Al ladrón!!!(Victoria)

Samuel Bennet, quinto conde de Hartland, había sido enterrado en el cementerio de Montmartre por expreso deseo suyo, así se había señalado en su testamento. Pero ¿cómo iba a saber él que sería asesinado en el lugar que tanto había amado en vida? ¿Estaría revolviéndose en la tumba por aquella razón? Victoria no había podido hacer nada, salvo obedecer todos y cada uno de los puntos que se indicaban en el testamento, rogando porque, a pesar de lo que había ocurrido, Samuel desease seguir siendo enterrado en aquel lugar.

Samuel había amado Francia, Paris había sido un segundo hogar para él, quizá se debiese a su parte francesa, su parte materna, o quizá simplemente a su alma bohemia y revolucionaria. Había pasado la mayor parte de su infancia y adolescencia en Paris y solo al alcanzar la edad adulta había regresado a Londres. A Victoria siempre le había gustado el leve acento francés que Samuel poseía, que sólo se permitía sacar cuando sus barreras caían, cuando estaba en casa. Normalmente cuando acudía a veladas o fiestas, hablaba un inglés perfecto, sin rastro de acento, aunque, una vez lo sabías, podías notar la forma un tanto forzada.

Era doloroso tener a alguien que habías amado tanto tan lejos de casa, pero a veces los deseos del amado están por encima de los tuyos propios. Casi tres años sin poder visitar su tumba, aquel era el tiempo que había pasado sin hacerlo. Por un lado, había sido una especie de alivio porque estaba segura de que no hubiese podido ir, debido al dolor que apretaba su pecho; pero por otro lado, había sido doloroso no poder ir a visitarlo ni llevarle flores. Oh, el dolor seguía siendo tan grande aún…

Ahora estaba allí, frente a la tumba en el lujoso panteón en el que estaba el cuerpo de Samuel. Y seguía sintiéndolo lejos, tan lejos de ella… en aquella tumba no había nada de Samuel, salvo unos huesos que no conservaban ni la esencia de su amado. Nada. Todo seguía doliendo del mismo modo pese a los años que habían pasado. En ese momento, más que nunca, deseó encontrar a los artífices de toda aquella desgracia. A los asesinos que habían osado apartarlo de su lado. Más que nunca, sintió el sabor de la venganza en la lengua, deslizándose por su garganta.

-Oh, Samuel, yo… -dejó de hablar cuando escuchó un sonido que sólo podía ser producto de una carrera. Escuchó unas botas golpeando el suelo con fuerza y el sonido de respiraciones agotadas por la carrera.

¡Oh, Dios! ¡Venían a por ella! Iba a acabar con ella del mismo modo que habían acabado con Samuel y… ¡ella aún no había conseguido su venganza! No podía permitirlo. No podía.

Se movió con rapidez y se escondió detrás de un ángel alado de piedra envejecida por el tiempo, agazapándose para que no la viesen. Agradeció al cielo el hecho de que llevase un traje oscuro y una capa negra cubriéndola. De repente, la carrera cesó y escuchó el sonido de una voz. No entendió lo que dijo, pero supo que se trataba de la voz de un hombre. Un golpe y después un gruñido. Luego el sonido de monedas golpeando el suelo y de nuevo aquella voz. Otra carrera.

Y silencio.

Contuvo la respiración y se movió para mirar por encima de las alas del ángel, incapaz de permanecer más tiempo escondida sin mirar.

Ahogó un gemido cuando el rostro del hombre que estaba recostado contra una tumba y respiraba de forma jadeante se volvió hacia ella. El primer pensamiento que vino a su cabeza fue echar a correr, pero parecía que se había quedado pegada al suelo porque era incapaz de dar un mísero paso.

¡Oh, dios santo! Esa sensación debía de ser pánico. ¿Acaso aquel rostro que la miraba sería el mismo rostro que Samuel había visto antes de ser asesinado?

El corazón palpitaba a toda velocidad en su pecho. Pum-pum. En sus oidos. Pum-pum. Latía en sus sienes y en la base de su cuello. Pum-pum.

Observó cómo se levantaba con cierta dificultad y camina hacia ella un tanto renqueante. No parecía amenazador, pero… ¿qué sabía ella de la apariencia que tendría un asesino?

-¡No se acerque! –su voz retumbó en el silencio del cementerio.

Siguió observándolo de forma desconfiada, pero advirtió que algo mal le pasaba, caminaba de forma lenta y finalmente se dejó caer contra una de las tumbas, jadeante, apretándose el costado con la mano. Victoria se mordió el labio inferior, ¿y si ese hombre había sido la víctima y no el verdugo?

Empezó a moverse con cierto recelo y poco a poco fue saliendo de detrás de la escultura en piedra del ángel. Se envolvió mejor con la capa que llevaba y dio unos pasos hacia el hombre… de forma insegura.

-¿Qué ha pasado, monsieur? –se detuvo cuando se encontraba a unos cuatro metros de él.

Advirtió cómo se apretaba el costado malherido y su rostro se contraía en una mueca de dolor. Debía tener alguna costilla quebrada, sino más, por el modo en el que se movía y se apretaba el costado. Si estaba malherido no podía hacerle nada, ¿cierto?

Se mordió el labio inferior mientras avanzaba más hacia él. Bajo la capa, apretaba tan fuerte las manos que se le habían dormido y la tensión mantenía rígido todo su cuerpo, haciendo que el corazón le palpitase en las sienes.

Volvió a detenerse cuando la punta de sus zapatos casi rozó una de las botas del hombre, que seguía en el suelo recostado contra una de las tumbas. De repente, el hombre soltó una carcajada y Victoria frunció las cejas, interrogante, ¿acaso estaba loco?

Vio el brillo de las perlas del collar que mantenía apretado en un puño.

-¿Puedo hacer algo por usted?