Cuando una serpiente se siente amenazada es peligrosa [Libre]

Ella había despedido a su madre hacía unos días, partiendo en un tren de carga que no tenía ni el menor cuidado con la anatomía de los humildes pasajeros que confiaban en sus ruedas de fuego como medio de transporte.

Ella se había topado con un tropel que de respeto por los desamparados poco sabía o si lo sabía, no sería precursor de ese principio, por lo que la ayuda a su ventana no había llegado para encontrar un lugar confiable en el cual encontrar trabajo.

Ella había vagado sin rumbo por las calles parisinas sin importarle que sus destrozadas sandalias no protegieran sus empobrecidos pies, permitiendo que el frío piso empedrado devorara su piel y que el caminar se volviese un doloroso desafío que perduraría hasta la noche.

Ella había… dejado todo por venir a Paris en busca de oportunidades que no fueran el comercio sexual, ¿y todo para qué?, ¿para terminar vagando solitaria por las húmedas calles?
Tulipe no podía quitarse la incertidumbre del rostro. Un día en París y ya quería volver, porque no existía esperanza para una muchacha pobre, sin educación y además sin el suficiente valor como para imponerse. Estaba acostumbrada a estar bajo las alas de su madre, su protectora al nivel de agredir su autonomía y eso se traducía en esa tarde.

Se sentó contra una desierta, abrazando su pecosa tez con sus manos. Tenía que pensar en dónde iba a dormir. Le había jurado a Jesucristo que nunca caería en la bajeza de optar por el camino fácil, por lo que el burdel era un “no” tajante y menos quería correr riesgos buscando un techo que guardara más peligros que en el exterior.

—Madre, yo sólo espero que no te hayas equivocado —pensó con nostalgia, convenciéndose de que su progenitora sabría qué hacer— No puedo volver, ya es demasiado tarde. Dios mío, ¿adónde voy?

Tulipe, la inocente Tulipe sentía que la ciudad de París tenía algo que la hacía volverse más pequeña. La falta de luz podía ser una razón, la que le daba la ilusión de estar más desorientada de lo que realmente estaba; la abundante cantidad de gente que había podía provocar que se sintiera sola, que no era importante que respirase; el querer tanto surgir y que la impotencia del primer día opacara su ilusión.

Una tibia lágrima que al principio amenazó con caer, cumplió con su compromiso y rodó desde la línea que definía el contorno de su respingada nariz hasta palpar sus labios para que éstos permaneciesen callados, para no llorar.

De pronto, la manceba se sobresaltó al escuchar ruidos poco religiosos entre las murallas de un callejón cercano. Abrió sus ojos más de lo normal, cuestionándose a qué se debían esos suspiros desgarradores que no cabían en el cuerpo de su emisora, como si en cualquier momento su alma pudiese escapar en una exhalación involuntaria.

—Pero… ¿qué? —se preguntó inquieta mientras se ponía de pié con brusquedad y los gemidos se tornaban ya desmoralizados— ¿En qué lugar me he venido a meter?

Parecía que la joven que gritaba se encontraba a mitad de un frenesí insaciable como la codicia del hombre, un sentimiento que Tulipe desconocía, que a Tulipe la amilanaba. La doncella se apegó al crucifijo de su bolsillo con fuerza, como si éste le prometiera que todo pasaría pronto, como cuando tenía una pesadilla que daba indicios de ser eterna, pero sólo era eso, un sueño.

Silencio. El silencio volvió a llenar las calles nuevamente, pero esa calma era traicionera y Tulipe lo olía. Era como una bomba de tiempo que había comenzado a correr, saltándose los segundos para que el fatal desenlace ocurriera más pronto. Ella no quería, ¡no quería!
Unos mortales pasos rompieron con la mudez de la noche, aproximándose a la salida del callejón con un sonido que aparentaba ser normal, pero que estremecía el ambiente al punto de erizar las pieles inocentes. La tez de Tulipe no era la excepción. Una ráfaga recorrió su sangre, implorándole a la joven que huyera, que se ocultara, porque lamentaría quedarse o tal vez… no tendría tiempo para lamentarse.

Agradeció al señor que su peso reducido y la ligereza de sus pies para avanzar casi sin ruido detrás de un conjunto de barriles. No pensó, sólo actuó al entrar a uno de ellos. Era su única salida, pues no conocía la ciudad y tomar cualquier camino engañoso, podría costarle más de lo que hubiera estado dispuesta a perder.

Finalmente, la respiración agitada resultó ser la de ella misma.