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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lyssandro F. Pizzorulli Vie Oct 03, 2014 5:06 pm

El camino que me trajo aquí no es muy diferente al que me arrastró al infierno. Pero algunos infiernos valen la pena, amigo mío.


Al salir de Italia, lo único que llevaba encima era el traje de medio día y un abrigo de lana roído. El cuero de las botas lucía desgastado y en su mano, como único equipaje, se hallaba el maletín de instrumentos médicos que resguardaba como un viejo tesoro. Ciertamente a donde iba no habría de necesitarlo, pues París era una sede importante de medicina en aquella época, al igual que Londres y Berlín. Sin embargo, utilizaba aquel viejo y polvoriento maletero como amuleto contra la demencia. Se aferraba a él y deslizaba con aprecio el pulgar por el haza. En la esquina inferior del mismo venían sus iniciales en un bordado precioso, aunque los años no hacían mucho por mantenerlo lustroso.

El tren llegó tarde, pero los cinco minutos que pasaron inadvertidos para el resto de los pasajeros, a él se le hicieron eternos. Cada segundo que transcurría, significaba una nueva posibilidad de que fuera demasiado tarde. Sabía que su persecución era absolutamente tardía, desesperada y algo descuidada, pero no había nada que le importara más que localizar y detener a Edric, costara lo que le costara. La ventana de su vagón estaba empañada cuando la maquinaria llegó a París, puesto que su respiración se había visto inhumanamente agitada desde que entró a él. Nadie notó el cristal roto hasta que todos los pasajeros hubiesen descendido y la maquina se hubiese puesto en marcha a su siguiente destino. Para aquel entonces, el italiano se hallaba en la estación con un dolor en el pecho que le ocasionaba un ligero tic en el ojo.

Su mirada recorrió con presura el lugar, ignorando a las finas damas francesas que volvían de sus vacaciones a la Toscana y a los áridos caballeros que las acompañaban. Tenía grabado el rostro de su creador como un hijo podría recordar a su padre, o quizás, de forma más nítida. Hubiese querido decir que lo odiaba todo de él; por lo que le hizo, por cómo lo trataba y por lo que había querido hacer. Pero entonces mentiría, y Lyssandro era un pésimo actor al que la verdad se le escapaba como el agua entre las manos. De cierta forma le brindaba el beneficio de la duda, no por falta de razones para odiarlo, sino porque siempre había en él una mirada enigmática que lo hacía sospechar que había mucho más del monstruo que lo convirtió en un ser maldito.

Y de todas formas, ¿dónde estaba el monstruo? Por primera vez en siglos añoraba su presencia con una desesperación comparable a la sed de sangre, y el maldito no aparecía. ¿Se encontraría ya en su sangrienta labor? ¿Descansaría en un monasterio, blasfemando más de lo que ya había hecho en su maldita existencia? El italiano apenas podía soportarlo de pie. El sol se había ido ya hacía una hora, pero el cielo continuaba teñido de un rojo incandescente, como si el infierno se encontrara en lo alto de todo el mundo. "Y a veces así lo parece", pensó con amargura.

Cuando su desesperanza acunó el cadáver de su corazón, y la única figura humana que vio fue al de un anciano guardia de la estación, no pudo reprimir una oleada de furia y locura.

¡Largo! —Le ordenó con un gesto imperativo que no aceptaba ninguna respuesta negativa. Su mano se alzó y lo mandó lejos sin siquiera tocarlo. Porque estando tan molesto, tan ansioso, su habilidad de manipular a otros se hacía no sólo más intensa, sino también más acertada y eficaz.— ¡Que nadie entre a este lugar! Ningún humano, ninguna persona... Nadie. —Sentenció. Evidentemente, el anciano sólo podía mantener fuera a personas comunes con una simple negativa, pero si algún inmortal osara visitar la estación en aquel momento, no sería más insatisfactorio para él desbordar su enfado en una pelea.


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Mensaje por Edric della Rovere Vie Oct 17, 2014 11:31 pm

“Escucha —Dijo el Demonio, imponiendo la mano sobre mi cabeza—. La tierra de que te hablo es una región sombría en Libia, a orillas del río Zaire. Y no hay tranquilidad allí, ni silencio…"
—Silencio (Fábula).



Apenas hace un par de días que había arribado a París, más por obligación que por voluntad propia. Aunque al principio se rehusaba a iniciar semejante viaje, al final tuvo que ceder ante los caprichos de su líder. Para Edric era más que un simple capricho, era un castigo. Un muy absurdo castigo, pero que cumplía perfectamente con su intención: La de causarle malestar al vampiro. ¿Qué culpa tenía él de los errores cometidos por Malacoda y Draghignazzo? Ninguno. Hace ya varias semanas atrás aquella visita que había hecho en San Pedro le dejó con un gran sin sabor. Se supone que la misión que se le había encomendado hacia Tierra Santa meses anteriores obtuvo resultados impecables y con ello se gano el elogio de Caraffa. Pero todo resultó menos importante cuando regresó a Roma, un fragmento de un texto apócrifo que pertenecía al rey Salomón tenía más valor que otros miles más que estaban dispersos por todo los confines de la tierra. Fue en ese momento cuando su mente le reclamó algo más. Si tan sólo hubiera tenido más cuidado en aquel momento, cuando decidido dirigía la horda que se encargaría de saquear los recintos de la biblioteca de Alejandría, ese valioso manuscrito no se había extraviado tan absurdamente. Las acusaciones del nuevo Papa parecían dagas afiladas que eran capaces de atravesar la cordura de cualquiera que estuviera frente al hombre en ese preciso instante.

Los pocos días en los que estaría en París le causaron repugnancia, no estaba tan acostumbrado al populacho de las ciudades francesas. Quizás esta situación fue la que hizo que Edric decidiera regresar a Nápoles sin decir nada, ni siquiera los otros Custodios estaban en ese lugar como para que le detuvieran. La hija de Caraffa, Rhea, tampoco lo hizo, pues bien conocía al antiguo vampiro y apoyaba su decisión. Había dejado a Diane junto con su prima en la residencia de la familia Caraffa y fue cuando por fin se dispondría a regresar a su entrañable ciudad. Ya bastaba con esos días, su humor pareció esfumarse de un momento a otro.

Alichino estaba harto y un tanto enojado consigo mismo, pareciera que todos se habían puesto de acuerdo para arruinarle las noches, entre esos, se incluía su pupilo, Lyssandro. Un hombre menos agradable que otros. Aquel logró causar un terrible enojo en el vampiro, pues se había encargado de cometer una terrible falta, o al menos así lo consideraba Edric. El hecho de que Lyssandro se atreviera a crear a otro vampiro, un neófito más, era algo que della Rovere repudiaba, pues en su momento había hecho algo similar teniendo que soportar los reclamos de su conciencia cada vez que a ésta se le daba la gana de atormentarlo. El otro vampiro, siglos más joven que él, se aprovechó de la libertad que le brindó Alichino para tener a su propia neófita, actitud que tendría que pagar tarde o temprano. Edric estaba hecho una furia, ¿Cómo es posible que aquel idiota no hiciera caso a sus advertencias? Mientras vociferaba en voz baja toda clase de vocablos en italiano y colocaba un pie dentro de la estación de ferrocarriles, recordó el porqué se interesó un poco en trasladarse a París pese a la apatía que le causaba la ciudad. Debía eliminar el error cometido por su pupilo.

El infierno se colaba en el cielo parisino para luego dar paso a la oscuridad perpetua de la que sólo era dueña la noche. La viva imagen de Lyssandro acudió a la mente de Edric haciendo que una sonrisa ladina y amarga se dibujara en los labios del vampiro. No esperaba encontrárselo tan pronto, ¿Hasta dónde era capaz de llegar la obsesión de aquel? No lo sabía con exactitud, sólo tenía leves sospechas. Ambos tenían actitudes similares entre sí, eran tan diferentes e iguales al mismo tiempo. Della Rovere sacudió su cabeza al momento en que esa idea se apoderaba de sus pensamientos. Sus orbes recorrieron los largos terraplenes de la estación, que parecía desierta. Buscaban algo con impaciencia y finalmente lograron dar con su objetivo. El semblante de Edric perdió toda expresión al momento en que reconocía a determinada silueta masculina. El desagrado se hacía presente en su interior pero su rostro carecía de emociones. No estaba nada contento. Con especial sigilo se acercó a su objetivo, manteniendo luego una distancia prudencial.

—Como era de suponerse, ya andas haciendo cualquier tontera que se te ocurra, ¿No estás conforme con todos los errores que has venido cometiendo durante tus años de existencia, Lyssandro? ¿No te parece poco? Ahora te aprovechas de éste pobre y decrépito anciano que nada tiene que ver con tus locuras y mucho menos con que seas un descerebrado que sólo se deja llevar por cualquier impulso de idiotez. Espera… No me digas que, ¿Él también tendrá que pagar por tus faltas? —Mencionó Edric con un tono de voz capaz de helar la sangre. La severidad de sus palabras dolía como espinas y en éstas se mostraba la clara desaprobación ante las acciones ajenas. De repente los ojos del vampiro se centraron en la débil figura del viejo como si pretendiera hacer estallar su corazón, pero hizo a un lado sus intenciones—.  Ya hay suficientes sobrenaturales en esta ciudad como para que nos incluyamos en ese repugnante grupo, ¿No crees? No seas insolente y mucho menos actúes como un bruto, Lyssandro. Ya bastante he tenido que soportar de ti últimamente. A veces pienso que sin los sesos pensarías mejor las cosas.
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Mensaje por Lyssandro F. Pizzorulli Miér Nov 12, 2014 10:03 pm

Oportuno. Provienes de la oportunidad, de la inminente presencia. Provienes de un porcentaje elevado de joder lo que queda de mi.


Notó su presencia un segundo antes de escuchar su voz. Una voz que tenía gravada en la cabeza así despreciara cada una de sus palabras. Si su corazón hubiese estado latiendo tras cuatrocientos años de no hacerlo, supo que habría dado un brinco. Se habría emocionado de puro alivio, porque tenerlo enfrente cuando menos le confería una oportunidad. Si no saltó hacia él de inmediato fue porque sus palabras lograron encenderlo como la mecha de una dinamita. Miró la figura familiar de Edric (porque jamás lo llamaría por el apellido que éste blasfemo había hurtado), lo desmanteló y se controló lo suficiente para no intentar nada estúpido en su contra. A pesar de todo, había aprendido a la mala siglos atrás que no era rival para él. Al menos, no sin perder él mismo lo que algunos llamaban vida.

Aunque el tono de voz usado por este otro vampiro era letal, y quizás en el pasado lo hubiese amedrentado lo suficiente para comportarse como un cachorro fiel, esto sólo le provocó una risa cínica, un poco desequilibrada. No había hombre más desesperanzado en todo París en ese crepúsculo. Extendió los brazos en cruz, como si recibiera con agrado sus sermones, como si estuviese dispuesto a darle un gran abrazo de bienvenida. Pero entonces habría intentado triturar sus huesos.

¡Que gran samaritano! —Exclamó sarcástico, con una risa jocosa, entornando los ojos como si estuviese ebrio.— Que cordero de Dios, venido desde la mismísima Roma. Me has hecho reflexionar. Ah, me has hecho arrepentirme de mis pecados. Cielo santo, soy un hereje que merece morir... —Gimió como si algo le doliese, en un acto tan dramático como amargo. Se sujetó el pecho, como si éste hubiese hecho una queja involuntaria. Luego, levantó la vista hacia el vampiro.— Lo olvidaba. Ya me mataste. Ya me convertiste en lo que soy. Ya la cagaste y ya te castigaron por ello. Ya has cometido errores y ya te has aprovechado de otros. Edric... no intentes hacerte el moralista ahora si no predicas con el ejemplo.

Estaba tan furioso, tan asustado por dentro, que nada podía empeorar su situación. Nunca se había dejado mostrar tan insolente con su creador, y no por respeto a él sino por respeto a sí mismo. Pero ahora no se encontraba sólo, involucrado en un mundo podrido donde sus acciones podían ser severamente castigadas. El recuerdo de Beltaine le llegó como un balde de agua fría, y como tal, se estremeció de pies a cabeza. Su mandíbula se tensó, tuvo que sujetarse a sí mismo como si de pronto hubiese perdido el equilibrio.

Sé por qué estás aquí. —Susurró, con la vista clavada en un punto indefinido de los rieles del tren.— Sé por qué hablas como si no hubieses cometido el mismo error. No entiendo las porquerías que llevan a cabo en el Vaticano ni me interesa saberlo, pero sé que tu dependes de ellos. Mierda... —Apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Levantó la vista a Edric con los ojos enrojecidos por las lágrimas de sangre.— ¡Mierda! Edric... no puedes hacerlo. No es posible que siga tu rencor hacia mi, que estés tan empeñado en aplastar todo por cuanto vivo... o mejor dicho, existo, hasta ahora.


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Mensaje por Edric della Rovere Jue Dic 18, 2014 10:33 pm

“Así, así es la Muerte: ningún triunfo: ninguna derrota:
Sólo un cubo vacío, una limpia pizarra rota,
Una distancia misericordiosa de lo que ha sido.”

—Charles Hamilton Sorley.




¿Cómo aquel osaba a expresarse de esa manera? ¿Acaso en el poco juicio que le quedaba no recordaba con quién estaba tratando? ¡Claro que lo sabía! Lyssandro conocía perfectamente a Edric y de lo que éste era capaz de hacer cuando perdía la poca paciencia que guardaba. Pero quizás la amargura en su interior le obligaba a vociferar de la manera en que lo hacía, prácticamente se estaba burlando del otro vampiro, aquel que se había encargado de usurpar el apellido del Papa Giuliano della Rovere y no sólo eso, también se quedó con toda su fortuna. Lyssandro no sólo lo detestaba por eso, sino porque Edric se empeñaba en arrebatarle algo que tanto anhelaba y con lo cual no podía sentirse completo en la condena a la que lo había arrastrado el antiguo hacia varios siglos atrás. Pero más allá de simplemente vengarse de Lyssandro por intervenir cuando no debía, era una manera de desquitarse con él. Edric también tuvo que pasar por importantes pérdidas que debía soportar durante sus años de existencia, con el peso de un sello maldito en su brazo y de cumplir su papel dentro de una logia de “demonios”.

Della Rovere estaba ofuscado por tanta tontería que le rodeaba, odiaba tener que cargar con los errores de otros, ya le bastaba con tener que ser elegido como el Alichino de Dante. Pero el destino siempre usa sus peores jugarretas y esta vez las usaba en contra del romano. Luego de su mal rato en San Pedro, tolerando los reproches del Papa, ahora le tocaba tener que lidiar con el estúpido comportamiento de Pizzorulli. Edric sólo pedía un poco de tranquilidad y sosiego, necesitaba refugiarse en las penumbras de su propiedad en Nápoles, sólo eso le bastaba para estar en paz consigo mismo. Y no, no iba a ser así.

Los ojos del vampiro recorrieron velozmente la estación que yacía en tinieblas luego de que el sol terminara por consumarse entre el manto oscuro de la noche. Sólo había soledad, aquella única testigo de un encuentro que no pintaba nada bien. El cuerpo del anciano estaba a las espaldas de Edric, tirado en el suelo como cualquier cosa y casi moribundo. Situación que no le importó para nada al vampiro. Lo menos que quería el Barón era armar un escándalo innecesario y menos por servir a alguien como Gian Pietro Caraffa. Sin embargo, eso a Lyssandro parecía no importarle, pues el odio que tanto le profería a Edric no le permitiría razonar. Ambos compartían un egoísmo obsesivo con las cosas a las que tanto se aferraban. Della Rovere se refregó el rostro de pura frustración, volviendo de nuevo su mirada al otro nosferatu, luchaba con su demonio interno, batallaba cada segundo con él, que amenazaba indudablemente de querer fugarse de su círculo infernal.

— ¡Cállate! No he pedido tu opinión y mucho menos te permito que me vengas a decir que es lo que tengo que hacer o no —dijo Edric con la ira aflorando en sus palabras, usando un tono grave que era capaz de helar la sangre—. ¿Y así pretendes ganar indulgencia? ¿Crees que tu altanería va a ayudarte? Pues mira, te equivocaste nuevamente, Lyssandro. Ella pagará tanto por tu mala actitud como por su condición. Una plaga menos para este mundo… Dios estará muy orgulloso de este noble servidor.

El vampiro sonrió con la oscuridad contenida en su interior, la propia de su maldita esencia. Se acercó a Lyssandro con pasos agiles hasta quedar a escasos centímetros de su figura. Edric le miró de arriba abajo negando ante el demacrado aspecto del otro. Era patético ante sus ojos, no soportaba verle de aquella manera.

—Das vergüenza ajena, Pizzorulli. Ahora entiendo porque ella se empeña en alejarse de ti y no es para menos… ¿Qué no te has visto? Sin duda alguna sería prudente dejarte con los enfermos del sanatorio mental. Ese sería el lugar perfecto para alguien como tú y hasta tendrás “amiguitos” de tu nivel. Dramatizarás todo lo que se te dé la gana y nadie te hará caso —expuso el vampiro con todo el cinismo que era capaz de expresar con sus dichos. No estaba para nada contento, eso se notaba a leguas, pero aún así trataba de controlarse a sí mismo para no cometer un error estando metido en esa situación—. O quizás termine entregándote a la Inquisición junto con tu “amada” sabandija y morirán bajo el fuego de una misma hoguera, ¿No te parece romántico? Sería un banquete digno de un demonio.
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Mensaje por Lyssandro F. Pizzorulli Sáb Dic 20, 2014 2:24 am

Es difícil definir la locura pero muy sencillo hacerla emerger de lo profundo de un ser. Basta con presenciarla para entenderla.

Qué verdades tan crueles lanzaba el vampiro que tenía la sartén por el mango. Crueles, pero a fin de cuenta ciertas. Ya no había en Lyssandro más que un puñado de pensamientos racionales, que quizás sobrevivían a base del instinto de supervivencia y auto-conservación. Décadas atrás había aprendido a mantener la calma en base a pequeños trucos psicológicos como, cuando desvariaba, ir recordando una a una las cosas de las que estaba absolutamente seguro.

Dado el impacto de sus palabras, y la fuerza que iba implícita en ellas, se llevó las manos a la cabeza y contó lentamente. "Me llamo Lyssandro Francesco Pizzorulli. Tengo cuatrocientos años. Soy un vampiro. Edric es mi creador y yo convertí a Beltaine". Mientras repetía su mantra, comprendió que habían más cosas de las cuales se iba convenciendo. Cuando volvió la vista a su creador, todavía con las manchas rojas que impregnaban sus mejillas, añadió: "Edric quiere matar a Belt. Y yo no se lo permitiré, sin importar lo que haga falta".

Un poco más tranquilo consigo mismo, aunque igual de furioso con Edric, se soltó el cabello, que había alcanzado un tono ceniciento por la falta de sangre que había ingerido últimamente. Su piel permanecía perfecta con excepción, como cabía esperar, de algunas venas que resaltaban como serpientes enfermas, exigiendo alimento. ¡Pero qué alimento! ¡Patrañas! ¿Y él para qué quería alimentarse ahora? Esto era mucho más alarmante, la firmeza de Edric se lo decía.

Mi estado es apenas un ligero infortunio para mi. —Le susurró con voz temblorosa cuando estuvo cerca, alterado en su propia consciencia. Le resultaba tan difícil mantener la calma ante las palabras del otro hombre que sus ojos buscaban cualquier punto distante a su mirada.— ¡Basta, Edric, BASTA! Ni en mis más humanos sueños he creído que algo pudiera ser tan aterrador como lo que estás diciendo. Basta de una vez. —Sacudió la cabeza, retrocediendo. Sus manos se buscaron la nuca, demostrando cuan tensos tenía los músculos de la espalda.— ¡Tú me convertiste en esto! ¡TÚ! Ya nada más podrías hacer por mi, salvo dejarme tranquilo. Y dejarla a ella también, porque ella no debería ser ofensa para ti. ¿Qué te ha hecho? ¿Qué le ha hecho al mundo más que marcar con su aroma cada superficie que toca?

Soltó una palabrota en italiano y dio un pisotón tan fuerte en el suelo de la estación que rompió, con un estruendo, las tablas de madera. Sus rabietas nunca fueron tan desesperadas; tal vez semejante chiquillada se debiera al frustrante hecho de que, en práctica, estaba suplicándole a Edric. ¡Él, justamente, quien fue victima de sus desaventuras e irresponsabilidades! La situación no podía ser más absurda, y eso que lo pensaba un hombre loco y atormentado.

No te creo capaz de amar, Edric. —Le susurró a la distancia, sin que ésta le importara en lo más mínimo. Estaba consciente de que ya no podía mantener a su creador al margen de su existencia.— No te creo capaz de entender lo que siento. —Levantó la mirada hacia él y se enjuagó las lágrimas, recuperando por un mísero instante la lucidez del hombre que alguna vez vivió en Italia.— Pero aunque odie admitirlo, eres la persona más ligada a mi además de ella. No puedo pedirle a nadie más indulgencia, no encuentro esperanza en nada que no seas tú, aunque a veces creo que eres un demonio sin sentimientos. —Le sostuvo la mirada como pocas veces lo había hecho, con una determinación dirigida por un sentimiento desesperado.— Mi fe ya no reside en Dios, Edric... y eso me atormenta. Porque quien ahora goza del poder para destruirme es una criatura que, irónicamente, está a tu merced.


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Mensaje por Edric della Rovere Sáb Ene 31, 2015 1:32 am

“Es media noche. Antes del alba darán conmigo
y me encerrarán en una celda negra,
donde languideceré interminablemente,
mientras insaciables deseos roen mis entrañas
y consumen mi corazón, hasta ser al fin uno
con los muertos que amo.”

—H.P Lovecraft –C.M. Eddy.




¿Y para qué engañarse? Edric empezaba dejarle el camino a Alichino, a su demonio, aquel ser sin compasión que habitaba en su interior desde, probablemente, el día en que nació y luego fue despertado por aquel vampiro que conocían con el nombre de Malebranche. Trataba de mantener a aquel monstruo atado a la cordura de su mente, no quería cometer algún error del que podría a arrepentirse más adelante, pero dada la situación y la desesperante actitud de Lyssandro, Edric no estaba viendo otra solución. Quería desmembrarlo, como lo hacían las bestias con sus presas. Pero se contuvo con la fortaleza que había adquirido durante los años en que luchaba constantemente con esa criatura del averno. Empuñó sus manos con fuerza dispuesto a voltearle la cara al vampiro de figura demacrada que estaba frente a él. Estaba harto, eran demasiadas cosas en poco tiempo. Esto tiene que ser una broma… Una muy pésima broma, se repetía a sí mismo, su mente iracunda le desgarraba la razón a cada segundo en que buscaba de evitar cometer errores que pudieran costarle otra nueva reprimenda de su líder y hasta del mismo Malacoda.

Lanzó una blasfemia al aire, ahora que ya había recordado que era lo que le ataba a estar más tiempo en París, temía un poco más, ¿qué pasaría si Gian Pietro Caraffa se enteraba del fallo cometido por Edric durante el renacimiento? Eso no pintaba nada bien. Della Rovere bien conocía a aquel hombre, por algo se hacía llamar a sí mismo como el líder de los nueve demonios que custodiaban las nueve prisiones del infierno. Miró a Lyssandro con la mirada propia de una bestia. Oscura y marchita. Llena de odio y sin compasión alguna en su interior. No podía permitir que por culpa de aquel ser sin cordura, sus planes se vinieran abajo. Debía acabar tanto con Lyssandro como con su vástago. De eso no cabía duda, pero debía cuidarse de hacerlo de manera adecuada. Ahora no era el momento adecuado, eso lo sabía. Tenía que pensar paulatinamente las cosas antes de arriesgarse a hacer algo que pudiera costarle muy caro. Aunque honestamente ya no tenía nada que perder, todo se consumió desde aquel día en que aquel volcán desató la cólera de los dioses sobre su ciudad. No pudo evitar enarcar una ceja al observar el lamentable estado del otro vampiro, la obsesión lo estaba consumiendo y terminaría por acabar con él. ¿Y sus palabras? Hicieron bramar a Edric en pura rabia.

—Dije… ¡Que te callaras! No tengo porque soportar tus aburridas quejas. Y sí, te convertí en la pútrida bestia que eres porque tú mismo te lo buscaste, nunca debiste meterte en mi camino y aunque te lo advertí varias veces, tu asquerosa compasión con aquel viejo te llevó a esta condena —mencionó Edric sin poder contener su enojo—. Tus berrinches jamás podrán hacerme frente, ¿crees que desbordo misericordia por doquier? Oh, pero si ya me has dicho demasiadas veces que soy un monstruo. No, espera. Demonio me quedaría mejor, es más, me encanta que enaltezcan mi figura con un apodo tan excelso como ese. Gracias, has descubierto mi realidad. Al menos tu cerebro sigue funcionando un poco, de resto, sigue jodido.

Ya no podía aguantarse más, los siguientes dichos de Lyssandro le hicieron recordar a Deyanira. La imagen de la mujer acudió a su mente, sus recuerdos resultaban dolorosos. Las mentiras y las trampas que se crearon alrededor de ella lo habían llevado a lo que era. Pero ya era tarde para el arrepentimiento, había pasado demasiados siglos, pero él nunca olvidaba. Se quedó estático unos minutos. Aunque no lo reconociera abiertamente, su vástago le había dado un golpe bajo. Pero se vengaría, de eso no cabía duda.

Edric volvió a reducir la distancia entre ambos, volviéndose más amenazante que hacia un par de minutos atrás, su ouroboros le quemaba el brazo en puro dolor. Alichino se retorcía en la prisión que era el cuerpo del vampiro, quería salir y hacerse con charcos de sangre a su paso. Entre la ira contenida y la poca cordura del barón, algo más surgió: Sadismo. Bien se conocía que Alichino era una criatura burlesca que le gustaba desviar los pensamientos de los muertos, por eso le correspondía custodiar el limbo del hades. Y ahora tenía a una criatura desdichada con la cual jugar. El vampiro volvió a reparar en el estado ajeno y sonrió con una burla que bien podía asustar a cualquiera.

—Ay pero mira cómo estás, voy a ser generoso esta vez y en tanto tiempo. Quizás así se te acaben las rabietas. Pareces un crío al que le falta una buena reprimenda —soltó una carcajada y se dio la vuelta para tomar el cuerpo del hombre mayor que estaba intentando incorporarse para huir de la extraña discusión entre aquellos seres infernales—. Mira, aquí tienes alimento. Quizás su sangre no sepa tan bien, pero al menos te ayudará a cuidar un poco esa figura repugnante que tienes.

Le lanzó el cuerpo del hombre encima, con el cuello derramando sangre. Era una clara provocación por parte del demonio. Edric dejaba un lado al vampiro para darle paso a Alichino, quien reía internamente por tener la oportunidad de actuar esta vez en contra de Lyssandro. Ya lo había hecho una vez y ahora que tenía oportunidad de atormentar a aquel pobre hombre, no la desaprovecharía.
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Edric della Rovere
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L'odissea della mia disperazione [Priv. Edric] Empty Re: L'odissea della mia disperazione [Priv. Edric]

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