Vil despojo ... {PRIVADO}

Un ladrido se abrió paso a través de su sueño. Dominic dejó escapar una protesta. Otro ladrido, bastante desafiante, contestó a su queja. El dolor se abrió paso a través de su cuello, haciéndolo consciente de que no había ninguna cama bajo su cuerpo. Abrió los ojos con lentitud. Troll se encontraba sentado ante la puerta. El movimiento de su cola solo significaba que uno de los sirvientes se encontraba cerca. Dominic tenía que agradecer que éstos fuesen lo bastante amistosos con su perro. La cercanía de uno de ellos había provocado la excitación de Troll por salir y jugar, a sabiendas de que sería recompensado con algo de comer; sus ladridos no solo lo habían despertado, sino que lo habían puesto sobre aviso de que se encontraba en la biblioteca, el único lugar al que tenía prohibido entrar. – Traidor. La cola de Troll se movió aún más. Con una rapidez fluida, Dominic cerró el libro que había estado entreteniéndolo antes de que le venciera el sueño. Lo acomodó en su sitio, cerciorándose por tercera vez consecutiva de que éste no mostraba evidencia de que había sido movido. Su padre era muy estricto e imaginativo cuando se trataba de castigos. La vela en el candelero se había consumido por completo. Tenía que recordar pedirle a una de las empleadas que no se olvidase de remplazarla. Acomodó la silla con cuidado y se acercó a donde Troll esperaba con impaciencia. Echó un último vistazo a la biblioteca antes de abrir la puerta. La sonrisa de Anaël le dio la bienvenida. Troll ya había cruzado la pequeña distancia para ir a saludar a quien Dominic sabía, era su favorita. El joven enarcó una ceja ante la anciana que ya se inclinaba para acariciarle las orejas. El perro olfateaba entre su ropa. Había encontrado el pedazo de pan que Anaël siempre parecía llevar. – Debí haberlo supuesto. Una sonrisa fugaz apareció en el rostro de Dominic, tan fugaz, que cualquiera pensaría que se trataba de solo una ilusión. A menos que estuviese solo y con personas que consideraba “de confianza”, Dominic raramente sonreía. Había aprendido a portar la máscara que la sociedad de clase alta exigía llevar. – El señor Von Schrieder ha salido. Dominic asintió. Esa no era la primera vez que Anaël lo cubría, también sabía que no sería la última vez que lo haría. Ella era una de las sirvientas que había visto los castigos impuestos al hijo tartamudo de la pareja. – Me llevaré a Troll para alimentarlo y ordenaré que le preparen su baño. No esperó una respuesta por parte del joven. Anaël sabía que esa serían todas las palabras que éste le dirigiría.

Una hora después, Dominic se encontraba en la cocina rebuscando entre las frutas. Esta era su hora favorita. Troll y él caminarían por los alrededores, lejos de la mansión y todas las responsabilidades que había adquirido cuando había sido sacado del Orfanato, lejos del bullicio que no tardaría en formarse en las calles parisinas. Una sonrisa engreída apareció en su boca conforme los rayos del Sol le abrazaban. Su destino había sido trazado mientras terminaba de vestirse. Con una manzana en la mano y la correa de Troll en la otra, emprendió la marcha. No quería encontrarse con ningún “conocido”. No tenía ganas de aparentar, quería ser él mismo. Se alejó de las calles en cuanto divisó los primeros árboles. Los lugareños habían contado un sinfín de anécdotas desde que había arribado en Francia y los bosques, durante la noche, no solo podían ser peligrosos sino misteriosos. Los gitanos siempre le habían parecido extraordinarios, aunque nunca lo reconocería ni ante ellos ni ante cualquier otra persona. La libertad que poseían era tan dada por sentada que solo alguien en su posición podría añorarla. En el interior de los bosques, tuvieron que hacer un par de paradas. Troll había saltado a la laguna para espantar a las aves que se acercaban con intención de beber. Si los perros tenían un pasatiempo, sin duda alguna, esa sería la del suyo. Desde su posición podía divisar las carretas que pertenecían a los gitanos. La voz de una joven le sacó de su ensimismamiento. El atrevimiento de la “desconocida” al hacer su cuestionamiento no fue pasado por alto. Dominic elevó una ceja elegantemente, mirando a la joven con el mismo descaro que ella le estaba mostrando. No tardó en reconocerla. Sus ojos violáceos la delataron. Sin embargo, fue Troll quien respondió a la pregunta de la joven. Dominic apenas tuvo tiempo para dar un paso atrás. Troll se atravesó entre ellos, sacudiéndose con fuerza, eliminando el exceso de agua que había acumulado en su pelaje. Si. Ese era otro de los pasatiempos de su mejor amigo.