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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anna Ferrec Sáb Sep 22, 2018 8:58 am

«Qué tiene tu veneno
que me quita la vida sólo con un beso
y me lleva a la luna
y me ofrece la droga que todo lo cura»
Fito y Fitipaldis



Anna siempre había sido una niña romántica que soñaba con encontrar al hombre perfecto que la desposara. Siempre, hasta el punto de que cada hombre que conocía se convertía automáticamente en ese nuevo esposo ideal para ella. Lo cierto era que, la gran mayoría de las veces, ese capricho no duraba más que unos pocos días, bien porque encontraba a otro en el que pensar o porque, simplemente, se acababa olvidando de él. Por eso, nadie podía suponer que el recuerdo del joven que vio de casualidad durante la ceremonia en la que su hermano fue nombrado líder de la tercera facción de la Inquisición fuera a durarle tanto tiempo.

Si algo caracterizaba a Anna, además de esa felicidad inocente que siempre la acompañaba, era su habilidad para obtener la información que le interesaba. Ni toda, ni la real, sino la que ella quería saber y escuchar. Fue así como, valiéndose de su radiante sonrisa, consiguió saber el nombre del hombre que al que ni ella le quitaba ojo, ni él dejaba de mirarla: Gino della Rovere.

Gino. Ese nombre la persiguió en sus noches y sus días. El rostro masculino y perfectamente delineado del inquisidor se le aparecía en sus mejores sueños, invitándola a cenar, a pasear y a bailar. No conocía el olor de su perfume, pero eso no era impedimento para ella, puesto que ya le había adjudicado el más delicioso de todos. Gino no podía oler mal, de ninguna manera.

Desde el día del nombramiento de Eliot —y el anuncio de su compromiso—, ella y su madre se volcaron de lleno en ayudar a la nueva pareja a organizar todo lo necesario para el enlace. Aún así, Anna siempre encontraba un momento para pensar en Gino, en qué estaría haciendo, en si él pensaría en ella… Así pasaba la joven los días, soñando despierta y dormida, pero siempre con él. ¡Oh, qué capricho más fuerte tenía esa vez!

El día que eligieron para la boda, ella se levantó feliz. No sólo por el enlace de su hermano con la mujer a la que ya quería como a una hermana —que también—, sino porque, durante los preparativos, había podido descubrir que Gino della Rovere, amigo de Eliot, estaba invitado a asistir. Su corazón latía ligero en los momentos previos en los que se estuvo preparando,y no dejó de hacerlo durante el trayecto hasta la catedral..

La familia Ferrec llegó unida a Notre Dame, donde los primeros invitados esperaban el comienzo de la ceremonia. Eliot saludó a los asistentes y después se unió a sus amigos, Samuele y Massimo, que lo palmearon en el hombro para felicitarlo. Anna se sorprendió de no ver con ellos a Gino, pero supuso que llegaría más tarde. Seguro que estaba echándose ese perfume que ella ya había imaginado y que tanto le gustaba. Un comentario que hizo Eliot, sin embargo, hizo que su semblante se nublara.

¿Dónde está Gino? ¿Buscando a la siguiente mujer a la que cortejar?
Ya sabes que no puede esperar a la fiesta, necesita conocer el terreno antes de actuar. Lo lleva en la sangre.

Anna vio cómo su hermano y sus amigos se reían de esos comentarios y a punto estuvo de decirles algo. ¿¡Cómo se atrevían a hablar así de su príncipe azul!? Pero ellos siguieron hablando de él, de sus éxitos y sus fracasos con las mujeres, y algo en el pecho de la joven se rompió en mil pedacitos. Ese del que hablaban no era el Gino que ella había conocido, ni el mismo con el que se había imaginado su vida entera.

No dejó de pensar en ello hasta que la ceremonia dio comienzo. Por suerte, su alma romántica le permitió distraerse al mirar a Yulia caminar por el pasillo, preciosa con su vestido, siendo el blanco de la mirada enamorada de Eliot. El intercambio de alianzas y el beso que vino después le permitieron olvidar a Gino y sus escarceos con las mujeres, al menos por un corto periodo de tiempo.
La fiesta posterior, que incluía un cóctel y la cena, se celebraría en la mansión Ferrec —ahora, Ferrec-Leuenberger—, alejada del centro de la ciudad pero en una zona envidiable en la que vivir. Allí, Anna pudo juntarse con su madre y sus tías para hablar y reír con verdadera libertad, disfrutando del ambiente festivo que se vivía.

No esperaba verlo allí, porque, a decir verdad, tampoco lo había llegado a ver en Notre Dame. Gino la observaba, y ella sintió que hacía un amago para acercarse hasta donde se encontraba. Se asustó; mientras que su corazón se alegraba de volverlo a ver, su razón —esa que a veces era la parte sabia—, le decía que lo mejor era apartarse de su vista.

¿Me disculpan? Volveré enseguida —dijo y se alejó

Su madre asintió y siguió hablando con las mujeres con las que se encontraba, mientras Anna se escondía detrás de una de las columnas que sujetaban la carpa donde se iba a montar la mesa de la cena. Esperaba que él no la hubiera visto escabullirse entre el gentío, porque allí donde se encontraba estaría más que vulnerable.
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Mensaje por Gino della Rovere Sáb Sep 22, 2018 4:40 pm

De su grupo de amigos, Eliot era el más exitoso y eso estaba claro. En menos de tres meses no solo había conseguido ser líder de su facción, sino también prometerse con Yulia, su compañera de años… aunque en eso último Gino no lo envidiaba en lo absoluto, ella le parecía soberbia y antipática, aunque hermosa. Samuele decía que Eliot era el único con suerte del grupo por ser también el único francés –la buena fortuna siempre le sonreía a los galos según él-, pero Massimo lo contradecía: Eliot era el que más trabajaba de los cuatro, y según el bibliotecario, a los que se esforzaban de verdad las bendiciones les llegaban.

A Gino no le importaba aquello, se alegraba por su amigo, pero no se detenía a pensar demasiado en él y en sus logros porque sus negocios en el puerto y la banda de vampiros a la que seguía hacía casi un año era lo que acaparaba su atención. Eso y las mujeres, su conocida debilidad.

Su casa era pequeña si se la comparaba con la majestuosa residencia que tenía en Roma -Lucca della Rovere estaba con vida, pero ya había puesto todo a nombre de su nieto-, en París el personal era mínimo y con eso alcanzaba. Gino había nacido en la pobreza, sabía lo que era pasar carencias o tener que cocinarse él mismo con lo poco que tenían en su casita humilde… tener solo cuatro personas trabajando para él en Francia le parecía suficiente lujo, no necesitaba más.

Se demoró en llegar a la iglesia para el matrimonio de su querido amigo justamente por culpa del personal de su casa, de Rossella puntualmente. Gino no pudo evitar caer en la tentación y entró en el juego que la mujer del servicio le proponía, acabó enredado en la bañera con ella –como siempre le sucedía- y cuando arribó a Notre Dame los novios estaban ya en el altar pronunciando los votos. Gino quedó al fondo, perdido entre todos los asistentes.

No creía en el matrimonio, solo lo veía como la posibilidad de legar el apellido a sus descendientes, pero no podría decirse que él estuviese especialmente encariñado con el suyo, entonces eso no le parecía un motivo de peso para realizar tal follia… De igual modo reconocía que desde que le había pedido casamiento a Yulia Leuenberguer, Eliot estaba muy cambiado, en ese momento por ejemplo lo veía radiante, con una sonrisa que no le cabía en el rostro. A Gino le intrigaba el cambio, pero si la única manera de resolver tal misterio era casándose, prefería quedarse con la duda.

Los novios salieron de la iglesia con toda la familia por detrás y fue allí que la vio: Anna Ferrec salía detrás de su hermano, hermosa como bien la recordaba. Samuele y Gino fastidiaban a Eliot constantemente a causa de su hermanita –que tendría entre dieciocho y veinte años, estimaba él-, lo llamaban cuñado y él se enojaba prohibiéndoles acercarse a Anna. Para Ginno aquello no era más que un juego entre amigos, hasta que tuvo la oportunidad –dos meses atrás- de estar cerca de la joven, hasta que sus ojos hicieron contacto con los de ella varias veces, hasta que su mirada le provocó rubor a ese rostro de ángel.

Conocía bien la casa de los Ferrec, no solo porque era amigo de Eliot hacía algunos años, sino también porque ellos eran sus vecinos. Ambos jardines acababan en un lago compartido por ambos terrenos y que estaba abierto a los residentes del barrio. Una vez llegados allí, donde tendría lugar el festejo de la boda, Gino se acercó al matrimonio para felicitarlos y conversó con ellos durante algunos momentos. En tanto oía alguna anécdota que Yulia comentaba –con simulada simpatía, pues no le perdonaba a la mujer su irrupción en la despedida de soltero de Eliot-, sus ojos descubrieron que detrás estaba Anna Ferrec, hablando animada con un grupo de mujeres.

Así fue el resto de la tarde para él, sin que importase con quien hablaba, qué comiera o bebiera, siempre –hiciera lo que hiciera- necesitaba tener a Anna a la vista. Lo que ella hacía no le era ajeno, tampoco con quien conversaba y hasta le había llegado el embriagador sonido de su risa. Sabía bien que acercarse a la hermana de su amigo no sería nada inteligente de su parte, pero algo en ella parecía llamarlo y Gino della Rovere necesitaba averiguar qué era.

Una vez más sus ojos entraron en contacto con los de Anna y él le sonrió. Aquello pareció turbarla porque lo siguiente que hizo fue disculparse con el grupo de mujeres mayores y escabullirse.


-Benedetti, deme un momento por favor, he recordado algo –le dijo al inquisidor con el que hablaba y así, casi con mala educación, se alejó de él.

No le costó nada hallarla, se escondía detrás de una columna. Gino se rió de la inocencia de la muchacha y se acercó a ella de modo que por primera vez estuvieron frente a frente, al fin.


-Anna, que placer estar tan cerca suyo. Debo decirle que su hermano siempre la ha escondido de mí –tomó la mano de ella, pese a que no se la había ofrecido, y la besó.

Gino miró hacia ambos lados, nadie parecía verlos… Tiró de ella con suavidad hasta conducirla a la línea de árboles más cercana, allí tendrían intimidad. La encerró entre el tronco y su cuerpo y le preguntó:


-¿Por qué Annita Ferrec se esconde de mí? ¿Acaso no le parezco buena compañía? –Bebió de su copa de vino antes de deshacerse de ella, ya estaba vacía, y lo hizo sin dejar de mirar a la muchacha de labios rosados y entreabiertos.
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Mensaje por Anna Ferrec Dom Sep 23, 2018 10:03 am

Aunque su plan era bueno —esconderse detrás de las columnas siempre daba resultado en las novelas románticas que ella leía—, no le había salido bien. Estaba de espaldas a él, así que sólo supo que la había encontrado cuando escuchó su voz, grave y con su acento característico. Se giró despacio y, por primera vez, se dio cuenta de lo alto que era. Aunque el traje que llevaba disimulaba las formas de su cuerpo, la espalda era algo que a Anna le llamaba poderosamente la atención. Era bastante más ancha que la de su hermano y, por supuesto, mucho más que las de sus primos más jóvenes, unos muchachos bastante flacuchos que ahora empezaban a desarrollarse como hombres.

El placer es mío, monsieur —dijo, en voz baja y un tanto cohibida. La presencia de Gino della Rovere era poderosa—. Eso es cierto, Eliot nunca nos ha presentado, no sé por qué.

Era mentira, ese mismo día ya había descubierto ella por qué su querido hermano no había ni hecho mención de su buen amigo Gino, pero no quiso ofenderlo. Ella, al menos, creía que le ofendería saber qué opinaban sus amigos de él, porque lo que dijeron no era algo que cualquiera aceptaría con gusto. En el fondo, a Anna le seguía costando creer que ese hombre que ahora le besaba la mano sin permiso fuera tan insensible con las mujeres como ellos decían. Esas cosas las hacían los hombres vulgares y maleducados, no él, tan galán que quitaba el aliento. Además, se le veía tan confiado en cada uno de sus movimientos que nada de lo que él dijera podría ser puesto en entredicho. Parecía un hombre decidido, de los que siempre saben qué hacer sin importar la situación en la que se encontraran.

Tanto era así, que Anna no dudó en seguirlo cuando él tiró de ella para llevarla a la linde del bosque. No midió las consecuencias de dejarse hacer hasta que sintió el tronco del árbol contra su espalda y el cuerpo de Gino muy cerca del de ella. Pudo apreciar, al fin, el verdadero olor que desprendían sus ropas y su piel. No era el mismo que ella había imaginado, pero le gustaba. Le gustaba mucho, era más masculino de lo esperado y, mezclado con el de su aliento —que olía al vino que se acababa de terminar—, lo dotaban de un aspecto refinado pero, a la vez, salvaje.

No —contestó rápidamente, aunque enseguida se dio cuenta de que acababa de insultarlo al asegurar que no era buena compañía para ella—. No es eso.

Tragó saliva y se humedeció los labios sin poder apartar los ojos de la boca de él. Era tentadora, y el aliento aromático que le llegaba a la nariz estaba resultando una invitación demasiado jugosa. No se atrevía a mirar a su alrededor por dos motivos: el primero, tenía miedo de comprobar que alguien los estuviera viendo allí, demasiado cerca uno del otro, y que esa visión llegara a oídos de su santa madre; el segundo motivo era perder la atención que ahora tenía de Gino, algo que podía pasar en el momento en que dejara de mirarlo a los ojos.

Es que no creo que sea adecuado que me vean hablar con un hombre cuando todavía no he sido presentada en sociedad —explicó rápidamente—. La gente es muy indiscreta, y enseguida empezarían a hablar de usted y de mí, diciendo cosas sin sentido y muy ofensivas. Jamás querría algo así, menos aún en la boda de mi hermano.

Se removió alterada contra el árbol. Ella sabía que no había nada de malo en hablar con él, sobre todo cuando estuvieran rodeados de más personas que pudieran ver qué hacían en cada momento. Estar allí, solos y alejados de la multitud, sí era algo que podría poner en duda su integridad, y lo sabía.

Mi madre es muy tradicional, se escandalizaría si me viera, y lo mismo Eliot. No estoy segura de que a él le gustaría que me acercara a hablar con un hombre sin estar él presente.

Se encogió de hombros y bajó la mirada de nuevo a los labios de Gino. ¿Eso que había notado en su gesto era una sonrisa?
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Mensaje por Gino della Rovere Dom Sep 23, 2018 2:40 pm

Claro que el placer era suyo, pero para él también era agradable conocerla. Gino era arrogante en cuanto a eso y sabía que Anna estaría intentando contener suspiros ante la cercanía de un hombre como él. Suave como una brisa primaveral sobre la hierba, elevó su mano y acarició el mentón de la muchacha. La estaba incomodando y eso le gustaba pues le aseguraba que jamás lo olvidaría.

-Claro, es cierto –concedió, sin dejar de mirar sus labios-. No es nada apropiado alejarse para hablar a solas con un caballero. ¿Por qué ha hecho tal cosa, Anna? –Sonrió, al oírse preguntar aquello-. No me importa lo que piensen de mí, pero odiaría que hablasen mal de usted. Mataría al que hablara mal de usted –le aseguró, de forma pausada.

Al costado de su rostro halló un mechón largo de su cabello rubio, lo tomó para acariciarlo y se lo llevó a la nariz. Con los ojos cerrados aspiró, para guardar el perfume de su cabello en la memoria. Mierda, Eliot lo mataría si lo llegara a ver en esos momentos, pero no le importaba. Volvió a mirarla, mientras jugaba a enrular el mechón sobre su dedo índice.


-No me tema, señorita Anna –le rogó-. No soy malo, por el contrario… ¿Me habría elegido su hermano como amigo si yo lo fuese? Soy divertido, se lo aseguro. No me tema –volvió a susurrar y le besó suavemente la mejilla-. Quise besarla desde que la vi por primera vez. Me alegra tanto este acercamiento.

Se alejó unos pasos. No quería incomodarla, pero él mismo ya estaba pensando en cómo volver a acercarse a ella. Todavía no se habían separado y ya le gustaría volver a susurrarle. Qué mala idea había sido aquella -realmente se jugaba la amistad de Eliot Ferrec con eso-, pero Gino no podía ir contra su naturaleza: cuando una mujer le gustaba se lanzaba hacia ella sin importarle si era prostituta, una mujer casada, una anciana o la hermana de su amigo. Era un inconsciente, pero esa sensación de peligro, de saberse jugando en el borde de la cornisa, lo excitaba.

-Sé que usted también quería que estemos unos momentos a solas para hablar –volvió a tomar su mano y la acarició con las suyas-. Lo vi en sus ojos, lo leí en su mirada cada vez que la descubrí fijándose en mí, parecía pedirme que me acercara. Volveremos a estar así, usted se acercará a mí cuando empiece el momento de bailar y yo le haré la pertinente invitación, pues solo bailaré con usted hoy. –No era un pedido, lo estaba asegurando, afirmando con plena seguridad. Sabía que así sucederían las cosas porque parecía ser una muchacha que no se resistía a los desafíos.

Besó su mano –aunque en verdad quería besarle los labios-, y caminó como si nada volviendo a la fiesta, con ella a su lado. Afortunadamente nadie los observaba, la gente se había girado hacia la orquesta. Quedaron juntos, como de casualidad, frente a la mesa de las bebidas. Gino agarró una copa de vino nueva –la anterior había quedado tirada cerca del árbol- y le ofreció una de sidra a ella. Quien los viera pensaría que solo una coincidencia los había llevado a tener sed al mismo tiempo.


-Déjeme decirle, señorita Anna, que es usted la mujer más bella que hay en la fiesta –dijo y bebió mientras la miraba a los ojos-. Opaca hasta a la novia, ella nada podría hacer para competir con su belleza.

Sin más se volvió para disponerse a buscar a sus amigos.
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Mensaje por Anna Ferrec Mar Sep 25, 2018 4:00 pm

¡Por el amor de Dios y de todos los santos! ¿Qué clase de hombre era ese que jugaba con el cabello de una mujer así, sin sonrojarse? Anna quiso apartar la cabeza para evitar que siguiera enredando su mechón en el dedo, pero estaba tan absorta, tan hipnotizada con él, que le fue imposible.

No le temo. ¿Por qué debería hacerlo? —preguntó, toda inocencia.

La respuesta llegó en forma de beso suave sobre su mejilla. Gino era el primer hombre ajeno a su familia que la besaba. Su hermano solía darle muchos besos cuando era una niña, puesto que para él siempre había sido un tesoro. Sus primos también solían dárselos en las mejillas cuando se encontraba con ellos, pero eran fraternales, sin otra intención que demostrar el cariño que sentían por ella. El beso de Gino, sin embargo, llevaba una carga muy grande de atracción, eso hasta ella era capaz de verlo, novata e inocente como era en ese ámbito.

No diría que no le gustó. Su piel se erizó cuando los labios ajenos rozaron la de su rostro. Lo tuvo tan cerca que pudo apreciar el olor que salía de su cuello perfumado. La mejilla afeitada era suave, pero dependiendo de cómo le rozara la suya, Anna podía notar el vello incipiente. Cerró los ojos y los abrió cuando supo que el hombre se había alejado lo suficiente. Él entero era tan impotente que sólo podía mirarlo si no lo sentía pegado a su piel.

Quiso preguntarle cómo sabía que volverían a estar juntos y solos, pero no le dio tiempo porque él la tomó del brazo y la llevó a la fiesta. Anna Ferrec era una marioneta a su lado, pero, curiosamente, no le importaba. Aceptó la copa de sidra y bebió un trago largo, a pesar de que no le gustaba nada. Tenía la garganta muy seca, así que cualquier cosa le serviría para refrescarla.

Gracias, monsieur —murmuró.

Quería decirle que exageraba, que no había mujer más hermosa que Yulia en aquella fiesta, y no sólo porque el vestido que llevaba le sentaba maravillosamente, sino porque el brillo que desprendía su rostro era capaz de opacar cualquier luz. Pero, como había ocurrido desde que se había cruzado con él aquella tarde, no le dio tiempo. Lo vio alejarse con una punzada de ansiedad en el estómago y, aunque tarde, quiso pedirle que volviera a su lado. Lo siguió hasta que se dio cuenta de que se había unido a sus amigos, entre los que se encontraba Eliot, así que dio media vuelta con la cabeza gacha y volvió al lado de Maureen.

El baile dio comienzo enseguida y, como mandaba la tradición, fueron los novios los encargados de dar comienzo. A ellos se les fueron uniendo otras parejas, que entraban, salían y se cambiaban alrededor de Anna. Buscó a Gino con la mirada mientras su madre le hablaba del vestido de una de sus primas, y se fijó que él le hacía gestos para que fuera a su lado. La joven, cohibida, retiró los ojos y se centró en su madre durante todo el tiempo que fue capaz —que no fue mucho—. Enseguida volvía a buscarlo por el rabillo del ojo para no perder detalle de lo que fuera que estuviera haciendo. En más de una ocasión lo vio observándola, incitándola a que se acudiera junto a él. Ella quería, pero no se atrevía a hacerlo delante de su madre. ¿Qué pensaría de ella? No, Maureen no podía ver cómo su hija se acercaba de manera deliberada a un hombre. Ni ella, ni su hermano. Sobre todo, su hermano.

Debió pasar demasiado tiempo decidiendo qué hacer, porque, una de las veces que giró el rostro, vio que Gino salía a bailar… ¡con una joven del brazo! Anna escuchó cómo algo se rompía en su interior y cómo ese algo roto le revolvía las entrañas. Miró a la joven: era bonita, de un hermoso pelo rubio y rizado, pómulos prominentes y ojos azules. Se parecía a ella, pero no era ella. ¿Por qué la había invitado a bailar, entonces?

Dejó la copa sobre una mesa y se acercó a ellos cuando la canción que estaban bailando terminó.

Buenas noches —saludó a la chica primero, y después se giró hacia él—. ¿Quiere bailar?

La rubia miró a Gino, advirtiéndole del problema en el que se podía meter, y se retiró con un tímido «que disfruten», dicho en voz baja. Anna la ignoró, puesto que no era ella la que importaba en ese momento, y se puso frente al hombre.

Creía que sólo bailaría conmigo esta noche —le recordó—. No parece que sea un hombre de palabra, monsieur.
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Mensaje por Gino della Rovere Miér Sep 26, 2018 1:55 am

Gino se dedicó a disfrutar de la noche. Rió con los chistes de Samuele, llenó de halagos ardientes a Simona –la única mujer del grupo de amigos- porque sabía que ella siempre le subiría la apuesta. Eliot estaba feliz, Gino volvió a asombrarse al verlo así porque, después de todo, era un hombre que acababa de unir su destino al de otra persona. Una inconsciencia para él, que le huiría siempre a los compromisos.

A pesar de participar de las charlas y los brindis de sus amigos, Gino no dejaba de hacer lo que había hecho desde que había llegado: miraba a Anna. La buscaba con insistencia, la adulaba solo moviendo sus labios, sabiendo que ella no podría leer a esa distancia lo que le estaba diciendo. Disfrutaba de aquello como si fuese un niño haciendo pillerías, no pensaba en Eliot en esos momentos.

Volvieron a ofrecerle vino y él aceptó, también se sirvió de los bocadillos previos a la gran cena. El baile tradicional comenzó y Gino volvió a su más delicioso pasatiempo: buscar a Anna Ferrec. Supo que estaba indecisa, podía ver en su rostro el deseo de acercarse pero el miedo a romper las reglas… sonrió, excitado ante la imagen de una muchachita que luchaba por rebelarse.


-Bailemos, cara Simonetta –le dijo a su amiga, llamándola por el diminutivo, y dejó su copa-. Vamos, muéstrame que sabes hacer algo más que quemar hechiceros.

Quería ponerla celosa, darle el empuje que le faltaba para ir hacia él. Durante los minutos que la pieza duró, Gino no buscó a Anna porque creía que con eso la enfadaría. Se concentró en su amiga y compañera, en Simona que era tan diferente a Anna. Simona era libre, sabía bien como defenderse, había asesinado… La señorita Ferrec, en cambio, estaba atada a su familia, era de las que necesitaban siempre seguir directivas y su inocencia cautivaba.

-Qué sorpresa, señorita Ferrec –dijo, fingiendo asombro, cuando oyó su vocecita-. Oh, sí, claro que me gustaría bailar.

Verla romper con todo aquello le hizo sentir orgullo. La besaría en los labios allí mismo, con fuerza, delante de todos… pero debía medirse. Despidió a Simona con una sonrisa, recién cuando la supo lejos miró a los ojos a Anna y, tomando su mano, la guió al centro para poder bailar cerca de los flamantes esposos.

Oh, qué cosa tan maravillosa eran los celos para Gino. Él era sumamente posesivo, tanto como le gustaba que fueran con él. Verla celosa lo excitó completamente y apretó la mano con la que le rodeaba la cintura. Quería pegarla a su cuerpo, pero todavía guardaba algo de sensatez.


-Me ha hecho esperar demasiado, señorita. Deseaba bailar con usted, deseaba tenerla así de cerca –la soltó, porque ese baile así lo indicaba, pero en dos compases volvieron a unirse-, ¿por qué se ha demorado? ¿Acaso dudaba de querer bailar conmigo? ¿Dudaba del deseo que nos une desde que nos vimos en el gran salón donde nombraron líder a su hermano? No olvido eso, no olvido cómo me miraba en esa ocasión… ¿Usted sí?

Otro alejamiento, mismo que Gino aprovechó para estudiar el entorno: Samuele y Simona lo observaban pasmados mientras bailaban juntos, Eliot en cambio parecía solo tener ojos para Yulia. Gino era valiente, pero no estúpido, cuando volvió a unirse a Anna la alejó para cambiar de lugar sin molestar a las demás parejas.

-Tengo palabra, siempre que sea dentro de mis parámetros. Es usted la que dejó pasar una pieza, ¡podríamos haber bailado dos veces! Dos veces así de cerca, dos veces disfrutando de su perfume y de la visión de su piel hermosa... Simona es una bella mujer, ¿cómo no iba a bailar con ella si usted parecía no querer mi compañía?

Odió tener que volver a separarse, casi no lo hizo esa vez aunque representase hacer el ridículo ante todos. Cuando volvió, tomó la mano de Anna y la hizo girar, pues era el momento en el que las mujeres daban una vuelta y otra media vuelta más, para quedar con la espalda en el pecho de los hombres antes de volver a girar.

-Su valentía me vuelve loco, Anna –le confesó, cuando la tuvo pegada al pecho-. No sabe lo feliz que me ha hecho al venir a buscarme para bailar. Cuando todo termine, antes de ir a mi residencia –le dijo, cuando sus rostros estuvieron otra vez de frente-, cuando aquí afuera ya no haya nadie, vendré y la esperaré en la línea de árboles donde conversamos hace una hora. Me gustaría que viniese a despedirme. ¿Lo hará? ¿Volverá a ser valiente para mí?
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Mensaje por Anna Ferrec Dom Sep 30, 2018 11:26 am

La indiferencia que mostró hacia ella mientras bailaba con la otra joven le molestó. De hecho, fue eso, y no otra cosa, lo que la impulsó a acercarse a él y pedirle bailar una canción. Dentro de su pecho sonó una campana de triunfo cuando despidió a la muchacha rubia y la sujetó a ella cerca de su cuerpo. A pesar de su vestido y del traje de él, Anna sentía el calor que transmitía el cuerpo del italiano; era puro fuego, como sus palabras, halagos que le hacían sonrojar como la chiquilla que era, aunque ella se sintiera mujer estando allí, entre los fuertes brazos de Gino.

En realidad, dudaba de que fuera apropiado bailar con usted en este momento. Es amigo de mi hermano, y él está aquí —puntualizó, mirando un momento a su alrededor en su busca—. Además, creí que, si tantas ganas tenía de bailar conmigo, sería usted quien vendría a buscarme, pero no lo ha hecho. Eso hace que dude un poco de sus palabras, monsieur Gino.

Lo llamó por su nombre sólo con la intención de que él supiera que lo conocía, que no era una niña tonta que no se informaba de las cosas. Deseó que ese baile no necesitara de idas y venidas, pues cada vez que Gino la separaba de su cuerpo, sentía el frío de su ausencia en el pecho. En una de las veces que lo tuvo pegado a ella, aprovechó para acariciar uno de sus brazos con disimulo, utilizando el baile que compartían como tapadera. Era terso y tres veces más ancho que el de ella. Anna nunca había tenido a un hombre como él tan cerca, y ese hecho insólito hizo que el vientre le latiera con fuerza.

¿Y cómo cree que yo lo miraba, si puedo preguntar? —Clavó sus ojos en los de él un momento antes de desviar la mirada hacia su derecha—. Que yo recuerde, no lo hice de una forma distinta a como estoy mirando a ese hombre de ahí.

Sonrió al caballero cuando éste se dio cuenta de que era el blanco de la joven y se volvió a su acompañante. Quería ponerlo celoso, que sintiera lo mismo que ella había sentido cuando lo había visto bailar con la hermosa muchacha de pelo rizado. Si se creía que sólo él sabía jugar, estaba equivocado, o eso creía firmemente ella.

¿Cómo puedo estar segura de que, efectivamente, estará al pie de ese árbol esperándome? ¿Y si sólo es una jugarreta para dejarme en ridículo? —dijo, cuando estuvo frente a él—. Dice que mi valentía le vuelve loco, pero estoy segura que las faldas de su amiga, también. No me creo sus parámetros, ni sus palabras: me dijo que sólo bailaría conmigo, y no lo ha cumplido. Me debe una promesa, monsieur.

Cuando la música terminó, Anna se separó de él, hizo una reverencia suave y le tendió la mano —esta vez, sí— para que Gino la besara.

Disfrute de la fiesta —se despidió—, estamos de celebración.

Lo miró, sonrió y se dio media vuelta para volver con sus familiares. Afortunadamente, Maureen no se había dado cuenta del espectáculo que había hecho su hija, pues, de lo contrario, habría puesto el grito en el cielo. Anna, sin embargo, se sentía satisfecha. Estaba segura de que Gino se acercaría a ella en lo que restaba de velada, aunque fuera un escaso minuto, para decirle algo. Lo creía de verdad, pero toda su fe no sirvió de absolutamente nada, puesto que él ni siquiera la volvió a mirar.

Muchas fueron las ocasiones en las que ella desvió su atención completa hacia él, pero si no lo veía hablar con una mujer cualquiera de la fiesta, lo veía reír con la joven de rizos. Se fijó en ella y se dio cuenta de que, aunque los rasgos eran parecidos a los suyos, los de ella eran mucho más naturales, más libres, más atrayentes. Lo miraba de la misma forma que lo hacía él, pero siendo mucho más dulce en sus gestos; sus sonrisas eran pícaras, como las que ella quería poner y nunca conseguía. Entendía por qué Gino había querido bailar con ella, y la odió por eso.

La fiesta se fue terminando poco a poco y la familia Ferrec al completo, como buenos anfitriones, fue despidiendo a los invitados. Anna deseaba que llegara el turno en el que Gino volviera a besarle la mano, pero, cuando se estaba despidiendo de su hermano —puesto que los novios eran los primeros en decir adiós—, deseó no estar allí.

Creo que no me encuentro bien, madre —susurró a Maureen, que estaba a su lado—. Despídame del resto de invitados, por favor.

Sin darle tiempo a responder, Anna entró en la casa y corrió hasta su habitación. Una vez allí, cerró la puerta con fuerza y echó la llave para que nadie la molestara. Tomó aire un par de veces y se acercó a la ventana. Su habitación daba al jardín trasero, al igual que la de su hermano, y, desde allí, podía ver el árbol donde él la había atrapado con su cuerpo. El de Anna sintió un calor repentino al recordar la forma en la que había enredado su pelo en el índice. Alzó su mano para buscar ese mechón, que no había querido reacomodar, y jugueteó con él de la misma forma. Olió las mangas del vestido y descubrió que tenían impregnado el aroma de Gino. ¿Qué clase de tortura era aquella?

Miró a través de la ventana. Todavía quedaban, esparcidos por el césped, los bártulos de la fiesta, pero estaba segura de que desaparecerían para cuando ella se levantara. Se fijó que el jardín se había vaciado por completo, salvo por un movimiento que provenía de la linde del bosque. Se acercó un poco, pegando la cara al cristal, y se dio cuenta de que Gino estaba esperándola. ¡No había sido un engaño, estaba ahí realmente!

Anna sonrió; a pesar de que no la había prestado atención desde el baile, estaba ahí por ella y para ella. Quiso bajar, pero cuando abrió la puerta sintió movimiento en la planta inferior. Su familia todavía estaba despierta, así que no podría salir sin ser vista por alguno de ellos. Esperó y esperó, ansiosa, hasta que supo que el camino estaba despejado, y bajó las escaleras con cuidado. Salió al jardín y corrió hasta el árbol, pero allí ya no había nadie. Había tardado demasiado, otra vez.
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Mensaje por Gino della Rovere Vie Oct 05, 2018 4:09 pm

Sin saberlo, Anna acababa de sellarse como objetivo fijo para el espía. Solo con pronunciar su nombre lo había hecho temblar de deseo y Gino ya no podría vivir sin alcanzar aquel momento en el que ella susurrase su nombre sobre sus labios. Gino, sobre su piel. Gino, con los ojos cerrados. Gino, como un ruego. Gino. ¿Quién habría besado sus labios? ¿La habría tocado alguien? Gino la apretó contra su cuerpo con enojo, ¿por qué lo provocaba así, viendo a otros hombres? ¿Por qué si lo tenía a él allí?

-¿Qué haces, Anna? ¿Por qué lo miras así? –se enojó y, gracias a su entrenamiento como espía, memorizó el rostro del hombre. Ya averiguaría quién era y por qué estaba invitado a la boda-. No juegues conmigo, Anna. Yo no soy como ese hombre, de hecho no soy como ningún otro hombre que esté aquí hoy.

Apoyó su mano en una de las mejillas de la joven, ya poco le importaba si Eliot los veía o no, lo cierto era que en esos momentos no pensaba en él ni en nadie, todo en su mente lo abarcaba Anna Ferrec.

-Estaré. Mírame a los ojos y nota que no miento, estaré -La soltó, no sin antes acariciar la lozanía de su rostro. –Que disfrute, señorita Anna.

Cuando ella se separó de él, Gino se sintió expuesto, enojado y ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Ya no bailó, sino que fue a sentarse a la mesa a la espera de que alguno de sus amigos llegase a darle charla y distraerlo un poco de la confusión que Anna Ferrec simbolizaba para él.


****



Disfrutó. Comió, bebió y se rió. Brindó con unas sentidas palabras hacia la incipiente familia Ferrec-Leuenberger y abrazó a su amigo, como si no estuviese pensando en volver a acariciar a la hermana, en besarla. A ella, en cambio, no le destinó en absoluto atención. Estaba enojado, lo había provocado con su descaro y él la condenaría a pasar lo que quedaba de la noche sintiéndose olvidada. Gino no la miró, no la buscó, pero sí que la esperó.

Luego del festejo, se despidió de Eliot y Yulia, también de la encantadora Maureen y salió de allí. Instó a Samuele y Simona a que usasen a su cochero para que los llevase de regreso a la base inquisitorial de París –donde ambos soldados vivían-, él podría andar hasta su casa pues no serían más de cinco minutos de caminata.

A mitad de camino, Gino se volvió hacia la línea de árboles y oculto por ellos deshizo sus pasos hasta volver a encontrar el punto exacto en el que había acordado verse con Anna. Allí estaba la copa… La esperó, la esperó mucho para ser –como era- un hombre ansioso y adicto a la inmediatez. Oyó las risas de los últimos invitados, vio como las luces de la casa se encendían y luego se apagaban… pero Anna Ferrec no acudió a la cita. Gino caminó un poco, creyendo que tal vez se había equivocado de sitio, que lo esperaba junto a otro árbol, pero no era así. Tras cuarenta minutos de añorarla, Gino della Rovere regresó a su hogar, enojado y defraudado.




TEMA FINALIZADO
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