Mirando lápidas [Libre]

por **Jean-Luc Brûler** Dom Ene 22, 2012 10:59 pm

Jean-Luc estaba en el cementerio. El día estaba gris, nublado y triste, pero él, interiormente se sentía muy bien.. Aunque las lápidas frente a las que estaba rezasen nombres muy próximos al suyo: Guillaume Brûler, Annette Chevalle de Brûler y Thierry Brûler... Su padre, madre y hermano mayor respectivamente... Casi todo el grueso de la familia Brûler se encontraba en aquellos escasos metros de tierra, en grandes ataúdes coronados con aquellas inscripciones.
A pesar de que el representante legal de los difuntos había insistido que los tres fuesen depositados en el antiguo mausoleo familiar, Jean-Luc, haciendo gala de su posición de heredero de la fortuna y todas las propiedades familiares, se negó a esto argumentando que el mausoleo solo servía para aquellos que habían muerto luchando la batalla contra la edad o contra enemigos en una guerra, obteniendo la gloria de la muerte del oponente también... Pero que no se podía depositar allí a víctimas de accidentes.
Y ahora mientras observaba las inscripciones envuelto en una elegante y sedosa capa negra y debajo con finas ropas del mismo color, se regodeaba secreta e internamente al ver aquellos nombres inscritos... Aquellos estúpidos habían intentado retener el progreso de su mente y su conocimiento con las estúpidas barreras del dogma religioso, aquella retrógrada adoración a Dios... Un Dios que muy probablemente ni siquiera existiera...
Pero él no se había quedado conforme con lo poco que permitía conocer la estricta educación religiosa familiar, había buscado a escondidas por los recovecos más oscuros de París hasta que pudo dar con lo que buscaba, una nueva fuente de conocimiento: la brujería...
Y ahora, se enorgullecía en secreto de sus poderes como brujo... Y miraba con desdén las lápidas mientras pensaba con una sonrisa maliciosa:
"Padre, madre, hermano... Todos estaban tan equivocados... Siento lástima de ustedes... "

por Invitado Mar Ene 24, 2012 1:09 am

No era más que espuma de mar sobre la tierra. Un aliento. Vida efervescente. La existencia lucía tan breve que incluso la inmortalidad figuraba como opción. Pero su inmortalidad, la grisácea esencia de los condenados se transmuta en oscuridad, en lamentos, en todo menos algo grato. Los hombres no fueron hechos para eso y aún así es resulta seductor el poseer vida eterna. Un eterno debate en el que había quedado atrapada en el preciso momento en que les conoció. Malditas criaturas.

El tenue aroma de las rosas se conjugaba con el cielo pardo, conspirando contra el ánimo de París. Andrómeda se había detenido a la entrada del Montmartre, mirándole con inconformidad. Sus ojos fulguraban en una especie de reclamo. No sabía si envidiar a los muertos por dejar tal mundo o compadecerlos pues su destino tras su existencia en la tierra era tan incierto como la vida misma. Soltó una pesado bufido. Llevó un pie delante del otro, disponiéndose a andar, absorta en sus pensamientos, agotada por la caza de la noche anterior, considerando seriamente que su profesión la desgastaba más de lo que la beneficiaba, una constante erosión mental.

Negó con la cabeza, alzando la misma para echar un vago vistazo al cielo. Inhaló profundamente mientras aceleraba el paso sin razón aparente. En medio de su ensimismamiento alcanzó a vislumbrar una oscura silueta al pié de varias lápidas. Le escrutó con la mirada. Motivada por la curiosidad de su atuendo se encaminó en dirección del personaje, olvidando casi por completo su verdadero motivo en el cementerio. Sujetó con fuerza los tallos de las rosas, quedando a escasos metros de distancia de la figura. Atrevida, imprudente quizá, ignoró si elevaba plegarias a alguien cercano e irrumpió en el silencio del individuo sin más recato.

por **Jean-Luc Brûler** Mar Ene 24, 2012 1:43 pm

El joven Brûler estaba tan ensimismado en sus pensamientos que casi no se dio cuenta de la presencia muy cercana de alguien... Cuando los pasos de la persona que se acercaba resonaron sobre el sendero del cementerio, el muchacho volvió a la realidad y observó con sus oscuros ojos a la persona que se acercaba... Era una mujer. Una muchacha delgada y hermosa...
El solo hecho de verla le hizo sentir deseo, un deseo muy intenso...
"Maldita sea..." pensó refiriéndose al ataque de satiriasis que acababa de sufrir, pero negando con la cabeza logró centrarse... Observó a la chica y centrándose del todo logró olvidar aquel deseo y luego le sonrió para decirle, una vez que la chica se posicionó a su lado:
- Lindo día ¿no? En un cementerio los días nublados son fantásticos... Hay una paz que el sol no da...
Volvió a centrar su mirada en las lápidas... Aunque ahora ya no le importaban demasiado, desde la llegada de la chica, sus pensamientos se habían posado en ella... Su naturaleza curiosa demandaba saber más de ella... ¿Quién era? ¿A qué se dedicaba? ¿Porqué estaba allí? Las preguntas que surgían en la mente de Jean-Luc cada vez que conocía a alguien nuevo no tardaron en aflorar mientras leía distraídamente otra vez las inscripciones... Enfocó su mirada en los ojos azules grisáceos de la mujer... No parecía mucho mayor ni menor que él... Apostaba que tendría su misma edad o un año menos...
- Mi nombre es Jean-Luc Brûler, por cierto...

por Invitado Miér Ene 25, 2012 1:22 am

Una ráfaga de viento se arremolinó cerca de sus pies. Ascendió, dejando a la vista la frágil danza de las hojas secas de otoño que luego terminaron por dispersarse en la inmensidad del Montmartre, del cielo y más allá de el. Finalmente cruzó una mirada con el misterioso personaje. Esa figura varonil que, en medio del pardo panorama, resaltaba con cierto dramatismo y elegancia. Posó los azulados ojos sobre la estatua de un ángel que empuñaba una espada en vertical, hacia arriba, para luego desviarlos a un fracturado epitafio con párrafos que rezaban en latín. Inevitablemente relacionaba el lugar con ése Dios cristiano del que tanto había oído hablar, indirectamente, toda su vida y ello de alguna forma le incomodaba. Se esforzó por apartar los pensamientos que tenía acerca de Él, volviendo su atención a aquél hombre, mismo que se le antojaba atractivo, con porte y del cual no le quedaba duda fuese de clase alta. Tomó una bocanada de aire, esforzándose por contener su desprecio hacia dicha posición social.— Sí. Los días nublados reconfortan, calman o terminan por causar el efecto contrario. Tienen una belleza sin igual.— Se encogió de hombros con una sonrisa en los labios, insatisfecha por la vaguedad de su respuesta y por la propia. Montmartre siempre le causaba ese sentimiento.

Advirtió como la noche estaba por caer y una descarga de adrenalina le recorrió el cuerpo, pues bien sabía quiénes paseaban por los pasillos del cementerio después que el sol cedía su trono. Cazar en ese sitio era su pequeño juego. Se regocijaba de que los cazadores existieran, que de cierto modo representaran una amenaza para las criaturas sobrenaturales, sin importar que muchos cayesen en la negación al creerse "superiores", ésos cuyo aroma era un vicio, uno que despertaba el instinto agresivo de la pelirrubia. Observó con cuidado a su concentrado interlocutor. Empecinado en continuar mirando las desgastadas losas. Encima de un ostentoso y exagerado mausoleo asomó la cabeza un gato negro, de brillantes ojos verdes como esmeraldas. Maulló. Emergió por completo hasta caer detrás de una lápida. Caminó con tongoneos alrededor de la piedra. Volvió a maullar. Después de unos minutos de contemplar el entorno con un aire de grandeza, —que intimidaba a pesar de ser un animal— se echó. Andrómeda lo había seguido con la vista, admirada de la grandeza que desprendía un simple gato. Una vez más miró al hombre, al tiempo que él la miraba. Se encontraba de nueva cuenta con esos ojos castaños, pero esa vez les veía con más claridad.

Andrómeda se situó a unos pasos del hombre, sentándose despreocupadamente sobre un escalón.— Andrómeda Angelopoulus. Un gusto.— Dijo echando los brazos hacia atrás, apoyando las manos sobre la base de un sepulcro.— Vine a desenpolvar una tumba y a pasar un rato de tranquilidad, lejos del ruido de las calles.— Y a curiosear, esperando encontrarme con algo nuevo, divertido. Un vampiro, quizá. Pensó mientras esbozaba una media sonrisa, algo divertida. Inquieta volvió a ponerse de pie, mirando una vez más al gato negro.

por **Jean-Luc Brûler** Miér Ene 25, 2012 5:41 pm

Mientras la mujer hablaba y se movía, Jean-Luc estudiaba con detenimiento todos sus pasos y sus gestos... Se podía saber mucho de una persona a través de la observación metódica del lenguaje corporal. Hablaba enigmáticamente y esa manera de ser tan solo causaba que Jean-.Luc se preguntase aún más cosas sobre el verdadero ser de aquella muchacha. Cuando escuchó su nombre reflexionó un poco... Andormeda, ese nombre era helénico...
- Andromeda... ¿Griega, no es así? O de orígenes griegos, el Angelopoulos también es un apellido helénico.
Miró a un costado a donde estaba el felino negro echado, el joven sonrió... Gatos, eran sus animales favoritos, sobre todo los negros, siempre eran útiles para la brujería y le transmitían una cierta dosis de confianza aunque no gozaran de mucha popularidad por sus supuestas relaciones con la magia negra y los adoradores del Demonio.
El animal cruzó la mirada de sus ojos amarillentos con los ojos castaños del chico, luego se incorporó y se acercó a ambos jóvenes, el muchacho se inclinó un poco para acariciar la cabeza del gato que se regodeó en dichos cariños. Miró a Andromeda, algo le decía que no solo venía a "desempolvar tumbas y tener un rato de tranquilidad" algo... Algo en ella le decía que esa no era toda la verdad del porqué estaba allí, pero no tenía porque ponerse tan así... Después de todo, tenía el derecho de hacer lo que le complaciera. Le dijo:
- Si, éste lugar es muy apto para pasar ratos tranquilos... O para llevarte un buen susto... Depende de la hora...- observó el cielo, el sol se iba ocultando tras el horizonte y Jean-Luc sentenció: - Cuando el sol se ponga se acabará la tranquilidad y comenzarán los sustos, o por lo menos eso es lo que dice la voz del vulgo...

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