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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Joao Alves C. Jue Nov 24, 2011 6:05 pm

Habían pasado poco más de tres semanas desde que se me había ascendido a asistente de la Galería Dánaan y las cosas no podían ir mejor: según mi jefa mi labor era muy sobresaliente a pesar de la inexperiencia (que compensaba a punta de esfuerzo y dedicación), y la galería en su conjunto funcionaba de gran manera en base a nuestro accionar. Eran halagos realmente gratificantes, y eso me motivaba a continuar con la humildad de siempre, a pesar de que mi nueva apariencia distase mucho de alguien con esa característica. Sin embargo, yo siempre mantuve la mesura y siempre lo he hecho, y por supuesto lo seguiré haciendo por mi propio bien y el de las personas con las que ahora me había acostumbrado a convivir, sobretodo el de Éire, con quien ahora mantenía una relación de mayor confianza; lo que me aliviaba mucho considerando cómo era cuando la conocí.

Esa misma base de confianza era la que nos motivaba a salir juntos constantemente a compartir sobre cosas en su mayoría no relacionadas al trabajo en un ambiente más distendido, y esos deseos fueron una vez más los causantes de que estuviésemos caminando por la Plaza Tertre (sí, me he aprendido el nombre por fin) a media tarde tras una extenuante jornada de trabajo que había involucrado bastantes negocios y un par de problemas que solucionamos rápidamente. Ella estaba tomada de mi brazo cubierto por esa chaqueta café que me había acostumbrado a utilizar entre tantas otras que ahora repletaban mi armario gracias tanto a la relación de Éire con una señorita española llamada Marianne como por mi nueva remuneración que ya no hacía por ningún motivo que se me llamase “obrero”.

Me detuve a pocos pasos de una de las grandes fuentes que decoraban ese lugar, y sonreí observando fijamente la lenta secuencia en que el sol desaparecía para dar paso a la luna y las estrellas; sin embargo el sol ocultándose no era mi prioridad. Sí lo era esa bella mujer que estaba ante mí, y que hacía que el corazón me palpitase un poco más rápido, que mis mejillas se pusieran un poco más rojas y que la barbilla me temblase cuando me dirigía la palabra. Le sonreí sutilmente en medio de mi barba – La he pasado muy bien contigo el día de hoy, Éire.- El acento latino era aún notorio, pero la dificultad del francés prácticamente había desaparecido.- ¿Qué quieres hacer ahora? – pregunté gustoso de seguir compartiendo con ella, realmente disfrutaba a estar a su lado no sólo por su particular forma de ser que no sólo se quedaba en su organización y metodismo casi enfermizos, sino que también en su amabilidad, su compromiso y por sobretodo, esa simpatía oculta que la hacía tan fantástica y que inevitablemente había hecho que me fijara en ella como algo más que mi simple jefa. Sin embargo…¿cómo había llegado a pensar todo eso? Sí, es una mujer bonita y todo eso pero…¿qué pasaría si lo supiera? ¿Sería recíproco? ¿Qué pensaba ella de mí y qué pensaría si yo le dijese esto? No, no podía arriesgarme; o sea…podía hacerlo con otras cosas…pero con esta nueva etapa de mi vida recién comenzando no podía perderlo todo por una simple atracción que ni siquiera sabía que era mutua…

Entre tanta duda y reflexión apresurada, tragué saliva y me acaricié un poco parte de mis claros cabellos. La miré y mis nervios parecieron incrementarse, así que hice lo posible por mantenerme “serio” y tranquilo, ya que en esas instancias con ella lo que menos había era seriedad. Sin embargo, estaba callada. Demasiado. Y parecía que me había estado mirando durante mi paranoia mental. Me rasqué la nuca rápidamente y volví a hablar para romper el aparente silencio.- ¿Quieres dar un paseo? ¿O quieres que vaya a dejarte a casa? - ofrecí.-

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Mensaje por Éire Danaán Dom Dic 11, 2011 2:44 pm

Finalmente la galería estaba en marcha, las nuevas exposiciones había llegado a tiempo y con ayuda de Joao, mi nuevo asistente, en menos de dos días todo estaba listo para inaugurar aquella nueva etapa de la galería Danáan. Simplemente se requería fijar la fecha y organizar la fiesta de inauguración, para lo cual ya contábamos con la presencia de las mejores voces emergentes de Paris y los músicos del conservatorio, Claro los mejores cocineros se encargarán del banquete y las invitaciones estaban entregadas, en dos noches, solo dos noches y mi Galería estaría nuevamente en la palestra cultural de los salones parisinos.

Pero las últimas semanas, no habían sido solo trabajo, mi amiga Marianne me hospedaba en su casa y planeábamos juntas un viaje lejos de las fronteras de Francia. Ella me acompañaba eventualmente al teatro, pero mi principal compañero aquellas fiestas era Joao, la razón, mi asistente debía ponerse al corriente de las tendencias en arte y cultura. Era el compañero ideal pues, mostraba interés en todo lo elativo al arte y la música, seguía la conversación y no solo se prestaba como un gran alumno, sino también como un gran crítico, lo que traía realmente fascinada. Lo que bajo mi estado escepticismo era un gran logro, pues aun desconfiaba de las personas y pocas lograban cautivarme.

Aquella tarde, tras terminar temprano nuestra labor en la Galería, alistar los pagos y coordinar detalles de la exposición que sería dentro de una semana, nos había quedado tiempo libre, así que fuimos a tomar él te cerca de la Plaza Tertre, la conversación como era habitual, fluyo desde él trabajo, hasta nuestra vida personal. En estas ultimas semanas había descubierto que el obrero extranjero, era un hacendado brasileño, que llego a Paris tras la muerte de su padre. Ella solo, le comento sobre la muerte de sus padres y su reciente llegada a Paris, no ahondo en detalles sobre el infortunio y la cacería diplomática e que estaba envuelta.

- Merci - agradecí al mesero que se acerco con el periódico, solíamos ir a aquella tetería y pedir el periódico y aquella tarde no fue la excepción, observe el encabezado y la fecha, mientras Joao ordenaba por ambos. Aunque solía ser yo quien invitaba, le dejaba a él aquellos detalles, como ordenar, pedir la cuenta y así, mantener el ego de mi asistente en su lugar y que no se viese aplastado por mi dominante personalidad. Mientras revisaba las noticias, mi mente divago hacia una conversación de hace solo unos días, que hubiese olvidado si no fuese porque aun palpaba el amargo sabor que dejo en mi.


- Galería Danáan, Paris Francia
Días atrás


Me encontraba sola en mi despacho, revisando documentación , en estricto los contraltos de los artistas que participarían en la exposición, cuando Joao ingreso sin golpear tomo asiento frente a mi escritorio, dejo sobre este las invitaciones ya impresas y guardo silencio, mientras terminaba de leer los contratos. Y aun cuando no le estaba viendo, pude sentir su incomodidad. Deje los papeles a medio examinar y lo observe, detenidamente, sus ojeras y su rostro algo demacrado

- ¿Que ocurré Joao? - cuestioné intrigada más por su reciente nerviosismo, más que por sus rasgos que denotaban cansancio. Con evidente incomodidad le escuche solicitarme le diese unos días libres, ante lo que respondí afirmativamente, evidentemente su cansancio le exigía descansar y a mí también, y surgió una idea - Claro Joao, nos merecemos un descanso. Es más, podríamos salir de la ciudad e ir a casa de un conocido- Sugerí pero el negó de inmediato, excusándose que prefería pasar aquellos días en soledad.

Confieso que me decepcioné, esperaba aceptase mi invitación, era evidente a nos atraíamos ya nos habíamos encontrado en situaciones algo comprometedoras y quizás salir de la ciudad era lo necesitaban para decidirse. Pero su negativa fue un balde agua fría, y supuse deseaba encontrarse con alguien, una mujer tal vez, nunca hablábamos de aquello.


Precisamente era desde aquel día que él había pedido ausentarse y no lo había hecho, pero guarde silencio, un gesto egoísta, pero no deseaba prescindir de su presencia. Finalmente tras conversaciones triviales, nos retiramos a caminar por la Plaza Tertre. Su compañía me agradaba por sobremanera, y ciertamente había traspasado los límites que yo misma había impuesto a los hombres. Jamás me permití enamorarme y menos dejarme encandilar por un hombre, pero con él estaba cautivada. No, no era amor, eso era sencillo de distinguir, pero si me gustaba como hombre, me atraía y como persona, su compañía me era grata. Por eso me permitía el placer de salir con él.

Nos detuvimos a contemplar la belleza del lugar, en silencio, yo estaba particularmente callada y el parecía nervioso, por alguna razón que no lograba descifrar. Le escuche hablar y sus movimientos denotaban un nerviosismo particular, diferente al de hace unos días, deje sus palabras fluir y me concentre en el rostro de aquel hombre, tan exótico, que solo pude pensar en una cosa.. o más bien reaccionar a un impulso...

Extendí mi mano hasta su rostro y lo acaricie con delicadeza, invitándolo a acortar la distancia que existía entre ambos, delinee sus labios con mis dedos, en un delicado roce e insinuante - Joao -susurré a poca distancia. Mi restiracion entrecortad y un extraño nerviosismo invadiendome, cuestionandome si acercame finalmente a sus labios o alejarme como tantas veces antes había ocurrido. pero me quede alli, con el tardecer cayendo sobre nosotros anunciando que pronto debería volver a casa o tal vez, solo tal vez, pasar la velada en compañía de aquel hombre... pero no,no sería segun mis deseos.

Con suspiro de duda lo mire fijamente a los ojos, dispuesta a responder su pregunta, pero solo guardé mis palabras y las pronuncie en mi mente - Me apetece tu compañía - no era capaz de sugerir mis intenciones a aquel hombre, simplemente hechizada por sus ojos, los que habían cambiado misteriosamente de color.

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Mensaje por Joao Alves C. Mar Dic 20, 2011 9:32 pm

Mi corazón latía desbocado, pero no era por la adrenalínica situación a la que me estaba enfrentando. Mi boca entrecortada buscaba aire, pero no era por el hecho de que estuviera a centímetros de tocar sus labios con los míos, ni tampoco por ese cosquilleo que a menudo se apoderaba de mi abdomen cuando me quedaba a solas con ella en su oficina. Mi cuerpo estaba aumentando más aún su temperatura, pero no era por tener su piel tan cerca y a la vez tan lejos de mis manos. Su mirada me tenía cautivado, y su nerviosismo tan evidente hacía que aflorara una mujer completamente distinta de la aparentemente fría mujer ancla de la mejor galería de París: una mujer simplemente deseando un poco de cariño. Y yo quería darle eso y mucho más. Me acerqué más aún, al acecho, vigilando a mi presa.

- Éire…

Un susurro rasposo, casi como un gruñido.

-

A punto de tocarla estuve, pero ella me llamó. Un llamado imposible de contrarrestar, imposible de combatir, imposible de no escuchar. Me aparté bruscamente y ahogué un terrible quejido, ocultando las pupilas que hacía rato se habían teñido de rojo. – N-no ahora…- maldije y por acto reflejo me fui a la fuente, apoyándome en el borde y así buscar mi reflejo, el que encontré acompañado de mis dientes ya crecidos.

¡No podía creerlo, estaba seguro de haber calculado correctamente los días!. La luna llena de ese mes y que ahora se asomaba por el reflejo del agua era por lo menos dos días después; por algo le había pedido un descanso a la chica que no dejaba de mirarme y de acercarse, preguntándome qué me sucedía, pero a quien yo no podía escuchar. Leía sus labios, veía su rostro preocupado y casi angustiado, sentía su temor transmitírseme. Quería ayudarme, pero no podía hacerlo. No con esto.

- E-Éire…- susurré con esfuerzo, abrazándome a mí mismo para tratar de aguantar un poco a esa parte tan diabólica de mi alma que golpeaba y embestía brutalmente mis sentidos, a aquella mente irracional y asesina, brutal y morbosa de la que nadie podría estar orgulloso jamás. – Aléjate…c-corre…- le vi negar, era obvio que me decía que no quería dejarme así, pero el calor infernal de mi cuerpo ya me estaba haciendo perder la cordura demasiado rápido, demostrándome que nunca había que desafiar su mandato.

El segundo quejido no encontró oposición de mi boca, ni tampoco un límite de volumen. Apoyé una rodilla en el suelo aturdido como si me hubieran golpeado con un martillo, y volví a mirar a aquella dama que se había robado mi corazón, porque mi alma la tenía aquella brillante protagonista nocturna. – Por favor…-supliqué y volví a cerrar los ojos, incapaz de poder cerrar la boca por el tamaño ya evidente de mis caninos.

Por el bien de ambos, Éire: HUYE.
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Mensaje por Éire Danaán Mar Ene 17, 2012 9:17 pm

Sonreí con un extraño nerviosismo en el momento en que la distancia entre ambos se acortaba, su aliento rozando mis labios, sus ojos ahora de un curioso color, hipnotizándome ante él. Apenas unas semanas llevábamos trabajando juntos, y ciertamente él me traía en un estado realmente desconcertante, no dejaba de asombrarme de él a cada segundo que compartíamos. El joven obrero que conocí cuando tome el mando de la galería, no era más que la fachada del hombre que fuere antes de llegar a Paris, pero la duda que seguía rondando en mi mente era la razón, el verdadero motivo que lo llevo a abandonar sus tierras en Brasil en una aventura que ciertamente, hasta el momento había sido desafortunada.

Aunque en ese momento, no era en todas esas dudas la que pasaban por mi mente, sino aquella proximidad que me aletargaba, la espera del instante en que finalmente nuestros labios se uniesen, un roce aunque fuere para saborear aquel aliento que tanto me entusiasmaba. Apoye mis manos en su torso, por sobre la camisa holgada que llevaba aquella tarde y me aferré allí, esperando… anhelante… pero…

Si me preguntan que ocurrió no lo sé bien, aunque sí puedo decir que terminé azotada contra una farola que se encontraba a mis espaldas y un horrible dolor en los hombros - ¡¿Qué diablos te ocurre?!- pregunté enfadada por el trato, pero más aun por la interrupción del momento, que podía ocultar aquel hombre para apartar así a una mujer y alejarse como si hubiese visto a la peor de sus pesadillas. Pero fueron pocos los segundos que tuve para pensar la respuesta cuando le vi aferrarse al borde la fuente, como si fuese el ultimo indicio de cordura que aun quedaba entre nosotros dos. Miré a mi alrededor, curioso, nadie paseaba ya por las calles, todos se habían alejado e incluso las ventanas estaban cerradas y las puertas, si hubiese tenido los sentidos aumentados, hubiere notado como los cerrojos eran puestos y el temor embargaba a los pobladores.

- ¡Cuanta torpeza la mía!- me recriminé alzando la vista al cielo ahora estrellado, en qué momento se escondió el sol y yo olvidé mis precauciones, años compartiendo con ellos, años viendo a toda clase de sobrenaturales y no fui capaz de reconocer… - Joao… un…- si la señora de la noche se presento vestida de plata sobre nuestras cabezas, con el peor de los vaticinios que pudiesen arruinar una velada romántica, más para mí, que trataba desde que abandoné mi vida en Irlanda de tener una vida normal ¿Acaso tenía un imán para semejantes seres? Pues sí, debía admitir que los rumores que mancharon el nombre de mi familia eran ciertos, tratábamos muy de cerca con sobre naturales en especial con los hijos de Fenrir, pero acaso siempre debía cruzarme con alguno y peor aún, fijarme en ellos. Cerré los ojos ignorando la evidente insistencia de él de alejarme de allí, concentrándome en una sola cosa, cuál sería el más correcto proceder.

¿Acaso los humanos no tenían nada que pudiese atraerme? la pregunta floto por mi mente por unos preciosos minutos mientras él continuaba con su inevitable transformación - ¡No! Si lo más cerca que he estado de un humano es un brujo-me respondí con enfado, claro eso no significaba que no me hubiere divertido, aunque mayor fue mi diversión cuando encontré a ese mismo humano entre los minoicos. Por los Dioses, mi rostro en aquella reunión fue una carcajada general, pues el que no leyó mis pensamientos, se los imagino, al punto que me gané un buen regaño de Francoise.

Pero de eso ya unos años, y no era lo que importaba, lo que debía decidir era que hacer con este licántropo, que por sus reacciones, deduje era un recién convertido o al menos, no llevaba más que un año en esta vida. Señal que perdería la conciencia y sería un peligro, no solo para mí, sino para cualquiera que tuviese el infortunio de encontrárselo. Solo una opción - ¡Joao!- llamé, o más bien ordené a que me mirase, ya completamente en su fase lobuna, sus ojos enrojecidos y sus colmillos aflorándose solo me quedaba solo una opción ahora que su atención caía del todo en mi.

Su mirada iracunda, su rostro desfigurado y la conciencia lejos de ese lugar, pues yo no actuaba a conciencia y él ya no era un humano. Sus ojos se posaron en los míos, y solo pude pensar- Confía en mí- solo quedaba aquello, aun cuando no comprendiese y me viese como una presa, era eso o que un cazador lo alcanzase.

Se lanzo contra mí y retrocedí un par de pasos antes de emprender una frenética carrera hacía el carruaje que estaba a algunas calles de distancia. De donde saque el aliento para mantener la escaza ventaja entre su zancadas y las mías, lo desconozco pero cuando creí mis piernas flaquearían vi mi carruaje esperando. Pero lo admito no soy una mujer que se dedique al deporte, no a ese tipo de carreras, mis pies se enredaron con el falso del vestido y caí de bruces contra los adoquines. Me giré y cerré los ojos, ahora solo debía seguir con la segunda parte de mi alocado plan, el aliento animal golpeo mi rostro cuando me acorralo contra lo que debía ser mi propia trampa - Perdóname..Es por tu bien- susurré, antes de apuñalarlo en un costado con mi daga de plata y tras una bramido cállese sobre mí.

- !Tobbias!- llamé intentando apartarlo- ¡Vamos! Llevémoslo al carruaje- Allí, con evidente preocupación, uno de mis hombres de confianza, me ayudó y nos llevo al único lugar donde nadie se alarmaría. La Galería Danáan debía estar completamente desierta, exceptuando claro, por él, la única persona en quien pudiese confiar la vida de Joao, mi gran amigo y en su tiempo algo más confidente…Formorians.

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