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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Tariq Marquand Mar Ene 10, 2012 12:46 am

Había pasado la mayor parte del día encerrado en su despacho, luchando contra el impulso de probar un maldito trago, firmando documentos que serían enviados al encargado de administrar sus propiedades en Rumanía. Se habían instalado en tierras francesas hacía tres años, una noche después de recibir los restos de su hija en esa pequeña caja de madera; una obra de arte que a Tariq no le había pasado desapercibida, ¿cómo podría haberlo hecho si a diferencia de Mina el dolor no lo había nublado? En la parte frontal del ataúd estaba la imagen de un ángel siendo devorado por las llamas del infierno. La rubia que había dejado caer el obsequio sobre su escritorio había permanecido en silencio, intentando leer las facciones en su rostro, buscando algo, cualquier indicio que dejase en evidencia el dolor de su pérdida. Marquand habría sonreído ante la desconocida si su esposa no hubiese atravesado la puerta y jadeado al reconocer lo que había frente a él. No había tenido palabras para consolarla, más tarde las encontraría para inducirla en el mundo de la cacería pero en ese momento, su mente había estado centrada en una y mil cosas a la vez, todas bailando alrededor de una sola palabra. Inmortalidad. Había fruncido el ceño, - otro de sus increíbles gestos fingidos -, conforme abría la tapa y miraba el cuerpo mutilado de Natalya. El morbo se había disparado por todo su rostro. Mina, por supuesto, había malinterpretado la excitación; siempre había sido tan ingenua en todo lo que a él se refería. ¡Demonios! Se había tragado la mentira de que Demyan también se encontraba entre los despojos de su hija. Su esposa había resultado ser una Caja de Pandora, una fiera seducida por el odio y la sed de venganza que se acostaba con el principal culpable de la muerte de uno y la desaparición de otro de sus hijos. Habría dado la vida de ella solo por ver la cara de Mikhail cuando éste se diera cuenta que la muerte de Natalya lejos de destruirlo le había dado un propósito. Poder, el único capaz de superponerse a la avaricia. Era cierto que tres años parecían tan pocos en comparación a las habilidades que pulían los inmortales, pero Tariq no se dejaba intimidar, estar en la línea del ganado era solo cuestión de tiempo, ya llegaría el momento en que se alzara junto a ellos.

Su gabardina negra se ondeaba con la fuerza del viento. Las calles estaban húmedas. El relámpago cruzaba el firmamento, perdiéndose entre las nubes negras, advirtiendo de la fuerza con que arremeterían ahora que la fina lluvia había cedido, dándoles un respiro. El olor del café cargaba el aire. El cazador sonrió ante el rumbo de sus pensamientos. Sí. Era predecible para su mente pero no para quienes se cruzaban y le dirigirían unas palabras. Nadie advertía su oscura naturaleza. Se mezclaban, compartían un trago, una partida, una sonrisa. ¿Quién creería que un esposo, un amigo, un compañero de juergas era en realidad un criminal? Había disfrutado matando a mujeres indefensas. ¿Qué eran unas cuantas muertes más sin explicar? Dobló en una esquina, advirtiendo a un par de cortesanas. Nunca se era temprano para encontrar clientes potenciales. La oscuridad había devorado los últimos rayos hacía alrededor de una hora. Nada fuera de lo ordinario había llamado su atención camino a su destino. Los vasos de cristal chocando entre sí eran la bienvenida a la taberna. Las carcajadas resonaban. Un ciego y su vieja armónica entonaban alegres notas. Tariq empujó las dobles puertas. Sin vacilar se dirigió a una de las últimas mesas. Dedicó una mirada a sus compañeros de juerga conforme arrastraba la silla y se deshacía de su gabardina. Bastó con que enarcara una ceja para que Françoise, un libertino que había encontrado en una de sus primeras noches en Francia, presentara al recién incorporado a su pequeño grupo de apostadores. – Demetrius. Arribó hace un par de noches. La mirada fría del cazador cayó sobre la oscura del caballero. La intensidad con que éste le observaba era la misma que había visto en otros vampiros. Tariq no se sorprendió pensando que se trataba de uno de esos inmortales seres. Sabía que buscaba en su mente. ¿Eran así de predecibles? ¿O era solo el conocimiento sobre ellos lo que le hacía consciente? ¿Qué encontraría? ¿A un indefenso humano? ¿A un cazador? El cantinero les obligó a romper el contacto. La noche apenas iniciaba pero para el cazador lo que daba comienzo era mucho mejor que cualquier motín que pudiese obtener. Estrategia. De eso se trataba el juego sobre la mesa y... sobre su presa.
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Mensaje por Imara Z. Horváth Miér Ene 11, 2012 10:04 pm

“Cuando más rápido intentas huir de algo, más rápido pereces ante su sombra”


El espejo frente a ella se rompió al ser golpeado por su puño. No podía evitar sentir esa maldita frustración dentro de su cuerpo, quemándole la piel, lacerando su alma. Verse con el rostro demacrado y la lagunilla formada en sus lagrimales a causa del llanto le pareció una burla para si misma ¿Cómo fue que llegó hasta ese instante? ¿El alcohol? Desvía la mirada hasta la botella que trae en la mano, el vino no le favore y, aunque aprendió a soportar más de lo común ya lleva vaciadas dos botellas como esa. En cada uno de los fragmentos atorados en el suelo, observa su mirada abatida por el paso de los años. De su cuello pende aquel objeto de plata que alguna vez le perteneció a su sacrificada familia, lo toma entre sus manos para observarlo una vez más, su ira se siente en el rechinar de sus dientes, el odio destella en los ojos de la mujer y su rugir atemoriza a los hombres que se encontraban esperando que la letrina se desocupase. Trata de huir de su pasado, quiere correr hasta tierras inexploradas y olvidarse de todo, incluso de su hijo ¿En qué demonios estaba pensando al enredarse con Vladimir? Y resultado de su desliz le ha durado más de 7 años. Lorand, su hijo. La fémina se arranco del cuello la medalla y golpeó con histeria la repisa donde se encuentran las velas, la cera derretida se eleva por el aire y cae en la mano de un corpulento varón. Mira con desprecio el diminuto cuerpo del causante, se mofa alegando sería la ruina del rubio. Zainhé sonríe, no perderá la vida en una riña dentro de un lugar de mala muerte. Cínica, levanta el mentón con una ceja arqueada, las manos en la cintura en posición retante. Clava sus ojos azules en los negros del hombre entonces… le escupe.

El muro recibe un golpe y un enorme agujero queda allí, el muchachillo que debió haber recibido aquel ataque se agachó esquivándolo por completo. El regordete hombre, observa con lentitud y asombro los movimientos del duendecillo. Golpea sus costillas doblando la mano derecha hacia atrás para hacerle una especie de llave tortuosa. Lo estrella contra la pared dañada, el cuerpo de su oponente era tan sólo la mitad del suyo y aún así lo ha vencido. Zainhé, quien oculta su feminidad con ropajes de hombre, se aproxima con repudio hasta su oído –Dejaré a vuestras rameras sin falo que lamer si os atrevéis a atacarme de nuevo- Sube una décima más el brazo del varón y este se retuerce del dolor, suplicando que lo suelte. Es una mujer enojada, repudia todo lo que ve, quizá sus sentidos no se encuentren conectados entre si por completo pero al menos mantiene un mejor equilibrio que el resto de los ebrios. Lo suelta pateando su trasero, provocando que su cabeza se estampe contra ese mismo muro. Ella hace una mueca de hastío, limpia los restos de saliva de su boca con al antebrazo, la chaqueta verde olivo cambia de color al absolver las sobras. Eleva sus pies y esquiva el cuerpo inconsciente del extraño, toma la botella que dejó sobre la repisa para atacar con mayor libertad, se la empina y traga el líquido. El sabor amargo del alcohol le quema la garganta, raspa su interior y apacigua efímeramente el dolor de su pecho. Observa la botella vacía, sin una gota que pueda ser exprimida, sale del rincón en el que se encuentra sumergida dentro de la taberna encaminándose a la barra.

Alguien se le atraviesa en el camino. El sombrero que lleva puesto disminuye su visión y no observa al sujeto de gran porte contra el que arremete en su tropiezo. Molesta, realmente molesta, porque al parecer todo en esta noche se empeña a inutilizarla, ruge… Las finas facciones de su rostro la dan como un hombre amanerado pero de eso no tiene nada. Puede verse la rabia en la profundidad de sus orbes. La música se detiene, los ebrios callan, las prostitutas dejan de venderse, todos enfocan su vista hacía el adolecente –porque eso es lo que el cuerpo de Zainhé aparenta- y el hombre. Pareciera que están a punto de estallar en una pelea. A ella no le interesa mancharse de sangre, ya lo ha hecho antes, miedo no tiene… En ese instante, la fémina se dio cuenta. Sus ojos se abren de par en par, la estupidez que sentía en su cuerpo (efecto del alcohol), se evapora con la misma rapidez en la que su sangre baja hasta la punta de sus pies. Lo reconocía, es uno de ellos… Por inercia su cuerpo inmuta y se coloca a manera de defensa. Alterna su mirada del hombre con el que chocó a uno que descansa en una de las sillas y, por el modo en que se mantenían observándose, Zainhé dedujo se conocían, pero los rasgos del segundo hombre no eran tan marcados como los del primero, por lo cual él no sería ninguna especie de sanguijuela entonces ¿Qué hacía con él? -¡Otra vez tú!- Pronuncia el cantinero dirigiéndose a ella, golpeando su cabeza con la franela que limpia los tarros de cerveza, el sombrero de la mujer cae al suelo y revela su naturaleza femenina. -¡Largo de aquí!- Trata de ahuyentarla pero ella sólo sonríe con la mitad de sus labios.
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Mensaje por Tariq Marquand Jue Mayo 10, 2012 1:32 am

La envidia fluctuaba bajo el intenso azul de sus orbes. Últimamente, la bestia en su interior drenaba su determinación cuando se encontraba de cacería. Cada vez le resultaba más y más difícil rechazar ese lado oscuro que disfrutaba con la violencia. Su mente era un completo caos. Las ideas se atraían y repelían, creando un laberinto donde los demonios competían por ver cuál de ellos se saciaba primero. ¿Tortura? O ¿Inmortalidad? La mitad del tiempo, solo quería quebrar el espíritu de sus adversarios, demostrarse y demostrarles su superioridad. Hacer gritar de agonía a un vampiro era una tarea que requería paciencia, pero él ya había probado tenerla. La otra mitad en cambio, solo quería aplacar a sus demonios para alcanzar la inmortalidad antes de que éstos decidiesen salir a jugar. Eran los causantes, - por supuesto -, que hasta el momento su corazón siguiese latiendo. Su vena destructiva y traicionera salía a relucir en el fragor de la batalla. ¿Cómo demonios conseguiría la inmortalidad si seguía en esa línea de ataque? La rabia hizo acopio en su garganta. Demetrius sonrió con júbilo, como si estuviese leyendo sus pensamientos. Tariq no dudó, ni por un segundo, que lo estuviese haciendo. Su mano se cerró en un puño bajo la mesa. Desde que había descubierto que las historias de los bebedores de sangre – famosas en Transilvania – eran ciertas, había volcado toda su existencia en ser uno de ellos. La botella de whisky impactó contra la mesa. Su puño se aflojó en el mismo instante en que la vio. El alivio lo recorrió. No había tomado un trago en las últimas horas. Que permitiese que la envidia se reflejara en su mirada era solo indicio de cuánto lo necesitaba. – Marquand, creo que ya has elegido a tu compañera. Françoise, el alma de las fiestas, no dejaba pasar la oportunidad para lanzar una de sus estúpidas bromas. El cantinero había decidido, desde sus primeras visitas, que era un cliente potencial cuando se trataba de bebidas, así que nunca dejaba pasar la oportunidad de ganarse una buena propina. Sin embargo, antes de que pudiese responder con una frase cortante a su compañero de juergas, un muchacho – o eso había creído - chocó contra el vampiro.

En cuanto el sombrero cayó al suelo, la melena castaña se desparramó sobre sus hombros. Sorpresa e incredulidad pelearon por reflejarse en su mirada. ¿Qué podía llevar a una mujer a disfrazarse de hombre? ¿Quién era? ¿Una espía? La idea por sí sola era ridícula, pero incluso Tariq habría usado a su esposa para obtener cualquier información de ser necesario. ¿Estaba en la taberna por curiosidad? Y... ¿Cómo se atrevía a hacerse pasar por uno de ellos? El enfado le hizo fruncir el ceño. Si hubiese sido Mina a quien encontrara en esa situación, la habría castigado. Mucho hacía con permitirle jugar a la cazadora. Si no fuese porque servía a su causa y sobre todo a mantenerla alejada de su objetivo, se habría conformado con la mujer que cuidaba de su casa. Antes de la llegada de los mellizos, habían estado bien. Ella le tenía a él, y él a ella y su fortuna. La risa de Françoise resonó a su lado, sacándolo de su ensimismamiento. El bastardo encontraba diversión en el atrevimiento de esa mujer. Demetrius no, confirmó. Sus músculos estaban tensos, así como su mandíbula. Un brillo malicioso teñía sus orbes obsidianas. “¿Decidido a atacar?” Se preguntó. Seguramente el vampiro no sería tan imbécil como para arremeter en medio de una gran audiencia. Tariq no necesitaba mirar a su alrededor para saber que todos observaban la escena. – Déjala ya, Ethan. Tengo curiosidad por saber quién es esta preciosura. El cazador enarcó una ceja ante las palabras liberales de su amigo, pero su mirada nunca vaciló ni abandonó la enfrenta entre mortal e inmortal. ¿Lo sabía ella? O… ¿era su inconsciente el que le advertía del peligro? – No. Agregó tajante. – Es una partida entre caballeros. Maldición. Lo último que necesitaba era que la intrusa jodiese sus planes. – Ethan escoltará a la hembra - su mirada recorrió a la mujer de la cabeza a los pies, y viceversa – a la salida. El tono de su voz, dejaba en claro que habría una recompensa si éste hacía rápido lo que se le pedía. El dinero era poder. Marquand lo sabía mejor que nadie. ¿No había ido, después de todo, tras la fortuna de los Wickham?
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Mensaje por Imara Z. Horváth Dom Mayo 27, 2012 5:38 pm


Quien juega con fuego, sólo tiene dos opciones: Quemarse o aprender a manipularlo.

Había tenido suficiente tiempo como para darse cuenta de la situación que le rodeaba. Zainhé, si en su pasado fue una chica imprudente que no pensaba la consecuencia sobre sus actos, ahora se había convertido en una mujer de peligros descomunales. Tras esa mirada asustadiza, la fragilidad aparente en sus débiles brazos, el temor en las facciones de su rostro y los nervios en el movimiento de sus dedos; se esconde una temible cazadora y sólo un par de personas podían dar fe y testimonio de ello, no porque no sea reconocida entre los suyos, si no porque es tan letal y buena en lo que hace, que no ha dejado cabos sueltos, mucho menos ha permitido que se sepa sobre su doble vida. Sonrió con cierta insinuación a las palabras de uno de los tres caballeros que se encontraban en esa mesa y marcó su amenaza en los orbes del mortal aparte de ella. ¿Era una broma? Nadie tenía el derecho de mirarla tan despectivamente como él lo hizo. Una mujer tiene sus trucos y Zainhé no está exenta de ello. Remojó los labios con la lengua, la sensualidad de ese movimiento no fue intencional, necesitaba hacerlo para preparar su voz. No quería que al hablar rugiera la bestia que maltrató al pobre hombre en el baño, era imprescindible que su lado femenino saliera a flote ¿No? Sus manos se movieron con habilidad hasta uno de los hombros de quien la escoltaría hasta la puerta. Lo miró con lamento en sus orbes, una súplica que cualquiera le creería a la despreciable hembra. –No, no, no… allá afuera está muy obscuro, por favor no me arroje a la calle. Estaré dispuesta a lo que sea - Preocupación y dolor, eso fue lo que atavió la nota dulce en su voz. Melodrama que aquellos ajenos a la mesa en la que se encontraba, habían creído a la perfección.

Un sujeto, se cabello cobrizo y mirada felina se aproximó hasta ellos, inclinándose a la dama al escuchar semejante propuesta. No se puede ignorar el atractivo físico que la ¿encantadora? Inquisidora posee, aunque las prendas que vestía no le ayudaban demasiado a resaltar esa figura envidiable a causa de tanto maldito entrenamiento, podía apreciarse su esbeltez y lo contorneado en sus caderas. Si se le prestaba la debida atención, conociendo la anatomía femenina, las anomalías en su figura resaltarían a la vista, como el hecho de tener una pierna más gorda que la otra y una pequeña joroba en la espalda. No, la hembra no está deforme, eso es debido a la armadura que viste bajo las prendas, sus armas y uno que otro truco de más. Los hombres sólo piensan, observan y siguen adelante bajo el influjo de su libido. Son simples, son corrientes, no cuesta trabajo entenderlos… -Si no les sirve, me la puedo llevar a mi mesa- El robusto caballero espetó sus palabras con una voz ardentosa debido a la gran cantidad de alcohol que había ingerido. Zainhé no tenía intenciones de irse con cualquiera a “jugar”, ella había posado su vista en los vampiros que acompañaban al apuesto moreno de ojos azules. No es de su incumbencia saber por qué demonios están ahí, mucho menos los lazos afectivos que pudiesen atarlos con aquel humano. “Pero como Inquisidora es su deber, exorcizar la tierra de todos esos demonios corruptos, pecadores e infames que tratan de devorar a la humanidad con la habilidad para tergiversar sus palabras” Borgia mismo se lo había hecho jurar cuando se acunó a su facción, ella obedecería las órdenes del clérigo, sin cuestionar nada. Obviamente, eso se trataba de una cruel burla, nunca ha sido devota y tampoco se traga todo el cuento de su santidad, sin embargo, si había una hora oportuna para creerse esa estupidez, esta sería la adecuada.

La diminuta mujer entre tanto gigantón, contrajo su cuerpo en dirección al vampiro que la sujetaba, se refugió al lado de él y lo miró con la esperanza centellando en sus orbes. Negaba una y otra vez con su cabeza mientras se preocupaba internamente por no ser descubierta debido a sus armas. La tensión comenzaba a aumentar, los curiosos no se disipaban aunque las camareras bailoteran a sus lados con tal de obtener un poco más de propinas. –No mi señor, por favor no me venda a ese sujeto- Señaló al hombre. Zainhé sabía como hablarles a los inmortales, comprendía las cosas que ellos quieren escuchar por ello utilizó una de las palabras claves “amo”, con esto los demás comprenderían que ella le pertenece y que él podría hacer con la mujer lo que se le viniera en gana (bueno, casi todo). Clavó sus orbes celestes en la mirada desconcertante del vampiro, la situación había dado un giro de 180º -Déjeme ser su compañía esta noche, seguro no se arrepentirán- No pudo esconder el doble sentido en sus palabras. No, no se trató de una insinuación impúdica, Zainhé se refería al éxtasis que sólo la cacería puede ofrecerles. Le sonrió a Tariq en complicidad. No fue necesario que él entendiera, fue un chiste personal y, hasta que la partida comenzara, nadie más lo comprendería, sólo ella…
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Mensaje por Tariq Marquand Sáb Jun 16, 2012 12:16 am

Furia e ira, contenidas en su interior, se alimentaban – hipnotizadas – la una de la otra con cada movimiento del segundero. Consideraban sus opciones mientras se paseaban libremente por todas sus terminaciones nerviosas, advirtiendo, divertidas, los daños colaterales que provocaban en terceros cuando se unían. Tariq permanecía impasible o, tan impasible como un hombre irritado puede permanecer cuando se ve obligado a cambiar sus planes. No le molestaba reflejarlo. No hacía nada por evitarlo. Estaba claro que no quería a nadie más en esa mesa. Así que, cuando la joven había sonreído con altanería, había decidido usar todos los recursos que – improvisadamente – esa noche de juerga le ofrecía. Una mujer indefensa siempre estaba por encima de la cadena alimenticia de los desalmados. El miedo que irradiaban fácilmente los hacía el objetivo de todas las miras. Los vampiros preferían a aquéllas víctimas que prometían gritar desde que la carrera entre la vida y la muerte daba comienzo. La intrusa aprendería una lección esa noche. Serviría. No importaba cuán inferior se viera con esos ropajes masculinos, seguramente habría algo que fuese atractivo bajo toda esa vestimenta, su rostro ciertamente lo era. El cazador aceptaba, cínicamente, que de ser otra la circunstancia que les llevaba a conocerse; habría sido cortés, - tras ignorar que se hacía pasar por hombre - y le habría preguntado si le permitía escoltarla hasta la seguridad de su hogar solo para intimidarla conforme se acercaban a su destino – fuese cual fuese –. Marquand disfrutaba diciéndoles qué les haría, ese era el interludio que más disfrutaba, era entonces cuando su calma derrapaba y la locura, oculta tras ese velo indiferente, destellaba. Había usado esa estrategia antes, nunca fallaba. ¿Quién podría sospechar que, tras esos rasgos aristocráticos y tras esa sublime elegancia, el psicópata se disfrazaba y maniobraba? Su pasatiempo no consistía en jugar a darle caza a lo que la mayoría, equivocadamente, tachaba como maligno. Lo hacía, sí. Pero realmente le daba igual si éstos se ocultaban entre las sombras. El sería distinto.

- Tal parece que nuestro nuevo amigo trae consigo la suerte. Aunque sus palabras iban dirigidas a Ethan, su mirada se mantuvo clavada en el vampiro. Se obligó a mantener la mente en blanco. No sabía si funcionaría, pero Demetrius difícilmente daría con lo que quería si tenía que bucear para hacerse con sus oscuros pensamientos. – Solo mantén la boca cerrada. Las damas de compañía – putas en otras palabras – pueden hacer su trabajo sin interrumpir nuestro juego. Mientras hablaba, se había apoderado del mazo de cartas. Había comenzado a repartirlas cuando una de las meseras se le sentó sobre las piernas. Tariq la conocía perfectamente. Él era su mejor cliente. Llámesele arrogancia, pero pocos eran los hombres que podían combinar el atractivo físico con el monetario. La hembra se había sentado a horcajadas, dándole la espalda, moviendo sus caderas para restregarse contra su miembro. Esperando que el decidiese salir con ella de la taberna. Ethan ya comenzaba a quejarse de su falta de acompañante. Tariq susurró algo a su pareja, quien le sonrió con coquetería, como quien ha recibido el mejor de los regalos. Su mirada, de vez en cuando, iba a la deriva. Las apuestas subieron. Las botellas vacían eran reemplazadas por nuevas. La noche parecía transcurrir sin más incidentes. El parecía estar exagerando con el licor. Más de una vez se encontró con una mirada fulminante, misma que respondía enarcando una ceja. – Creo que esta no ha sido mi noche, caballeros. Esa había sido la misma frase que había usado cuando había perdido hasta la última moneda. Sin la dote de Mina, sin la fortuna que su suegro había dejado a su merced tras esa “misteriosa” muerte; no estaría gozando de los privilegios a los que desde siempre había estado acostumbrado. – Como mi padre decía, más vale saber cuándo retirarse. En su voz se podía apreciar un tono quejumbroso, producto de la embriaguez. ¿Fingía, quizás? Habría que esperar…
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Mensaje por Imara Z. Horváth Dom Jun 24, 2012 1:08 am


Mujeres, la manipulación del titiritero pero con belleza.
Era casi insensata la manera en la que Zainhé sonreía tan descaradamente, se quedó al lado del vampiro como lo había planeado en su mente. Era una cazadora con instinto de asesino, podía olfatear la cantidad de alcohol que habían estado bebiendo antes de que llegase hasta sus brazos, sabía con exactitud el tiempo que llevaban ahí por el número de hombres observándolos y el dinero recabado sobre la mesa, de la misma forma en que sabía cuál de ellos se ha paseado por la taberna en los últimos días por la forma en la que las meseras los observaban y cuchicheaban desde su lugar. Lo único que no podía saber eran los nombres de quienes la rodeaban, sólo escuchó uno y no era exactamente el que deseaba conocer. “Damas de compañía, putas en otras palabras” no podía estar más errado en la frase como en su patética deducción, pero no lo culpa, después de todo eso indica que realiza de una forma poco convencional pero efectiva su trabajo. La mirada felina de Zainhé se poso fijamente sobre el rostro de la mujer que se sentó sobre las rodillas del que tenía en frente. Su mirada azul, sus labios carnosos, esa barba que comenzaba a crecer y las manos varoniles. Deduciendo por la cantidad de venas exaltadas, ese hombre se dedicaba a algo más práctico que jugar cartas. Clavó sus orbes inmediatamente en él, apreció cada uno de sus gestos y comparó con los otros caballeros, cada uno era un manjar que leer, cada uno de ellos poseía características inescrutables, intrigantes así como atrayentes, la inquisidora descubriría qué se traían en manos o…

Un golpe en la mesa la sacó de su trace, la situación había cambiado un poco y las burlas de sus amigos aparecieron en cuanto el objeto de su admiración se retiró. Zainhé mantenía su mano sobre el hombro del vampiro sin pudor alguno, sin temor. Acarició sus cabellos para bajar lentamente por su nuca y esparcir suaves golpes en su cuello. Se inclinó hasta que el lóbulo del vampiro estuvo cerca de sus labios y lo mordisqueo superficialmente. Sabía como moverse a pesar de no haber estado con ningún otro hombre desde que su hijo nació, desde que Traian –para ella Vladimir- la había dejado en aquel claustro en Hungría. –Enhorabuena, mi señor- Susurró en el gélido oído del espectro, pero su mirada se mantuvo siempre fija en las facciones del joven muchacho. Su semblante era demasiado sombrío para ser el de un humano cualquiera y, esa fue precisamente la razón por la cual Zainhé no lo apartaba de su vista. Estaba extasiada, la adrenalina se apoderaba de ella y comenzaba a sentir como el galope de su corazón aumentaba, pero todo esto ocurría en sus pensamientos. En el exterior no era nada más que una estoica piedra. Quizá permitiría que viesen el nerviosismo fundamental en cualquier mujerzuela en una situación como esa. El coqueteo, su labio inferior siendo mordisqueado por sus dientes, sus ojos alternando de un hombre al otro, suspiros, sonrisas torpes y, en ocasiones, el encogimiento de hombros. Todo era una maldita mentira, una falacia que ellos se tragarían al final de la partida.

El vampiro se puso de pie ajustándose el pantalón, estirando los músculos. Extendió el brazo para acoger a la pequeña mujer a su lado, la inquisidora se refugió ahí como una niña bajo el abrazo de su padre. Una de sus mejillas fue acariciada y halada como presunción mientras su “amo” se jactaba de la noche que tendría. Un humor negro se hizo presente en las notas sarcásticas e irónicas de su voz, de sus frases –Dinero, mujeres, comida, fácil… ¡Nunca me había ido tan bien!- Con fuerza tomó el rostro de Zainhé y la obligó a besarlo, no era difícil considerando lo apuesto que los tres resultaban ante la vista perdida de una mujer, más aún ante las posibilidades de una arrabalera como se suponía lo era la cazadora. Dubitativa, introdujo su lengua en las fauces del vampiro, hubo una lucha donde ambos querían ganar y al final del beso ambos quedaron efímeramente satisfechos. Al separarse, la mujer aprovechó el punto ciego de los hombres y tomó un par de billetes. Necesitaba el dinero para… Lorand. Se puso frente a su ‘hombre’ le coqueteó por unos segundos, movió sus caderas, hizo una especie de baile extraño, acarició el pétreo pecho e introdujo su mano por debajo del pantalón. Definitivamente se había convertido en una ramera, pero era para una noble causa. Con lentitud, sensualidad y atrevimiento, volvió a susurrar unas palabras para el vampiro, esta vez fueron inentendibles para los demás. El sujeto asintió con su cabeza, la rodeó por el cuello y se encaminó hasta la puerta. Antes de poder abandonar la mesa, sacó un fajo de billetes, los arrojó sobre la baraja –¡Dan lástima! Regreso en unos segundos, tengo un asunto que atender con ella, sigan embriagándose.- señaló a Zainhé y sonrió. De haber estado sólo entre los suyos, seguramente el vampiro habría desenfundado sus colmillos, pero no era necesario para darse cuenta a lo que se refería exactamente. Ella también lo notó y su sonrisa fue proporcional a la de él… ¿Qué ocurriría allá afuera? La intriga y el suspenso comenzaban a hervir en las entrañas de la cazadora, estaba preparada para cualquier cosa...
Imara Z. Horváth
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