Una compra, un posible destino [Libre]

por **Virgilio de Salszburgo** Mar Ene 17, 2012 5:59 am

Hacía días que no salía de mi casa. Me había enfrascado tanto en la lectura y en descifrar unos escritos antiguos sobre "los malditos" que había perdido al noción del tiempo...al igual que la de cuanta comida quedaba en la alacena. Fue cuando el hambre me superó y descubrí que no tenía nada para comer que decidí salir a comprar algo para reabastecerme. La noche estaba al caer y los comercios cerrarían pronto, así que tenía que apresurarme.

Cuando el sol era apenas un brillo purpura sobre los tejados de París llegué a la tienda más cercana y esperé mi turno. Había 3 persona por delante mía, seguro que personas en la misma situación que yo o similares. Fui haciendo mentalmente una lista de las cosas que iba ha comprar. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que había salido de la casa sin protección alguna contra seres de ultratumba. Debía tener cuidado y no llamar la atención en exceso...los años de cacerías me habían vuelto bastante paranoico.

Finalmente llegó mi turno...

- Buenas noches, querría un par de hogazas de pan, una botella de vino, dos conejos y a ser posible unas cien libras de carne de ternero.

por **Lola Johnson** Vie Feb 24, 2012 7:27 pm

No era uno de los mejores días para cenar sola, y eso mismo era lo que pensaba mientras me sentaba a la mesa. La criada se movía nerviosamente caminando a cortos pasos de la cocina al comedor, cargada con bandejas de plata repletas de manjares humeantes mientras que os cocineros retocaban los últimos detalles de sus patos. Miré a mi alrededor y observé el vacío comedor de inmensas proporciones, decorado fríamente con terciopelo verde. Era una extraña sensación puesto que no echaba de menos a nadie ni quería compañía pero necesitaba desconectar, dejar mi mente volar y olvidarse tan siquiera que vivía encerrada en un palacete en lo alto de una decadente ladera de las afueras de París.

-Me voy. Cuando vuelva no quiero mi comida fría. Despidan al metre y
prepárenme un carruaje a la ciudad, voy a comprar vino.

Me levanté haciendo chirriar las patas de la silla contra el suelo y me cambié de ropajes. No estaba segura de que fuera eso o que deseaba en aquel momento, pero mi apatía me impedía quedarme un segundo más allí.

El carruaje llegó en menos de media hora a una de las pocas tiendas que aún quedaban abiertas a aquellas horas de la tarde de aspecto ordinario. Entré y esperé mi turno cuando de sorpresa escuché una voz muy conocida: era Virgilio el cazador. Mis ojos se iluminaron ante a sorpresa y la satisfacción de encontrar lo que buscaba y con una mano en su hombro le saludé cordialmente:

-Mucho hacía que no nos veíamos, viejo amigo. ¿Has de cenar solo? Porque muchos son los temas que nos debemos poner al día, y mucho es el espacio vacío en mi mesa. Me sentiría halagada si aceptases mi invitación.

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