Cuando invocas al demonio [Privado]

Mis manos temblaban manchadas de sangre, sabía que yo había acabado con la figura postrada a mis pies , no quería...yo no quería hacerlo...pero ella no me dejó opción quería retener mi andar quería frenarme con su moral. Y entonces le di vuelta para ver sus cabellos rubios pegados a su piel nivea , aquellos ojos verdes estaban ya sin luz y sus finos labios callados para siempre. -Adiós...Mia-

El hogar. La casa residencial. Las paredes de unos muros que protegían de la tempestad. Eso es lo que pensarían todos aquellos humanos que vivían felices e infelices en sus hogares, pagando sus impuestos, manteniendo vidas rutinarias sin mas sopor que el temor al dia de sus propios juicios finales. La figura que allí se cernía, sobre el balcón, la de una mujer que aparentemente ya había sucumbido al tesón. Había sucumbido a la negación y la posterior aceptación de a quien pretendía llamar. Alguien que.. ya había visto. Que ya había presenciado. Sobre sus elegantes manos reposaba el papiro amarillento de piel que conscernía la Carta que él, La Oscuridad, le había entregado en aquél encuentro, frío y cándido por partes iguales, como un angel guardián que se aparece en tu momento de mayor necesidad.

La única diferencia con esas historias era que, el Guardián de Mía no era un ángel de alas celestes y cabello rubio platino. Mas bien.. un Ángel negro. Una gárgola. Un enorme murciélago. Un.. Pájaro Negro. La tenue voz hilada en temor de la pequeña humana de nombre Mía rezumbo por toda la casa usando las paredes como conducto y vía. Mas nadie allí se presentó. El sol se escondía apresuradamente dando la bienvenida a una cerrada noche cuyas alas amamantaba la lúgubre casa que se formaba en aquél rincón. La brisa pronto se transformaba en gélido viento, del mismo modo que los árboles cercanos comenzaban a mecerse.

Las hojas caían poco a poco por el sopor de éste, a la misma vez que la humedad del ambiente hacía su propia metamorfosis en una densa niebla gris en la oscura nocturnidad. Cuando la chica mirase hacia atrás, hacia el pasillo que le daba cogijo en el interior, no vería otra cosa que los candelabros que posaban velas e iluminaban el camino, si, pero.. muy distintos. Ya no estaban pegados a la pared como viene a ser lo normal, si no que, brazos, brazos humanos, salían de la pared, sujetando cada uno de los recipientes de luz que allí se encontraban. Las hojas de las macetas del balcón pronto relucían mas bellas que nunca, con hojas verdes relucientes. El vendaval hacía de los ventanales un sonido que acompañaba a la oscura orquesta que daba forma a la escena. La bata de Mía, sus cabellos fondeando por el viento y ella pensando que al taparse, se protegía.

El sonido de unas alas ahuecando en el cielo de la noche, a la espalda de Mía.
Plumas negras callendo suavemente, posándose en el suelo del balcón.

Unas manos, enormes, con forma de garras, aparecían desde la oscuridad acompañadas de su dueño. Una figura de dos metros diez, con dos enormes alas a la espalda, abiertas y apuntando hacia el cielo nublado de la cerrada noche. Una melena de color azabache, fondeando como una bandera negra en un navío pirata de guerra. Una sonrisa, cargada de intenciones oscuras y lascivas. Intenciones poderosas e incipiosas. Una mirada lúgubre. Las manos se posaron en los hombros de Mía de forma natural, como si cayesen lentamente del cielo como sus plumas. Acto seguido su boca se acercó al oido de la humana.





-Pronuncia de nuevo mi nombre, Mía.

El viento susurraba frases innegables. Arrastraban los sonidos de aquellos lugares donde solo los dignos, donde solo los que buscan la real y cierta verdad sobre la vida y sus delirantes ramificaciones, llegan. Aquellas benevolentes alas negras emplumaban el paisaje salpicándolo de pinceladas negras en forma de liviano plumaje que llovía hacia el suelo. Su boca, la boca de un dios, posada en la fina piel de aquella pequeña oreja, hizo los primeros avistamientos de un acercamiento.. más carnal y patriarcal, que agresivo u osado. Los dientes aparecieron apresando lívidamente aquél lóbulo que libre ya no era. Su lengua, majestuosa como ninguna, daba tiernos circulos catando cada centímetro del cartílago. ¿Su respiración? Fingida, sobre pleno oido y lenta, muy.. lenta. Sonrió al escuchar a aquella chica que le había invocado mediante su nombre.

-Nada ha de temer.. Pequeña Mía, pues se de vos, y vos de mi. ¿Quiere temerme? ¿O quiere tomarme? ¿Prefiere odiarme? ¿O de lo contrario abraza la proteccion que le brindo? -Nuevamente, aquella cruel y aspada sonrisa en la oscuridad se dibujaba en su propia crueldad. Sus manos navegaban por aquellos hombros descargándolos de tensión por algun extraño motivo. -La duda.. Mía, no es un camino.. Nunca debe de dudar de mi. Mi nombre pronunciaste.. y aquí aparecí. En sueños me cantaste.. tu letra se refería a mi. Si cantas junto a mí, mi gran poder. Mi influjo sobre ti.. podrá crecer.- Cada palabra pronunciada, su boca se acercaba mas a la ajena, hasta toparse con sendas comisuras labiales. Las lamió. Suavemente. Sonrió. -Así que.. Mía, canta para mi.. ¿Que busca de mi? ¿Que quiere de mi poder? ¿Dispuesta a pagar su precio, angel mío? ¿A unirte a la cacofonía? ¿A la orquesta? -Finalmente, apresó los labios ajenos, con suma delicadeza, como si Mía fuera una pieza de museo, o la dama dentro de un artístico cuadro.

Su cuerpo desapareció, únicamente para aparecer al fondo del pasillo.. cuya iluminación era dada por aquellos extraños candelabros sujetados por brazos humanos que salían de la propia pared, invitando a la chica a caminar, a ir hacia el ángel oscuro. Hacia Maxwell Blackbird. -Camina por valle tenebroso.. por la oscuridad, y yo seré tu luz. Ven hacia mí.. y una vez llegues a la grandeza, canta. Cuénteme que desea.. de mi, y yo le contaré... -Abrió los ojos, en forma.. ciertamente tierna, suave, leve, como alguien preocupado y deseaoso de dar proteccion y cobijo en una tempestad eterna. -Lo que deseo de vos. No temas.. Mía, confía en mi, y el camino se abrirá ante ti. Puedo ver tus deseos.. lo que ocurre en tu cabeza, pero quiero oir su voz.. su melancólico canto.. y deleitarme una vez mas, antes de abrir mis alas y masacrar. Matar. Asesinar, a quien daño te ha causado y seguirá causándole.. de no poner remedio.






-Yo soy el remedio y la cura. -Dijo finalmente, abriendo los brazos, en la siniestra espera allá al final del Pasillo, a que Mía caminara por la sombra hasta llegar a él.