Cómplices ~ Klaus Bougie ~

Se trataba de un vestido excepcional. Bajo la luz carmesí que tiritaba amenazante en mi habitación, mis trémulos dedos luchaban fervientemente para abrochar uno a uno aquellos dichosos botones negros que coronaban verticalmente aquella tela de un rubí apagado y cuyos volantes oscuros daban ese toque sensual y elegante que tanto adoraba, sumándole el hecho de que se trataba de un corsé palabra de honor, por lo que ni el cliente –y ni siquiera yo- tendría problema alguno para deshacerse de aquél ropaje una vez no le bastara el simple contacto visual de mi femenina anatomía. Giré entonces mi cuerpo en cuanto el último botón rebelde cedió, mirándome en el espejo de aquél tocador que reflejaba a una mujer hecha y derecha, dotada de unas curvas de infarto, un cabello rojizo que excitaba a los más exóticos clientes, una mirada seductora que embelesaba con aquél centello añil y, sin duda, era su pícara sonrisa cuyos labios fogosos lograban hipnotizar a cualquier ser hasta que le hacía caer en aquellas sus redes de lujuria y anhelo.

Tomé entre mis frágiles dedos un pequeño frasco transparente, perfumándome el cuello y el escote de forma sutil pero irresistible, de eso estaba segura. Cerré los ojos un momento y tragué una bocanada de aire, intentando tranquilizar aquellas punzadas de nervios que siempre me asaltaban justo antes de la llegada de mi cliente, aunque fuese ya una veterana en el oficio tras más de ocho años ejerciendo en él. Despegué los párpados de forma paulatina, buscando con la mirada el reloj de la mesita de noche, cuyas agujas señalaban las once menos doce minutos. Caminé dando tumbos, algo mareada, hacia el armario del que extraje un fino albornoz de seda color azabache, como la noche que se mostraba tras el ventanal.

Sin esperar más, salí de mi alcoba cerrando la puerta tras de mí y bajando las escaleras que conducían al primer piso y que sólo contenían lo justo y necesario para la plena satisfacción de mis clientes: un salón de recepción, un baño y el gran dormitorio. Como todavía faltaban unos minutos hasta la hora prevista de la cita, me tumbé en uno de los sofás con una copa de vino tinto y clavé mis ojos en la luna, quién me sonreía burlona mientras sorbía poco a poco aquél líquido, fulminándola con la mirada por tenerla siempre allí, como cómplice a los pecados que cada noche cometía ante un hombre u otro. Hasta que unos nudillos aporrearon la puerta y me sacaron de unas cavilaciones que ni tan siquiera deseo nombrar cuando desencadenaron en... él.

Así, dejé que la copa sobre la mesa y me puse en pie, arreglándome rápidamente mi atuendo algo arrugado al permanecer sentada. Pasé mis dedos huesudos por aquella cabellera ondulada y carraspeé antes de practicar la fingida sonrisa cordial. Llevé mi mano hacia el pomo de la puerta y la abrí despacio, dejando que la madera se quejara levemente. Recosté mi hombro contra el marco del umbral y esbocé aquella sonrisa ensayada.

- Le estaba esperando, monsieur Bougie.- le aseguré con un guiño travieso antes de extender mi mano derecha para que besara el dorso de ésta.

Esta noche iba a ser especial. Conocería a la que en ese momento era la Madame más solicitada de todo Paris. Antes de poder conocerle ya me habían hecho una descripción de ella. Según yo, era la mujer perfecta, pero ver para creer.
Llegue al lugar del encuentro pero se me habían pasado un poco la mano con las copas así que antes de ingresar al lugar del misterio, fume de mi pipa como de costumbre, mezclando el tabaco con extractos de menta.
Por mi cabeza pasaban muchas cosas y una de esas era desde cuando que no me involucraba con alguna mujer. De cierta forma tenia algo de miedo al ridículo por hacer mal lo que nunca me costó o lo que es peor aun dañarla.
Estaba decidido a no ir, pero mi instinto animal me obligo a quedarme. Desde la calle, frente puerta principal, podía sentir un olor dulce, exquisito que de apoco me envolvía. Fue en ese momento cuando arregle mi chaquetón, sacudí el cuello de mi camisa y apreté firme mis manos recordando de que aun que yo fuese un monstruo asesino chupa sangre era un hombre al fin y al cabo.
Me arme de valor y al momento en que mi reloj de bolsillo dio la hora citada toque la puerta. Una mujer hermosa, casi angelical había abierto la puerta y recostó su hombro contra el marco del umbral mientras me saludaba,
- Buenas noches Madame - respondí, y esperaba que por lo menos mi voz fuera confiable. La dama amablemente me ofreció una copa de vino. Divise una mesa la cual tenia una copa y no podía evitar a que mi cabeza pensara de que ella cada vez que se acostaba con alguien bebía.
Pero bueno no era asunto mío yo iba por un encuentro por el cual pagaría y me divertiría, esa iba a ser la misión de aquella noche donde la luna brillaba como nunca.
Ingrese a la sala en la cual recibía a los clientes y me senté en uno de los sofás a lo cuales se integró a mi lado. Me sentía un poco avergonzado porque desde mucho tiempo que no pasaba tiempo intimo con una mujer, y debo asumir que mi el nivel de mis nervios eran tanto así que las ganas de correr eran muchas. Creo que la valentía ya la había perdido, había olvidado como intimar, como tratar a una mujer y lo que es peor como tocarla con cuidado.

Me notó algo extraño y me pregunto que ocurría mientras que al mismo tiempo arreglaba su cabellera larga y rojiza que era excitante por lo demás.
Puso su mano en mi pierna y con su voz sensual me dijo:
- Relájese monsieur Bougie, que yo no muerdo… si Ud.no lo desea - exclamó mientras sonreía de una forma tan sexy como su mirada.

Retomé la copa de vino y humedecí mis labios en un pequeño sorbo antes de dejarla de nuevo sobre la mesa, en cuyo borde permanecía ahora sentada para encararme al hombre sentado en el sillón. Abrí mis piernas permitiendo así que los flecos del vestido mostraran algo más de mi piel desnuda bajo la tela, obviamente, en un gesto provocativo hacia el cliente y las alcé para apoyar mis pies en el sofá, a lado y lado de sus caderas. Me incliné hacia él para acariciar su muslo derecho con mi mano, deslizándome por ella de arriba abajo, jugueteando con dos de mis dedos sobre su pantalón. Le sonreí y ladeé mi cabeza mientras veía mi reflejo en aquellos ojos ahora centelleantes.

- Dígame, monsieur… ¿por dónde desea empezar?- le pedí antes de morderme el labio inferior de forma tentativa, recortando distancias hasta que mi respiración se entrelazaba con la suya, algo fría para mi gusto.

Aquello me llevó a pensar que quizás tenía frío, dado que era finales de noviembre y probablemente en el exterior dominaba el frío invernal de aquella época. Por ello, antes de alzarme de la mesa para prender el fuego del hogar que se encontraba en aquél mismo salón, perfilé con mi lengua el contorno de sus labios, soltando luego una melódica carcajada.

- ¿Tiene frío?- susurré cortésmente mientras le daba la espalda y me acuclillaba frente a las brasas ya listas para ser encendidas con una sola chispa de fuego.

Cuando logré reavivar las llamar que poco a poco iban consumiendo las brasas, mis ojos quedaron fijos en aquellos centellos y chispas, iluminándome los ojos y robándome la consciencia por un momento, como si estuviera sola en aquél momento, cara a cara con el ardiente fuego consumidor y en unos recuerdos que corté antes de que tomaran una forma humana y muy familiar tras las retinas de mis ojos. Así, me giré lentamente para buscar con la mirada a Bougie, sonriéndole mientras me desprendía de aquél albornoz de seda y lo acomodaba sobre el respaldo de otro sillón, cercano a la chimenea. Caminé contoneando mis caderas hacia él y de nuevo apoyé uno de mis pies sobre un sofá, justo enfrente de donde Bougie me contemplaba embelesado. Fingiendo que estaba poniéndome bien las medias de rejilla negra, dejé que él imaginara la suavidad y firmeza de mis muslos, ahora a su completa vista al ponerme de perfil ante su persona. Llevé un mechón de mi cabelló tras mi oreja y aguardé aún la respuesta a la primera pregunta de la noche que, sin duda, significaría cómo empezaría mi jornada laboral, otra noche más, otro cliente más. ¿O no…?

La dama se notaba que no era de las novatas. Ella era un baúl de experiencia pura. Pero sus sentimientos mostraban que no le agradaba mucho lo que estaba egerciendoxt. Lo bueno es que yo no era persona, sino que un vampiro con deseos de seguir siendo humano.
Mi cabeza me decía que ella se podía hacer la idea de lo provocativa que era y de lo excitado que me tenía.
Sus labios color rubí eran hermosos y los deseos de besarla eran tan grandes como los deseos de morderle. Pero no, era tan sólo un paso a la vez.
Posesionó su pie sobre el sofá contemplé sus muslos, esta chica era demasiado provocativa.

- Baileme - le dije. Me pare del sillón me puse frente ella, tome su delgada cintura con cuidado y le dije - me gustaría ver como me muestra sus talentos mademoiselle - corrí el cabello que tenia en su cuello y la besé. Su perfume era armónico a su piel, pero el aroma de su sangre era casi similar al aroma de un banquete para un vasallo.

Los ojos comenzaron a ponerse negros y los deseos de hacerla mía era más grandes.
Me aparte un poco de ella y me senté en el sillón nuevamente, esperando a que ella complaciera mi capricho.
Ya calmada las ansias me sentía cada vez más erotismo por sus labios y su piel. Sólo esperaba a llegar al segundo paso.
Me estaba presionando a mi mismo para tener sexo de forma inmediata con aquella dama, pero mis valores no me lo permitían.
Su aroma era tan fuerte que sólo podía cerrar los ojos y morderme los labios, pero tan solo pensarla en una cama y desnuda ahora mismo, era tan excitante para mi que podía sentir como mi sexo se ponía erecto.

Sólo recordaba a mi madre cuando decía que debía respetar a la mujer, que no debía usarla como objeto, pero ya va, estaba ahí sentado mordiendo mis labios, excitado, y además sediento.

Nunca solía fijarme en los clientes a los que seducía. Harold me había enseñado a centrar mi visión y mis sentidos en sus respectivas zonas erógenas, evitando así un mal trago en caso de que el hombre no me excitara lo más mínimo, algo que sin duda, haría decaer mis facultades carnales y eso bajaría el precio de mis servicios, así como de mi reputación. No obstante, aquella noche me atreví a contemplar el rostro de aquél hombre, pues la distancia que nos separaba se vio acortada cuando él me tomó de la cintura y me pidió un baile. ¿Un baile? Sin evitar que la sorpresa se reflejara en mis ojos, le sonreí y asentí una vez, dejando que se apartara de nuevo para sentarse en el sillón, a modo de espectador. Me giré para darle la espalda mientras caminaba para posicionarme tras el sofá, intentando contener mi pequeño nerviosismo al ver sus ojos clavados en los míos de forma lujuriosa. ¿Nunca me acostumbraría a verme deseada? Quizás lo estaba… pero no quería sentirme así, quizás siempre esperaba hallar un brillo especial en esos ojos solitarios en busca de compañía. De igual modo, ahora me tocaba extender mi abanico de sensualidad y provocación, siempre ceñido al marco de los juegos y travesuras que tanto adoraban los hombres.

Aprovechando que las velas se iban consumiendo una tras otra y sólo el fuego de la hoguera iluminaba tenuemente aquella estancia, me sumí en una penumbra morbosa y excitante si se le unía un cántico por todos conocido dada su temática provocativa.

- Yo sé que tal vez soy joven
pero tengo mis sentimientos
Y necesito hacer
Lo que tengo ganas de hacer
Así que déjame ir
Y solo escucha.

Sonreí para mis adentros y arqueé mi espalda para amueblar mi cuerpo al respaldo del sillón que se hallaba frente al de Bougie, apoyando mi cabeza contra el cojín desde cuya posición podía escrutar las reacciones de él ante los movimientos de mis manos hacia mi pierna derecha alzada que con lentitud, mis ágiles dedos se iban desprendiendo de las medias de rejilla al mismo tiempo que mi voz sensual seguía cantando entre gemidos y suspiros.

- Todas las personas me ven como una pequeña muchacha
¿Bien, alguna vez pensaste que estaría bien para mí pasar en este mundo?
Siempre diciendo, pequeña muchacha, no pases en ese club
Solo quiero intentar encontrar el por qué
Porque bailar es lo que me encanta.

Lancé las medias hasta que éstas cayeron sobre un hombro del hombre, ahogué una carcajada y me deslicé por el sillón hasta quedar cara a cara con Bougie, aunque mi cuerpo permanecía arelado al sofá sobre varios cojines entre los que jugaba provocativamente mientras mi voz seguía seduciendo a mi cliente, terminando por moverme como una serpiente, cayendo muy sutil y elegantemente en la moqueta del suelo, arrastrándome hasta llegar a los pies de él, incorporándome mientras movía las caderas de forma enloquecedora.

- Toma esto, toma esto… uoha
Toma esto, toma esto…uoha… ¿te gusta?
Toma esto, toma esto… uoha

Sus ojos parecían fijos en el ritmo que marcaba mi cintura, por lo que me acerqué más a él hasta que mis rodillas se anclaron a lado y lado de su cuerpo sentado, sin dejar de moverme en ningún momento, llevando mis manos a mis cabellos para alborotarlos a medida que gemía a cada roce de mi piel contra la suya.


- Sé que tal vez sea tranquila
Tal vez sea tímida
Pero siento ganas de bailar, siento ganas de bailar
Cuando veo a este chico
Que es práctico, que es lógico
Que diablos, ¿a quién le importa?
Todo lo que sé es que soy muy feliz cuando bailas ahí.

Reí y ladeé mi cabeza para que mi cabellera acariciara su mejilla derecha casi como si quisiera hacerle cosquillas. La yema de mi dedo índice se posó sobre sus labios y mi rostro se acercó al suyo para susurrarle la letra de aquella canción enfermiza.

- Soy una esclava para tí
no puedo pararlo, no puedo controlarlo
Soy una esclava para ti
No lo negaré, no estoy tratando de ocultarlo.

Me aparté de él y tras lamer la yema de dicho dedo que había silenciado aquellos labios, lo pasé por mi cuello hasta hacerlo descender por mi escote, parando cuando la tela me alertó del límite marcado por el corsé. Curvé las comisuras de mis labios en forma de un fingido puchero, como si el hecho de permanecer aun vestida me entristeciera.

- Baby, ¿no quieres bailar conmigo
en otro tiempo y lugar?
Oh baby, ¿No quieres bailar conmigo…? ¿Estás listo?
abandonando mi nombre y edad…Vamos.

Llevé mis manos al cuello de su camisa y me abalancé contra su cuello para llenarlo de besos y mordiscos algo feroces mientras mis caderas se restregaban contra las de él en una danza morbosa.

- Así
¿Te agrada?
Uh… uh, sí
Ahora obsérvame

Volví a tomar distancias y de un brinco salté lejos de su alcance, dándole la espalda de nuevo para llevar mis manos a los dichosos botones del vestido, empezando desde abajo para alargar el proceso tentativo.

- Toma esto, toma esto… uoha
Toma esto, toma esto… uoha
Toma esto, toma esto, toma esto…uoha… se siente bien.

Cuando sólo faltaban un par de botones, me giré de nuevo hacia él mientras me mordía el labio inferior. Contoneé mis caderas y caminé sensualmente hacia tras el sillón en el que él se encontraba, abrazando su cuello por atrás mientras mi boca jugaba con su oreja derecha, lamiendo su lóbulo, mordiéndosela a veces para susurrar en otras.

- Realmente quiero bailar
Esta noche contigo
Realmente quiero hacer
que tu me quieras
Realmente quiero bailar
Esta noche contigo
Realmente quiero hacer
que tu me quieras.

Sonreí con picardía y mientras mis dedos ahora desabrochaban la camisa de él, mi voz empezaba a sonar excitada, algo que sin duda, esperaba que él recibiera con suma complacencia.

- Soy una esclava para ti… oh sí…
no puedo pararlo, no puedo controlarlo
Soy una esclava para ti… uhmmm... sí… no lo detengas.
No lo negaré, no estoy tratando de ocultarlo.

Abrí la camisa y recorrí su torso desnudo con caricias ardientes, mordiendo su cuello entre suspiros y jadeos enloquecidos.

- Soy una esclava para ti… uhh...
no puedo pararlo, no puedo controlarlo
Soy una esclava para ti…

De un salto me puse frente a él y tomé sus dos manos en un gesto que le incitaba a alzarse para continuar aquella danza en la calidez de un lecho, sólo que el baile que ahora deseaba brindarle, era en pareja. ¿Se negaría a eso? Para quebrar cualquier semilla de duda, le tomé de la nuca para brindarle un intenso, profundo y casi delirante beso sobre sus labios.

-Eso te gusta.

Estaba nervioso porque no sabia con que me sorprendería. pude apreciar mis ojos en un espejo que ella tenia en la habitación. Eran rojos, era demasiado el odio y la excitación que tenia por dentro, además de hambre carnal y sed.
Con los dedos de mi mano arregle mi cabello peinando hacia atrás, mientras ella se posesionaba tras el sofá. Le vibraba un poco la mano, muchos pensarían que a ella algo le pasaba, pero en mi lenguaje diario eso se denomina nerviosismo, lo que me pareció un gesto muy humano lo cual me agradó porque le daba un toque de ternura a la soberana de la belleza.

Comenzó a cantar, lo que me impresionó. Tenia una voz inexplicable, afinada, y provocativa, como los gemidos que solía soltar para mantenerme excitado.
A la par del canto comenzó a desprender las medias.
No estaba excitado, estaba loco, loco, loco de pasión. Sólo las ganas de correr y hacerle el amor como nadie. Pero no, me recordaba a mi mismo que era un paso a la vez.
Ahora habíamos pasado al paso número dos, el controlar los deseos de quitarle la ropa como un animal. Bueno lo soy, pero no quería herirla, sin embargo sus gemidos hacían que cada vez cerrara los ojos, tragara aire y con mi mano apretar mi rodilla.
Cuando movía su cintura era tanto el erotismo que por un momento pensé en salir corriendo a asesinar al primer mortal que viera afuera, pero no, ese momento era tan único que prefería disfrutarlo. Pero esa canción, un tanto enfermiza que me tenía como un loco hambriento, la comenzó a susurrar y a su vez rozando su cuerpo con el mío. Los gemidos eran dignos de ser escuchados.
Luego hizo un gesto que me dejo casi a borde del shock. Lamer esa yema de su dedo, aquella que toco mis labios descendió por su escote, cosa que mi cabeza ya no pensaba nada más que sacarle la ropa. Dios si no estuviera ese corsé.
Lleno mi cuello de besos y mordiscos, eso era una señal de que ella quería llegar más allá de un simple bailoteo.
Comenzó a soltar los botones de su vestido, que para ser franco, era lo que lujuriosa y pacientemente a la vez estaba esperando. Dejó un par de botones y se acercó a mi, levante una ceja y sonreí de lado, abrió mi camisa y con su mano cálida recorrió mi dorso, seguía mordiendo mi cuello, lo cual era unas de mis grandes debilidades.
Entre gemidos y movimientos de sus caderas, tomo mis manos para integrarme a su show que me tenia hirviendo en calentura. Cuando por iniciativa propia tomo mi nuca y me brindó un beso.
Si de esos besos que me llevaron al cielo. De ida y vuelta. Tanto tiempo me negué a eso pero lo que para ella quizás fue un simple beso para mi fue el pase directo al paso tres.

- Eso me encanta mademoiselle - Un gesto rápido tomé su cadera, aquella que me tenia en un vaivén emocional que parecía no dejarme tranquilo.
Me acerque nuevamente a ella para besarle pero le bese primero la mejilla, su frente, su cuello y luego el infaltable beso en sus labios.
Todo su cuerpo era tan cálido que la levante y mientras la besaba giramos.
Me separé un poco, levante mi brazo en conjunto con el suyo para que girara en su propio eje.
Mientras me sonreía no deje de contemplar por ningún segundo sus hermosos ojos, los cuales eran tan similares a mi amada ya muerta.
La abrase y la volví a besar, como si ella fuera la razón de la vida. Pero no, era una cortesana nada más, al otro día llegaría otro y ella olvidaría todo. Eso no era nada anormal, es parte de su trabajo.

Solté los botones restantes de su vestido y pude apreciar parte de su piel. Las toque con mis manos frías y pude sentir la seda en vida.
La gire posesionando su espalda en mi dorso al descubierto con la camisa abierta. La abrase y le besé el cuello, casi ocurre lo que no solía controlar, pero mis instintos humanos me lo impidieron.
- Me encanta su aroma - le dije susurrando el oído.
Levanté parte de su vestido para poder tocar su pierna recorrí su monte de venus, pero sin tocar en ningún otro lugar. Aun no era el momento.
La gire hacia a mi nuevamente y la abrase.

- Gracias por el baile mademoiselle, Ud.. es digna de ser catalogada como soberana. - mi rostro mostró una sonrisa para luego penetrar en sus labios otro beso.

Sonreí con relajación y moví mis manos hacia los comicios de su pantalón, enlazándolos alrededor de su cinturón para atraer su cuerpo al mío y guiarle hacia el dormitorio, perfectamente adornado con velas aromáticas, luz tenue y unas sábanas por estrenar.

Cerré la puerta tras él y deslicé mis manos hacia su nuca, acercándome de nuevo para besarle con calma y precisión, restregando mis pechos contra su torso desnudo antes de arrebatarle la camisa abierta y lanzarla lejos de nosotros, pudiendo así recorrer cada poro de su piel con la yema de mis dedos temblorosos como si estuviese nerviosa, algo totalmente falso.

Con agilidad, giré sobre mi mismo eje con Bougie enredado en mi cuerpo y, tras una pícara sonrisa y una mirada felina, le empujé hasta que cayó sobre el lecho. Mordiendo mi labio inferior con picardía y sensualidad, gateé por las sábanas de la cama hasta acomodarme sobre él.

- ¿Dominante o sumiso, monsieur?- le pregunté en un susurro altamente sensual, lamiendo el lóbulo de su oreja tras pronunciar aquellas palabras.

Reí sutilmente y mientras aguardaba su respuesta, empecé a deshacerme de la escasa tela que aun cubría mi piel hasta que estuvo completamente expuesta a sus ojos de un extraño color rubí que casi me erizó la piel.

Roxanne, no era como cualquier otra cortesana. La imagen que daba no era de aquellas que sólo querían el hecho, el dinero y luego el despacho del cliente. Ella era una artista, me ha cantado, me ha bailado, me ha provocado, me he dejado querer, pero es la hora que estaba esperando.

- Dominante mademoiselle - le respondí mientras tomaba de su cintura desnuda y sentía el aroma de su piel mezclado con su sangre. Sentía como la euforia recorría mis venas vampiricas.
Le besé en sus labios rojos carmesí, para poder así besarle el cuello.

Me puse de pie sobre la cama y retiré de mí lo que quedaba de ropa, para así incorporarme en ese templo del placer el cual lleva por nombre cama. Mientras estaba de rodillas en la cama y le dije a Roxanne que se pusiera frente a mí para contemplarla.
Con mis manos, moví un mechón de su cabellera que caía de una forma sutil en su rostro, el cual aproveche la ocasión para poder acariciar el mismo y recorrer así sus pechos que estaban al descubierto y podrían perturbar a cualquiera.
La recosté e inicie el camino de los besos en su cuerpo, desde sus pechos hasta el ombligo. Bese sus caderas hasta llegar al punto donde se concentra todo placer.
Su sexo, que sin lugar a dudas sería uno de los manjares más deliciosos que podría deleitar.

Inspiré aire y abrí mis piernas tras acomodarme sobre el lecho, pues por el sendero que los labios de Bougie tomaban, me hizo presagiar hacia dónde quería desembocar. Cerré los ojos y abrí la boca para dejar escapar algunos gemidos cuando de pronto…

- ¡Sid!- grité cuando el perro de extenso pelaje de color marfil saltó sobre mí y me llenó el rostro de babas y lengüetazos.- Oh, Sid… ¡no!- le pedía al animal mientras retrocedía para sacármelo de encima justo antes de caer torpemente del colchón y quedar con las piernas enredadas entre las sábanas.

Y pese a la vergonzosa situación y nefasto espectáculo que di ante mi cliente, no pude evitar empezar una serenata de carcajadas seguidas por algunos ladridos del perro, quién seguía jugando ahora con mi largo y alborotado cabello rojizo.

- Lo… lo siento, Bougie.- me disculpé mientras intentaba ponerme en pie, algo que Sid me impedía al hacerme cosquillas con su hocico y yo seguí riendo sin antídoto visible.