¿Cuán aleatorio puede ser un encuentro fortuito?

La noche era fría, tal vez demasiado como para pasar desapercibido paseando en la oscuridad con una fina camisa blanca con un par de botones desabrochados, un pantalón de raya diplomática y unos zapatos a juego. Demasiado fría para no tener ni la nariz rojiza o para llevar las manos simplemente guardadas en el pantalón sin mostrar temblores ni perdida de concentración por los ataques del ambiente. Es cierto que siente el frío, es cierto que no es agradable, pero también es cierto que es preferible hacer frente a ello y vencerlo tras cierto sufrimiento a cobijarse siempre de las adversidades y no enfrentarlas jamás.
Todavía estaban desiertas algunas calles más periféricas cuando una presa apareció ante él. Una bella joven de cabellos como el oro, curvas demasiado sensuales y eróticas para la media de los mortales, ropajes invernales que no ocultan la evidencia la cubren en contra del gélido ambiente que azota el cuerpo de Máximus como si de un día primaveral se tratase. A lo lejos una ventana es iluminada por una danzarina vela que no deja ver que acontece en el interior mas oculta a los que la rodeen ver claramente el exterior. Pasos seguros los de la mujer a la que persigue mas los suyos son una pizca más largos y firmes, la diferencia entre buscar y encontrar se hace presente.
Una niebla en la noche, una noche húmeda, una noche húmeda y fría, como en las mejores tragedias en su momento de apogeo y dolor. En cierto modo la pareja de anoche puede dar las gracias a ese Dios del que huyó como humano y no puede aceptar como vampiro. La mujer que camina delante moviendo las caderas a un ritmo hipnótico los ha salvado de una muerte prácticamente segura, tal vez placentera pues preparaba para ellos un posible trío en el que el único superviviente sería él. Una muerte feliz, en el momento del clímax una mordida, una muerte sencilla, con los temblores del placer todavía en el cerebro y el cuerpo húmedo de placer. Pero no es momento de decir probabilidades que ya no serán, debemos concentrarnos en el presente.
No se podría asegurar el porqué de las acciones de la mujer que está adelantada a sus pasos, su presa, el caso es que se gira dándole el tiempo justo de mostrar su mayor sonrisa sin detener su paso. Pronto la silueta dio paso a una esplendorosa mujer de curvas insinuantes. El vaho salía de unos labios carnosos y que atraían a la lujuria aunque tal vez la joven no los usase como tal.
“¿Os gusta lo que véis, mademoiselle? Esta es mi cara. ¿Para que la queréis, no iréis a atacarme con vuestro pincho, verdad? Dejadme que me presente, me llamo Máximus y vengo de paso, me dirigía a una posada a tomar algo caliente pues como podréis comprobar estoy escaso de ropajes que me hagan entrar en calor. ¡Oh! Disculpad mis modales, mademoiselle…”
Alargando la última palabra esperaba conocer su nombre y tal vez con esa presentación la defensa de la presa disminuyese sustancialmente. No detuvo el paso durante toda la cháchara hasta quedar a unos pasos de la joven. Manos en los bolsillos, vista viva a pesar del frío, cuerpo erguido sin doblegarse al viento. Los bajos del pantalón y el cuello de la camisa se mecían al compás que el viento les marcase a cada momento. Allí, de pie, mirando a los ojos de la joven esperó respuestas. Si aceptaba acompañarle tal vez la dejaría beber bastante pues la sangre con cierto grado de alcohol siempre es mejor.

El filo de la espada se abría paso bajo su barbilla erguida. La joven que tenía delante no se asemejaba a otras asesinas, cazadoras, inquisidoras,… o demás damas de combate que se hubiese encontrado en su vida. Ciertamente esa afirmación era mentira, cierto es que algunas cazadoras y la mayoría de las espías resultaban mujeres agradables, damas que casi asemejaban mujeres de compañía, de las más caras. Máximus lo sabía bien, seguía siendo cortesano aunque en menor medida y había conocido todos los escalafones de la profesión. La joven que tenía delante no tenía aspecto de cortesana, tampoco de espía por sus actos. La catalogó como asesina, tal vez de la clase de cazadores que disfrutan con su presa como venganza.
Sin miedo al filo que pugnaba por atravesar su piel y su garganta dejó vagar sus oscuros ojos por el cuerpo de la joven. Lo primero que encontró fueron unos ojos grandes y expresivos, de un tono claro y que cautivarían a cualquier hombre haciéndolo desear morir con esa visión. Lo siguiente unos labios carnosos que Máximus se encargaría de probar esa misma noche sin prisa, disfrutando de su calidez y, seguramente, como solía suceder, con el permiso de la dama que se entregaría por complacerlo. Lo siguiente que sus ojos observaron fue el cuello de la dama, tan fuerte, tan trabajado y a la vez tan femenino y delicado. Una mezcla que lo hacía apetecible y que le hacía desear perforarlo para beber de ella. Sabía que podía tomarla allí mismo, dominarla y hacerla desear que la mordiese hasta el mismísimo borde de la muerte, pero también podía hacerla bailar. No haría ninguna de esas cosas todavía, le gustaba jugar con sus presas, disfrutar de ellas, de sus cuerpos y de su miedo. Cierto es que eso ocurría en ciertas ocasiones. ¿Le gustaba matar? Sí y no. Era algo que debía hacer y ya había pasado suficiente tiempo como para acostumbrarse a ello.
Pero continuemos con la dama. Cuando ella bajó el filo sus ojos se posaron con descarada rapidez en los senos de la joven, turgentes, firmes, grandes pero sin excesos, apetecibles, estrujables, hacían desear ver que se escondía bajo la tela, morderlos y lamerlos hasta dejarlos relucientes. Esta joven prometía más de lo que parecía incluso con las ropas que llevaba, que no sabía si eran elegidas al azar o con idea, solo hacían que la excitación de quienes la miraran aumentase deseando ver que se escondía debajo. El resto del cuerpo se componía de curvas perfectas, redondeces bien colocadas y las carnes justas para hacer de su cuerpo algo hipnótico.
La dama pasó por su lado, parecía encontrarse en sus ensoñaciones antes de rectificar el camino de Máximus. No lo dudó, giró sobre si para acompañar a su presa hacia su muerte. Sin pudor bajó la vista a sus nalgas prietas y trabajadas, terminadas en unas piernas fuertes y que completaban un cuerpo de infarto, lástima que Máximus ya no pudiese sufrir esos males humanos. Pensó en como sería enterrarse entre sus nalgas, en como disfrutaría estando sobre ella cuando le susurrase al oído que iba a beber de ella. Sabía que, como siempre, ella aceptaría entre gemidos, seguramente sufriese cierto dolor mas desearía que fuese él. Siempre era así y la mayoría de las veces no precisaba de dominaciones mentales ni amenazas.
“Como os dije, busco un lugar en el que calentar mi cuerpo puesto que son escasos mis ropajes. Y de nuevo, la respuesta a la pregunta es la misma, encontrar un lugar agradable en el que llenar mi cuerpo de alcohol que haga arder las brasas de mi interior. Mas la pregunta más interesante de esta noche supongo que será el qué hace una dama como vos, en lugares como estos, a estas altas horas de la noche con un arma afilada.”
Sonrió esperando las mentiras de la dama, sería divertida esa noche, más de lo que esperaba.

Los ojos del vampiro recorrieron su cuerpo tratando de hacerla sentirse observada, de esa forma tal vez lo viese como un hombre más en busca de algo de calor femenino. Seguramente lo vería como otro humano buscando la calidez que las féminas guardan entre las piernas, unas con más celo que otras. A pesar de que sus ojos querían demostrar aquello eran sus otros sentidos los que de verdad había que temer. El olfato vampírico se deleitaba con el aroma a mujer, pero sobretodo al del férrico aliento de una sangre que bombeaba con fuerza en un corazón de cazadora. Su oido recogía cada latido que hacía temblar sus colmillos con ganas de beber directamente de ese órgano y no de una simple arteria del cuello.

Sonríe ante las palabras ajenas y en silencio la sigue hacia el lugar referido. Al parecer había conseguido su propósito y en esa oscura noche, en la que la joven frente al vampiro seguramente vería el fin de sus días, se encaminó al cálido encuentro de una taberna abarrotada. El camino fue silencioso, la llegada aún más.

A la llegada escuetas fueron las palabras de la mujer y escuetos los gestos de galantería. Entró, se perdió entre la multitud y subió las escaleras. Por suerte para Máximus, tras abrir la puerta de la taberna e internarse en su interior, pudo escuchar la conversación de Nimue. Se acercó a la barra y pidió algo para beber, lo que le sirviesen, pues solo haría tiempo. Observó quien le rodeaba. Cuatro borrachines, un par de mujeres, el dueño de la taberna y tabernero y su mujer. Había un hombre que tal vez le trajese problemas pero antes de que nada pudiese ocurrir este se marchó. Habían transcurrido quince minutos desde que la joven subiese a la habitación. Con suavidad Máximus pagó su bebida intacta y subió las escaleras. El olor de la joven era inconfundible por lo que simplemente lo siguió, sediento, hasta la puerta de madera. Sus nudillos encontraron la dureza de la entrada y así llamó a la puerta de la habitación.

Aireando, abriendo el pelo sin dar una forma concreta conforme caminaba, subía las escaleras que me conducían a mi habitación por esta noche, no pondría pegas estaba demasiado cansada para eso. Todo era lento, mis pasos si quiera parecía acortar la distancia más bien lo contrario. Cierro los ojos parezco un zombi, caeré rendida ante morfeo conforme crucé el umbral de la puerta. Al fin llego por imposible que me pareciera, abro la puerta y por fin veo el día de mis descanso, llevaba días fuera, soportando el frio y la humedad que podían hacerme enfermar, y no era de las que se negaba a ello (más bien sus defensas).Necesitaba recuperar el calor, estabilizar mi temperatura, agua caliente, me daría tiempo, estos lugares no eran conocidos precisamente por su rapidez.

Por lo que así lo hice, no mire a mi alrededor ni me fije en las condiciones donde me alojaba, solo sería esta noche y mejor que  soportar más frio me conformare casi con lo que sea que hubiera en este lugar medio perdido de Paris. Escondí una de las armas, la espada bajo la cama y la daga la lleve conmigo, estaría más segura conmigo que a vista, no me fiaba de nadie que anduviera allí, prefería prevenir.

Deje encima del lavabo, puse el agua correr y comencé a desnudarme con lentitud para que diera tiempo a que tornara a una temperatura aceptable, parte  inferior primero dejando visible la silueta de sus muslos, glúteos decorados con tela fina que tapaba su intimidad. Se quitó la camisa y sosten, quizás con algo más de prisa al ver que el vapor se hacía presente empañando los cristales, pies desnudos se introducen en la bañera mojándose los primeros poco a poco sus brazos, busto y abdomen. Por último su largo pelo y cara, dónde llevo sus manos para con toquecitos tocar sus ojos, deslizando después a su nuca. Abre los ojos bajo el agua, alguien había llamado a la puerta, menudo momento para venir, se restriega los ojos y no sale aún, antes acabaría de lavar su pelo, enjabonando también su cuerpo para después aclararlo y secar.

Insisten en la puerta,suspira molesta y abre la uerta del baño, con sola prenda que la ropa interior y su camisa.Se dirige a la puerta de entrada y entre abre un poco y le cierra en las narices.

¿que haces con esa bandeja?,no dije que los caminos se separaban desde que entramos-hablaba desde detrás de la puerta con la mano en el pomo-...deja la bandeja en el suelo y vete de inmediato-se mantuvo firme y se quito de la puerta, y fue al baño de nuevo a por su daga,desprecupadose de si la habia echo caso.

La muchacha de cuerpo esbelto hizo esperar al vampiro más de lo que él habría imaginado. ¿Qué estaría haciendo? Podía olerla y sentía la humedad que aumentaba en la estancia. ¿Una ducha? No, un baño. La joven estaba aseándose y posiblemente la espera se debía a un relajante baño. Imaginó las curvas que antes cubrían las ropas y eso le gustó. Dos pechos turgentes y firmes, con unas aureolas enmarcando sus sensibles pezones. Posiblemente unos muslos fuertes bajo unas nalgas prietas y respingonas. Tenía unas buenas caderas y hombros fuertes. Aquella mujer podía ser tan buena guerrera en el campo de batalla como en la cama, o al menos eso le parecía internamente a Máximus.

En el pasillo podía escuchar las conversaciones y cánticos de la taberna del primer priso. Mejor, si la gente estaba ocupada con voces elevadas no escucharían los posibles gritos de su víctima... aunque tal vez en un principio se tornasen gemidos. No le gustaba tener que esperar pero aquella víctima no parecía que fuese a ser ordinaria, sino todo lo contrario. Era una mujer segura y parecía cazadora. Eso le pondría las cosas dificiles, además, no había caido en sus miradas y gestos, o lo había ocultado muy bien. Varios puntos a su favor se sumaban para ella pues le entusiasmaban los retos. ¿Sería esa víctima la que acabase con su vida o sería un nuevo trago para su sedienta garganta?

Al fin, tras un poco de insistencia, unos pasos húmedos alertaron de la llegada de su presa que abrió la puerta un poco, dejándole ver sus nalgas, cubiertas por la ropa interior, y su espalda cubierta por una camiseta, en el espejo de la habitación, antes de cerrar de nuevo. Dijo algo que no entendió, pues no llevaba bandeja alguna, pero decidió seguirle el juego. Dió un pequeño golpe con el pie en la parte baja de la puerta, como si dejase una bandeja y un par de pasos para colocarse junto a la puerta de modo que si no se asomaba al pasillo no lo vería. Así esperaría a que ella abriese para colarse al interior.

Dejó entrar al diablo, como aquel humano que invita entrar a sus miedos, despreocupada aun moviendo el cabello a un lado, cogiendo su arma para guardarlo en el cinto. Un seco sonido contra el suelo rozando incluso el bajo de la puerta, parece que había captado la idea y se había ido. Deseaba comer, rugía su estómago y le daba vergüenza aun estando sola, o eso creía. La puerta seguía abierta, lo sabía por el simple hecho de que escuchaban sus gritos parecía que era la única forma de comunicación por encima de los cánticos de los borrachos, ¡que desagradable!, quería descansar pero hasta que no desalojaran el lugar no será posible.Supiro y salió del baño para al menos descansar el cuerpo y buscar el calor bajo las sábanas.
Crujen las maderas a cada paso y eso que parecía que todo el inmueble estaba nuevo, pero al igual que las personas, las apariencias engañan, y al menos que fueran tan ágiles y silenciosos como un felino oiría a los del piso superior-menuda noche le esperaba a la cazadora-,menos descansar ,podría pasar cualquier otra cosa.

Se acerca a la puerta y abre más-las bisagras suenan-no había nadie, miró al suelo y no había nada, su estómago vuelve a rugir y se lleva la mano a él como si pudiera callar, se sintió idiota ¿el hambre podría hacer que delire?, tal vez acaba de descubrirlo, se encogió de hombros y cerró. Una extraña corriente recorre el lugar, mira la ventana, la había dejado abierta, mete las cortinas dentro y cierra. Mira a su alrededor, un armario, una cama, y una pequeña mesilla, simple pero suficiente.

-¿cuánto más tardará en venir?-hablo en alto y para sí, mientras mira la puerta, saca la daga de su cinta y acaricia con un dedo la hoja, la otra sujeta-..Esto es patético…-susurró. Escucha un ruido, se pone en alerta-¿Qué narices…?-.

La puerta volvió a abrirse de nuevo y aprovechó el momento en que la mujer rubia miraba al suelo para saltar sobre ella en silencio. Sus manos se cogieron a la parte superior del marco para evitar ser visto y cayó con suavidad a su espalda, provocando una ligera brisa. Mientras ella se sujetaba el vientre el vampiro corrió a la ventana con el sigilo de un gato montés a fin de preparar una emboscada. Una vez la ventana abierta y él escondido en las sombras de la habitación, dejó que el pecado andante que era aquella mujer bailase al compás de sus cuerdas.

Pronto, muy pronto, tendría ese cuerpo a su merced, esa sangre recorriendo su garganta y tal vez los gritos darían paso a los gemidos. ¿Cómo se darían las cosas? Ya se había dado cuenta de que era una cazadora y le gustaban los retos. No usaría ninguno de sus poderes, ninguna de las tretas vampíricas. La haría desear ser suya a pesar de todo, la domaría a su merced y haría que ella pidiera por más. De momento dejó que ella fuese a cerrar la cortina y mirase enrededor. Cuando se puso a mirar su daga aprovechó para caminar sobre la cama despacio y sin ruido para asaltarla. Entonces le sorprendió al girarse y mirarle.

Sin darle tiempo a reaccionar se abalanzó sobre ella. Una mano a la muñeca que sostenía el arma para apartarla, la otra sobre su boca. Unos pocos pasos y la espalda de la mujer chocaba contra la pared. Se pegó a ella tanto como le permitían los cuerpos y golpeó su mano contra la pared para que soltase la daga. La miraba a los ojos, con la mano cóncava para que no pudiese gritan ni morderle.

"Silencio. ¿A quien buscabas en estas tierras?"

Le pregunta con rostro serio debido a las palabras que intercambiaron en la fría calle. Desvía la mirada al escote de la joven disfrutando de la vista sin sostén antes de mirarla de nuevo a los ojos. Ya había visto que sus piernas estaban desnudas, tapado su sexo por unas simples braguitas que ocultaban lo justo. Aquella prenda era típica de cazadoras pues cumplía su función y les daba mucha más libertad que unas bragas anchas. Pasó el muslo por la zona de la entrepierna de la mujer para excitarla.

"Habla"

Aquella actitud le encantaba, lo ponía incluso más cachondo que beber la sangre fresca de una virgen. Su pierna, atrapada entre las de la cazadora, se movía minimamente, limitada por la presión. La daga sonó en el suelo y la apartó con el pie libre para evitar problemas futuros. Escuchó sus palabras detenidamente.

"¿Porque no os enfrentaría precisamente para que dudaseis de esa forma? Os tengo a mi merced... un simple ataque rápido, incontrolable y vuestra vida estaría en mis manos. Si puedo hacer esto..."

Dejó la última palabra en el aire justo antes de arrancarle la camisa, dejándola hecha jirones y mostrando su vientre plano y sus pechos desnudos.

"...¿creeis que no podría acabar con vos de la misma forma?"

Dejó que una de sus manos vagase por el vientre de la muchacha, subiendo suavemente hacia sus pechos, jugando con la base de uno mientras acercaba sus labios al cuello de la cazadora para dejar un beso, que bien podría haber sido un mordisco.