De este momento pende la eternidad [Rhaegar Taret]

Los acordes de la música saturaban el ambiente del gran salón, casi con la misma intensidad que los perfumes dulzones de las incontables damas que se pavoneban por todos los rincones, dejándose cortejar, coqueteando descaradamente; reinaba la euforia, en parte propiciada por las grandes cantidades de vino que se servían, y a esas alturas de la velada, nadie reparaba ya en la solitaria mujer que miraba toda la escena silenciosamente; pues hacía un buen rato que se había dispersado un corrillo de jóvenes de ambos sexos que, atraídos por esa presencia tan solemne en un sitio donde la consigna era divertirse, la habían rodeado para asediarla con toda clase de preguntas sin importancia.

Aurelia había escuchado tanto de las suntuosas fiestas ofrecidas en el Palais Royal, que se había sentido (por fin) tentada de vivir una en carne propia, y ahí estaba. Si era completamente franca, la experiencia no tenía nada de extraordinario, excepto el hecho de que en dicho sitio se congregaba la élite de la ciudad y había tanta gente, que de inmediato pensó en las oportunidades que tendría para practicar la cacería sutil, el arte de la seducción que tenía tan olvidado. No faltaría algún alma perversa deseosa de entregarse a la muerte en sus brazos; le bastaba fijarse con detenimiento en alguien y dejar que su mirada le abriera la puerta a sus recuerdos para descubrir a un ser monstruoso tras la reluciente fachada de una duquesa o cualquier otro ejemplar por el estilo, y para ese ejercicio, resultaba más conveniente la soledad que el bullicio al que se había visto sometida anteriormente.

Ya había localizado a un par de víctimas, pero decidió esperar un poco más... a que la orquesta hiciera una pausa y la gente se dispersara en grupos para charlar. Mientras esperaba, se preguntó si habría otras criaturas de la oscuridad acechando a sus presas, como hacía ella, y no tuvo que esperar mucho por la respuesta. Fue una visión fugaz entre los rostros de mejillas sonrosadas de la concurrencia: una cara (cuya palidez sólo podía significar la ausencia de vida auténtica) en la que relucían dos grandes ojos azules, que la miraban desde el otro lado del salón. Aurelia no se movió, temiendo perderlo de vista, pero bastó un parpadeo para que al volver a mirar hacia aquel sitio, el hombre ya no se encontrara allí. Suspiró, dejando a un lado la idea de ir a encontrarse con el bebedor de sangre, creyendo que tal vez fuera producto de su imaginación.

Se levantó y se dirigió hacia una puerta que daba al bello jardín, por donde había visto salir a una de sus víctimas. Cuando se encontró en el umbral, vio al otro vampiro ahí de pie, impasible pero con la misma mirada ávida de antes, como si la hubiera estado esperando.

Si tuviese que escoger su lugar preferido para cazar a sus víctimas, Rhaegar, sin duda, escogería las fiestas del Palacio Royal, y es que la crème de la crème de la sociedad francesa -vividores, cazafortunas en búsqueda de nuevos maridos, señoritos robando las “virtudes” de sus prometidas, mujeres que estarían más a gusto en los burdeles, pervertidos, viejas chismosas y ladrones- se reunía allí para celebrar lo que se le viniese en gana con tal de que les diera la posibilidad de beber copas tras copas y así, sin tapujos, liberar sus más oscuros deseos.

Las ganas de aferrarse a la vida de toda esa gente hacían que el momento de sus muertes fuese en extremo excitante para el vampiro que se encontraba de pie bajo el arco de la entrada al salón de baile.

Tenía la mirada fija en su próxima cena: un joven rubio, esbelto y de buen porte que alardeaba junto a sus amigos lo que haría dentro de unas horas con su prometida.

Estaba observando aquello cuando de pronto una presencia extraña llamó su atención: Una mujer de aspecto sombrío miraba en la misma dirección que él, inmóvil como una estatua de sal, mientras el mundo giraba a su alrededor.

La joven víctima pasó a segundo plano en ese mismo instante y es que los ojos marrones de aquella mujer dejaban entrever su experiencia y su longevidad.

Una acogedora sensación proveniente de algo similar a un escalofrío recorrió el cuerpo de Rhaegar que sonrió levemente al cruzar su mirada con la de Aurelia. No fue ni siquiera un segundo, pero había sido tan intenso que era necesario hacerse notar, por lo que desapareció de su vista de inmediato, para conseguirle un presente.

— Bonne Nuit— siseó al oído de una joven que esperaba en el balcón a alguien, al tiempo en que la tomaba por la cintura y la aferraba a su cuerpo para encantarla.

Junto en aquel momento, la vampiro apareció en el patio y lo vio.

— ¿Gusta de una copa, mademoiselle, o prefiere beber directamente de la fuente?— preguntó con un dejo de coquetería en la voz.

No sabía cómo reaccionaría Aurelia, pero confiaba en que le agradaría mucho cualquier cosa que hiciere ya que de por sí estaba fascinado con que le superara tan ampliamente la edad.

— ¡Myrcella!— se escuchó decir de pronto desde el interior— ¿Qué se supone que estás haciendo en los brazos de ese hombre?

Rhaegar miró el lugar de donde provenían aquellos gritos y notó que se trataba del joven que había querido cenar antes de conocer a Aurelia.

Sin duda alguna, aquella fiesta sería la mejor que el Palacio Royal jamás había dado.

El vampiro, definitivamente no era una alucinación. Estaba ahí, asiendo a una hermosa mujer a la que había subyugado y se la ofrecía, como quien ofrece un caramelo o un cigarrillo, con el aplomo y descaro de un casanova. Aurelia lo miró, enarcando la ceja izquierda, expresando sorpresa y una ligera desaprobación, aunque no dejaba de sentirse halagada por aquel gesto. Sin duda eso significaba que él deseaba un acercamiento. Ella dudó un segundo, pero tras examinarlo brevemente pudo atisbar su juventud y se sintió atraida por su refinado aspecto, por el nítido azul de sus ojos (que destellaban de expectación) y por su audacia.

Ella no había respondido a la invitación.; sin embargo, antes de que puidera emitir palabra alguna, una voz masculina irrumpió en la escena reclamando a la chica que el otro le ofrendaba. Aurelia se volvió y habló al hombre tranquilamente, valiéndose de su poderosa capacidad de persuasión: -Le ruego que no se ofenda, monsieur, mi amigo y yo sólo charlábamos un poco con ella, pero de pronto se sintió mareada y él tuvo que sostenerla-. De inmediato el ímpetu de del mortal se aplacó, pero su rostro todavía se encontraba enrojecido por la profunda indiganción que sentía. La vampiresa miró a Rhaegar con complicidad y tomó del brazo al recién llegado, susurrándole que nada raro sucedía; luego se dirigió al vampiro. -El obsequio no era necesario, pero te lo agradezco- dijo mientras extendía su mano para que él la besara.

Ambos humanos se hallaban claramente confundidos, pero la situación debía solucionarse de algún modo. Aurelia no negaba que deseaba con ansias alimentarse del bravucón que su congénere había atraído, pero no quería saber nada sobre la chica y le causaba conflicto que se hallara en medio de aquel lío. Frunció el entrecejo mientras pensaba en ello. No sabía qué clase de temperamento tenía Rhaegar, no sabía nada de él, ni lo que deseaba de ella. -Y bien... ¿qué es lo que pretendes, mon cher? Estaré encantada de escucharte-. La pregunta quizá sonara demasiado ruda (aunque había procurado emplear su tono de voz más dulce) pero el momento no era para andarse con rodeos.