Tal vez no sabía que te buscaba, pero te encontré.

Para ser las tres de la tarde, el clima era bastante frío, pero la gente no dejaba de salir a las calles y Rocamadour no era la excepción. Se encontraba en una de esas fases en que no podía simplemente tomar un café junto a la chimenea: necesitaba salir, moverse, respirar el aire gélido si eso significaba despertar del embotamiento en que se sumía largas temporadas.

Aquel día se había dedicado a recorrer los parques en busca de sol; pero las nubes grises no cedían más que el tiempo necesario para ilusionar a los bobos que, como él, tenían la esperanza de que el ambiente adquiriera un poco de calidez. Después de un rato se rindió y terminó sentándose en el sitio menos sombrío que encontró en aquella agradable plaza. Alguien había dejado olvidada una gaceta que tomó para distraerse, leer siempre era una buena opción cuando no se encontraba tocando el chelo o persiguiendo alguna pista para dar con Jacques y nada venía mejor que olvidarse por un rato de sus obsesiones. No había notas de importancia y su atención pronto se desvió hacia la gente que pasaba: toda clase de rostros desfilaban por aquel pequeño paraje de la ciudad, enfundados en atuendos que delataban su condición social y quizá algunos otros detalles que sus palabras escondían... incluso él: un hombre adulto, solitario, cuya mirada pasaba de un paseante a otro como si buscara algo.

Y de pronto encontró "algo". Apenas a unos metros de distancia pudo distinguir el inconfundible rostro de Adrien. Se revolvió en su asiento, como intentando levantarse para darle alcance, pero no podía adivinar la reacción del joven al verlo y dudó.

Se habían conocido dos años atrás en una de las fiestas que ofrece la alta sociedad. Rocamadour se había prendado inmediatamente de él y entablaron una breve relación que terminó bruscamente cuando los asuntos del difunto Sr. Yourcenar habían quedado resueltos con más rapidez de lo previsto. No hubo notas ni avisos ni nada, pero Rocamadour nunca había dejado de recordarlo. La fascinación que provocaba Adrien en él era simplemente inevitable y ahora aparecía ante él, por casualidad, mucho más atractivo ahora que había dejado de ser por completo un muchacho.

Le sudaban las manos como a una colegiala que mira por primera vez a su prometido. Un solo vistazo a los bellos rasgos de Adrien habían bastado para revivir su deseo... por ello decidió que no podía nada más dejar que se fuera. Como activado por un resorte, se levantó y caminó apresuradamente tras el chico, que se perdía en la distancia. Por suerte, sus habilidades físicas habían mejorado y logró darle alcance. -¡Adrien! - llamó, antes de acercarse más y tocar su hombro al tiempo que se colocaba a su lado. Su pecho palpitaba furiosamente, en parte por el esfuerzo y en parte por la ansiedad que le provocaba la incertidumbre de aquel reencuentro.

Hoy era uno de esos días donde el sol estaba indeciso si salir o no, donde se mantenía oculto entre las nubes haciendo amagos por salir y bañar a toda la ciudad con su luz, pero no tenía la determinación para hacerlo; los días así no me agradaban, sentía que sería un día completamente aburrido donde pasaría nada particularmente extraordinario, caso contrario a cuando estábamos en pleno verano, ahí si daba gusto salir a las calles a dar un paseo, pero con este clima… no, la verdad no daban muchas ganas de salir; yo prefería quedarme en casa leyendo o escribiendo, incluso escuchando a mi hermana tocar el arpa, sin embargo los planes siempre salen como uno los imagina: a media tarde tuve que salir a realizar un par de trámites de urgencia, y si no fueran en serio urgentes, no me habría molestado en salir

Iba a hacer esto rápido: iría al banco y regresaría a casa, sin distraerme en asuntos que no tenían importancia, cuanto más pronto saliera de todo este embrollo mucho mejor. Todo el asunto había sido increíblemente aburrido, solo me habían hecho venir a firmar unos documentos sobre la herencia y no sé que más cosas, la verdad no les presté mucha atención, no eran tan urgentes como yo creí que serían, ya quería regresar a casa, este lugar me aburría y el clima tan no ayudaba a mejorar mi estado de animo

Cuando al fin terminó todo esto me despedí del director y las demás personas que estaban en el lugar, como siempre sonriendo y haciendo reverencias y caravanas, fingidas por supuesto, yo no era fanático de los modales; salí del banco y me dirigí hacia la plaza de París, por ahí se llegaba más fácilmente a casa, y necesitaba llegar, estos trámites me ponían de mal humor. Sentí que alguien pronunciaba mi nombre pero no me volví a ver quién era, si me había olvidado de algo ya me lo informarían después, seguí caminando como si nada y sentí que alguien me tomaba del hombro- ¿Etienne?- murmuré cuando vi al chico frente a mi; me quedé en silencio unos minutos mientras lo observaba con detenimiento y sentia como mi corazon aceleraba su ritmo, era él, no cabía duda, inconsientemente mi cabeza me llevó a ese dia en que lo vi por primera vez

Era el mismo chico que había conocido hace algunos años en una de aquellas fiestas a las que solía asistir, aquel chico que… bueno, él y yo habíamos tenido una relación bastante cercana, por decirlo de algún modo; jamás pensé que lo vería de nuevo, y mucho menos tan atractivo, estaba mas apuesto de lo que yo recordaba- ¿eres tú?- “no, Adrien, es otro” me dije a mi mismo, por supuesto que era Etienne, sin poder evitarlo sonreí, y por un momento tuve el impulso de acercarme más de lo que dos hombres deberían acercarse- no te he visto en.. Bueno, en mucho tiempo ¿Cómo estás?

El corazón le dio un vuelco. No esperaba que él lo acogiera con tanto gusto y se alegró mucho de encontrar una cara conocida, pues ya no le quedaba nadie y necesitaba un vínculo con su vida pasada aunque supiera que ésta no volvería a ser la misma.

-Adrien- volvió a decir, con la voz ligeramente sofocada. Sentía una gran emoción, quería abrazarlo, tomar su rostro entre las manos y besarlo con la pasión que desencadenaba en él, pero se hallaban en medio de la calle y Adrien era un rico heredero... lo mejor era guardar un poco la compostura, esperar el momento adecuado: la privacidad y la ausencia de cualquier mirada que pudiera juzgarlos. -Estoy bien, supongo. Y he vuelto, ahora vivo aquí. ¡Me da tanto gusto volver a verte!- al parecer su súbita desaparición de años atrás no había enfadado a Adrien y eso tranquilizó a Rocamadour, dándole la confianza suficiente para tomarlo del brazo en un gesto amigable y nada escandaloso. -Lamento haberme ido sin despedirme aquella vez, pero cuéntame qué ha sido de tu vida en este tiempo-. Hizo aquella pregunta casi sin pensarlo, pero luego cayó en la cuenta de que no sabría cómo responderla si Adrien se la hacía de vuelta: no sería tan fácil decirle que estaba en París tratando de ajustar cuentas con con el asesino de sus padres y que además se transformaba en lobo bajo el influjo de la luna llena.

Caminaron dejándose llevar por la inercia y Rocamadour casi lograba olvidarse del frío que sentía al tiempo que se apretaba disimuladamente al esbelto cuerpo de su joven acompañante. Respiraba su familiar aroma... "cómo resistirse a esos ojos", pensaba...quería pasar sus dedos entre los sedodos mechones del cabello de Adrien; pero había tanto de que hablar antes... ¿o no?