AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un pacto con el demonio {Reservado}
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Un pacto con el demonio {Reservado}
“Las batallas solo pueden ganarse jugando el juego del enemigo”
El habitual tarareo – misma cancioncilla que el vampiro había entonado mientras los gritos de su hijo hacían eco desde las profundidades del bosque – le acompañó desde que abandonó el papeleo que se encontraba sobre su escritorio. Nada fuera de lo común se podía leer en el informe que uno de los Inquisidores había hecho llegar hasta su puerta. Personas desaparecidas, cuerpos destrozados, atisbos de posibles demonios en zonas poco concurridas. Sin embargo, no había sido ese informe el que le había puesto de ese humor. Habiendo movido cielo y tierra durante todos esos años para encontrar una pista – cualquier pista – que le acercara un paso más al asesino de su hijo y, habiendo visto sus esperanzas quebrarse cuando era conducido al mismo callejón sin salida, todos – especialmente los altos miembros de la Santa Inquisición – habían simplemente asumido que desistiría. Absurdo si se le cuestionaba a él, motivo por el cual, había contratado a un cazador para hacer “el trabajo”. Ya no solo se trataba de justicia. Sí. Dios había maldecido a sus hijos como castigo por su desobediencia, pero más importante, le había dado el arma que necesitaba para ganar una de las tantas batallas que la Iglesia peleaba. Lo único que necesitaban era encontrar la mejor forma de usarla. “El deber de un Zarkozi va más allá de ser un soldado,” decía su abuelo. Desafortunadamente, los científicos que experimentaban con los cuerpos de Roland y Solange habían – una y otra vez - fallado. Gregory estaba convencido de que éstos no hacían lo que se suponía tenían que hacer. “Algunas veces, el sacrificio es todo lo que nos queda” Les había recordado, solo para encontrarse con miradas llenas de reproches.
Sabía lo que pensaban, casi podía jurar que leía sus dudas, sus cuestiones. “¿Cómo puede tratar a sus hijos de esa manera? ¿Cómo puede Dios estar de acuerdo con esto?” Así que, cuando los rumores de un profesor de Psicología, - experto en Psiquiatría y conocido por sus brutales experimentos - habían llegado hasta sus oídos, Gregory había usado a un par de espías y fuentes de la inquisición para conocerlo “a fondo”. El desprecio que había sentido emerger cuando descubrió que se trataba de un cambiaformas, aún tallaba su rostro cuando abandonó su hogar para dirigirse al College de France. Sacrificio, se recordó por milésima vez. Su misión ciertamente lo valía. Raoul lo valía. El nombre de su hijo, como siempre, era una constante, un vacío en el pecho. No necesitaba conjeturar ideas para esclarecer lo que ya era un hecho, nada, - excepto quizás la tortura y muerte del culpable – lo llenarían. ¿Sería así de fácil? Mientras andaba por los pasillos del colegio, con las voces de alumnos y maestros acompañándolo en su travesía, supo la respuesta. El vacío que lo reclamaba ahora, solo sería más grande cuando todo terminase. ¿Qué le quedaría entonces? Dos bestias como las que mataron a su primogénito, quienes le harían pensar cuan mejor hubiese sido si ellos hubiesen muerto. Un carraspeo tras su espalda le sacó de sus cavilaciones. En cualquier otro momento, se habría detenido, pero no esa tarde. En unas horas más, la Luna Llena descendería y nadie estaría a salvo si no se aseguraba de atar a sus hijos.
Gregory Zarkozi- Inquisidor Clase Alta
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Re: Un pacto con el demonio {Reservado}
Había pasado un año desde aquel fatídico día, un año… días más, días menos, no llevaba la cuenta exacta, no importaba realmente, lo realmente relevante en ese asunto es que sentía que perdía la batalla contra la inminente demencia, una herencia que no pidió, latente y de rapiña, que lo seguía como sombra, que amenazaba con obscurecerlo por completo. Una de las frases que más solía repetirse, y reiterarle al mundo era precisamente lo contrario, que él siempre ganaba; y hacía todo lo que estaba en sus manos para que así fuera, sin importar si con ello arruinaba una vida o miles de ellas, y esa pelea, precisamente esa, la más importante, la estaba perdiendo. La muerte de Debussy no era el meollo, no para él, sino el significado de aquel acto imprudente de muerte por mano propia, para Lodewijk significó una ruptura, un movimiento telúrico tan violento que lo obligó –así, obligó- a moverse de lugar para que los ladrillos y los escombros no lo aplastaran. No fue que él, ese pobre joven, se matara, fue que el doctor a cargo, Lodewijk mismo, lo empujó al precipicio. Sus manos estaba demasiado manchadas de sangre con el tiempo y sus actos, unas gotas nuevas no debían marcar diferencia, pero lo habían hecho. El moribundo remanente de alma al interior de psiquiatra aún actuaba con fuerza y aplomo, aún lograba sobresalir por sobre la podredumbre del interior de ese hombre, una luz patética en medio de una terrible e impenetrable obscuridad.
Esa tarde, como todas las tardes desde que había pedido empleo en el Collège de France, había ido a impartir sus clases, le fue sencillo pedir un trabajo ahí y que se lo dieran; era encantador, esa era la idea generalizada sobre su persona, y tenía una experiencia que ya muchos desearían, en su rubro y el cualquiera, eso le abrió las puertas. A pesar de eso, o más bien, por esa misma causa, extrañaba como pocas cosas el manipular a las personas, el abrirlas en dos –literalmente- y ver qué pasaba, estudiar el comportamiento, llevarlos a los extremos hasta quebrarlos, eso era, le gustaba romper la voluntad de la gente, conocer sus límites, lo disfrutaba y ayudaba a que su rama de estudio avanzara, ahí dentro de la Universidad no podía hacer nada de eso, sólo platicarlo, añorarlo, escupirlo a sus alumnos con melancolía.
Regresaba a su oficina, pensativo aunque siempre atento a su entorno, tenía buen oído, gracias al husky y al lobo que habitaban dentro de él, y eso le ayudaba a estar pendiente de lo que pasaba alrededor de él incluso cuando se adentraba al terreno enrevesado de su propia mente, algo que sucedía muy a menudo. Quería poner orden en unos reportes de sus alumnos que llevaba bajo el brazo, de muchos no esperaba grandes aportes, de la mayoría para ser sinceros, pero tenía a sus pocos preferidos, como ese joven Tautou, su niño de oro; quizá luego ir a insistir a la puerta de Offenbach, para salvarse, creía, debía salvarla a ella.
Falló en sus cálculos, no estaba tan al pendiente de lo que sucedía a su alrededor, pues al estar pensando en todo aquello casi choca con un hombre (no era estudiante, estuvo seguro) que iba unos pasos al frente. El pasillo estaba muy transitado y el lento avanzar del otro lo frenaba para finalmente acceder a su oficina, que estaba ya a escasos pasos de ahí. Carraspeó pero no fue atendido y giró los ojos, era paciente la mayoría del tiempo, pero le gustaba llevar cierto orden en cada cosa que hacía, y un atraso como ese rompía la estructura a la que estaba acostumbrado. Era una criatura de hábitos, de esquemas y de métodos, no le gustaba que nada se interpusiera en todo eso.
-Disculpe –finalmente pudo rebasar al hombre y lo miró cuando lo pasó a su lado, frunció el entrecejo al verlo, su presencia ahí le pareció desconcertante pero fue una idea baladí si se tomaba en cuenta que en realidad, no lo conocía. Habló con educación, Lodewijk no conocía otra forma de expresarse. Era un maldito, desalmado, soberbio y hasta sanguinario doctor que disfrutaba con el dolor ajeno, pero su fachada era siempre la de la urbanidad y cortesía.
Esa tarde, como todas las tardes desde que había pedido empleo en el Collège de France, había ido a impartir sus clases, le fue sencillo pedir un trabajo ahí y que se lo dieran; era encantador, esa era la idea generalizada sobre su persona, y tenía una experiencia que ya muchos desearían, en su rubro y el cualquiera, eso le abrió las puertas. A pesar de eso, o más bien, por esa misma causa, extrañaba como pocas cosas el manipular a las personas, el abrirlas en dos –literalmente- y ver qué pasaba, estudiar el comportamiento, llevarlos a los extremos hasta quebrarlos, eso era, le gustaba romper la voluntad de la gente, conocer sus límites, lo disfrutaba y ayudaba a que su rama de estudio avanzara, ahí dentro de la Universidad no podía hacer nada de eso, sólo platicarlo, añorarlo, escupirlo a sus alumnos con melancolía.
Regresaba a su oficina, pensativo aunque siempre atento a su entorno, tenía buen oído, gracias al husky y al lobo que habitaban dentro de él, y eso le ayudaba a estar pendiente de lo que pasaba alrededor de él incluso cuando se adentraba al terreno enrevesado de su propia mente, algo que sucedía muy a menudo. Quería poner orden en unos reportes de sus alumnos que llevaba bajo el brazo, de muchos no esperaba grandes aportes, de la mayoría para ser sinceros, pero tenía a sus pocos preferidos, como ese joven Tautou, su niño de oro; quizá luego ir a insistir a la puerta de Offenbach, para salvarse, creía, debía salvarla a ella.
Falló en sus cálculos, no estaba tan al pendiente de lo que sucedía a su alrededor, pues al estar pensando en todo aquello casi choca con un hombre (no era estudiante, estuvo seguro) que iba unos pasos al frente. El pasillo estaba muy transitado y el lento avanzar del otro lo frenaba para finalmente acceder a su oficina, que estaba ya a escasos pasos de ahí. Carraspeó pero no fue atendido y giró los ojos, era paciente la mayoría del tiempo, pero le gustaba llevar cierto orden en cada cosa que hacía, y un atraso como ese rompía la estructura a la que estaba acostumbrado. Era una criatura de hábitos, de esquemas y de métodos, no le gustaba que nada se interpusiera en todo eso.
-Disculpe –finalmente pudo rebasar al hombre y lo miró cuando lo pasó a su lado, frunció el entrecejo al verlo, su presencia ahí le pareció desconcertante pero fue una idea baladí si se tomaba en cuenta que en realidad, no lo conocía. Habló con educación, Lodewijk no conocía otra forma de expresarse. Era un maldito, desalmado, soberbio y hasta sanguinario doctor que disfrutaba con el dolor ajeno, pero su fachada era siempre la de la urbanidad y cortesía.
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Re: Un pacto con el demonio {Reservado}
Las nuevas máquinas de matar de la Santa Inquisición – los cazadores novatos – que tomaba como alumnos, mayormente resultaban ser aquéllos que acababan de perder a sus seres queridos. La sed de venganza, si bien servía como motor para no caer en la tentación de adquirir el mismo poder que sus adversarios, muchas veces los hacía impulsivos – inútiles – en el campo de batalla. Llevaba su tiempo, por supuesto, hacerles ver que el conocimiento era mejor que cualquier arma que pudiesen esgrimir contra los demonios. Cualquier camino que llevase a la destrucción a todas esas aberraciones no podía ser reprochado por Dios, quien solo era un espectador en la guerra que se teñía eterna. Situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas y temía que su tiempo como veterano, se estuviese también acabando. Así que cuando el caballero – profesor quizás – le pasó de largo, su molestia aumentó. La sociedad no hacía más que ignorar que sus cuellos estaban bajo una guillotina, esperando a su verdugo, mientras ellos se perdían en sí mismos. Si tan solo supieran, si tan solo se detuvieran a ser testigos de la magnificencia de su plan, de todas esas vidas que se salvarían si tenían éxito, detendrían su andar para felicitarlo por su dedicación. Dejó que la impaciencia, que se había dibujado sutilmente en su rostro ante la inoportuna voz, desapareciera. Esa tarde solo había lugar para la determinación. Las oficinas de los profesores se encontraban en esa ala del colegio. Observó, con esa línea impasible en su boca, al caballero que caminaba con largas zancadas. Estatura promedio, hombros anchos, cabello platinado. – Profesor van Otterloo. El conocimiento es poder, se dijo. Lodewijk no podría ganar esta partida. Las comisuras de su boca se crisparon con repugnancia.
Su trabajo lo había llevado a conocer a estas criaturas - ni siquiera podía llamársele personas. Nadie sabía exactamente a qué se debían sus mutaciones, pero todos estábamos de acuerdo en que representaban un serio peligro para la humanidad. Mientras los licántropos no podían infectar a otros hasta que se veían liberados por la luna llena, los cambiaformas podían pasar su maldición a sus descendientes. Durante su época como un soldado activo, Gregory había liderado misiones que incluía encontrar a las familias de esta especie. Las masacres se llevaban indiscriminadamente. Sus mujeres y niños estaban en la cima de la lista. Después de eso, los hombres se volvían locos y salían de su escondite, atacando, cegados por la ira. Muchos habían sido atrapados para su estudio. Los científicos de la inquisición se enzarzaban entonces en encontrar sus debilidades, algunos otros en encontrar una cura. A él solo le importaba la primera, no podría haber perdón para los demonios, nadie aseguraba que no recayeran. Zarkozi formaba parte del grupo que desconfiaba – completa y totalmente – de los condenados, de quienes decían buscar salvar su alma ayudando en la captura y eliminación de los suyos. El exterminio – en su opinión – debía ser para todos, incluyendo a sus hijos, después de servir a la causa. – Entremos. Señaló con un gesto de la cabeza hacia la puerta en la que se había detenido, esperaba que se tratara de su oficina. – A menos que quiera que sus compañeros de trabajo descubran al demente que aloja. Estaba ahí para solicitar sus servicios, no para entrar en un juego donde la hipocresía les ensombrecía.
Su trabajo lo había llevado a conocer a estas criaturas - ni siquiera podía llamársele personas. Nadie sabía exactamente a qué se debían sus mutaciones, pero todos estábamos de acuerdo en que representaban un serio peligro para la humanidad. Mientras los licántropos no podían infectar a otros hasta que se veían liberados por la luna llena, los cambiaformas podían pasar su maldición a sus descendientes. Durante su época como un soldado activo, Gregory había liderado misiones que incluía encontrar a las familias de esta especie. Las masacres se llevaban indiscriminadamente. Sus mujeres y niños estaban en la cima de la lista. Después de eso, los hombres se volvían locos y salían de su escondite, atacando, cegados por la ira. Muchos habían sido atrapados para su estudio. Los científicos de la inquisición se enzarzaban entonces en encontrar sus debilidades, algunos otros en encontrar una cura. A él solo le importaba la primera, no podría haber perdón para los demonios, nadie aseguraba que no recayeran. Zarkozi formaba parte del grupo que desconfiaba – completa y totalmente – de los condenados, de quienes decían buscar salvar su alma ayudando en la captura y eliminación de los suyos. El exterminio – en su opinión – debía ser para todos, incluyendo a sus hijos, después de servir a la causa. – Entremos. Señaló con un gesto de la cabeza hacia la puerta en la que se había detenido, esperaba que se tratara de su oficina. – A menos que quiera que sus compañeros de trabajo descubran al demente que aloja. Estaba ahí para solicitar sus servicios, no para entrar en un juego donde la hipocresía les ensombrecía.
Gregory Zarkozi- Inquisidor Clase Alta
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Re: Un pacto con el demonio {Reservado}
Sus pasos decididos continuaron y lo condujeron hasta la puerta de su oficina en la Universidad, sus pensamientos poco a poco se volvían a acomodar en ese atiborrado desván que era su mente, llena de cosas, llena de cajas llenas de polvo repletas de recuerdos que era mejor no consultar, bolsas negras de locura que era mejor no desatar, por un segundo agradeció haber sido distraído de su proceso mental, estaba harto de darle vueltas al asunto de Élie Debussy, existía la magia, misma que su amigo Nicola poseía, existían seres como él que cambiaban su forma a voluntad, pero no existía nada en el mundo con la capacidad de regresar el tiempo, además, era un hombre convencido de sus creencias, si pudiera volver a ese punto de quiebre, estaba aseguro que obraría del mismo modo. Antes de poder retomar el camino, o tomar otro entre sus pensamientos, su nombre pronunciado con firmeza llamó su atención, detuvo el paso a pocos centímetros de alcanzar la puerta que lo aislaría del barullo de los pasillos y giró sobre sus talones.
Ese mismo hombre que había rebasado hace tan solo unos se plantaba sobre él, Lodewijk trató de hacer memoria y buscar en su archivo personal un nombre que hiciera juego con el rostro que veía, en sus años de psiquiatra conoció a mucha gente por eso no era raro que le sucediera aquello, aunque siempre lograba recordar, siempre conseguía asignar un nombre a un rostro, pero esta vez simplemente no pudo y se dio cuenta que se trataba alguien nuevo que se cruzaba en su camino. No se sorprendía que el otro conociera su nombre, ya fuese porque lo conociera como el respetado doctor dedicado a la mente humana o porque simplemente había accedido a la lista de profesores que ejercían en la Universidad, aquella información no era un secreto celosamente guardado, en cambio, antes de poder decir algo, el hombre lo sorprendía con el comentario que vino a continuación. El neerlandés frunció el ceño extrañado y luego esbozó una sonrisa, más una careta de esa falsa cortesía suya que lo conducía a todos lados y lo ayudaba a acceder a ciertos lugares. Aunque claro, su crueldad tampoco era un secreto, pero tampoco quería tener la imagen de carnicero ante el mundo, era preferible ser el correcto Lodewijk van Otterloo, eso le facilitaba las cosas para sus propios fines, mismos que no eran grandes como la dominación mundial, simplemente ruines por naturaleza propia, había algo en quebrar las almas de los objetos de sus experimentos que le traía una satisfacción inmensa.
-Entremos –hizo una reverencia con la cabeza y abrió la puerta para dejar pasar primero al desconocido y luego él, cerrando tras de sí. El psiquiatra de pronto se sintió profundamente intrigado por la presencia ajena, utilizó su olfato de cánido para detectar algún aroma que le diera una pista sobre la identidad e intenciones del otro sujeto, pero no consiguió nada.
-Y dígame… -rodeó el escritorio que parecía el centro del micro universo de ese despacho-, ¿en qué puedo ayudarle? –siempre esa amabilidad desmedida, arma que dominaba y que era valiosísima-. Pero tome asiento –ofreció la otra silla en torno al escritorio mientras él mismo tomaba lugar con esa pared de tapiz azul y blanco como fondo, misma de la que colgaban algunas condecoraciones protocolarias, académicas –su certificado de egresado de esa misma Universidad incluido- y profesionales.
Ese mismo hombre que había rebasado hace tan solo unos se plantaba sobre él, Lodewijk trató de hacer memoria y buscar en su archivo personal un nombre que hiciera juego con el rostro que veía, en sus años de psiquiatra conoció a mucha gente por eso no era raro que le sucediera aquello, aunque siempre lograba recordar, siempre conseguía asignar un nombre a un rostro, pero esta vez simplemente no pudo y se dio cuenta que se trataba alguien nuevo que se cruzaba en su camino. No se sorprendía que el otro conociera su nombre, ya fuese porque lo conociera como el respetado doctor dedicado a la mente humana o porque simplemente había accedido a la lista de profesores que ejercían en la Universidad, aquella información no era un secreto celosamente guardado, en cambio, antes de poder decir algo, el hombre lo sorprendía con el comentario que vino a continuación. El neerlandés frunció el ceño extrañado y luego esbozó una sonrisa, más una careta de esa falsa cortesía suya que lo conducía a todos lados y lo ayudaba a acceder a ciertos lugares. Aunque claro, su crueldad tampoco era un secreto, pero tampoco quería tener la imagen de carnicero ante el mundo, era preferible ser el correcto Lodewijk van Otterloo, eso le facilitaba las cosas para sus propios fines, mismos que no eran grandes como la dominación mundial, simplemente ruines por naturaleza propia, había algo en quebrar las almas de los objetos de sus experimentos que le traía una satisfacción inmensa.
-Entremos –hizo una reverencia con la cabeza y abrió la puerta para dejar pasar primero al desconocido y luego él, cerrando tras de sí. El psiquiatra de pronto se sintió profundamente intrigado por la presencia ajena, utilizó su olfato de cánido para detectar algún aroma que le diera una pista sobre la identidad e intenciones del otro sujeto, pero no consiguió nada.
-Y dígame… -rodeó el escritorio que parecía el centro del micro universo de ese despacho-, ¿en qué puedo ayudarle? –siempre esa amabilidad desmedida, arma que dominaba y que era valiosísima-. Pero tome asiento –ofreció la otra silla en torno al escritorio mientras él mismo tomaba lugar con esa pared de tapiz azul y blanco como fondo, misma de la que colgaban algunas condecoraciones protocolarias, académicas –su certificado de egresado de esa misma Universidad incluido- y profesionales.
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Re: Un pacto con el demonio {Reservado}
“El mal es el rostro detrás de mil máscaras.”
La pistola era un peso agradable en su abrigo. Le tomaría unos buenos segundos llegar hasta ella. De no necesitar la ayuda del profesor, habría entrado con el arma en la mano. ¿Era esa razón suficiente para no entrar con la amenaza subyugando en sus palabras? No. Por supuesto que no. El veterano no confiaba en sí mismo para no accionar el gatillo a la menor provocación. Odiaba a esas criaturas. Su rostro no hacía nada por ocultarlo, todo lo contrario, esa notoria seriedad dejaba en claro cuán desagradable le resultaba tener un trato con el profesor. Un par de cuchillos de plata estaban atados bajo sus mangas. Nunca se iba lo suficientemente preparado. Ellos podrían ser más rápidos, más fuertes, pero incluso ellos no vivían por siempre. Podía matárseles. Los inquisidores habían mostrado su teoría. Luchaban y cazaban bajo esa doctrina. Sin embargo, no se engañaba. Sus años como cazador habían quedado atrás y eso le molestaba, lo suficiente como para pensar en abrazar a la oscuridad. Nunca lo admitiría. Convertirse en aquello que cazaba era el equivalente a la alta traición en la Santa Inquisición. Por supuesto, ellos no tendrían porqué saber que había sido transformado bajo su consentimiento. Sería más útil luchando que enseñando. Había entrenado desde pequeño para eso. ¿Podría el profesor encontrar una forma de alargar su vida si los experimentos tenían éxito? No solo estaba ahí para encontrar una cura para la licantropía. Su mirada nunca se apartó de los orbes del cambiaformas. El peso en ellos era una lucha de egos. ¿Quién la apartaría? Gregory apostaba la daga que llevaba en su bota a que no sería el primero. ‘No es arrogancia si puedes sostenerlo’. – Permítame presentarme primero. Llegados a un acuerdo y, no dudo que llegaremos a ello, ésta no será la primera ni la última vez que nos encontremos.
Si bien una fría cordialidad teñía sus palabras, no hubo un gesto que le acompañara. – Soy Gregory Zarkozi, antiguo y aún vigente miembro de la Santa Inquisición. Dejó que sus palabras flotaran en el aire. La tensión crepitaba entre ellos. El profesor podría saltar sobre él, nada se lo impedía. – Le hemos estudiado, señor van Otterloo. Mis compañeros podrían entrar esta noche a sus aposentos y matarlo. Nadie les condenaría. La conversación fluía como si se tratase de un par de conocidos. – Sé qué y quién es. Estoy aquí porque necesito, no su ayuda, su cooperación. Los orbes del cazador parecían oscurecerse. No esperaba que el cambiaformas se tomara la ‘amenaza’ agradablemente. Gregory, en cambio, parecía encontrarse en su entorno. – ¿Hace cuánto tiempo que no emplea uno de sus métodos? Le estoy ofreciendo la oportunidad de hacer lo que mejor sabe, profesor. Experimentar. Todo lo que tiene que encontrar para mí son las respuestas. No iba a mentir ni fingir que no lo necesitaba. Estaba ahí por una razón. Si creyese que el profesor no podía actuar de forma frívola, sin importarle la cordura de sus pacientes, se hubiese ahorrado la molestia de presentarse personalmente. Existían ocasiones en que, aquéllos que entrenaba, llevaban ante él a cambiaformas y licántropos. Los vampiros morían casi siempre en batalla, la habilidad que tenían de controlarlos, obligaba a los cazadores a tomar precauciones. ‘Mejor ellos que nosotros’. Algunas veces, sin embargo, ocurría que un neófito era drenado hasta casi vaciarlo. Esta vez, sin embargo, el señor van Otterloo no trabajaría con un extraño, serían sus hijos los que buscarían el perdón de Dios ofreciendo sus cuerpos para un bien mayor.
Gregory Zarkozi- Inquisidor Clase Alta
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Re: Un pacto con el demonio {Reservado}
Aunque estaba en su entorno, no dejaba de sentirse amenazado. La batalla de miradas era evidente, pero Lodewijk no era un tipo que se dejara vencer con facilidad, después de todo una de sus tantas filosofías basadas en la soberbia era que él siempre ganaba. Iba a tomar asiento, pero en cambio se quedó de pie y apoyó un puño cerrado sobre la superficie del escritorio, mirando al extraño con esos orbes azules que parecían poder develar los más íntimos secretos de las personas, después de todo, técnicamente ese era su trabajo. Lo dejó hablar, ante todo estaba la cortesía aunque ésta no fuese más que una falacia, el neerlandés vivía en una constante, en la que ocultaba el verdadero monstruo que era, y no se refería a la habilidad de cambiar de forma, sino al alma obscura que poseía en donde la destrucción era el único leit motiv. Progreso a través de la destrucción, porque cuando la maleza amenaza a la cosecha, hay que prenderle fuego, eso es lo que Lodewijk hacía, incendios controlados, el problema era darle lumbre a un pirómano social como él.
No se inmutó ante nada de lo que escuchaba, desde luego por dentro de inmediato comenzó a conjeturar, a preguntarse y darse respuestas, pero por fuera mantuvo el semblante impasible e incluso cordial que siempre lo acompañaba, lo único que cambió fue que dibujó una sonrisa de lado, un gesto insignificante en apariencia, pero que pintado en el pálido rostro del psiquiatra, lucía burlón, malvado y autosuficiente por igual. Asintió luego y suspiró con falso histrionismo; era un actor experto.
-Me alegra saber entonces que no viene a cazarme, pese a tantas amenazas –en su voz fue evidente el sarcasmo, tampoco intentó fingir que no sabía de qué le hablaba, ser lo que era siempre había sido un orgullo, en parte porque sus padres así se lo inculcaron, aunque jamás había usado esa habilidad suya para el combate, ahí debía admitir que el otro tenía una ventaja, misma que no aceptaría en voz alta, eso se sobrentendía-, y está de más que me presente cuando es evidente que sabe mucho sobre mí –el mismo tinte arrogante en su voz se mantuvo. Entornó la mirada escuchando la extraña oferta, sonaba interesante, debía admitirlo pero qué le aseguraba que no era una clase de trampa, su invitado, Zarkozi era inquisidor y él cambiaformas, no se necesitaba ser un genio para hacer la ecuación correctamente. Rio y se cruzo de brazos sin responder de inmediato; su risa fue ronca, breve, apagada, más como si riera para sus adentros y por error ese sonido hubiese salido al exterior.
-Si me ha investigado como dice, sabrá que ya no practico la psiquiatría desde hace algún tiempo –explicó –pero que hago visitas regulares al Hospital, para… no perder la costumbre –la casualidad de su voz no calzaba con las atrocidades que lo que decía escondía. Rodeó el escritorio, pero no caminó en dirección a su invitado, se mantuvo a distancia, era su enemigo natural aunque la Inquisición y los cazadores lo tenían sin cuidado la mayoría del tiempo. Tensó las mandíbulas pensando y sopesando sus opciones, pese a que el hombre le ofrecía aquello que había estado ansiando desde el incidente Debussy, tampoco era alguien que actuara tan visceralmente, una de sus tantas cualidades era ser calculador y bastante frío a la hora de actuar, muy pocas cosas lo hacían perder el control, y aunque la idea podía resultarle emocionante, necesitaba más información primer.
-Muy bien, debo admitir que es una propuesta… interesante –enfatizó la última palabra, porque englobaba tantos significados que debía ser pronunciada con cuidado –mi gran labor es encontrar respuestas, sólo necesito que me hagan las preguntas indicadas –sus ojos celestes tuvieron un brillo especial, siniestro a falta de una mejor palabra-, así que… ¿cuáles son esas interrogantes? Si son lo suficientemente seductoras para mí, no dude que lo ayudaré –uso el verbo «ayudar» adrede, porque quería dejar en claro que le iba a hacer un favor en caso de aceptar, por mucho que Zarkozi fuese con esa actitud de perdona vidas. Lodewijk comenzaba a disfrutar el intercambio de palabras, le gustaban los rivales dignos.
No se inmutó ante nada de lo que escuchaba, desde luego por dentro de inmediato comenzó a conjeturar, a preguntarse y darse respuestas, pero por fuera mantuvo el semblante impasible e incluso cordial que siempre lo acompañaba, lo único que cambió fue que dibujó una sonrisa de lado, un gesto insignificante en apariencia, pero que pintado en el pálido rostro del psiquiatra, lucía burlón, malvado y autosuficiente por igual. Asintió luego y suspiró con falso histrionismo; era un actor experto.
-Me alegra saber entonces que no viene a cazarme, pese a tantas amenazas –en su voz fue evidente el sarcasmo, tampoco intentó fingir que no sabía de qué le hablaba, ser lo que era siempre había sido un orgullo, en parte porque sus padres así se lo inculcaron, aunque jamás había usado esa habilidad suya para el combate, ahí debía admitir que el otro tenía una ventaja, misma que no aceptaría en voz alta, eso se sobrentendía-, y está de más que me presente cuando es evidente que sabe mucho sobre mí –el mismo tinte arrogante en su voz se mantuvo. Entornó la mirada escuchando la extraña oferta, sonaba interesante, debía admitirlo pero qué le aseguraba que no era una clase de trampa, su invitado, Zarkozi era inquisidor y él cambiaformas, no se necesitaba ser un genio para hacer la ecuación correctamente. Rio y se cruzo de brazos sin responder de inmediato; su risa fue ronca, breve, apagada, más como si riera para sus adentros y por error ese sonido hubiese salido al exterior.
-Si me ha investigado como dice, sabrá que ya no practico la psiquiatría desde hace algún tiempo –explicó –pero que hago visitas regulares al Hospital, para… no perder la costumbre –la casualidad de su voz no calzaba con las atrocidades que lo que decía escondía. Rodeó el escritorio, pero no caminó en dirección a su invitado, se mantuvo a distancia, era su enemigo natural aunque la Inquisición y los cazadores lo tenían sin cuidado la mayoría del tiempo. Tensó las mandíbulas pensando y sopesando sus opciones, pese a que el hombre le ofrecía aquello que había estado ansiando desde el incidente Debussy, tampoco era alguien que actuara tan visceralmente, una de sus tantas cualidades era ser calculador y bastante frío a la hora de actuar, muy pocas cosas lo hacían perder el control, y aunque la idea podía resultarle emocionante, necesitaba más información primer.
-Muy bien, debo admitir que es una propuesta… interesante –enfatizó la última palabra, porque englobaba tantos significados que debía ser pronunciada con cuidado –mi gran labor es encontrar respuestas, sólo necesito que me hagan las preguntas indicadas –sus ojos celestes tuvieron un brillo especial, siniestro a falta de una mejor palabra-, así que… ¿cuáles son esas interrogantes? Si son lo suficientemente seductoras para mí, no dude que lo ayudaré –uso el verbo «ayudar» adrede, porque quería dejar en claro que le iba a hacer un favor en caso de aceptar, por mucho que Zarkozi fuese con esa actitud de perdona vidas. Lodewijk comenzaba a disfrutar el intercambio de palabras, le gustaban los rivales dignos.
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