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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Renata Della Rovere Sáb Dic 17, 2011 8:56 pm


Mientras bajaba los peldaños de mármol perfectamente pulidos, el sonido del tacón de mis zapatos, escondidos debajo de la falda abultada del vestido, resonaba en un eco fuerte y sordo, perdiéndose en todos los rincones de la enorme sala. Era temprano, y me proponía pasar la tarde entera en el centro de París, comprando algunas cosas que me hacían falta -y otras tantas que no- almorzando en un buen restaurante y visitando algún amigo, si aún conservaba ánimos.
El gran espejo dorado adornado con enormes rosas y dragones que se fundían en una sola e indistinguible figura, aguadaba al final de la escalera, pero desde los últimos peldaños ya podía ver la seda de mi vestido azul todo labrado con hilos de plata. Nunca fui una mujer muy vanidosa, pero siempre me reconocí dueña de una belleza admirable. Y ahí estaba yo, del otro lado del espejo, viéndome complacida, con una de esas sonrisas que hubieran derretido en un minuto a mis amantes. Uno de mis sirvientes se apresuró a abrir la puerta, mientras unos tibios, pero tímidos rayos de sol se colaban por abertura. Me colocó el abrigo de piel sobre los esbeltos hombros, protegiéndome del frío. El aire olía delicioso, una mezcla de la frescura de la mañana con el aroma de todas las flores que el enorme jardín albergaba en su seno. El coche me esperaba en la puerta, sin demoras, como era corriente. En mi propiedad -y me atrevería a decir- en mi vida entera, las cosas deben funcionar correctamente y a mi manera.

Luego de haber ocupado el mullido asiento, tomamos el camino principal que se dirigía al centro. A los lados los enormes árboles se alzaban sobre la tierra y recibían agradecidos el calor vital del sol, estirando sus ramas para alcanzar los rayos y nutrirse. La naturaleza siempre tiene motivos para todo lo que hace, y yo, una ferviente admiradora, me complacía observándola en todo su esplendor. En un gesto distraído saqué el pequeño espejo de mi bolso y me observé, y por un instante vi a mi madre a través de su reflejo. Sonreí con tristeza.

Cruzamos unos cuantos caminos y un antiguo pero bien conservado puente de piedra. Entre las colinas observé un montón de casas, distribuidas en diferentes puntos, todas muy hermosas y elegantes. La gente en París tenía un gusto de lo más fino, y eso me encantaba. Al fin, divisé a lo lejos el murmullo de la ciudad, elevándose a la distancia como un colosal monstruo entre el frondoso verde del follaje. Era una vista espléndida, digna de ser pintada en el lienzo de un gran artista. Al entrar en la ciudad, los sentidos se veían ultrajados por cientos de aromas, visiones y sonidos. Pasteles, perfumes, carne asada, suciedad, todo se fundía en un solo y casi indistinguible olor. Las señoras paseaban del brazo de sus esposos. Había algo mágico en esa ciudad. El coche se detuvo frente a la plaza Tertre. El cochero abrió la puerta y me tendió la mano cortésmente, ayudándome a bajar.

-Quédate aquí, no sé cuanto tardaré.- Le dije mientras golpeaba suavemente la puerta.

Asintió y se sentó a esperar, una espera que podría durar toda la tarde. Me dirigía hacia el café cuando mis ojos se posaron sobre un hombre. Para empezar, un hombre en el que jamás me hubiese fijado, dada su evidente pertenencia a una clase social mucho más baja que la mía, pero había en el algo que me llamaba la atención. Me dio la impresión de ver en él una extraña realidad que jamás había visto. Quizá su naturaleza ruda y tosca, propia de los hombres valientes y viriles. Su rostro -aunque dulce- estaba curtido por haber pasado mucho tiempo a la intemperie. Desde donde estaba oía el rumor de las fuentes y oía la brisa jugando en lo más alto de las copas de los árboles. Me quedé así parada, sin dejar de observarlo y tras unos segundos de vacilación caminé directo hacia él, sin siquiera saber porque, siendo presa de la obstinación. Rápido como un rayo clavó su dura mirada en mí. Sentí agitación. En un instante fugaz me imaginé como sería el contacto de su mano, rugosa e inhóspita. Luego imaginé su boca, cálida y húmeda, deseosa de satisfacer sus más perversos deseos. Me resultaba irresistible contemplarle. Impulsada por algo más que la curiosidad me acerqué a él.


-Bonjour monsieur, ¿Puedo saber su nombre?-

Su belleza era rústica, dura. Una belleza varonil que contrastaba perfectamenre con la mía. Mi suavidad, toda la delicadeza de mi cuerpo. Y su cara... era la materialización de mi desamparo y mi nostalgia.


Última edición por Renata Della Rovere el Lun Dic 26, 2011 8:15 am, editado 1 vez
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Mensaje por Jan Matousek Dom Dic 18, 2011 8:33 am

El tiempo era agradable y las calles de París se encontraban repletas de gente que sonreía y paseaba animadamente, yo caminaba solitario entre aquella multitud, como una gris sombra en un lienzo colorido. Quizás salir a pasear no había sido tan buena idea, pero estaba cansado de pasar los días encerrado sin mayor compañía que la botella mientras esperaba con anhelo la llegada de la noche, donde mi presencia pasaba desapercibida. Mi cabeza aún se encontraba dolorida, como queriendo recordarme los excesos de la noche anterior, y el impacto del sol sobre mi cabeza no conseguía sino empeorar la situación. Levanté la vista y me crucé con una pareja que por sus ropas parecían provenir de una familia acaudalada, pude observar su mirada de desprecio al mirarme, preguntándose qué es lo que hago aquí.

Me paré frente al cristal de un cabeza y contemplé mi reflejo, mis ropas estaban sucias y desgastadas, pude contemplar como la señorita que atendía el establecimiento me miraba con pavor y decidí continuar con mi paseo. En ese momento haber salido a pasear por el centro de la ciudad me pareció una terrible idea, normalmente prefería pasear en la soledad, en los bosques que rodean la ciudad, sin más compañía que los árboles y las bestias. Venirme a París quizás no había sido una buena idea, pero me había parecido el lugar perfecto para perderme, para huir. No sabía bien de que o quién quería huir, quizás solamente debía huir de mí mismo, de mi continua obsesión por la soledad, por rehusar cualquier contacto humano, pero no hacía sino engañarme si pensaba que aquello no estaba en mi naturaleza.

Elevé la mirada y contemplé imponente la colina de Montmartre, que se alzaba imponente bajo el espléndido cielo azul. Ante aquella visión no pude sino pensar en Helga, mi difunta esposa, no había día en que no me acordara de ella, a su lado había pasado los pocos días de mi vida que podría considerar felices pero por alguna razón el destino me la había arrebatado. Mientras subía las escaleras que llevaban a la plaza Tertre eché la vista atrás y contemplé la ciudad en toda su inmensidad, Helga siempre había querido visitar París y quizás aquella era la razón por la que me encontraba allí para cumplir aquello que ella no había podido. Muchos pensarían acerca de mi fortuna por hallarme en París, la capital del mundo, pero aquel no era más que mi purgatorio.

-¡Mira por donde caminas!-exclamó un voz al tiempo que sentía un golpe en el hombro me giré para observar a un hombre vestido con una ridícula y exagerada vestimenta que me miraba con desprecio.-Maldita chusma.-murmulló el hombre al oído de la dama que le acompañaba que soltó una risita. Sentí un impulso irrefrenable de golpear a aquel mentecato para responder a su desprecio, pero en lugar de ello bajé la cabeza y continué mi ascenso.

En la plaza Tertre la vida y la actividad lo inundaban todo, numerosos pintores y charlatanes trataban de vender lo que ellos llamaban arte mientras multitud de curiosos revoloteaban por la plaza. Mientras decidía si volver a la mugrienta pensión donde me hospedaba o visitar alguna de las sórdidas tabernas de Montmartre, para aplacar mi dolor junto a la botella, algo llamó mi atención.

Una bellísima mujer paseaba tranquilamente por aquel lugar, iba vestida con un precioso y ostentoso vestido que denotaba su escalafón social, pude ver que no era la mía la única mirada que atraía. Poseía una cara de delicados rasgos y entonces noté que nuestras miradas se cruzaron, aquellos enigmáticos ojos azules despertaban en mí los instintos más primarios, y pude notar como mi vello se erizaba. La bella mujer se fue acercando y pude comprobar que olía tan bien como lucía, sus finos labios carmesí se entreabrieron para dejar salir una voz dulce y suave.

-Bonjour monsieur, ¿Puedo saber su nombre?

Me quedé mirándola a sus profundos ojos azules, pese a la apariencia segura de aquella dama pude percibir la soledad y la melancolía en su mirada. Traté de de hacer gala de mis modales ante una dama de alta alcurnia como ella pero mi voz sonó forzada y ruda cuando respondía.

-Mademoiselle, mi nombre es Jan Matousek.

Pude percibir una leve sonrisa en la cara de aquella mujer, no estaba muy acostumbrado a hablar con mujeres, las cortesanas que frecuentaba no eran aficionadas a conversar y no tenían ni mucho menos la sofisticación de esta dama. Esbocé una leve sonrisa y sin dejar de clavar mi mirada en sus ojos, la dije.

-Hace un buen día para pasear, pero disculpe ¿a quién le debo el placer?
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Mensaje por Renata Della Rovere Lun Dic 19, 2011 3:49 pm

El día no podía ser más maravilloso. Cientos de pájaros, abrumados por los sonidos de la ciudad, se reunían en la plaza, construyendo sus nidos en los viejos árboles, que clavaban sus raíces profundas en las entrañas de la tierra. Algunos tomaban un baño en las fuentes, otros se acercaban atrevidamente a las personas que les tiraban migajas, picoteándolas en rápidos movimientos. Pero en aquel momento todo lo que me rodeaba se había reducido y había pasado a un segundo plano, durante un segundo creí haber dejado de oírlos.

Había captado instantáneamente la mirada de esos fuertes, pero cansados ojos. El muchacho no parecía acostumbrado a hablar con gente como yo- recordé a mi abuelo diciendo que la gente como nosotros era incompatible con la naturaleza tosca y bruta de las personas menos adineradas- todo aquello me había parecido perfectamente lógico, hasta ahora. Frente a mi tenía a un hombre, un hombre como cualquier otro. Se veía dubitativo, titubeante y confuso. Intenté no ver con asco sus sucias y gastadas ropas. Y aunque jamás sentía piedad ni lástima por los más desposeídos, este hombre inspiraba en mi algo que desconocía. Me había atrapado de una forma que nadie había logrado antes –al menos no alguien de su posición social- y ahora me miraba con esa expresión perpleja, que me parecía bastante divertida.


-Mademoiselle, mi nombre es Jan Matousek. Dijo él sin dejar de mirarme. Su voz sonaba casi gutural. Lejana, ronca. Me gustaba.

Debo reconocer que algunos días –y quizá este era un claro ejemplo- necesitaba darle algo de intriga a mi vida. Vivir sola y pasar la mayor parte del tiempo preocupándome por los negocios no me parecía una opción del todo cuerda. Mis padres me habían dejado como herencia –además de muchísimo dinero- ese espíritu curioso, aventurero, y esas incontrolables ganas de pasar el rato con perfectos desconocidos (cuando era pequeña mi casa estaba llena de forasteros que entraban y salían en busca de pinturas y la compañía de mis bohemios progenitores). Y Jan Matousek, en toda su aspereza y su poca clase, había conseguido, en un par de minutos toda mi atención.

La situación parecía un tanto incómoda para él, pero para mí, con esa incorregible falta de vergüenza, era graciosa. Sonreí apenas, intentando no ser descortés. Podía notar cómo se esforzaba en encontrar las mejores palabras para lidiar con la situación. El, sonriendo también, agregó:

-Hace un buen día para pasear, pero disculpe ¿a quién le debo el placer?- Musitó.

Podría haber estado horas hablando sobre mi persona, sobre mi familia y todo lo que me hacía ser quien era. –Mi nombre es Renata Della Rovere, pero dime Renata. No me parece que tengamos que andarnos con formalidades.- Le regalé mi mejor sonrisa, con ese deje seductor que me encantaba agregar.- Dime Jan, ¿Te apetecería ir por un café con esta solitaria damisela?.

Su rostro se transformó al instante. Esto si que no se lo esperaba.
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Mensaje por Jan Matousek Mar Dic 20, 2011 2:35 am

El sol brillaba en la altura y a nuestro alrededor la gente charlaba y paseaba animadamente pero nada de aquello distraía mi atención en este momento, solamente aquella enigmática mujer. Sus felinos ojos azules se posaban sobre mí mientras esperaba que su dulce voz acabara con un incómodo silencio. Pero la joven dama parecía bastante cómoda, incluso divertida, con aquella situación, sus sensuales labios se arquearon profiriendo una tímida sonrisa. Habría creído imposible ver a una mujer de semejante belleza y mucho menos que ella se interesara por mí, me percaté avergonzado de mis sucias ropas y bajé la cabeza.

–Mi nombre es Renata Della Rovere, pero dime Renata. No me parece que tengamos que andarnos con formalidades.-Dijo la mujer regalando una cálida y sensual sonrisa, sus finos labios color carmesí despertaban en mi un ardiente deseo. Respiré profundo y pude captar el olor de su agradable perfume.-Dime Jan, ¿Te apetecería ir por un café con esta solitaria damisela?.-Preguntó entonces la chica.

Puedo asegurar que mi cara mostró la estupefacción y la sorpresa que me producía aquella pregunta, levanté los ojos y contemplé sus delicados rasgos, su sofisticada belleza, intuí las preciosas formas de su cuerpo que se ocultaban bajo aquel elegante vestido pero sobretodo me llamaban la atención sus ojos. Su mirada parecía transmitir seguridad y confianza, pero yo podía apreciar que bajo aquella coraza de belleza y sofisticación, se escondía un ser solitario y desamparado en busca de sus semejantes.

-Sería un placer para mí, señ...Renata.-Dije esta vez con confianza y seguridad, a lo que Renata respondió con una tímida pero cálida sonrisa.-Usted dirá hacía donde nos dirigimos, no llevo mucho tiempo en París y no conozco ningún lugar al que nos podamos dirigir.-Esgrimí una tímida sonrisa, aquella última afirmación no era más que una burda mentira pero los antros y burdeles de mala muerte que solía frecuentar no me parecían adecuados para una dama de su clase.

Nos alejamos de la plaza Tertre y pensé que quizás no había sido tan mala idea haberme dirigido hasta allí, no pude evitar pensar en Helga siempre había querido visitar París. A mi lado Renata caminaba de forma elegante y armoniosa, sonriendo de forma sensual y sofisticada cuando nuestras miradas se cruzaron, podía notar que algunas personas se giraban a nuestro paso, probablemente les confundía tanto su espléndida belleza como que un paria andrajoso como yo fuera quien la acompañaba. Busqué torpemente con mis manos la medalla con la imagen de San Juan Nepomuceno que llevaba bajo mi camisa y pedí perdón a mi difunta esposa. Noté que nuestras manos se rozaban y aparté la mano girándome mirando hacia Renata, la mujer me miraba sonriente y quise besar sus labios, estrecharla entre mis brazos y sentir el tacto de su cuerpo desnudo.
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Mensaje por Renata Della Rovere Mar Dic 20, 2011 2:59 pm

Podía adivinar sus deseos antes de que él mismo los concibiese, lo cual incrementaba en gran medida la confianza que mi propia posición me daba. Estaba pasando sin duda un gran rato. Quizá al principio todo aquello había surgido en cierta medida como una broma, como si intentase burlarme de él, pero ahora había algo más que solo ganas de armarme mi propio espectáculo a costa del sujeto. Tenía la esperanza, de que pese a nuestras abismales diferencias y a la vergüenza que la situación le generaba, se abriera conmigo, me contara quien era, de donde venía y hacia donde iba. Quería que me contara todos sus secretos, y en secreto quería que toda su rudeza masculina fuera mía.
Aceptó mi invitación con una convicción y firmeza que esta vez la sorprendida fui yo. La mañana había dado paso a un radiante mediodía. Comenzaba a sentir un poco de apetito, y supuse que Jan no rechazaría la oportunidad de degustar un exquisito plato en un buen restaurante.


-Usted dirá hacía donde nos dirigimos, no llevo mucho tiempo en París y no conozco ningún lugar al que nos podamos dirigir.- Sonrió. Su rostro cambiaba rotundamente cuando sonreía.

Le hice un gesto para que me siguiera. Caminaba a mi lado, sumiso y callado, como si estuviese acompañando a la mismísima Reina de Francia -lo cual alimentaba bastante mi ego-. No podía dejar de preguntarme qué pensaría de la peculiaridad de las circunstancias (estaba segura de que jamás se había visto envuelto en una situación como ésta). Quizá creía que estaba loca o algo así, quizá el también se divertía tanto como yo.
Dejando atrás la plaza, nos internamos un poco más en el centro, cruzando las calles a paso ligero. Caminamos un par de cuadras, sin decir palabra. Parecía disfrutar del viento fresco que azotaba las esquinas. De tanto en tanto yo le echaba una miradita insinuante mientras balanceaba sensualmente las caderas. La gente se volvía para mirarnos, las esposas cuchicheaban con los esposos, las señoras nos veían presas del asombro. No me preocupaba en lo más absoluto los rumores que luego oiría sobre mí. Más bien me encantaba la idea de causar un poquito de revuelo. Todo el mundo hablaría sobre esto y ser el centro de atención era algo que lograba con mucha facilidad.
Doblamos una esquina y en una de las calles más bellas y elegantes de la ciudad divisé el restaurante que más me gustaba. Un sitio de lujo que servía los mejores platos de toda Francia. Solía frecuentarlo casi todos los mediodías, pero jamás había venido con una compañía tan singular.


-Es allí querido, espero que estés hambriento- Dije acercándome apenas a su oído.

Jan enmudeció por un instante. No sé si fue por lo ostentoso del sitio o porque estuve a un par de centímetros de rozarle la piel. La cercanía de su cuerpo me excitaba.
Quería explorar todos sus tesoros ocultos.



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Mensaje por Jan Matousek Mar Dic 20, 2011 4:48 pm

Nos alejamos de la colina de Montmartre para adentrarnos en pleno centro de París, caminábamos en silencio el uno al lado del otro, yo miraba de reojo a aquella mujer, cuyas insinuaciones despertaban en mí el mayor de los deseos. Quería hablar con ella, saber algo más que su nombre, intentar entender porqué una mujer como ella se comportaba de aquella manera con un despojo social como lo era yo.

Según fuimos adentrándonos en el centro de la ciudad me sorprendí del lujo de aquellas calles, ostentosas boutiques y cafés ocupaban los locales de impresionantes edificios. Pude sentir como atraíamos las miradas de aquellas personas ataviadas con lujosos ropajes, quizás aquella mujer, Renata, fuera un personaje conocido en París, pero yo lo desconocía. Aquellas personas chismorreaban a nuestro paso pero Renata lejos de avergonzarse sonreía y me lanzaba pícaras miradas. Aunque trataba de comportarme de forma educada y sumisa con aquella joven de familia pudiente, no podía dejar de pensar en que lo que realmente deseaba era arrancar su magnífico vestido y tomar su cuerpo perfecto, aquellos pensamientos hicieron que me ruborizara y traté de distraerme contemplando el fastuoso panorama que había a mi alrededor.

Giramos en la esquina de una lujosa y elegante calle cuando Renata se paró.-Es allí querido, espero que estés hambriento.-Susurró mientras se acercaba a mi oído. Pude apreciar nuevamente el confortante olor de su fragancia y sentir tan cerca de mi su tacto hizo que se me pusiera el vello de punta. Me giré y contemplé las finas facciones de Renata que se encontraba sonriente mientras me señalaba un lujoso restaurante situado frente a nosotros, el lujo de aquel lugar haría palidecer la mansión de cualquier noble. No quería aprovecharme de ella pero mi estómago rugió cuando percibí el apetecible olor que salía del establecimiento.

Seguí a Renata contemplando el bamboleo de sus caderas y nos adentramos dentro del restaurante.-¡Señora Della Rovere es un placer contar de nuevo con su presencia!-Saludó efusivo el camarero a Renata mientras besaba su mano y hacía una ridícula reverencia, pude notar su cara de desprecio cuando se percató de mi presencia.-Oh, si trae compañía.-Añadió con una forzada cortesía.

No sentamos en una mesa situada al fondo y volví a encontrarme con los ojos celestes de la muchacha cara a cara.-Renata, le agradezco de corazón que me haya traído a este lugar.-Dije a la mujer sin dejar de mirar a sus ojos, puse la mano encima de la mesa como en un torpe e infantil intento de rozar la suya.-No llevo mucho tiempo en la ciudad y como podrá imaginar no suelo frecuentar sitios como este, su compañía me resulta realmente grata.

La muchacha sonrió y sus finos labios se enteabieron pero antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, el camarero nos interrumpió para traer el vino, el cual desde luego sirvió primero a Renata para que lo probar, no sin antes dirigirme una mirada de hostilidad.
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Mensaje por Renata Della Rovere Mar Dic 20, 2011 6:38 pm

Todo parecía irónico, a decir verdad, más para los otros que para mí, que actuaba con una naturalidad estremecedora. Los empleados del establecimiento me recibieron con la misma genitileza de siempre, pero indudablemente estaban confundidos y sorprendidos. Al observar detenidamente a mi acompañante me parecía que su dura belleza y toda la rudeza de su persona encontraban el perfecto equilibrio con mi delicadeza y gracia, entonces me percaté de que eso me extrañaba y maravillaba, que era tan diferente de mi como lo habían sido aquellos que me trajeron al mundo. Era una indiscreción de mi parte llevar a un hombre como Jan a un restaurante como ese, solo visitado por aquellos personajes más acaudalados de la ciudad, pero por supuesto, no soy conocida exactamente por manejar mi vida con total discreción. Nos mirábamos ya con desfachatez, con demasiada confianza. Podía notar en sus ojos la sed de erotismo, escondido detrás de su pudor y sus innumerables esfuerzos por no mirar mi magnífico escote. Elegí una mesa del fondo, alejada de los ojos curiosos y hostiles.

Un joven mozo se acercó a la mesa, vacilante, y nos entregó la carta del menú. Rechacé su oferta con un gesto y agregué: -Mi amigo y yo vamos a beber el mejor vino que tengais en este momento y tráenos el menú que el cheff recomienda.- Sonreí mientras el muchacho asentía, al tiempo que memorizaba en un susurro la orden. Salió deprisa y se perdió entre las mesas.

Volví la mirada a Jan. Parecía un poco ausente, sin duda el ambiente le resultaba incomodísimo. Estar allí seguro era para él una verdadera proeza. Deseaba hacerlo sentir mejor, en realidad deseaba que la noche nos encontrara a solas en mi habitación, llegar a un punto imprudente, descubrir que ya no había retorno y que él llenara mi piel con sus besos.

-Te estarás cuestionando porque estás aquí sentado en este lugar, conmigo- Dije volviendo de mis pensamientos-Y para serte franca, no podré darte la respuesta que estás buscando, pues yo también me hago la misma pregunta.- Respiré profundo y sonreí, intentando transmitirle mi confianza.-Esta es la primera vez que hablo con alguien como tu como si fueras mi igual. Y en lo más profundo de mi, sé que somos iguales. Por eso, y por algunas otras cosas que desconozco en este preciso momento, deseo conocerte.

Le conté rápidamente, ahorrando detalles superfluos, todo sobre mi. Jan se limitó a escuchar y asentir, y de a poco descubrí en él un gran confidente.Todo lo que le decía moría en el. Mi historia abarcó los puntos que consideraba más importantes en mi vida, incluyendo mis viajes y amoríos. No hablé mucho sobre mis padres, pues el tema aún me perturbaba.

-Bien querido, ahora ya sabes quién soy y qué soy. Deseo escuchar tu historia.-

El mozo se acercó a la mesa sosteniendo una bandeja dorada con dos copas anchas y una botella negra. Sin decir una palabra dispuso las copas sobre la mesa y descorchó la botella, vertiendo el rojo néctar.

-Que disfruten del vino mademoiselle Della Rovere.-Dijo mientras se retiraba, dejándonos a solas otra vez. Miré a Jan e hice un gesto, invitándolo a tomar la copa entre sus callosos dedos. Dí un sorbo y esperé impaciente saber algo más sobre el misterioso muchacho que compartía mi mesa.
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Mensaje por Jan Matousek Miér Dic 21, 2011 4:44 am

Seguía confundido por la situación, aún me sorprendía el hecho de estar en uno de los restaurantes más elegantes y caros de la ciudad sentado con aquella joven y bella mujer. Sabía que en el fondo Renata no era tan diferente de mí como podía parecer a primera vista, la mujer no dudó ni un instante en desnudarme su alma. Me contó las vicisitudes de su vida mientras yo en silencio escuchaba y contemplaba el delicado erotismo que desprendía aquella mujer, no era solamente su delicada belleza sino también su pose y su forma de actuar, pese a dar la impresión de ser un mujer segura y confiada, yo pude apreciar a un ser herido que no difería tanto de mí mismo.

-Bien querido, ahora ya sabes quién soy y qué soy. Deseo escuchar tu historia.-Dijo suavemente en lo que casi sonó como un susurro.

Aquello me incomodó, no acostumbraba a hablar mucho y menos sobre mi vida, Renata me miraba con sus felinos ojos azules ansiosos por conocerme. Un joven se acercó a nosotros para servirnos el vino, bebí un trago de aquel delicioso líquido que poseía un penetrante sabor afrutado. Por un momento pensé que la oportuna interrupción del camarero me evitaría tener que abrirme ante la mujer pero ella seguía espectante por escuchar mi historia.

Estuve hablando largo y tendido durante un buen rato mientras los más sabrosos platos que había degustado en mi vida desfilaban ante mí. Le hablé acerca de mi infancia en la boscosa Moravia y durante mis años vagando sin rumbo junto a mi maestro, omití todo detalle acerca de las criaturas de la noche puesto que no osaba profanar sus delicados oídos con historias sobre aquellas despreciables criaturas, era pues a sus ojos un vulgar cazador de alimañas que comerciaba con sus pieles y carne.

Renata parecía muy interesada por mi relato, sus preciosos ojos azules estaban atentos de cada uno de mis movimientos y podía percibir su interés en sus delicadas facciones. Fue entonces cuando comencé a hablarle acerca de mis felices años en Saarbrücken junto a Helga, mi esposa. No pude evitar sentir nostalgia al hablar de ella e instintivamente me llevé la mano al medallón que llevaba colgado del cuello. Cuando comencé a relatar la muerte de mi esposa y mi hijo no nato, no pude evitar que mi voz sonara entrecortada por el dolor. Fue entonces cuando noté el cálido tacto de su mano que se había posado sobre la mía, mire su cara y la chica me respondió con una reconfortante sonrisa.

Carraspee para que mi voz sonara más firme.-No puedo decir que mi vida haya sido fácil, pero a ella le debo lo que soy.-Esas habían sido las últimas palabras que había pronunciado mi maestro antes de que las fiebres se lo llevaran. Aproveché ese momento para levantar la copa y sonreí a Renata diciendo.-Brindemos por nosotros y porque el destino ha permitido este agradable encuentro.-Esperé a que la mujer levantara la copa y brindé con las palabras que se usaban en mi tierra.-Na zdraví.
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Mensaje por Renata Della Rovere Jue Dic 22, 2011 8:48 am

El joven sirviente volvió sin mucha tardanza, cargando los deliciosos platos que íbamos a degustar. Destapó la bandeja con agilidad, sin descuidar la delicadeza, y el aroma de un exquisito Château d'aussières acompañado de parmentier de confit de pato, sedujo nuestros sentidos al instante. El cheff del solicitado restaurante era famoso por lograr la sofisticación de sus comidas a través de ingredientes caros y escasos, que se encargaba traer de lugares remotos. Nos sirvió el manjar en unos enormes platos decorados con oro y se marchó enseguida.

Jan aceptó contar su historia con un aire bastante penoso. Entendí que no deseaba indagar mucho en su pasado, pero mi curiosidad se imponía a cualquier otra cosa. Metódicamente me habló de su infancia en las lejanas tierras checas (lo que aclaró mis dudas acerca de su bonito y tosco acento), una niñez feliz -dentro de lo que se podía- pero por completo distinta de la mía. Me maravillaba escuchar cada una de sus palabras, sin hacer énfasis en ninguna cosa en particular, ya que todo lo que decía me resultaba igual de fascinante.
Me contó sobre su profesión, que le obligaba a internarse en la espesura de los bosques, manteniéndolo días enteros lejos de la civilización y de su esposa. El tocar el tema de su esposa, Helga, su pequeño hijo y de sus dichosos años en Saarbrücken le produjo un dolor tan evidente que sus ojos se tornaron algo vidriosos, y la tristeza se apoderó de su rostro. Su mano sujetó algo que colgaba de su robusto cuello… Sospeché que era la imagen de algún santo. Por primera vez en mucho tiempo sentí pena por alguien totalmente ajeno a mí, y por primera vez en mi vida, por una persona como Jan. Su desconsuelo y melancolía me llenaron de dulzura e intenté reconfortarlo con una suave caricia y una sonrisa. Aunque sabía bien, por haberlo sentido en carne propia, que para semejante aflicción no hay cura. Titubeé, y él, viendo mi inseguridad levantó la copa y propuso un brindis, por nuestro insólito encuentro.


-Na zdraví- Dijo al tiempo que levantaba la copa. -Na zdraví.- Le respondí y bebí casi de un sorbo el remanente de vino.

Tomé el tenedor entre mis dedos y animé a Jan para que hiciera lo mismo. La comida transcurrió entre comentarios tontos sobre la gente que nos miraba aún perpleja y sobre otras fruslerías. Creo que ambos nos sentíamos más animados –quizá el buen vino añejo comenzaba a surtir efecto- quizá no tocar temas del pasado también.
Sin haber terminado ni la mitad del enorme plato ya me sentía satisfecha, y deseaba ordenar algo dulce. Jan había terminado el suyo, sin dejar ni una migaja. Me reí en voz alta y él sonrió avergonzado.


-No tienes de qué avergonzarte mi querido, me siento feliz de saber que has disfrutado de este almuerzo conmigo.- Sostuve la mirada en su mirada, y por debajo de la mesa le hice una tímida caricia con la pierna. Pude percibir como el hombre se estremecía.

-Pidamos algo dulce y marchémonos luego de aquí.- Sonreí.

Un poderoso deseo de llevarlo a mi casa me apremiaba. No pensaba decírselo sino después del postre, luego de endulzar un poco la situación. Sabía desde el primer momento que sus ojos se habían posado sobre mí, que me deseaba y que sin mayor esfuerzo esa noche el placer sería mío.
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Mensaje por Jan Matousek Jue Dic 22, 2011 4:28 pm

La comida era deliciosa hacía tiempo que no comía en tanta cantidad y desde luego puedo jurar que nunca había tomado unos platos tan deliciosos. Aún me hallaba perplejo por la facilidad con la cuál había abierto mi alma ante aquella mujer, lo cual no hizo sino aumentar la atracción que me despertaba. Después de aquello me sentía mucho más cómodo con ella, habiendo superado mi vergüenza inicial, sentía que Renata y yo no eramos tan distintos.

Notaba como Renata respondía a mis miradas furtivas con pícaras sonrisas y notaba como se reía sin pudor ante mis comentarios, quizás fuera mi vulgaridad tan exótica para ella o tal vez el vino. Me encontraba hambriento y no dejé ni un resto de aquella suculenta comida, sabía que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera volver a tomar un almuerzo tan abundante y delicioso. Renata se había dejado la mitad del plato y al observar el mio completamente vació soltó una carcajada lo que hizo que me sonrojara ligeramente, pero el tacto de su pierna por debajo de la mesa hizo que mi vello se erizara y miré al bello rostro de la mujer con una sonrisa.

-Pidamos algo dulce y marchémonos luego de aquí.-Dijo la mujer sonriendo, para luego llamar la atención del camarero. El joven trajo dos enormes trozos de tarta, el cual me terminé no sin algo de esfuerzo. Sostuve los impresionantes ojos azules de Renata mientras la chica me mostraba la mejor de sus sonrisas, quise decirle algún cumplido pero el joven camarero nos interrumpió.

-Señorita Della Rovere, nos gustaría agradecerles su visita con uno de nuestros mejores licores.-Dijo el muchacho con tono rimbombante mientras nos mostraba una botella y nos llenaba los dos vasitos que llevaba en la otra mano.

Tendió uno de los vasos a Renata y yo cogí el otro, haciendo un pequeño brindis en dirección a la mujer, y cuando me disponía a bebérmelo el muchacho volvió a interrumpirme.-Tenga cuidado señor, he de advertirle que es extremadamente fuerte.-Me advirtió el muchacho con cierta cursilería. Le lancé una cara de escepticismo y vacié el vaso de un único trago, golpeando la mesa con el vaso dando un sonoro golpe.

Miré de reojo a Renata que parecía divertida con la situación y dirigiéndome al muchacho añadí con sorna.-Cualquier anciana de Moravia se sentiría ofendida de que digas que esto es un licor.-El muchacho estaba confundido y dijo balbuceante.-Lo siento señor, pero no tenemos nada más fuerte si lo desea puedo servirle otro vaso.-Tras lo cual rellenó mi vaso y se marchó.

Nos reímos un buen rato a costa de aquella situación y pude apreciar los perfectos dientes de Renata, los cuales se encontraban ligeramente teñidos por el vino. Me quedé mirando sus delicados rasgos sin ningún pudor, aguantando la profunda mirada celeste de la chica con lujuria, deseé desnudarla allí mismo, sentir su cuerpo desnudo y perfecto uniéndose con el mio. Posé mi enorme mano castigada por el trabajo sobre la suya de piel suave y delicada, la muchacha me miró con fingida indignación como queriendo interpretar su papel de dama ofendida, debí besarla allí mismo pero en lugar de ello simplemente susurre.
-Renata, quizás sea el momento de marcharnos.
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Mensaje por Renata Della Rovere Vie Dic 23, 2011 9:00 am

Miré el enorme reloj de péndulo que decoraba una de las esquinas del imponente salón principal del establecimiento, las manecillas se alineaban sobre el número 4, labrado en el más puro oro. Sin más demoras pedimos el postre, un par de rebanadas de una exquisita tarta de frutos, que degustamos entre sonrisitas y miradas insinuantes, bastante provocativas. La tensión aumentaba abruptamente entre nosotros, quizá luego de la tediosa y nostálgica conversación sobre nuestros pasados, que de alguna manera había logrado derrumbar el muro que naturalmente se levantaba entre nosotros. Ahora nada se interponía entre nuestros cuerpos y almas, que habían alcanzado –dejando a un lado todo tipo de diferencias socioeconómicas- un punto de igualdad, una especie de equilibrio furtivo y delicado, pero de momento incapaz de quebrantarse.
Me sentía víctima de emociones hasta entonces ignoradas, pero que con seguridad, no volvería a experimentar. Era consciente de que lo que sucedía en este preciso instante, con este preciso hombre, sería una experiencia única e irrepetible. Debía sacar el máximo provecho de ella –como era mi costumbre- .


El mesero volvió, esta vez trayendo en sus manos una botella y dos vasitos. La casa deseaba, como muestra de gratitud por mi visita, invitarnos con uno de sus mejores licores. Sirvió el espeso y perfumado líquido. Nos disponíamos a beber y a brindar nuevamente, cuando el joven sirviente hizo una brusca interrupción, advirtiéndonos en un tono bastante preocupado:

-Tenga cuidado señor, he de advertirle que es extremadamente fuerte.-
Jan, lanzándole una mirada incrédula y recelosa se bebió todo su vaso de un trago, añadiendo un cómico comentario, que hizo sentir al pobre mozo bastante bochorno. Por mi parte, no estaba para nada acostumbrada a ese tipo de licores fuertes, así lo bebí de a sorbos, sintiendo como bajaba hacia mis entrañas, mientras me quemaba desde adentro hacia afuera.
Nos reímos de la situación como dos niños que cometen una travesura. Podía sentir como mis mejillas se habían ruborizado por completo, y como el calor, producto indudable del alcohol que acababa de verter en mi estómago, invadía sin piedad cada fibra de mi ser. De pronto, la enorme mano del cazador se posó sobre la mía. Me tomó por sorpresa, pero el tacto, la intimidad de su caricia me invadió de ternura y deseo. Cerré los ojos por un segundo y escuché su voz áspera y grave decir en un susurro que era momento de marcharnos.


Pagué por el agradable almuerzo y saludé con la mano al encargado del restaurante, que seguía estupefacto al verme caminar al lado de Jan. Salimos. Afuera las nubes habían tomado el cielo, mientras el sol intentaba en vano abrirse paso hacia la tierra, pero el espeso manto gris cargado de lluvia se imponía sin piedad. Una ventisca soplaba ahora, y la diferencia de temperaturas pasó a ser evidente en un segundo. Sentí el frío golpear mi rostro, mientras la palidez de mi piel contrastaba con el rojo de mis encendidas mejillas. En un gesto extremadamente protector y tierno, Jan me acomodó el abrigo sobre los hombros.

-Debemos volver a la plaza, allí está esperado mi choche.- Le dije mientras el viento me despeinaba el cabello.

Caminamos con prisa hacia la plaza, siguiendo el mismo camino por el que habíamos venido y encontramos al cochero, dormido después de cuatro largas horas de espera.

-¡Hora de levantarse Faustino!- Le grité al oído para ver como se sobresaltaba.

-Disculpe madame, debo haberme quedado dormido- Dijo con vergüenza mientras se incorporaba y se acomodaba el sobrero negro. Miró de soslayo a Jan, y sin hacer ninguna pregunta se ubicó en su asiento.

-Quiero que vengas conmigo- Le dije a Jan al oído, mientras le tomaba la mano y lo empujaba suavemente hacia el coche.
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Mensaje por Jan Matousek Sáb Dic 24, 2011 11:09 am

Salí del establecimiento mientras Renata saludaba al encargado y pagaba la cuenta, con aquel dinero podría correr con mis gastos durante un mes. El tiempo había empeorado, las nubes habían ocultado el sol y sentí como el viento golpeaba con fuerza mi cara. Renata abandonó el lugar tras de mi con su paso ligero y delicado, ayudé gentilmente a la muchacha a colocarse el abrigo, me lanzó una dulce mirada de aprobación y dijo suavemente.-Debemos volver a la plaza, allí está esperado mi coche.-No sabía a ciencia cierta lo que significaba aquella afirmación, yo solamente deseaba besarla y que fuera mía esta noche, ¿pero era lo que ella me estaba sugiriendo?

Nos encaminamos con prisa a la plaza Tertre, donde nos habíamos visto por primera vez. Las oscuras nubes cubrían el cielo dando la impresión de que podría llover de un momento a otro, las calles que horas atrás se encontraban rebosantes de gente estaban ahora desiertas. Llegamos al lugar donde se encontraba en lujoso coche de caballos de Renata, el cochero se encontraba durmiendo plácidamente y la muchacha le despertó con picardía ante lo que él se disculpó con bochorno.

La bella mujer se sentó en el coche, yo no sabía si se trataba de una despedida cuando la mujer se inclinó sobre mí para sacarme de dudas.-Quiero que vengas conmigo.-Me susurró al oído para sacarme de dudas mientras me cogía de la mano invitándome a entrar.

Siempre he opinado que las palabras están sobrevaloradas, no siendo necesarias para expresar ciertas sensaciones, en ese momento tampoco me parecieron necesarias. Dentro del carruaje, Renata y yo intercambiamos risas, insinuantes miradas y caricias fingidamente casuales, en aquel momento las palabras no parecían algo necesario para expresar nuestro deseo.

Tras un breve camino, el cochero paró delante de una elegante casa señorial que deduje era la propiedad de Renata, traté de no mostrar demasiada sorpresa, pero he de reconocer que pocas veces había tenido la oportunidad de entrar en un lugar tan lujoso.

Me bajé rápidamente del carruaje y abrí la puerta del lado de Renata tendiendo mi mano para que se pudiera ayudar al descender del coche. La hermosa mujer descendió elegantemente pero uno de sus delicados pies pareció quedarse ennganchado haciéndola resbalar y perder el equilibrio. Afortunadamente tuvo suficientes reflejos para tomarla entre mis brazos antes de que pudiera caer al suelo. Me pareció ligera como una pluma y no pude evitar que mi cuerpo se estremeciera cuando noté que sus pechos se apretaban contra mi torso. En ese momento mis manos pasearon por su perfecta cintura mientras nuestras miradas se cruzaban, ella parecía un poco desconcertada y pude sentir el roce de sus sensuales labios apenas separados de los mios, su perfume me embriagaba despertando el deseo pero fue en aquel momento cuando una voz a nuestra espalda nos interrumpió.

-¿Se encuentra bien señorita Della Rovere?-Preguntó con cierta preocupación el cochero, solté a Renata posando su delicado cuerpo sobre el suelo con suavidad y luego dirigiéndome al cochero respondí.-No se preocupe, se encuentra en buenas manos.-Tras lo que sonreí a Renata mientras le tendía mi mano.
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Mensaje por Renata Della Rovere Dom Dic 25, 2011 12:02 pm

Que curiosa puede volverse la vida en instantes. En un segundo, una palabra o una mirada distraída pueden transformarse en un día maravillosamente extraño. Esas son las cosas que me hacen sentir que aún sigo viva. Las sorpresas, lo inesperado, me sientan tan bien porque son una parte indivisible de mi personalidad. Así soy yo, y así es como me gusta que la vida me trate, de improvista e insospechada manera. El día de hoy, en particular, de súbito me había regalado la compañía de un hombre, de un hombre de bolsillos vacíos, sin cuentas en bancos extranjeros, sin una mansión radiante, pero que quería regalarme todo lo bueno que latía en su corazón. Que se entregaría, sin pretender nada a cambio. Muchas veces, los hombres se acercaban a mí, no solo por mi belleza física, sino por las enormes sumas de dinero que mi apellido delata. No puedo negar, que yo misma, quizá por un tema de costumbres e intereses que me transmitieron -y que son más que socialmente aceptados- me acerqué a algunos caballeros por mero interés económico. Pero en esta ocasión, el poder disfrutar de una charla, una comida, de algo más con alguien sin las presiones de los negocios y los intereses, se me hacía reconfortante.

Dentro ya del coche, nos dirigíamos por una de las principales calles que salían de la ciudad, hacia mi casa en las afueras. No podría haber soportado jamás el bullicio citadino, prefería indudablemente la paz y soledad que solo hallaba cerca de la naturaleza. Jan me miraba con evidente lujuria, y yo le ofrecía mis miradas más ardientes, intentando despertar aún más sus fieros deseos carnales. Llegamos por fin, y el cochero frenó con suavidad frente a la entrada. El cazador se apresuró a salir y con una velocidad impresionante llegó hasta mi puerta. Abrió y me tendió su mano, ayudándome a bajar. Me divertía ver como recurría a todos sus esfuerzos para mostrarse caballeroso conmigo.

Con mi mano aferrada a la suya, me incorporé intentando bajar, cuando noté que uno de mis pies había quedado tontamente enganchado debajo de algo que no pude ver. Perdí el equilibro, y cedí a la gravedad, con todo el peso de mi cuerpo. Afortunadamente, Jan era dueño de unos reflejos sorprendentes y rápidamente impidió mi caída, atrayéndome bruscamente contra su torso. Me apretó en el intento de sostenerme, y pude sentir el calor de su bien torneado tórax, oprimiéndose rudamente contra mis pechos. Enmudecimos un instante, quizá porque ese contacto tan íntimo, terminó por transformar las brasas en una hoguera. Quería sentir el sabor de sus labios allí mismo, y estaba a punto de besarlo, cuando el cochero hizo una poco oportuna interrupción para preguntar si me encontraba bien. Jan me soltó suavemente, y respondió con picardía:


-No se preocupe, se encuentra en buenas manos-.

Me tendió la palma nuevamente y yo, aún insegura por la frustrada caída, le tomé el brazo, mientras nos dirigíamos hacia la puerta principal. La enorme mansión se levantaba sobre nosotros, cerrándonos el paso con aire amenazante. Todo el paisaje quedaba oculto detrás de su colosal estructura. Dese la parte superior, el humo de la chimenea subía hacia el cielo confundiéndose con los nubarrones grises. Las primeras gotas de lluvia comenzaban a repiquetear sobre el camino empedrado, mezclándose con el agua de las fuentes y rociando con su frescura las hojas de los árboles perennes.
Apuramos el paso y en la puerta nos recibió una vieja sirvienta. Sin siquiera mirarla, tomé al cazador de la mano y lo obligué a seguirme el paso a través de la escalera de mármol, la que subía a la segunda planta, rumbo a mi habitación sin más preámbulos. El pasillo de la segunda planta estaba adornado con los mismos colores que la sala principal. Alfombrado y bien iluminado, era un sitio muy acogedor, sobre todo en un día frío y gris como aquel. Jan observaba todo a su alrededor, pero sé que en parte fingía un poco ese interés por la decoración y la arquitectura de la casa, intentando en vano disipar un poco el ansia de tomarme allí mismo.
Giré el gran pomo de oro que daba acceso a mi dormitorio. Jan entró detrás de mí, en silencio. Cerré la puerta con suavidad y giré la llave que estaba encastrada en la cerradura, de manera un tanto simbólica, pues sabía que nadie osaría entrar en mi habitación sin ser llamado. Dí la vuelta y encontré la boca del cazador a solo unos centímetros de la mía. El ansia me consumía, atacándome sin piedad desde cada rincón de mi cuerpo. La luz de la tarde moría detrás de los cristales del ventanal, empapadas por la lluvia que azotaba ahora sin piedad. La habitación se hallaba en la penumbra, una penumbra que invitaba a la intimidad. Tomé sus enormes manos y las llevé a mi cintura. Me acerqué aún más, y posé mis labios sobre los suyos, mientras descubría la humedad de su boca. Nos fundimos en un beso ardiente, las lenguas se encontraron febriles y furtivas, lamiéndose entre beso y beso. Sentí como sus manos me tomaban con más fuerza apretándome y atrayéndome hacia él, mientras subían lentamente por mi vientre, rumbo a mis pechos. Yo era su presa, su trofeo de caza. Quería que me tomara con toda su rudeza, y sin piedad.
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Mensaje por Jan Matousek Lun Dic 26, 2011 1:20 pm

Las gotas de lluvia nos alentaron a entrar en la impresionante mansión de Renata, donde a la puerta una sirvienta nos esperaba. Yo no quería forzar la situación, he de decir que lo único que deseaba en aquel momento era desnudar a aquella muchacha y tomar su sensual cuerpo con lujuria, pero Renata era una aristócrata que disfrutaba de los juegos y coqueteos por lo que yo me esforzaba en reprimir mis instintos. Entramos en el hall de la impresionante mansión, el lugar poseía una decoración ostentosa que me hubiera impresionado en cualquier otra ocasión, pero no en aquel momento. El cálido tacto de la mano de Renata me recordaba su insinuante presencia y sus atrayentes ojos celestes dejaban entrever la chispa del deseo.

Me guió escaleras arriba, ascendiendo por los blanquecinos escalones de mármol a gran velocidad. La mansión era tremendamente grande y toda ella decorada con gran lujo, fingí apreciar la decoración pero lo cierto es que simplemente trataba de contener mis impulsos. En aquel momento solamente deseaba quitarla su elegante vestido de seda azul, para poder apreciar toda la inmensidad de su cuerpo desnudo, pasear mi boca por cada rincón de su cuerpo y notar como nuestros cuerpos se estremecían cuando por fin la tomara. La muchacha soltó mi mano y se paró delante de una puerta, noté como giraba con sensualidad el pomo dorado, cada movimiento de su cuerpo estaba cargado de erotismo e insinuación, y entró en la habitación.

Accedí a la habitación silenciosamente mientras Renata cerraba la puerta suavemente, sentí un suave "clic" cuando la chica giró la llave. Me acerqué hacia ella sin decir palabra alguna, notando nuevamente su aroma embriagador, sintiendo su suave aliento junto a mí. Desde allí dentro podía oír el ruido de la lluvia y el viento, que no hacían sino acrecentar la tempestad que provocaba el deseo en mi interior. Nuestros labios volvieron a rozarse como había sucedido al bajar del coche de caballos, pero aunque nada deseaba más que probar su dulce boca, su presencia me imponía y sentía la necesidad de cederle a ella la iniciativa. En la oscuridad de la noche observé como ella se mordía el labio de abajo, un gesto que me transmitía lujuria y con el que parecía aceptar la iniciativa que le había cedido.

La muchacha tomó mis manos colocándolas en su cintura, para posteriormente dar un pasito hacia adelante mientras posaba sus labios sobre los mios. Sentí al fin el tacto delicado de sus labios, introduje mi lengua en su húmeda boca entregándome a la pasión. Me resultaba en aquel momento imposible pues controlar mis instintos y empujé a la mujer contra la puerta, atrapándola entre mis brazos. Introduje una de mis manos por debajo de su abultada falda y palpé sus muslos y sus nalgas, con toda la delicadeza que me permitía la pasión del momento. Sin dejar de besarla moví mis manos hacia sus generosos senos, deseaba arrancar aquel precioso vestido pero no me atreví a hacerlo pues no se trataban de los humildes harapos de una cortesana cualquiera. En lugar de ello, tiré al suelo la áspera camisa que cubría mi torso no pude evitar llevarme a la mano al medallón que colgaba de mi cuello, lo cual inevitablemente me recordó a mi difunta esposa. Desde que había muerto, no había pasado un momento en el que me acordara de ella, sentía que quizás traicionaba su memoria y durante un instante me planteé lo que estaba haciendo con aquella mujer.

Pude sentir en aquel momento el fino tacto de la mujer que se apretaba contra mi mano, solté el medallón y la besé de nuevo, entregándome al deseo mientras notaba como sus manos exploraban mi torso. Empujé su espalda contra la pared y la besé mientras la asía por los muslos, sus piernas rodeaban mi cintura y subí su falda con lujuria.
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Mensaje por Renata Della Rovere Mar Dic 27, 2011 1:17 pm

Y simplemente sucedió lo que ambos tanto anhelábamos. El cazador, tomándome por los muslos me asió a su cintura, de donde me aferré con fuerza, apretándome contra su pubis. Me sentía presa de sus musculosos brazos, de sus manos que recorrían mi cuerpo, con lentas pero firmes caricias. Podía sentir su calor y su excitación a través de la fina tela de mi vestido –la única frontera entre nuestros cuerpos-. Necesitaba despojarme de ésta última barrera.

Me solté y sin dejar de verlo directamente a los ojos, comencé a desprenderme el vestido. Los botones comenzaban a ceder, mientras él, enloquecido de pasión me besaba el cuello. Por fin el vestido se deslizó, suave por mi piel febril, dejando al descubierto mis pechos, mi abdomen, mi cuerpo entero, que resplandecía bajo la penumbra de la habitación. La lujuria se tornó entonces insoportable para ambos. Jan me tomó otra vez por la cintura y me tiró con fuerza sobre la cama. Semidesnudo aún, se acomodó con cuidado sobre mí. Podía ver sus mejillas sonrojadas por el deseo. Sus manos ansiosas se pasearon entre mis pechos, sosteniéndolos con dulzura y delirante placer, acarició lentamente toda su redondez, deteniéndose unos segundos sobre los pezones, mientras sus labios me brindaban otra vez el néctar de sus besos.

Afuera, el cielo se había ennegrecido por completo. La noche caía sobre la ciudad de París en un salvaje diluvio, mientras los rayos surcaban el cielo de tanto en tanto, matizándolo de tonos violáceos, partiéndolo en innumerables pedazos. La lluvia torrencial e inclemente parecía querer sofocar el fuego desatado en mi habitación.

Las respiraciones se volvieron entrecortadas por los jadeos. Los labios de Jan comenzaban a bajar desde mi cuello, recorriendo con su lengua cada rincón de mi abdomen, haciéndome temblar. Mis manos, a su vez, habían comenzado a desabotonar sus harapientos pantalones. Podía palpar todo su deseo a través de la andrajosa tela. Mis caricias lo llevaban lentamente al abismo, hacia el tan esperado punto sin retorno. Mientras su lengua se detenía a jugar con la cicatriz de mi ombligo, sus manos se aventuraron por las llanuras de mi vientre, bajaron sigilosas por las piernas, acariciándolas rítmicamente, con una suavidad casi felina, mientras buscaban la manera más osada de llegar a mis muslos y emprender el delicioso viaje hacia mi sexo humedecido por la indomable pasión.

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Mensaje por Jan Matousek Jue Dic 29, 2011 6:02 am

Observé durante unos segundos el perfecto cuerpo de Renata tendido sobre la cama, sus preciosas formas acrecentaban mi deseo y me tendí sobre ella, mientras exploraba con mis manos su cuerpo antes de volver a explorar su boca. Exploré con mi mano su intimidad y pude notar que estaba húmeda mientras nuestros cuerpos se estremecían guiados por la pasión. Mis labios abandonaron su boca para comenzar a explorar su cuerpo perfecto, que se encontraba cubierto por un leve sudor frío.

Mientras mis labios bajaban por sus pechos, pude notar como su mano acariciaba mi entrepierna, me encontraba completamente erecto y quise tomarla con fuerza allí mismo, pero en lugar de ello dejé que mi lengua siguiera jugueteando con sus rosados pezones mientras la mujer jadeaba de placer. Las suaves caricias de renata siguen estremeciendome de placer mientras mi lengua sigue explorando su cuerpo, hasta llegar finalmente a su sexo. Mi lengua se aventura en su interior mientras puedo sentir su creciente excitación, los otrora suaves jadeos de Renata se van acrecentando y su placer no hace sino acrecentar mi pasión. Siento como su mano se posa suavemente sobre mi nuca, como queriendome indicar que no me detenga, siento sus cuerpo estremecerse tembloroso mientras alcanza el placer.

Con sus manos guia mi cara hasta su boca y nos fundimos en un placentero y cálido beso, luego con una sonrisa pícara me tiende sobre la cama. Siento sus sensuales labios deslizándose por mi cuello, explorando mi cuerpo como había hecho yo anteriormente, hasta finalmente alcanzar mi sexo, lo cual parece transportarme al paraiso.
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Todo sucede por alguna razón +18 [Jan Matousek] Empty Re: Todo sucede por alguna razón +18 [Jan Matousek]

Mensaje por Renata Della Rovere Lun Ene 16, 2012 8:48 am


Mi cuerpo se deleitaba, rindiéndose al cada uno de las innumerables sensaciones que la brutal voluptuosidad del cazador me brindaba. Jan, tendiéndome sobre la cama, se dedicó con fervor a lo que estaba haciendo, mientras mis párpados caían pesados sobre mis ojos de manera involuntaria, invitándome al placer. El rudo plebeyo avivaba en mi cuerpo sensaciones que hasta entonces desconocía, conduciéndome con frenesí al éxtasis. Mientras su lengua recorría sensualmente mis curvas, sentí como las piernas se me separaban, casi instintivamente, como los pétalos de una flor anhelantes de todo su viril salvajismo. Su boca bajaba sin restricciones por la llanura de mi vientre, explorando con cuidado cada rincón de mi cuerpo, esperando ansiosa llegar a los tesoros que más anhelaba, y que y casi eran suyos. De vez en cuando intentaba abrir los ojos, pues la visión de su cuerpo y sus besos me excitaban aún más, pero la vista se me nublaba por la pasión, y las palabras se ahogaban con los crecientes jadeos y suaves gemidos de placer. Palpé con mis manos su bragueta y empujé con fuerza su pantalón, intentando deshacerme de las ropa que entorpecían mis intenciones. El contacto de sus partes me embriagó aún más, inflamándome de un deseo casi incontenible, totalmente destructivo. Su miembro, grueso y empinado, rígido y humedecido por la lujuria, palpitaba anhelando la humedad de mi interior. Lo tomé entre mis manos y comencé a acariciarlo, haciendo suaves movimientos hacia arriba y abajo. Noté como esas caricias lo hacían delirar de placer. Sus enormes manos, me apretaron entonces con más fuerza, mientras llegaba por fin a la parte más baja de mi vientre, cálida y mojada, el refugio que su sexo había estado esperando durante tantas horas.

Afuera, la lluvia no aminoraba, podía oír algo lejanas, las enormes gotas chocando con un suave y sensual repiqueteo sobre los cristales. La oscuridad envolvía el ambiente como un manto lógobre, borrando sin piedad el rastro de la luna y las estrellas con sus enormes y cargados nubarrones de tormenta. Los truenos estremecían el cielo de tanto en tanto mientras en la tibieza de mi habitación nuestros cuerpos sudorosos eran presos de la más vulgar lujuria.

Sus manos separaron entonces mis muslos con fuerza, dejando vulnerable mi sexo, lo cual me excitaba aún más, llegando a un punto totalmente irresistible. Acercó su cara lentamente, saboreando la victoria enfrente a su trofeo. Pasó su lengua con extremo cuidado, lamiendo lentamente los labios febriles, separándolos luego con un empujón decidido, adentrándose en ese sitio de secretos placeres. Me estremecí brutalmente, mientras tomaba la cabeza del hombre entre mis manos, pidiéndole que no dejara de hacer aquello, que moriría si paraba. Jan comprendió mis intenciones y lamió con más fuerza, rítmicamente todo a lo largo de la hendidura entre mis piernas, jugueteando de una forma enloquecida y deliciosa con mi clítoris completamente rígido, que se alzaba esperando llevarme al más intenso de los orgasmos. Imaginé las fuertes y violentas estocadas de su miembro. No podía soportar aquello durante mucho tiempo. Me incorporé tambaleandome un poco, acercando mis pechos a su cara sonrojada, provocándolo un poco más, y sonriendole con picardía y osada lujuria, me dispuse a hacerle sentir el mayor de los placer que habría sentido jamás. Me aventuré apresuradamente entre sus fuertes y musculosas piernas, tomando nuevamente su miembro cubierto ya con las gotas de su irrefrenable deseo. Lo lamí con descaro, mientras lo miraba directamente a los ojos, para deleitarme con el goce que mi lengua le producía. Sentí la sangre fluyendo por las venas, hinchadas y amenazantes. Lo besé durante unos minutos, hasta que sentí que estaba a punto de perder el control. Entonces me incorporé nuevamente, intantando no llevarlo aún al orgasmo, que deseaba reservar para el final. Me tumbé nuevamente sobre él y volvimos a besarnos en la boca, mientras nuestras manos se fundían con el cuerpo del otro. Por fin el cazador, dispuesto a brindarme todo su placer, tomó su magnífico miembro y lo acercó a la entrada de mi sexo. Por un instante creí que iba a morir en sus brazos. Luego, antes de penetrarme con todas sus fuerzas, se acercó a mi oído, que en ese momento deseaba escuchar las más vulgares y sucias palabras y me susurró algo que acabó con la paciencia de mi cuerpo que rugía ya bajo una hoguera de abrumador deseo.
-Voy a daros tanto placer que os haré vibrar y gritar, empujaré dentro hasta llegar a tope y os inundaré las entrañas con mis fluidos.
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