El loco de la Luna [Pierine Sbrolline]

Unos días después de mi llegada a Paris, decidí que necesitaba alimento. Y no porque yo lo decidiera, sino porque no tenía otra alternativa. Lo sabían bien en mi "trabajo", y yo lo sabía bien. No quería terminar comiendo de ratas, como decían muchos que lo hacían, tan sólo para mantenerse vivos. Después de día y medio sin alimentarme, terminé por dar caza a una mujer, transéunte, que acompañaba a una anciana durante la noche, seguro del regreso del teatro. La anciana no me causaba mucha emoción, así que fui tras de la dama. Aún estaba en la búsqueda de las sangres que me gustaban más, y había descubierto que las sangres caras, las de clases altas, me parecían inigualables. Por ahora, no sabía que tipo de personas eran las que a mi me agradaban, pero comenzaba a aprender de ello. No importaba del todo.
Aquella noche, no muy tarde, cuando había bajado por completo el sol y después de mi primer caza en Paris, quise conocer más de aquel bello lugar. Me dirigí a lo que supuse que era el centro de la ciudad, encontrándome con una graciosa y activa placita. Al centro, había una especie de kiosko, alrededor de la cual aún habían muchas personas. Era como si fuese un día de descanso al medio día, aunque yo no tenía idea qué día era. Sólo sé que me llamaba la atención cómo todos semovían de un lado al otro, mientras yo permanecía con las manos ocultas en mi abrigo, cubierto con la bufanda del rostro, y el cabello permanecía oculto con un sombrerito que me había comprado mi madre. Sonreí, para caminar varias veces alrededor del kiosko, intentando mirar la luna en todo su esplendor, y cuando lo logré, me quedé allí parado, sin llamar demasiado la atención. Vi una banca en aquella plaza, y no pude evitar correr a ella, sentándome junto a una persona que no noté si era hombre o mujer, yo sólo permanecía con el embelesamiento de la luna, de aquella cómplice mía, que me había visto sufrir y que me había visto ultrajado en las manos de quien yo amé.

Recordaba muchas cosas cuando la miraba, e incluso por un momento me había parecido que ella se reía de mi. Se reía de cómo me habían torturado, de cómo me habían quemado. Se reía mucho de que era yo el loco de la luna a la mitad de una plaza desconocida, entre gente desconocida, hablando un idioma algo desconocido para mi. Se reía de mi juventud, de mi inmortalidad y de mi asquerosa condena. Se reía de mi soledad aplastante, y se reía de mi porque ella sí estaba en el hermoso cielo que yo tanto había anhelado desde niño. Quise llorar, sintiendo mis ojos oprimidos por unas lágrimas que ya no brotaban al recordar que esto no era lo que yo había deseado. Mas no lo hice, no derramé ninguna lágrima, sólo permanecí sentado, mirando arriba el cielo, cubriendo más mi rostro para que no hubiesen problemas por mi cara. Suspiré lánguida, tristemente, para buscar algo entre mis ropas: una libretita de apuntes. Aquel era mi diario, el que portaba conmigo siempre. Lo abrí, para leer anotaciones previas. No tardé en cerrarlo, volviendo a sentir mi alma torturada. Me senté bien en la banca, como caballero educado que era, para suspirar una vez más y mirar mis manos, mis dedos helados y finos, de pianista.

Mi bienvenida a la ciudad. Me gustaba este lugar. Una niña me miraba y me sonrió, y yo me sentí fascinado por ello. Me sentía capaz de muchas cosas, y sonreí, cual niño pequeño, moviendo mis pies en la banca, permaneciendo sentado al lado de alguien que ni siquiera había notado que estaba ahí, al lado de mi.

-No juzguéis por las apariencias, princesa...-sonreí, para levantarme en la nieve, sintiendo sus dedos sobre mis cabellos. Era como mi madre, que me cuidaba intensamente y que me amaba con toda su alma. Así me sentía en ese momento. Cuando me senté en la nieve y le escuché, me di cuenta que no era yo el único que se sentía malo, que sentía que el odio era capaz de carcomerlo. La escuché hablar sobre matar a su propia madre, cosa que yo hice, e inmediatamente pensé en Gerôme, quien, en teoría, me amaba, mas sin embargo me había hecho más daño que cualquier persona. Aún a veces tenía pesadillas con él, soñando como mi cuerpo se veía ultrajado por él, por sus asquerosas manos...

Sacudí mi cabeza, perdiéndome en aquellos pensamientos, y dejando que la bufanda se cayese, dejando ver mi rostro de angelillo. La miré, sonriendo ampliamente y negué con la cabeza.
-¡Hay gente más mala! ¡Y hay gente muy mala que hace mala a la gente buena!- afirmé, de una forma un tanto infantil, sabiendo bastante bien qué era lo que estaba diciendo. Miré los circulitos en la nieve, acercándome un poco a ella, sin importarme que mis ropas se vieran después llenas de nieve. La vi cerca de mi, hincándose como mamá, y no pude evitar dejarme caer hacia atrás, de sentón, mirándola como mi madre, como cuando era pequeño y me cuidaba de todo, como cuando me sonreía, como cuando me decía que yo iba a ser muy feliz, como cuando ...

No pasó mucho tiempo antes de que yo fuese el que saltara a sus brazos en un cálido abrazo, buscando la protección de unos brazos femeninos, como una hermana, como una madre.

-La luna me está diciendo cosas feas...-susurré, aún abrazando a la hermosa muchacha, que parecía tener problemas con hincarse por el vestido. Mas me quedé allí, aferrado a ella, como un pequeño que necesita a su madre. -Me ha dicho que soy un monstruo y eso no es verdad... decidle...-me estremecí, para soltarla poco a poco, mirándola. Tallé mis ojos con el dorso de mi mano, y le regalé una pequeña sonrisita, que no delataba en lo absoluto mi naturaleza.
-Soy Keiji....- susurré, para sonreír de una forma algo nostálgica y melancólica, volviendo a mirar la luna. -Keiji D'Albère...

Sus manos se colaron a mi cabeza, acariciando mi cabello, escuchándome y correspondiendo a mi abrazo infantil. Sonreí mucho, y sobretodo cuando la muchacha me miró con aquella calidez y me habló, presentándose. Sinceramente, no pude entender su nombre, mi francés aún no era tan bueno como el de ella así que terminé optando por llamarla "Pine".

Pine me abrazaba tan cálido, que creí que me iba a quedar dormido entre sus brazos, como lo hacía entre los brazos de mi madre. Y la sorpresa siguió aumentando cuando me mencionó sobre su familia, ciertamente algo que yo no había escuchado. Me tapé los oídos, como si con eso pudiese evitar que la guardiana nocturna no me hablara de pesadillas, y ladeé mi cabeza.
-No hay familias malas ni buenas- comenté, parpadeando fuertemente, mirando a Pine con mis oídos tapados. Así, en esa posición, la miré atacar la luna, logrando hacerme sonreír ampliamente, volviendo a quedarme sentado, como un niño pequeño, sobre la nieve. Enamorarse de mi, la escuché decir, y fue cuando comprendí que había encontrado una nueva madre, así de rapido y fácil, y que yo también la iba a cuidar, de todo y de todos. Entendí el sufrimiento de Pine, como para amarme a una criatura tan asquerosa como lo era yo. Pero Pine me amaba y yo la amaba a ella, porque era mi nueva madre, porque ella no huía de mi, y porque ella parecía comprender el dolor que me estaba tragando. Y porque yo podía entender el de ella, se veía en sus bonitos ojitos azules, que brillaban como luceritos.

Mi Pine loca, como ella se llamaba, cuya frase se interrumpió por balazos. Armas de fuego, que a mi me tenían sin cuidado, y como yo iba a proteger a Pine, así lo hice. Sin decir nada, la tomé entre mis brazos, rodeándola de la cintura y me la llevé a la espalda, para echar a correr lo más rápido que mi condición me permitió. Lo que me detuvo, fue un especie de pinchazo en mi pierna, que me hizo pararme abruptamente, cayéndome sobre la nieve pero teniendo cuidado con Pine. La hice caer encima mío, mirando mi pierna.
-Esos bastardos me han dado- susurré, sacudiendo mi pantalón, tratando de buscar la bala. Cuando la hallé, me la quité, y volví a levantarme con Pine entre mis brazos corriendo hasta encontrar un buen escondite para ambos, medio cojeando. Aún era muy joven yo, y aún mis poderes eran medio...
...difíciles.

Miré a Pine con cara de susto, ladeando mi cabeza tiernamente, como preguntando qué diablos estaba pasando.