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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anna Ferrec Vie Oct 05, 2018 5:56 pm

«Comenzar es difícil
Pero vamos dando los pasos
Por un futuro que los hijos puedan celebrar
Somos el viento, que baila y que canta
Si estamos juntos, somos huracán»
Amparanoia


No conseguía que la imagen de Gino esperando entre los árboles se le fuera de la cabeza. ¿Por qué no se lo había creído? ¿Por qué se había marchado así, sin despedirse? Anna sentía un peso muy fuerte en el pecho, una angustia que le cerraba la garganta, impidiéndola dormir, comer y hasta respirar.

Eliot y Yulia se habían marchado esa mañana de lunes pronto en su luna de miel, así que ella se levantó de la cama para despedirse de ellos y, excusándose anunciado que se sentía mal debido a la fiesta del día anterior, volvió a meterse en la cama, pero no se durmió. Simplemente no podía, porque cada vez que cerraba los ojos, veía los de Gino mirándola fijamente, con esa mirada penetrante que era capaz de desnudarla sin quitarle la ropa. Su voz, grave y sensual, susurrando su nombre en el oído, haciendo que sintiera cosas que jamás había sentido. Por un lado estaban esos celos inexplicables al verlo con alguien que no era ella. ¿Por qué le molestaba tanto que bailara con la joven de rizos? ¿Por qué se ofendió cuando él ni siquiera la miró? Ella había sido la que le había plantado cara, la que había rechazado seguir bailando con él y, sobre todo, la que no había acudido a la cita que el inquisidor había concertado para ambos; por otro, estaba ese cosquilleo en el estómago, ese gusto por tocarlo de una manera distinta a como lo había hecho con otros hombres y esa necesidad de mirarlo constantemente.

Maureen la visitó en su habitación varias veces durante el día, preocupada por el estado de ánimo de su hija menor. Anna sólo salió de la cama obligada por su madre, que la mandó vestir para salir a pasear por las avenidas de París. Ambas necesitaban tomar el aire y relajarse después de de haber estado tan involucradas en todos los preparativos de la gran fiesta. Aunque la joven se mostraba interesada en todo lo que su madre le contaba, su mente no hacía más que pensar en Gino della Rovere. ¿Qué estaría haciendo él ahora? ¿Estaría pensando en ella o se habría ido con cualquier otra mujer?

Tenía el olor de su perfume memorizado a conciencia, y cada hombre que pasaba a su lado evocaba el recuerdo de ese aroma, haciendo que se volviera en numerosas ocasiones. Algunos de esos hombres creyeron que la muchacha estaba mostrando interés en ellos, y no dudaron en retroceder para presentarse ante ella y Maureen. La señora Ferrec, sorprendida del repentino éxito que su hija estaba causando en aquellos caballeros, saludó a todos con verdadero énfasis, todo el que Anna no mostraba, en absoluto, para extrañeza de su madre. ¿Cómo era posible que apenas los saludara cuando siempre había sido una niña a la que le encantaba que la cortejaran hombres como aquellos?

Cuando llegó la noche, se despidió de su madre y se fue a acostar sin apenas haber probado bocado. Cuando se metió en la cama, el peso de su pecho se hizo tan pesado que tuvo que dejar escapar unas lágrimas para aliviar la presión. Así, con los ojos anegados en lágrimas, terminó quedándose dormida sin dejar de pensar en él.

El día siguiente, martes, no se despertó hasta bien entrada la mañana, y no se levantó de la cama hasta la hora del almuerzo. Cuando regresó a su cuarto, se sentó en el asiento que tenía en la ventana y apoyó la cabeza contra el cristal, mirando fijamente el árbol donde lo había visto por última vez. Pasó así un tiempo indefinido, pero que debió de ser mucho, puesto que cuando decidió moverse el sol comenzaba a ponerse en el horizonte.

Había estado pensando en todo lo que le había dicho dos días atrás, y llegó a la conclusión de que había sido una grosera con él. ¡Pero él también lo había sido con ella! ¿Qué habían sido esas formas de tocarla, de agarrarla? Su piel se erizó con el simple hecho de recordar la fuerza de sus brazos. Estaba hecha un verdadero lío; quería culparlo de todo, pero todo lo relacionado con él alteraba su cuerpo de una manera nueva y excitante.

Se sentó en su escritorio, tomó la pluma blanca que su padre le había regalado el año anterior a su muerte, un papel, y comenzó a escribir:



Mi muy estimado monsieur della Rovere:

Le escribo esta breve carta porque no puedo dejar de pensar en mi actitud en la fiesta que compartimos el pasado domingo. Siento que fui una maleducada, que le hablé de una forma que no me correspondía y puse en duda sus palabras. Sé, sin ninguna duda, que cumplió con su palabra y que  fui yo la que se comportó de un mal modo.

Lo lamento si le ofendí, tanto durante el baile que compartimos como al finalizar la celebración, cuando me ausenté sin despedirme de usted. Quiero que sepa que no fue mi intención hacerle sentir mal, y espero que, si nos volvemos a encontrar, no guarde rencor hacia mi persona.



Se despide cordialmente,
Anna Éloise Ferrec



La rúbrica era elegante y delicada, exactamente igual que ella. Dobló el trozo de papel y escribió el nombre de su destinatario en uno de los lados. Después, bajó las escaleras y buscó al mozo de las cuadras, un joven de su edad que había entrado a trabajar para la familia Ferrec hacía poco tiempo.

Buenas tardes, Denis —lo llamó Anna en voz baja—. Sé que es tarde y que estaba a punto de retirarse, pero necesito que me haga un favor. Es muy urgente.

El muchacho, enamorado de Anna desde el primer día que había pisado el suelo de esa casa, escuchó atento las palabras de la joven.

¿Podría llevar esta carta a la casa de monsieur della Rovere? Tengo entendido que vive aquí al lado.

El joven asintió y salió tan pronto tuvo el papel en las manos. Anna respiró hondo y se relamió los labios. ¿Encontraría Denis la casa de Gino? ¿Leería la carta? Y, lo que más le importaba a ella: ¿le respondería?
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Mensaje por Gino della Rovere Sáb Oct 13, 2018 6:42 pm

Anna Ferrec se había adueñado de todos sus pensamientos desde que lo había despreciado. Qué extraña era la naturaleza humana, ¿cómo podía atraerle tanto una persona que lo había rechazado? Gino intentaba distraerse con el trabajo, leyendo cuando estaba en su casa o haciendo sus ejercicios físicos, pero aunque lo lograba siempre había un momento en el que el rostro precioso de la rubia volvía a su mente y se adueñaba de todo. ¡Maldita niña que lo estaba enloqueciendo!

Un golpeteo insistente en la puerta de la pequeña biblioteca –pequeña si se la comparaba con la que tenía en su casa de Italia- lo interrumpió. Era tarde, el personal del servicio ya estaba acomodando todo para irse a descansar, por eso se sorprendió. Hizo a un lado el libro y se incorporó para abrir, allí encontró a Laurie, una señora muy mayor que hacía de ama de llaves.

-Hay un muchacho que trabaja en la casa de sus vecinos, los Ferrec. Ha traído una misiva, mas quiere dársela a usted en persona.


-Que venga –fue lo único que dijo Gino.

Leía en la mirada de su ama de llaves la inquietud, una carta, a esas horas… sí, podía traer malas noticias, pero Gino sabía que no era así, que lo más probable era que Anna Ferrec le hubiera escrito. Maureen no tenía nada que decirle, Eliot había salido de viaje… Anna y solo Anna podía ser quien le escribiera.


-Aguarda en el pasillo, te daré la respuesta –le dijo al muchacho, sin saludarlo siquiera, cuando le entregó el sobre.

No se había equivocado. Era ella. Lo primero que leyó fue su firma, reparó en el segundo nombre, tan elegante, tan dulce, tan femenino… Anna Éloise, ya le susurraría ese nombre completo al oído. Leyó dos veces la carta antes de moverse al escritorio presto a responder, acarició la letra prolija de la muchacha como si se tratase de sus mejillas. Las frases rondaban por su cabeza y a Gino le costaba acomodar sus ideas, pero cuando comenzó a escribir ya no pudo parar.



Señorita,

Bien sabe que no tendría siquiera que responderle, ¿no sería eso lo justo luego de tamaño rechazo? Odiarla sería lo más lógico, despreciarla como usted me ha despreciado a mí. ¿Por qué, señorita? ¿Por qué no se presentó a nuestra cita? Me ofendió, me lastimó con su poca estima hacia mí, pero a pesar de eso tengo que confesarle que no he dejado de pensar en usted.

Dígame, se lo suplico, ¿piensa usted en mí? ¿Imagina qué hubiera pasado si acudía a nuestro pactado encuentro? Dígame que ha deseado besarme tanto como lo he deseado yo, dígame que no he enloquecido y que si en efecto lo he hecho no soy el único.

Me ha herido, pero nada deseo más que poder perdonarla. ¿Cuándo nos volveremos a ver? ¿Cuándo podrá reparar su error? ¿Cuándo me regalará otra vez el sonido dulce de su voz pronunciando mi nombre?


Soy suyo,
G.




No era un chiquillo inexperto, no pondría su nombre y apellido sabiendo que Eliot podría ver esa carta... Tampoco la llamaba por su nombre y no era solo por seguridad, lo evitaba porque era parte de la evidencia de su enojo.


-Le entregas esto solo a la señorita y no te apartas de su lado hasta que me responda –le ordenó al muchacho que no era personal de su casa. Para asegurarse que lo haría le dio unas monedas-. Y ni una palabra a nadie o veré que te cuelguen del molino.

Cuando el trabajador se fue, Gino se acercó la carta de Anna al fuego de la lámpara, dispuesto a quemar sus mentiras, a quemar el mal momento que le había hecho pasar al dejarlo esperando… pero no tuvo el valor de hacerlo. La releyó una vez más antes de guardarla en el segundo cajón. Maldijo por no haberle hecho preguntas al empleado, ¿cómo estaba vestida Anna? ¿Qué le había dicho? Esperaba que estuviera despierta todavía.
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Mensaje por Anna Ferrec Dom Oct 14, 2018 11:40 am

Cuando vio marcharse al bueno de Denis con la carta en sus manos, deseó que Gino no estuviera dormido aún. Si lo despertaba, estaba segura de que su enfado —si es que realmente lo estaba— sería mucho más grande.

Volvió a su habitación y comenzó a cambiarse para acostarse. Había despedido a su doncella, puesto que no quería que nadie la viera escribiendo la carta para monsieur della Rovere. Así pues, se quitó el vestido y lo dejó sobre el caballete que tenía detrás de su bimbo, donde siempre se cambiaba. Se puso el camisón y, sobre éste, el batín que cubría sus hombros y parte de su cuello. No es que tuviera un escote muy pronunciado porque su madre no los aprobaba, pero ella no quería ponerse esa ropa de noche antigua que la ahogaba mientras dormía. Se peinó el cabello con parsimonia y se lo trenzó, Después, se aplicó el ungüento para que a la mañana siguiente su cutis estuviera liso e hidratado y descubrió la cama para meterse, no sin antes mirar por la ventana el árbol donde días antes había quedado en verse con Gino.

Unos golpes muy leves en la puerta la obligaron a levantarse y, al abrir, descubrió a Denis, acalorado y algo preocupado, con un papel en las manos.

Denis, ¿qué ocurre? ¿No ha encontrado la casa de monsieur?
La he encontrado, mademoiselle, y le he dado la carta. Ésta es su respuesta —le tendió la mano con el papel doblado, y las de Anna comenzaron a temblar—, y me ha pedido que me quede a su lado hasta que escriba usted la suya.

Anna tomó la carta y la abrió. No firmaba con su nombre, sólo con la inicial del mismo, pero lo que más la alteró fue lo que había justo encima de la letra. «Soy suyo», rezaba la despedida. Sintió un calambre en el vientre y tuvo que sujetarse al marco de la puerta para no caer.

Tiró de Denis y lo metió en su cuarto, saltándose cualquier protocolo, antes de cerrar la puerta.

Quédate aquí —le dijo, tuteándolo de mala manera—. Voy a escribir la respuesta de monsieur y se la llevarás, ¿de acuerdo? Si alguien sabe que has estado aquí te meterás en un lío, así que silencio.

Le dio la espalda y se sentó en el escritorio para comenzar a escribir. El pulso le temblaba tanto que tuvo que empezar tres cartas antes de terminar la definitiva:




Mi estimado Gino:

Me apena profundamente que piense eso de mí. Jamás quise despreciarlo, ¿por qué debería hacerlo? Tuve un motivo de peso para no haber acudido hace dos noches a nuestra cita, y no dudaré en defenderlo como la verdad que es.

Cuando me ausenté, corrí a mi habitación y me encerré allí. No le voy a mentir, monsieur: me afectó mucho la indiferencia que mostró ante mí después de nuestro baile, aunque supongo que es lo que me merecía después de mi tamaña falta de educación. No tuve el valor para despedirme de usted porque creí que volvería a mostrarse indiferente cuando llegara mi turno, y no quería vivir una vergüenza así.

Pero, cuando todos los invitados se hubieron ido, lo ví desde mi ventana esperándome, y no le puedo explicar la felicidad que me embargó al ver que decía la verdad cuando me citó allí. Quise bajar, Dios lo sabe bien, pero mi familia tardó mucho tiempo en retirarse, impidiéndome salir sin ser vista, así que, cuando llegué al árbol, usted ya no estaba. Tardé de nuevo, lo sé y no sabe cuánto me arrepiento, por eso prefiero no pensar en qué hubiera ocurrido de haber llegado a tiempo. Lo que sí me gustaría saber es si tendré la oportunidad de descubrirlo algún día.

Creo que, después de haber enviado mi anterior misiva, no es necesario contestar a la pregunta de si pienso en usted. Sólo le diré que el olor de su perfume se ha quedado grabado en mi memoria de una manera tan fuerte que lo descubro en cada hombre que pasa a mi lado. Mi cuerpo se gira, inconsciente, esperando verlo a usted, aunque mi mente sabe que no será así, y la desilusión que me embarga es tan intensa que debo respirar hondo para que mis pensamientos no resulten transparentes para la gente que me rodea. Así que ya ve, parece que no es el único que ha enloquecido, aunque me tranquiliza saber que yo tampoco lo soy.

Dígame, por favor, qué debo hacer para enmendar esta situación, porque no podré dormir sabiendo que sufre usted así por mi culpa.

Esperaré ansiosa su respuesta.

Con cariño,
Anna



Se levantó deprisa y se acercó al muchacho mientras doblaba la carta en el trayecto.

Llévasela —ordenó, pero se dio cuenta de que había sido demasiado grosera con él—, por favor. Denis —lo llamó, antes de que el muchacho abriera la puerta—, gracias.

Parecía que sus palabras alegraron al chico, que sonrió ampliamente y salió sin hacer el más mínimo ruido. Desde las ventanas de su habitación no podía ver la casa de sus vecinos, y Anna estuvo tentada de caminar por el pasillo hasta llegar al pequeño estudio de la planta superior, desde el cual sí se vería la de Gino. Sin embargo, prefirió esperar a que contestara esa segunda carta por miedo a que alguien la descubriera despierta a esas horas.
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Mensaje por Gino della Rovere Dom Oct 14, 2018 9:02 pm

Gino mandó a dormir a Laurie, no quería testigos de su padecimiento. Se dijo que era probable que no recibiera respuesta, Anna no era de fiar, ya lo había desilusionado antes, ya le había fallado, ¿qué certezas podía tener de que le respondería esa noche? Por eso decidió quedarse solo en la casa, rondando por la puerta del servicio a la espera del muchachito que hacía de mensajero… enloqueciendo en silencio con cada minuto que pasaba sin tener noticias.

A punto estuvo dos veces de calzarse, abrigarse y salir a la noche para esperar él mismo en la puerta de los Ferrec la respuesta de Anna Éloise. A veces, Gino se ponía tan intenso que ni él mismo se soportaba, se empecinaba tanto con algo –con alguien- que se volvía un tozudo indeseable y hasta a él le costaba estar dentro de sí.

Abrió la puerta trasera antes de que el muchachito la golpeara y le arrebató el papel de las manos mientras con un gesto le indicaba que cerrase y lo siguiera. Gino della Rovere leyó la carta amparado por las lámparas del corredor y cuando ingresó en la biblioteca ya sabía perfectamente lo que le respondería a su amada.




Señorita mía,

Pienso de usted exactamente lo que usted me ha dado que pensar, pero ¿para qué enredarnos con nuestro pasado arruinado? ¿para qué pensar en nuestro encuentro no concretado? Nuestro vínculo acaba de comenzar y prefiero pensar en el presente, en el presente y en el futuro. No gaste su tinta –valioso instrumento que nos une ahora- justificándose por lo que no ha hecho, cuénteme en cambio todo lo que hará.

¿Qué piensa cuando piensa en mí? Sí, necesito saber que piensa en mí, necesito leer su confirmación aunque para usted deba resultarme evidente. No doy las cosas por sentadas, no con usted, señorita. No sé si le interesa saberlo, pero cuando la pienso me vibra el cuerpo… imagino sus labios buscando los míos, sus brazos intentando envolverme, sus manos apretando mi espalda y no puedo dejar de desear que en algún momento sea mía, que sea mía y que yo sea suyo. ¿Sabe lo que eso significa? ¿Entiende a qué me refiero? Deseo que no, que no lo entienda, para poder ser yo quien algún día se lo explique.

¿Quiénes son esos hombres en los que piensa? ¿Está usted comprometida con alguno? ¿Sus sentimientos le pertenecen a alguien más? Dígamelo, se lo ruego, necesito saberlo. Solo quiero que piense en mí, que me imagine a mí, que me mire a mí.

Nos veremos a solas, hablaremos y la besaré con un beso que, procuraré, sea inolvidable. Eso, acudir a la próxima cita, es lo que puede hacer para enmendar lo sucedido. ¿Será valiente para mí?


La desea vivamente,
G.



Con una sonrisa, Gino cerró la carta y se la entregó al muchacho. Él se dispuso a salir de allí corriendo, pero Gino lo retuvo:

-¿Qué está haciendo la señorita? ¿Por qué está despierta a estas horas? –le preguntó, con tono enojado. No lo estaba, pero envidiaba que ese tipo pudiese verla y él no.

-Se apronta para meterse en la cama, tiene el camisón puesto y sus aceites para el rostro… pero está impaciente por su respuesta, nunca la he visto igual de ansiosa.


Si no fuera por esa última afirmación, Gino habría golpeado al muchacho solo por conocer tan bien las rutinas nocturnas de Anna. Pero lo necesitaba para seguir aquel juego de misivas que ella había propuesto, porque aunque lo desease no podría ir él hasta la casa de los Ferrec, había demasiado en juego.


-Corre, necesito la respuesta cuanto antes.
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Mensaje por Anna Ferrec Lun Oct 15, 2018 5:29 am

Aunque no salió de su habitación por miedo a ser descubierta, se quedó cerca de la puerta, esperando el regreso del joven mozo de cuadras. Su corazón estaba tan acelerado que su pulso temblaba como una hoja mecida por el fuerte viento, y no estaba segura de poder seguir manteniendo la escritura pulcra a la que estaba acostumbrada. ¿Qué demonios tenía aquel hombre que la transformaba de esa manera?

En cuanto escuchó pasos en el pasillo, abrió la puerta de su habitación y tiró del brazo de Denis para que ingresara. Le quitó la carta de las manos, casi de la misma manera en la que lo había hecho Gino en su casa, y se acercó al escritorio para leer a la luz de la vela. Cada palabra que leía le producía un cosquilleo en el estómago, pero, esta vez, se expandió hacia sus bajo vientre y sus piernas. Respiró hondo, intentando calmarse. Él la deseaba, y estaba claro que ella a él, también.



Querido Gino:

Coincido con usted en que no merece la pena pensar en nuestro pasado, sino centrarnos en el presente y pensar en el futuro. Al fin y al cabo, el daño ya está hecho, así que sólo podemos enmendarlo y aprender de nuestros fallos para no volver a cometerlos, ¿no?

Quiero decirle que no sé explicar con palabras lo que siento cuando pienso en usted. Es tan distinto a todos los hombres que he conocido que no alcanzo a entender qué le pasa a mi cuerpo cuando su recuerdo invade mi mente. ¿Puedo serle sincera? ¿Me promete que no se enfadará de nuevo conmigo por lo que quiero contarle?




Aquí, Anna hizo una pausa, temerosa de contarle la verdad, pero tras unos segundos de mantener la pluma sobre el papel —que dejó un par de gotas de tinta en el margen de la carta—, se animó a sincerarse.



Me da miedo, Gino. Pero no el miedo que me da un animal salvaje —aunque, déjeme decirle que usted, a su modo, es un hombre salvaje—; es un miedo distinto, uno que nunca había experimentado, y que ha conseguido que haga cosas que en otras circunstancias no haría. ¿De verdad cree que, de haber sido otro, le estaría escribiendo una carta a estas horas? Créame que no, monsieur. Pero, aunque me da miedo que esto que estoy haciendo por usted llegue a oídos de mi madre o mi hermano, me siento excitada al saber que estoy rompiendo con las normas que se me han sido impuestas. ¡Míreme, estoy carteándome con un hombre a medianoche! Cuanto más lo pienso, menos creo que sea real, pero sus cartas me demuestran que sí lo es, que yo le escribo y usted me contesta.

No entiendo a qué se refiere, pero creo que mi mente me está jugando una mala pasada y no me deja pensar con claridad, creyendo que así será usted quién pueda explicármelo. ¿Puedo serle sincera de nuevo? Deseo que así sea, monsieur, deseo que me lo pueda explicar en persona, así que dejaré de darle vueltas por miedo a comprenderlo y perder la oportunidad de que ocurra.

Gino, ¿no se da cuenta de que esos hombres de los que habla llevan su rostro? ¿De que no los pienso a ellos, sino que lo veo a usted cuando pasan a mi lado? Ni siquiera soy capaz de recordar los rasgos de todos aquellos a los que miré, porque todos tenían los mismos: los de usted. Mis sentimientos están firmemente guardados dentro de mí, y no le pertenecen a nadie, así como mi mano está bien guardada de todos los pretendientes que aún no he tenido ocasión de conocer, y que ahora tampoco deseo hacerlo. Le aseguro, Gino, que cuando hablo de esos hombres pienso en usted, lo imagino a usted y lo miro a usted.

Le ruego que me diga dónde y cuándo podré verlo, pues la promesa de recibir un beso inolvidable se me antoja el mayor de los placeres —y aún no olvido que me debe una promesa—. Quiero demostrarle que puedo ser valiente para usted.

Deseando verlo, se despide,
Anna




La desvergüenza que estaba mostrando la sorprendió, pero saber que nadie más estaba leyendo la correspondencia clandestina a la que estaban jugando la embravecía y le hacía decir cosas que no se atrevería a decir de haberlo tenido delante.

Denis no sabía a qué estaban jugando —o eso quería creer ella, puesto que bien podía leer las cartas en el trayecto—, pero podría imaginar el tipo de cosas que se dirían.

¿Crees que está enfadado? ¿Qué te dice? ¿Te habla mal? ¿Es grosero?
Mademoiselle, el señor della Rovere no parece ser un hombre muy amable ni siquiera cuando está contento, pero está interesado en usted, en cómo está y en qué hace.

Las mejillas de Anna se tornaron de rosa. Volvió a su escritorio y desdobló la carta para añadir una línea más a su ya extensa carta.



P.D.: No pienso acostarme hasta que me asegure que ya no me contestará más. Estoy a su merced, Gino.



Sopló la tinta —pues no tenía arena a mano para secarla rápido— y le tendió el papel doblado al joven, que volvió a salir a toda prisa para llevar sus palabras a Gino della Rovere.
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Mensaje por Gino della Rovere Lun Oct 15, 2018 10:12 pm

Abrió la carta con tantas ansias que el papel se le rompió en tres partes, para poder leerla tuvo que unirlas bajo la luz de la lámpara. Maldijo por no ser más cuidadoso, por dejarse llevar por aquella necesidad que tenía de ella. ¿Era obsesión? ¿Había hecho a Anna Ferrec foco de su tozudez? No tenía tiempo para meditarlo, Anna le decía que solo pensaba en él, que solo lo veía a él, y por eso Gino no podía perder tiempo en pensar en otra cosa que no fuera responderle:



Mi anhelada,

Su inocencia me abruma, su dulzura me es inmerecida porque si hay algo que no soy es dulce e inocente. Amo eso de usted; amo que no sepa lo que he querido decirle y que desee que yo se lo explique, amo que me trate suavemente pese a saber ya que no soy un hombre nada sencillo. Lo sé yo también, créame que intento medirme cuando me dirijo a usted, que intento ser cuidadoso para no asustarla y a pesar de eso usted me ha confesado que le inspiro temor. Mi corazón se entristece al saberlo, porque también sabe que soy un maldito, que soy posesivo y sobreprotector. ¿Y qué puedo hacer? ¿Volver a nacer? Así soy, intento contener ese costado de mi personalidad, pero así soy. ¿Me va a despreciar por eso? ¿Será el motivo por el cual dejará de regalarme sus cartas? Espero que no, que ese temor disminuya y que crezca en usted ese deseo de encontrarme en cada momento. Ya no necesitará buscarme en otros hombres, porque confío en que pronto podremos abrazarnos.

Sus cartas me dan vida, no tengo sueño, no tengo sed ni hambre, solo deseos de que el maldito muchacho llegue con las respuestas. No he terminado de escribir y ya deseo tener su respuesta entre mis dedos… pero más deseo nuestro encuentro. ¿Será valiente, hermosa Anna? Eso me ha dicho y mientras escribo esto vuelvo a leer la línea de su carta en la que, con su femenina caligrafía, me lo asegura... pero necesito preguntarlo otra vez: ¿Se atreverá a ir a donde yo le diga que vaya? Usted, una señorita tan cuidada, tan de su hogar… ¿seguirá rompiendo las normas solo para besarme?

No me tema, se lo ruego una vez más; imagíneme de rodillas, implorante, ante usted diciéndole esto: no me tema, Anna Éloise, no me tema y no me rechace. Yo ya no puedo imaginar que llegue el domingo sin que nos hayamos encontrado, tendrá que suceder, esta semana nos tendremos que ver.

Siento paz, algo realmente extraño para mí, al saber que su mano no es de nadie, que sus sentimientos están a buen resguardo. Tal vez tenga una oportunidad entonces, déjeme creer que sí.


La piensa a cada momento,
G


P.D: Dígame en su respuesta si realmente se atreverá a que nos encontremos. No es que no le crea, sino que sé bien lo difícil que puede llegar a ser para usted. Si su respuesta es sí, tenga en cuenta que le creeré y que estaré esperándola. Sepa que no soy un hombre de segundas oportunidades, pero por usted lo haré. En mi siguiente respuesta le daré detalles de nuestro encuentro en caso de que me jure que asistirá, que no quedaré esperando.




Gino no sabía lo que hacía, solo tenía como objetivo recibir las cartas y entregar las respuestas. Del mensajero solo le importaba que se apurase, por eso le ofreció un vaso de agua mientras él escribía a Anna. Cuando se volvió para entregársela lo descubrió sentado en uno de los butacones de la biblioteca, ¡pero que desfachatez! No dijo nada, se contuvo, porque lo necesitaba. Simplemente le entregó la carta y movió la cabeza para indicarle que se largase… el muchacho comprendió de inmediato y corrió, de tantas idas y venidas ya sabía moverse sin que Gino della Rovere tuviese que acompañarle a la puerta de servicio.
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Mensaje por Anna Ferrec Lun Oct 22, 2018 4:29 pm

Sintió que Denis tardaba demasiado en llegar, pero no se atrevía a salir de la habitación por miedo a hacer ruido. ¿Y si alguien la descubría? Anna se quedó pensando un segundo en las consecuencias, y de inmediato supo que serían garrafales. Pero, por otro lado… necesitaba saber de él, qué hacía, si estaría contestándole ya o estaba prefiriendo retrasar su respuesta a propósito. Le había confesado muchas cosas en su carta, y la velocidad en la que recibiera la respuesta decía muchas cosas sobre la reacción de Gino —a favor o en contra, eso estaba por verse—.

Sin poder soportarlo más, salió de su habitación y recorrió el pasillo hasta el estudio del fondo. No llevó ninguna vela consigo para no alertar a su madre, que tenía el sueño bastante ligero y el resplandor de la llama llamaría su atención. Entornó la puerta con cuidado de no hacerla sonar y se asomó por la ventana, la misma desde la que se veía la casa de su vecino. Se apreciaba el reflejo de una luz, pero no las sombras de un cuerpo moviéndose por la casa. Eso la preocupó, puesto que bien podía haberse quedado dormido habiendo dejado la vela encendida. Tragó saliva y se sentó en el alféizar interior de la ventana, esperando ver algún movimiento que le indicara la llegada de Denis. Cuando al fin vio al mozo de cuadra entrando por la parte trasera, volvió a su habitación y lo esperó en la puerta, golpeando el suelo con un pie de manera rítmica.

Leyó la carta dos veces para poder captar la esencia de todo lo que ahí le contaba. ¿De verdad le habían entristecido tanto sus palabras? Algo dentro de Anna se encogió de pena, puesto que esa no había sido su intención. Quiso poder consolarlo, asegurarle que no le temía por ser como era, sino por los actos que su presencia le llevaba a cometer. Era una novedad en su vida, y las cosas nuevas siempre daban un poco de vértigo.



Mi querido Gino:

Por favor, no se entristezca. Lamento haber dicho eso, lo lamento de verdad. Nunca antes había hablado así con un hombre —si es que a esto que estamos haciendo ahora se le puede llamar hablar—, y creo que es la novedad, lo desconocido, lo que me hace sentir temor. No le voy a despreciar por eso, no señor; me alegro de que se muestre ante mí tal y como es, que no esconda esa parte de su personalidad cuando me acompaña. Algo me dice que dentro de usted hay un hombre oculto que pocos conocen, y ansío conocerlo. Puede que me esté confundiendo completamente, pero ¿me permitirá descubrir si estoy en lo cierto? ¿Me dejará conocer ese hombre que creo firmemente que vive junto a ese posesivo y sobreprotector?

Mentiría si negara que también espero sus cartas con fervor. Cuando oigo a Denis —así se llama el muchacho— subir las escaleras, abro la puerta de mi habitación para tomar la carta de sus manos cuanto antes. Tengo tantas ganas de leer su respuesta que siento que, por culpa de la velocidad a la que escribo, mi caligrafía empeora en cada misiva, pero sé que eso a usted no le importará, que no dejará de valorarme por algo así. Si mis maestros vieran estas cartas, se llevarían las manos a la cabeza por los trazos torpes y las manchas de tinta, pero, ¿qué importa, si el único receptor será usted?

Le juro que estaré esperándole donde me diga, a la hora que me diga y el día que me diga. Sé que salir de esta casa no será tarea sencilla, pero le prometo que me las arreglaré para que así sea. Puedo decirle que mi señora madre duerme la siesta justo después de la merienda y se acuesta una hora después de la cena. El resto del tiempo gusta de mi compañía, así que será más difícil para mí reunirme con usted. No obstante, puedo fingir que saldré a pasear; una de mis doncellas es de mi entera confianza y sé que me guardará el secreto, puesto que muchos son los que yo le guardo.

¡Oh, Gino! ¿Qué me ocurre que quiero seguir contándole cosas sobre mí, pero, al mismo tiempo, necesito firmar esta carta para que usted pueda leerla? Deseo que nos veamos, puesto que sé que todo será más sencillo si estamos uno junto al otro. Dígame dónde y cuándo, se lo ruego. La espera por nuestra cita será larga, lo sé, pero más larga se me hará si no sé cuándo tendrá lugar.

Con cariño,
Anna



Esta vez, tomó su frasco de perfume y manchó la yema de su dedo con una gota, que esparció a pequeños toquecitos por el margen del papel. Repitió el proceso dos veces más y lo dobló, besándolo antes de entregárselo a Denis. ¡Oh, la enamoradiza Anna! Había vuelto a caen en las redes de un hombre, pero no era capaz de imaginar que la fuerza que éstas tenían le impediría volver a soltarse en busca del siguiente.
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Mensaje por Gino della Rovere Mar Oct 23, 2018 1:25 am

En cuanto abrió la misiva lo asaltó el perfume dulce de Anna. Bueno, suponía que era de ella, pues estaba en su carta, pero no recordaba que fuese así… quizás porque en su piel todo era mucho mejor. Inspiró profundamente y todo se llenó de ella, todo a su alrededor parecía pertenecerle a Anna Ferrec. ¿En qué momento había ocurrido todo eso? ¿Cuando había comenzado a sentir aquello por ella?

-Le dirás que ya no me responda –le dijo al chiquillo sin mirarlo, mientras se acomodaba en el escritorio para empezar a escribir- , que he dicho que debe descansar, que todo lo que debe saber está en esta última respuesta que le daré.



Amada,

¿Qué me ocurre que no puedo dejar de desear que me diga todo esto mirándome a los ojos? Odio y amo estas misivas, con igual intensidad un sentimiento que otro me golpean y no comprendo qué es lo que ocurre en mí. Las odio porque no me las da usted misma, las amo porque son parte de usted, de su corazón, y todo lo que venga de usted a mí siempre me gustará y conmoverá.

He estado meditando. Creo que usted me gusta tanto porque es completamente opuesta a mí, es perfecta cuando yo soy imperfecto, es dulce cuando yo soy un malhumorado asumido, es pura cuando yo soy dado a los vicios. Es mía y yo suyo, pero créame que ha salido perdiendo... no valgo lo que usted sí.

Gracias, Anna. Gracias por recordarme la dulzura de su perfume, gracias por regalarme esas gotas que salpicaban el final de su última nota. Dormiré con esta carta en mi pecho, deseando que sea usted quien comparta mi lecho, en pacífico descanso junto a mi cuerpo.

Le creo. Le creo que será valiente, que esta vez no me fallará. En la noche del jueves, antes de que dé la medianoche, nos encontraremos en el camino que llega al lago que nuestras casas comparten. Allí la estaré esperando, venga sola. Por salvaguardar su honor, le pido que vista toda de negro y que cubra bien su cabeza. No quiero que tenga problemas, esto es algo que solo usted y yo sabremos, pues solo nos pertenece a ambos… una intimidad compartida. No tenga miedo, querida mía, nada le ocurrirá. Camine confiada, sin mirar atrás, y al final del trayecto estaré yo esperándola. Se lo juro.

Mi respuesta es sí. Sí la dejaré conocer todo lo que desee saber de mí. Sí escucharé todo lo que quiera contarme sobre usted y lo haré con disfrute porque deseo averiguar si es cierto todo lo que he imaginado mientras la pensaba. ¿Cuántas horas durará nuestro encuentro? Estoy seguro de que, en su compañía, podría amanecer sin que lo note pues usted es la luz que necesito.

Descanse ahora, no es necesario que nada me responda pues todo está dicho. Nos veremos pronto, solo tenemos que soportar todo este miércoles y el jueves de espera. Podremos.


La besará pronto,
G.


PD. Si por algún motivo no llega a serle posible salir de la casa rumbo a nuestro encuentro, envíe a este muchacho, Denis, a comunicármelo. Le he dado varias monedas de oro para asegurarnos su complicidad.

PD2. Ya la imagino entre mis brazos. Espero que ambos soñemos lo mismo esta noche.




Dobló la carta y cumplió con lo que en ella le aseguraba a Anna Ferrec, porque se la entregó al muchacho junto a una bolsita de monedas. Antes de que se marchase, Gino tomó del brazo al joven y le habló:

-Esto no es solo por tu silencio. Quiero que mañana en la noche vengas aquí y me cuentes en detalle todo lo que la señorita ha hecho. Si te ganas mi confianza verás más de esto.
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Mensaje por Anna Ferrec Vie Oct 26, 2018 3:27 pm

Anna se metió en la cama, tal y como Gino le había pedido —por escrito y por boca de Denis—, pero apenas durmió las últimas horas antes del amanecer. No apagó la vela que la había estado alumbrando, sino que dejó que se consumiera mientras leía, una y otra vez, la última carta que le había enviado. Desde el saludo, pasando por cada palabra hasta el final, Anna sentía que había amor en esas frases, un amor que deseaba conocer de primera mano, puesto que hacerlo sería encontrarse con Gino.

Gino.

Susurró su nombre en el aire, deseando que llegara a oídos del inquisidor, y se tumbó de lado. Guardó la carta debajo de sus almohadas para poder tenerla cerca de ella mientras dormía, pero para que nadie pudiera verla si entraban en su habitación durante la mañana. Había ido guardando cada misiva dentro de su diario, y éste en el único cajón de su escritorio que podía cerrar con llave. No desconfiaba de su madre, pues sabía que la respetaba en todos los sentidos; sí lo hacía, sin embargo, de una de las doncellas que limpiaba su habitación. No habían sido una ni dos las veces que la había atrapado revisando cosas que no le correspondían, alegando que, ya que estaba, haría el trabajo de Brigitte, la doncella personal de Anna. No había que ser muy listo para saber que, en un mundo como aquel, nadie hacía el trabajo de otros sin recibir nada a cambio.

El poco tiempo que durmió lo pasó soñando con Gino. Todavía podía sentir su perfume en el aire, a pesar de que ya no quedaba nada en su habitación que lo desprendiera. Su cuerpo fue capaz de sentir las caricias que él le hacía en sueños, y su piel se llegó a erizar de verdad al paso de las yemas de los dedos del inquisidor. Se despertó bastante temprano y con el corazón aún agitado, un pulso que no fue disminuyendo con el paso de las horas. Lo pensaba constantemente y suspiraba por él. Sólo por él.

Maureen sentía que algo raro le pasaba, y en varias ocasiones le preguntó si se encontraba bien, a lo que Anna respondía, con una sonrisa resplandeciente:

Estoy bien, madre. Muy bien.

Así pasó Anna el miércoles y el jueves, buscando una forma de distraerse con la que no necesitara concentrarse. Intentó bordar, pero era capaz de pasar el mismo punto dos veces; también probó a leer, pero eso requería más esfuerzo de su parte que lo anterior. Pintar o pasear fueron otras de las actividades que quiso llevar a cabo, pero terminó tumbándose en el diván del salón para poder mirar la chimenea encendida, siempre con una sonrisa en el rostro, y siempre pensando en él. Su madre, afortunadamente, suponía que esa tontería se debía a un nuevo romance de su hija —tan conocidos como temidos ya en aquella casa—, así que no le dio más importancia de la que se merecía. En un par de días se le olvidaría, o se daría de bruces con la realidad y lloraría desconsolada en su hombro, para volver a ser la joven alegre que era al cabo de unas horas.

Me gustaría retirarme a mi habitación madre. No tengo ganas de tomar la manzanilla hoy —anunció cuando terminó la cena—. ¿Puedo?
Claro, hija. ¿Te encuentras bien?
Sí. Es sólo que me gustaría descansar. Mañana quería ir temprano al centro con Briggite.

Maureen asintió, recibió el beso de buenas noches de parte de su hija y observó cómo salía del comedor. Anna, sin embargo, caminó con naturalidad hasta que estuvo lejos de los ojos indiscretos del personal, y sólo cuando sintió confianza corrió hasta su habitación. Había preparado la capa que se pondría para acudir a su cita, como también el vestido que llevaría debajo. No sería tan hermoso como el que Gino vio durante la boda de Eliot y Yulia, pero, aún así, era uno que le sentaba muy bien y con el que se sentía cómoda.

Se cambió sin ayuda y esperó a que todo el mundo se hubiera acostado antes de salir, enfundada en la capa, por la puerta del servicio. La oscuridad era su aliada en aquella ocasión, pero también le daba un miedo atroz. Nunca antes había salido de su casa a esas horas, mucho menos sola. Los sonidos de los alrededores se intensificaban y, a pesar de que Gino le había pedido que no mirara hacia atrás, la joven no pudo evitar hacerlo en dos ocasiones, creyendo que alguien camina siguiendo sus pasos.

Cuando al fin llegó al lago, vio que se acercaba un coche de caballos. Anna se paró y esperó a que llegaran a su altura, nerviosa por no saber exactamente quiénes serían.

Bonsoir, mademoiselle —saludó el cochero, abriendo la portezuela e invitándola a que subiera—. Monsieur la espera.

Anna se encaramó al primer escalón y, cuando fue a dar el segundo paso para entrar, una mano tiró de ella para meterla rápidamente en el interior del coche.
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Mensaje por Gino della Rovere Vie Oct 26, 2018 9:44 pm

Gino se arrepentía absolutamente de haber citado a Anna ese jueves. No tendría que haber dejado pasar tanto tiempo, el mismo martes deseaba verla mientras se carteaban, el miércoles se le hizo eterno y el jueves… ese jueves la medianoche parecía no querer llegar.

Aunque tenía otros temas en su mente, que demandaban de él mucha más energía que la que podía gastar sentado en la ventana esperando que la noche llegase, Gino no se podía concentrar en ellos. ¿Qué le importaban a él los tres hechiceros asiáticos tras los que andaba hacía dos meses? La líder de la facción le había pedido que viajase a la España como su enviado para hablar con los representantes de los inquisidores allí… bien, una gran responsabilidad a la que se enfrentaría en tres semanas, pero a Gino no le importaba, que la líder le confiara aquello no lo entusiasmaba tanto como la idea de que vería a Anna Éloise en pocas horas.

Ansioso, como un quinceañero que sabe que en pocas horas entrará por primera vez en un burdel, Gino solo le ilusionaba ante la idea de verla. No importaba si no podía besarla, si ella, avergonzada y retraída ante la idea de la soledad, no le hablaba… solo quería verla, abrazarla, oír su voz.

Una inesperada reunión con dos colegas espías lo demoró más de lo pensado y Gino no supo si eso era una suerte o una maldición, pero lo cierto es que llegó a su casa luego de pasar horas en compañía de los hombres y apenas tuvo tiempo de darse un baño y cenar algo.

¡Tantas horas interminables padecidas para acabar corriendo y así lograr llegar en horario! Anna no le perdonaría si llegaba y él no estaba. Con ese pensamiento, Gino instó a Jerome a apurar los caballos. Afortunadamente, en cuanto el coche llegó lo hizo también Anna.

Sonrió al verla por la ventanilla, a penas iluminada por la luz de la luna en perfecta combinación con las farolas que pendían a los costados del carruaje. Le complació no poder reconocerla así cubierta como iba, porque lo mismo le sucedería a su cochero, Jerome no sabría que era Anna Ferrec quien ingresaba al carruaje como no lo sabría nadie más que estuviese viendo.

En cuanto oyó que su cochero preparaba la escalerilla, Gino sintió un cosquilleo de ansiedad en el estómago. Se movió para dejar espacio, aunque no pudo contenerse, cuando la vio tiró de Anna para pegarla a él. Jerome cerró la puertilla, guardó los escalones y se encaramó de nuevo para tomar las riendas, pero Gino della Rovere fue ajeno a todo eso, solo podía pensar en Anna.

Sin mediar palabra, Gino le buscó la boca y la besó con labios abiertos, devoró la suavidad de Anna en un momento sin ser consciente de lo que hacía. Se dejó llevar por su instinto, por su impulso. Cuando la soltó, le descubrió la cabeza y sonrió ante su mirada.


-¿Quién te ha besado así antes? ¿Quién ha sido dueño de tus labios, Anna? –se los acarició con el índice y con el otro brazo la acomodó para que se sentase en su regazo-. ¿Te incomoda que te quiera abrazar? ¿Te molesta que no quiera separarte de mí? –le preguntó y cerró los ojos, pues le temía a su rechazo-. Solo deseo que me abraces sin pensar en si está bien o mal. –No podía ser así de posesivo, pero era… Gino besó a Anna nuevamente y esa vez le susurró, con la boca escondida en el cuello femenino-: Nunca nadie te besará como yo, eso tenlo por seguro. ¿Te he sorprendido? Te lo dije, te dije que en cuanto te viera te besaría porque es lo que tendría que haber hecho al pie del árbol, la noche de la fiesta. –Mencionó aquello e, increíblemente, no pensó ni un instante en su amigo Eliot, hermano de la muchacha. -Y me encantaría que alguna vez me sorprendieras tú con un beso –le confío, aunque no la creía tan valiente-. ¿A qué has venido? ¿Qué esperas de mí, Anna Éloise?

La abrazó firmemente, que escapara de su agarre si quería, había suficiente lugar para que se sentase junto a él o incluso en frente, pero Gino la necesitaba así: en su regazo.

-Si quieres irte, si me temes y no quieres estar esta noche en mi compañía, es este el momento para decirlo Anna. Vete ahora, vuelve a tu casa –lo dijo, pero apretó el abrazo alrededor de ella. Estiró su brazo para golpear el techo y así dar la señal para ponerse en marcha, pero no lo hizo. Esperaba la respuesta de ella-. No, Anna, no me rechaces. Quédate conmigo, te lo ruego.
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Mensaje por Anna Ferrec Lun Oct 29, 2018 4:34 pm

En cuanto sintió el tirón de aquella mano, tuvo la inmensa duda de si lo que estaba haciendo era lo correcto. ¿Y si alguien se enteraba de que no estaba en su cama, como correspondía? ¿Y si Gino terminaba delatándola frente a su hermano? No, él no haría algo así, porque exponerla a ella sería exponerse a sí mismo, con las consecuencias que aquello acarrearía para ambos. Además, algo le decía que las palabras que el inquisidor había escrito en sus cartas dos noches atrás eran ciertas; de verdad deseaba verla y estar con ella.

Sus dudas, sin embargo, se disiparon nada más ingresar en el coche, cuando recibió los labios de Gino sobre los suyos. Su cuerpo se quedó rígido, y si abrió la boca para que él jugueteara con su lengua fue porque sintió que la ajena así lo estaba. El beso fue húmedo y blando, para nada lo que ella había imaginado en su primera vez. No le desagradó, al contrario; fue agradable, apasionado y dulce al mismo tiempo, pero corto. Demasiado corto.

Nadie —musitó como única respuesta.

Casi no tenía voz, así que se calló y dejó que él la guiara hasta sentarla en su regazo. Negó para darle permiso para que la abrazara, aunque a Gino no le hizo falta, pues enseguida envolvió su cuerpo con los brazos y la pegó a él. Anna, hechizada como estaba, seguía sin poder hablar, así que pasó sus brazos en torno al cuello del inquisidor, cumpliendo así su deseo.

Sé que me lo dijiste —dijo, todavía en voz baja, como si temiera que alguien pudiera escucharlo—, pero aún así me ha sorprendido.

Quería quitarse la capa negra para que Gino viera el hermoso vestido que había elegido, pero, aunque pareciera raro y fuera de lugar, tenía frío. Se arrimó más a Gino para sentir su calor, aunque eso tampoco surtió efecto. Su cuerpo tiritaba aunque ella intentaba contenerlo.

He venido porque quería verte, pero no sé qué esperar de ti, ni de mí. Estos días todo tenía sentido, las cartas, este encuentro… pero ahora no lo sé —confesó—. No lo sé.

Lo miró en la penumbra y siguió el movimiento de su mano, que se paró en cuando sus nudillos llegaron al techo. Tardó más de lo que ella quiso en contestar, pero fue por la confusión que su mente estaba sintiendo. ¿Debía quedarse? ¿Quería quedarse?

No me quiero ir —susurró, mirándole los labios, esos que hacía poco más de unos minutos la habían besado—, no me quiero ir, Gino.

Envolvió el rostro masculino con sus pequeñas manos y le acarició las mejillas con los pulgares. Sintió que la barba empezaba a crecerle de nuevo, aunque probablemente se habría afeitado esa misma mañana. A pesar de que había poca luz, Anna pudo apreciar la sombra que el grueso vello oscuro pintaba en su mandíbula, y le gustó. Era muy masculino, igual que sus rasgos, la mandíbula marcada y la nuez en su garganta, que subía y bajaba, hipnotizándola como un péndulo.

El coche comenzó a moverse y un escalofrío recorrió la espina dorsal de la joven. Aunque quisiera —que no era el caso—, ya no habría vuelta atrás. Había aceptado su invitación.

Tengo frío —murmuró.

Se removió inquieta sobre él y quiso bajarse de su regazo, pero ese hechizo que Gino había lanzado sobre ella se lo impidió. Tragó saliva y cerró los ojos un momento antes de mirar los de él, oscuros, profundos e intensos.

¿Tú… por qué has venido? ¿Qué esperas de mí? —Apretó los labios—. ¿Te he sorprendido? ¿O te he decepcionado?
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Mensaje por Gino della Rovere Lun Oct 29, 2018 10:00 pm

En cuanto golpeó el techo con sus nudillos, Jerome se puso en marcha. El cochero tenía orden de recorrer la ciudad hasta que Gino le indicase que era momento de volver. A su vez, Gino estaba a merced de la decisión de Annita Ferrec, pues era ella quien tenía el verdadero poder allí para cambiarlo todo.

-Amo que no estés arrepentida, que no me rechaces, pero mucho más que pronuncies mi nombre… Que me trates con familiaridad –le dijo y le besó la punta de la nariz en un gesto de dulzura que no había tenido nunca antes con nadie.

No esperaba que las manos puras de Anna lo acariciaran, que lo bendijeran con sus mimos. No era un abrazo, no era un beso… pero valía tanto como eso para el inquisidor, siempre dudando de sí mismo en secreto, siempre pensando que los demás lo rechazarían, creyendo que era poco… Sí, era poco al lado de ese ángel, pero desechó rápido ese pensamiento, quería disfrutar de Anna. Y así lo hizo, cerrando los ojos.

En cuanto ella dijo que tenía frío, Gino extendió su mano para cerrar la cortinilla que permitía el paso del aire fresco. Él no sentía frío, le parecía una noche perfecta. Se quitó la chaqueta a regañadientes, porque eso significaba tener que soltar por un momento a la muchacha, y la cubrió con ella. No tardó en volver a abrazarla porque, aunque estaban en marcha los caballos, Gino temía que ella quisiera marcharse. La acunó y le besó la frente con inmenso cariño, instándola a apoyarse con tranquilidad y confianza en su hombro. ¿Cómo podía tenerle cariño si no sabía casi nada de ella? ¿Por qué la quería si nunca habían mantenido una charla durante más de diez minutos? La quería. No había nada más que meditar. Gino quería a Anna y eso era todo lo que debía saber.


-He venido para que me des tu primer beso, el segundo también y el tercero –le dijo, con una sonrisa-. Muéstrame tu boca, Anna Éloise –le pidió y se inclinó sobre ella para volver a besarla-. Gracias por darme tus primeros besos, gracias por querer estar aquí, por dejar que te abrace, por no querer sentarte a mi lado, sino aquí. Es todo perfecto así como está, ¿lo notas? No quiero cambiarle nada a esta noche. Nuestra primera noche de jueves.

Le besó el pelo y la sien. Reconoció su perfume y supo que en su piel era más dulce que en la hoja de carta. Quería preguntarle qué había hecho con sus misivas, pero temía hacerlo pues le dolería descubrir que las había quemado o hecho trizas. Era lo más prudente, sí, pero de igual modo le dolería saberlo.

-Ya no podré olvidarte, Anna. Hubiera podido hacerlo luego de verte en el nombramiento de tu hermano –Maldito fuera Eliot que se colaba en un momento y lugar tan íntimo. Apretó el abrazo un poco más y la besó otra vez en la frente para que no sintiera miedo de nada ahora que había nombrado a su hermano-. Me hubiera costado y dolido muchísimo tener que hacerlo luego de que no acudieras a nuestro encuentro tras la boda, pero creo que con un mes más y con otras… diversiones podría haberlo logrado. Pero no ahora, de ninguna manera ahora –recalcó-. Ya no puedo olvidarte, no después de tenerte así, no después de que me mostraras lo valiente que eres. No, no me has decepcionado. Siento orgullo, dicha al saber que has hecho todo esto por mí.

Buscó la mano de Anna -en el interior de la chaqueta, que la cubría como una manta- y la acarició. La miró a los ojos y le sonrió. ¿Qué estaría pensando? No le conocía los gestos, todavía no lograba descifrar sus miradas, pero quería hacerlo y para eso necesitaba pasar más tiempo con ella. ¿Cómo lo haría sin ponerla en riesgo? Algo se le ocurriría, pero en sus planes no estaba dejar de verla.
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Mensaje por Anna Ferrec Miér Oct 31, 2018 1:23 pm

Anna se sonrojó al saber que le agradaba escuchar su nombre brotando de sus labios. Quiso repetirlo un millón de veces sólo para que él lo pudiera oír, para darle ese pequeño placer que a ella tan poco le costaba y que parecía —por el gesto cariñoso que siguió a sus palabras— que a él le gustaba.

Me gusta tu nombre —confesó, dejándose envolver por la chaqueta del inquisidor—. Gino della Rovere. Suena tan elegante… ¿Lo pronuncio bien? —Frunció el ceño y lo miró a los ojos—. Quiero que me enseñes a decirlo bien.

Se acurrucó en su regazo y dejó que él la meciera como a un bebé. Lo cierto era que, ahora que los brazos fuertes de Gino la envolvían por completo, sentía un calor agradable proveniente del cuerpo del hombre. Era tentador estar apoyada en su hombro, desde donde podía oler el perfume masculino que no había llegado a olvidar. Si se concentraba, incluso podía sentir los latidos de su corazón, fuertes como él.

¿Sólo quieres que te dé tres? —preguntó, después de recibir el ¿tercer? beso—. ¿Y qué pasará con el cuarto, el quinto y el sexto? ¿Dejarás que mueran en mis labios? Quizá Denis sí los quiera —lo tentó, y se acomodó sobre Gino—, pero yo no quiero dárselos a él.

Y, sin decir nada más, le devolvió uno de los muchos besos que él ya le había dado. Lo hizo de forma tímida, sin atreverse a abrir la boca demasiado pues no se sentía confiada. Quería preguntarle si besaba bien, si sus besos eran más deliciosos que los de otras mujeres, pero no quería dar pie a que confesara que los que ahora compartían no eran suficiente para un hombre como él. Por eso sólo le tomó el rostro con las manos y se deleitó saboreando los únicos labios que hasta entonces había podido probar.

El corazón de Anna latió ligero cuando escuchó que no lo había decepcionado, al contrario, y esa felicidad que la embargó se dejó ver en su rostro, que se iluminó como si fuera el mismo sol. Estrechó su mano con fuerza y sonrió.

Yo no te olvidé después de la ceremonia de nombramiento de Eliot, pero estoy segura que no hubiera podido hacerlo después de la boda —confesó—. Lamento tanto no haber acudido… Aunque, como bien dijiste en una de tus cartas, no debemos malgastar el tiempo pensando en cosas sobre las que ya no podemos hacer nada.

Apretó la mano del inquisidor y se apoyó en su hombro. El movimiento del coche y el calor del cuerpo de Gino estaban comenzado a adormecerla, pero Anna se esforzó por seguir con los ojos abiertos.

Tenía dudas sobre si estabas hablando en serio cuando me dijiste que querías verme, porque no podía creer que un hombre como tú estuviera interesado en mí. Nunca nadie lo ha estado antes, no de esta manera.

De pronto, una idea fugaz, pero certera, cruzó su mente. Se incorporó y, aunque se quedó sentada sobre Gino, tenía el cuerpo bastante separado del de él.

Estás aquí porque de verdad quieres, ¿no? —preguntó, aunque temía su respuesta—. No estás aquí por algún tipo de apuesta o juego que te han propuesto tus amigos, ¿verdad?

La imagen de su amiga Jeanne se dibujó en su mente y un sudor frío le recorrió la espina dorsal. Ella había sido el hazmerreír, y su historia un verdadero escándalo que tardó mucho tiempo en ser olvidado. Aunque ya no se hablaba de ello, Anna no lo olvidaba, porque, de la misma forma que le había pasado a su buena amiga, su inocencia también podía ser blanco de la maldad de los hombres.
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Mensaje por Gino della Rovere Miér Oct 31, 2018 5:11 pm

¿Qué tenía en la voz esa chiquilla que a él lo desarmaba? ¿Por qué brillaban así sus ojos al contemplarlo, robándole el aliento? Gino estaba enloqueciendo y eso le fascinaba.

-Gino della Rovere –susurró a su oído-. Repite: Gino della Rovere. Ese es mi nombre, así se llama el único dueño de tu boca. Gino della Rovere.

Los quería todos. Solo ante la mención de Denis, Gino lo imaginó besándola y todo su cuerpo se puso rígido. Sería una traición de parte de ella darle a otro lo que era de él, besar a Denis con esa boca hermosa que ya era de Gino. Iba a decirle todo eso, lo sabía Dios, a dejarle claro de quien era ella ahora… hasta que Anna lo besó por propia iniciativa, con dulce inocencia, y borró todos sus pensamientos oscuros.

-Separa los labios, Annita –le rogó en susurros, mientras la reacomodaba sobre sus piernas-. Juega con mi boca, déjame entrar. Dame todos tus besos porque, ¿qué será de mí esta noche cuando intente dormir y no pueda a causa de la falta que me harás? Necesitaré tanto recordar nuestros besos…

Que incomodidad sentía en la entrepierna. Qué maldición tan grande tener a Anna allí y no poder hacer nada. Pensó en lo mucho que le gustaría que fuese su esposa, que ninguna traba moral le impidiese tomarla allí mismo, mientras los caballos los guiaban por las afueras de la zona residencial. ¿Cómo sería Annita Ferrec en el orgasmo? ¿Se movería su cuerpo producto de los espasmos o ella intentaría mantener la compostura? ¿Qué cosas diría antes del clímax? ¿Y después? ¿Querría siempre un poco más o se mostraría avergonzada? No quería pensar más en eso, no era conveniente en su condición, pero qué difícil se le hacía.

-¿Nos volveremos a ver? –le preguntó con miedo-. Necesito verte todos los días, todo el tiempo. –Apretó su mano y respiró profundo para controlarse, para intentar dominar otra vez la situación. –No sabes lo bien que me hace saber que no ha habido nadie más que yo interesado en ti. Me da paz.

Toda la armonía, la perfección del momento se rompió al sonido de la voz de Anna Ferrec al mencionar tamaña cosa. ¿Pero qué creía? ¿Tan mala era la imagen que tenía de Gino? El inquisidor la soltó, depositándola justo en frente de él. La visión de ella sentada sola, en el asiento opuesto, y aún cubierta por su chaqueta lo afectó, porque en cuanto la alejó de él se arrepintió, pero no podía hacer nada más. Estaba dolido.

Se acercó a la ventanilla y corrió la cortina. Si tenía frío que se cubriera con su abrigo, porque por su parte Gino estaba acalorado a causa del disgusto. Le llevó cerca de un minuto, de contemplar la arboleda, para calmarse y sentir que podía hablar.


-¿Por quién me tomas, Anna? ¿De verdad crees que he venido a divertirme contigo? ¿Haría una estupidez tamaña, poniendo en riesgo mi cabeza? Porque si tu hermano se entera de esto me matará, tenlo por seguro. –Se cuidó de mencionar que bien podía matarlo él también, en caso de que Eliot lo retase a duelo por el honor de Anna. –En mi grupo de amigos está tu hermano y te aseguro que tenemos cosas más importantes que hacer, no apostamos nimiedades. ¿Acaso no te das cuenta que estás frente a un hombre? No soy un muchachito como Denis, ni siquiera de adolescente era tan inmaduro como para jugar con los sentimientos de las otras personas. Soy un hombre, Anna. Tal vez tengas razón y sea a Denis a quien debas besar, tal vez el muchacho pueda entenderte más que yo.

Convencido de que la noche había acabado, Gino golpeó tres veces el techo y al cabo de unos pocos segundos los caballos se detuvieron, antes de girar y emprender el regreso.

-Te juro por mi hermana, la persona a la que más amo en esta vida, que cada sentimiento que te he mostrado ha sido verdadero, que cada beso fue sentido. –Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero evitó que se derramaran. La angustia no era producto de las dudas de Anna Ferrec, sino de la añoranza que sentía por Federicca, su hermana mayor.
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Mensaje por Anna Ferrec Jue Nov 01, 2018 9:36 am

Gino della Rovere. Ese nombre la había perseguido durante meses, pero parecía que, al fin, le había dado caza. Allí sentada, sobre su regazo, Anna se dio cuenta de que ya no había vuelta atrás, que nada sería igual ahora que ella había besado a ese hombre. Abrió los labios, como él le pidió, y jugó con su boca permitiéndole entrar. La joven jamás había probado nada tan delicioso, y nunca había hecho algo tan excitante. Su pulso se aceleraba con cada nueva caricia, cada gesto de cariño que se dedicaban.

Toda esa magia, tan irreal para ella, se terminó en cuando ella mostró sus dudas. En cuanto sintió que Gino la quitaba de su regazo y la sentaba frente a él, ni siquiera a su lado, se arrepintió al instante. ¿De verdad le importaba que aquello fuera un juego o una apuesta? Ahora que ya no lo tenía cerca, no, no le importaba. Ella quería volver a sus brazos, a sus caricias y sus besos. No le preocupaba convertirse en el hazmerreír de toda la ciudad, le preocupaba él.

Agachó la cabeza y contuvo el llanto ante las duras palabras de Gino. Quiso parar los tres golpes secos que dio en el techo, pero no llegó a tiempo de detener su mano, así que volvió a su sitio y respiró varias veces antes de hablar.

No quería ofenderte, pero si te lo he preguntado ha sido porque tengo miedo de que me pase lo mismo que le pasó a mi amiga Jeanne —le contó, mirándose los dedos entrelazados sobre su regazo—. Siempre quiso casarse, pero ella decía que no era bonita y que ningún hombre apuesto pediría su mano. Hasta que, un día, un hombre comenzó a cortejarla, y te aseguro que era un hombre hecho y derecho, no un muchachito como Denis —recalcó—. A los pocos días, otro comenzó a hacer lo mismo, y Jeanne se vio, de la noche a la mañana, siendo cortejada por dos hombres atractivos, educados y buenos. Ella estaba tan enamorada que terminó entregándose a uno de ellos.

Se cambió de banco y se sentó junto a Gino, aún a riesgo de que él la volviera a sentar en el de enfrente, o peor, de que él mismo se alejara y se cambiara de asiento. Para intentar evitarlo, buscó su mano y la apretó.

Días después, todo el mundo supo que había sido un juego entre los dos hombres; querían ver quién de los dos era el primero en… —Se calló porque recordarlo era demasiado duro, incluso si no le había pasado a ella—. Siempre he tenido miedo de que eso mismo me pasara a mí, miedo de que alguien me haga sentir especial y luego se marche y me ridiculice. —Envolvió con ambas manos la que tenía sujeta y se atrevió a mirarlo a los ojos—. Podrías estar con cualquier mujer ahora mismo, una mucho más hermosa que yo, y en cambio estás aquí, haciendo que me sienta especial. He sentido miedo, pero no de ti.

Un rayo de luz entró por la ventanilla y alumbró el rostro de Gino, ese que Anna miraba casi sin parpadear. Se fijó en sus ojos y los notó húmedos, muy probablemente como estarían los suyos. ¿Estaría así por lo que ella le había dicho? El estómago se le encogió al pensar que sus dudas lo habían herido tanto, puesto que no había querido eso. Nunca le haría daño, eso lo sabía bien.

Gino —lo llamó, soltando la mano y tomando su rostro entre las suyas—, perdóname, por favor. No quería hacerte daño, he sido una tonta al dudar así.

Se arrodilló sobre el banco para poder quedar a la altura de su rostro y le acarició las mejillas antes de acercarse a él y estrecharlo contra su menudo cuerpo. El de él era enorme en comparación, pero a Anna no le importaba; lo envolvió con sus brazos y hundió su rostro en el cabello del hombre durante unos segundos.

No me quiero ir aún, no quiero que el coche vuelva —susurró—. Quiero quedarme contigo un poco más.
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Mensaje por Gino della Rovere Dom Nov 04, 2018 12:44 pm

Maldito su genio, maldito su impulso. Acababa de alejarla de él, aunque no mucho porque la tenía en frente, y ya extrañaba la cercanía de su cuerpo menudo. ¿Por qué le costaba tanto pensar antes de actuar cuando de ella se trataba? Él, tan inteligente, tan dado a meditar antes de decidir, un espía admirado… ¿por qué se comportaba así, perdiendo el control, cuando Anna Ferrec estaba involucrada?

Afortunadamente ella se sentó a su lado y le tomó la mano. Gino oyó la historia, pero no volvió a ella sus ojos, sino que los dejó fijos en el camino de regreso que ya emprendían. ¿Cómo podía pensar que él le haría algo tan bajo? Entendía sus temores, pero quería ser perfecto a sus ojos, necesitaba ganarse su confianza.

La miró y sus ojos dulces y apenados lo conmovieron. Anna le acarició el rostro y Gino ya no soportó más, movió su brazo para atraerla hacia su cuerpo, pero ella fue más rápida y se arrodilló a su lado para abrazarlo. Sorprendido por el gesto, Gino tardó unos segundos en abrazarla.


-Nunca te haría tamaña canallada, Anna. ¿No te das cuenta lo que me sucede cuando estoy contigo? ¿No es evidente que lo que siento por ti es tan poderoso como el mismo océano? Jamás te lastimaría, querida.

Se despegó de su abrazo y aprovechó para besar su vientre con el deseo de alguna vez sembrar allí una vida. El pensamiento lo sorprendió, porque sabía que la quería, que estaba enamorado y hechizado por ella, pero no se había imaginado como padre antes, de hecho era algo que nunca había deseado para su vida hasta ese momento.

-Me gustaría darte un hijo –le confesó y la tomó hasta sentarla en su regazo, esta vez a horcajadas-. ¿Te incomoda esta posición? A mí me gusta mucho –le dijo y la besó en los labios con un beso suave, lento y prolongado-. No me ha gustado que dudes de mí, pero entiendo tu temor. Lo que le ha pasado a tu amiga es horrible, han debido de ser dos hombres sin honor los que le hicieron eso… No te preocupes, entiendo. Solo quiero que me digas que confías en mí, que sabes que no te haré cosa semejante. Puedo estar con cualquier mujer –concedió-, pero quiero estar contigo, es a ti a quien no puedo, ni quiero, sacar de mi mente. Te pienso hasta cuando duermo, Anna. Estás todo el tiempo conmigo, ¿no es evidente? Estoy profundamente enamorado, desearía que te ocurriese lo mismo.

Lo había dicho y no se arrepentía. Nada era como había imaginado, tampoco estaban siguiendo las normas sociales, pero los sentimientos eran poderosos y ahí estaban ahora, expuestos. Sabía también que le debía una explicación sobre su angustia, pero no quería hablar de Federicca allí, no deseaba que todo se llenase de tristeza.

-Me he puesto triste al mencionar a mi hermana. Algún día te hablaré de ella, pero no hoy. Deseo disfrutar de nuestros últimos minutos juntos. Lamentablemente es mejor que volvamos, Annita –dijo, pero se atrevió a colar una de sus manos bajo el vestido de ella, así descubrió que llevaba ropa interior larga, lo que era una desilusión-, ya es tarde y no quiero darte problemas. ¿Vendrás el próximo jueves, amor mío? ¿Nos veremos de nuevo? –levantó el mentón y le ofreció sus labios-. Tu vestido es hermoso, no tanto como tu boca, pero es muy hermoso… el jueves usa ropa interior corta, así puedo acariciarte las piernas. –Sus caricias en el muslo de ella eran fuertes, posesivas, podrían pasar por un masaje.

Toda Anna encarnaba la perfección, que Dios lo ayudase a no tomarla allí mismo en esos momentos. La posición era la idónea y el deseo fuerte, pero Gino tenía que dominarse si no quería cometer una locura irreparable. Ahora que conocía la historia de la amiga de Anna, Gino no se perdonaría hacerle algo así a ella, sabía bien que no tomaría su virtud hasta no estar casados... y solo Dios sabía si eso podría ocurrir en algún momento.
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Mensaje por Anna Ferrec Dom Nov 04, 2018 3:50 pm

Teniéndolo así, abrazado contra su cuerpo con el único propósito de reconfortarlo, Anna sintió que unos sentimientos muy profundos comenzaban a anidar en su pecho. Ella, con lo enamoradiza que había sido siempre, debería saber bien cómo llamar al calor que se expandía por su pecho al descubrir que él no la rechazaba, así como los motivos del aleteo de las mariposas que revoloteaban en su estómago, pero no era capaz de ponerle nombre porque todo eso era algo nuevo para ella. Era curioso que alguien que siempre se había creído enamorada de tantos hombres no supiera identificar el amor cuando lo sentía realmente.

¿Qué? —susurró mientras él la acomodaba sobre su regazo—. ¿De verdad te gustaría?

Siempre había pensado que algún día sería madre, pero jamás alguien se lo había dejado tan claro como Gino. Se imaginó a sí misma con el vientre abultado, paseando de la mano de ese hombre que la había sentado a horcajadas sobre él y cuidando a los hijos de ambos —hijos, en plural, porque ella no quería tener uno solo—, unos niños hermosos como su padre.

No, no me incomoda. También me gusta —confesó, pasándole los brazos en torno a su cuello y recibiendo sus labios con sumo placer—. Confío en ti, de verdad lo hago.

Quiso volver a besarlo, y, de hecho, acercó el rostro para hacerlo, pero la confesión de Gino sobre sus sentimientos hizo que se parara a pocos centímetros de sus labios para buscar sus ojos. ¿Qué significaba que estaba enamorado de ella? El pecho de Anna se inundó de un calor agradable que le obligó a quitarse la capa que había traído, dejando a la vista, al fin, el vestido que con tanto cuidado había elegido para él.

Gino —murmuró, volviendo a pasar su brazos en torno a su cuello—. Yo… me gustaría poder decirte lo que siento, pero es que no lo sé —confesó en voz baja, con miedo—. Si estás continuamente en mi mente, y sólo deseo que me abraces, me beses y que estés conmigo… ¿Significa que también estoy enamorada?

Sonrió y se sonrojó, pero la luz era escasa como para que Gino lo llegara a apreciar. Se mordió el labio inferior y bajó los ojos hasta que él volvió a hablar.

No me hables de ella, entonces. Tendremos más ocasiones para conocer nuestros secretos. —Lo besó en la comisura de los labios con dulzura—. Volveré a casa si no tengo otro remedio, y te aseguro que el próximo jueves estaré esperándote en el camino que lleva al lago, en el mismo punto en el que me has recogido hoy. —Acarició la mejilla rasposa de Gino con la nariz y posó sus labios sobre ésta—. Vendré con la ropa que me pides, pero con una condición: que no traigas a ninguna otra mujer a este coche, que sólo te acompañe yo. ¿Me prometes que lo harás? ¿Que sólo me traerás a mí?

Ahora sí, buscó sus labios y los besó con deleite y dedicación, despacio, jugando con ellos y dejando que él hiciera lo propio. Sintió las manos de Gino acariciando sus piernas con fuerza, y el pulso se le aceleró llegando a lugares en los que jamás pensó que lo sentiría. Dejó escapar un suspiro y tragó saliva.

Creo que ahora entiendo por qué Jeanne hizo lo que hizo —susurró contra su boca.

Los caballos se detuvieron, y ese fue el momento en el que supo que aquella aventura se terminaba, al menos de momento.

Tendrá que ser usted quien me baje del coche, monsieur della Rovere, porque yo no pienso moverme.

Se rió y enterró el rostro en el cuello de él, absorbiendo su olor para poder retenerlo durante toda la siguiente semana, que se avecinaba demasiado larga...
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Mensaje por Gino della Rovere Jue Nov 08, 2018 12:33 pm

-Estás enamorada de mí –le aseguró, tomando entre sus manos el rostro amado-. Me piensas todo el tiempo, un cosquilleo invade tu cuerpo al tenerme cerca, deseas que esto dure para siempre… ¿Me equivoco? ¿He adivinado lo que te sucede? Al menos es eso lo que me ocurre a mí, Annita, y sé que estoy enamorado, hechizado.

Besar a Anna era la mitad de maravilloso que recibir los besos que ella, por propio deseo, le daba. Una niña tan pura, tan cuidada, tan tímida, avanzando sobre él movida por el deseo. ¿Qué más podía pedirle a esa noche? Gino metió ambas manos debajo de la falda de Anna y le acarició las piernas.

-¿Mi Annita es celosa? ¿Mi mujer es posesiva? –sonrió, porque él lo era también y al parecer ella aprendía rápido a reclamar lo que era suyo-. No usaré con nadie más este carruaje, afortunadamente tengo otros dos –dijo con seriedad, pero luego estalló en una carcajada-. Es broma, ni en este ni en ningún otro, solo contigo compartiré viaje, querida.

No reprimió el deseo de llevar sus palmas abiertas más allá, hasta contenerle los glúteos que descubrió regordetes y generosos. La besó en los labios mientras la instaba a levantarse ligeramente, apoyando todo su cuerpo sobre su pecho para poder continuar sus caricias osadas. Recibió sus besos y valoró la valentía que poco a poco la lengua de ella.

-Si algo de lo que estoy haciendo te incomoda, puedes decírmelo –le aseguró, mientras agregaba presión a sus caricias pasadas de descaro-, no quiero que te sientas mal, quiero que disfrutes de mis caricias tanto como disfruto yo. Que algún día me acaricies tú sin pedirme permiso –se atrevió a soñar en voz alta-. A ti no te sucederá lo que a tu amiga, mírame Anna –le ordenó con voz afectada-: juro que no te ocurrirá lo que a ella, no conmigo. Jamás tomaré tu virtud para marcharme, no soy un canalla... sé que no siempre hago lo que es moralmente correcto, que me gusta jugar en el límite, como estoy haciendo ahora, pero no tomaré algo tan preciado para ti, no haré que te avergüences de nada. No lo haré, no fuera del marco del matrimonio –la miró a los ojos, esos ojos preciosos, antes de continuar-, aunque me lo pidas. No lo haré, no serás como tu amiga.

El coche se detuvo, pero Gino no tenía intención de dejarla ir en ese momento. Oyó movimientos afuera, supo que el cochero estaba aprontando la escalerilla para que Anna descendiese, pero el hombre no abriría la puerta, Gino sabía lo discreto que era. Jerome se ubicó una vez más adelante, en control de los animales, y Gino sacó sus manos del abrigo que el vestido de Anna les daba.

-Debes irte, pero no quiero que lo hagas –la abrazó y le besó primero el mentón, luego el cuello-. Me hace feliz saber que volveremos a vernos, pero mucho más sentir que estamos unidos, que sentimos lo mismo, que soy correspondido. Annita Ferrec –suspiró su nombre-, falta demasiado para el jueves.

No quería moverse todavía, no quería bajarla de su cuerpo porque eso significaba despedirla y no estaba listo de momento para darle el último beso de la noche.
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Mensaje por Anna Ferrec Sáb Nov 17, 2018 12:21 pm

Estaba enamorada de él. Aquella certeza la golpeó en el centro del pecho y casi la hizo tambalearse, algo difícil debido a que estaba bien sujeta por los brazos de Gino. Sonrió y entrelazó los dedos en la nuca de él, jugueteando con el pelo que le rozaba la piel. Quería reír, gritar y dar saltos hasta que sus piernas no pudieran más, pero, al mismo tiempo, no quería bajarse del regazo del inquisidor; sus cuerpos encajaban demasiado bien, como si estuvieran hechos el uno para el otro, así que se limitó a sonreír y a besarle la mejilla con dulzura.

La broma, seguida de la carcajada, sin embargo, no le hizo gracia. Su rostro primero empalideció, y después se volvió rosáceo por el enfado. ¿Qué era eso de que tenía otros dos carruajes en los que llevar mujeres que no fueran ella? En ese momento, y de manera fugaz, se sintió capaz de quemarlos con tal de que sólo compartiera con ella aquellos paseos nocturnos.

Ni en este, ni en ninguno otro, Gino —le advirtió, muy seria y mirándolo a los ojos, repitiendo sus palabras—, y tampoco en tu casa. No quiero imaginarte en unos brazos que no sean los míos.

Sabía bien que no tenía forma de saber si cumplía con su promesa, así que sólo le quedaba la esperanza de que Gino fuera honesto y le hiciera caso. También podía mandar a Denis a espiar a su amado, pero no confiaba en la habilidad del muchacho para pasar desapercibido y lo último que quería era que el inquisidor descubriera que ella no confiaba en él.

Nada de lo que haces me incomoda —susurró, pegándose a él y enterrando la cabeza del hombre en su cuello— y espero que nada de lo que yo haga te incomode a ti. Nunca he acariciado a un hombre, pero espero que tú seas el primero.

Lo miró cuando él se lo pidió y sus ojos se llenaron de lágrimas al sentir cómo crecía ese calor del pecho. No tenía motivos para creer en sus palabras; aquella era la primera vez que se veían, ella no lo conocía apenas, pero, por algún motivo, supo que él decía la verdad. La mención del matrimonio hizo que se le hiciera un nudo en el estómago y que los pájaros que ella siempre tenía revoloteando en su cabeza echaran a volar. Si ya era soñadora cuando no tenía motivos para serlo, ¡cuánto más cuando el hombre que tanto quería le decía algo así!

Confío en ti. Sé que no me harás nada que haga que me avergüence, pero me hace feliz escucharlo de tus labios.

El coche hacía tiempo que se había detenido y, a pesar el cochero no hizo amago alguno de abrir la puerta, Anna sabía que debía decir adiós a Gino, aunque no quisiera. Alargó la mano para tomar su capa y se la puso sin quitarse del regazo de él. Después lo besó y, antes de levantarse, metió la mano en uno de los bolsillos y sacó su pañuelo grabado con sus iniciales: A. É. F.

Guárdalo hasta que nos volvamos a ver. El jueves, cuando me suba a este mismo coche, dámelo —le pidió—. Si sientes que los días no avanzan, piensa en este beso —le dio uno pequeño y rápido—, en este —lo besó de nuevo— y en este —un tercero—, y verás que los minutos corren a toda velocidad. Lo sé porque yo haré lo mismo.

Tomó una de sus manos y dejó el pañuelo, perfectamente doblado, sobre la palma, antes de cerrar los fuertes dedos masculinos en torno a él. Se levantó, un poco a regañadientes, y bajó del coche para dirigirse a su casa con la sonrisa más grande y sincera pintada en su rostro.




FIN DEL TEMA
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