durante mucho tiempo el oficio, por lo que Laurent se convertiría en el sacerdote más joven de la historia Parisina. A pesar de todo eso, la fama y el reconocimiento no eran la miel que endulzaba sus labios, Laurent Sarkozi era un hombre de fe que quería cambiar el mundo, pero no desde un atríl, sino desde los hechos.

Pero ahí se encontraba, observándose frente al espejo con su sotana purpura, escuchando los murmullos de los feligreses que llenaban la catedral, dispuesto para ofrecer la ceremonia. Cerró los ojos y exhaló con fuerza y luego lanzó un puño al aire pegando tremendo brinco, quedando en una cómica posición de batalla de la cual sólo fue testigo el espejo - ¡A por ellos Dodo! -Exclamó picándole un ojo a su reflejo.

por **Cyrille Vezier** Lun Abr 11, 2011 2:30 pm

Corría por las calles parisianas con una mano sobre el sombrero de paja que llevaba ahora sobre su cabeza, no esque el sol le produjese alguna embole en el rostro o que los rayos del astro rey fuesen demasiado para sus ojos, planeaba otorgarle aquel sombrero a un hombre que habia visto mendigar en las calles, un señor de avanzada edad que andaba con los ojos entrecerrados y sendas manchas en el rostro producto seguramente del sol y el hambre. Corria, porque de no hacerlo no llegaría a tiempo a la eucaristía de aquel día, a la cual le habia asegurado al sacerdote mayor asistiría para ayudarle.

-¡que Dios le acompañe!- exclamo colocando el sombrero sobre la cabeza del hombre al cual con facilidad le sacaba media cabeza de altura y aquello por inmensa joroba que habia comenzado a arquear su espalda seguramente desde tiempo remoto pues se alzaba ahora como una parte siempre existente de su cuerpo. No escucho una respuesta de agradecimiento y aunque hubiese existido la prisa con la cual andaba y su falta de necesidad de ser reconocido por su labor hacían que aquellas posibles palabras estuviesen o no no le incitaran a seguir o detenerse sino solo a sonreír.

-con permiso, con permiso, con permiso- repitió mientras se habría paso entre la gente que comenzaba a arrebujarse en la catedral como abejas a la miel y hormigas a un trozo de pan viejo, las mujeres cargaban a niños en brazos y los mayores comenzaban a buscar lugar para no estar de pie durante la celebración, los ancianos tomaban primera fila o de lo contrario la juventud le impediría ver y la lejana escuchar la palabra del señor. Le gustaba pensar que todas esas personas se encontraban ahí por fe, por anhelo de escuchar la palabra del señor y no por cualquier otro motivo diverso a aquel.

Se adentro en una de las puertas traseras para rebuscar entre las cosas aquella túnica blanca que solian llevar cuando de monaguillo ayudaba en la eucaristía. Se coloco las prendas con rapidez, anudandola a su cintura con un trozo de tela colorida la cual cambiaba según la época del año y la celebración. Salió ubicándose a un lado de la mesa y enfrente de las personas en espera de que el sacerdote hiciera gala de presencia y comenzara la celebración.

por **Diodore Pomeroy** Lun Abr 11, 2011 5:42 pm

Aunque eventualmente tendría que celebrar misa en su calidad como Sacerdote a Laurent no le gustaba en lo absoluto estar parado durante dos horas y media frente a un montón de gente que le miraba. Y era que nunca le había gustado llamar la atención, entre más desapercibido pudiese pasar mucho mejor, quizás se debía a que en su niñez realmente fue un 0 a la izquierda: Con 4 hermanos por quienes preocuparse, los padres no tenían mucho tiempo para repartir entre todos, especialmente en las precarias circunstancias en las que vivían.

Esa era una de las razones por las cuales prefería ir a los pueblos en calidad de misionero en vez de ofrecer misa en las iglesias, le gustaba más hablar personalmente con los fieles, verles las caras, analizar sus gestos y escuchar sus problemas, estar en el púlpito le parecía demasiado impersonal y los nervios se apoderaban de él. No tenía idea de porque le habían escogido para remplazar al padre Asrael en Notredrame.

Repitiéndose una y otra vez en la cabeza que todo iba a estar bien, Laurent dio un zapatazo, saco pecho y salió de la casa cural con la biblia debajo del brazo. ¡Su primera eucaristía en Nodredame! nada menos, el pobre chico se encontró temblando como una hoja al viento una vez vio la cantidad de gente reunida en el recinto. Caminó rápidamente hacía la mesa y casi se enredó con su propia sotana al subir el par de escalones que le conducían a su lugar. Con un gesto disimuló la perdida momentánea de equilibrio - Ejem... - Carraspeó fingiendo torcer, llevándose el puño a los labios.

- Joven Monaguillo es tan amable y me pasa las...- Las palabras murieron en sus labios y la biblia se le cayó de debajo del brazo pues ambas manos fueron a dar en su rostro, cubriendo sus labios para que no escapara un grito. La biblia cayó al suelo con un sordo estruendo gracias al silencio de la catedral. Allí frente a sus ojos estaba nada más y nada menos que Cyrille, su mejor amigo en la abadía. ¿Mejor amigo? No, no sólo eso, era su hermano pequeño. Sólo Dios sabía cuanto había procurado alejarse de él para poder dedicarse de lleno al señor, entregar sus pensamientos por completo, pero el destino le unía a él una vez más como si estuviesen atados a un invisible hilo rojo.

- P..p..p..o - Tartamudeó y al verse imposibilitado para hablar, se tiró al suelo a recoger la biblia, en su afán de levantarse, pisó la sotana y quedó de rodillas en un cómico movimiento que para su alivio no fue visto por los devotos ya que se encontraba tras la mesa donde yacía el vino y las flores.

El corazón se le iba a salir por la boca.

por **Cyrille Vezier** Lun Abr 11, 2011 9:11 pm

Se encontraba con las manos sujetas al frente de su cuerpo, con la vista fija en el suelo de pie y de frente a aquel gentío de personas que se alzaban ahora en aquel lugar, aunque estaba seguro que los ojos de los oyentes no estaban fijos en el sino en el sacerdote que no tardaría en entrar y tomar lugar tras la mesa, los ojos de la multitud le seguirían aun detrás del atril y recitarían poemas al viento y plegarias de amor a su persona, porque solo el y solo en sus manos se encontraba la absolución a sus pecados.

El sonido de algo pesado al caer le incito a alzar la mirada y antes de fijarse en quien le habia hablado sus orbes pardos se fijaron en la biblia, aquel libro sagrado que se encontraba ahora en los suelos como sacrilegio de lo que nunca debía hacerse –padre…sabe usted que es mi deber hacer este tipo de cosas, el pueblo no quiere verlo hincarse ante ellos, levántese pues que yo acomodare la biblia- susurro acuncillandose con rapidez para sujetar entre sus alargados dedos tan ferviente libro de paz y enseñanzas, solo en el podia uno encontrar la verdadera felicidad y solo en su palabra el camino a los cielos.

Fue entonces, en el suelo, que el usual olor del padre Asrael no profundizo en su nariz y su cabello nevado no quedo frente a sus ojos –Laurent- susurro y de no haber estado en acto tan importante como aquel habría caído seguramente sobre sus piernas y se habría aferrado a estar esperando no llorar, sus ojos querían ese día ver nacer las gotas de cristal, su corazón quería probarlas ¿Cuánto tiempo habia transcurrido ya? Quizás das años, quizás poco más.

Se levanto con rectitud acomodando el pesado libro sobre el altar, a un lado del corporal, en una base de madera a la medida para aquel libro. Se ubico en la mesa siguiente a esa donde yacía la palia, las vinajeras y el copón con el cáliz, pálido, como si hubiese visto algún fantasma con una torpe, infantil e inusual sonrisa crispando sus labios y el bullicio no tardo en escucharse.

por **Diodore Pomeroy** Lun Abr 11, 2011 10:20 pm

Le había reconocido de inmediato y su nombre había salido de sus labios de querubín. El joven sacerdote se levantó nerviosamente y se quedó unos momentos en blanco como sin saber que decir o que hacer. Le resultaba totalmente choqueante ver a Cyrile de esa manera tan imprevista, más cuando creía que aún debía de estar estudiando en la Abadía.

Se había convertido en monaguillo observó, seguramente quería ser el sacerdote de Notredame, por unos instantes se sintió culpable de estar en ese lugar si era el deseado por Cyrile. Caminó con gesto solemne hasta la biblia que el chico había organizado para él, era hora de entrar en materia y como era debido, entregar sus pensamientos a Dios en ese momento sagrado. No podía darse el lujo de divagar y desconcentrarse en un acto tan puro como ese.

Laurent carraspeó de nuevo y comenzó el discurso en latin, un idioma que dominaba bastante bien y que le había costado eternidades aprender. Las personas se pusieron de pie de inmediato cuando dio inicio a la eucaristía y momentos después su voz melodiosa se encontraba predicando de lugares más hermosos y tierras prometidas, lugares en donde los pecadores se redimían y Dios acogía a sus hijos para hacerlos felices y plenos.

Una tierra prometida que no conocía la violencia ni la maldad. Sonrió con una sonrisa apacible y una mirada serena poco apropiada para alguien tan joven y que connotaba una madurez que no debería de tener.

- Rápido vino...rápido se irá - Leyó con una voz tranquila - Los bienes que se adquieren muy a prisa, luego se menoscaban; así como van en aumento los que se juntan poco a poco a fuerza de trabajo, Proverbios XIII , 11 - Pasó la hoja en la Biblia y volvió a mirar el público - Os veo ahora y todos tenéis diferentes aspectos, unos nacidos en cuna de oro y otros habitantes de las calles de Paris, pero recordad que todos sois hijos de Dios y para el padre las riquezas materiales no significan nada - Explicó y luego levanto ambos brazos hacía la cúpula de la catedral donde bellas pinturas de ángeles y santos habitaban las paredes - Debéis ser ricos en el corazón y no en el bolsillo ¡Alabada sea la palabra del señor -

Dicho esto los feligreses respondieron a coro "alabado sea el señor Jesus". Laurent cerró los ojos y realmente pareció entregarse a una fuerza divina invisible que le estuviera sosteniendo por la espalda, pareció que caería hacía atrás y sería levantado en el aire de manera angelical, pues la luz del sol que se filtraba por los vitrales bañaba su cabellera castaña, volviéndola rubia como el mismo oro. El joven sacerdote abrió los ojos y continuó con la ceremonia como era debido, concluyendola con las oraciones tradicionales y bebiendo del vino y partiendo la ostia recordando la última cena.

por **Cyrille Vezier** Lun Abr 11, 2011 10:39 pm

Le observo mientras la palabra de Dios manaba de sus labios dichoso por poder escucharle, le había dejado de ver años atrás en la abadía cuando, pronunciados sus votos había decidido partir en nuevas aventuras, había decidido asistir a los más necesitados en aquellos poblados de nombres desconocidos y rostros jamás vistos, le había rogado y recordaba ver en algún momento que le llevase con él, aquella plegaria imprudente le había costado varios días de ayuno y noches en vela de rezos y plegarias para limpiar su alma, después de aquello no había vuelto a tocar el tema y su partida se había dado según lo estipulado, su único y verdadero amigo en aquel lugar ¡y cuantas cosas tenia por contarle!

En Dios confiaba que la esencia de Laurent seguía intacta, anhelante de profesar la palabra a los impíos y convertirlos en cristianos y dignos de asistir a los cielos donde Pedro les esperaría con la llave en mano, le observo como quien observa a un santo o un beato, desde su llegada a la abadía aquel joven de escasos dos años mayor a el se habia convertido en su ejemplo a seguir, a demás del abad y los múltiples santos y madres que habían dedicado su vida a la caridad de otros, en su persona podia encontrar todo aquello en lo cual anhelaba convertirse algun día.

-alabado sea el señor- susurro asistiendo con rapidez para preparar el vino y el agua para consagrar las ostias y hacer sonar la campana, los oyentes inclinaron sus cabezas y bajaron sus cuerpos al oírle, que dichosos eran ellos que podían verle y escucharle sin necesidad de no lucir como un devoto, no era correcto volverse fanático de las personas.

Apenas la misa termino sus pies se dirigieron veloces a la puerta por la cual habia hecho acto de presencia, se quito la túnica con un rápido movimiento que alboroto sus cabellos y estrujo sus costillas pues la impaciencia le habia llevado a intentar quitar aquella prenda con la faja que llevaba a la cintura, dio un suave traspié colgándola en su debido lugar y con la mirada comenzó a buscar la figura de aquel conocido aunque quizás era de aquellos sacerdotes que al finalizar la eucaristía se quedaban para bañar a los oyentes con agua bendita…debía entonces cargar el con los instrumentos.

Tomo nuevamente la túnica intentando introducirla en su cuerpo hasta atorarse con los brazos en alto y la faja bordeando sus hombros, observaba el agujero por el cual debía salir su cabeza y sin embargo no podia llegar a el –cielos- susurro, debía aprender a idealizar mejor sus emociones y no dejar que le dominasen a el, una de las primeras enseñanzas que se le habían dado en la abadía.

por **Diodore Pomeroy** Lun Abr 11, 2011 11:10 pm

Cuando terminó la eucaristía Laurent se sintió más pleno que nunca, se sintió tan sublime que de haber tenido un rio cerca habría pretendido caminar por encima de las aguas. Esa sensación de paz siempre le acompañaba cuando oraba con toda su devoción ¿Y que mejor momento para una oración que celebrar la más santa de las fiestas?. Laurent despidió con una sonrisa amplia que dejaba ver las perlas que vivían en su boca, a los feligreses que habían asistido a misa, algunos le miraban concuriosidad, seguramente por su temprana edad para dictar una misa.

Cuando el caos pareció ir decayendo, Laurent pareció caer en cuenta entonces que, quien le había ayudado no había sido un espejismo, allí en algún lugar de esa enorme catedral, estaba su querido y adorado hermano de fé y vocación, Cyrille a quien no esperaba volver a ver nunca más en su vida o por lo menos no hasta cuando estuviera tan viejo que los sentimientos no pudieran desbordarse con tanta intensa fogosidad.

Con pasos temblorosos, muy diferentes a los sublimes antes mostrados ante la multitud, el casto joven se dirigió al lugar donde los monaguillos se preparaban para las misas y ceremonias, asomó su cabeza por la puerta y se encontró con una visión un tanto inesperada, el chico de cabellos castaños batallando con su propia túnica. Laurent rió con una risa cantarina, una que surgía fácil a borbotones de sus labios sin ningún motivo especial - ¿Te ha mordido la túnica? - Pregunto acercándose a él y con unas manos de dedos delgados pero llenos de callocidades fruto de su trabajo en las misiones, le ayudó a desenredar la túnica y a quitársela por completo pues no planeaba ofrecer otra ceremonia después de la eucaristía.

- Estás igual - Agregó cuando la risa se apagó en su boca, sus manos volvieron a su lugar a los costados de su cuerpo, avergonzado de haber rozado con sus dedos algo del cuerpo del otro, ya no eran niños, ya no era como antaño que podían abrazarse, reír y llorar y hasta compartir los mocos. Ahora eran hombres y todo se volvía inapropiado con la edad, porque con la edad llegaba la sabiduría y por supuesto el pecado - Alabado sea Dios por permitirme encontrarte de nuevo entre este mar de personas ¿Que haces aquí? ¿Terminaste tus estudios en la Abadía?- Sintió tantas ganas de abrazarle y sentirle, pero se contuvo como pudo, sólo su voz que salió atropellada mostró la carga emotiva de sus sentimientos.

(( *-* ♥ ))

por **Cyrille Vezier** Lun Abr 11, 2011 11:29 pm

Ceso su lucha con aquel trozo de tela cuando aquella voz de antaño conocida se adentro por sus oídos deteniendo su latir, permitió a sus manos alejar de su cuerpo aquel objeto que había creído, mal pensado, dominaba ya con la facilidad de una pluma –quiso devorarme…pero has llegado tarde para ver el espectáculo- asevero en voz baja cerrando los parpados cuando la tela rozo su rostro y sus usuales vestimentas comenzaron a quedar al descubierto, pantaloncillos obscuros y sin embargo no negros, una camisa blanca con las mangas terrosas y los bordes deshilachados, una imagen nada digna de un joven de su estatus habia dicho su tio y sin embargo poco le importaba lo que pudiese escapar de labios de aquel avaricioso.

Sus labios temblaron violentamente y sus brazos rodearon al instante la cintura del mayor, su cuerpo se estrecho violento y su rostro se escondió en su pecho sin importarle si alguien pudiese verlos ¿quién podría juzgar la amistad entre dos hombres? –no sabes cuánto te e extrañado- susurro reprochándose internamente la muestra tangible de negatividad, no era usual escuchar algun quejido de labios del novicio y sin embargo ansiaba tanto contarle su vida y sus pesares, anhelaba tanto compartir sus nuevos conocimientos y habilidades que por un segundo olvido la clase de vida que habia decidido llevar.

-el abad le pidió al sacerdote que me dejara ayudarle en las misas…sigo siendo un novicio aunque debía entregar mis votos el próximo año si sigo aquí ayudando quizás me dejen aun hacerlos- le explico rápidamente soltándole para retroceder algunos pasos y esfumar con una armoniosa sonrisa cualquier rastro de tristeza o agonía y no verlo no implicaba que no existiera mas ¿de que servia quejarse? Más valia actuar.

-alabado sea el señor por ponerte de vuelta en mi camino- camino de un lado a otro del lugar buscando entre las cosas donde sentarse para conversar, debía contarle tantas cosas, debía pintarle con palabras los poblados a los que habia llegado y las cosas que en ellos habia enseñado, debía hablarle del mundo fuera de la abadía y fuera de París -¿A dónde has ido en estos años? ¿te llevaron acaso al otro lado del mar? Debes contarme que a pasado ¿Qué haces en París…? Si tu vocación no fue jamás ser cabellica en una catedral – no se percato pero mientras hablaba se habia comenzado a acercar nuevamente.

Se alejo con un suave respingo sonriendo de hito en hito -¿planeas quedarte mucho tiempo?- y su rostro se puso serio en ese instante ¿y si iba solo de paso? ¡que los cielos lo perdonasen pero le pediría nuevamente ir con el!

por **Diodore Pomeroy** Mar Abr 12, 2011 9:21 am

La risa iba a aflorar de sus labios una vez más gracias a ese comentario suyo sobre la túnica, cuando la inesperada cercanía del chico le dejó sin aliento. Laurent abrió los ojos de par en par y debió lucir como una caricatura en medio de su sorpresa. De repente los brazos del menor le rodeaban, su cuerpo se pegaba al suyo y el rostro de su querubín se perdía en algún punto de la sotana púrpura que cubría su pecho. Laurent trastabilló y se tuvo que apoyar en el marco de la puerta para no caer. Si caía, sabía que no habría piso que lo recibiera, pues seguramente caería directo a las fosas de los avernos por permitirse flaquear.

Oh... cuan dulces sonaron sus palabras en los oídos del sacerdote. Le había extrañado, le recordaba y le recibía con gozo, con esa pasión desenfrenada que todos los jóvenes a esa edad debían poseer y a la cual Laurent había renunciado por convicción. - Yo...yo también te extrañ...é - Respondió con los ojos cerrados, con los puños fuertemente cerrados a los costados de su cuerpo pues no se atrevía a corresponder ese abrazo aunque lo añorara profundamente.

- Ah... entonces ¿No terminaste tu educación Religiosa? - Preguntó ignorando el continuo golpeteo de su corazón en su pecho - ¿Aún planeas decir los votos? - Agregó y se apresuró a agregar - Quiero decir... hay jóvenes que se arrepienten... porque prefieren vivir el amor y los placeres de la carne, por eso renuncian a los votos - Laurent comenzó a reír nerviosamente, una risita incómoda y muy diferente a la anterior - Quiero decir... no es que piense que eres asi... pero... yo...umm... suele pasar -

¿Porqué se encontraba tartamudeando como un enfermo? ¡Laurent fuiste el mejor de la clase en Oratoria y composición en Latín! Sabes hablar correctamente y usar las entonaciones de tu voz ¿Porqué te trabas en una conversación tan sencilla?

- ¡Mírate! ¡Si estás hecho un enano! - Exclamó de pronto imposibilitado aún para responder a todas las preguntas que el chico le hacía pues no lograba calmar todo eso que se revolvía en su estómago - ¡Y decías que yo nunca iba a crecer y que siempre me verías hacía abajo! - Le acusó en tono de broma, estirando su brazo para colocar la mano sobre la cabeza de Cyrille, el cabello sedoso le hizo cosquillas en las yemas - Ahora soy yo el más alto y tu un pequeño Querubín - No pudo aguantarse y de manera casi inconsciente, le revolvió el cabello como solía hacer cuando tenían 14 y peleaban y se estrujaban y terminaban rodando por las praderas.

(( creo que me he enamorado de este par de santurrones ♥ ))

por **Cyrille Vezier** Mar Abr 12, 2011 10:55 am

En su alegría no logro el motivo por el cual su antes compañero de juegos y vocación se negaba ahora a abrazarle ni porque su voz sonaba tembloroso cuando emergia de sus labios como de una cueva, deformada por el eco y los años. No pensó que aquello pudiese ser su culpa siquiera reparo en dichas actitudes ¿Qué mas necesitaba cuando lo tenia ahí de frente?

Negó frenéticamente hasta que la cabeza comenzó a dolerle –e conocido aquí lo que en la abadía era lejano ¿habias visto alguna vez una mujer con escasa ropa en la casa del señor?- un escalofrió pareció recordarle aquel acontecimiento, habia buscado refugio en todos lados y al final solo lo habia encontrado en la mirada de Jesús y la protección de María su madre. De pronto recordó -¡debes confesarme!- exclamo azorado, se llevo ambas manos al pecho, estrujando entre sus dedos la camisa que vestía en aquellos instantes –no me e atrevido a decírselo al sacerdote pero Laurent…temo que esta ciudad me este desviando del camino y nada más añoro yo que volverme un fiel del señor y su palabra, nada más que eso yo deseo- días anteriores se habia levantado tarde por mero egoísmo, habia deseado pasar el día en la cama ¿es que acaso dejaba de preocuparse por sus hermanos?

Sus parpados se cerraron cuando el tacto del sacerdote se apoyo sobre sus cabellos achocolatados y su voz sono clara en la estancia –aun tengo tiempo para alcanzarte- asevero en voz baja con dos años de diferencia los centímetros que el pudiese aumentar eran el doble que los que Laurent podría hacerlo, inclusive creía que no crecería más y al final volvería a ser el el más alto.

Sujeto la mano de Laurent tirando de el con suavidad hacia la puerta por la cual ambos habían llegado –no me has dicho cuanto tiempo planeas quedarte- ¿y la insistencia? Se debía solo a que una respuesta no contestada y ya formulada era tortura para un alma joven como la propia. Asomo el rostro como si estuviesen a punto de cometer alguna fechoría.

En el lugar estaban aun algunos hombres y mujeres de avanzada edad que con rosarios entre sus trémulas manos se quedaban más que el resto de las personas a otorgarle tiempo a hablar con Dios ¿temía acaso de algo? Sí, que alguien pudiese enterarse de sus dubitativas al encontrarse ante el pecado, su alma parecía comenzar a corroerse y el pensamiento le aterraba ¿y si era débil y caia al pecado? ¡Guardaría ayuno y cumpliría cada penitencia establecida! Y solo en Laurent confiaba lo suficiente para contarle aquellas cosas.

por **Diodore Pomeroy** Mar Abr 12, 2011 11:31 am

Los días de Laurent eran generalmente calmados, la oración y la reflexión llevaban a la quietud así que su ritmo de vida era relativamente tranquilo, especialmente desde que había llegado a Paris y ya no debía caminar largos tramos para alcanzar las fincas más lejanas, así pues que el torrente de emociones y la velocidad con la que todas las preguntas y palabras de Cyrille llegaban a él, le tenían al borde de la ebriedad. Iba a responderle sobre su petición de confesión, cuando el chico ya estaba diciendo algo sobre su estatura, iba entonces a decirle algo de la estatura y el chico volvía a insistir con la pregunta de cuanto se quedaría.

Se dejó arrastrar hacia la puerta aún sin saber por donde comenzar, la catedral se mantenía en silencio a pesar de los rezos de los pocos fieles que quedaban, el aire olía a lirios y a la cera de las velas que se mantenían encendidas a los pies de los santos.

- No se cuanto tiempo valla a quedarme... estaba en un pueblo cercano a París, cuando recibí la orden de remplazar temporalmente al Padre Asrrael, mientras mejora su salud - Le explicó en voz baja - No se porqué me lo han pedido a mi existiendo otros sacerdotes en el área... acabo de cumplir los 20... no me considero apropiado para dirigir tan magno templo como es Notredame... sin embargo... - La voz comenzó a entrecortársele una vez más, seguramente estaba enfermando - Pero estás tú... a mi lado... creo que podré hacerlo... -

Laurent desvió la mirada de los ancianos que rezaban ordenadamente en las sillas de madera, hacía el rostro de su querubín, sus facciones seguían siendo algo aniñadas, tenía los mismos ojos pequeños, una risita escapó de sus labios - Sigues teniendo los mismos ojos de gato... ¿Cómo puedes leer con ellos? - Se burló y entonces se atrevió a hacer otra cosa que hacia antaño y que por supuesto era inapropiado ahora que tenía su titulo de sacerdote, Laurent golpeó a Cyrille en el hombre con su puño cerrado, en un gesto brusco común entre los hombres burdos.

Una de las ancianas notó el movimiento y se echó la bendición con gesto de desaprobación, muy seguramente estaba pensando que ese sacerdote era un bebe recién nacido y no era apto para lucir el título. Laurent puso su cara más solemne, pero los cachetes se le inflaron con la risa contenida. Carraspeó como por quinta vez - ¿Quieres confesarte ya? Entonces debemos ir al confesionario -

por **Cyrille Vezier** Mar Abr 12, 2011 11:55 am

-¡pobre! Había estado teniendo ataques de tos durante las mismas y cuando le ayudaba a guardar las cosas las manos le temblaban tanto que debía irse a recostar todo el día…pero Dios sabe lo que hace y hará lo mejor para el- asevero haciendo la señal de la cruz con tal rapidez que fue si apenas perceptible para el resto de las personas, para aquel instante había soltado ya la mano de Laurent para apoyar las suyas en el marco de la puerta.

-el abad decía que no se nos otorgan dificultades mayores a nuestras capacidades, sino solo aquellas que lograríamos alcanzar con esfuerzo y dedicación, yo creo que puedes hacerlo…quizás no a toda la gente le agrade ver a alguien tan joven en un puesto de tal importancia…pero si te han elegido debe ser por algo- asevero observando aun a los fieles que se mantenían en silencio orándole a los cielos quizás por alguna bendición o cuidado especial, los había visto ya antes en ocasiones se sentaba todos en la misma banca y sus labios se movían a la par, otras veces se ubicaban en distintos puntos de la catedral, como si cada uno pidiese por cosas diferentes de su única y exclusiva intromisión, a mucha gente no le gustaba que otros supieran sus vidas, como si la forma en que la gente los miraba pudiese cambiar por ello. El mismo lo evitaba aunque sus motivos eran otros.

-de la misma manera en que tu le picas los ojos a la gente con tu nariz- sonrió tambaleándose suavemente sobre sus pies al recibir aquel golpe que si bien no menudo tampoco escualito y mezquino. Cyrille había sido siempre como una esponja, recibía cada palabra, golpe y mirada sin muchas veces dejar percibir lo que realmente aquello le hacia sentir, un hecho que se había acrecentado en los últimos años y que le impedía hablar cuando no se trataba de alguna injusticia cometida a alguien más.

-ya veras como podras hacerlos cambiar de parecer- asevero en voz baja, un susurro solo audible para quien se alzaba ahora a un lado de el –al final te pedirán que te quedes…ya veras- su voz sonó cada vez mas tenue y lejana, hasta que las palabras de Laurent le obligaron a virar su rostro y observarlo -¿en serio? Pero…¿no te estoy quitando tiempo cierto? -

por **Diodore Pomeroy** Mar Abr 12, 2011 12:24 pm

Laurent había olvidado dicha enseñanza tan importante, era cierto que Dios no le daba a los hombres una carga más pesada de la que podían soportar, de alguna manera tenía que ser capaz de sobrellevar las dificultades de su nuevo cargo y aunque no quería aceptarlo, se sentia mucho más seguro al saber que Cyrille le ayudaría como Monaguillo. Una vez más Dios le ponía a prueba y Laurent estaba más que dispuesto a enfrentar todas las penurias que se opusieran en su camino a la verdad.

- Tienes razón, debo ser fuerte y afrontar las dificultates que vengan - Concluyó dejando escapar un largo suspiro que le desinfló todo el estomago y pecho, sentía como si hubiera estado en tensión todo el tiempo - Eres sabio a pesar de tu edad - Agregó y a pesar de sus ojos pequeñitos de gato que tanto le gustaba mirar o de su baja estatura para un hombre de 18, Laurent prefirió alejar esos pensamientos por ahora y se llevó ambas manos a la nariz. Siempre se había sentido acomplejado por tener una nariz tan larga y sin gracia.

- Pensé que no había crecido más... - Se lamentó. porque al le parecía que ahora que era más grande, la nariz le había quedado proporcionada con el tamaño del resto de las cosas en su cara, su voz sonó chistosa porque quedó atrapada entre sus manos y porque con estas apretaba su nariz.

Negó con la cabeza rápidamente, pues no tenía nada más urgente que hacer y era menester de un sacerdote escuchar a sus fieles - No te preocupes, Sígueme- Le indicó y caminó por los pasillos de la Catedral atravesándola por un costado hasta el confesionario de madera que se alzaba discreto contra la pared. Muchas personas temían entrar allí y caminaban hacía él como caminando hacía el juicio final. Laurent abrió la puerta del confesionario y se sentó en la silla dispuesta para el sacerdote, cerrándo la puerta a su vez. Se acercó a la rendija de al lado por donde podía ver parcialmente el rostro de Cyrille.

- Te escucho hijo mio -

por **Cyrille Vezier** Mar Abr 12, 2011 1:13 pm

-y tu eres sacerdote a pesar de la tuya- susurro encogiéndose de hombros observando aquel gesto inusual ¿le había molestado acaso su comentario? –quizás sea asi…o quizás sufro yo de miopía- sonrio de medio lado intentando compensar de aquella manera el comentario hiriente que sin asi desearlo habia manado de sus labios, cada error debía ser reparado y aquel no seria la excepción.

Avance por entre las figuras de santos y vetadas observándoles con atención y disimulo y ellos a su vez me observaban, su mirada me perseguía por el camino ¿era acaso que leían mis pensamientos? ¿era acaso que sabían de mis temores? Me sentí diminuto, miserable, un ser tan aberrante que no merecía estar bajo el techo del señor mucho menos intentar permanecer a su servicio mi vida entera. Me acerque a la única persona en quien podia confiar, resguardándome a un lado de el mi cuerpo imperfecto a los ojos de los santos, mi cuerpo de pecador y pecado, mi cuerpo de hombre.

Avance sin atreverme ya a mirar a quienes con ojos severos me condenaban, pero no ¡el señor era grande y grande era su piedad! El no me abandonaría en ese truculento camino y como muestra fiel de su afecto habia enviado a Laurent a mi encuentro, nos habia reunido nuevamente. Que mejor maestro para resolver mis dudas que aquel que habia logrado resolverlas ya. Le seguí en silencio hasta lograr sentarme en aquella cúpula de madera y paredes que me impedía ver su rostro. Me escuchaba, claro que lo hacía eso yo ya lo sabia.

¿Y por donde comenzar? Cuando todo parece estar mal, inspire profundamente llenando mis pulmones con aquel aire liviano de la iglesia, repleto con el olor de cera quemada e incienso y claro estaba de seres arrepentidos aunque no estaba seguro que eso ultimo se pudiese oler. Mis manos jugueteaban nerviosas con los bordes de mi camisa y mis pies se mecían sobre el suelo produciendo un sonido gracioso indudablemente tocaba el piano pues mis manos oprimían como teclas mis piernas.

-Nose como explicártelo- comencé por pronunciar –antes de la abadía no conocía yo el pecado, me creía fuerte en mi ausencia de saber…pero aquí e descubierto lo difícil que es y temo que mi alma se este entregando al camino fácil…temo no ser digno de ejercer esta vocación- me lleve una mano al rostro oprimiendo estos diminutos ojos de gato que querían dar vida a la única muestra tangible de fragilidad.

-a veces me gustaría conocer más del mundo…pero yo se que esta mal…y eso es lo que me agobia, a veces desearía poder pasear por las calles y entrar a esos lugares que nos han dicho que están mal, me gusta ayudar a las personas…pero ¿y si París me muestra la tentación? Lo ha hecho ya y e salido a duras pensas…no quiero condenar mi alma…no quiero morir e ir al averno. Cumpliré cualquier penitencia…encerrare mi alma nuevamente si con eso logro purificarla- mantenía el rostro compungido pues sentía que mi interior se debatía entre seguir la vocación de los religiosos y emprender el camino de la rebelión del hombre y sin embargo mis conocimientos y mi vida entera me indicaban que de permitirme eso estaría condenado mi alma y no me atreví a buscar su mirada entre las rendijas que nos separaban porque ¿qué haría si en su mirada encontraba el rechazo y la desilusión? Sería peor que cualquier infierno.

por **Diodore Pomeroy** Mar Abr 12, 2011 2:32 pm

Esa era quizás la parte más difícil de la labor del sacerdote, siempre creí que juzgar los pecados de otros debía ser algo exclusivo de nuestro padre en los cielos, él en su infinita sabiduría tendría la sapiencia para poder sentenciar a pecadores y enardecer a los justos. Y ahí me encontraba yo en la confesión más difícil de todas, mi querubín me abría su corazón para contarme sus más profundos temores y anhelos. ¿Era yo digno para escuchar sus palabras? Me preguntaba mientras sus palabras fluían cercanas a mi oído y por unos momentos creí perderme y desaparecer, con la calidez de su aliento que me llegaba a través de las rendijas del confesionario.

La voz de mi querubín era aterciopelada y libre de toda maldad, me mecía como en un cántico apacible, como el hechizo de una bella diosa marina que osara lanzarme al mar para ahogarme. Por unos instantes perdí el hilo de la conversación para escuchar sólo la modulación de sus palabras.

Cuando su voz se acalló, yo volví de mi ensueño, volví al mundo real donde mis sueños no tenían cabida, en donde todo cuanto deseaba estaba mal. Arrugué la sotana entre mis dedos, buscando valor y las palabras correctas para hablar - Comprendo tus inquietudes y me parecería mucho más extraño... que no las tuvieras, porque somos humanos y eso es lo que hacemos, buscamos respuestas todo el tiempo, buscamos comprender el mundo y a nosotros mismos - Le expliqué y quizás mis palabras eran un tanto diferentes a lo que otro sacerdote le habría aconsejado, él era mi amigo, estaba confesándose conmigo y a él... yo le quería por encima del resto de personas aunque me engañara a mi mismo diciendo que amaba al prójimo sin importar quien fuera.

- Más que una penitencia... lo que creo que necesitas es ir conmigo al Burdel - Comenté, entrelazando entre mis manos los dedos como si se trataran de tenazas de cangrejo - Para escoger el camino de Dios, uno debe conocer primero al mundo y sus pecados, si se quiere ser fuerte en espíritu, hay que fortalecerlo con acciones, no sólo con oraciones... es por eso que prefiero ser misionero a párroco, estar entre la gente te hace reflexionar y encontrar a Dios en tu interior - Giré mi rostro y observé sus ojos, su mirada perdida en algún punto y la angustia reflejada en esas orbes de vanilla - Eh estado en muchos burdeles y he confesado a muchas mujeres que laboran dichos lugares... sus pecados no son tan diferentes a los de los puritanos que vienen a misa todos los días... en el fondo, todos sentimos miedo a no ser aceptados y a perdernos... ¿Pero sabes? Hablando con ellas y observando su mundo, aprendí a fortalecer mis principios... quizás quieras acompañarme al burdel la pasado mañana para hacer el servicio social- Concluí esperando de corazón haber aliviado un poco de su tormento.

por **Cyrille Vezier** Mar Abr 12, 2011 9:35 pm

Le voltee a ver, lo poco que alcanzaba a ver de el a través de la rejilla que como dédalo se alzaba entre nosotros turbando nuestros rostros, el suyo ahora lucia mucho mas alargado de lo que era en verdad y uno de sus ojos era imposible de ver y por un segundo sentí que pudo observar más allá de mis ojos y me sentí desnudo ante el -¿acompañarte al burdel?- trastabille, no hubiese sido normal haber aceptado dicha propuesta desde un inicio si desconocía en todo sentido lo que ese lugar resguardaba en su interior. Ni libro existente ni relato humano alguno me habían contado aun las cosas que los padres y los demás novicios se esmeraban en esconderlos y hacernos ciegos. Conocía por medio de la biblia y más allá de eso, nada.

-¿Qué voy a hacer yo en ese lugar? Si en mi vida e estado rodeado de mujeres estarlo ahora de suripantas-acalle al instante llevándome ambas manos a los labios, observando el suelo con fiereza y apretando los labios a la par ¡¿con que terrible adjetivo las había tachado?! Pedí perdón un trillar de veces en silencio y un trillar más de veces me lo negué ¡Que ser tan despreciable me habia convertido! Tachando a mis hermanas con los insultos que la sociedad les habia otorgado –yo lo lamento…no fue mi intención- y quizás había sido esa ofensa la que me indico que debía hacer caso a sus palabras y acompañarle la próxima vez que fuese al burdel. Y si en la casa del señor me habían intentado seducir ¿cómo sabría yo que no ocurriría lo mismo en aquel lugar de pecados y excesos? Yo estaría bien mientras Laurent estuviese conmigo sabia que nada malo podría pasarme a su lado.

-¿y si descubro entonces que mi alma anhela condenarse?- le cuestione en voz baja y sentí, porque mi garganta tembló, como las palabras parecieron emerger con alguna especie de incapacidad –te acompañare…- y solo porque el aseguraba que eso sería mejor que cualquier penitencia, aun así planeaba seguir mi propio régimen, aquel al cual había sometido a mi cuerpo y a mi mente con exhaustivas horas de meditación y rezos incontables, creía que en mi había solo un error, una acción que podría tacharme por demente, rezaba, y rezaba tanto cuando creía haber pecado que los labios se me agrietaban y comenzaban a sangrar, rezaba hasta que dolía para recordar no volver a hacerlo. Y no era yo alguna clase de trastornado hombre las gárgolas no me hablaban ni escuchaba voces donde no las había pero confiaba en que esa acción me recordarse no volver a pecar.

-te acompañare porque en ti confió y no pondré ningún pero a tus palabras, hare caso en todo lo que me pidas, te prometo que asi será-y sin embargo no quería salir de aquella caja de madera en la cual comenzaba a sentirme seguro, no quería verle de frente ¿qué podría pensar ahora de mi? Estreche mi espalda contra la pared de madera sin decir más nada esperando solo que pudiese atraerme nuevamente al rebaño antes de que tropezara al abismo.

por **Diodore Pomeroy** Mar Abr 12, 2011 10:13 pm

La palabra inclusive hirió mis propios oídos, tales improperios no deberían salir de los labios de un joven como él. Uno no debía sentir desprecio por otro mortales, por muy pecadores y desagradables que pudiesen ser, eso lo tenía muy claro. Esos dos años de trabajo comunitario y social me habían ensañado mucho más que lo que podría haber aprendido encerrado en la abadía. ¡Ni una década sería comparable!.

-Todos somos hijos de Dios – Comencé a decir cuando el chico terminó de hablar, una sonrisa se dibujaba ahora en mis labios, comenzaba a sentirme mucho más seguro de mis propias palabras, me sentía como un verdadero sacerdote, ayudándo a otros con mis palabras, la satisfación que me embargaba se sentía genial – Y Jesus dijo “El que esté libre de pecado, que lance la primera piedra” cuando el pueblo juzgaba a Maria Magalena ¿Porqué Jesus no la desprecio por pecadora? Porque hay que odiar el pecado pero amar al pecador, el amor es la fuerza que lo cambia todo y es el mismo amor el que cura hasta las almas más impuras -

Me alegré profundamente al escuchar que iría conmigo, una visita al burdel le haría ver las cosas desde otra perspectiva, recordaba como había sido para mi la primera vez que había entrado en tal lugar, uno nunca está del todo preparado para afrontar ese tipo de ambientes, sobre todo cuando uno a crecido en un lugar en el que todo es bueno, solemne y puro, rodeado de gente que piensa como tu, con el apoyo de los demás a tu alrededor.

-Será una gran prueba para ti...- Continué asintiéndo con la cabeza - lo es aún para mi, por eso me esmero en hacer trabajo social con ellas, porque son hijas del señor como todos, también tienen derecho a redimirse y siento que mi labor en este mundo es más efectiva si puedo trabajar con personas que se han desviado del buen camino ¿Quieres confesar algo más? - Le pregunté, puesto que no quería hablar de los detalles de la visita al burdel en el confesionario sino en la comodidad de la casa cural o inclusive en algún lugar fuera de la iglesia.

por **Cyrille Vezier** Mar Abr 12, 2011 10:44 pm

Decidí entonces tras escuchar su sermón, que no saldría de aquel lugar sino bien entrada la noche, cuando nadie pudiese verme y decir y adivinar la clase de monstruo que era y la clase de persona que aparentaba ser. Asentí ante sus palabras comprendiendo y aun más conociendo de ante mano lo que decía. Quise desaparecer en ese instante y conocía la forma correcta de hacerlo. Deje a mi cuerpo resbalar por la silla desapareciendo de su vista y la de cualquier persona pero me observaba aun a aquel que me daba miedo ahora ver, porque Dios estaba en todos lados y aun en aquel lugar donde me sentía a salvo del resto el posaba en mi sus ojos omnipresentes de ternura y sabiduría y su padre abogaba por mi, que no era un ser tan despreciable que tenia aun una oportunidad y la aprovecharía así como Jonás lo había hecho después de haber sido devorado por la ballena.

-quiero confesar…- susurre apoyando los pies cubiertos por las sandalias sobre la puerta de la diminuta capilla para impedirle a todos lograr abrirla, no merecía ser visto por nadie y era por ello que me encontraba ahora tumbado sobre el suelo para que ni por la rendija pudiese asomar esencia de mi ser -…¿puedo permanecer aquí?- mantenía las manos sobre el estomago y el cuello tan doblado que seguramente en breve comenzaría a punzar, le pregunte como si de alguna forma esperaba que su respuesta fuese un si, le pregunte como si en efecto pudiese ser eso posible más bien sabia yo que necesitaban de aquel lugar para confesar a las demás personas, si alguien se habia percatado que en su interior yacia el sacerdote la fila no tardaría en hacerse presente y quizás aquello seria una buena noticia, me daría tiempo de salir corriendo del lugar y regresar a mi hogar donde nadie me esperaba sino solo el arrumbado piano, tocaría hasta quedarme dormido, tocaría para no pensar.

-si me permites quedarme aquí te prometo no hacer ruido, acomodar todo antes de irme y venir a ayudar todos los domingos antes y después de la eucaristía, si me permites quedarme aquí te prometo hacer servicio todos los días y venir a rezar también- tenia toda una lista de cosas que haría si me permitía quedarme aquí, si me permitía quedarme aquí le amaría toda la vida.

por **Diodore Pomeroy** Miér Abr 13, 2011 10:47 am

Tengo que reconocer que no me esperaba tal petición ¿Porque querría Cyrille permanecer en el confesionario aún después de acabada la confesión? No lograba encontrarle el sentido mientras escuchaba sus palabras, su voz parecía trémula e insegura y por lo que apenas lograba ver a través de los agujeros en la madera, su rostro lucía consternado. Quizás era demasiado haberle pedido ir al Burdel conmigo, la palabra y a entonación déspota que había usado para denominar a esas pobres hijas del señor, connotaba una clara aberración hacía ellas y su profesión.

Mi querubín debía estar confundido, debatiéndose entre ese odio y desprecio interior que tenía por ellas. Me resultaba un tanto difícil comprenderlo, porque nunca sentí ese tipo de sentimientos hacía ellas o hacía otros pecadores, quizás se debiese a mi cuna humilde, a diferencia de mi Cyrille yo había crecido en las calles, entre la suciedad y la pobreza, estaba de alguna manera más cercano a esa realidad de mi ciudad y de mi gente.

Por el contrario él había crecido entre sedas y buena comida, privado de la verdad, encerrado en una jaula de porcelana. Ahora comenzaba a arrepentirme de haberle propuesto tal cosa, seguramente era demasiado para él. - Puedes quedarte aquí tanto como necesites - Fue entonces mi respuesta - Si alguien quiere venir a confesarse, diré que el servicio de confesiones comenzará a partir de mañana ya que estoy ocupado adaptándome a la agenda del Padre Asrael -

Mentir no era precisamente de santos ni devotos, pero en esos momentos era cuestión de prioridades y muy a mi pesar comenzaba a darme cuenta de que Cyrrile volvía a estar en el TOP número 1 de mi lista y comenzaba a temer que inclusive, ese puesto se lo estuviera compartiendo con el mismísimo Jesucristo, a quien yo había jurado entregaría mi alma.

- Estaré por aquí cerca si me necesitas - Finalizé y me levanté del asiento, pensando en dar una vuelta al rededor de la catedral para ir acostumbrándome al nuevo oficio que tendría.

(( creo que seguiré en primera persona con este chico ))

por **Cyrille Vezier** Miér Abr 13, 2011 12:41 pm

-gracias- y nada más salió de mis labios como si bajo algún hechizo se hubiesen sellado para no decir más nada nunca más y en el silencio lograría encontrar quizás la absolución de mis pecados, y en la soledad mi alma se purificaría para ser nuevamente elegida para yacer en los cielos junto al altísimo y aguardaría cien años en el purgatorio si después de esa fecha seria capaz de acceder por la puerta de Pedro y los motetes se alzarían hasta mis oídos como suaves melodías de lo que alguna vez fue mi vida y los serafines y querubines compondrían el coro celestial instruido por el sochrante, conocería entonces la gracia del señor solo después de la muerte, la redención.

No supe bien cuando o como mis pensamientos pasaron a otro plano y mi cuerpo yacio vacio, como yace cuando uno duerme pero este sueño era diferente yo podia sentir y sentía en otro lugar pues en otro lugar yacia, los verdes campos de amapolas y crisantemos reían y bailaban ante el hálito primaveral y me invitaban a bailar y reir con ellos, mi usual vestimenta habia sido suplida por aquella túnica blanca que en antaño Teva me colocaba para dormir, aquella de algodón y fresco aroma a almendras y bajo mis pies las flores y el césped se arrebujaban formando figuras, amplios círculos blancos, diminutos triángulos rosas, inmensos mares de manchas moradas.

En el alto cielo azul de bóveda ahora parda las nubes creaban figuras y el viento como queriendo jugar con ellas las deformaba mostrando a mis ojos historias de seres mitológicos y grandiosos, ángeles y espadas, demonios y lanzas, la vida repleta de verdades y mentiras contadas por las nubes de algodón. Comencé a girar como si mi vida dependiese de eso, con los brazos extendidos para tocar el fresco aire y los pulmones repletos de naturaleza y paz fue entonces, entre mis vueltas y alegría que tropecé. Caí sobre el suelo que ante mis manos era ahora como el grafito, observe mejor y los campos de flores no era ya coloridos, en el cielo no bailaban las nubes de algodón y el aire no era fresco, las verdades se habían apagado y ante mis ojos no quedaba más que desolación.

Un legamoso rio de fuego se encontraba ante mi, un rio que se volvió laguna para convertirse después en un mar, el calor que de el manaba hacia exudar a mi cuerpo un sudor inusual, un sudor tan cálido como el aire que quemaba ya mi piel, los nenúfares eran ahora plantas de espinas y hojas muertas el suelo de breña no permitía crecer a nada más en aquel lugar y al ver más alla donde los ojos comenzaban a doler por el fulgor de lo que ahora parecía más lava que otra cosa salía prominente de entre el humo negro que expedía un farallón lejano y en el se posaba un abyecto ser de rostro deformado, como si el mismo calor lo hubiese derretido ya como a un muñeco de cera.

Retrocedí, porque ante el temor no se puede más que retroceder y mientras yo me alejaba el extraño ser se acercaba, caminando sobre la lava como si de esta hubiese emergido, una ahilada y lacrimosa voz comenzó a tañer mis oídos “entrégate” susurraba despacio, entrégate, repitió gritando y de haber podido seguramente había desgarrado mi pecho y tomado mi alma por cuenta propia pero eso no era asi de fácil, no se podía ultrajar sino otorgarse a justa causa, yo no planeaba entregarle nada y como si hubiera leído mi mente siguió resonando en mi cabeza, arrebujándose en mis sienes para hacerlas estallar.

Quise entonces regresar al campo de flores y fresca brisa pero había cometido ya una traición a mi padre, le había creído inferior a otras cosas superfluas. Gire mi cuerpo solo para encontrarme de frente con aquel ser de procedencia desconocida, y en sus ojos no vi nada pues dos cuencas vacías destellaban en el, sus labios se entreabrieron y de ellos mano el mas fétido de los olores y la voz más dulce que jamás habré escuchado y después de decir lo que no me permite repetir coloco sus manos sobre su cuerpo y la tela antes blanca se pinto de negro y gris y comenzó a arder como una alta hoguera las lenguas de fuego acariciaban ahora mi rostro y como gotas de agua o cera mi piel comenzó a caer, desprendiéndose del cuerpo para dejarlo desnudo.

Cai directo al mar de fuego, cai de vuelta al mundo eterno.

Abrí los ojos encontrándome en una extraña posición, con las piernas rígidas sobre el suelo, como si hubiese pateado la pared, el cuello me dolia a montones y no supe bien cuanto tiempo me habia ausentado ni que mi cuerpo en mi ausencia habia hecho. Me limpie con rapidez el rostro sudoroso y las lagrimas que habían comenzado a correr, toque mi cuerpo para reconocerlo y aunque estaba caliente no quemaba, la carne seguía en su lugar y ninguna voz resonaba en ese sitio. Me senté sobre el suelo temblando y apretando bien los parpados intente idear, no me estaba volviendo loco, no, no me estaba volviendo loco. Mi mente intentaba cuidar mi cuerpo, mi cuerpo intentaba condenarnos a todos.

Sujete el rosario que llevaba siempre del cuello entre mis manos y rogándole a cada santo existente por su cuidado sali del encierro de madera clamando su nombre en voz baja –Laurent- como si en esas tres silabas pudiese encontrar el perdón.

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