AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Demonio /privado
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Demonio /privado
Seis meses. Seis meses y ninguna clase de mejoría. ¿Qué clase de magia habitaba en la mente de Aquel muchacho? ¿Magia negra o magia blanca? ¿Por qué el alto prelado me habría encomendado tal misión con tal sigilo y aprensión? ¿Acaso era verdad que un demonio habitaba en su cuerpo, controlando su voluntad a placer, convirtiéndole en un magnífico pianista, deleitándonos el oído y el alma con obras tan sublimes como caprichosas? Completamente un misterio. Ni los más prestigiados psicólogos y psiquiatras de Paris, habían podido dar un diagnóstico certero. Lavoisier era un caso único y excepcional. Tanto, que la iglesia misma estaba inmiscuida y empeñada en conocer la verdad detrás de todo.
Pero, ¿acaso la iglesia había considerado la posibilidad de practicarle un exorcismo? ¿Esperaba que un inquisidor condenado como yo, experto en otro tipo de situaciones desenmarañara el misterio? ¿Dónde estaban los exorcistas? ¡¿Dónde?! Por más que trataba de encontrar el porqué de las cosas, no lograba encontrar una respuesta lógica. Para mí, simplemente se trataba de un jovenzuelo enfermo y solitario tratando de llamar la atención. Por otro lado… No estaba en mí desobedecer las órdenes de la santa iglesia. Si acaso el chico estaba en poder del maligno, sería bajo mi encomienda, darles el veredicto final, y quizás darle el tiro de gracia. Una verdadera lástima en caso de que descubriese que un ente demoniaco, efectivamente, se había apoderado de su persona. Entonces, su destino, sería inevitablemente el aislamiento y… otras cosas mucho peores.
Suspiré una vez más antes de que el carruaje parase en la entrada del sanatorio italiano, donde le tenían. Había sido una noche muy larga, demasiado. Tanto que me obligué a mí mismo a acudir a la cita, tan puntual como me fuese posible. Masajeé un poco las sienes y el tabique nasal. La noche se presentaba sumamente fría. Mis manos temblaban y mi humor no parecía mejorar. Necesitaba con urgencia un descanso. Las pociones revitalizantes cada vez eran menos efectivas, puesto que dormir ocho horas de corrido había dejado de ser una posibilidad latente. Por más que fueran pociones “mágicas” mi cuerpo no lo era, y sin un descanso merecido, el efecto no era el esperado.
Mi sirviente abrió la puerta, al momento que una ligera ventisca invernal se colaba al interior. Me arropé lo más que pude, dejándole muy en claro que no me esperara, que se retirara. Pasaría la noche en el sanatorio como tantas otras veces. Para tales menesteres, se me había acondicionado una confortable habitación al lado del endemoniado, porque las manifestaciones se acentuaban por las madrugadas y había que anotar cualquier cambio repentino en su comportamiento, por más mínimo que este fuese.
Alcancé la reja del sanatorio, y la abrí dando un pequeño empujón. Ésta se abrió chirriando. Ni siquiera me molesté en cerrarla, el viento hizo el trabajo por mí, azotándola de manera estruendosa. Apuré los pasos sin levantar la vista, hasta que me encontré con la figura de mí encomendado, sentado en los últimos escalones que bajaban al patio principal, por donde había entrado. Alcé una ceja, claramente contrariado por encontrarle fuera de su habitación. ¿Dónde estaba el enfermero de guardia? ¿Por qué motivo, razón o circunstancia no había nadie vigilándole?
– ¿Qué haces aquí? – Pregunté visiblemente molesto – No se supone que debas deambular por el sanatorio como alma en pena. ¿Cuándo será el día en que sigas las reglas? ¿Acaso es tan difícil? – Proseguí mi camino, esperando que me siguiese. Ya no era un crío al cuál debía llevársele de la mano como niño regañado. Si en verdad estaba deseoso de curarse, me seguiría, de lo contrario, simplemente llegaría hasta mi habitación y me entregaría a un buen y merecido sueño reparador.
Pero, ¿acaso la iglesia había considerado la posibilidad de practicarle un exorcismo? ¿Esperaba que un inquisidor condenado como yo, experto en otro tipo de situaciones desenmarañara el misterio? ¿Dónde estaban los exorcistas? ¡¿Dónde?! Por más que trataba de encontrar el porqué de las cosas, no lograba encontrar una respuesta lógica. Para mí, simplemente se trataba de un jovenzuelo enfermo y solitario tratando de llamar la atención. Por otro lado… No estaba en mí desobedecer las órdenes de la santa iglesia. Si acaso el chico estaba en poder del maligno, sería bajo mi encomienda, darles el veredicto final, y quizás darle el tiro de gracia. Una verdadera lástima en caso de que descubriese que un ente demoniaco, efectivamente, se había apoderado de su persona. Entonces, su destino, sería inevitablemente el aislamiento y… otras cosas mucho peores.
Suspiré una vez más antes de que el carruaje parase en la entrada del sanatorio italiano, donde le tenían. Había sido una noche muy larga, demasiado. Tanto que me obligué a mí mismo a acudir a la cita, tan puntual como me fuese posible. Masajeé un poco las sienes y el tabique nasal. La noche se presentaba sumamente fría. Mis manos temblaban y mi humor no parecía mejorar. Necesitaba con urgencia un descanso. Las pociones revitalizantes cada vez eran menos efectivas, puesto que dormir ocho horas de corrido había dejado de ser una posibilidad latente. Por más que fueran pociones “mágicas” mi cuerpo no lo era, y sin un descanso merecido, el efecto no era el esperado.
Mi sirviente abrió la puerta, al momento que una ligera ventisca invernal se colaba al interior. Me arropé lo más que pude, dejándole muy en claro que no me esperara, que se retirara. Pasaría la noche en el sanatorio como tantas otras veces. Para tales menesteres, se me había acondicionado una confortable habitación al lado del endemoniado, porque las manifestaciones se acentuaban por las madrugadas y había que anotar cualquier cambio repentino en su comportamiento, por más mínimo que este fuese.
Alcancé la reja del sanatorio, y la abrí dando un pequeño empujón. Ésta se abrió chirriando. Ni siquiera me molesté en cerrarla, el viento hizo el trabajo por mí, azotándola de manera estruendosa. Apuré los pasos sin levantar la vista, hasta que me encontré con la figura de mí encomendado, sentado en los últimos escalones que bajaban al patio principal, por donde había entrado. Alcé una ceja, claramente contrariado por encontrarle fuera de su habitación. ¿Dónde estaba el enfermero de guardia? ¿Por qué motivo, razón o circunstancia no había nadie vigilándole?
– ¿Qué haces aquí? – Pregunté visiblemente molesto – No se supone que debas deambular por el sanatorio como alma en pena. ¿Cuándo será el día en que sigas las reglas? ¿Acaso es tan difícil? – Proseguí mi camino, esperando que me siguiese. Ya no era un crío al cuál debía llevársele de la mano como niño regañado. Si en verdad estaba deseoso de curarse, me seguiría, de lo contrario, simplemente llegaría hasta mi habitación y me entregaría a un buen y merecido sueño reparador.
Antonio de Carvajal- Condenado/Hechicero/Clase Alta
- Mensajes : 203
Fecha de inscripción : 04/07/2011
Localización : París, Francia.
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