AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Carpe Diem (Edric della Rovere)
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Carpe Diem (Edric della Rovere)
Siempre es agradable volver al lugar de origen, donde había pasado la mayor parte de mi vida como humana. Aunque no había sido exactamente en la capital, sino en las afueras en una pequeña granja, París era encantador.
Hacía años que me había dedicado a recorrer el mundo y visitar tantos países y lugares como pudiera, era lo mejor de tener toda una vida por delante. No tenía prisa alguna, podía hacer lo que, de humana, jamás habría podido hacer. Así que durante mucho tiempo era lo que había estado haciendo.
Volvía de un largo viaje en el que había estado recorriendo América, ver cómo cambiaba y evolucionaba el mundo era algo fascinante; inventos nuevos, tendencia, cambios en el mundo… era algo que me maravillaba, poder ver cómo iban evolucionando las cosas, como las ciudades crecían y se iban desarrollando poco a poco… no tenía precio.
En momentos como este, era que me alegraba de que me hubieran convertido. Hacía mucho tiempo que había dejado de ser humana y, aunque al principio fue difícil aceptarlo, y aceptar que jamás volvería a ver a mis seres queridos… a día de hoy, no lo cambiaba por nada.
Llegué a la capital y sonreí sin poder evitarlo. Sentía que estaba en casa y no había ninguna sensación que pudiera ser mejor. Tenía casas por todo el mundo, fruto de los engaños que había echo durante años para conseguir fortuna, pero París era especial. En cierta parte no me extrañaba, era de allí y cada vez que volvía… un sentimiento de añoranza me embargaba. Sin perder ni un segundo me dirigí a la mansión que tenía en la ciudad, nada más llegar hice que los sirvientes me prepararan un baño y prepararan, también, uno de los vestidos. Pensaba dar una vuelta por la ciudad…. Y además, tenía que alimentarme y no veía mejor forma de celebrar que había vuelto, que consiguiendo alguna presa y saciar mi apetito.
Unas horas más tarde me encontraba ya cambiada, algo abrigada por el frío que azotaba la ciudad. Aunque no me hiciera falta, no iba a pasarme nada por el frío… pero sería algo ilógico el que fuera algo más destapada de lo habitual. Comencé a andar por las calles de la ciudad sin tener un lugar fijo al que ir, quería pasear tranquilamente… estaba segura de que encontraría una forma para satisfacer la necesidad de aplacar la sed de sangre. Muchos humanos no se daban cuenta del peligro que realmente corrían por la noche, podríamos pasar por seres humanos sin ningún tipo de problema, pero nadie sabía que, en realidad, llevábamos puesta una máscara donde escondíamos al demonio que llevábamos oculto bajo ella.
Seguí andando y decidí pasar por una calle que estaba un poco más oscura de lo normal, en donde había menos gente por la calle. No quería llamar mucho la atención, así que me pareció bastante adecuada para encontrar una presa. No quería utilizar ningún tipo de poder para encontrar a alguien, aunque tampoco era necesario. Pero sí que quería divertirme un rato antes de que se diera cuenta, tarde, de que su vida iba a terminar.
Pasé por uno de los lados donde desde lejos había visto a un hombre apoyado en el marco de una puerta, fumando un cigarro. Decidí que sería él quien fuera mi compañero de fiesta, así que cuando pasé por su lado lo miré durante un par de segundos y aceleré, un poco, el paso con el que andaba. Como si me hubiera dado miedo, y es que era eso precisamente lo que quería que pensara.
El hombre, vestido con un abrigo largo negro, no fue indiferente ante mi mirada y paso acelerado, y debió de sentarle mal porque no había dado ni cuatro pasos, cuando sentí que gritaba en mi dirección, llamando mi atención.
-¡Señorita! –su voz ronca y grave llegó claramente a mis oídos, me paré durante un segundo en el que me giré para mirarlo para volver a seguir andando alejándome de él. -¡Oiga! –oí que volvía a gritarme mientras yo hacía ver que estaba temerosa por aquel hombre mientras, en mi fuera interno, sonreía divertida. Si él supiera en realidad que el que debía de tener miedo era él… seguramente no se habría pensado el acercarse.
Seguí andando pasando de las veces que me estaba llamando hasta que, finalmente, logró alcanzarme cogiéndome por el brazo parándome.- ¿Está usted sorda, señorita? No ve que le estaba llamando.
-¡Suélteme! –grité intentando soltarme, bueno, más bien haciendo que intentaba soltarme.- ¡Aléjese de mí! –El hombre apretó con más fuerza el agarre que tenía sobre mí y solté un leve quejido, como si me estuviera doliendo.
-¿Qué pasa madam, os doy miedo? O es que no soy lo suficiente para vos, ¿verdad? Tan solo sois una necia, que piensa que por ir mejor vestida que yo, y tener más dinero ya os hace diferente, ¿no es así? Pues estáis muy equivocada, ni vos sois mejor ni yo soy peor, ¿entendéis? –preguntó mientras sonreí, divertido con que le tuviera miedo.
-¡Suélteme! ¡No me toque! –volví a gritarle mientras el solo apretaba el agarre y me miraba de forma fija, podía sentir como cada vez comenzaba a enfurecerse.
-No os vais a ir a ninguna parte, y nadie va a salvaros –tiró de mí con fuerza y recorrió el tramo que había echo él para alcanzarme. Me llevó hasta el portal donde había estado apoyado él, abrió la puerta y me metió dentro de un empujón. Lo primero que vi fue una sala de estar pequeña, con una mesa y varias sillas que estaban al fondo, y un sofá largo y negro en donde fui a parar. Cuando me giré el hombre había cerrado la puerta, se había quitado el abrigo y daba la última calada al cigarro tirándolo al suelo- Ahora vas a ver lo que es que te respeten. –Al segundo siguiente lo tenía encima de mí, me aprisionaba contra el sofá mientras se colocaba para que no pudiera moverme. Me había quitado el abrigo e iba a pasar a quitar algo más cuando, sin que se lo esperara, sonreí de lado y sin ningún tipo de esfuerzo me coloqué encima de él inmovilizándolo.- ¿Qué demonios estás haciendo? ¿Acaso queréis jugar, es eso? –me reí divertida por aquello y lo contemplé.
-Voy a daros una terrible lección, Carpe Diem –el hombre me miró confundido e intentó liberarse, pero no podía- No vais a ir a ninguna parte, señor. Y nadie va a salvaros –le repetí sus palabras mientras le mostraba mis colmillos, provocando que se revolviera más y más- Aquí la única que juega, soy yo –y sin dejarle tiempo a que dijera nada clavé mis colmillos en su cuello, comencé a beber de su sangre disfrutándola mientras le oía algunos sollozos, y mientras intentaba todavía librarse. Tarde. Muy tarde.
Sentía como poco a poco su vida se iba pagando mientras yo, por el contrario, me sentía llena de fuerza y rebosante de vida.
Cuando terminé de beber de él sin dejarle ninguna gota de sangre en el cuerpo me limpié los labios y lo contemplé en el sofá, sin vida. Cerré los ojos y suspiré sonriendo. Recogí las cosas y me alejé saliendo por la puerta, con una sonrisa malvada en los labios y la promesa de encontrar otro placer más carnal.
Hacía años que me había dedicado a recorrer el mundo y visitar tantos países y lugares como pudiera, era lo mejor de tener toda una vida por delante. No tenía prisa alguna, podía hacer lo que, de humana, jamás habría podido hacer. Así que durante mucho tiempo era lo que había estado haciendo.
Volvía de un largo viaje en el que había estado recorriendo América, ver cómo cambiaba y evolucionaba el mundo era algo fascinante; inventos nuevos, tendencia, cambios en el mundo… era algo que me maravillaba, poder ver cómo iban evolucionando las cosas, como las ciudades crecían y se iban desarrollando poco a poco… no tenía precio.
En momentos como este, era que me alegraba de que me hubieran convertido. Hacía mucho tiempo que había dejado de ser humana y, aunque al principio fue difícil aceptarlo, y aceptar que jamás volvería a ver a mis seres queridos… a día de hoy, no lo cambiaba por nada.
Llegué a la capital y sonreí sin poder evitarlo. Sentía que estaba en casa y no había ninguna sensación que pudiera ser mejor. Tenía casas por todo el mundo, fruto de los engaños que había echo durante años para conseguir fortuna, pero París era especial. En cierta parte no me extrañaba, era de allí y cada vez que volvía… un sentimiento de añoranza me embargaba. Sin perder ni un segundo me dirigí a la mansión que tenía en la ciudad, nada más llegar hice que los sirvientes me prepararan un baño y prepararan, también, uno de los vestidos. Pensaba dar una vuelta por la ciudad…. Y además, tenía que alimentarme y no veía mejor forma de celebrar que había vuelto, que consiguiendo alguna presa y saciar mi apetito.
Unas horas más tarde me encontraba ya cambiada, algo abrigada por el frío que azotaba la ciudad. Aunque no me hiciera falta, no iba a pasarme nada por el frío… pero sería algo ilógico el que fuera algo más destapada de lo habitual. Comencé a andar por las calles de la ciudad sin tener un lugar fijo al que ir, quería pasear tranquilamente… estaba segura de que encontraría una forma para satisfacer la necesidad de aplacar la sed de sangre. Muchos humanos no se daban cuenta del peligro que realmente corrían por la noche, podríamos pasar por seres humanos sin ningún tipo de problema, pero nadie sabía que, en realidad, llevábamos puesta una máscara donde escondíamos al demonio que llevábamos oculto bajo ella.
Seguí andando y decidí pasar por una calle que estaba un poco más oscura de lo normal, en donde había menos gente por la calle. No quería llamar mucho la atención, así que me pareció bastante adecuada para encontrar una presa. No quería utilizar ningún tipo de poder para encontrar a alguien, aunque tampoco era necesario. Pero sí que quería divertirme un rato antes de que se diera cuenta, tarde, de que su vida iba a terminar.
Pasé por uno de los lados donde desde lejos había visto a un hombre apoyado en el marco de una puerta, fumando un cigarro. Decidí que sería él quien fuera mi compañero de fiesta, así que cuando pasé por su lado lo miré durante un par de segundos y aceleré, un poco, el paso con el que andaba. Como si me hubiera dado miedo, y es que era eso precisamente lo que quería que pensara.
El hombre, vestido con un abrigo largo negro, no fue indiferente ante mi mirada y paso acelerado, y debió de sentarle mal porque no había dado ni cuatro pasos, cuando sentí que gritaba en mi dirección, llamando mi atención.
-¡Señorita! –su voz ronca y grave llegó claramente a mis oídos, me paré durante un segundo en el que me giré para mirarlo para volver a seguir andando alejándome de él. -¡Oiga! –oí que volvía a gritarme mientras yo hacía ver que estaba temerosa por aquel hombre mientras, en mi fuera interno, sonreía divertida. Si él supiera en realidad que el que debía de tener miedo era él… seguramente no se habría pensado el acercarse.
Seguí andando pasando de las veces que me estaba llamando hasta que, finalmente, logró alcanzarme cogiéndome por el brazo parándome.- ¿Está usted sorda, señorita? No ve que le estaba llamando.
-¡Suélteme! –grité intentando soltarme, bueno, más bien haciendo que intentaba soltarme.- ¡Aléjese de mí! –El hombre apretó con más fuerza el agarre que tenía sobre mí y solté un leve quejido, como si me estuviera doliendo.
-¿Qué pasa madam, os doy miedo? O es que no soy lo suficiente para vos, ¿verdad? Tan solo sois una necia, que piensa que por ir mejor vestida que yo, y tener más dinero ya os hace diferente, ¿no es así? Pues estáis muy equivocada, ni vos sois mejor ni yo soy peor, ¿entendéis? –preguntó mientras sonreí, divertido con que le tuviera miedo.
-¡Suélteme! ¡No me toque! –volví a gritarle mientras el solo apretaba el agarre y me miraba de forma fija, podía sentir como cada vez comenzaba a enfurecerse.
-No os vais a ir a ninguna parte, y nadie va a salvaros –tiró de mí con fuerza y recorrió el tramo que había echo él para alcanzarme. Me llevó hasta el portal donde había estado apoyado él, abrió la puerta y me metió dentro de un empujón. Lo primero que vi fue una sala de estar pequeña, con una mesa y varias sillas que estaban al fondo, y un sofá largo y negro en donde fui a parar. Cuando me giré el hombre había cerrado la puerta, se había quitado el abrigo y daba la última calada al cigarro tirándolo al suelo- Ahora vas a ver lo que es que te respeten. –Al segundo siguiente lo tenía encima de mí, me aprisionaba contra el sofá mientras se colocaba para que no pudiera moverme. Me había quitado el abrigo e iba a pasar a quitar algo más cuando, sin que se lo esperara, sonreí de lado y sin ningún tipo de esfuerzo me coloqué encima de él inmovilizándolo.- ¿Qué demonios estás haciendo? ¿Acaso queréis jugar, es eso? –me reí divertida por aquello y lo contemplé.
-Voy a daros una terrible lección, Carpe Diem –el hombre me miró confundido e intentó liberarse, pero no podía- No vais a ir a ninguna parte, señor. Y nadie va a salvaros –le repetí sus palabras mientras le mostraba mis colmillos, provocando que se revolviera más y más- Aquí la única que juega, soy yo –y sin dejarle tiempo a que dijera nada clavé mis colmillos en su cuello, comencé a beber de su sangre disfrutándola mientras le oía algunos sollozos, y mientras intentaba todavía librarse. Tarde. Muy tarde.
Sentía como poco a poco su vida se iba pagando mientras yo, por el contrario, me sentía llena de fuerza y rebosante de vida.
Cuando terminé de beber de él sin dejarle ninguna gota de sangre en el cuerpo me limpié los labios y lo contemplé en el sofá, sin vida. Cerré los ojos y suspiré sonriendo. Recogí las cosas y me alejé saliendo por la puerta, con una sonrisa malvada en los labios y la promesa de encontrar otro placer más carnal.
Tabitha Denveraux- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 374
Fecha de inscripción : 18/10/2015
Localización : París
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Re: Carpe Diem (Edric della Rovere)
París... Como detestaba esa ciudad, se sentía confinado a estar ahí por alguna razón desconocida y porque su mente le reclamaba que debía permanecer un poco más ahí. Edric no la estaba pasando muy bien últimamente y ya las discusiones con Cagnazzo estaban perdiendo sentido. Tampoco le animaba acercarse a su Sire, pues Malebranche parecía abstraído más en sus asuntos personales que en los de la logia. Pero eso era algo que a Alichino (Edric) no parecía importarle demasiado.
Todas las noches siguientes sólo salía de su morada a deambular sin destino alguno, a veces sólo lo hacía por el simple hecho de saciar su sed. Estaba tan sumido en sus pensamientos, que casi todo carecía de razón para él. Estaba mal, lo sabía. Casi se asemejaba a las almas que se había llevado al limbo durante todos sus siglos de existencia. Se sentía realmente patético, ni siquiera reconocía su reflejo en el espejo. ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Cuál era el motivo de sus pesadillas? ¿Quién era esa mujer que se aparecía en sus horas de descanso y le reclamaba la conciencia? Todo se volvía ofuscante. Eran tantas preguntas sin respuestas; Edric se asemejaba a sí mismo a un ratón atrapado en un laberinto. Pero todo laberinto debía tener al menos una salida y él hallaría una a su propio laberinto.
Se había levantado de nuevo con el humor hecho un desastre y con la sed devorándole las entrañas. Ya habían pasado casi tres días desde la última vez que probaría una gota de sangre y no lo hizo tan bien como hubiera querido hacerlo, estaba tan apático. Se quedó observando su figura frente al espejo, con la mitad del rostro iluminada por la frágil luz de las velas. ¿Sería que ya se estaba aburriendo de ser un vampiro? En tan sólo pensar en dicha posibilidad le hizo poner mala cara y reírse de sí mismo. Edric no era capaz de pasar por ese tipo de situaciones, pues a diferencia de otros, en su interior se hallaba un ser tan antiguo como las raíces del planeta y quien no se cansaba nunca de ser quien era. Pero ahora las cosas no marchaban como en antaño.
Tenía que encontrar de nuevo su razón de ser y desde luego, hallar aquello que devoraba sus memorias.
Edric decidió cambiar la rutina aquella noche y con las manos escondidas entre los bolsillos de su gabardina, anduvo por las calles del centro de París. Llevaba la cabeza baja, observando de reojo a todo aquel que se le acercaba. Y se lamentó que no hubiera alguien que realmente despertara su interés; muchos siglos existiendo a veces podía tener sus consecuencias y una de esas era que a la hora de buscar diversión o algo interesante, terminará fracasando. Se estaba resignado a la posibilidad de que alguien lograra entretenerlo. Pero quiso buscar un poco más, no iba su brazo a torcer esta vez. Primero se centró en su presa, alguien que le aliviara la sed y no fue realmente difícil. Entre las callejuelas, una joven le entregaría su sangre y alma. Eso fue más que suficiente para encontrarse con mejor ánimo y seguir en lo suyo.
Recorrió un poco más aquellas calles, atento a todo aquel que encontrara en el camino y fue precisamente cuando tropezó con alguien, un tanto diferente a los demás. Alguien como él.
Si bien París estaba lleno de sobrenaturales, algunos se veían en la obligación de ocultarse de los cazadores e inquisidores, quienes últimamente estaban al acecho. Edric tenía protección por parte del Papa y esa bastaba para que estuviera por ahí sin preocuparse. Pero esa vez, alguien había desafiado cualquier regla de supervivencia y la tenía justo al frente. Una mujer antigua, lo notó en su mirada y quien llevaba poco tiempo de haberse alimentado. Eso no pintaría bien para los inquisidores que había visto hacia poco, mientras se paseaba por ahí
Edric sólo hizo una leve reverencia y se disculpó.
—Lo lamento, mademoiselle —dijo con voz teatral—. Y disculpe que me meta, ¿no es un poco tarde para andar sola por las calles? Hay inquisidores cerca.
Todas las noches siguientes sólo salía de su morada a deambular sin destino alguno, a veces sólo lo hacía por el simple hecho de saciar su sed. Estaba tan sumido en sus pensamientos, que casi todo carecía de razón para él. Estaba mal, lo sabía. Casi se asemejaba a las almas que se había llevado al limbo durante todos sus siglos de existencia. Se sentía realmente patético, ni siquiera reconocía su reflejo en el espejo. ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Cuál era el motivo de sus pesadillas? ¿Quién era esa mujer que se aparecía en sus horas de descanso y le reclamaba la conciencia? Todo se volvía ofuscante. Eran tantas preguntas sin respuestas; Edric se asemejaba a sí mismo a un ratón atrapado en un laberinto. Pero todo laberinto debía tener al menos una salida y él hallaría una a su propio laberinto.
Se había levantado de nuevo con el humor hecho un desastre y con la sed devorándole las entrañas. Ya habían pasado casi tres días desde la última vez que probaría una gota de sangre y no lo hizo tan bien como hubiera querido hacerlo, estaba tan apático. Se quedó observando su figura frente al espejo, con la mitad del rostro iluminada por la frágil luz de las velas. ¿Sería que ya se estaba aburriendo de ser un vampiro? En tan sólo pensar en dicha posibilidad le hizo poner mala cara y reírse de sí mismo. Edric no era capaz de pasar por ese tipo de situaciones, pues a diferencia de otros, en su interior se hallaba un ser tan antiguo como las raíces del planeta y quien no se cansaba nunca de ser quien era. Pero ahora las cosas no marchaban como en antaño.
Tenía que encontrar de nuevo su razón de ser y desde luego, hallar aquello que devoraba sus memorias.
Edric decidió cambiar la rutina aquella noche y con las manos escondidas entre los bolsillos de su gabardina, anduvo por las calles del centro de París. Llevaba la cabeza baja, observando de reojo a todo aquel que se le acercaba. Y se lamentó que no hubiera alguien que realmente despertara su interés; muchos siglos existiendo a veces podía tener sus consecuencias y una de esas era que a la hora de buscar diversión o algo interesante, terminará fracasando. Se estaba resignado a la posibilidad de que alguien lograra entretenerlo. Pero quiso buscar un poco más, no iba su brazo a torcer esta vez. Primero se centró en su presa, alguien que le aliviara la sed y no fue realmente difícil. Entre las callejuelas, una joven le entregaría su sangre y alma. Eso fue más que suficiente para encontrarse con mejor ánimo y seguir en lo suyo.
Recorrió un poco más aquellas calles, atento a todo aquel que encontrara en el camino y fue precisamente cuando tropezó con alguien, un tanto diferente a los demás. Alguien como él.
Si bien París estaba lleno de sobrenaturales, algunos se veían en la obligación de ocultarse de los cazadores e inquisidores, quienes últimamente estaban al acecho. Edric tenía protección por parte del Papa y esa bastaba para que estuviera por ahí sin preocuparse. Pero esa vez, alguien había desafiado cualquier regla de supervivencia y la tenía justo al frente. Una mujer antigua, lo notó en su mirada y quien llevaba poco tiempo de haberse alimentado. Eso no pintaría bien para los inquisidores que había visto hacia poco, mientras se paseaba por ahí
Edric sólo hizo una leve reverencia y se disculpó.
—Lo lamento, mademoiselle —dijo con voz teatral—. Y disculpe que me meta, ¿no es un poco tarde para andar sola por las calles? Hay inquisidores cerca.
Edric della Rovere- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 51
Fecha de inscripción : 07/09/2014
Re: Carpe Diem (Edric della Rovere)
“La trampa del demonio no te hará caer,
a menos que ya estés mordiendo el anzuelo del diablo”
San Ambrosio
a menos que ya estés mordiendo el anzuelo del diablo”
San Ambrosio
La noche había comenzado, quizás, mejor de lo que había esperado. No había tardado mucho en encontrar una presa de la que alimentarme, jugar ese papel de pobre víctima desgraciada, que había topado con un hombre que podía hacer lo que quisiera… había sido divertido. Tenía que reconocerlo, entretenido y divertido. Bueno, quizás el hombre no diría lo mismo si le preguntaban… una, porque yacía muerto en el sofá de su casa, y dos… porque, de seguir vivo, dudaba mucho que se hubiera divertido tanto como lo había echo yo.
No podía evitarlo. Tampoco quería hacerlo… era algo que llevaba innato dentro de mí, algo que sin querer proponerme salía a flote muchas veces. Engatusar a los hombres era divertido hasta cierta medida, claro está. A veces requería de algo más que simplemente encontrar a una presa y cazarla… con el paso del tiempo aquello se convertía en algo rutinario, aburrido y… desquiciante. Ya no había la misma emoción que al principio, era algo mucho más mecánico. Por eso siempre buscaba algo de diversión, algo que le diera un toque, una chispa diferente…
No había recorrido mucho alejándome de aquella casa caminando tranquilamente, pero al mismo tiempo sin perder un solo detalle de lo que pasaba a mí alrededor. Sin dejar de estar alerta, porque cualquier cosa que pudiera pasar.
De pronto vi a un hombre joven parado delante de mí, que me contemplaba de una forma que no pude entender ni comprender porqué. Lo que sí supe es que era alguien como yo, nada más ver sus ojos, me di cuenta de ese velo de muerte que nos rodeaba a cada uno de nosotros, ese aura oscura y maldita que nos delataba ante nuestros ojos… y debía de reconocer que era mucho más viejo que yo.
Hizo una leve reverencia y lo contemplé recorriéndolo por completo, enarcando una ceja sin saber muy bien porqué se había quedado delante de mí, y qué intenciones traía consigo. Con el tiempo aprendías que no debía de fiarte de nadie, mucho menos de alguien de tú misma especie. No había tenido ningún altercado con ninguno, pero sí había oído que no era la primera vez que dos vampiros se peleaban. ¿El motivo? Lo desconocía por completo, no albergaba como podían matarse entre ellos… cuando ya había gente que nos estaba dando caza.
Mis dudas quedaron resueltas en cuanto habló y dijo aquellas palabras, haciendo que sonriera divertida por aquello. Seguramente habría sabido que me había alimentado hacía muy poco y, al parecer, no entendía porqué andaba tranquilamente por las calles después de haber cometido tal acto. Algo comprensible teniendo en cuenta que, como había dicho, los Inquisidores estaban cada vez más atentos que nunca.
-No es muy propio en mí el desvelar los detalles que tenía planeados para esta fría e invernal noche, mucho menos a un desconocido -hice una pausa- Sin embargo podría deciros una vil excusa que, de todas formas, no os serviría ni resolvería vuestras dudas en lo absoluto. –Lo contemplé durante algunos segundos, mordiéndome el labio- Pero ya que habéis dado con el tema indicado al nombrar a los Inquisidores… –di un paso más cerca, no queriendo que ninguno de los que pasaban alrededor escuchara lo que estábamos hablando- Os diré que, ya que tenemos una larga vida inmortal, ¿por qué no podemos hacer que sea menos tediosa, y añadirle un poco de emoción, y de… chispa? –le sonreí por aquello, quizás siendo él más viejo que yo podría comprender un poco lo que estaba diciendo- Monsieur, puede que os parezca temerario y peligroso lo que acabo de hacer, pero he sido cautelosa en todo momento. Soy consciente de los que andan tras nuestras cabezas, y no quisiera darles el gusto de tener la mía. –Entrecerré los ojos ante la simple idea, odiando un poco más a los que iban tras nosotros- Según vos, ¿qué me ha delatado? Cualquier mujer correría peligro andando solas por estas calles, París no es sólo peligroso para nosotros.
Tabitha Denveraux- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 18/10/2015
Localización : París
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Re: Carpe Diem (Edric della Rovere)
Desde que había visto a Malacoda por última vez, su mente parecía no tener descanso. Edric tenía sus sospechas, pero prefería guardarlas para sí mismo y mantenerse alejado de los demás miembros de la logia lo mejor posible. Sólo se limitaba a cumplir con sus misiones. Aunque odiaba todas las parafernalias de la realeza, tenía que hacerse lugar entre ellas, pues, siendo Duque, cargaba con responsabilidades que, sin duda, le eran beneficiosas a Los Ángeles Custodios. Un completo fastidio para un vampiro de su edad. Un vampiro cuya mente intentaba recordar algo que lo atormentaba.
Todas las noches la rutina era la misma y a duras penas encontraba alguna cosa que llámase su atención. Era la primera vez que algo de esa índole le pasaba; en todos sus siglos, no se había sentido tan derrotado, sin embargo, eso no significaba que iba a quedarse de brazos cruzados, podía ser el demonio que se condenó a sí mismo al limbo, pero, seguía siendo su amo y señor, por lo cual, hallaría la manera de salir ileso. Esa noche estaba dispuesto a recuperar parte de su esencia, esa misma esencia que le llevaba a condenar almas y a perderlas en la entrada abismal. Alichino no iba a dar su brazo a torcer y no continuaría alimentando la sonrisa petulante de Cagnazzo, al que detestaba por sobre todas las cosas cosas, porque gracias a ese ínfame, él había perdido algo que, por primera vez, deseaba.
Y fue esa ansiedad, esa búsqueda sin sentido, lo que lo llevó a tropezarse con aquella extraña mujer. Quizás el destino le estaba dando un ligero cambio a su rutina. Edric lo aceptó. Necesitaba olvidarse de sus pesadillas por un momento, volver a ser el demonio de antaño, permitir que Alichino se liberara de la prisión de su mente de recuerdos inconclusos. Así que, sólo se quedó de pie frente a ella y le observó con seriedad, mientras la escuchaba a hablar.
Criaturita arriesgada o excesivamente ingenua...
—No tiene porque hacer mención de sus intenciones, no es algo que pueda interesarle a otros... Quizás a los inquisidores sí, pero a mí no. Así que no se preocupe —mencionó, aún con la mirada fija en la mujer y con el semblante inexpresivo—. Tampoco importan las excusas. —Sentenció al momento en que cruzaba los brazos. Obviamente, Edric no temía a los inquisidores, era un aliado del líder de la Inquisición y eso era más que suficiente para pasearse con orgullo por las calles, sin demasiadas preocupaciones—. ¿Le emociona que la persigan para querer clavarle una estaca en el corazón? Ay, Madame... Eso no es ser arriesgado, es ser idiota. Los agentes inquisitoriales guardan muchas cartas bajo la manga y en lo personal, preferiría no conocerlas.
Alzó los hombros y dejó escapar una exhalación. Estaba claro que la dama no comprendería las razones que le estaba dando Edric en ese momento. Y él que creía que había dado con alguien interesante, pero sintió que se había equivocado y ya no tenía más nada que hacer ahí.
—Se ha delatado, se lo aseguro. Causó alboroto, madame. Eso no es bueno y menos en esta ciudad. Hay demasiada gente cerca —dijo al momento en que hacía una reverencia para así poder continuar por donde iba—. Con su permiso y que tenga buenas noches.
El vampiro empezó a avanzar, pero, se detuvo un par de pasos más adelante, sus sospechas eran ciertas. Los inquisidores ya se estaban acercando; era un grupo de unos cinco hombres y desde luego, estaban bien armados. Alguno que otro era sobrenatural. Edric bajó la cabeza y se llevó una mano a la nuca, tal parece que la vampiresa iba a tener "mucha diversión". Pero el problema no era ese, sino, el hecho de que habían personas cercas y a la inquisición poco le importaba señalar herejes en un lugar público, ellos siempre se harían las víctimas para salir beneficiados. No le importaban las personas, sin embargo, no estaba de humor para escándalos.
—Se lo dije. El lugar está rodeado de ellos... Y cuento a varios sobrenaturales entre los suyos —expuso sin necesidad de alzar la voz, ella podría escucharlo claramente sin mucho esfuerzo—. Y digame, ¿qué es lo que hará? Aparte de emocionarse por "la chispa" de que le quieran rebanar la cabeza.
Todas las noches la rutina era la misma y a duras penas encontraba alguna cosa que llámase su atención. Era la primera vez que algo de esa índole le pasaba; en todos sus siglos, no se había sentido tan derrotado, sin embargo, eso no significaba que iba a quedarse de brazos cruzados, podía ser el demonio que se condenó a sí mismo al limbo, pero, seguía siendo su amo y señor, por lo cual, hallaría la manera de salir ileso. Esa noche estaba dispuesto a recuperar parte de su esencia, esa misma esencia que le llevaba a condenar almas y a perderlas en la entrada abismal. Alichino no iba a dar su brazo a torcer y no continuaría alimentando la sonrisa petulante de Cagnazzo, al que detestaba por sobre todas las cosas cosas, porque gracias a ese ínfame, él había perdido algo que, por primera vez, deseaba.
Y fue esa ansiedad, esa búsqueda sin sentido, lo que lo llevó a tropezarse con aquella extraña mujer. Quizás el destino le estaba dando un ligero cambio a su rutina. Edric lo aceptó. Necesitaba olvidarse de sus pesadillas por un momento, volver a ser el demonio de antaño, permitir que Alichino se liberara de la prisión de su mente de recuerdos inconclusos. Así que, sólo se quedó de pie frente a ella y le observó con seriedad, mientras la escuchaba a hablar.
Criaturita arriesgada o excesivamente ingenua...
—No tiene porque hacer mención de sus intenciones, no es algo que pueda interesarle a otros... Quizás a los inquisidores sí, pero a mí no. Así que no se preocupe —mencionó, aún con la mirada fija en la mujer y con el semblante inexpresivo—. Tampoco importan las excusas. —Sentenció al momento en que cruzaba los brazos. Obviamente, Edric no temía a los inquisidores, era un aliado del líder de la Inquisición y eso era más que suficiente para pasearse con orgullo por las calles, sin demasiadas preocupaciones—. ¿Le emociona que la persigan para querer clavarle una estaca en el corazón? Ay, Madame... Eso no es ser arriesgado, es ser idiota. Los agentes inquisitoriales guardan muchas cartas bajo la manga y en lo personal, preferiría no conocerlas.
Alzó los hombros y dejó escapar una exhalación. Estaba claro que la dama no comprendería las razones que le estaba dando Edric en ese momento. Y él que creía que había dado con alguien interesante, pero sintió que se había equivocado y ya no tenía más nada que hacer ahí.
—Se ha delatado, se lo aseguro. Causó alboroto, madame. Eso no es bueno y menos en esta ciudad. Hay demasiada gente cerca —dijo al momento en que hacía una reverencia para así poder continuar por donde iba—. Con su permiso y que tenga buenas noches.
El vampiro empezó a avanzar, pero, se detuvo un par de pasos más adelante, sus sospechas eran ciertas. Los inquisidores ya se estaban acercando; era un grupo de unos cinco hombres y desde luego, estaban bien armados. Alguno que otro era sobrenatural. Edric bajó la cabeza y se llevó una mano a la nuca, tal parece que la vampiresa iba a tener "mucha diversión". Pero el problema no era ese, sino, el hecho de que habían personas cercas y a la inquisición poco le importaba señalar herejes en un lugar público, ellos siempre se harían las víctimas para salir beneficiados. No le importaban las personas, sin embargo, no estaba de humor para escándalos.
—Se lo dije. El lugar está rodeado de ellos... Y cuento a varios sobrenaturales entre los suyos —expuso sin necesidad de alzar la voz, ella podría escucharlo claramente sin mucho esfuerzo—. Y digame, ¿qué es lo que hará? Aparte de emocionarse por "la chispa" de que le quieran rebanar la cabeza.
Edric della Rovere- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 51
Fecha de inscripción : 07/09/2014
Re: Carpe Diem (Edric della Rovere)
"Todo el mundo tiene demonios. La cuestión es simplemente saber
hasta qué punto esos demonios son tolerables"
Joël Dicker
hasta qué punto esos demonios son tolerables"
Joël Dicker
Ahí estaba de nuevo aquel hombre, salido de la nada, que hacía que me replanteara una y mil cosas sobre lo que había echo aquella noche. Hice memoria y recordé todos y cada uno de los pasos que había dado aquella noche, buscando ver al igual que él qué era lo que me había delatado, tal y como afirmaba. Había salido de casa, había buscado una presa y había fingido ser una humana más cuando pasé al lado de aquel hombre. Entré en su casa y… bueno, ahí fue cuando le degollé el cuello y bebí hasta sentirme saciado, dejando al hombre completamente vacío de sangre. ¿Era eso lo que había llamado la atención? ¿Una joven siendo asediada por un hombre… en plena calle?
No, dudaba de que hubiera sido eso. Nadie me había visto salir del lugar y mucho menos con ningún rastro de sangre. No me gustaba dejar demasiadas evidencias de mis cazas, sobre todo porque sabía que la Inquisición andaba tras los rincones de cualquier calle, al acecho de cazar a cualquier ser desprevenido, y utilizarlo para… saber qué fines. O, en el mejor de los casos, clavarle una estaca en el corazón y hacer que su vida se esfumara por fin. Enarqué una ceja mientras miraba al hombre que tenía enfrente de mí.
-Es cierto que no le interesan mis asuntos, pero déjeme recordarle que ha sido usted quién ha preguntado… habría sido de mala educación no responderle, ¿no es cierto? –sonreí de lado divertida, ¿por qué le había revelado realmente mis intenciones? No lo sabía, y tampoco quería averiguarlo. Me quedé observándolo durante unos minutos, su porte era alto, su tez no reflejaba ningún rastro de emoción o sentimiento, era como un muro de hielo inexpresivo en el que te costaba saber realmente lo que estaba pensando, o lo que estaba sintiendo. Desde luego, si me desveló algo, en ningún momento logré captarlo por su parte. Era totalmente contrario a mi en ese sentido, muchas veces era como un libro abierto y mis emociones y demás se veían reflejadas en mí rostro. Era demasiado expresiva, incluso para mí propio gusto. Pero era algo innato en mí y que era incapaz de controlar. –No, creo que me ha entendido mal, Monsieur. Para nada creo que el que me sigan cual cruzada y que quieran clavarme una estaca en el corazón… cuando he mencionado esa “chispa” me refería que a por qué hemos de vivir condicionados únicamente porque hay otros que nos quieran cazar. Por ese mismo motivo, ¿deberíamos de quedarnos en nuestros hogares, a la espera de que la muerte llegue a nosotros? No se confunda, jamás pensé que quisieran matarme fuera divertido… pero no por ello hemos de dejar de… vivir. Somos condenados inmortales que estamos destinados a vagar por la oscuridad de la noche, amparados bajo su sombra, obligados a alimentarnos de sangre para poder ver otro anochecer. ¿No cree que ya tenemos demasiados impedimentos, ataduras y restricciones, como para no disfrutar de la vida que nos han otorgado? Si es así, prefiero ser idiota. –Acabé observándole a los ojos, determinada por todo aquello que había dicho. No iba a conformarme con vivir con miedo, pues si no era la Inquisición habían cazadores que también estaban dispuestos a acabar con nuestras vidas –Cazadores, Inquisidores… ¿cuál es la diferencia? Ambos tienen por objetivo matarnos. Y puede que le parezca más estúpido y arriesgado lo que voy a decirle, Monsieur, pero prefiero disfrutar de lo que esta vida me ha otorgado antes de vivir amparada bajo el miedo a que nos maten. En realidad, debería de estar ya muerta al igual que usted, ¿por qué somos más merecedores de seguir con vida?
Me quedé observando como me contemplaba al igual que lo estaba haciendo yo, lo vi encogerse de hombros y suspirar, para luego hacer una reverencia y seguir con su camino. ¿Le decía todo aquello… y luego se largaba? Puede que fuera mejor así, aquel hombre le había planteado varias dudas que le habían llevado a replantearse cosas y era preferible que siguieran cada uno por su camino. No fue cuando dio un par de pasos que escuchó la voz de nuevo de aquel hombre, haciendo que se girara para contemplar lo que le estaba diciendo. No había alzado la voz pero no era necesario, podía oírlo perfectamente. Me quedé parada a su lado contemplando lo que me había mencionado y me mordí el labio, nerviosa ante la presencia de aquellos hombres. No podía hacer mucho dado que había humanos cerca… por lo que tendría que hacer uso de mis podres que, con el tiempo, había ido perfeccionando.
-Usted solo mire, Monsieur, no me hace falta moverme de aquí para hacer algo contra ellos. Es algo que debo solucionar por mí misa, así que sólo... observe –sonreí de lado de forma ladina y, concentrándome en uno de ellos, utilizando la técnica de Ilusión le hice creer ver que había un vampiro sí… pero en la dirección opuesta en la que nos encontrábamos.
-¡Eh, mirad! ¡Ahí! –el hombre, creyendo totalmente que había visto a un vampiro paró al grupo, haciendo que miraran en la dirección que quería. El que estaba más cerca de él hice que lo viera, para dar más credibilidad, haciendo que pensaran que se había escondido en una de las calles cercanas. Un tercero también vio lo mismo que el resto.
-¡Vamos, se nos escapa! –los dos hombres echaron a correr hacia donde creían que había ido el vampiro falso, el resto se quedó mirándose pero fueron tras sus compañeros para comprobar lo que estaban diciendo. Dejando el camino despejado al tiempo que soltaba una risita y miraba a aquel vampiro.
-Solucionado, creerán que se ha ido por aquellas calles mientras yo me alejo. –Lo observé unos segundos- Que tenga buena noche, Monsieur. Y guárdese de vivir esta vida a la espera de la muerte, supongo que alguna diversión encontrará que no le suponga… morir.
Tabitha Denveraux- Vampiro Clase Media
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