Otra noche más [Libre]

Bien, debía admitir que, en todo el tiempo que había tenido para rondar por París gracias a las muchas horas de oscuridad que el otoño me proporcionaba, muy pronto me había quedado sin nada que hacer. Sí, extraño escuchar de un vampiro tal estupidez, pero así era: no tenía nada que hacer. Lo obvio era buscar alguien con quien alimentarme, podrían incluso ser dos sujetos (aquella noche realmente me encontraba sediento), pero, depsués de eso, nada me quedaba por hacer. Así pues, en una ráfaga de ideas, opté por visitar un lugar que todavía no había pisado: el cementerio. "¿Por qué?" sería la pregunta más lógica. Pues simple y llanamente porque se me antojó como un cliché. ¿Era yo acaso como cualquier otro chupasangres de pacotilla? Mon Dieu, no. Pero algo acabó por llevarme allí, no sin antes coger mi violín, tan delicado como lo era, con gran cuidado e intentando que mis uñas, alargadas por el hambre, no dañaran la madera del instrumento.

Así fue como llegué al lugar, ataviado con simples (que no vulgares) ropajes, pudiendo ser yo así confundido con alguien de un nivel social medio-alto, pero en cuanto divisé las lápidas, poco me importó. Buscaba algo específico, y aunque podría haber ido a la velocidad sobrehumana que nos caracterizaba a los vampiros sin perder detalle del nombre que rezaba en la envejecida piedra, caminaba con lentitud sobre las tumbas que a varios metros se encontraban bajo mis pies. No sabía si era decepción lo que sentí, o alegría, cuando hube diescubierto que, tal y como esperaba, no hubiese tumba alguna con mi apellido. Hubiese significado, quizás, que cuando siglos atrás aceleré lo que por herencia me debía dellegar, algún familiar mío hubiese sobrevivido. Aún así, un gran interés me abordaba, quería saber, en el caso de que alguien hubiera sobrevivido (algo no muy difícil, era un vampiro joven, testarudo y torpe), qué había pasado. Pero no había sucedido tal cosa; desde el principio fui un perfecto asesino.

Sonreí ladinamente aún caminando por el tétrico lugar; definitivamente, no encontrar prole alguna con mi apellido había hecho que recordara que, al fin y al cabo, era un psicópata. Detuve mi caminar frente a una cripta familiar, de gran importancia sin duda, y quedé algo distraído observando las estatuas de piedra. Parecían contarme mil y un historias, la mayoría sobre muerte y desesperación. De pronto, noté que era el momento. Excitado como estaba, incluso en una situación tan simple, mis colmillos, cuatro afilados caninos, dejaron de estar ocultos. Lamí gustoso uno de éstos, al mismo tiempo que, mirando a la cripta, me llevé el violín al cuello sujetándolo con la mano izquierda y, con mi diestra, sujeté con delicadeza el arco, llevándolo poco a poco a las cuerdas del instrumento, hasta que la crin tensa del arco por fin entró en un casto contacto con su destino. A partir de ése momento, mis dedos no dejaron de bailar, haciendo sonar una melodia algo sinuosa que cualquiera esperaría escuchar en un cementerio.

canción:

Mis dedos marcaban un ritmo que era imposible de parar. Me sentía insaciable mientras hacía sonar aquella música, tan siniestra y que algo podría recordar a la muerte. Mis ojos se habían quedado fijos en las estatuas de mármol que se encontraban frente a mí, echando de vez en cuando un vistazo a los dedos que acariciaban con cuidado las cuerdas del violín, como si de una mujer se trataran. Las estatuas parecían querer moverse y, bajo éstas, los pobres desgraciados condenados a yacer bajo hierba, barro y musgo. Muchos pensarían que quizás éramos los seres sobrenaturales los que habíamos sido condenados y repudiados por el mismo Dios que amparaba a los que sí conseguían morir. Reiría ante ellos si tuviese a alguno frente a mí, pues pocas cosas me gustaban más que el no morir. Durante mis largos años de vida pude escuchar a más de un vampiro muriendo de pena o intentando arrebatarse la vida por la más pura soledad que nos caracterizaba, pero ¿acaso no era lo mejor? Quizás fuese por mi psicopatía, pero jamás tuve la necesidad de compartir lecho con nadie que no se marchara a la mañana siguiente, mientras yo dormía.

Aún absorto en mi música, pude escuchar varios pasos a mi espalda, a una distancia poco desmesurada, pero aún así alejada. Eran personas corriendo. Corriendo a mitad de la noche, bien sabía lo que significaba aquello. Pudiera ser que un grupo de personas anduviera huyendo de alguien o algo, o quizás se tratase de un grupo de personas corriendo para evitar ser descubiertos tras un hurto. Me dio igual, hasta que escuché un par de pies que se separaba del resto y se dirigía a mi posición. Eran pies descalzos, y eso fue algo que realmente me sorprendió, pues no encontraba razón alguna por la que alguien se introduciría en un cementerio cubierto de mugre sin calzado alguno. Aún así, seguía moviendo el arco sobre el instrumento al mismo ritmo que antes, pues ni el mirón más curioso o la dama más cautivada podría hacer que me distrajera de mi diversión. Los pasos avanzaban lentos, pesados, como si intentasen no ser descubiertos. Era algo tarde para eso, pero comprendía que mi nuevo acompañante no supiera de aquello. Cuando hube terminado de tocar, separé ambas partes del instrumento manteniendo una en cada mano, hasta que mi zurda pudo sujetar las dos. Mi diestra quedaba libre, y fue la que se dedicó a sacar el paquete de tabaco de mi bolsillo -¿Viene a visitar a algún ser querido?- comencé, en un tono sereno, al mismo tiempo que con un par de golpecitos conseguí que un cigarrillo sobresaliera por la parte del filtro, parte que sujeté con mis labios. Después me dispuse a guardar en su sitio el paquete, todavía dándole la espalda al intruso, o...aspiré profundamente. Se trataba de una intrusa, y fue entonces cuando decidí girarme lentamente para observar mejor. Vestía ropajes elegantes, aunque algo me decía que no era propio de aquella fémina. Además ¿por qué tenía los zapatos en la mano? -No puedo evitar pensar en lo extraño que me resulta ver a una damisela repudiando calzar unos buenos zapatos- sonreí ampliamente, aunque con cuidado de que el cigarro no escapara de mis labios.

¿Qué hacía allí aquella mujer? Poco podía saber yo, así que la curiosidad me asaltaba sin piedad ¿habría sido la música? ¿la situación extraña de que alguien le ofrezca música a los muertos? ¿fue quizás el ver a un hombre trajeado en un cementerio a horas intempestivas lo que llamó su atención? Agh, qué poco me agradaba la ignorancia, la duda y el sentimiento de curiosidad. Elegante vestimenta, sin duda, la que abrazaba su cuerpo, pero el contraste con su lenguaje corporal me hizo decantarme por una de las opciones que había sopesado al escuchar pasos acelerados. Ladrones ¿Qué habrían robado? Por lo que podía observar, y eso fue algo que llevé a cabo minuciosamente, la muchacha que se encontraba frente a mí no llevaba bolsa o saco alguno. Saqué el encededor de otro bolsillo, e hice lo propio con él. Aspiré el humo del tabaco como si me fuese la vida en ello -Espero que sepa lo que le espera por estar aquí- continué, mientras expulsaba el humo. Aquella mujer se podría tomar aquello como le diese la gana, pues podría ser o bien una amenaza de muerte, dado que mis caninos eran perfectamente visibles, o bien una advertencia de que si se quedaba allí, conmigo, podría ser descubierta y atrapada. Bueno, quizás podría darle una coartada, pero ese favor tendría que ganárselo -¿Tiene la no-damisela un nombre?- pregunté, acercándome poco a poco a ella, con mucho cuidado de que el violín no sufriera daño alguno.

Spoiler:

U: siento mucho la tardanza, no tengo perdón u,u

Curiosa la forma en la que los humanos se fiaban de lo que aún y todo les resultaba extraño. No habría sido una locura que un grupo de personas, asustadas por lo desconocido, hubieran decidido asaltarme en mitad de mi "concierto". Aunque la verad era que probablemente no se hubiesen dado cuenta de mi naturaleza, aún y todo resultándoles extraño que un apuesto hombre, ataviado con elegantes ropajes (aunque no demasiado formales) se dedique a tocar un melancólico instrumento a aquellos que ahora "están en un lugar mejor". Aún así, supieran o no que yo era un vampiro, los humanos continuaban con su estupidez habitual y yo me sabía más astuto, inteligente y fuerte que ellos.

La voz de mi nueva acompañante confirmó lo que sospechaba: que se trataba de una mujer. Rodeada de un aura extraña, sin duda, tanto que a punto estuve de sospechar que no se trataba de un humano. Escuchaba a la perfección cómo hundía sus dedos desnudos en la mugre que a mis zapatos tan solo incordiaba, e incluso, ayudado por la brisa que cesó, fui consciente de la mueca que adquirió su rostro por haber llevado a cabo tal acto. La tierra levemente removida tan solo traía a mis sentidos grandes disgustos, pues la putrefacción y la humedad no eran precisamente mis olores favoritos. Sin duda, el aroma de aquella muchacha llamaba la atención en un lugar de muerte; un aroma tan delicioso y atrevido que ni el cigarro en mis labios pudo boicotearlo. No podía evitar continuar con una marcada sonrisa cuando escuché sus palabras, llenas de indiferencia ante lo que bajo nuestros pies se encontraba. Por lo que pude deducir, pues, que no temía a la muerte, y quizás eso explicaba que su cuerpo no le hubiese hecho huir de allí enseguida. Los dedos que sujetaban mi preciado instrumento comenzaban a adquirir forma de garra, y notaba las uñas crecer a un ritmo alarmante. Me sorprendí a mí mismo sorprendiéndome, aún a riesgo de parecer repetitivo, por cómo reaccionaba mi cuerpo ante tales estímulos, que resultaban tan...exóticos. Su voz, su aroma, incluso símplemente su presencia, hacían que comenzara a tener hambre.

El cigarro de mis labios ni siquiera se movió cuando por fin me di la vuelta y la inspeccioné a fondo, cerciorándome de que la mujer que a escasa distancia se encontraba de mí resultaba ser una extranjera. Ante mis palabras tan solo me mostró misterio, pues de sus labios solo salieron palabras que, a fin de cuentas, me retaban. Me encantaban los huesos duros de roer. Volví a darle una calada al cigarro de entre mis labios mientras la desconocida hablaba, creándome su frase unas increíbles e incontrolables ganas de arquear una ceja y reir socarronamente. Por respeto y quizás solo por suerte, tan solo mi ceja se levantó en aquella pausa que la muchacha me ofrecía. En parte, me sentía halagado, pero la verdad era que ya era conocedor de mi "nivel musical", por eso mismo le resté importancia, aunque no podía evitar contestar -¿Triste, dice la mujer?- sonreí ladinamente, apartando el cigarro de mis labios para sujetar este con mi dedo índice y corazón - Tan solo quería animar el lugar en el que tantos condenados han abandonado este mundo- el cigarro volvió a mis labios - Y no necesito un escenario para eso ¿verdad?- solté una suave carcajada, casi sin ganas, aunque mi sonrisa se ensanchó ante la siguiente frase de la mujer. Bien, qué torpe fui al tener la esperanza de que no supiera lo que era yo antes de mostrarle mi rostro. Suspiré, pareciendo agotado o preocupado por algo, mas mi mirada seguía fija en los oscuros orbes de mi acompañante - De eso no hay duda- murmuré.

Una brisa fría, y el cuerpo de la fémina pareció sucumbir. Su oscura y tersa piel reaccionó ante el frío, pudiéndose notar así su piel de gallina, proceso que mis sentidos ralentizaron, siendo así yo consciente del ruido que hizo cada vello al levantarse, así como mis ojos fueron testigos de cómo los receptores de frío de su piel reaccionaban dándole aquel aspecto tan curioso a la piel. Además, sus labios parecían llamarme, con aquel color rojizo tan intenso, prometiéndome un buen bocado de exótica sangre y jurándome que jamás se lo contarían a nadie. Sus palabras a modo de burla hicieron que volviera a la realidad. Sin duda alguna, la muchacha aquella no temía a la muerte, ni siquiera a la posibilidad de recibir algún daño. No se preocupaba ni por su integridad física ni su integridad mental, aunque pensé que ésta última hacía tiempo ya que dejó de importarle, igual que a mí. Cuántas cosas me escondería su enrevesada cabecita, cuántas cosas podría contarme ya solo con aquella impertinente respuesta -¿Realmente quieres saber la respuesta?- murmuré, lo suficientemente alto como para que pudiera escucharme, aunque la cercanía cada vez más notoria de su cuerpo facilitaba tal acto. Pronto la tuve a escasos centímetros, sujetando con delicadeza el cigarro que entre mis labios descansaba, siendo así yo deleitado con un aroma más intenso de su piel. Acto seguido lo posó en los suyos, aspiró y por fin pude conocer su nombre.

Definitivamente, no comprendía qué hacía aquella mujer con tales prendas sobre su cuerpo. No sabía ni el por qué, ni cómo se podía permitir llevarlos encima. De nuevo mi mirada se fijó en sus hombros a medida que la fémina hablaba. Me tentaban demasiado, por lo que maté dos pájaros de un tiro a continuación. Me quité la gabardina que llevaba encima, con mucho cuidado y cambiando el instrumendo de mano cuando era necesario, hasta que al final coloqué la prenda sobre sus hombros manteniéndome en silencio. Así mucho mejor, quedaría como un caballero además de no tener tantos estímulos. Pardiez, más de 400 años y me veía obligado a tapar a una mujer ¿qué me pasaba? Normalmente sucedía lo contrario, aunque no me podía quejar, pues aquel acto me obligaba a acercarme un poco más a ella ¿era normal aquel olor? -Mi nombre es Vincent- hice una ligera reverencia con la cabeza -Y ahora...- comencé, interrumpiéndome para, con mi mano libre, colocar mejor una de las hombreras que había quedado mal situada sobre los hombros femeninos -Creo que tengo el derecho a saber qué hace Vanisha en este lugar, con esos ropajes y, ¡mon dieu! rechazando unos magíficos zapatos- sonreí ampliamente, manteniendo los ojos fijos en la mirada ajena -Me lo debes, muchacha, el tabaco no es gratis- bromeé mientras le daba un toquecito en la nariz con mi dedo índice, con una sonrisa más relajada y casi con una mirada y un tono cariñosos.

"Triste para ellos, alegre para nosotros..." Bah, eran simples eufemismos ¿qué más daba con qué intención tocaba? Claro que quería alegrar el ambiente...pero para mí, obviamente ¿qué tenían que decir los pútridos y enfermizos cadáveres sobre mi música? Desde luego, si hubiese salido uno de lo más profundo de la mugre para decirme que parase porque le resultaba melancólica y triste, habría decidido o bien mudarme, o bien dejar de fumar de esa marca de cigarrillos. Aunque se movía la fémina lentamente, no podía evitar sentirme algo tenso cuando acercaba su mano a mi violín, ya que por algún motivo que no alcanzaba a enteder prefería proteger aquella vieja madera que a mí mismo. Aún así dejé que llevase a cabo aquel leve contacto, con el que una simple nota sonó, indicando el fin de sus palabras. Tan concentrado estaba además en la peligrosa cercanía repentina de la extranjera, que por poco no me dí cuenta del cálido contacto que le ofreció a mi mano para proceder con comodidad a tocar el violín. No comprendía aquella mujer, tan pronto destacaba por su indiferencia ante el lugar en el que nos encontrábamos, como le resultaba triste que los muertos ya no pudiesen disfrutar del placer de la música -Parece que no agradece la ligera ventaja de que usted si está viva- dije, sereno, arqueando una ceja -Pero puedo tocar algo más alegre si así gusta- ah, yo, tan servicial como siempre.

Ante lo siguiente, era lo que esperaba. Sin duda era un arma de doble filo mi pequeña amenaza, y por supuesto gracias a aquello ya supe de qué pie cojeaba la fémina. Le dejé hablar, mientras en mis labios se esbozaba una sonrisa ladina cargada de diversión e ironía. No sabía muy bien si realmente estaba siendo tan estúpida como para retarme y pensar que en absoluto le molesta alcanzar la muerte esa misma noche, o quizás era tan lista que conocía mis siguientes pasos. O quizás simplemente había actuado y hablado porque sí, sin ningún tipo de indicio de lo que iba a hacer o decir -Tienes razón, sin tortura no es lo mismo, aunque te has equivocado en un pequeño detalle- dejé a medias la frase, para fijarme mejor en los rasgos de la joven -Soy tan endemoniadamente hábil con la tortura psicológica que mis víctimas son las que acaban pidiendo que les muerda- así quedó y aún así seguía retándome Vanisha, así que el gesto de la gabardina fue, más bien, matar tres pájaros de un tiro en vez de dos. Suspiré para mis adentros, ya que, si continuaba escuchando sus "invitaciones", junto a la peligrosa cercanía y seguía mirando aquella exótica piel, quizás el "muérdeme" no se habría quedado solo en palabras, y bien podría jurar cualquiera que cada vez me encontraba más sediento aunque, por suerte, conseguí cambiar de tema. Aunque ese cambio de tema había causado que unos magníficos zapatos fuesen a correr la misma suerte que la mugre que allí se encontraba.

Mis ojos captaban cada movimiento y gesto que Vanisha hacía, cada palabra que decía y cada mirada entraba a mi cerebro como si fuese incapaz de parar los estímulos. Aquella impertinente muchacha me estaba mintiendo, ¡después de que le ofreciera calor! Pero mantuve el silencio, por el momento, ya que lo que sucedió a continuación me dejó un poco fuera de mis casillas. La joven había osado acercarse hasta tal punto que sus labios mantuvieron un casto contacto con mi fría piel, y por acto reflejo mi boca se entreabrió mostrando así mis colmillos, aunque conseguí superar eso. Curiosamente, siempre lo conseguía. Cuando volvió a su sitio y me sonrió hice lo mismo, ofreciéndole una breve aunque amplia sonrisa, hasta que me moví rápidamente para sujetar ambas solapas de mi abrigo y acercarla hacia mí lo máximo que me podía permitir, colocando yo mi cabeza cerca de su oído. Inspiré su olor -Hueles a mentirosa e impertinente, muchacha- solté una suave carcajada entre dientes -Sabes que perfectamente podría morderte en cualquier momento, pero me resulta mucho más divertido amenazarte con entregarte a aquel a quien le has robado- murmuré, y a continuación fui soltando mi abrigo poco a poco, haciendo que Vanisha volviera a su lugar, donde volví a colocarle correctamente la gabardina sobre sus hombros minuciosamente, como si estuviese vistiendo a una muñeca de tamaño real -¿Por qué no dejas de intentar que te mate...- comencé, distraído por estar ocupado quitando con cuidado pequeñas manchas en las hombreras del abrigo -...y me cuentas qué has hecho y por qué hueles además a mezcla de especies sobrehumanas?- una amplia sonrisa de nuevo, tratando así resultar tranquilizador -A menos que consideres la tercera opción, que consiste en que me dejes probarte.