AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
Renata Della Rovere.
2 participantes
Página 1 de 1.
Renata Della Rovere.
●Nombre completo: Renata Isabella Della Rovere.
●Edad: 25 años.
●Especie: Humana.
●Tipo y clase social: Realeza Sacro Romana.
●Lugar de Origen: Florencia, Italia.
●Orientacion sexual: Heteroflexible.
●Edad: 25 años.
●Especie: Humana.
●Tipo y clase social: Realeza Sacro Romana.
●Lugar de Origen: Florencia, Italia.
●Orientacion sexual: Heteroflexible.
●Descripción física:
Renata es dueña de unos rasgos faciales delicados, pero bien marcados, que delatan la clase social a la que pertenece, dejando al desnudo que forma parte de una familia rica de noble linaje. Ojos azul claro como un mar tropical, profundos, soberbios y luminosos, salpicados por pequeños lunares apenas más oscuros, le proveen una mirada vibrante y serena, llena de sensualidad. Tiene unos pómulos bien definidos y las mejillas y la frente cubiertas por cientos de pecas. La simetría de sus facciones es perfecta. Su boca es fina, así como su naríz, que parecen talladas con el cincel del mejor de los artistas. Poseé un cabello castaño oscuro, largo y algo ondulado, que cae sobre sus hombros y espalda como una cascada. Su piel, apenas tostada por el sol, es tersa y suave, siempre adornada con las mejores fragancias que su perfumista personal crea para ella. Delgada y esbelta, es una mujer de formas proporcionadas, vientre plano y curvas bien marcadas, que aunque bastante voluptuosas no le quitan armonía a su belleza.Toda ella evoca gran refinamiento y distinción, engalanada en suntuosos trajes, y pronunciados escotes que bordean lo indecente, logrando así nunca pasar desapercibida.
Renata es dueña de unos rasgos faciales delicados, pero bien marcados, que delatan la clase social a la que pertenece, dejando al desnudo que forma parte de una familia rica de noble linaje. Ojos azul claro como un mar tropical, profundos, soberbios y luminosos, salpicados por pequeños lunares apenas más oscuros, le proveen una mirada vibrante y serena, llena de sensualidad. Tiene unos pómulos bien definidos y las mejillas y la frente cubiertas por cientos de pecas. La simetría de sus facciones es perfecta. Su boca es fina, así como su naríz, que parecen talladas con el cincel del mejor de los artistas. Poseé un cabello castaño oscuro, largo y algo ondulado, que cae sobre sus hombros y espalda como una cascada. Su piel, apenas tostada por el sol, es tersa y suave, siempre adornada con las mejores fragancias que su perfumista personal crea para ella. Delgada y esbelta, es una mujer de formas proporcionadas, vientre plano y curvas bien marcadas, que aunque bastante voluptuosas no le quitan armonía a su belleza.Toda ella evoca gran refinamiento y distinción, engalanada en suntuosos trajes, y pronunciados escotes que bordean lo indecente, logrando así nunca pasar desapercibida.
●Descripción psicológica:
Soberbia, altiva y algo caprichosa, Renata se considera a si misma una líder innata. Es apasionada, tanto en el amor como con las cosas que más le gustan, a los que se entrega vertiginosamente y por completo sin dudarlo. Impetuosa, curiosa, impredecible y extremadamente sensual, será capaz de llegar muy lejos en el caso que se proponga algo. Adora los lujos, el arte, la naturaleza y la ciencia. Debido a la excelente educación que recibió es una dama fina y con buenos modales, culta y educada, capaz de desenvolverse con gracia y naturalidad en los ambientes mas refinados. Amante de los viajes y de las culturas exóticas, ha recorrido todo el mundo y aprendido varios idiomas, en los cuales se defiende a la perfección. En la intimidad es una amante desenfrenada, pervertida y extremadamente carnal. No hace amigos con mucha frecuencia, pues aprecia más la calidad que la cantidad, y aunque frecuenta fiestas, teatros y otros espectáculos públicos, prefiere la compañía de sus seres más cercanos a los grandes acontecimientos donde se reúna la multitud. Algunas veces suele actuar de manera bastante egoísta, preocupándose solo por sus propios intereses, acercando a su vida a todos aquellos que pueden proveerle lo que ella desea y alejando a quien se entrometa en sus asuntos. Pese a ello, nunca dejaría a la suerte a sus mejores amigos o a su familia, ya que reconoce que no puede vivir sin ellos.
Soberbia, altiva y algo caprichosa, Renata se considera a si misma una líder innata. Es apasionada, tanto en el amor como con las cosas que más le gustan, a los que se entrega vertiginosamente y por completo sin dudarlo. Impetuosa, curiosa, impredecible y extremadamente sensual, será capaz de llegar muy lejos en el caso que se proponga algo. Adora los lujos, el arte, la naturaleza y la ciencia. Debido a la excelente educación que recibió es una dama fina y con buenos modales, culta y educada, capaz de desenvolverse con gracia y naturalidad en los ambientes mas refinados. Amante de los viajes y de las culturas exóticas, ha recorrido todo el mundo y aprendido varios idiomas, en los cuales se defiende a la perfección. En la intimidad es una amante desenfrenada, pervertida y extremadamente carnal. No hace amigos con mucha frecuencia, pues aprecia más la calidad que la cantidad, y aunque frecuenta fiestas, teatros y otros espectáculos públicos, prefiere la compañía de sus seres más cercanos a los grandes acontecimientos donde se reúna la multitud. Algunas veces suele actuar de manera bastante egoísta, preocupándose solo por sus propios intereses, acercando a su vida a todos aquellos que pueden proveerle lo que ella desea y alejando a quien se entrometa en sus asuntos. Pese a ello, nunca dejaría a la suerte a sus mejores amigos o a su familia, ya que reconoce que no puede vivir sin ellos.
●Historia
Si me preguntan por mi familia os diré lo siguiente: nunca nadie en la inmensidad de éste mundo, tendrá una como la que tuve el privilegio de formar parte. Nací en la ciudad de Florencia, Italia, un 17 de septiembre de 1775, siendo el único producto viable del matrimonio formado por Ginno y Stefana Della Rovere. Era temprano en la mañana cuando mi madre sintió las primeras puntadas provocadas por las contracciones de un útero grávido que se retorcía intentando expulsar el fruto de su concepción. Ella conocía el dolor del parto, pues había tenido varios abortos, siendo éste embarazo el único que había llegado a término con una criatura cuyo corazón aún latía. Rompió aguas mientras paseaba por el jardín de su mansión, y allí mismo, sin tiempo de esperar a las parteras y enfermeras, ví la luz por primera vez. Segundos más tarde el médico a cargo anunciaba la llegada de una niña, perfectamente sana, aunque a los ojos de su inexperta madre se veía delgada, violacea y para su gusto, lloraba demasiado.
Esa misma noche se celebró una gran fiesta en la mansión Della Rovere, donde acudieron destacados miembros de la realeza y grandes amigos de nuestra poco numerosa familia a felicitar a los novatos progenitores. Mesas desbundadas de los platos más exquisitos, los vinos más caros, los postres más sabrosos. Sirvientes que se movían por la inmensa sala sosteniendo bandejas de plata repletas de champagne y aperitivos sazonados con las especias más exóticas del mercado, mientras una orquesta tocaba un vals en un rincón de la habitación, bajo el cándido resplandor de las lámparas doradas. Entregados por completo a los placeres mundanos. Nunca era demasiado. No había límites para el derroche.
Sobre Ginno Della Rovere.
Mi padre, un hombre alto, guapo, de cabellos oscuros y lisos, nacido en Roma, era hijo del antiguo Barón de Imperio Sacro Romano, ascendientes a su vez de grandes aristócratas y políticos, que heredaban el título generación tras generación. El por su parte, había rechazado de alguna forma su título de nobleza, oponiéndose a llevar adelante cualquier tipo de responsabilidad con la corona Romana, argumentando que deseaba hacer otras cosas con su tiempo. Ese pobrísimo pretexto fué recibido de muy mala gana por su viejo padre, que a partir de entonces cortó todo tipo de comunicación con él, sin embargo no revocó su derecho a la herencia familiar y rezó porque su título nobiliario fuese recibido como era debido por sus descendientes. Mi padre dedicó su corta vida a estudiar arte, pintura específicamente, derrochando el dinero de su familia en burdeles, alcohol y excesos bohemios, hasta que comenzó a hacerse conocido por sus obras. Para ese entonces, se hallaba ya en Florencia, donde conoció a mi madre. Vivieron una de esas historias de amor imposibles, ya que el padre de ella, también de alcurnia, un hombre íntegramente sumergido en el mundo de la política, no admitia para su hija ese tipo de companías tan... despreocupadas, libertinas y errantes.
No obstante, nada pudo hacer cuando ella, haciendo caso omiso a todas sus advertencias y amenzas, se mudó con el a su mansión, cerrando las puertas a toda su parentela. Se amaban entonces y se amaron a pesar de todos los fracasos, las dudas y la presión a la que estaban sometidos por ser hijos de personas tan conservadoras. Vivieron bajo sus propias reglas, entregados por completo al arte, a la demasía. Conocieron a los mejores pintores, escultores y músicos de la época, sin dejar de lado esa veta aristocrática que traían de la cuna, y que se veía reflajada en todas las cosas que hacían, decían o pensaban.
Sobre Stefana Novello (más tarde Stefana Della Rovere).
Hermosa era una palabra que le quedaba pequeña. Hábil para todo lo que se planteara hacer, dócil, alegre, enamoradiza, perfecta. Fue el orgullo de sus padres desde que era un bebé. Gianni Novello su padre, era un hombre de poquísimas palabras, serio, demasiado comprometido con sus deberes de Conde como para preocuparse personalmente por su familia. Dejó a cargo de la educación de su hija a un par de tutoras reconocidas por sus eficaces formas de enseñar, y su alimentación e higiene a sus sirvientes Su madre había muerto después de casi veinte horas de laborioso parto. Sin embargo ella jámas se quejó de los pocos cuidados y afectos que recibió de su padre, por el contrario, siempre le estuvo agradecida por darle todas las herramientas con la cuales enfrentar un mundo en constante evolución. Cuando conoció a mi padre, muchas cosas cambiaron de perspectiva. Se dedicó por completo a tocar el violín, que siempre había sido su mayor pasión, antes reprimida insistentemente por su progenitor. Vivían como siempre habian vivido, en una enorme finca, rodeados de lujos, consentidos día y noche por sirvientes. ¿Política?, ¿Economía?. No eran para ellos. Tenían una visión demasiado moderna de las cosas. Por fin, a la edad de diecinueve años quedó encinta y sus vidas dieron un vuelco durante su período de gestación. No mas alcohol, no mas fiestas. El se encargó de todo. Ella solo debía guardar reposo y alimentar con su sangre rica en nutrientes a ese pequeño ser que crecía velozmente dentro de su vientre. Pero cuando hubieron pasado nueve largos meses de frenética espera, el doctor anunció que el feto había muerto in útero, y que probablemente no podrían engendrar mas niños. Ese fué el primer golpe duro que la vida les dió. El luto de su primer pérdida duró para siempre, así como el rencor a Dios por haberles quitado la gracia de esa nueva vida que nunca conoció sus rostros. Pocos meses después volvieron a intentarlo, con el trágico final de un embarazo perdido en un aborto espontáneo a las doce semanas. Y así, sucedió durante años. Cuando tenía veintisiete, volvió a quedar embarazada. Pero esta vez, Dios no les dió la espalda y esa mañana de septiembre acunaron entre sus brazos, que jamás se dieron por vencidos, a su primogénita y única hija, a la que llamaron Renata "Renacida por la gracia de Dios".
Infancia, adolescencia, juventud.
¿Cómo podría haber vivido una niña que fué todo lo que sus padres desearon y esperaron por tantos años?. La respuesta es: como una verdadera princesa. Nací y viví durante catorce otoños en la misma mansión donde mis padres consumaron su amor. Jardines, fuentes, inmensas salas y bibliotecas, habitaciones enteras para mi. Me consintieron hasta el punto en que mis caprichos no tenían ya sentido. Tuve y tengo todo cuanto quise. Crecí rodeada de tanto amor que cuando decidí marcharme de allí, pase noches enteras llorando. Vestidos, perfumes, joyas, muñecas. Mi habitación estaba repleta de ellos. Mis amados padres no pudieron darme un hermano jamás y unos años luego de mi primer cumpleaños, por fin renunciaron a la dolorosa búsqueda. El tiempo pasaba rápido, las inversiones que mi padre habia hecho hacía años, daban sus frutos en forma de cheques y billetes que esperaban saciar nuestras extravagancias en varios bancos (siempre a través de las estrategias financieras y comerciales de viejos amigos de su padre que llevaban con gran esmero el negocio familiar hacia adelante). Me dieron una educación cristiana bastante ortodoxa, aunque me dejaron investigar sobre todas las religiones que llegaba a mis oídos. Aprendí a tocar el piano con el mejor de los profesores, convirtiéndome en una gran alumna, algo así como una niña prodigiosa, que en pocos minutos y con una habilidad y destreza impresionantes podía interpretar una complicada pieza. Era una avida lectora, intersada en historia, literatura, así como también en matemáticas y ciencias, sobre todo en astronomía. Quería saberlo todo, y ya desde pequeña mis padres intuyeron mi espíritu ambicioso, codicioso, libre y sediento de conocimiento. Para mi cumpleaños número trece, ya conocía todos los países de Europa Occidental, parte de Asia y del Nuevo Mundo. Un día le pregunté a mi madre sobre nuestros ascendentes y me llevé una gran desepción al saber que mis padres, ambos, habían renunciado de distintas formas a los títulos de nobleza. ¡Lo que más anhelaba yo!, faltaba tiempo para que el título de Baronesa del Imperio Sacro Romano me fuese otorgado, aunque no desconocía que por ser la primogénita y única hija, en realidad ya era mío. Esperé dos años y pedí que me enviaran a Roma, con la excusa de mejorar mi habilidad en el piano. Accedieron encantados, dándome dinero, besos y derramando lágrimas de padres orgullosos. Rastreé a mi abuelo paterno, quien me recibió complacido, diciendo que todo lo que sube tiene que bajar, y que sabía que algún día la estupidez de mi padre sería remendada. Viví con el durante varios meses, aprendiendo de su labor como miembro de la realeza, asistiendo a grandes banquetes y conociendo gente importante con gran influencia política y social. A mis quince años era ya una mujer. Más hermosa aún que mi madre, de pronunciadas curvas, y en pleno conocimiento de ello, elegía los vestidos que más destacaban mis atributos. Constantemente era cortejada por numerosos hombres, los cuales, poco me interesaban, ya que en lo único que pensaba, al punto mismo de la manía y la obsesión, era con alcanzar una posición social incluso mas alta de la que tenía. Deseaba ser Reina. Me habia vuelto más calculadora, una persona extremadamente fría, calculadora y pensante que no se atrevía a abandonar la razón y la lógica ni por un segundo. Antes de partir nuevamente a mi hogar conocí a un hombre, Louise Rouviere. Genio, excéntrico, un formidable estratega militar. Alto, increiblemente apuesto, tan arrogante y déspota como yo, quiza fué eso lo que hizo que perdiera el juicio y me enamorara. Con él conoci como huele el paraíso. Fué un amor vertiginoso, rápido, osado, veteado de dolor y del desconzuelo de saber que era algo que no podía ser. Aún tiembla todo mi cuerpo recordando sus besos. Lo perdí aquella vez, y lo pierdo un poco mas día a día, mientras sus recuerdos se me van escapando. A veces la palabra destino puede saber amarga. Para mi se ha vuelto insípida, nada más unas letras que usamos para teminar una frase de forma más decorosa. Pero solo el punto final de una frase llena de la ignorancia en la que se ve envuelta nuestra propia existencia. No sabemos nada, pero creemos saberlo todo. Y no fué el “destino” entonces lo que puso el punto final a algo que apenas había comenzado, sinó la difícil decisión para una joven de quince años entre el amor y la ambición de poder. Me marché de allí durante el invierno de 1790, era una mañana fría y el sol apenas llegaba en unos rayos trémulos y débiles, que no tenían la energía suficiente para calentar la gélida atmosfera. Abracé a mi abuelo e intenté no pensar en Louise. Me proyecté en el futuro, siendo la dueña de algo mucho más grande que mi mera existencia. Quería todo aquello que mis padres habían rechazado. Y en ese momento, por unos instantes maldije sus motivos, su ignorancia, su manera infantil de tomar decisiones. No podía volver a Florencia, sería incesato, sería como hacerme trampa en mi propio juego. Tenía dinero, la inteligencia suficiente y la independencia necesaria para tomar las riendas de mi vida. Envié una carta a casa, diciendo que iría a Francia para seguir estudiando, recibiendo como respuesta una fervorosa súplica de que regresara, que no podían estar tanto tiempo separados de mi. Algo que merecía tanto la pena no podía ser así de fácil, sus palabras me hacían sentir como si hubiese profanado un tempo sagrado, como si estuviese reclamando el trono de algun Dios griego. Una vocecilla en mi cabeza me pedía que regresara, que me arrepentiría si no lo hacía. Y por primera vez, seguí a mi corazón. Una semana más tarde volvía a Florencia, para encontrar a mi padre destruído y a mi madre postrada en su lecho, lánguida, ferbil, severamente enferma, moribunda. Me derrumbé por completo, perdí la moral en un segundo y comencé a llorar. No había palabras de consuelo. Tenía apenas quince años y no estaba preparada para esa pérdida. Sin embargo ella se marchó en paz un par de semanas después, víctima de una tuberculosis fulminante y mi padre, para ese entonces había perdido el juicio y había entregado sus penas al alcoholismo. En sus pocos momentos de lucidez, cuando no estaba borracho ni tenía delirios y alucinaciones, me repetía una y otra vez lo mucho que me amaba y me suplicaba que lo internara en un hospital psiquiátrico.
Con el corazón desgarrado, sabiendo que estaba a punto de enterrar viva a la única persona que me importaba en el mundo, firmé la hoja de admisión y lo vi alejarse cabizbajo, rendido por primera vez, por aquel mortecino pasillo gris.
Todas mis certezas de habían derrumbado y estaba en pleno conocimiento de ello. En éste punto de mi vida podría haber cometido una estupidez, pero cuando logré calmarme y me tumbé sollozando sobre la esponjosa alfombra de la sala, mientras miraba los ángeles de mejillas rosadas y completamente desnudos que me veían desde lo alto del techo, supe que solo habían dos caminos que seguir. Con la mente en frío y haciendo a un lado el dolor que sentía en el pecho, decidí que la vida no podría alcanzarme ni hundirme con la última estocada de su desdén. Me bastó un instante para recobrarme y sonreirle a esas criaturas que me observaban con ojos brillantes y rizos pintados en oro, mientras les pedía en voz alta que cuidaran de mi madre y a mi padre, que no les dejaran sufrir.
Seis años después me encontraba festejando mi cumpleaños número veintiuno. Aún vivía en la mansión de Florencia. Aquella era una noche maravillosa. Ciento cincuenta invitados, música, bebida. No me reprochaba nada, ya no había lugar en mi para cobardias ni debilidades. Era demasiado fuerte, y aunque en lo más profundo de mi ser, extranaba a mis padres más que a nada en el mundo, ante la sociedad me presentaba como una mujer decidida, soberbia, invencible. Mis logros como mujer y la niña que una vez había sido eran las dos riberas de un río desbordado que no tenía nada que las comunicase. Estuve a punto de casarme con un hombre al que no amaba. Estuve a punto de cometer cientos de locuras. Lo cierto es que estaba a un paso de alcanzar la cumbre, el punto más alto de mis espectativas, a través de las nupcias con un destacado miembro de la realeza... Al que jamas amé.
París, la decepción y el presente.
Alguna vez, hace mucho ya, conocí el verdadero amor. Ese que hace que cada mirada se transforme en una sensación hasta entonces desconocida en tu cuerpo. No era lo que sentía por Mariano Legrand. Aristócrata, rico, caballero, de una gentileza y clase avasalladoras. Pero no lo quería, y ninguna de sus incontables virtudes podía cambiar eso. Nos comprometimos el 12 de julio de 1796, durante unas vacaciones que tomamos en la costa Griega. El era el hijo del Conde de Francia, y por ende, futuro predecesor. Cuando regresamos a París, hicimos los últimos arreglos de la boda y nos casamos, durante una tarde de verano espléndida, en una ceremonia memorable. No duró mucho nuestra alianza, pues el padre de mi esposo fué juzgado y condenado al destierro por considerársele un traidor de su nación, acusación que nunca supe a que se debió. No había amor y ya no habían otros motivos para nuestro matrimonio. El lo sabía y así, cuando decidí abandonar nuestra casa no se opuso, alegando que no podría soportar por mucho tiempo las mentiras y los engaños de los que era víctima, en un miserable esfuerzo por creer que no me amaba. Con la fortuna intacta que aún conservaba de mis padres, compré una lujosa mansión en las afueras de París. Me mudé de inmediato e intenté rehacer mi vida tras el fracaso de mi matrimonio. No me costó mucho, y poco después me volqué de lleno a los negocios, a usar mi dinero para conseguir más dinero. Nunca había dejado a un lado mis caros y suculentos gustos por las buenas ropas, ni mis extravagantes costumbres, pero ahora era una mujer adulta, sensual y hermosa, capaz de conseguir todo lo que quería con una simple sonrisa. Tuve muchos amantes, algún delíz con una mujer, pero no deseaba compartir mi vida con alguien que no tuviera lo necesario para que lo considerase digno de ello. Por primera vez en mucho tiempo soy completamente felíz, y poco tiempo después de instalarme en una lujosa mansión parisina, lograría conseguir lo que desde niña anhelo poderosamente; un cargo en la realeza que me acerque a la vida de los nobles, que me permita introducirme más en la política, pero para vivirla desde adentro, desde una óptica más real y una posición más influyente. Además, como le dije una vez a mi padre, en algún momento tendré la oportunidad de reclamar por aquello de lo que fuí despojada en un acto lleno de ignorancia, el título de nobleza que me corresponde, como legítima hija y nieta de Condes y Barones.
Sobre la muerte del Barón del Sacrum Romanum Imperium
Durante unos meses, estuve viajando mucho para poder manejar en persona unos asuntos de suma importancia. Tenía tierras desparramadas por todo Europa. Hasta el momento era dueña de cinco haciendas y varios kilómetros de tierra fértil, donde tenía a cargo de las plantaciones, cosechas y la tesorería, a algunos señores que siempre habían trabajado para la familia y en los que tenía bastante confianza; aunque nunca venía mal ver que tal marchan las cosas por uno mismo. Una vez al año, o cada vez que podía, me ausentaba entonces, para corroborar que todo estuviera funcionando acorde a mis planes y órdenes. Antes que comenzara el otoño, mis sirvientes prepararon el coche, abasteciéndolo de todas las comodidades necesarias para un viaje lastimosamente largo. En esos momentos siempre deseé tener un hermano o hermana, ya sea para aprovechar su compañía y consejos durante la travesía o para dejar a cargo de mi mansión. Soy quizá, demasiado detallista, pulcra y perfeccionista como para encontrar una persona que crea digna de mi absoluta confianza. Partimos durante una madrugada roja y aún primaveral, dejando atrás París, que desaparecía hundiéndose en el horizonte matutino, rumbo a Italia, donde tenía pensado administrar unos negocios y enviar dinero a un banco extranjero.Esa misma noche se celebró una gran fiesta en la mansión Della Rovere, donde acudieron destacados miembros de la realeza y grandes amigos de nuestra poco numerosa familia a felicitar a los novatos progenitores. Mesas desbundadas de los platos más exquisitos, los vinos más caros, los postres más sabrosos. Sirvientes que se movían por la inmensa sala sosteniendo bandejas de plata repletas de champagne y aperitivos sazonados con las especias más exóticas del mercado, mientras una orquesta tocaba un vals en un rincón de la habitación, bajo el cándido resplandor de las lámparas doradas. Entregados por completo a los placeres mundanos. Nunca era demasiado. No había límites para el derroche.
Sobre Ginno Della Rovere.
Mi padre, un hombre alto, guapo, de cabellos oscuros y lisos, nacido en Roma, era hijo del antiguo Barón de Imperio Sacro Romano, ascendientes a su vez de grandes aristócratas y políticos, que heredaban el título generación tras generación. El por su parte, había rechazado de alguna forma su título de nobleza, oponiéndose a llevar adelante cualquier tipo de responsabilidad con la corona Romana, argumentando que deseaba hacer otras cosas con su tiempo. Ese pobrísimo pretexto fué recibido de muy mala gana por su viejo padre, que a partir de entonces cortó todo tipo de comunicación con él, sin embargo no revocó su derecho a la herencia familiar y rezó porque su título nobiliario fuese recibido como era debido por sus descendientes. Mi padre dedicó su corta vida a estudiar arte, pintura específicamente, derrochando el dinero de su familia en burdeles, alcohol y excesos bohemios, hasta que comenzó a hacerse conocido por sus obras. Para ese entonces, se hallaba ya en Florencia, donde conoció a mi madre. Vivieron una de esas historias de amor imposibles, ya que el padre de ella, también de alcurnia, un hombre íntegramente sumergido en el mundo de la política, no admitia para su hija ese tipo de companías tan... despreocupadas, libertinas y errantes.
No obstante, nada pudo hacer cuando ella, haciendo caso omiso a todas sus advertencias y amenzas, se mudó con el a su mansión, cerrando las puertas a toda su parentela. Se amaban entonces y se amaron a pesar de todos los fracasos, las dudas y la presión a la que estaban sometidos por ser hijos de personas tan conservadoras. Vivieron bajo sus propias reglas, entregados por completo al arte, a la demasía. Conocieron a los mejores pintores, escultores y músicos de la época, sin dejar de lado esa veta aristocrática que traían de la cuna, y que se veía reflajada en todas las cosas que hacían, decían o pensaban.
Sobre Stefana Novello (más tarde Stefana Della Rovere).
Hermosa era una palabra que le quedaba pequeña. Hábil para todo lo que se planteara hacer, dócil, alegre, enamoradiza, perfecta. Fue el orgullo de sus padres desde que era un bebé. Gianni Novello su padre, era un hombre de poquísimas palabras, serio, demasiado comprometido con sus deberes de Conde como para preocuparse personalmente por su familia. Dejó a cargo de la educación de su hija a un par de tutoras reconocidas por sus eficaces formas de enseñar, y su alimentación e higiene a sus sirvientes Su madre había muerto después de casi veinte horas de laborioso parto. Sin embargo ella jámas se quejó de los pocos cuidados y afectos que recibió de su padre, por el contrario, siempre le estuvo agradecida por darle todas las herramientas con la cuales enfrentar un mundo en constante evolución. Cuando conoció a mi padre, muchas cosas cambiaron de perspectiva. Se dedicó por completo a tocar el violín, que siempre había sido su mayor pasión, antes reprimida insistentemente por su progenitor. Vivían como siempre habian vivido, en una enorme finca, rodeados de lujos, consentidos día y noche por sirvientes. ¿Política?, ¿Economía?. No eran para ellos. Tenían una visión demasiado moderna de las cosas. Por fin, a la edad de diecinueve años quedó encinta y sus vidas dieron un vuelco durante su período de gestación. No mas alcohol, no mas fiestas. El se encargó de todo. Ella solo debía guardar reposo y alimentar con su sangre rica en nutrientes a ese pequeño ser que crecía velozmente dentro de su vientre. Pero cuando hubieron pasado nueve largos meses de frenética espera, el doctor anunció que el feto había muerto in útero, y que probablemente no podrían engendrar mas niños. Ese fué el primer golpe duro que la vida les dió. El luto de su primer pérdida duró para siempre, así como el rencor a Dios por haberles quitado la gracia de esa nueva vida que nunca conoció sus rostros. Pocos meses después volvieron a intentarlo, con el trágico final de un embarazo perdido en un aborto espontáneo a las doce semanas. Y así, sucedió durante años. Cuando tenía veintisiete, volvió a quedar embarazada. Pero esta vez, Dios no les dió la espalda y esa mañana de septiembre acunaron entre sus brazos, que jamás se dieron por vencidos, a su primogénita y única hija, a la que llamaron Renata "Renacida por la gracia de Dios".
Infancia, adolescencia, juventud.
¿Cómo podría haber vivido una niña que fué todo lo que sus padres desearon y esperaron por tantos años?. La respuesta es: como una verdadera princesa. Nací y viví durante catorce otoños en la misma mansión donde mis padres consumaron su amor. Jardines, fuentes, inmensas salas y bibliotecas, habitaciones enteras para mi. Me consintieron hasta el punto en que mis caprichos no tenían ya sentido. Tuve y tengo todo cuanto quise. Crecí rodeada de tanto amor que cuando decidí marcharme de allí, pase noches enteras llorando. Vestidos, perfumes, joyas, muñecas. Mi habitación estaba repleta de ellos. Mis amados padres no pudieron darme un hermano jamás y unos años luego de mi primer cumpleaños, por fin renunciaron a la dolorosa búsqueda. El tiempo pasaba rápido, las inversiones que mi padre habia hecho hacía años, daban sus frutos en forma de cheques y billetes que esperaban saciar nuestras extravagancias en varios bancos (siempre a través de las estrategias financieras y comerciales de viejos amigos de su padre que llevaban con gran esmero el negocio familiar hacia adelante). Me dieron una educación cristiana bastante ortodoxa, aunque me dejaron investigar sobre todas las religiones que llegaba a mis oídos. Aprendí a tocar el piano con el mejor de los profesores, convirtiéndome en una gran alumna, algo así como una niña prodigiosa, que en pocos minutos y con una habilidad y destreza impresionantes podía interpretar una complicada pieza. Era una avida lectora, intersada en historia, literatura, así como también en matemáticas y ciencias, sobre todo en astronomía. Quería saberlo todo, y ya desde pequeña mis padres intuyeron mi espíritu ambicioso, codicioso, libre y sediento de conocimiento. Para mi cumpleaños número trece, ya conocía todos los países de Europa Occidental, parte de Asia y del Nuevo Mundo. Un día le pregunté a mi madre sobre nuestros ascendentes y me llevé una gran desepción al saber que mis padres, ambos, habían renunciado de distintas formas a los títulos de nobleza. ¡Lo que más anhelaba yo!, faltaba tiempo para que el título de Baronesa del Imperio Sacro Romano me fuese otorgado, aunque no desconocía que por ser la primogénita y única hija, en realidad ya era mío. Esperé dos años y pedí que me enviaran a Roma, con la excusa de mejorar mi habilidad en el piano. Accedieron encantados, dándome dinero, besos y derramando lágrimas de padres orgullosos. Rastreé a mi abuelo paterno, quien me recibió complacido, diciendo que todo lo que sube tiene que bajar, y que sabía que algún día la estupidez de mi padre sería remendada. Viví con el durante varios meses, aprendiendo de su labor como miembro de la realeza, asistiendo a grandes banquetes y conociendo gente importante con gran influencia política y social. A mis quince años era ya una mujer. Más hermosa aún que mi madre, de pronunciadas curvas, y en pleno conocimiento de ello, elegía los vestidos que más destacaban mis atributos. Constantemente era cortejada por numerosos hombres, los cuales, poco me interesaban, ya que en lo único que pensaba, al punto mismo de la manía y la obsesión, era con alcanzar una posición social incluso mas alta de la que tenía. Deseaba ser Reina. Me habia vuelto más calculadora, una persona extremadamente fría, calculadora y pensante que no se atrevía a abandonar la razón y la lógica ni por un segundo. Antes de partir nuevamente a mi hogar conocí a un hombre, Louise Rouviere. Genio, excéntrico, un formidable estratega militar. Alto, increiblemente apuesto, tan arrogante y déspota como yo, quiza fué eso lo que hizo que perdiera el juicio y me enamorara. Con él conoci como huele el paraíso. Fué un amor vertiginoso, rápido, osado, veteado de dolor y del desconzuelo de saber que era algo que no podía ser. Aún tiembla todo mi cuerpo recordando sus besos. Lo perdí aquella vez, y lo pierdo un poco mas día a día, mientras sus recuerdos se me van escapando. A veces la palabra destino puede saber amarga. Para mi se ha vuelto insípida, nada más unas letras que usamos para teminar una frase de forma más decorosa. Pero solo el punto final de una frase llena de la ignorancia en la que se ve envuelta nuestra propia existencia. No sabemos nada, pero creemos saberlo todo. Y no fué el “destino” entonces lo que puso el punto final a algo que apenas había comenzado, sinó la difícil decisión para una joven de quince años entre el amor y la ambición de poder. Me marché de allí durante el invierno de 1790, era una mañana fría y el sol apenas llegaba en unos rayos trémulos y débiles, que no tenían la energía suficiente para calentar la gélida atmosfera. Abracé a mi abuelo e intenté no pensar en Louise. Me proyecté en el futuro, siendo la dueña de algo mucho más grande que mi mera existencia. Quería todo aquello que mis padres habían rechazado. Y en ese momento, por unos instantes maldije sus motivos, su ignorancia, su manera infantil de tomar decisiones. No podía volver a Florencia, sería incesato, sería como hacerme trampa en mi propio juego. Tenía dinero, la inteligencia suficiente y la independencia necesaria para tomar las riendas de mi vida. Envié una carta a casa, diciendo que iría a Francia para seguir estudiando, recibiendo como respuesta una fervorosa súplica de que regresara, que no podían estar tanto tiempo separados de mi. Algo que merecía tanto la pena no podía ser así de fácil, sus palabras me hacían sentir como si hubiese profanado un tempo sagrado, como si estuviese reclamando el trono de algun Dios griego. Una vocecilla en mi cabeza me pedía que regresara, que me arrepentiría si no lo hacía. Y por primera vez, seguí a mi corazón. Una semana más tarde volvía a Florencia, para encontrar a mi padre destruído y a mi madre postrada en su lecho, lánguida, ferbil, severamente enferma, moribunda. Me derrumbé por completo, perdí la moral en un segundo y comencé a llorar. No había palabras de consuelo. Tenía apenas quince años y no estaba preparada para esa pérdida. Sin embargo ella se marchó en paz un par de semanas después, víctima de una tuberculosis fulminante y mi padre, para ese entonces había perdido el juicio y había entregado sus penas al alcoholismo. En sus pocos momentos de lucidez, cuando no estaba borracho ni tenía delirios y alucinaciones, me repetía una y otra vez lo mucho que me amaba y me suplicaba que lo internara en un hospital psiquiátrico.
Con el corazón desgarrado, sabiendo que estaba a punto de enterrar viva a la única persona que me importaba en el mundo, firmé la hoja de admisión y lo vi alejarse cabizbajo, rendido por primera vez, por aquel mortecino pasillo gris.
Todas mis certezas de habían derrumbado y estaba en pleno conocimiento de ello. En éste punto de mi vida podría haber cometido una estupidez, pero cuando logré calmarme y me tumbé sollozando sobre la esponjosa alfombra de la sala, mientras miraba los ángeles de mejillas rosadas y completamente desnudos que me veían desde lo alto del techo, supe que solo habían dos caminos que seguir. Con la mente en frío y haciendo a un lado el dolor que sentía en el pecho, decidí que la vida no podría alcanzarme ni hundirme con la última estocada de su desdén. Me bastó un instante para recobrarme y sonreirle a esas criaturas que me observaban con ojos brillantes y rizos pintados en oro, mientras les pedía en voz alta que cuidaran de mi madre y a mi padre, que no les dejaran sufrir.
Seis años después me encontraba festejando mi cumpleaños número veintiuno. Aún vivía en la mansión de Florencia. Aquella era una noche maravillosa. Ciento cincuenta invitados, música, bebida. No me reprochaba nada, ya no había lugar en mi para cobardias ni debilidades. Era demasiado fuerte, y aunque en lo más profundo de mi ser, extranaba a mis padres más que a nada en el mundo, ante la sociedad me presentaba como una mujer decidida, soberbia, invencible. Mis logros como mujer y la niña que una vez había sido eran las dos riberas de un río desbordado que no tenía nada que las comunicase. Estuve a punto de casarme con un hombre al que no amaba. Estuve a punto de cometer cientos de locuras. Lo cierto es que estaba a un paso de alcanzar la cumbre, el punto más alto de mis espectativas, a través de las nupcias con un destacado miembro de la realeza... Al que jamas amé.
París, la decepción y el presente.
Alguna vez, hace mucho ya, conocí el verdadero amor. Ese que hace que cada mirada se transforme en una sensación hasta entonces desconocida en tu cuerpo. No era lo que sentía por Mariano Legrand. Aristócrata, rico, caballero, de una gentileza y clase avasalladoras. Pero no lo quería, y ninguna de sus incontables virtudes podía cambiar eso. Nos comprometimos el 12 de julio de 1796, durante unas vacaciones que tomamos en la costa Griega. El era el hijo del Conde de Francia, y por ende, futuro predecesor. Cuando regresamos a París, hicimos los últimos arreglos de la boda y nos casamos, durante una tarde de verano espléndida, en una ceremonia memorable. No duró mucho nuestra alianza, pues el padre de mi esposo fué juzgado y condenado al destierro por considerársele un traidor de su nación, acusación que nunca supe a que se debió. No había amor y ya no habían otros motivos para nuestro matrimonio. El lo sabía y así, cuando decidí abandonar nuestra casa no se opuso, alegando que no podría soportar por mucho tiempo las mentiras y los engaños de los que era víctima, en un miserable esfuerzo por creer que no me amaba. Con la fortuna intacta que aún conservaba de mis padres, compré una lujosa mansión en las afueras de París. Me mudé de inmediato e intenté rehacer mi vida tras el fracaso de mi matrimonio. No me costó mucho, y poco después me volqué de lleno a los negocios, a usar mi dinero para conseguir más dinero. Nunca había dejado a un lado mis caros y suculentos gustos por las buenas ropas, ni mis extravagantes costumbres, pero ahora era una mujer adulta, sensual y hermosa, capaz de conseguir todo lo que quería con una simple sonrisa. Tuve muchos amantes, algún delíz con una mujer, pero no deseaba compartir mi vida con alguien que no tuviera lo necesario para que lo considerase digno de ello. Por primera vez en mucho tiempo soy completamente felíz, y poco tiempo después de instalarme en una lujosa mansión parisina, lograría conseguir lo que desde niña anhelo poderosamente; un cargo en la realeza que me acerque a la vida de los nobles, que me permita introducirme más en la política, pero para vivirla desde adentro, desde una óptica más real y una posición más influyente. Además, como le dije una vez a mi padre, en algún momento tendré la oportunidad de reclamar por aquello de lo que fuí despojada en un acto lleno de ignorancia, el título de nobleza que me corresponde, como legítima hija y nieta de Condes y Barones.
Sobre la muerte del Barón del Sacrum Romanum Imperium
Algunas semanas después de haber abandonado Francia, me encontraba en una de mis fincas, sl sur de España, cuando recibí una carta proveniente de París, que venía a su vez de Italia. Literalmente le arranqué de las manos el sobre al sirviente, y le pedí que se retirara de inmediato. Cerré las puertas y me senté, exaltada y quizá algo nerviosa. Rompí el sobre y dentro encontré una hoja blanca estampada con el sello real del Sacro Imperio. Informaba sin muchos preámbulos que mi abuelo, Benito Della Rovere había muerto por causas naturales a sus 89 gloriosos años de edad, y que tras la muerte de su único hijo y heredero, el título de la Baronía del Imperio Sacro Romano me correspondía a mí.
Me consideraba a mi misma completamente digna de la herencia de semejante título, debido a mis facultades y excelentes capacidades y conocimientos en materia política, y mis vastas y prolíficas extensiones de tierra -reconocidas en todo Europa por su gran producción agrícola- y obviamente por mi ascendencia noble. Mi viaje daría entonces un vuelco, y tomaría los caminos que conducían hacia el corazón mismo del Sacrum Imperium, para visitar el castillo y mostrarme agradecida ante el trono. No desconocía en absoluto, que el título de Baronesa involucraba también otras responsabilidades y deberes para con el Emperador, lo cual -lejos de inquietarme- me parecía hasta razonable. Probar la cama real, más que una obligación, sería un placer.
Mi viaje culminó mejor aún de lo que había comenzado y al regresar a casa, me sentí realizada y satisfecha, aunque en lo más profundo de mi, sabía que aunque había logrado dar un paso que me acercaba más al poder que tanto ambicionaba, aún no había logrado la mayor de mis metas.
Última edición por Renata Della Rovere el Vie Dic 23, 2011 1:43 pm, editado 13 veces (Razón : Ortografía.)
Renata Della Rovere- Realeza Germánica
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 12/12/2011
Localización : París.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Renata Della Rovere.
En cuanto termines tu ficha postea avisando para que un miembro del staff pase a revisarla. Gracias.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 7350
Fecha de inscripción : 19/06/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Renata Della Rovere.
Listo!.
Renata Della Rovere- Realeza Germánica
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 12/12/2011
Localización : París.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Renata Della Rovere.
Ya la edité para adaptarla al título de realeza. Saludos.
Renata Della Rovere- Realeza Germánica
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 12/12/2011
Localización : París.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Renata Della Rovere.
FICHA APROBADA
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 7350
Fecha de inscripción : 19/06/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Temas similares
» Buscando novedades [Renata Isabella Della Rovere]
» Se me ponen si me besas, rojitas las orejas {Gino della Rovere}
» Nara Della Rovere
» Les chariots de feu {Gino della Rovere}
» Ficha Nara Della Rovere
» Se me ponen si me besas, rojitas las orejas {Gino della Rovere}
» Nara Della Rovere
» Les chariots de feu {Gino della Rovere}
» Ficha Nara Della Rovere
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour