Una venta más que peligrosa [Libre]

Después de lo ocurrido en el bosque no dormí por la noche. No dejé de dar vueltas en la cama preguntándome qué debía hacer. Una parte de mí deseaba seguir el consejo de aquella extraña persona y escapar lejos, donde nadie pudiera encontrarme. Pero eso supondría abandonar el señorío a su suerte y, por otro lado, necesitaba saber que mi padre estaba bien.

Los primeros rayos del sol se colaron por los ventanales de mi alcoba. Pero eso, no fue suficiente para arrancarme de las sabanas de mi lecho. Fue, Matilde, que irrumpió en la estancia abriendo la puerta de sopetón.

-¿A qué se debe esta visita inesperada, Matilde? ¿Su marido no es suficiente para usted?

Matilde me miró con el ceño fruncido, como tenía acostumbrado hacer cuando una de mis bromas la frustraba. Acto seguido, abrió los ventanales dejando que la luz del sol me cegara los ojos.

-Como está la servidumbre hoy...-me quejé incorporándome escudriñando.

La señora Matilde, era una vieja amiga de la familia. Había servido a nuestros señores desde mucho antes de mi nacimiento, de ahí a que sus facciones ya empezaran a caracterizarla como a una anciana. Desde que tengo uso de razón, ella había sido como una madre para mí, a pesar de que en nuestra familia, el trato hacia la servidumbre no era especialmente grata; con Matilde era diferente. Ella siempre se había preocupado por mi salud y por mis problemas. Se había convertido una persona de confianza, y se había ganado el respeto de la familia con los años. Así que, aunque no fuera de la nobleza, manteníamos un trato cordial hacia ella. Y en consecuencia, se tenía que tragar mis absurdas bromas infantiles.

-Señorito Rousseau, tiene usted que estar enseguida en el salón principal, su padre desea hablar urgentemente con usted-dijo antes de marcharse por donde mismo había entrado.

Después de vestirme y asearme, bajé al salón en busca de mi padre. No tardé en encontrarlo en su característico asiento, en el que pasaba normalmente, todos los inviernos sentados. Su aspecto, era realmente enfermizo, los achaques de la edad y de las guerras no habían pasado desapercibidos para él.

-¿Me buscaba, padre?

-¿Es qué no te han ensañado modales? –carraspeó.

-Buenos días -contesté bajando la mirada avergonzado-no era mi intención, no he tenido una buena noche.

-Necesito que vayas al mercado para vender un cerdo a los Normant.

Si algo de especial tenía nuestra familia, aparte de nuestras tierras, era nuestra crianza de cerdos. Especialmente útil en épocas de invierno, cuando la gente celebraba fiestas comiendo carne.

-Pero, padre, ¿y nuestro porquero?

-Ha tenido que quedarse en casa, su mujer está enferma y a punto de dar a luz.

Si algo había de peculiar en mi familia, era la humanidad que albergaba en nuestros corazones. Siempre que nuestra servidumbre lo necesitaba, les dejábamos los días libres que necesitaran para estar con sus familias. En consecuencia, me tocaba a mí hacer ciertos recados que no acostumbraba a hacer. Además, ir con un cerdo hasta el mercado no era tarea fácil. Para empezar, no olían bien, y eso no iba demasiado acorde con mi estatus. Pero aún así, eso nunca nos había importado. Las habladurías siempre nos pasaban por alto a los Rousseau. Sabíamos que hoy hablarían, pero mañana lo olvidarían.

Sin más preámbulos, me preparé para partir al mercado. Por desgracia tendría que compartir coche con un cerdo, pero esperaba que para cuando llegara al mercado, me hubiese acostumbrado a su pestilencia.

Una vez allí, pedí a nuestro cochero que descansara hasta medio día mientras me encargaba de la venta. Quizá hubiese algo más interesante que hacer en el mercado. Tenía la corazonada de que hoy, iba a ser un día especial.

Me acerqué hasta el puesto de los Normant, en el que solían vender hortalizas y les mostré el puerco que tenía atado con una soga. Pero algo inesperado ocurrió cuando íbamos a realizar la transacción. El regordete animal escapó causando estragos por todo el mercado. Sin pensármelo dos veces, lo perseguí con audacia. La cantidad de personas que había en el mercado, dificultaba la tarea de búsqueda, aunque no perdí en ningún momento de vista al animal, parecía que este corría y se escabullía con agilidad. Pero era demasiado grande para pasar desapercibido. Cuando al fin lo alcancé me abalancé sobre él con todo mi cuerpo para detenerlo. Éste me arrastró varios metros hasta que se detuvo frente a un puesto de mercado que no sufrió la misma suerte que el resto. Até de nuevo la soga con la que lo había traído a su cuello y me incorporé para ver los destrozos. Sin lugar a dudas, me caería una buena por esto. Los mercaderes estaban bastante cabreados volviendo a poner sus puestos en orden, algunas personas se quejaban por haber caído al suelo tras mis empujones y otras no dejaban de maldecir.

-Lo siento –me disculpé con una inclinación de pecho, con la esperanza de que fuera suficiente para todos.
Cuando me quise dar cuenta, mi ropa estaba hecha girones, sucia y maloliente.

"Perfecto, ¿qué puede salir peor?"

Estaba claro, que mi corazonada, no había sido del todo desacertada, el día, había sido especial sin duda.

Mientras el hombre contestaba a su pregunta, Alaric se detuvo a observar a un grupo de hombres situados en la barra que alzaban la voz por encima de todas las demás, entonaban cánticos de guerra y se tambaleaban de un lado a otro. Por un momento, su vida se vio reflejada en la posibilidad de ser uno de aquellos hombres aventureros. Vivían de día como querían, bebían de noche y poseían a las mujeres que deseaban. Una vida, que sin duda, se apetecía interesante.

El muchacho volvió a centrarse en el hombre, que cual desconocido era, le ofrecía información sobre su vida sin demasiadas contemplaciones. Lo más curioso de todo era que ni si quiera se sabía su nombre. ¿Cómo se dirigiría a él? ¿Cantinero? ¿Señor tabernero? ¿Hombre que hablaba con los cerdos?

Le extrañó mucho que el hombre tuviese semejante trabajo, cuando parecía más bien un hombre aventurero que viajaba de un lado a otro conociendo mundo: un mercante, un sicario tal vez, o un trovador…

-Oh, no tiene porqué disculparse –puntualizó dándole un trago a la cerveza-. Por cierto, aún no me ha dicho su nombre.

Una vez más, la doncella se pasó por la mesa para ver si estaban bien servidos. La cerveza del desconocido casi estaba vacía y la de Alaric estaba a la mitad, aún así la muchacha se preocupó en preguntar si querían otra ronda. Como era de esperar, y al ver que la conversación estaba siendo placentera, el muchacho asintió a la propuesta. Ya que, parecía que se quedarían mucho más tiempo hablando.

-La verdad, es que siento curiosidad, espero no ser entrometido. ¿Qué le pasó con su familia que tuvo que buscar otro trabajo?

La vida del hombre le parecía más que interesante. Puesto que él siempre había vivido la misma vida, sin cambios bruscos, sin emociones… Todo siempre estaba planificado para él, a excepción de la pérdida de su madre, que fue bastante inesperada. Hasta ahora siempre había vivido como un noble de alta cuna que no necesita trabajar para ganarse su oro. Servir a su país y cumplir con sus promesas familiares. Eran las dos cosas más importantes en su vida. Cosa que no parecía demasiado para un joven que aspiraba a vivir grandes aventuras, que aspiraba a conocer todas las historias de los trovadores, que aspiraba a ver mundo.

Le dio un gran trago a la cerveza nuevamente mientras escuchaba con interés la historia de Schiffer. Lo de que no era de Italia, se lo había olido desde el primer momento, ya fuera por el aura que desprendía, su expresión diferente o simplemente por su forma de ser.

Alaric sintió una especie de nudo en el estómago, pero quería conocer el final de la historia, y no lo interrumpió.

Cuando Eerin puntualizó su odio hacia su pasado, conmovió al joven Alaric. Aunque ambos parecían haber vivido historias diferentes, habían perdido a personas importantes en su vida. Y eso, era algo que no se olvidaba.

-Lo siento –se disculpó por su atrevimiento-. Si le soy sincero. El ejército es una de las formas que tengo de huir de esta amargada vida. Mi madre falleció por enfermedad hace ya varios años. Mi padre, que se niega a aceptar su muerte, ha cargado todo su peso en mí. De modo que me ha comprometido con una joven de grandes títulos para asegurar que sus dominios continúan a salvo tras su muerte. El ejército me brinda la oportunidad de escapar de todo eso sin tener ningún pretexto. Servir a mi país y ayudar a mi gente es lo único que mantiene mi cabeza ocupada. Es más, estoy deseando que me manden al frente a luchar. Pero algo me dice que mi padre, está interrumpiendo en ello para que nada pueda estropear su estúpido matrimonio concertado. Es un asco de vida… Una aburrida vida…

Era la primera vez que contaba con pelos y señales toda su historia de forma tan escueta. Hasta él mismo estaba sorprendido por las propiedades de la bebida que embriagaba su garganta. Aquello, era un completo manjar para sus pensamientos. Por un momento, se sintió libre de culpa de todo, se sintió inhibido por la energía del líquido y desprovisto de sus mayores temores. La sensación le encantaba. Estaba feliz.

-Dígame, ¿y vos no tenéis mujer? -Volví a darle otro trago intenso a la cerveza.

Alaric escuchó con atención mientras degustaba su bebida con gran satisfacción. Se pasó varios segundos en silencio, sin esperarlo, ya que normalmente solía ser un gran hablador. Esta vez estaba aportando toda su atención al muchacho, una atención que no todo el mundo sabía captar en el muchacho noble. Incluso él, estaba sorprendido de la curiosidad y del interés que se le había despertado hacia el extraño desconocdio.

Estaba totalmente de acuerdo con su forma de ver a las mujeres, de hecho, así se lo habían enseñado en su familia. Su madre, por ejemplo, también había sido muy especial en su vida. Era la única capaz de entender a su muchacho. Por ello, sólo era capaz de compartir sus secretos con ella. De hecho, solo se dejaba tocar por ella, las otras mujeres las veía más distantes. Diferentes. Como si no tuviera demasiado interés en ellas, más que el que representaban. Dar vida a los seres humanos.

Efectivamente, eran hermosas, pero al igual que las rosas, portaban espinas que dañaban a los hombres en miles de ocasiones. Al menos, eso le había contado su Tío, cuando le relató la leyenda de su tía fugitiva. La cual, había escapado portando en su vientre un hijo varón bastardo. Aquella idea siempre había alucinado a Alaric, de hecho a veces quería hacer lo mismo que su tía, huir lejos y desaparecer de todas las atarduras sociales.

El inesperado consejo cogió a Alaric desprevenido. Sorpendentemente, parecía haberle leído el pensamiento. Por ello, no pudo contestar rápidamente, sino que se detuvo a observar la expresión de su compañero. Buscando en su interior, algún deje de confianza que le ayudara a tomar su decisión.

-La verdad es que... no sé qué hacer... -dio otro trago a su cerveza-. Me gustaría escapar de todo esto, poder decidir sobre mi vida, pero... mi consciencia no me lo permitiría, mi padre... -hice una pausa para ordenar mis pensamientos-, no podría abandonarlo, me sentiría mal conmigo mismo, al fin y al cabo, es mi familia y... les debo la vida.

Volvió a mirar a su compañero, en busca de algún consejo que pudiera servirle para tomar su decisión. Por otro lado, buscar a su tía, era otra de sus ideas para escapar. Quizá ella, que consiguió sobrevivir, pudiera abrirle el camino que buscaba. Sólo necesitaba eso, respuestas. Sólo respuestas.

Mejor guardar secretos oscuros
La luz, daña La verdad
Horrible es, un monstro es lo que
Vez…