[Odette Neville]En la savia profunda de la humanidad[Privado]

por **Aitziber D’ Lemoine** Miér Nov 23, 2011 11:15 am

Cuando de mí no quede sino un árbol…
Siembra…

No sabía porque pero le estaba gustando esa obra que presentaban hoy, se trataba de unos castrati que daban su primera función en el teatro de parís, ya habían dado de que hablar en Italia con sus hermosas voces y actos originales y ejemplares, no sabía o que le gustaba mas, que según la sociedad los eunucos eran como querubines, hermosos en un lugar así en donde se desatacaban por sus altos notos y hermosas voces como miel derramada que atraía a las moscas por su dulzura.

Esta obra se trataba de un emperador, un malvado emperador que mandaba a sus hijas a casarse con los más despiadados hombres de otros países sin impórtale su bienestar, solo deseaba que su país fuese uno de los más poderosos; y para eso necesitaban aliados. Su hija menor la mas estaba enamorada de no un hombre, si no del arte y deseaba mostrarle a todo el mundo que podría valerse de sí misma pero esto no l podría ser concedido.

La trágica historia cuenta que huyo de casa vestido como un sirviente adentrándose en los bosques de la antigua Grecia, para encontrar un trágico destino; las ninfas se ofendieron al verla llena de harapos en su cuerpo y pensaron hacerle una hermosa rosa blanca, para que nunca volviera a ser algo tan horrible. Al ver lo que querían hacerlo, nuevamente huyo hasta encontrarse con un hermoso joven de piel pálida y lisa, el hombre se enamoro perdidamente de ella, al ver eso, ella con mucha astucia le pidió que se disfrazara de mujer y persuadiera a las ninfas de su destino, el lo hizo, pero las ninfas no hicieron caso…

Cuando de mí no quede sino un árbol
cuando mis huesos se hayan esparcido
bajo la tierra madre;
cuando de ti no quede sino una rosa blanca
que se nutrió de aquello que tú fuiste
y haya zarpado ya con mil brisas distintas
el aliento del beso que hoy bebemos;
cuando ya nuestros nombres
sean sonido sin eco
dormidos en la sombra de un olvido insondable;
tú seguirás viviendo en la belleza de la rosa,
como yo en el follaje del árbol
y nuestro amor en el murmullo de la brisa

Los dos quedaron condenados, uno como un árbol y la joven como una rosa blanca, en donde la belleza de la joven era la que perduraría para siempre con ayuda del joven.

Era una historia triste, algo que debía aplaudirse hasta que sus manos sangraran, aquella historia le había encantado, de seguro vendría mucho mas a verla, pero, después podría embriagarse con eso, se estaba distrayendo, debía buscar su rosa blanca y con espinas.

Entre el bullicio de gente, camino entre ellas por un rato hasta encontrarse con una figura muy conocida, era una joven con su cabello largo y con un hermoso color castaño, adoraba aquel color de cabello, parecía miel, dulce y aromática, aunque era extraño, pues aquella hermosa chica era tan diferente de su clase y eso era lo que a Aitziber le atraía tanto, que podría mostrarse tal como era. Aunque algunas cortesanas de su familia le había dicho que era rara y que se mantuviera alejada de ella, claro que esta no lo haría, varias veces había entablado alguna que otra conversación con ella, pero nada concreto y siempre muy fluido y ligero.

-Odette- exclamo sacándola de aquel gentío mientras la apartaba suavemente de toda esa gente. Le abrazo alegre con una sonrisa picara en su rostro-hermosa obra ¿no?- dijo mirándola alegre y emocionada.

Por un momento quedo paralizada al frente de ella, algo había cambiado, algo malo le había sucedido a aquella pobre flor, deseaba desesperadamente tocarla para ver en donde estaba aquel mal que sentía, se sentía deprimida al ver que era de alguna manera diferente.

-Odette… ¿Qué te paso?- murmuro sin aun comprender lo que veía en ella diferente. ¡pero si aun esta igual de hermosa!

Por eso,
como habremos de darnos a la rosa y al árbol,
a la tierra y al viento,
te pido que nos demos al futuro del mundo...