AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
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El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
22 de febrero de 1800
5:30 pm
5:30 pm
“La educación es algo admirable, sin embargo, es bueno recordar, que nada que valga la pena se puede enseñar”
Oscar Wilde
Se sentó en el parque familiar, las damas caminaban con elegante fluidez y algunas madres caminaban con sus niños hablando con otras damas, un par de caballeros hablaba animadamente de negocios en alguna banca perdida, era un lugar elegante y por suerte su ropa era lo suficientemente buena como para no ser mal visto. Toda esa gente parecía provenir de lo que se llamarían “buenas familias” la mayoría alardeaba pero entre le murmullo y el acento al que recién se acostumbraba era poco lo que podía entender. Hablando frente a frente no tenía demasiado problema, apenas un par de palabras que se perdían de su vocabulario pero definitivamente escuchando una conversación ajena apenas y podía atrapar algunas palabras entre las oraciones. No le preocupaba especialmente, no había razón para que se sintiese atraído hacia asuntos que no le concernían, pero le hacia preguntarse cuanto se esforzaban sus interlocutores para hacer las palabras más claras y fluidas, para que el pudiese entenderles con la menor dificultad posible.
Respiro profundo y hecho la cabeza atrás en la banca blanca, comenzaba a acostumbrarse a ser desconocido en un lugar nuevo, llevaba ya cerca de dos meses en aquella situación, viajando de un lugar a otro… al principio había parecido extraño y había llegado a arrepentirse de aquellos viajes, pero después de las últimas experiencias creía correcto lo que hacía, era un joven que había vivido recluido en un monasterio toda su vida, a pesar de su educación y de la aparente sensatez que lo acompañaba dudaba que el mismo pudiese asumir el poder sobre el principado con total tranquilidad y experiencias, deseaba conocer los lugares que había visto en libros tantas veces a lo largo de su enseñanza y ahora que era libre lo haría, después de un año regresaría a su país y asumiría con gusto todas sus obligaciones. De momento se mantenía informado por telégrafo y cartas, avisaba cuál sería su siguiente ciudad a visitar y esperaba a que la carta llegase, entonces nuevamente avisaba y viajaba a la siguiente ciudad. Su hermana parecía estar haciendo un buen trabajo manteniéndolo informado, no había sabido de su existencia hasta hacía apenas unos meses, pero le había tomado rápidamente cariño, ella parecía una joven social y encantadora, podía perfectamente desenvolverse entre la corte.
Se levantó echando su cabello atrás, estaba algo despeinado, no había tenido demasiado cuidado esa mañana al arreglar su aspecto. Daria un paseo por ahí, no esperaba conocer a nadie ese día, especialmente con tantas familias alrededor, cada una en su asunto.
-tal vez debería tomar un trago…- murmuro para si mismo, aunque no hablaba de alcohol, esa era un área que aún no exploraba, al igual que los lugares que visitaba, conocía la bebida y su composición por la enseñanza que había recibido, pero el probarla no era aún una experiencia a la que se hubiese sometido, igual que las ciudades pasadas alguna vez no habían sido más que papel en sus manos, ahora eran recuerdos vividos en su mente.
Respiro profundo y hecho la cabeza atrás en la banca blanca, comenzaba a acostumbrarse a ser desconocido en un lugar nuevo, llevaba ya cerca de dos meses en aquella situación, viajando de un lugar a otro… al principio había parecido extraño y había llegado a arrepentirse de aquellos viajes, pero después de las últimas experiencias creía correcto lo que hacía, era un joven que había vivido recluido en un monasterio toda su vida, a pesar de su educación y de la aparente sensatez que lo acompañaba dudaba que el mismo pudiese asumir el poder sobre el principado con total tranquilidad y experiencias, deseaba conocer los lugares que había visto en libros tantas veces a lo largo de su enseñanza y ahora que era libre lo haría, después de un año regresaría a su país y asumiría con gusto todas sus obligaciones. De momento se mantenía informado por telégrafo y cartas, avisaba cuál sería su siguiente ciudad a visitar y esperaba a que la carta llegase, entonces nuevamente avisaba y viajaba a la siguiente ciudad. Su hermana parecía estar haciendo un buen trabajo manteniéndolo informado, no había sabido de su existencia hasta hacía apenas unos meses, pero le había tomado rápidamente cariño, ella parecía una joven social y encantadora, podía perfectamente desenvolverse entre la corte.
Se levantó echando su cabello atrás, estaba algo despeinado, no había tenido demasiado cuidado esa mañana al arreglar su aspecto. Daria un paseo por ahí, no esperaba conocer a nadie ese día, especialmente con tantas familias alrededor, cada una en su asunto.
-tal vez debería tomar un trago…- murmuro para si mismo, aunque no hablaba de alcohol, esa era un área que aún no exploraba, al igual que los lugares que visitaba, conocía la bebida y su composición por la enseñanza que había recibido, pero el probarla no era aún una experiencia a la que se hubiese sometido, igual que las ciudades pasadas alguna vez no habían sido más que papel en sus manos, ahora eran recuerdos vividos en su mente.
Fernando de Castilla- Realeza Española
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Re: El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
Dresde, capital del Ducado de Sajonia, ciudad cortesana del Alto Elba y urbe a más de trescientas millas de su lugar natal, Mannheim, el centro del Condado-Principado libre del Palatinado del Rin y localidad a la que no tenía intención de regresar, no de momento. Las calles y amplias avenidas se extendían para dar forma a una de las poblaciones con más almas de aquel Sacro Imperio del que formaba parte, decoradas no sólo con vegetación o motivos geométricos en el entramado de sus suelos, sino, sobretodo, con los magníficos edificios que lograban suscitarle envidia, pues su ciudad no contaba con dichos fastuosos monumentos. Ambas catedrales, la católica de la Santísima Trinidad y la luterana de Nuestra Señora, emplazadas cerca, cerca, pero separadas, como paralelismo de una realidad en la que dos confesiones hermanas se hallaban enfrentadas hasta el punto de crear un conflicto que ya duraba casi tres siglos; la Residencia de Dresde, el Palacio Japonés o el Zwinger, impactantes construcciones que sólo eran la cúspide de la amplia gama que el lugar podía ofrecer al expectante espectador y que hacían al muchacho prometerse que, algún día, el Palatinado seguiría los pasos de Sajonia y tendría una capital que sobrepasara a todas las demás en la antigua Germania, rivalizando incluso con Viena o Berlín, en vez de contar con ciudades de provincia que superaran en esplendor a esta primogénita.
El Augustusbrücke, el puente de Augusto, cruzaba el amplio Elba en medio de un panorama sin igual, aunque el frío dificultaba el disfrute de dicho placer, pues la región no contaba con la dicha de un clima agradable en aquellas latitudes, algo de lo que el Medio Rin sí podía vanagloriarse. Allí era donde el heredero al condado renano se encontraba, enfundado en un abrigo de decente grosor con el que intentaba protegerse del viento que se dirigía sin pudor o remilgo alguno a chocar contra él. El muchacho venía de ejercitarse en un cobertizo al norte del río y se dirigía de vuelta a la posada donde se hospedaba y, dado que aquella era la actividad que le había ocupado, había retirado el sudor que quedó pendiente en su piel en un baño de agua templada, la cual aún permanecía en su cabello en buena manera, ya que ni con toalla había logrado deshacerse de ella. Si no llegaba pronto a su destino, el joven era consciente de la probable pulmonía que adquiriría. Tras atravesar la Ciudad Vieja, el camino que le restaba era mínimo, pero debió sentirse demasiado hastiado de la congelación de su cráneo, pues, casi en un violento movimiento, viró para dirigirse a un establecimiento cuyo cartel rezaba Kneipe, lo que otros leerían como taberna, en un formato que simulaba la cabeza de un puerco, haciendo así referencia a su nombre, ”Der froh Eber”, El cerdo feliz. Sin embargo, aquella oscilación no sólo logró variar su rumbo, sino que, además, le descubrió una imagen que le llamó, inconscientemente, la atención. Dicha figura no era sino la representación desdibujada de su verdadero aspecto, debido a la leve malformación ocular que el muchacho sufría, la llamada miopía, por la cual aquel hombre no se presentaba tan claramente como el chico hubiera deseado para desentrañar el motivo de dicha captación. Pese a todo, algo sí pudo distinguir y fue, al margen de su altura y su algo alborotado cabello castaño, esa mirada que se le antojaba clara, ayudando a crear en él un aura interesante, casi felina. Sea como fuere, el muchacho volteó de nuevo su rostro para terminar de cruzar la calle y empujar la puerta de madera, la cual chirrió sobre sus goznes al girar.
El interior del lugar le recibió con una luz anaranjada que correspondía perfectamente con el agobiante calor que se respiraba, casi pesadamente, y con el jovial ambiente, repleto de conversaciones con una fuerte presencia del dialecto sajón. Su intención no era quedarse demasiado tiempo, tampoco iniciar conversación alguna, aunque dudaba que se negase a entablar alguna si alguien se lo proponía, tan sólo llenar su estómago con amarga cerveza hasta que su pelo se secase por completo, algo que no pensaba que se postergaría demasiado a causa de la temperatura. Dicho aquello, Ludwig Tobias Wittelsbach se sentó en un taburete frente a la barra para pedir el alcohol deseado al oriundo tabernero, como un parroquiano más, como tampoco quería que fuera de otra forma.
El Augustusbrücke, el puente de Augusto, cruzaba el amplio Elba en medio de un panorama sin igual, aunque el frío dificultaba el disfrute de dicho placer, pues la región no contaba con la dicha de un clima agradable en aquellas latitudes, algo de lo que el Medio Rin sí podía vanagloriarse. Allí era donde el heredero al condado renano se encontraba, enfundado en un abrigo de decente grosor con el que intentaba protegerse del viento que se dirigía sin pudor o remilgo alguno a chocar contra él. El muchacho venía de ejercitarse en un cobertizo al norte del río y se dirigía de vuelta a la posada donde se hospedaba y, dado que aquella era la actividad que le había ocupado, había retirado el sudor que quedó pendiente en su piel en un baño de agua templada, la cual aún permanecía en su cabello en buena manera, ya que ni con toalla había logrado deshacerse de ella. Si no llegaba pronto a su destino, el joven era consciente de la probable pulmonía que adquiriría. Tras atravesar la Ciudad Vieja, el camino que le restaba era mínimo, pero debió sentirse demasiado hastiado de la congelación de su cráneo, pues, casi en un violento movimiento, viró para dirigirse a un establecimiento cuyo cartel rezaba Kneipe, lo que otros leerían como taberna, en un formato que simulaba la cabeza de un puerco, haciendo así referencia a su nombre, ”Der froh Eber”, El cerdo feliz. Sin embargo, aquella oscilación no sólo logró variar su rumbo, sino que, además, le descubrió una imagen que le llamó, inconscientemente, la atención. Dicha figura no era sino la representación desdibujada de su verdadero aspecto, debido a la leve malformación ocular que el muchacho sufría, la llamada miopía, por la cual aquel hombre no se presentaba tan claramente como el chico hubiera deseado para desentrañar el motivo de dicha captación. Pese a todo, algo sí pudo distinguir y fue, al margen de su altura y su algo alborotado cabello castaño, esa mirada que se le antojaba clara, ayudando a crear en él un aura interesante, casi felina. Sea como fuere, el muchacho volteó de nuevo su rostro para terminar de cruzar la calle y empujar la puerta de madera, la cual chirrió sobre sus goznes al girar.
El interior del lugar le recibió con una luz anaranjada que correspondía perfectamente con el agobiante calor que se respiraba, casi pesadamente, y con el jovial ambiente, repleto de conversaciones con una fuerte presencia del dialecto sajón. Su intención no era quedarse demasiado tiempo, tampoco iniciar conversación alguna, aunque dudaba que se negase a entablar alguna si alguien se lo proponía, tan sólo llenar su estómago con amarga cerveza hasta que su pelo se secase por completo, algo que no pensaba que se postergaría demasiado a causa de la temperatura. Dicho aquello, Ludwig Tobias Wittelsbach se sentó en un taburete frente a la barra para pedir el alcohol deseado al oriundo tabernero, como un parroquiano más, como tampoco quería que fuera de otra forma.
Ludwig Tobias Wittelsbach- Realeza Germánica
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Re: El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
Entro al local y el ruido y la temperatura algo mas elevada en el interior lo golpearon, las personas parecían ajenas a su presencia y lo agradeció, el llamar la atención sobre su persona no era una de las cosas que deseare en esos momentos, le gustaba la forma en la que se había desarrollado su viaje hasta aquellos momentos, de forma tranquila y sin interrupciones.
Caminando entre la gente se acerco a donde estaba un joven de cabellos oscuros y rostro agradable, apuesto. Miro su alrededor, donde los hombres parecían enfrascados en sus conversaciones, todos bebían licor(o eso le pareció).El que no había pasado hasta ahora vez alguna por su boca... no estaba muy seguro de que deseara pasar por esa experiencia aun, especialmente cuando no tenia mucha idea del tipo de bebida que se servia en aquel lugar. Su mirada regreso sobre el joven... parecía no demasiado mayor a el, posiblemente tuviesen la misma edad.
-disculpe- llamo intentando obtener algo de su atención y procurando que el acento en sus labios fuese lo suficientemente similar como para que sus palabras tuviesen sentido- ¿puedo sentarme?- señalando el sitio al lado del joven, el chico estaba solo, esperaba no molestar. Desgraciadamente para el, aunque era cierto que había estudiado sobre los lugares a los que visitaba no era plenamente consciente de los modales o las formas de aquella gente, sus costumbres le eran ajenas y a menudo tenia que tomarse un par de minutos para identificar que cosa pertenecía a que lugar.
Se paso tranquilamente una mano por los cabellos alborotados, debía hacer algo con eso, no podía ir por ahí dando una imagen desobligada cuando esperaba ser recibido en un lugar ajeno a su patria, su apariencia ya era lo suficientemente diferente, añadiendo los modales y el acento, como para agregar un aspecto descuidado.
Caminando entre la gente se acerco a donde estaba un joven de cabellos oscuros y rostro agradable, apuesto. Miro su alrededor, donde los hombres parecían enfrascados en sus conversaciones, todos bebían licor(o eso le pareció).El que no había pasado hasta ahora vez alguna por su boca... no estaba muy seguro de que deseara pasar por esa experiencia aun, especialmente cuando no tenia mucha idea del tipo de bebida que se servia en aquel lugar. Su mirada regreso sobre el joven... parecía no demasiado mayor a el, posiblemente tuviesen la misma edad.
-disculpe- llamo intentando obtener algo de su atención y procurando que el acento en sus labios fuese lo suficientemente similar como para que sus palabras tuviesen sentido- ¿puedo sentarme?- señalando el sitio al lado del joven, el chico estaba solo, esperaba no molestar. Desgraciadamente para el, aunque era cierto que había estudiado sobre los lugares a los que visitaba no era plenamente consciente de los modales o las formas de aquella gente, sus costumbres le eran ajenas y a menudo tenia que tomarse un par de minutos para identificar que cosa pertenecía a que lugar.
Se paso tranquilamente una mano por los cabellos alborotados, debía hacer algo con eso, no podía ir por ahí dando una imagen desobligada cuando esperaba ser recibido en un lugar ajeno a su patria, su apariencia ya era lo suficientemente diferente, añadiendo los modales y el acento, como para agregar un aspecto descuidado.
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Re: El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
El chico no se había percatado de la sed que le invadía hasta que el dorado líquido tocó sus labios, o quizás ésta no había hecho acto de presencia hasta dicho momento. De una u otra manera, pronto, un tercio del contenido de la jarra metálica había desaparecido por sus gruesos labios para caer por su garganta, directo al estómago, donde la sangre repartiría sus efectos depresores por todo el cuerpo. Una algo basta expresión de saciedad surgió de sus labios, negando cualquiera posibilidad de buenos modales en el muchacho. Sin embargo, a pesar de las apariencias, había recibido y asimilado una buena educación, sólo que aquel no era un momento para guardar las formas, en especial teniendo en cuenta que, entonces, no deseaba ser el segundo hijo del Maximilian Joseph von Wittelsbach, o, al menos, ser reconocido como tal.
De pequeño había detestado las fiestas y reuniones de las clases dirigentes, esa aristocracia que, lujosa y despilfarradora, se mostraba tan sobria y contenida. No pocas veces había asistido a ellas con los brazos cruzados y el berrinche en su rostro, lo cual le valió no pocas discusiones con su padre y largos castigos a cumplir. Con el paso de los años había aprendido a ser más medido con sus expresiones y a controlar sus gustos, pero no fue hasta finalizada la pubertad que, por fin, pudiera hacerlo debidamente. Aún así, seguía evitándolas en la medida de lo posible, pues en Baviera, aunque se juntase con nobles, se dirigía con aquellos a tabernas o a encuentros tan cercanos, juveniles y varoniles, que el respeto se usaba para poco más que la mofa. ¿Qué pasaría a partir de ahora? Durante los últimos meses había estado tan ocupado con los asuntos de estado que no había tenido tiempo de divertirse, mucho menos en Mannheim, donde todos le conocían. ”El peso del cargo te está haciendo un aburrido” le decían algunos, y, en parte, él temía que tuvieran razón. ¿En qué se estaba convirtiendo y en qué se convertiría cuando fuese nombrado conde legalmente? El renano prefería no adivinarlo, al menos no aquella jornada.
El renano no tuvo más tiempo de una no combatida soledad en medio de aquel jolgorio, pues pronto una voz de extraño acento, que le delataba como foráneo, llegó a sus oídos, con la suficiente fuerza o cercanía para hacerle creer que él era el destinatario de aquellas palabras. Giró la cabeza y se percató de que no erraba, a pesar de que se sorprendiera por los rasgos que mostrase su interlocutor. Era el muchacho de antes, o así le decía su memoria, si no recordaba mal, aquel que, durante unos segundos, le había quitado el dominio de su cuerpo al hacerle pararse en seco.
- Desde luego – una pequeña sonrisa, que sólo pretendía mostrar amabilidad para corregir su expresión de asombro, se instaló por unos instantes en sus labios. Extendiendo el brazo, le invitó a que tomase asiento. El renano no sabía si quería compartir conversación y compañía con él o, sencillamente, descansar de estar de pies; sea como fuere, se arriesgó -. Me llamo Ludwig – se presentó extendiendo su mano derecha.
De pequeño había detestado las fiestas y reuniones de las clases dirigentes, esa aristocracia que, lujosa y despilfarradora, se mostraba tan sobria y contenida. No pocas veces había asistido a ellas con los brazos cruzados y el berrinche en su rostro, lo cual le valió no pocas discusiones con su padre y largos castigos a cumplir. Con el paso de los años había aprendido a ser más medido con sus expresiones y a controlar sus gustos, pero no fue hasta finalizada la pubertad que, por fin, pudiera hacerlo debidamente. Aún así, seguía evitándolas en la medida de lo posible, pues en Baviera, aunque se juntase con nobles, se dirigía con aquellos a tabernas o a encuentros tan cercanos, juveniles y varoniles, que el respeto se usaba para poco más que la mofa. ¿Qué pasaría a partir de ahora? Durante los últimos meses había estado tan ocupado con los asuntos de estado que no había tenido tiempo de divertirse, mucho menos en Mannheim, donde todos le conocían. ”El peso del cargo te está haciendo un aburrido” le decían algunos, y, en parte, él temía que tuvieran razón. ¿En qué se estaba convirtiendo y en qué se convertiría cuando fuese nombrado conde legalmente? El renano prefería no adivinarlo, al menos no aquella jornada.
El renano no tuvo más tiempo de una no combatida soledad en medio de aquel jolgorio, pues pronto una voz de extraño acento, que le delataba como foráneo, llegó a sus oídos, con la suficiente fuerza o cercanía para hacerle creer que él era el destinatario de aquellas palabras. Giró la cabeza y se percató de que no erraba, a pesar de que se sorprendiera por los rasgos que mostrase su interlocutor. Era el muchacho de antes, o así le decía su memoria, si no recordaba mal, aquel que, durante unos segundos, le había quitado el dominio de su cuerpo al hacerle pararse en seco.
- Desde luego – una pequeña sonrisa, que sólo pretendía mostrar amabilidad para corregir su expresión de asombro, se instaló por unos instantes en sus labios. Extendiendo el brazo, le invitó a que tomase asiento. El renano no sabía si quería compartir conversación y compañía con él o, sencillamente, descansar de estar de pies; sea como fuere, se arriesgó -. Me llamo Ludwig – se presentó extendiendo su mano derecha.
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Re: El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
]“Desde luego” que diferente podía llegar a sonar la voz humana con el simple hecho de estar impregnada con un acento extraño, con la simple pronunciación de las palabras ajenas a tu idioma…el joven frente a él le pareció diferente, solo un ademan, solo…el movimiento de su mano y puso notar esa… Por un momento recordó su primera visita a palacio. Criado en un monasterio a pesar de tener buenos modales y educación estricta se sentía carente de la pompa y elegancia que podía ver desbordarse en los miembros de la corte, recordaba haber pensado, por un irrisible segundo, que aquellas personas no gastaban en absoluto las suelas de sus zapatos. Cual tonto muchacho, aunque conocedor aun así ajeno a aquella vida había pensado que aquellas maneras podrían llegar a ser perfectamente prácticas. Los zapatos que regularmente remplazaba cada año podrían durarle tal vez dos… El pensamiento desde luego se había esfumado tal como habíallegado; los movimientos de aquella gente eran elegantes pero parecían desesperantemente lentos en ocasiones, el andar cadencioso y suave…diferente al firme y decidido de los monjes… andar que no auguraba ser nada provechoso en las tareas diarias, con ese pensamiento la realidad le había caído de golpe, sin importar la sangre en sus venas o su derecho de nacimiento… aquel no era su mundo, aquel era un sitio al que no pertenecía.
Había decidido salir en aquel viaje poco después de la coronación, había conocido a su hermana y aunque el descubrimiento de tener una melliza le llenaba de alegría había tardado un par de semanas en asimilarlo, la joven era elegante graciosa y bella, al parecer a diferencia de el había sido educada para ser una princesa, incluso ella a quien los lazos de sangre lo unían mas que a nadie en vida sobre la tierra… pertenecía a aquel mundo en el que él no podía encajar.
“Me llamo Ludwig” Una sonrisa tranquila se dibujo en sus labios y extendió la mano sosteniendo la ajena, la sintió fuerte, el sabia que sus manos eran callosas por el estilo de vida que había llevado. Se habíasorprendido la primera vez que había logrado sostener los dedos de su padre, eran aun mas duras que las suyas, los monjes simplemente le habían explicado, que como todo monarca o al menos uno que se respetara. Tenía entrenamiento militar. Era irónico que aquel hombre, que jamáshabía siquiera preparado su propia comida tuviese las manos de un trabajador.
-Fernando- la pronunciación en su nombre resalto claramente su habla española, una expresión amable se dibujo en su rostro, las sonrisas no aparecían fácilmente en el, pero tenia la capacidad de parecer afable y de buen humor aun sin ella.
Había decidido salir en aquel viaje poco después de la coronación, había conocido a su hermana y aunque el descubrimiento de tener una melliza le llenaba de alegría había tardado un par de semanas en asimilarlo, la joven era elegante graciosa y bella, al parecer a diferencia de el había sido educada para ser una princesa, incluso ella a quien los lazos de sangre lo unían mas que a nadie en vida sobre la tierra… pertenecía a aquel mundo en el que él no podía encajar.
“Me llamo Ludwig” Una sonrisa tranquila se dibujo en sus labios y extendió la mano sosteniendo la ajena, la sintió fuerte, el sabia que sus manos eran callosas por el estilo de vida que había llevado. Se habíasorprendido la primera vez que había logrado sostener los dedos de su padre, eran aun mas duras que las suyas, los monjes simplemente le habían explicado, que como todo monarca o al menos uno que se respetara. Tenía entrenamiento militar. Era irónico que aquel hombre, que jamáshabía siquiera preparado su propia comida tuviese las manos de un trabajador.
-Fernando- la pronunciación en su nombre resalto claramente su habla española, una expresión amable se dibujo en su rostro, las sonrisas no aparecían fácilmente en el, pero tenia la capacidad de parecer afable y de buen humor aun sin ella.
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Re: El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
Su interlocutor no parecía en realidad presto a exagerar sus emociones, lo cual hizo que él dudara de si contestaba por gusto o por una cortesía que ocultara sus verdaderos deseos. Desde luego, no quería molestar, pero los rasgos del foráneo no se habían configurado en ningún momento hacia el hastío o la inapetencia, por lo que se afianzó a su propia sonrisa pretendiendo desterrar su inseguridad, la cual ya había visto que comenzaba, tenuemente, a amenazarle.
El muchacho que tenía en frente era apuesto, sin duda, con unos rasgos algo afeminados, pero felinos y con tres puntos que atraían visiblemente la atención. Su par de ojos, de un azul claro, casi delataba una tranquilidad sosegada al tiempo que le conferían un aura de erudición; debajo de éstos, sus labios, más gruesos y definidos que los del renano, se veían rodeados de un incipiente vello que contrarrestaba esa sensación general que, aunque le pudiera ahembrar, constituía su algo exuberante atractivo. Ludwig no le notó altivo ni arrogante, pero tampoco excesivamente retraído, aunque todas estas consideraciones pudieran ser sólo origen de un engaño, preestablecido por el otro o a causa de un fallo en la percepción. Sea como fuere, quizás tuviera la oportunidad de descubrirlo.
- Si no le molesta… no es usted alemán, ¿cierto? – ni aún en esos momentos podía evitar inconscientemente, en cierta medida, las formas correctas, ya tan acostumbrado como estaba a ellas, por mucho que le pesara. Se hacía mayor, maduraba y el chico, aunque debiera sentirse respetable por ello, sólo hacía que verse más insulso y anodino -. Me refiero, su acento y su nombre no suenan de un nativo alemán – el prontamente conde volvió a ensanchar sus labios, intentando expresar con aquello la ausencia de malas intenciones. Después, volvió a llevar la superficie metálica a la boca, después de unos instantes en los que había olvidado que estaba agarrando aquel recipiente.
El muchacho que tenía en frente era apuesto, sin duda, con unos rasgos algo afeminados, pero felinos y con tres puntos que atraían visiblemente la atención. Su par de ojos, de un azul claro, casi delataba una tranquilidad sosegada al tiempo que le conferían un aura de erudición; debajo de éstos, sus labios, más gruesos y definidos que los del renano, se veían rodeados de un incipiente vello que contrarrestaba esa sensación general que, aunque le pudiera ahembrar, constituía su algo exuberante atractivo. Ludwig no le notó altivo ni arrogante, pero tampoco excesivamente retraído, aunque todas estas consideraciones pudieran ser sólo origen de un engaño, preestablecido por el otro o a causa de un fallo en la percepción. Sea como fuere, quizás tuviera la oportunidad de descubrirlo.
- Si no le molesta… no es usted alemán, ¿cierto? – ni aún en esos momentos podía evitar inconscientemente, en cierta medida, las formas correctas, ya tan acostumbrado como estaba a ellas, por mucho que le pesara. Se hacía mayor, maduraba y el chico, aunque debiera sentirse respetable por ello, sólo hacía que verse más insulso y anodino -. Me refiero, su acento y su nombre no suenan de un nativo alemán – el prontamente conde volvió a ensanchar sus labios, intentando expresar con aquello la ausencia de malas intenciones. Después, volvió a llevar la superficie metálica a la boca, después de unos instantes en los que había olvidado que estaba agarrando aquel recipiente.
Ludwig Tobias Wittelsbach- Realeza Germánica
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Re: El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
El sabia que era imposible que su acepto no fuese detectado, también era consiente de que tanto el tono como el timbre de su voz debían ser claramente diferentes al de los lugareños, el hecho de que estaba hablando una lengua ajena debía ser obvio y sin embargo, el que el joven preguntara si era alemán en vez de preguntar directamente sus orígenes le hizo sentir bien, como si de alguna forma su aprendizaje hubiesen sido suficiente como para acercarse un poco mas a la gente de aquel lugar.
-en efecto- asintió con expresión serena y amable- no soy alemán, de hecho soy español, notara que me acento es defectuoso y espero en dios mis palabras tengan algo ce coherencia, nisiquiera soy consiente de si mis palabras resultas entendibles o si suenan extrañas y sin sentido- hablo mas de lo normal, pero cuando estaba tranquilo era así, contradictorio pero cierto, cuando estaba tranquilo tenia por costumbre extender las explicaciones y hablar fluidamente y con detalle, a veces no en exceso pero a menudo estos iban aumentando conforme la conversación avanzaba, un habito que había intentado corregir. Completamente contrario a cuando estaba nervioso, ocasión en la que su lengua simplemente parecía no responder. No importase cuanto lo intentara, las palabras quedaban enredadas en su lengua y sus labios se volvían torpes.
Su mirada, esperaba que no descarada se paseo una vez mas por el joven frente a él, parecía algo mayor que el, pero no demasiado, debían ser aproximadamente de la misma camada, aunque había aprendido a no apresurar conclusiones a menudo las cosas no eran lo que parecían- le molesta si le pregunto que es lo que bebe?- dibujo un gesto en su cara, algo parecido a una sonrisa pero parecía demasiado leve como para clasificarla de esa manera – me confieso ignorante de las bebidas o la comida alemana.
-en efecto- asintió con expresión serena y amable- no soy alemán, de hecho soy español, notara que me acento es defectuoso y espero en dios mis palabras tengan algo ce coherencia, nisiquiera soy consiente de si mis palabras resultas entendibles o si suenan extrañas y sin sentido- hablo mas de lo normal, pero cuando estaba tranquilo era así, contradictorio pero cierto, cuando estaba tranquilo tenia por costumbre extender las explicaciones y hablar fluidamente y con detalle, a veces no en exceso pero a menudo estos iban aumentando conforme la conversación avanzaba, un habito que había intentado corregir. Completamente contrario a cuando estaba nervioso, ocasión en la que su lengua simplemente parecía no responder. No importase cuanto lo intentara, las palabras quedaban enredadas en su lengua y sus labios se volvían torpes.
Su mirada, esperaba que no descarada se paseo una vez mas por el joven frente a él, parecía algo mayor que el, pero no demasiado, debían ser aproximadamente de la misma camada, aunque había aprendido a no apresurar conclusiones a menudo las cosas no eran lo que parecían- le molesta si le pregunto que es lo que bebe?- dibujo un gesto en su cara, algo parecido a una sonrisa pero parecía demasiado leve como para clasificarla de esa manera – me confieso ignorante de las bebidas o la comida alemana.
Fernando de Castilla- Realeza Española
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Re: El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
Aquellos ojos alemanes se clavaron por unos instantes en los gemelos, azules y ajenos, como si ahora los viese de manera sutilmente diferente. Debía ser por el repentino conocimiento, pues, en realidad, no tenía predilección alguna por esos lugares al sur de los Pirineos, aunque mucho menos sentía deprecio por ellos. España, tierra de historia, pueblos, culturas y, sobretodo, paladina de la Iglesia católica, esa que, pese a desconocerlo, con el paso del tiempo se convertiría en una de sus más acérrimas enemigas. Sin embargo, a pesar de todo, el chico no podía ni sospechar el alto rango que el otro ostentaba en aquel país latino y, por lo tanto, su mirada se tornó extrañada, pues, aunque el pueblo teutón tenía especial lugar entre los consumidores y productores de aquel brebaje, aquella era una de las bebidas alcohólicas más extendidas. Sin duda, resultaba amarga, pero también era suave y se deslizaba con facilidad al estómago, algo que a algunos no les deparaba bien, a juzgar por su final estado.
- Cerveza; cerveza Bockbier – especificó él, refiriéndose a aquel tipo que se elaboraba en la Baja Sajonia y con una graduación superior -. ¿Nunca la ha probado? – realmente le extrañaba aquello, pues Fernando no parecía ser tan joven y el uso de la bebida malteada estaba muy extendido entre las clases medias y bajas de toda Europa, desterrada, eso sí, de las mesas con pretensiones de demostrar grandeza, que preferían el caldo de uva.
El germano se disponía a continuar su intervención, seguramente para ofrecerle una invitación a degustar algún plato típicamente sajón, pero, por suerte o por desgracia, algo le impidió cometer tamaña imprudencia. Fue un retazo de conversación, en una mesa perdida, lo que llamó su atención, apenas un nombre seguido del apellido de una de las familias gobernantes por aquel oriente alemán.
- Sí, el futuro duque de Gotha, de ese hablo – aseguró un parroquiano a su contertulio -, Friedrich Alexander, creo que se llama – al tiempo que su conversación avanzaba, una viva imagen, que correspondía al rostro de quien hablaban, le asaltó. Aquel Alexander, miembro de la dinastía Wettin, era el heredero del Ducado de Sajonia-Gotha-Altenburg, pero, lejos de eso, al renano le rememoraba una etapa terminada años atrás y alrededor de un mes compartiendo sábanas con aquel. Sus ojos se perdieron en algún lugar a la derecha y, azorado, sus mejillas cogieron apenas un leve rubor, como si acabara de haber sido descubierto en alguna falta -. Dicen que le descubrieron en los aposentos de los criados, junto al mozo de cuadras; ya sabes, ”ligeros de ropa” – aquel que hablaba mostró una evidente sonrisa que se transformó en carcajada cuando el otro escupió al suelo, asqueado por cuánto se estaba desviando la nobleza últimamente, haciendo de las naciones europeas un hazmerreír y una deshonra.
El gesto abochornado del joven, pronto se torció en preocupación, pues el futuro duque, aunque hubiera perdido el contacto con él, aún era una de sus amistades y, obviamente, le tenía en aprecio, fruto tanto de una mutua afinidad y amistad como por los sentimientos surgidos del placer carnal. Secreto, desde luego, era, pero eludir reacciones físicas a su estado resultaba algo complicado.
- Creo que debiera salir un momento – se disculpó él, levantándose de su asiento, sin sonrisa en el rostro ni fuerza para sostener la mirada, temiendo que ésta le delatara. Dejó una moneda sobre la mesa y giró sobre sus talones. La puerta de salida chirrió poco después y la brisa fresca del exterior le acogió. Ludwig inspiró profundamente aire y lo soltó de manera lenta mientras apoyaba la espalda contra la pared. El muchacho se comenzó a tranquilizar, ahora en un lugar más abierto y alejado del bochornoso ambiente interior, tan viciado. Una culpa que no sabía si debía aceptar comenzó a acosarlo, pues había abandonado al español de forma demasiado brusca y sin explicaciones, aunque la excusa verídica era imposible de formular. El Wittelsbach volvió a llenar sus pulmones, evaluando si debía regresar al interior o seguir su camino hacia la Residenzschloss, el palacio ducal.
- Cerveza; cerveza Bockbier – especificó él, refiriéndose a aquel tipo que se elaboraba en la Baja Sajonia y con una graduación superior -. ¿Nunca la ha probado? – realmente le extrañaba aquello, pues Fernando no parecía ser tan joven y el uso de la bebida malteada estaba muy extendido entre las clases medias y bajas de toda Europa, desterrada, eso sí, de las mesas con pretensiones de demostrar grandeza, que preferían el caldo de uva.
El germano se disponía a continuar su intervención, seguramente para ofrecerle una invitación a degustar algún plato típicamente sajón, pero, por suerte o por desgracia, algo le impidió cometer tamaña imprudencia. Fue un retazo de conversación, en una mesa perdida, lo que llamó su atención, apenas un nombre seguido del apellido de una de las familias gobernantes por aquel oriente alemán.
- Sí, el futuro duque de Gotha, de ese hablo – aseguró un parroquiano a su contertulio -, Friedrich Alexander, creo que se llama – al tiempo que su conversación avanzaba, una viva imagen, que correspondía al rostro de quien hablaban, le asaltó. Aquel Alexander, miembro de la dinastía Wettin, era el heredero del Ducado de Sajonia-Gotha-Altenburg, pero, lejos de eso, al renano le rememoraba una etapa terminada años atrás y alrededor de un mes compartiendo sábanas con aquel. Sus ojos se perdieron en algún lugar a la derecha y, azorado, sus mejillas cogieron apenas un leve rubor, como si acabara de haber sido descubierto en alguna falta -. Dicen que le descubrieron en los aposentos de los criados, junto al mozo de cuadras; ya sabes, ”ligeros de ropa” – aquel que hablaba mostró una evidente sonrisa que se transformó en carcajada cuando el otro escupió al suelo, asqueado por cuánto se estaba desviando la nobleza últimamente, haciendo de las naciones europeas un hazmerreír y una deshonra.
El gesto abochornado del joven, pronto se torció en preocupación, pues el futuro duque, aunque hubiera perdido el contacto con él, aún era una de sus amistades y, obviamente, le tenía en aprecio, fruto tanto de una mutua afinidad y amistad como por los sentimientos surgidos del placer carnal. Secreto, desde luego, era, pero eludir reacciones físicas a su estado resultaba algo complicado.
- Creo que debiera salir un momento – se disculpó él, levantándose de su asiento, sin sonrisa en el rostro ni fuerza para sostener la mirada, temiendo que ésta le delatara. Dejó una moneda sobre la mesa y giró sobre sus talones. La puerta de salida chirrió poco después y la brisa fresca del exterior le acogió. Ludwig inspiró profundamente aire y lo soltó de manera lenta mientras apoyaba la espalda contra la pared. El muchacho se comenzó a tranquilizar, ahora en un lugar más abierto y alejado del bochornoso ambiente interior, tan viciado. Una culpa que no sabía si debía aceptar comenzó a acosarlo, pues había abandonado al español de forma demasiado brusca y sin explicaciones, aunque la excusa verídica era imposible de formular. El Wittelsbach volvió a llenar sus pulmones, evaluando si debía regresar al interior o seguir su camino hacia la Residenzschloss, el palacio ducal.
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Re: El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
Con que cerveza… el parecía decirlo como si fuese algo de lo mas normal, su rostro se inclino hacia un lado, solo un poco y una sonrisa comenzó a formarse en su rostro, el nunca había probado la cerveza, el sabia que tenia algo de resistencia al licor, los mojes lo tenían en el monasterio. De hecho la mayoría consumía alcohol, el habia logrado probar un poco en alguna ocasión sin que le hiciere efecto, conforme las veces pasaban consumían un poco mas. Aun no era un bebedor pero sabia que tenia cierta resistencia. Pese a todo esto, la cerveza jamas habia cruzado su paladar. El joven parecía disfrutarla asi que pensó pedir algo de la bebida.
Entreabrió los labios, las palabras se formaron en su mente mas nunca fueron formuladas, la expresión de su acompañante se turbo y lentamente se volvió incomoda, Fernando no fue capaz de despegar los ojos de aquel rostro, las emociones surcaron por el de forma casi abrumadora, era como ver un lienzo en blanco llenarse de repente de letras, una palabras tras otra. Emocion tras emoción. La sonrisa que casi se dibujaba en sus labios se borro hasta que no quedo atisbo alguno de la mueca. Finalmente un sonrojo cubrió el rostro de su improvisado acompañante y despues… nada, solo seriedad…distancia. Ludwig se levanto y cual tormenta se marcho sin dejar rastro, la incomodidad lo envolvió y miro a todos lados sin saber que hacer… el joven parecía preocupado. Pero era obvio que eso a el no le incumbía, tenia sed, tenia hambre y pese a todo sus ojos no se apartaban de la puerta. La luz natural del exterior casi le cegaba y el ni siquiera podía parpadear.
El impulso de seguir al joven le tenia entumidas las piernas y bajo la mirada, el no habia sido criado entre lujos pero aun asi habia recibido una buena educación, una intachable educación. El no podía ir e inmiscuirse en los asuntos de los demás. Una de sus manos se perdió entre sus cabellos y los movió nervioso alborotándolos. A os monjes siempre les habia gustado su cabello, de color indefinido a veces parecia brillar como el oro y a veces oscurecía como el ébano. Cuando se mostraba intranquilo, Federico, uno de los monjes siempre le tranquilizaba acariciando su cabeza, inevitablemente el habia adquirido ese habito, sus dedos iban a dar sin remedio a sus cabellos cuando los nervios, la indecisión, la vergüenza o la preocupación lo acechaban.
Lo penso varios segundos, el no debería seguirlo, pero le preocupaba, y si se habia sentido mal? Bueno no es como si el pudiese hacer algo si asi era, pero que tal si tenia un accidente con aquel rostro tan afectado?... de cualquier forma el no era tan fuerte como para ayudar, pero siempre podía conseguirle ayuda no? Claro Fernando seguramente la conseguirías, con lo mucho que conoces el país y el idioma eso seria pan comido.
-grrrr- gruño por lo bajo, era difícil que el rostro del muchacho expresara emociones, pero a menudo hacia pequeños ruidos característicos. A fin de cuentas decidió arriesgarse y se levanto caminando a la salida, aunque con lo que se habia tardado tal vez ni siquiera lo vie….ra….pese a lo que pensaba, Ludwig estaba ahí frente a el- veo que estas bien…- murmuro y no supo si lo dijo al otro o lo dijo para si mismo…
Entreabrió los labios, las palabras se formaron en su mente mas nunca fueron formuladas, la expresión de su acompañante se turbo y lentamente se volvió incomoda, Fernando no fue capaz de despegar los ojos de aquel rostro, las emociones surcaron por el de forma casi abrumadora, era como ver un lienzo en blanco llenarse de repente de letras, una palabras tras otra. Emocion tras emoción. La sonrisa que casi se dibujaba en sus labios se borro hasta que no quedo atisbo alguno de la mueca. Finalmente un sonrojo cubrió el rostro de su improvisado acompañante y despues… nada, solo seriedad…distancia. Ludwig se levanto y cual tormenta se marcho sin dejar rastro, la incomodidad lo envolvió y miro a todos lados sin saber que hacer… el joven parecía preocupado. Pero era obvio que eso a el no le incumbía, tenia sed, tenia hambre y pese a todo sus ojos no se apartaban de la puerta. La luz natural del exterior casi le cegaba y el ni siquiera podía parpadear.
El impulso de seguir al joven le tenia entumidas las piernas y bajo la mirada, el no habia sido criado entre lujos pero aun asi habia recibido una buena educación, una intachable educación. El no podía ir e inmiscuirse en los asuntos de los demás. Una de sus manos se perdió entre sus cabellos y los movió nervioso alborotándolos. A os monjes siempre les habia gustado su cabello, de color indefinido a veces parecia brillar como el oro y a veces oscurecía como el ébano. Cuando se mostraba intranquilo, Federico, uno de los monjes siempre le tranquilizaba acariciando su cabeza, inevitablemente el habia adquirido ese habito, sus dedos iban a dar sin remedio a sus cabellos cuando los nervios, la indecisión, la vergüenza o la preocupación lo acechaban.
Lo penso varios segundos, el no debería seguirlo, pero le preocupaba, y si se habia sentido mal? Bueno no es como si el pudiese hacer algo si asi era, pero que tal si tenia un accidente con aquel rostro tan afectado?... de cualquier forma el no era tan fuerte como para ayudar, pero siempre podía conseguirle ayuda no? Claro Fernando seguramente la conseguirías, con lo mucho que conoces el país y el idioma eso seria pan comido.
-grrrr- gruño por lo bajo, era difícil que el rostro del muchacho expresara emociones, pero a menudo hacia pequeños ruidos característicos. A fin de cuentas decidió arriesgarse y se levanto caminando a la salida, aunque con lo que se habia tardado tal vez ni siquiera lo vie….ra….pese a lo que pensaba, Ludwig estaba ahí frente a el- veo que estas bien…- murmuro y no supo si lo dijo al otro o lo dijo para si mismo…
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Re: El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
La mano en el pecho impulsándolo contra la pared; la dureza del frío muro arrancándole un jadeo; los verdosos ojos ajenos clavándose en los azul grisáceo propios; una mirada fiera, cargada de deseo y, aun así, contenida, consciente de la inexperiencia del renano. Tras unos segundos de exhalaciones agitadas, sus labios se lanzaron, presas y cazadores de los ajenos, movidos por una coordinación sólo fruto de una extraña conexión ajena a cualquier tratado científico, superando el plano terrenal para volcarse en uno más profundo. Mientras el beso se tornaba fogoso, desesperado, incapaz de saciar la sed de ninguno de ambos integrantes, la mano del otro descendió desde su peco hasta su cintura y, de ahí, se perdió en aquel sacrosanto territorio que debía conservar puro para evitar esa tentación a la que estaba permitiendo arrastrarle hacia el camino del pecado.
Ludwig arrugó la nariz al tiempo que agachó la cabeza, casi enfrentando su rostro al suelo. Tragó saliva e intentó vaga e infructuosamente apartar aquellos recuerdos que asaltaban su mente. Friedrich Alexander, su Alex, aquel que había llegado a entender sus gustos y sus más profundos deseos y, no contento con eso, compartirlos, fomentarlos y trabajarlos hasta hacerle explotar en un éxtasis de placer; aquel, ahora veía peligrar su posición y su prestigio por un error del que él no lo veía responsable. ¿En qué tenían ellos culpa, mortales, de las necesidades y los ruegos imperiosos de un cuerpo, en ocasiones más fuerte que una trastabillante mente? Y, sin embargo, él mismo trataba de seguir esos preceptos que le imponían mesura y recato; trataba, pues no siempre lo lograba.
Y allí estaba, presa del inclemente frío de invierno que, ahora, en comparación con el interior, hacía estragos en él, arrancándole un leve tiritar. Se sentía parcialmente impotente y preocupado en demasía, temeroso tanto por aquel como por sí mismo, pues compartía ese mismo cariz del que se le acusaba, falta imperdonable para el Dios cristiano y la mayoría de sus seguidores. A pesar de que aspiró profundamente hasta llenar sus pulmones y que, por lo tanto, se relajó sutilmente, no regresó al establecimiento, pues aún no se hallaba preparado para enfrentar miradas que, él sabía, podía ver acusadoras. No; debía evitar situaciones que pudieran despertar esa parte de él que construía especulaciones sobre falsas y exageradas bases, o difícilmente podría controlar su buen juicio. Sea como fuere, tampoco hubo necesidad de atravesar nuevamente aquel dintel, pues aquel, para él, extraño tono de voz volvió a llegar a sus oídos.
- Sí; no se preocupe – dirigió sus pupilas a las ajenas, sin rehuir el contacto -. Lamento haber salido con tanta premura. Me encontraba algo indispuesto – sonrió levemente, esperando que él achacara aquello a un estado más físico que anímico.
El intelecto del renano debió juzgar propio del momento tener pensamientos acerca de que aquel se hubiera preocupado por él, por su estado, pero lejos de considerarlo algo personal, por sentido común, prefirió achacarlo a una forma de ser empática con el prójimo. Nuevamente, quizás se equivocase en sus suposiciones.
- Permítame compensarle – continuó él, casi instintivamente, al tiempo que extendía su brazo hacia su derecha -. Acompáñeme; sé dónde podemos conseguir comida sajona y cerveza de mejor calidad; los gastos no corren a su cuenta – una tenue y amable sonrisa se marcó en la mitad inferior de su rostro. El futuro conde-elector no conocía el nivel social de su acompañante y de ahí sus palabras, pues no quería que el coste fuese un impedimento, no cuando él podía hacerles frente. Esperó su respuesta sin apenas moverse, insistiendo con la mirada.
Ludwig arrugó la nariz al tiempo que agachó la cabeza, casi enfrentando su rostro al suelo. Tragó saliva e intentó vaga e infructuosamente apartar aquellos recuerdos que asaltaban su mente. Friedrich Alexander, su Alex, aquel que había llegado a entender sus gustos y sus más profundos deseos y, no contento con eso, compartirlos, fomentarlos y trabajarlos hasta hacerle explotar en un éxtasis de placer; aquel, ahora veía peligrar su posición y su prestigio por un error del que él no lo veía responsable. ¿En qué tenían ellos culpa, mortales, de las necesidades y los ruegos imperiosos de un cuerpo, en ocasiones más fuerte que una trastabillante mente? Y, sin embargo, él mismo trataba de seguir esos preceptos que le imponían mesura y recato; trataba, pues no siempre lo lograba.
Y allí estaba, presa del inclemente frío de invierno que, ahora, en comparación con el interior, hacía estragos en él, arrancándole un leve tiritar. Se sentía parcialmente impotente y preocupado en demasía, temeroso tanto por aquel como por sí mismo, pues compartía ese mismo cariz del que se le acusaba, falta imperdonable para el Dios cristiano y la mayoría de sus seguidores. A pesar de que aspiró profundamente hasta llenar sus pulmones y que, por lo tanto, se relajó sutilmente, no regresó al establecimiento, pues aún no se hallaba preparado para enfrentar miradas que, él sabía, podía ver acusadoras. No; debía evitar situaciones que pudieran despertar esa parte de él que construía especulaciones sobre falsas y exageradas bases, o difícilmente podría controlar su buen juicio. Sea como fuere, tampoco hubo necesidad de atravesar nuevamente aquel dintel, pues aquel, para él, extraño tono de voz volvió a llegar a sus oídos.
- Sí; no se preocupe – dirigió sus pupilas a las ajenas, sin rehuir el contacto -. Lamento haber salido con tanta premura. Me encontraba algo indispuesto – sonrió levemente, esperando que él achacara aquello a un estado más físico que anímico.
El intelecto del renano debió juzgar propio del momento tener pensamientos acerca de que aquel se hubiera preocupado por él, por su estado, pero lejos de considerarlo algo personal, por sentido común, prefirió achacarlo a una forma de ser empática con el prójimo. Nuevamente, quizás se equivocase en sus suposiciones.
- Permítame compensarle – continuó él, casi instintivamente, al tiempo que extendía su brazo hacia su derecha -. Acompáñeme; sé dónde podemos conseguir comida sajona y cerveza de mejor calidad; los gastos no corren a su cuenta – una tenue y amable sonrisa se marcó en la mitad inferior de su rostro. El futuro conde-elector no conocía el nivel social de su acompañante y de ahí sus palabras, pues no quería que el coste fuese un impedimento, no cuando él podía hacerles frente. Esperó su respuesta sin apenas moverse, insistiendo con la mirada.
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Re: El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
Sus lagunas azules permanecieron tranquilas dibujando las formas del caballero que contrariado se erguía frente a el, a lo largo de los años habia visto mucho tipo de gente y cantidad inmedible de rostros, expresiones preocupadas, expresiones frustradas y las mas afortunadas con un cansancio satisfactorio, como el de aquel que ah recorrido un largo camino pero finalmente ah llegado a su destino. El hombre que observaba no era definitivamente uno de aquellos afortunados hombres, solo observarlos sus facciones dibujaban en su mente la imagen de un guerrero justo en medio de una fogosa batalla… irónico que el ser real que inundaba sus pensamientos fuese uno de apariencia mas bien elegante, calmada y rodeado por las inclemencias del frio.
La conciencia de la época en la que estaba le hizo llevar una de sus palmas a su brazo, intentando sin siquiera ser consiente del gesto hacerle entrar un poco en calor. Criado como lo habia sido eran prácticamente inexistentes aquellas ocasiones en que se permitía ser consiente de las necesidades reales de su cuerpo. El cual niño pequeño vivía mas de las impresiones que le causaba su mente, curioso de lo que le rodeaba en ocasiones se olvidaba del frio o los malestares, cual niño que corre lejos de su madre sin importarle la falta de abrigo, solo con el deseo precoz de conocer lo que el piensa que es el mundo.
Ludwig, como se había presentado aquel sujeto le hablo y sus palabras fueron llegando lentamente hasta el, su mente estaba ocupada en la visión del mismo en aquellos momentos y aunque entendió lo que le deia, tardo unos segundos en realmente aceptar el mensaje. El destello del conocimiento le golpeo y negó lentamente levantando una de sus manos hacia su interlocutor- no, descuide- el sujeto no parecía alguien que deseara compañía en aquellos momentos, habia salido de la taberna como alma huyendo del oscuro sin siquiera mirar atrás, estaba luchando contra algo contra lo que el no podia intervenir. Probablemente había sido un error salir tras el, pero al menos su alma estaba mucho mas tranquila en aquellos momentos, el joven parecía contrariado, algo frustrado o lo habia parecido en un principio, antes de que notara su presencia. De cualquier manera a pesar de su semblante también se veía entero, no mostraba indicios de aquellos que estaban apunto de caer, asi que se quedaba tranquilo- a veces mis acciones carecen de sentido o lógica, disculpe usted por el inesperado acoso- su rostro, como siempre carecía de sonrisas pero aun asi era una expresión suave y amigable- me hospedo en un viejo hotel al final de esta calle- no habia querido alejarse demasiado de donde se estaba quedando y siendo que no conocía realmente el lugar donde estaba había decidido quedarse ene el primer hotel que habia cruzado frente a el. Le gustaba creer que el creador sabia por que hacia las cosas y regularmente seguía su camino solo hacia el frente, tomando lo que se le ofrecía y avanzando, intentando que no quedasen remordimientos por sus acciones, las que tomaba y mas importante, las que decidía no tomar- tal vez otro dia en que se encuentre mejor pueda indicarme donde se encuentran esas delicias- hablo mientras agradecía la invitación un un leve gesto, apenas inclinando la cabeza- de cualquier forma, gracias por el ofrecimiento. Creo que hoy, intentare adivinar entre las opciones de este lugar- indicando de donde habida salido.
La conciencia de la época en la que estaba le hizo llevar una de sus palmas a su brazo, intentando sin siquiera ser consiente del gesto hacerle entrar un poco en calor. Criado como lo habia sido eran prácticamente inexistentes aquellas ocasiones en que se permitía ser consiente de las necesidades reales de su cuerpo. El cual niño pequeño vivía mas de las impresiones que le causaba su mente, curioso de lo que le rodeaba en ocasiones se olvidaba del frio o los malestares, cual niño que corre lejos de su madre sin importarle la falta de abrigo, solo con el deseo precoz de conocer lo que el piensa que es el mundo.
Ludwig, como se había presentado aquel sujeto le hablo y sus palabras fueron llegando lentamente hasta el, su mente estaba ocupada en la visión del mismo en aquellos momentos y aunque entendió lo que le deia, tardo unos segundos en realmente aceptar el mensaje. El destello del conocimiento le golpeo y negó lentamente levantando una de sus manos hacia su interlocutor- no, descuide- el sujeto no parecía alguien que deseara compañía en aquellos momentos, habia salido de la taberna como alma huyendo del oscuro sin siquiera mirar atrás, estaba luchando contra algo contra lo que el no podia intervenir. Probablemente había sido un error salir tras el, pero al menos su alma estaba mucho mas tranquila en aquellos momentos, el joven parecía contrariado, algo frustrado o lo habia parecido en un principio, antes de que notara su presencia. De cualquier manera a pesar de su semblante también se veía entero, no mostraba indicios de aquellos que estaban apunto de caer, asi que se quedaba tranquilo- a veces mis acciones carecen de sentido o lógica, disculpe usted por el inesperado acoso- su rostro, como siempre carecía de sonrisas pero aun asi era una expresión suave y amigable- me hospedo en un viejo hotel al final de esta calle- no habia querido alejarse demasiado de donde se estaba quedando y siendo que no conocía realmente el lugar donde estaba había decidido quedarse ene el primer hotel que habia cruzado frente a el. Le gustaba creer que el creador sabia por que hacia las cosas y regularmente seguía su camino solo hacia el frente, tomando lo que se le ofrecía y avanzando, intentando que no quedasen remordimientos por sus acciones, las que tomaba y mas importante, las que decidía no tomar- tal vez otro dia en que se encuentre mejor pueda indicarme donde se encuentran esas delicias- hablo mientras agradecía la invitación un un leve gesto, apenas inclinando la cabeza- de cualquier forma, gracias por el ofrecimiento. Creo que hoy, intentare adivinar entre las opciones de este lugar- indicando de donde habida salido.
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Re: El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
El devenir del tiempo, un proceso que acarreaba responsabilidad, una maduración que, llegando a la adultez, conllevaba una restricción personal más a la moral común y a las costumbres que a las propias necesidades. Se limitaban unas para saciar otras básicas, así como otras no tan imprescindibles, en pos de un supuesto bienestar u orden social que, en cualquier caso, rara vez llegaba a realizar a uno mismo de forma efectiva y correcta. Ni el joven Wittelsbach, ni el conde renano, ni el emperador germánico se librarían de ese sino, esa espiral que intentaría arrastrarle hacia el conformismo y la comodidad de no obligar al mundo a dejar de forzarle en contra de su natura. El muchacho estaba dispuesto a sacrificar su bienestar personal por sus ideales, siempre apoyando las bases que lo asentasen en una posición desde la que pudiera promover sus propósitos y cambiar la férrea y anticuada administración; al menos sí cuando otros no se propusieran desviarle o su cuerpo no se rebelase adquiriendo independencia y propios deseos.
Aunque aún era pronto para aquellos impedimentos, al menos en una amplia extensión, pues en la juventud esas normas se mostraban más laxas, sí que había faltas que no debían cometerse, pecados casi imperdonables a los que su físico y su subconsciente parecían querer dirigirle y que él ya había cometido en varias ocasiones, siendo la conclusión aquella situación en la que se hallaba. Poco a poco el sonrojo había ido desapareciendo de su rostro, pero, antes o después, acabaría siendo relegado por la preocupación; tan sólo esperaba que no aún, estando en compañía.
- No, no se preocupe; fue cosa mía por haberle dejado de aquel modo – reiteró su posición -. Sin embargo, no voy a insistir, aunque mi propuesta sigue en pie, al menos mientras siga en la ciudad – añadió él con una pequeña sonrisa -. Me gustaría acompañarle, pero lo cierto es que me esperan en otro lugar y ya me he entretenido suficiente – se excusó él, no mintiendo, pero sí ocultando su necesidad de encontrarse en soledad, aunque fuera por unos cuantos minutos, pues no procedía el ir pregonando su posición y su relación con el suceso que le había alterado. Lo cierto era que el muchacho le parecía agradable, algo que ya había comprobado físicamente, pero que confirmaba, o creía confirmar, en cuanto a personalidad. Que hubiera salido tras suya había sido un impulso que le denotaba en preocupación, por muy leve que ésta llegase a resultar, y por eso no quería dejarle nuevamente solo, pero casi sentía una necesidad hacerlo así -. Si en algún momento quiere cobrarse esa comida o solamente compañía, pregunte en palacio por mí – inclinó levemente la cabeza sin motivo alguno en realidad -. Adiós – una última extensión de sus labios precedió a que se separara de la pared y comenzara a andar a paso medio, sin prisa, pero sin poderse considerar un paseo su devenir. A pesar de que su figura comenzase a hacerse casi imperceptiblemente más pequeña en la distancia, se giró para, en tono algo más elevado, anotar un último dato, no por revelar su pertenencia a una de las casas más importantes de Europa, sino por insistir en volver a ver a aquel muchacho de ojos felinos -. Pregunte por Ludwig Tobias Wittelsbach – y, entonces, retomó la marcha.
Aunque aún era pronto para aquellos impedimentos, al menos en una amplia extensión, pues en la juventud esas normas se mostraban más laxas, sí que había faltas que no debían cometerse, pecados casi imperdonables a los que su físico y su subconsciente parecían querer dirigirle y que él ya había cometido en varias ocasiones, siendo la conclusión aquella situación en la que se hallaba. Poco a poco el sonrojo había ido desapareciendo de su rostro, pero, antes o después, acabaría siendo relegado por la preocupación; tan sólo esperaba que no aún, estando en compañía.
- No, no se preocupe; fue cosa mía por haberle dejado de aquel modo – reiteró su posición -. Sin embargo, no voy a insistir, aunque mi propuesta sigue en pie, al menos mientras siga en la ciudad – añadió él con una pequeña sonrisa -. Me gustaría acompañarle, pero lo cierto es que me esperan en otro lugar y ya me he entretenido suficiente – se excusó él, no mintiendo, pero sí ocultando su necesidad de encontrarse en soledad, aunque fuera por unos cuantos minutos, pues no procedía el ir pregonando su posición y su relación con el suceso que le había alterado. Lo cierto era que el muchacho le parecía agradable, algo que ya había comprobado físicamente, pero que confirmaba, o creía confirmar, en cuanto a personalidad. Que hubiera salido tras suya había sido un impulso que le denotaba en preocupación, por muy leve que ésta llegase a resultar, y por eso no quería dejarle nuevamente solo, pero casi sentía una necesidad hacerlo así -. Si en algún momento quiere cobrarse esa comida o solamente compañía, pregunte en palacio por mí – inclinó levemente la cabeza sin motivo alguno en realidad -. Adiós – una última extensión de sus labios precedió a que se separara de la pared y comenzara a andar a paso medio, sin prisa, pero sin poderse considerar un paseo su devenir. A pesar de que su figura comenzase a hacerse casi imperceptiblemente más pequeña en la distancia, se giró para, en tono algo más elevado, anotar un último dato, no por revelar su pertenencia a una de las casas más importantes de Europa, sino por insistir en volver a ver a aquel muchacho de ojos felinos -. Pregunte por Ludwig Tobias Wittelsbach – y, entonces, retomó la marcha.
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Re: El ruiseñor con vestidos de seda:Ludwig Tobias Wittelsbach:
Asintió y su cuerpo reacciono por si solo, el joven decía que tenia otro compromiso que se marchaba y su cuerpo se paro derecho, sus manos al frente unidas y bajo la cabeza lentamente, despidiéndole con una bendición y solo a medio gesto noto que era algo que le habia sido indicado debía dejar de hacer, peor que esperaban que hiciera? Que de la noche a la mañana toda la educación que había recibido durante toda su vida desapareciera simplemente por el bien de las apariencias? “Debes mostrar ante todo orgullo y dignidad” el comenzaba a sentirse cada vez mas a disgusto con su nueva posición lo cual era un sentimiento nuevo, infinitamente nuevo. En el monasterio jamás se habia sentido tan a disgusto, una palabra podía describir su estancia ahí y esa era ‘paz’ dentro de aquellas paredes, sin el poder, sin el lujo, sin el dinero. Ahí dentro las cosas siempre habían sido mas tranquilas.
Cuando levanto la cabeza los pensamientos habían ido por su mente como un rayo y después de apenas mes y medio de viaje tomo una decisión, no iba a ser el príncipe modelo que se esperaba, el habia emprendido aquel viaje con la intención de aprender mas del mundo, quería ver como funcionaban las cosas, como era que las relaciones se daban entre los países, como vivía la gente. Pero lo único que estaba logrando era sentirse a disgusto consigo mismo, a el se le habia dado una posición al nacer y no habia sido la de príncipe. Se le habia recluido en un monasterio, su educación la habían dado los mojes, ellos eran los únicos que habían sido su familia. Puede que en España los reyes compartieran la sangre que corria por sus venas, pero el deseo de complacerlos que le habia albergado al descubrir su nuevo futuro se desvanecía poco a poco, posiblemente estaba descubriéndose a si mismo, o redescubriéndose.
Asintió ante la despedida y las palabras ajenas- lo tendré en cuenta- asintió, reconocía cuando un hombre huía, parecía que Ludwig tenia demonios con los que pelear de momento y que tenia que hacerlo solo, tenia la mirada atormentada de los hombres que llegaban al monasterio escapando de sus demonios. Era solo una impresión desde luego, pero era la imagen que se había formado ya en su cabeza, como de costumbre sentía el impulso de ofrecer su ayuda, de tenderle una palabra de aliento. Pero se quedo callado, no era el el indicado, ni aquel el momento adecuado para ofrecer ayuda o consuelo
Palacio? Vio marchar al joven y corroboro que sus sospechas eran ciertas, el joven debía de tener alguna posición privilegiada en aquel país, su andar tenia la candencia de los nombre y sus voz era suave y modulada, denotando una educación refinada, sus movimientos incluso eran fluidos, sin la torpeza de aquel que trabaja dia tras dia en el periodo en que el sol ilumina– Ludwig Tobias Wittelsbach – murmuro diciéndose que recordaría el nombre, el la vida podía irse sin prestar atención, dejando que las cosas importantes y las vagas se mesclasen sin orden alguno pero el sentía que acababa de encontrar una piedra angular en su vida, una de esas personas que pueden cambiarte. Uno de esos puntos de inflexión en los que puedes marcar un antes y un después. Poco sabia que tan importante podía ser la existencia de aquel joven de ojos atormentados en su vida, poco sabia de la importancia del mismo para su propio país o incluso para los demás.
El dejaría pasar los días, pero iria a verlo, en aquel país Ludwig resaltaba, como un zafiro entre perlas, el viajaba para conocer y el joven que se habia marchado, era algo que deseaba en verdad conocer. Su rostro siempre impasible solo se quedo ahí, sin expresión alguna al verlo partir, en su adentros sonrió, todo aquel pensamiento era cierto, pero la verdad era….que alguien que le ayudara un poco a moverse por el lugar no le sentaría nada mal, solo esperaba no morirse de hambre en el par de días que esperaría.
Cuando levanto la cabeza los pensamientos habían ido por su mente como un rayo y después de apenas mes y medio de viaje tomo una decisión, no iba a ser el príncipe modelo que se esperaba, el habia emprendido aquel viaje con la intención de aprender mas del mundo, quería ver como funcionaban las cosas, como era que las relaciones se daban entre los países, como vivía la gente. Pero lo único que estaba logrando era sentirse a disgusto consigo mismo, a el se le habia dado una posición al nacer y no habia sido la de príncipe. Se le habia recluido en un monasterio, su educación la habían dado los mojes, ellos eran los únicos que habían sido su familia. Puede que en España los reyes compartieran la sangre que corria por sus venas, pero el deseo de complacerlos que le habia albergado al descubrir su nuevo futuro se desvanecía poco a poco, posiblemente estaba descubriéndose a si mismo, o redescubriéndose.
Asintió ante la despedida y las palabras ajenas- lo tendré en cuenta- asintió, reconocía cuando un hombre huía, parecía que Ludwig tenia demonios con los que pelear de momento y que tenia que hacerlo solo, tenia la mirada atormentada de los hombres que llegaban al monasterio escapando de sus demonios. Era solo una impresión desde luego, pero era la imagen que se había formado ya en su cabeza, como de costumbre sentía el impulso de ofrecer su ayuda, de tenderle una palabra de aliento. Pero se quedo callado, no era el el indicado, ni aquel el momento adecuado para ofrecer ayuda o consuelo
Palacio? Vio marchar al joven y corroboro que sus sospechas eran ciertas, el joven debía de tener alguna posición privilegiada en aquel país, su andar tenia la candencia de los nombre y sus voz era suave y modulada, denotando una educación refinada, sus movimientos incluso eran fluidos, sin la torpeza de aquel que trabaja dia tras dia en el periodo en que el sol ilumina– Ludwig Tobias Wittelsbach – murmuro diciéndose que recordaría el nombre, el la vida podía irse sin prestar atención, dejando que las cosas importantes y las vagas se mesclasen sin orden alguno pero el sentía que acababa de encontrar una piedra angular en su vida, una de esas personas que pueden cambiarte. Uno de esos puntos de inflexión en los que puedes marcar un antes y un después. Poco sabia que tan importante podía ser la existencia de aquel joven de ojos atormentados en su vida, poco sabia de la importancia del mismo para su propio país o incluso para los demás.
El dejaría pasar los días, pero iria a verlo, en aquel país Ludwig resaltaba, como un zafiro entre perlas, el viajaba para conocer y el joven que se habia marchado, era algo que deseaba en verdad conocer. Su rostro siempre impasible solo se quedo ahí, sin expresión alguna al verlo partir, en su adentros sonrió, todo aquel pensamiento era cierto, pero la verdad era….que alguien que le ayudara un poco a moverse por el lugar no le sentaría nada mal, solo esperaba no morirse de hambre en el par de días que esperaría.
Fernando de Castilla- Realeza Española
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Fecha de inscripción : 17/10/2011
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