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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Horst Neumann Lun Feb 06, 2012 3:49 pm

"El matrimonio es la única guerra en la que uno duerme con el enemigo".
- Anónimo.

Horst Neumann había vuelto de cabalgar. Lo hacía todas las mañana, cada día, sin falta. El hombre de ojos azules y cabello entrecano tenía una serie de actividades que eran una regla para él. La primera ya ha sido mencionada: la cabalgata. Todos los días acostumbraba a levantarse exactamente a las seis y media de la mañana, ni un minuto más, ni un minuto menos. Se vestía, se dirigía a las caballerizas y encontraba siempre a su caballo negro ensillado, listo para ser montado. Los criados se encargaban siempre de tenerlo listo, todos en esa casa sabían lo que debía hacerse y como debía hacerse; todos tenían muy presente que su patrón, Horst Neumann, era un hombre al que le gustaba que las cosas que él ordenaba se hicieran al pie de la letra, por eso todo el mundo se movilizaba cada mañana para cumplir con todo.

Horst siempre montaba el mismo caballo, el negro azabache. El animal no tenía nombre, su dueño no era partidario de sandeces como esas de destinarle un nombre propio a una bestia, siempre le había parecido una inmunda tontería. Lo llamaba simplemente “caballo negro”, su “purasangre”, su “semental”, su “preferido”, “el de siempre”. La razón de porque Horst prefería a ese caballo era sencillamente un misterio. Algunos decían que se debía a que era el único caballo que no lo había tirado nunca, el único con el que no había tenido ningún infortunio o algo parecido. Todos los caballos que lo habían tirado estaban muertos, el mismo Neumann había tomado un rifle y les había disparado en la cabeza. Nadie tenía derecho a humillarlo de tal modo, mucho menos un maldito animal. Y no es que Horst fuera un completo ignorante en el arte de la equitación, caer de un caballo era algo por lo que todo jinete tenía que pasar tarde o temprano, pero para él era algo sencillamente inconcebible.

Cuando montaba se dirigía hacia el norte, en esa dirección era donde más campo abierto había, donde mas podía disfrutar de su momento de relajación. Durante el trayecto se dedicaba a observar con detenimiento el césped aun húmedo por ser las primeras horas de la mañana y los árboles inmensos que se abrían paso ante sus ojos rodeados de arrugas. Era un hombre al que le gustaba la naturaleza: su olor, su color, todo lo que englobaba con su nombre. Solía cabalgar alrededor de hora y media, luego de eso, azotaba a su caballo, le hacia el ya común y característico ruido que se hace a los caballos cuando se les quiere informar que es hora de obedecer una orden y emprendía el camino de vuelta a casa. Raoul, uno de los criados encargados del establo ya lo esperaba a las siete y media en punto, esperaba a que su patrón bajara del caballo, tomaba las riendas del animal y lo conducía hasta el establo donde le quitaba la silla de montar y le hacia limpieza, cepillaba su pelo para luego proceder a darle agua y alimento. Horst nunca le daba las gracias por mantener al animal siempre en perfecto estado. Nunca le daba las gracias a nadie.

Luego de su ya cotidiano paseo a caballo de todas las mañanas, Horst se dirigía al cuarto de baño, donde ya la tina lo esperaba con agua caliente y algunas sales aromáticas. Tomaba una ducha que duraba aproximadamente unos veinte minutos y acto seguido, aparecía en el comedor, totalmente enfundado en un traje elegante muy al estilo alemán. Siempre se sentaba en la misma silla. La segunda cosa que Horst Neumann tenía muy claro en esa casa, era que a las ocho de la mañana en punto, el desayuno debía estar servido y su esposa debía estar sentada en la silla continua a la de él, completamente vestida y perfumada, dando ningún indicio de que acababa de levantarse o algo parecido. Ninguna de las dos cosas estaban allí, ni su desayuno, ni Frauke. Y a pesar de que era muy conocido el difícil y vil carácter que Horst tenia, la mayoría del tiempo se mantenía sosiego, era paciente, o al menos eso aparentaba; sólo aquellos que verdaderamente lo conocían sabían que detrás de esa aparente apacibilidad se estaba gestando la ira que hervía en sus venas, esperando el momento justo para escupir el veneno en el rostro de los culpables o incluso de los que nada tenían que ver. Cuando eso ocurría, era mejor que Frauke no se apareciera delante de él, aunque si no lo hacía sería todavía peor. No tenía escapatoria. Y es que una de las cosas –una de las muchas- que más lograba enervar a Neumann, era el hecho de tener que tomar el desayuno solo, lo hacía sentir molesto, quizá en parte nunca le había gustado la idea de sentirse solo, esa era la única explicación y probablemente solo por esa misma razón era que había contraído matrimonio con Frauke.

Dos criadas aparecieron entonces, con pasos rápidos se apresuraron a colocar el desayuno del señor frente a él y el de la señora que aun estaba ausente, en el sitio que siempre acostumbraba a ocupar. Horst Neumann se mantenía aparentemente apacible como hacia algunos momentos, no dijo absolutamente nada cuando las dos mujeres –una mas joven que la otra- aparecieron ante él. No dijo gracias, no las llamó inútiles, no dijo ni una sola palabra. Cuando las mujeres con rostros afligidos desaparecieron de su vista, el hombre aún seguía con la mirada puesta al frente, a lo largo de la mesa vacía, con los codos sobre la mesa y las manos entrelazadas una con la otra, debajo de su barbilla perfectamente afeitada. — ¿Catalina? — La mujer que respondía a ese nombre y que aún permanecía en el pasillo, se acercó con pasos torpes, temerosa. En su rostro de facciones hispanas podía notarse el respeto –o miedo- que le tenía a su patrón. Hizo un gran esfuerzo por no tartamudear. — ¿Señor? — La mirada la tenía clavada en el piso y las manos al frente, hechas un nudo. – Llena la tina nuevamente para la señora. — La gélida mirada de Horst seguía clavada al frente y en su rostro no había ni la menor seña de que estuviese molesto. — Enseguida, señor. — La mujer respiró tranquila, dio media vuelta dispuesta a cumplir con las ordenes del señor Neumann, pero se detuvo al escucharle hablar nuevamente. — Con agua fría. — Añadió para después tomar la taza de té y beber de ella un corto sorbo con toda la tranquilidad del mundo. Catalina asintió una vez más y desapareció.

Horst tomó la servilleta de tela, hizo un pequeño doblez y limpió las comisura de sus labios, luego se puso de pie y fue hasta la habitación donde Frauke aún dormía. Le arrancó las sábanas sin el menor cuidado o un previo aviso y tomó a la mujer entre sus brazos, provocando que despertara al instante sobresaltada. La llevó hasta el cuarto de baño y la arrojó a la tina que para ese entonces ya estaba llena. Era indiscutible de que cualquier persona que se atreviese a tomar un baño con las bajas temperaturas que había en ese entonces, correría un gran riesgo de tomar alguna pulmonía. Pero eso, a Horst no le importó. — Tienes diez minutos. — Salió de la habitación y regresó al comedor.

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Mensaje por Frauke Neumann Sáb Feb 25, 2012 11:16 pm

Pocas eran las prendas que llevaba encima aquella noche. El vestido de fiesta había sido escogido por su marido. No le gustaban esos atuendos tan exuberantes, para ella, un buen vestido de noche era aquel que cubría la mayor parte de su cuerpo, no ese pedazo de tela que llevaba puesto, pero no podía quejarse, mucho menos ponerse otra cosa, pues de contradecir los gustos o instrucciones de aquel hombre, seguramente pasaría hambre y frío los siguientes días de su vida. A esas alturas de la vida ya no podía quejarse, ya se había acostumbrado a ese estilo de vida que tenía. La mayor parte del tiempo se sentía como un pequeño juguete, una muñeca de cristal. Podía romperse tan fácil pero su fuerza era más grande, su amor propio… No, no podría hablar de amor propio si seguía con ese hombre, si aun dormía con él, si aun compartían noches de pasión. Había perdido todo valor por su persona, había aceptado ser el juguete más valioso de Horst, en ocasiones incluso, disfrutaba ser tan envidiada por aquellas mujeres que deseaban estar en su lugar, tontas, no sabían que era estar en su lugar. También disfrutaba ver como muchos envidiaban a Horst al tenerla alado, era todo tan contradictorio, odiaba tanto estar a lado del hombre que le dio aquel apellido, y a la vez amaba su posición.

Su esbelta, y aun conservada figura giraba con sensualidad, y elegancia en aquel gran salón de alta sociedad. Solo por seguir el protocolo, aquel "hombre de su vida" la había sacado a bailar, poco le duró el gusto, pues en un abrir y cerrar de ojos se encontraba en la casa, alado de su cama, recibiendo una considerable cantidad de golpes, solo por intercambiar miradas con el anfitrión de la fiesta. Pobre Frauke, en ocasiones daba lastima, tanta que incluso su servidumbre había planeado llevarla lejos de aquel lugar, protegerla, no dejar que viviera ese calvario jamás, pero aquellos que lo hicieran recibirían peores castigos que ella, por eso todo se quedaba en pensamientos, nadie actuaba.

El último contacto que había tenido con el caballero se había reducido a una gran y profunda mordida en su labio inferior. No pudo quejarse, simplemente cerró los ojos, sintió como el calor de su sangre escurría por su mentón hasta llegar a su cuello, no lo limpió, se quedó inmóvil hasta que él pudiera dormirse. Ya segura de que eso había pasado, la rubia se levantó desnuda de aquella cama, se dirigió al cuarto de baño, encendió una de las velas, pudo observar su rostro demacrado, lo limpió, observó su cuerpo lastimado, ya ni llorar era bueno, simplemente prefirió buscar una bata de dormir, colocársela sobre el cuerpo, y regresar a la cama, como si se tratara de una amante enamorada, deseosa por dormir alado del hombre de su vida, todo era una mentira, todo. Quizá su nombre también lo era, quien sabe, todo podía ya pasar en su vida, ya nada le sorprendería.

El calor de la sabanas abrazó su cuerpo hasta que estuviera cómoda. Giró su rostro para ver Horst. Si al menos fuera de la misma manera en que dormía, tan tranquilo, tan bondadoso… Seguramente sería la mujer más feliz del mundo, sin dudarlo, pero solo abría ese par de ojos, y el mismo demonio quedaría intimidado por toparse con esa mirada. Estiró su mano para poder tener la oportunidad de acariciar el contorno de su rostro. Había dudado, pero al verlo tan profundamente dormido sabía que no había peligro de tocarlo, todas las noches imploraba a los cielos por hacer entrar en razón a su esposo, que la cuidara, que la amará, que la besará con delicadeza, pero tal parecía que entre más suplicaba, todo se volvía peor. Varias lagrimas escurrieron por aquel hermoso rostro conservado. Y así como empezaron a salir, no pararon hasta que el sol comenzó a salir, y entonces sin darse cuenta, se había quedado dormida.

Una de las damas de compañía de Frauke se había acercado para levantarla, a la misma hora de siempre, el cansancio era tanto para la mujer que en segundos volvió a quedar rendida. Vaya acto imperdonable. Su cuerpo ahora temblaba en aquella tina de agua. Sus ojos se abrieron de golpe, y entonces lo vio. Su demonio personal había llegado para volver a hacerle otro día un infierno. - Enseguida bajo - Dijo con pesar. Al verlo salir de aquella puerta, dos de sus sirvientes (mujeres por supuesto ) entraban corriendo al baño, le ayudaban a quitarse aquella ropa, echaban un poco de agua hirviendo a la tina, la ayudaban a bañarse, la secaron. Un vestido verde ahora adornaba su cuerpo. Era hermoso, elegante, discreto, muy a su estilo. Sus cabellos fueron peinados hasta dejarlo listo, suelto. La perfumaron, y ella terminó por dejar un color rosáceo en sus labios. Estaba completamente lista, aun faltando 3 minutos, se veía tan hermosa, tanto, que incluso era un pecado pensar lo contrario, todos sabían que por esa razón él seguía con ella, todos sabían cuantos estarían dispuestos a tomarla en su vida, pero nadie podía tocarla, nadie excepto Horst Neumann.

Tuvo que bajar casi corriendo por las escaleras para no pasarse de esos diez minutos. Se sentó simulando tranquilidad. Miró de reojo el reloj de su esposo. ¿Habría bajado a tiempo? Según ella, lo estaba, pero ¿para él lo estaría? Movió una de sus manos para tomar la servilleta y acomodarla en su regazo. Esperó a que él empezará, las mujeres de alta sociedad, siempre tenían que esperar al anfitrión de la casa, al dueño del lugar o a su esposo para empezar a ingerir alimentos, era una regla básica, cualquiera que tuviera buenos modales sabía de este detalle, y ella se lo sabía de memoria. Solo bastó un sorbo de jugo de aquel hombre para que ella pudiera hacer lo mismo. En realidad no tenía nada de apetito, pero sabiendo que aquel caballero no estaría dispuesto a tomar el desayuno solo, tendría que obligarse a terminar todo lo que le sirvieran. Todo, incluso en completo silencio.

Los minutos pasaron, ambos terminaron sus alimentos. Apenas podía respirar Frauke de lo saciada que se sentía - ¿Puedo retirarme? - Pidió permiso como de costumbre, pero esta vez no recibió la afirmación de siempre, ni siquiera recibió mirada alguna, por lo que se quedo callada, esperando a que este pudiera darle alguna indicación. Primero sintió total tranquilidad, pero conforme los minutos pasaban, y el silencio reinaba su respiración empezó a acelerarse. Algo estaba mal. Poco a poco también los sirvientes empezaron a salir de aquel cuarto, cerraron las puertas de este, como queriendo darle privacidad a unos recién casados. Cuando todo permaneció en silencio, Frauke se puso de pie de un salto, empujó con suavidad la silla en la que anteriormente se encontraba sentada. No quiso mirarlo, no quería pero debía, al final lo hizo. - Lamento la demora, no volverá a pasar - Dijo rápidamente intentando remediar su retraso de la mañana, se podía notar el miedo que le tenía al caballero de enfrente. Volvió a dar varios pasos hacía atrás - Nunca cometo errores, lo sabes… - De nuevo intentando que esté perdonara su atrevimiento - Por favor Horst, no me hagas ya nada - Imploró por último, intentando alejarse lo más posible de él, llegando a la puerta principal del comedor. La gran puerta había sido cerrada, pero tenía esperanzas de girar la perilla y salir de ahí. Lo intentó, como era de esperarse fracasó. Su cuerpo se había recargado en aquella puerta, observando como Horst seguía sentado con total tranquilidad en la punta de la mesa. ¿Por qué tendría que tenerle miedo? ¿Por qué no podía cometer un pequeño error y ser perdonaba? No, Horst Neumann el perfecto no podría permitir eso, mucho menos de su mujer.
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Mensaje por Horst Neumann Mar Mar 13, 2012 2:00 am

Con esa apacibilidad que siempre ha mostrado ante los demás, se sentó nuevamente en la silla, en el mismo sitio que había estado ocupando minutos antes. Cuando acomodó los codos en el borde de la mesa aún humeaba el plato de comida que recientemente había sido servida, pero no la tocó, esperó como si de un verdadero caballero se tratara. Volvió a colocar las manos enlazadas bajo su barbilla y en esa posición empezó a contar los escasos minutos que había otorgado a su esposa para que estuviese lista. Él sabía que diez minutos eran demasiado poco para que una mujer se diera un baño, se secara, se vistiera, se perfumara, se peinara y apareciera ante él como una reina, como la reina que él se merecía, como la reina que él siempre exigía tener; pero ese era problema de ella y no de él, ella debía arreglárselas, ese era su castigo y si no lo hacía sería uno peor el que le pondría.

Durante su tiempo de espera, nadie más se atrevió a irrumpir en el comedor; afortunadamente el personal de la casa conocía a la perfección a su patrón y sabían de antemano que si sus órdenes no eran cumplidas al pie de la letra lo mejor era no empeorar más las cosas y suficiente error habían cometido al no tener su comida lista a la hora adecuada; era mejor no echarlo más a perder. Cuando la espera terminó y su mujer apareció en el comedor, Horst ni siquiera se tomó la molestia de voltear a verla. La mujer lo miró con visible pena y miedo en los ojos y en lugar de que él se hubiese puesto de pie y jalado una silla para que ella se sentara, la ignoró y tomó los cubiertos para empezar a comer. Tomó sus alimentos sin dar un agradecimiento primero, en esa casa no se creía en dios, por lo tanto esas tonterías salían sobrando. Horst comió sus alimentos en silencio y con el rabillo del ojo vio que su esposa Frauke con más desgano que él hacía lo mismo. Por al menos quince minutos el único sonido que los abrazó fue el de un reloj de pared cuyo péndulo se balanceaba hacia ambos lados sin descanso, luego de eso un carraspeo de Host se escuchó mientras tomaba la servilleta, limpiaba nuevamente la comisura de los labios y debía de su té. Frauke, que apenas había hecho por picar un poco la comida de su plato, pidió permiso a su esposo para retirarse, pero no obtuvo respuesta; Horst la ignoró dando la impresión de ser sordo o estúpido, quizás un poco de ambas y continuó tomando sus alimentos. Al no obtener una respuesta, Frauke se puso de pie, gran error, muy, muy grave error. Tenían de casados alrededor de veintidós años, tiempo suficiente para que Frauke hubiera memorizado a la perfección las cosas que debía hacer y no hacer en presencia de su esposo, y en ocasiones –como esta- daba la impresión de no saberlas, o tal vez se debía a ese reciente baño con agua helada que era probable que le hubiese atrofiado la memoria.

Neumann levantó la vista cuando la vio llegar hasta la puerta del comedor y tocar la perilla de esta dispuesta a salir en cualquier momento; sólo entonces reaccionó, volvió a limpiar su boca con la servilleta, la aventó en la mesa y se puso de pie, avanzando hasta donde Frauke se encontraba enfundada en ese elegante vestido verde que le sentaba de maravilla, pero que su esposo prefería ignorar en una situación como aquella. Con su mano tomó la de ella, esa que había estado ya sobre la perilla de la puerta y con falso cariño la acercó a su boca donde depositó un beso hipócrita; luego empezó a apretar su mano al grado de que le hacía daño y sin dejar de hacerlo acercó su rostro al de ella para dejarle bien claro lo que diría a continuación.

— ¿Acaso te he dicho que podías levantarte? — La voz no sonaba molesta, todo lo contrario, era apacible, amable; era verdaderamente sorprendente ver el constaste entre sus actos y la forma de hablarle. — ¿Sabías que es una gran falta de respeto? Toda mujer… — hizo una pausa para corregir sus propias palabras — toda buena mujer, toda buena esposa, sabe que no puede levantarse de la mesa hasta que su esposo lo haya hecho primero o si es que él se lo ha permitido. ¿Acaso no te lo enseñaron en casa, mi amor? Son modales básicos que toda señorita hoy en día sabe y tú, mi amor, ya no eres una señorita, eres una mujer, eres mi mujer. — Alzó un poco la voz para hacer hincapié en la parte que dejaba claro que era suya, aunque de tantas veces que se lo repetía era imposible que ella no lo tuviera ya grabado en la mente.

— ¿No te lo he dicho antes Frauke? Lo he hecho y has asentido, me has asegurado que lo entiendes y que lo pondrías en práctica. Una y otra vez. Y lo haces. Otra vez. Ignoras mis palabras, mis consejos. ¡UNA Y OTRA MALDITA VEZ! — Le gritó en la cara, presionando aún más su mano e ignorando el gesto de dolor que aparecía en el rostro de su esposa. — No, definitivamente no eres una buena esposa; distas mucho de eso. No pudiste darme un hijo, es lo mínimo que podrías hacer: comportarte, ser digna de mí, ser merecedora de mi apellido. — Le soltó la mano y dio media vuelta; se volvió a sentar en la silla frente a la mesa, tomó los cubiertos y como si nada hubiese ocurrido continuo tomando su desayuno que estaba a medias. Frauke, aún contrariada por el dolor en la mano y la forma en la que Horst le había hablado, continúo en el mismo sitio, al pie de la puerta pero ya sin visible intención de querer retirarse. Con resignación miró al que alguna vez había aceptado como esposo, momento del que seguramente todas las noches se arrepentía y maldecía, y no era para menos.

— ¿No vas a sentarte? — Preguntó Horst lanzándole una mirada que la sentenciaba a que si no hacía lo que le pedía, le iría peor, mucho peor y ella sabía que él con esas cosas no bromeaba. Cuando al fin su mujer tomó asiento, él empezó a hablar como si nada hubiese ocurrido, aunque se le notaba en la mirada que estaba molesto y que bastaba cualquier otra mínima provocación para volverlo hacer explotar y despotricar en contra suya. — Quiero aprovechar el viaje que Hunter ha hecho a París, que se haga cargo de los negocios que tengo allá. Dudo que no pueda hacerlo, siempre ha sido el mejor de mis hombres y ahora que finalmente se ha alejado de esa estúpida con la que se casó sé que no cometerá errores, ya no hay peligro. — Comentó mientras untaba un poco de mermelada sobre un pan tostado para después darle la primera mordida. Cuando terminó de masticar retomó la charla.

— Pero de todos modos y como siempre he sido un hombre precavido, quiero que vayas con él y de paso le lleves algunas cosas que necesitará. Es todo lo que deberás hacer y vigilarlo, claro está. No es que no confíe en él, pero como ya dije antes, luego de que se casó con esa niña lo noté muy blando y quiero asegurarme de que ha vuelto a ser el mismo de antes. — Su voz sonaba tan tranquila, sin el mínimo signo de culpa esa culpa que ciertamente debía tener ya que él había sido el encargado de lograr que el matrimonio de Hunter se terminara y eso Frauke también lo sabía, tal vez por eso lo mirada con un ligero aire de resentimiento. — También quiero que le hagas saber a Hunter que ese asunto con Biermann ya me tiene cansado, ya no es necesario amenazarlo, cumpliré mi promesa. Quiero que mate a su hija y quiero que tú te asegures de que lo haga, ¿entendiste? Así que ya lo sabes, es mejor que tengas listas tus maletas para este fin de semana.
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Mensaje por Frauke Neumann Miér Mar 28, 2012 4:57 pm

Cuando la costumbre de un trato firme, indiferente y rudo, cambia de un momento a otro a un beso delicado, es mejor temer el doble, el ataque o el dolor impartido suele ser más fuerte, el ataque llega cuando menos te lo esperas, y al estar tan expuesto se vuelve más profundo. El rostro que podía simular al de una muñeca de porcelana que poseía Frauke, mostró el dolor que recibía su mano con aquellas muecas, y peques arrugas que se le formaron. No era nada nuevo que su marido actuara de esa manera, de hecho aquel beso le sorprendió, pues sino lo conociera a la perfección juraría que le estuviera dando la mejor muestra de amor. Cualquier persona que viniera a visitarles habría envidiado ese acto, lo hubiera reclamado para si, o hubiera deseado a un persona que dejara tal caricia sobre la mano delicada de una reina. Frauke lo era sin necesidad de portal el titulo, pues seguramente habría recibido la mejor de las educaciones, la mejor calidad en los ropajes, y había sido deseada, y sobre todo solicitada por caballeros que pasaban por sus tierras, y aunque su juventud se había marchitado, seguía siendo tan hermosa como en aquellos tiempos, y estaba segura que cualquier hombre le daría mejor trato que el que tenía frente a ella.

Su hogar no era más que la mejor de las actuaciones, ante todos eran la pareja enamorada, feliz, con riquezas que cualquiera mataría por tener. ¿Cual era la realidad? Una mujer que añoraba haber tomado una decisión diferente cuando aun tenía oportunidad, que todas las noches se recostaba dispuesta a lo que pudiera solicitar aquel que hacía llamar esposo, no importaba si estaba o no cansada, mucho menos si deseaba sentir las manos gruesas y masculinas del caballero sobre su piel, en ese casa se hacía lo que Horst dictaba, esa sería su condena, ese sería su final de cuentos de hada. Su hogar estaba lleno de mentiras, lleno de miedos, lleno de gritos y de odios, de abusos no solo a ella, también al personal que trabajaba para ellos, y estaba 100% segura que si la mayoría no se marchaba era por servirle, por cuidarle, y claro porque de irse quizás terminarían sin vida. Aquel que aceptaba estar bajo el mando de Neumann no podría marcharse nunca, siempre le serviría, pues el contrato que firmaban no solo era por jordanas de trabajo como cualquier otro subordinado, si ponías atención, y eras lo suficientemente listo, te darías cuenta que le estabas vendiendo tú alma, que tú vida le pertenecía. Frauke lo sabía, Horst era su dueño en toda la extensión de la palabra, era las sogas que amarraban un cuerpo a la cama de un depravado para poseer a su antojo, las cadenas que impedían la libertad de un condenado, el verdugo que ponía fin a una vida.

Escuchaba con total atención las palabras que el hombre dejaba sueltas por la habitación. Cada una de ellas eran memorizadas, no podía perder ni siquiera un pequeño detalle de lo que se le imponía. Frauke era una mujer no solo con una belleza arrebatadora, también poseía una inteligencia envidiaba, con modales refinados, y movimientos tan elegantes como cargados de sensualidad. Lo miró de reojo, como quien sabe ha descubierto un gran tesoro, o como quien puede dar libertad a hombres en medio de una guerra. La esperanza de que su esposo pudiera demostrarle amor por lo menos una vez en su vida, no se había aun roto, pero poco a poco las llamas de las velas se van extinguiendo. Quizás podía sonar muy enfermo, o quizás era la costumbre después e 20 años juntos, pero Frauke lo amaba, lo amaba tanto como la primera vez que se lo dijo, lo amaba como si fuera el único hombre que existiera sobre la fas de la tierra, y vaya que también lo deseaba, a la edad que tenía aun estaba perfectamente conservado, quizás tenía algunas marcas de guerra, pero sin duda alguna eso no se comparaba con nada, en los ojos de la mujer aun se podía notar un brillo especial, quizás por eso las personas creían en ese matrimonio perfecto. Tomó una gran bocana de aire con disimulo y pronto la expulso para relajar su cuerpo y postura, pero sin perder lo correcto de su pose. Al final de aquellas palabras no pudo evitar formar una sonrisa llena de gratitud y esperanza, estaría días fuera de ese infierno, lejos de ese demonio personal y vería a su ángel, a su fuerza, a su hijo, porque quizás Hunter no había sido llevado en su interior, pero le había dado cuanto pudo, no solo de manera económica, más bien el amor profundo e incondicional que le proporcionó era lo que más había valido. Su orgullo, eso también era, aun sabiendo todo lo que hacía, pues sabía que su pequeño no había tenido de otra, y agradecía el hecho de haberlo conocido sin importar aquellas condiciones. Recordó por un momento las noches que se escapaba para poder ir a darle un abrazo, un beso y contarle un cuento de buenas noches, no importaba la paliza que podía recibir si era descubierta, aquel pequeño de rubios cabellos como ella lo merecía. A sabiendas que Horst era un hombre de sociedad, y con riquezas que no escatimaban gastos de cualquier tipo, le pareció una mejor idea formar un hogar allá también, sería algo para ella, un Neumann no podía hospedarse en cualquier hotel, nada estaría a su altura. - Entonces debería buscar una buena propiedad - Indicó con firmeza, con seguridad. Tener propiedades en todo el mundo era una buena inversión. Faltaban solo dos días para el fin de semana. Algo habría hecho ella para merecer semejante regalo.

Su mano se deslizó hasta una pequeña taza de té, sus dedos se enredaron en ella, la aproximo a sus labios que pronto se humedecieron por el liquido que aun preservaba su calor. Dio un trago y volvió a dejarlo en su lugar. - ¿Las armas se le dejaran en el lugar donde se hospeda, o Hunter tiene algún lugar especial para trabajar? - Debido a los trabajos que realizaban, debían ser cuidadosos, tener lugares específicos para guardar todo aquello que llevaban consigo. Cuando la mujer se enteró del viaje que su amado hijo tendría no quiso meterse mucho en el tema, ni siquiera preguntó a su marido los detalles como otras veces hacía para mantener platica alguna, es más, ni siquiera el mismo le había informado, quizás se había apiadado de ella al saber lo importante que era Hunter en su vida, y el miedo que le daba perderlo en algún "trabajo", quizás su esposo podría ser frío, pero sabía que en el fondo respetaba muchas creencias y deseos que tenía. Años atrás después de una golpiza "bien merecida" le había dado de regalo un establo, ella siempre había adorado aquellos animales, y era una experta en equitación, Horst sabía compensarla aunque no fuera de manera cariñosa, ese tipo de detalles le hacían creer que le importaba tenerla bien, que la cuidaba, y la conocía a la perfección. Quizás por eso aun no había perdido la esperanza de sentir una mirada cálida de él.

Frauke no temía de dejar a su marido solo en aquella casa, sabía bien que la deseaba a ella, y que no se metería con alguna otra mujer, lo sabía bien porque Horst no era un hombre desleal, y aunque su contrato matrimonial no fuera su prioridad lo respetaba. Esa era una de las cosas que la llenaban de felicidad - ¿Nos alcanzarás en París? - Esa pregunta era clave, ella tendría libertades, podría hacer y deshacer en ese tiempo a su antojo, salir sin problema a ser castigada, conocer, y disfrutar de una cama, que quizás no estaría acompañada, pero que por unos días esa cama sería su cómplice, y sería cálida, tan suya. Además de saber si Horst los alcanzaría la casa estaría lista para cuando arribara, y ella era la única (Aun con todo y servidumbre) que sabía como debía de estar cada cosa, y el tiempo de accesorios que se le compraría al nuevo hogar para recibir al patrón sin ningún problema, quizás también por eso la mandaba desde antes. Frauke sabía que en Paris también tenían conocidos, y que por más que odiara las reuniones con aquellos hombres para presumir su matrimonio de ensueño, debía cumplir con la sociedad - Tendré lista tú agenda de visita - Su voz volvió a hacer eco en aquella habitación, le sonrió triunfal pues sus deberes como mujer eran cumplidos a la perfección. - ¿Desearas mi compañía está tarde? - Debido a las innumerables tareas que hacía durante el día, y las clases que impartía para aquellas nuevas señoritas que estaba por tocar la sociedad, Fraule debía saber si el día sería destinado a aquellos fines monótonos de su vida, o a servir a su marido.
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Mensaje por Horst Neumann Dom Abr 15, 2012 2:18 am

El semblante de Neumann cambió radicalmente cuando Frauke empezó a hablar, desapareció ese aire hostil de su rostro maduro y en su lugar apareció uno más relajado; verlos juntos sentados a la mesa en ese momento daba la impresión de que eran un verdadero matrimonio feliz y realizado. Horst continuó bebiendo de su té, comiendo del pan tostado con mermelada que tenía a medias, pero escuchó y prestó total atención a la actitud que su esposa había tomado. Así era como le gustaba verla y escucharla, siendo como él quería que fuera: una verdadera mujer que conocía todos los movimientos de su marido, que se preocupaba por tenerlo contento, que pensaba inteligentemente cada detalle; no la estúpida mujer descuidada en la que se convertía en ocasiones y que le obligaba a mostrarle como debía comportarse, a darle lecciones, siempre con malos tratos. Si se hubiese analizado un poco la actitud que Neumann tenía se habría fácilmente a la conclusión de que no era más que una víctima, una víctima de su padre, y parecía difícil de creer, por supuesto, pero así era, por eso Host tenía las creencias que tenía; por eso trataba a su esposa y al resto del mundo como si fueran bazofias humanas. Para Horst las cosas correctas eran las que su padre le había enseñado, estaba tan equivocado pero tan convencido que debía dársele algún reconocimiento por la pasión que ponía al defender sus propias creencias por encima de las de los demás, era algo que no cualquiera hacía.

Alzó la vista cuando su mujer le planteó la idea de conseguir una propiedad; se quedó mirándola por un momento, dándose cuenta de que aquel detalle era algo que había pasado por alto y era increíble y a la vez terrible que él pasara cosas por alto. Se sintió molesto por ese hecho y probablemente jamás lo aceptaría en voz alta pero se recriminaba su error; así como era duro y exigente con todos los que le rodeaban, era igual con sí mismo, no se perdonaba nada. El disgusto le quitó el apetito, colocó el trozo de pan que había restado sobre el platito de porcelana blanca.

— Sí, así es, deberías hacerlo. — Se limitó a asentir a lo que su esposa le había mencionado, sin dar demasiados detalles; le enervaba seguir pensando en aquello, le hacía sentir que estaba haciéndose viejo y que su cuerpo –especialmente su memoria- le estaba pasando factura. — Bien pensado. — Añadió como una especie de cumplido a la inteligencia de su esposa. Por ese pequeño instante dejó de lado la creencia que su padre le había heredado respecto a las mujeres, en la que garantizaba que no servían para nada más que procrear y lucirlas ante sociedad cuando poseían belleza y elegancia.

— No, Hunter está hospedado en un hotel, es imposible que las armas sean ocultadas en ese sitio. — Inquirió retomando la conversación, adoptando su habitual semblante de hombre orgulloso de sí mismo. Su voz volvió a ser la misma, ronca, decidida, intimidante. — Hunter se encargará de eso, tenemos un sitio especial pero justamente eres tú quien debe informarle sobre ello y llevarle el cargamento, esa es la razón del viaje. Él se encargará de transportar todo hasta la bodega. — Horst volvió a notar como Frauke se ponía seria, lo hacía cada vez que hablaban sobre Hunter o de negocios sucios, era como una especie de alerta que su mujer ponía ante las situaciones peligrosas. Él sabía lo mucho que quería a Hunter, jamás había estado de acuerdo con que se encariñara de ese modo con él porque no era su hijo adoptado, sólo había sido un chiquillo huérfano al que había decidido forjar para su oficio y beneficio, eso era todo. Frauke estaba segura de que si algún día llegaba la mala noticia de que Hunter había perecido en alguna misión, Horst lo lamentaría y mucho por ser uno de sus mejores hombres, pero sabía que no derramaría una lágrima por él; la relación de Hunter t Horst era exclusivamente de trabajo.

— ¿Tienes miedo?, ¿temes que te descubran? — Preguntó al notar su preocupación en los ojos azules de Frauke. — No pasará nada, nadie sospecharía de alguien como tú. ¿Quién podría imaginar que detrás de una mujer de clase alta se transporta todo un arsenal? Sólo alguien con inteligencia suprema y dudo que entre los empleados de un barco pueda encontrarse a alguien con esa característica. — Bebió el resto de su té con aire despreocupado, convencido de sus propias palabras. No era la primera vez que Horst mezclaba a su esposa en sus negocios, la usaba porque ella no inspiraba desconfianza, era tan dulce y tan atenta con todo el mundo que los enamoraba y se los echaba a la bolsa, después de eso nadie sospecharía de ella, ni siquiera el más instintivo de los hombres.

— Aún no se si iré a París. — Fingió desinterés, pero oh, claro que lo haría. — Probablemente lo haga, pero no será pronto. Tengo cosas importantes que hacer aquí primero, de todos modos Hunter estará allá, te hará compañía y dudo que me extrañes. — La miró con atención para ver la reacción que esta tendría luego de aquellas palabras en las que aseguraba que no le hacía falta. No era que esa cuestión le robara el sueño, pero Horst había vivido siempre con una incógnita: saber si Frauke realmente sentía algo por él o si sólo permanecía a su lado porque sabía que él jamás la dejaría libre. De todos modos esa mañana no sería el día en el que ahondaría en ese tema, tal vez después...tal vez esa misma noche.

— Quiero que vayas y te compres un vestido muy caro y elegante y lo uses esta noche. — Ordenó, como siempre hacía, sin otorgarle ni siquiera un mínimo de ese derecho de poder negarse si quería que le correspondía por naturaleza. — Saldremos a cenar con un posible cliente y su esposa. Todo indica que quiere cerciorarse de que soy alguien de fiar y no voy a traicionarlo, así que más vale causar una buena impresión. — Aquello era una advertencia o una amenaza, como ella quisiera tomarlo, daba igual, tenía la misma finalidad al fin de cuentas. Bastaba que Horst pronunciara aquellas palabras para deducir gran parte de la noche que se llevaría a cabo, en la que pasarían una velada fingiendo ser un perfecto matrimonio, en la que él haría un casual elogio a su esposa frente al cliente y tomaría su mano para depositar un beso frío y carente de sentimentalismos. Así era la vida de Frauke, la de Horst, la de los Neumann. Así sería siempre.
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Mensaje por Frauke Neumann Sáb Mayo 05, 2012 5:23 am

Delicada, sincera y confiable. Tres características que deben resaltar en una mujer, sumemos la elegancia, los modales y las ideologías moralistas, la señora De Neumann no sólo poseía estás características, también poseía innumerables que la hacían resaltar del resto, era la luz entre una noche de oscuridad. Cualquiera que conociera a Frauke deseaba tenerla en su vida, con tan buenas referencias, y con riquezas inigualables, tonto era aquel que no quisiera su presencia, su amistad y sobretodo su afecto. Una mujer que con una sonrisa cálida puede abrazar el corazón más frío, sus sirvientes siempre se preguntaban como le hacía para ser tan hermosa y de nobles sentimientos con aquella compañía que tenía todos los días: Su esposo. Solo unos cuantos sabían que detrás de todos esos dones, existe también un corazón que se va desgarrando, y mientras vivas en un circulo de mentiras y abusos aprendes a ser de esa manera. Muchos trabajos de extremada confidencialidad y delicadeza ella tenía que terminarlos, quizás de mala manera, pero todo salía a la perfección, ¿Y como no saldría de esa manera? Bien dice el dicho "el alumno supera al maestro", en todo caso había aprendido del mejor. - No, no tengo miedo - Su voz salió firme, decidida, no se le encontró ni pizca de vacilación o duda. - Incluso los mejores caen ante los caprichos de una mujer respetable y hermosa - No solo clientes, su mismo esposo cumplía caprichos que la mujer tenía, quizás los hacía como recompensa a seguir a su lado, a aguantarlo, o simplemente porque sabía que era su esposa, Frauke nunca lo sabría en realidad.

20 años después, Frauke disfrutaba al sentir como las cadenas que la retenían en usa gran casona se caían, y como el peso de su cuerpo simulaba al de una pluma, saber que no lo vería en mucho tiempo, que su "amado" esposo no la seguiría la hacía feliz pero a la vez sentía algo extraño, como si no se lo creyera del todo. Para la desgracia de Horst lo conocía a la perfección. Quizás tenía razón, quizás no lo extrañaría, pero la costumbre de ver aquel rostro día con día se rompería de manera tan brusca que quizás si le haría falta, por lo pronto no estaba para pensar en esas cosas, debía saborear desde ahora su libertad. Estiró su mano para tomar la tasa de té de manzanilla que le habían puesto, aun se podía observar el vapor proveniente del liquido gracias a la temperatura cálida que aun conservaba, la mujer acercó la pequeña tacita a sus labios y sopló con suavidad un par de veces para luego tomar de aquel liquido. Siguió escuchando las palabras de su esposo, su rostro volvió a tomar aquel aire de fastidio y enfado, odiaba tanto tener que ir a esas reuniones que lo único que hacían eran recordarle lo desdichada y falsa que era su vida, no sólo eso, aún después de tanto tiempo de matrimonio se hacía las preguntas típicas: ¿Por qué a mi? ¿Por qué no me ama? ¿Por qué me mintió para casarme con él? ¿Por qué en sus ojos no hay ese brillo de amor como en el de los demás?. Preguntas que quizás para muchos son absurdas, quizás para ella ya estén contestadas gracias a las ideologías de su padre (y del padre de Horst), pero le era inevitable repetirlas, quizás después de tanto tiempo aun conservaba una pequeña llama en su interior, la llama tenía solo una palabra gravada en su tenue luz: Esperanza.

Dejó la taza en la mesa, la servilleta de seda que tenía en su regazo la levantó para limpiar los bordes de sus labios con suavidad. Asintió repetidas veces - Las jovencitas que toman clases conmigo llegarán en media hora, me las llevaré, sólo necesito que me digas la hora en que partiremos para dejar todo listo - Debido al escaso tiempo en que Horst le había informado de aquella reunión, Frauke debía cumplir con las clases que impartía, también con las de mujer al ir por aquel vestido, y como la esposa modelo al estar despampanante cuando se le indicaba, sin embargo debía saber de sus tiempos, organizarlos detenidamente. Alzó su mirada hasta Horst, había desviado la mirada a su plato con anterioridad, necesitaba estar atenta a él, de hecho el tiempo que pasaba con él no podía desviar su atención a otro lado. - ¿Puedo retirarme? - Preguntó en un susurró, le sonrió apenas de manera perceptible. Cuando recibió el permiso, la rubia dejó la servilleta a un lado, deslizó con suavidad la silla hacía atrás, acomodó los pliegues de su vestido, se acercó a su marido y beso su mejilla - Le veré más tarde - Volvió a erguir su cuerpo, antes que llegará a las puertas de la estancia, estás se abrieron como por arte de mágica, en realidad no es que existiera alguna pero los trabajadores estaban para cubrir ese tipo de detalles. Frauke que limitó a sonreírles sin voltear a verlos pues no podía dejar que su esposo viera la manera tan amable en que los trataba.

El clima estaba demasiado bajo, hacía demasiado frío a las afueras de la mansión, Frauke tuvo que colocarse un abrigo encima de su vestido para poder salir sin problemas. Se estaba colocando sus guantes cuando cuatro carruajes distintos avanzaban a su residencia, sonrió al ver a sus cuatro señoritas bajar acercándose para saludarla de manera correcta. La mujer les indicó su destino, y durante el trayecto estuvo hablando sobre los gustos refinados, las telas, la moda, y todo ese tipo de detalles que debían saber antes de desposarse. Probo en las tiendas de toda la zona comercial, desde la más humilde hasta la más codiciada, para su fortuna la mujer no tenía que hacer grandes filas o pedir citas con tiempo de anticipación para entrar, algunos de esos locales sentían un gran halago al tenerla entre sus paredes, no perdió demasiado tiempo, pidió a sus alumnas buscar lo que ellas consideraban el mejor de los vestíos y ella hizo lo mismo. Le mostraron diferentes pero ninguno le convencía, así estuvo mucho tiempo hasta que por fin encontró uno de su agrado. La nueva moda parisina se enfocaba en hacer los corsé más naturales, que los cuerpos esbeltos de las mujeres no estuvieran completamente firmes por aquellas toscas prendas, ahora la forma se notaba natural, no se necesitaba mucho ajuste, y la comodidad femenina era evidente. Al final de su estancia encontró el indicado, un vestido negro que brillaba dependiendo las luces de las velas y las lamparas de aceite, Frauke se lo probó y se sintió encantada por el modelo. Pagó una fuerte cantidad y salió en dirección a casa con aquellas señoritas que aprendían con rapidez. El regreso había sido divertido para todas, pero ni bien llegaron y cada una tuvo que partir.

Frauke tenía una hora exacta para poder estar completamente lista para la noche. Ordenó se pusiera la tina con esencias, así podría soportar el teatrito toda la noche. Sus damitas la ayudaron a darse un pronto baño, le secaron el cabello y adoraron por momentos la manera tan maravillosa en que la señora Neumann portaba aquella prenda. Sus cabellos caían en forma de cascada por su rostro, por sus hombros y terminaban a la mitad de su espalda, el color de sus labios era apenas unos tonos más notorios al color natural que siempre le adornaba. Acompañó sus ropajes con su mejor joyería. Faltando 10 minutos para el encuentro la rubia ya estaba en perfecto estado para ir a la cita con su marido. Se miraba en el espejo - Es otra noche más, puedes hacerlo - Lo dijo en voz alta para convencerse. Lo repitió un par de veces más hasta que una de mis damas se acercó a indicarle la hora. Frauke le dedico una sonrisa cálida, sintió que su cuerpo temblaba un poco, llevaba 20 años con Horst y cada salida le resultaba como la primera, la mujer odiaba la sensación de ser solo un objeto pero siempre había aceptado su lugar, el lugar que las mujeres poseían en aquella sociedad. Comenzó a bajar las escaleras con tranquilidad, observó a Horst quien observaba por la puerta. Dibujó la mejor de las sonrisas en su rostro llegando a la planta baja de la casona. - Podemos irnos - Indicó al dejarle en claro a su marido que estaba lista.
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Mensaje por Horst Neumann Sáb Mayo 26, 2012 4:25 am

Horst hizo evidente un gesto de fastidio cuando Frauke mencionó a las jovencitas a las que impartía clases de modales. Se echó hacia atrás en la silla y con un semblante monótono tomó la servilleta para limpiar la comisura de sus labios, dando la impresión de que aquel comentario poco le importaba. Siempre le había parecido una reverenda tontería el hecho de que su esposa quisiera trabajar, era algo inútil, innecesario, pero ella se había encaprichado tanto alegando que era demasiado el tiempo que pasaba en casa y que en algo tenía que ocuparse que él sencillamente no había podido negarse. No todo eran malos tratos, humillaciones o gritos, también en ocasiones le daba el privilegio a su esposa de cumplir uno que otro capricho, siempre y cuando fuese algo inofensivo y que no lo afectara a él, a sus negocios o a la imagen de los Neumann que meticulosamente se había encargado de construir ante la sociedad.

Le hizo saber la hora a la que partirían a la cena y asintió levemente cuando Frauke le pidió permiso para dejar la mesa, Horst la observó ponerse de pie mientras él permanecía en la mesa aún con las manos entrelazadas bajo su barbilla. Su mujer se acomodó el vestido y salió por la puerta sin hacer el menor ruido y Neumann se sintió complacido de ver como su mujer poseía esa elegancia natural que resultaba encantadora. Las mujeres podían ser todo eso que su padre y él siempre habían creído, pero no podía negarse que pese a ser criaturas inútiles –a excepción de la procreación-, eran también criaturas hermosas, un bonito adorno que Horst había adquirido y que no dudaría en lucir esa noche frente a su futuro socio.

No hubo necesidad de que Horst diera a su esposa dinero para que cumpliera su deseo de comprar un nuevo y elegante vestido, Horst tenía tanto que se daba el lujo de proveer a su mujer una cantidad suficiente para sus gastos; dinero sucio, por supuesto, proveniente de todos sus negocios chuecos: casinos, burdeles. Terminó de beber el té que quedaba en la taza de porcelana y cuando terminó se puso de pie para dirigirse hasta donde la servidumbre y ordenar que la tina fuera preparada para darse un baño a la hora adecuada.

Horst pasó gran parte del día en su despacho y cuando llegó la hora tomó un baño caliente, luego fue hasta su habitación para cambiarse. Dejó sola a su esposa para que se cambiara teniendo en cuenta la diferencia de tiempo que solían llevarse un hombre y una mujer en estar listos. A Horst no le molestaba saber que su esposa demoraba en prepararse, mientras no se pasara de la hora indicada, para él era perfecto porque al final el resultado siempre era el esperado y en ocasiones incluso lograba sorprenderlo, justo como ocurriría esa noche.

Cuando Frauke bajó, Horst no pudo ocultar el gesto de satisfacción que le provocaba ver a su mujer de aquella manera. La observó detalladamente mientras ella bajaba las escaleras con aquella elegancia nata que él había advertido desde la primera vez que la había visto, esa misma vez que había bastado para decidir que ella sería la mujer a la que desposaría y con la que pasaría el resto de su vida. El vestido era de color negro y cumplía con la esencial función de resaltar la estrecha cintura que su esposa poseía; pese a tener ya cuatro décadas de vida, esa era una cintura digna de una quinceañera; Frauke no aparentaba tener la edad que realmente poseía, seguía tan deseable, sin duda estaba en sus mejores años. Un par de sirvientas de la casa permanecieron inmóviles y desde su rincón dejaron escapar una breve y audible exclamación cuando vieron a su señora, tan bella como jamás le habían visto. Horst dio dos pasos al frente y cuando la rubia llegó al último escalón el la tomó del brazo y la condujo hasta la sala. Allí, de pie, la observó como si no pudiera reconocerla.

— Haz hecho una excelente elección, el negro te sienta bien. — Comentó sin soltarla de la mano. Era extraño ver de aquella manera a Horst, pero también era entendible que pese a ser lo que era como cualquier otro hombre se sintiera momentáneamente embelesado por la belleza de una mujer. Era una lástima que momentos como esos pasaran dos veces al año y tan sólo unos instantes. Horst la soltó y con paso firme y elegante se dirigió hasta el mueble de madera que yacía en la sala, abrió una pequeña puerta y de un cajón sacó una caja aterciopelada de color azul marino. Volvió hasta donde su esposa y abrió la caja frente a ella dejando a la vista un impresionante conjunto de collar y aretes que debían valer la fortuna suficiente como para alimentar a una nación entera. — Esto se verá mejor que eso que llevas puesto. — Su voz era neutra. Para alguien como él el adquirir unas joyas como esas no significaba gran cosa, era algo cotidiano, sin demasiada importancia. Colocó la caja sobre uno de los bellos sofás que conformaban la impotente sala y se le acercó por detrás, con sus manos rodeo su cuello y la despojó del collar que llevaba puesto para suplirlo con la nueva adquisición. Dejó que Frauke se encargara de cambiarse los pendientes y cuando todo estuvo hecho volvió hasta el mueble y guardó bajo llave las joyas que no serían utilizadas.

Cuando al fin estuvieron listos, la escoltó hasta la salida y ambos subieron al carruaje que ya les esperaba. Durante el trayecto Horst volvió a su ya común frialdad, ni una sola vez se giró para volver a contemplar a su esposa pese a estar sentado junto a ella, en lugar de eso se dedicó a mirar a través del cristal de la ventanilla y cuando hablo lo hizo solamente para dar instrucciones ya conocidas.

— Sobra decir que es un cliente muy importante. — Comentó aún con la mirada clavada en los transeúntes de la ciudad que observaba por la ventana. — Lord Baker y su esposa son un tanto ridículos, pero nosotros fingiremos que son las personas más maravillosas en la faz de la tierra. Así que sígueles la corriente en lo que digan, así sea la cosa más idiota.

El conductor del carruaje les indicó que habían llegado a su destino. Horst bajó primero y como cualquier otro caballero hubiese hecho, extendió su mano para ayudar a bajar a su esposa. El lugar era uno de los restaurantes-bar más elegantes y concurridos en la ciudad y ese día estaba atestado. Neumann mantuvo a su esposa a su lado mientras caminaban rumbo a la mesa donde ya se encontraban sus acompañantes. Los Baker eran una pareja diez años más vieja que ellos, August Baker era un hombre bonachón de pelo entrecano, con una barba espesa que le cubría media cara; se puso de pie al instante para recibirlos y dio un fuerte apretón de manos a Neumman para después depositar un beso en la mano de Frauke. Matilda Baker no era tan diferente de su esposo, poseía una grande y brillante dentadura la cual se encargaba de lucir todo el tiempo gracias a las enormes carcajadas en las que se convertía su risa, siempre llevaba consigo un elegante abanico con el que pretendía cubrir su boca cada vez que algo le causaba gracia, lo cual era bastante seguido. Ambos tenían una risa muy audible que difícilmente pasaba desapercibida.

— Jamás imaginé que tenías una esposa tan maravillosa, Horst, ¡qué calladito te lo tenías! — Exclamó August y se echó a reír mientras su esposa le colocaba la mano en el hombro y le hacía segunda, la abultada barriga del hombre se movía insistentemente mientras sus risas se podían escuchar hasta el otro extremo del lugar. Los Baker eran ese tipo de personas a las que los de clase alta llamaban "nuevos ricos", gente con fortuna pero sin clase, sin una gota de elegancia. Horst se limitó a sonreír, sus labios aparentaban contraerse con dificultad, posiblemente porque reía más por compromiso que por ganas. No había nada que le causara gracia en ese instante. No había nada que le causara gracia nunca.
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Mensaje por Frauke Neumann Vie Jun 15, 2012 3:13 am

Una flor puede ser un hermoso adorno, no sólo en un jardín, o en un invernadero, también en un comedor, incluso en una cama, hermosa en toda su expresión, los pétalos pueden ser delicados, suaves, y de colores que te arrancan sonrisas inimaginables, sin embargo, una flor por más bella que sea, carece de todo valor si no se la da uno, ya sea para el ser amado, o incluso para la compañía de un ser que ha dejado de respirar en esta tierra. Frauke amaba las flores, todas por igual, tenía sus favoritas claro está, y siempre adornaba su lado de la habitación con ellas, llenando de alegría con ese simple detalle su vida. La señora de Neumann, había aprendido a darle un significado o valor a cada una, por más marchita que estuviera, y todo por una simple razón: Se comparaba con ellas. Desde que había contraído nupcias con Horst, sintió como había sido arrancada de su propio jardín, y se daba cuenta del adorno que representaba para su esposo, así como las flores, sabía que ella carecía de algún significado para con él. Ese había sido su peor castigo, su peor condena, pagaba un pecado que había hecho, y no había descubierto cual era. Aun no entendía como seguía con vida, mucho menos alado de él, dentro de su ser, por muy surrealista que se lea, creía que quizás Horst si la quería, aunque fuera una especie de querer enfermizo. El amor no se puede representar sólo de la manera en que deseamos nos lo den, quizás el amor sólo sea un mero concepto, algo bizarro, imposible de entender. Tal vez Horst le demostraba su amor teniéndola con vida, cediéndole su apellido, quizás… Aunque la duda siempre estará en el aire.

Contadas eran las veces en que Horst sonreía de esa manera a su esposa, por más tenue que fuera la expresión, Frauke debía apreciar ese momento como el mejor de los descubrimientos, capturarlo para siempre en su memoria, su sentimiento se asimilaba al descubrimiento de una isla virgen, dónde ella había logrado ser la primera en tocar la arena con sus pies descalzos, lo malo de saborear ese momento, es que pronto se esfumaba, y cuando eso pasaba, el sabor dulce iba adquiriendo esencias amargas, y ya con nada la puedes borrar, ni siquiera con un buen vaso de agua. Ese amargo sabor de sus labios se hizo más grande en el trayecto al restaurante. El silencio confirmaba lo vació de esa relación. Se odiaba por no tener el valor de salir huyendo, también por fingir algo que ya no sentía podía enderezarse. Para ella, el peor de los males era ese, estar acompañada, y sentirse sola, quizás no sólo para ella, también para muchas personas, pero ahora sólo le importaba su sentir. Al llegar, simplemente suspiró, se ayudo de su "adorado" esposo para bajar del carruaje. Muchas miradas se dirigían a ellos. ¿Y cómo no hacerlo? De las parejas más envidiadas, solicitadas, y deseadas del país, con dinero para derrochar sin problemas, con la belleza de una mujer que pocas tienen el privilegio de obtener, y la galantería de un hombre integro, un caballero (ante los ojos ajenos), perfecto. Una pareja que también distinguía por su inteligencia. ¿Lo ven? Hasta sus más allegados creen que de verdad los une un verdadero amor de cuentos de hada.

Para su buena suerte, Frauke veía no sólo un buen negocio en la pareja que compartía mesa con ella y su marido. Veía personas humildes que estaba segura, contribuirían con la humanidad. - Digna debía de ser de mi esposo, querido caballero ¿No lo cree? - Habló con una sonrisa radiante, mostrando la perfección de su paladar. Sus dientes blancos incluso parecían brillar con la ayuda de las lamparas que alumbraban todo el lugar. La rubia notó, como el caballero estudiaba con morbo sus facciones, y también cada rincón de su cuerpo. Sintió incomodidad por su mujer, pero sobretodo por ella misma, odiaba esa clase de miradas, sin embargo, como si un libreto hubiera sido estudiado para esos momentos, decidió mantenerse firme, erguida, con el mentón señalando al frente, inclinado un poco hacía arriba. Sólo como un verdadero Neumann podía estar. Sonreía de manera falsa, pero haciendo que creyeran en esa expresión. Tomó asiento con la ayuda de Horst. - He escuchado de ustedes - Se adelantó a decir. - Muchas referencias buenas me han dado de cada uno, sin duda alguna usted caballero, es un hombre amado y respetable, y usted - Su mirada paso del viejo bonachón, a su curiosa esposa - No hay persona que sonría ante su presencia, quisiera saber ese secreto, esa receta para hacer brillar lo que tocan - Las palabras adornabas de Frauke, hicieron que la pareja adoptara una pose de orgullo, incluso sus miradas se hicieron morbosas, deseando que la rubia dijera más cosas agradables de ellos, sin duda al venir de ella se escuchaban mejor de lo que habían significado. Ese era el poder de Frauke, embelesar a las personas que están a su alrededor, así obtenía todo cuanto se propusiera. Su corazón era tan puro que no abusaba de eso, pero su esposo, si que aprovechaba.

La primera media hora sirvió para crear una especie de "conexión" entre las familias. Los Neumann siempre habían sido discretos en su vida personal, poco decían al respecto, sólo palabras falsas que dejaba en claro lo "felices" y "enamorados" que seguían siendo. Frauke era la encargada de realizar preguntas al aire, dónde las personas comenzaban a hablar de su vida, contando lo desdichado que había sido en un principio su pasado, y como de manera casi milagrosa, su futuro había obtenido frutos. Muchas de las historias que contaban eran parecidas a lasanteriores que habían escuchado, Frauke las disfrutaba, aunque sonaran repetidas, y disfrutaba los rostros de tristeza y luego felicidad que las personas le iban regalando conforme avanzaba la historias. En ese momento escuchaba la de los Baker, y en ocasiones volteaba a ver a Horst, quien sonreía de manera fingida, y se le veía demasiado fastidiado. Para la buena suerte del señor Neumann, la comida había llegado, interrumpiendo el relato. Compartieron sonrisas entre los alimentos, y en ocasiones se quedaban en silencio disfrutando de la orquesta del lugar. La esposa de Horst disfrutaba tanto de ese arte, que podía pasar días enteros sin decir una palabra, sólo deleitando sus oídos de aquel sonido. Al cabo de un momento, se terminaron los alimentos, y como toda mujer de sociedad, Frauke pidió permiso a los presentes para poder asistir al tocador. La señora Baker de manera nerviosa se puso de pie, y la siguió, prensándose del brazo de la señora Neumann, quién no pudo evitar arquear una ceja en un principio por el gesto tan atrevido en un lugar público, pero pasaron pocos segundos cuando le sonrió con sinceridad, y ambas se adentraron al cuarto de baño.

Ya en el tocador, ambas se dedicaron a retocar sus rostros, y a darle colores a sus labios. -"Espero llegar a embelesar tanto a mi esposo como tú tienes encantado a Horst"- Las palabras que había soltado esa mujer le calaron en el alma a Frauke, porque dentro de ella sabía la realidad. - Si desea, después de esta noche, cuando nuestros respectivos maridos firmen el contrato, será recibida en mi casa, con los brazos abiertos, dispuesta esto a enseñarle tanto como desee, aunque no creo le haga falta - Giró su rostro para ya no ver su reflejo, deseaba captar esa mirada ajena, y dejarle en claro que amigas serían. Frauke era tan lista, si enganchaba a Matilda, sabía que ésta convencería a su esposo para no dudar en firmar. Los hombres podían creerse los absolutos gobernantes no sólo de la casa, también de los negocios, pero cuando una mujer era lo suficientemente lista, sabía como girar las cosas a su favor, Frauke era lista, y ya tenía en la bolsa a esa mujer, y el negocio de su querido Horst.

Fueron pocas las palabras que intercambiaron ambas mujeres. No tardaron mucho tiempo en el tocador, Frauke sabía que Horst no le gustaba tenerla mucho tiempo fuera de vista en lugares públicos. Sabía los riesgos que corrían, y por más frío que el hombre fuera, la cuidaba como su mejor adquisición. Al llegar, Frauke notó como Matilda le susurraba algo al oído a su esposo, y después se disculpaba por la descortesía del secreto. La señora de Neumann volteo a ver a Horst con una sonrisa de suficiencia, se sentía orgullosa de sí misma esa noche. Mientras los hombres de la mesa hablaban de negocios, Frauke se dedicaba a entretener a Matilda, que no dejaba de hablar sobre planes juntas, sobre fiestas a las que asistirían, y compras que realizarían. La mujer de Horst se sentía contenta, quizás con ella podría entablar una amistad, claro, si su esposo lo concedía. Por lo pronto, sólo faltaba la firma para cerrar el trato. Para la buena suerte de los cuatro, la pluma ya había sido desenfundada, y se pudo escuchar, con todo el bullicio, como la firma estaba siendo plasmada sobre un papel.
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Mensaje por Horst Neumann Mar Jun 26, 2012 4:19 am

Los Baker empezaban a enfermarlo, pero Horst se concentró en el negocio. Intentó ignorar los comentarios tan burdos que la pareja hacía y disimuló a la perfección la cara de desagrado que le provocaban cada vez que ambos se reían en esa forma tan vulgar, aproximadamente cada diez minutos y por cualquier tontería. Horst nunca había sido un hombre risueño, las únicas veces en las que sus labios se contraían era para reír por alguna desgracia ajena que le causara placer conocer. Sin embargo, esa noche Horst se vio obligado a romper con ese semblante inescrutable que ya formaba parte de él, tuvo que hacer un gran esfuerzo para derretir ese hielo que lo recubría, bajar la guardia y apartar la amargura hasta una esquina, todo para lograr seguirles la corriente a sus futuros socios.

Su mirada azul se dirigió a su esposa en constantes ocasiones, en algunas solamente la miró para constatar lo ridículos que le parecían, en otras la miró sorprendido, Frauke estaba logrando lo que a él tanto le costaba: simpatizarle a los demás. Y no era para menos, su esposa siempre había poseído lo que toda mujer digna de él debía tener: elegancia, encanto, porte, espontaneidad, labia, pero sobre todo, belleza. Era indudable que los Baker estaban encantados con ella, bastaba ver la manera en la que Matilda le hablaba, dando la impresión de que ya eran grandes amigas. Lo que no le gustó a Horst fue la manera en la que Lord Baker miraba a su esposa. Cuando Neumann se percató de que lo hacía lascivamente, sus manos, que permanecían bajo la mesa, se cerraron hasta formar dos puños; estuvo a punto de soltarle un golpe en la cara, pero recapacitó a tiempo y Frauke acarició su mano por debajo de la mesa para tranquilizarlo, haciéndole ver que si lo hacía significaría un rotundo fracaso para el negocio en puerta y era demasiado importante como para dejarlo ir. Intentó relajarse bebiendo champagne y cuando menos lo esperó esta ya había empezado a embriagarlo, aunque no lo suficiente, Horst Neumann nunca se daría el lujo de lucir como un alcohólico frente a los demás. Dejó de beber justo a tiempo.

— Tu esposa es exquisita, Horst. Fascinante. ¿De dónde la sacaste? — Comentó el hombre, dándole un golpe en el hombro a Horst, cuando las damas se alejaron rumbo al tocador. El hombre sonrió de manera libidinosa mientras alzaba las cejas haciendo énfasis a su “cumplido” y bebía de su copa casi atragantándose con el contenido, tal y como el cerdo que era. Horst no respondió de inmediato, miró a Baker fijamente, una vez más con esas ganas de romperle la cara, las palabras se le quedaron atoradas en la garganta a causa del gran esfuerzo que estaba haciendo por lograr que no se notara lo mucho que le desagradaba ese hombre.

— Lo sé. — Se limitó a decir cuando al fin pudo pronunciar palabras y bebió el último sorbo de la última copa que bebería esa noche. Alzó la vista cuando notó como Frauke se demoraba más de lo esperado en el tocador. A Horst le molestaba que se tardara porque era tan posesivo que deseaba tenerla todo el tiempo a su lado, como según él debía hacer toda buena esposa.

Cuando al fin aparecieron las mujeres, Horst se sintió incómodo por la forma en la que Matilda le cuchicheaba a su esposa, no le gustaba para nada que Frauke tuviera una amistad tan vulgar como ella, lo único que deseaba era que Baker firmara de una buena vez por todas para poder dar por terminada esa velada tan aburrida. Los siguientes treinta minutos los utilizaron para cenar, Horst ordenó por él y por Frauke, sin titubear, casi al instante en el que el camarero se posó frente a la mesa, mientras que los Baker demoraron alrededor de quince minutos en decidir qué querían probar. Horst rodó los ojos incapaz de tolerar esa situación.

— Les recomiendo el Truffade. Sugirió, más por fastidio que por verdadera amabilidad. La pareja aceptó encantada la sugerencia y durante la cena no dejaron de exclamar lo mucho que les había gustado el platillo, haciendo alarde del buen gusto que tenía Horst para las comidas.

Finalmente la hora esperada llegó cuando abordaron el tema del negocio. Lord Baker ya no mostró dudas al respecto, cuando Horst lo cuestionó sobre la sociedad entre ambos, el hombre sonrió complacido y tomó su plumilla para firmar. Horst sonrió orgulloso y en paz, satisfecho de que por fin esa velada del terror hubiera llegado a su fin.

— Ha sido un placer hacer negocios con usted, Lord Baker. — Aseguró Neumann estrechando la mano de su ahora socio. En ese instante la orquesta dio inicio a una nueva melodía, Matilda Baker aulló de alegría cuando notó como algunas parejas se dirigían al centro de la pista de baile y comenzaban a danzar al ritmo de la tenue música que inundaba el recinto.

— ¡Adoro los bailes! — Exclamó la mujer, completamente extasiada, mientras unía sus manos y se giraba en su asiento para tener una mejor vista del espectáculo. — Es una pena que tú ya no bailes, August. — Se quejó la mujer haciendo un puchero, dándole un golpecito en la espalda a su marido que a causa de una lesión en la rodilla ya no podía gozar de cosas como el baile, los deportes e incluso largas caminatas. La mujer dirigió sus ojos a los Neumann. Sus ojos brillaron cuando a su mente llegó una idea inesperada. — Horst, ¿por qué no invita a bailar a su esposa? Es una pena desperdiciar tan bella melodía. Ande, invítela a bailar. — Insistió la mujer mientras alzaba su abanico a la altura de su rostro y los miraba fijamente con una gran sonrisa en los labios, una que dejaba claro que de no aceptar, seguiría insistiendo. Horst se sintió incómodo con tal petición, miró a Frauke dudoso, esperando a que ella se negara, pero para su sorpresa su esposa no dijo nada. No le quedó de otra que ponerse de pie y cumplirle el último capricho a la latosa mujer.

— ¿Me harías el honor? — Preguntó Horst a su esposa como cualquier caballero habría hecho, tomó su mano y la ayudó a ponerse de pie para después conducirla hasta la pista. Antes de tomarla de la cintura, miró a su alrededor y fue consciente de la cantidad de ojos que ya se habían posado sobre ellos. Ya no había escapatoria. Horst posó su mano sobre la estrecha cintura de Frauke y comenzó a danzar junto con ella. Se sintió extraño, sumamente extraño. Se sintió como una especie de hipócrita consigo mismo, pero al cabo de un rato pareció que no le desagradaba del todo el compartir un baile con su esposa. — Te felicito, haz hecho un espléndido trabajo con esos dos. — Hizo un gesto de asco cuando se refirió a los Baker. — Lograste que Baker firmara y gracias a ti aún conserva la dentadura. — Comentó mientras giraban al ritmo de la música. Habían pasado exactamente veintidós años desde el último baile que los Neumann habían tenido, específicamente el día de su boda. — Siempre fuiste mejor que yo en esto de mover las piernas. — Admitió, pero la realidad es que pese a que Horst jamás lo hiciera, siempre había sido un buen bailarín, los aplausos lo corroboraban.

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Mensaje por Frauke Neumann Sáb Jul 14, 2012 3:38 am

¿Has escuchado acerca de los cometas? Son muy contadas las veces que los humanos pueden verlos, pues el tiempo en que se cruzan con la tierra son prolongados, ni siquiera uno con cien años de vida sería capaz de presenciar tal espectáculo, aunque depende de su suerte claro. Las criaturas de la noche pueden tener la fortuna de ver alguno, ellos son afortunados en muchos sentidos, no sólo por la fuerza, sino por las miles de cosas maravillosas o atroces que pueden vivir, dependiendo del gusto de cada uno. Para la señora D'Neumann aquel momento reflejaba la visita de un cometa a su mundo, pues tenía prohibido ver lo maravilloso que había en él, se la pasaba encerrada en ese castillo de cristal, la luna apenas se asomaba por su ventana, y con ella la felicidad en su alma. Estaba saboreando la dicha de su buen logro, del buen trato que le otorgaba Horst en esa salida. Se sentía tan afortunada que disfrutaba incluso el sabor de sus alimentos como si se tratase de una mujer hambrienta probando el primer bocado de comida en semanas, sabía a gloria. Horst sonreía, y a pesar de que la sonrisa que mostraba era fingida, le gustaba el rostro de su marido con esa expresión, se veía tan diferente, incluso radiante, y le disimulaba un poco los años que ten encima, aunque eso a él no le importara, se veía apuesto, era esos momentos en los que su pecho se inflaba y presumía tener al mejor de todos los hombres a su lado, aunque claro, aquello era una mentira, la mentira que Frauke había aprendido a llevar desde que se casaron, y que en ese momento, se volvía su realidad.

Aquellos rubios cabellos se movían en forma discreta, era impresionante la manera tan elegante en que ellos viajaban en ondas con elegancia a cada movimiento que la mujer daba, toda ella era una experiencia visual bastante exquisita, fantasía de muchos, poseedor uno sólo, y aunque su mundo no estuviera lleno de ese amor infinito, ella lo escondía en su interior, nunca había carecido de nada, o bueno, sólo de la calidez de su esposo, pero la costumbre que el paso del tiempo le había otorgado, la hicieron entender que hasta el final de sus días sería de esa manera, no podría exigir más. La señora de De Neumann movía su rostro de un lado a otro para captar los rostros de la familia Baker, estos le demandaban demasiada atención, por un lado Matilda queriendo imitar cada frase o gesto que hiciera, y por otro lado el esposo de la misma, jugando con el habla, que para ella, no lo estaba haciendo de manera correcta, y que deseaba pedirle que guardaría silencio, y enseñarle como encantar a una dama. Frauke se limitaba a sonreír y dejarles algunas frases al aire, ellos podían tomarla con la interpretación que quisieran, cada quien era libre de tenerlo a su conveniencia. Lo que la lleno de tranquilidad, fue la firma plasmada en ese papel, tenía que volver a jugar con las palabras, con el momento, y hacer que la noche terminara. ¿Pero cómo? A pesar de valorar demasiado la situación, comenzaba a sentirse incomoda, y la poca costumbre de las risas y comodidad, le ponían los nervios de punta, pues cuando más alto estás de la gloria, más doloroso es el golpe.

En un abrir y cerrar de ojos Frauke se encontraba en medio de la pista, tomaba la mano de su esposo entre las suyas, y la otra la descansaba en su hombro. La pieza era bastante apropiada, no muy movida, pero tampoco tan suave que los hiciera parecer dos completos enamorados. Ambos cuerpo se movían como si verdaderamente hicieran eso muy seguido, con parsimonia, con tranquilidad, con elegancia, y completamente sincronizados. Que hermosa pareja hacían los Neumann, la mejor de todo Londres. Asintió sonriente escuchando las palabras de él - Gracias - Las primeras palabras de la cena hacia él habían sido un gracias, aunque en realidad no quisiera decirlas por completo. La rubia sabía muy bien que los negocios de su marido no eran correctos, y odiaba tener que mentirles a personas con poco conocimiento para enriquecer el poder de él, no le quedaba de otra, simplemente seguir la linea como la mejor de las actrices - También hizo un buen trabajo, creí que de verdad se harían un escándalo relacionado con la dentadura del hombre, supo controlarse por completo - Le sonrió, a pesar de todo, estaba orgullosa de Horst, no cualquier mantiene en alto un apellido de mucho tiempo atrás, era un responsabilidad bastante pesada sobre sus hombros. No dijo más acerca del baile, simplemente se dejó llevar por la música y también por las manos de su esposo, estaba bastante cómoda ¿Acaso él no disfrutaba de la calidez de su cuerpo? ¿O qué tal del amor que ella aún se aferraba a decir que sentía? Sin duda con todo y el tiempo juntos no terminaría de conocerlo por completo. Para su mala suerte los momentos tan gloriosos como ese llegaban a su fin, y Frauke debía despedirse de la pista como toda una dama. Su cuerpo se movió formando una reverencia educada y sensual a Horst, para volver a su asiento.

Cuando sus cuerpo volvieron a acercarse Frauke dio un beso cómplice, pero sin perder lo educado, en la oreja a su marido, no lo hacía por la necesidad de sentir un poco más de él, más bien deseaba poder susurrarle algo - Debemos irnos, es preferible a que no te contengas - Le dijo mientras alzaba su mano para limpiar la pintura de labios que había dejado en aquella zona de su cuerpo, no dejaba de sonreír hacía los Baker quienes hacían más ruido en su mesa para que todos voltearan a ver con quienes venían los Neumann, la esposa de Horst pensaba que era mucho lo que tendría que enseñarle de modales a esa pareja si querían sobrevivir en el mundo en que ellos habían nacido. Suspiró cuando llegó a la mesa, y se sentó con la ayuda de Horst, se había abrazado a uno de sus brazos y le sonreía de manera cómplice mientras intercambiaba miradas con los Baker - Creo que la noche ha sido verdaderamente maravillosa ¿No lo creen ustedes queridos? - Espero a que ambos dieran sus referencias sobre lo bien que habían pasado aquella velada, y también dejaban en claro su deseo para volver a repetirlo, dejando por sentado que los Neumann habían sido encantados por su singularidad, cosa que solamente ellos pensaban, pues quien verdaderamente conocía a Frauke y Horst, tenía en claro que eran de salir contadas veces, y por situaciones verdaderamente importantes como el negocio que acababan de cerrar por supuesto. Gracias al encanto de Frauke, los Neumann se podrían ir de una vez por todas sin que los recriminaran o pidieran que permanecieran más tiempo, así que era momento de actuar para ella.

- Debo agradecerles lo agradable que hicieron mi noche, y también el privilegio del conocimiento de ambos - Hizo una pausa, tomando de manera visible la otra mano de Horst, dejando en claro que después de esa noche de éxito lo que más deseaban era una especie de intimidad. Frauke no era una vulgar, así que sus intenciones no marcaban que pudiera seguir una noche escandalosa de pasión, además que la edad que ambas parejas tenían prestaban a pensar otro tipo de cosas, nada relacionado con el sexo o banalidades como esas. - Deseo ahora, sino les importa, poder llevarme a mi encantador marido a la casa, pues una taza de café caliente nos espera, y una cómoda cama para poder descansar para rendir lo necesario el día de mañana - Los miro de manera alternativa - Los días venideros le exigen un descanso correcto a Horst, y no deseo que despierte con cansancio, espero nos sepan disculpar - la rubia era tan buena con las palabras, con las miradas, y con ese tipo de momentos que los Baker no dejaban de asentir mientras ella hablaba, como temiendo que de darle una negativa pudieran herir sus sentimientos. Horst por su parte, parecía menos tenso con la idea de poder salir de aquel lugar.

Ambas familias se levantaron de la mesa, se despidieron de manera rápida. Frauke observó como Horst dejaba pagado cada uno de los gastos de aquella noche, como siempre su marido tenía que cerrar con broche de oro, lucirse ante los demás. Escoltada de su brazo la rubia caminó hasta con la ayuda del mismo adentrarse al carruaje, dentro de él soltó un prolongado suspiro - Felicidades por el negocio en puerta - Dedico una sonrisa amplía a su marido, se acomodó en aquel asiento, y notó que la noche había pasado demasiado rápido, mucho más de lo que había deseado pero aquella salida debía ser necesaria, por el bien de ambas familias y de los negocios de Horst. Que otras personas notaran que hacía negocios con nuevos ricos le darían más prestigio y quienes dudaban de su persona dejarían a un lado la idea "errónea" de él, acercándosele, haciendo que sus bolsillos y su imperio se hiciera inquebrantable, o al menos eso estaba por verse.
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Mensaje por Horst Neumann Miér Nov 21, 2012 8:44 pm

Horst, pese a su mala y arraigada costumbre de no expresarse, desacreditar e ignorar a medio mundo, debía hacer a un lado su orgullo por un momento y admitir que Frauke había logrado sorprenderlo. No había duda de que la mujer estaba aprendiendo del mejor y que lo estaba haciendo bien. Esa era buena razón para sentirse orgulloso de su compañera de vida, no había nada más que pudiera desear en una mujer porque Frauke lo poseía todo: belleza e inteligencia por igual. Para Horst el único defecto que tenía era el hecho de no haberle dado un hijo, el heredero con el que había soñado desde el día en que se festejó su enlace matrimonial.

Neumann reprimió la amargura y la frustración que brotaban naturalmente cada vez que pensaba en ese desagradable tema de la concepción y decidió centrarse, por primera vez en su vida, en las cosas buenas que acababan de ocurrir esa noche, el negocio que acababa de concretarse era demasiado jugoso como para arruinarse la noche con algo que no tenía remedio. Durante la pieza de baile se dedicó a observar a Frauke con detenimiento y descubrió, por segunda ocasión en esa noche, algo que hace tiempo había estado pasado por alto: su mujer seguía siendo muy hermosa y deseable. Cuando se percató de las decenas de ojos que los miraban y admiraban, una pequeña y apenas visible soberbia sonrisa surcó sus labios. El hombre puso más empeño en el baile que juntos estaban efectuando y afianzó con posesividad sus manos alrededor de la estrecha cintura que la dama aún poseía pese a sus más de cuarenta años.

Cuando la música terminó, Horst permaneció allí, en la pista de baile, deleitándose por un breve instante con los aplausos que, si bien no eran exclusivamente para ellos, era obvio que eran la pareja favorita de la noche. Mientras avanzaban nuevamente a la mesa donde los Baker aguardaban, Horst levantó la mano y saludó cortés e hipócritamente a los rostros que le resultaron familiares, gente igual a los Baker, de los que hablaba pestes pero que en presencia suya adulaba con tal de conseguir un beneficio propio.

Cuando llegaron a la mesa dejó que Frauke se encargara de hablar y gracias a ella la noche fue todo un éxito. Los Baker quedaron encantados con el negocio pero muy especialmente con su esposa. Horst sonrió para sus adentros al ver que Lord Baker era una presa fácil y entendió que cada vez que necesitara de un buen inversionista para alguno de sus negocios turbios, podría recurrir a él y que bastaría que Frauke le sonriera para que cayera como el completo imbécil que era.

El carruaje les esperaba afuera y el se sintió aliviado en el momento en que estuvo dentro, lejos de la desagradable pareja, junto a la que además de esposa, también era su cómplice.


***


Cuando llegaron a la mansión, Horst escoltó a su esposa hasta la entrada. El mayordomo, que tenía estrictas órdenes que no irse a dormir hasta que ellos hubieran llegado, le abrió la puerta a la pareja para que pudieran entrar. Enseguida el señor de la casa se despojó de su abrigo y le hizo una seña al mayordomo para que desapareciera de su vista. Avanzó entonces hasta la sala de estar, específicamente hasta la cantina y del estante sacó dos copas de cristal fino de importación y las colocó sobre el mueble. Neumann contaba con una gran variedad de botellas para elegir, pero fue el Romanée Conti, un vino blanco de fina procedencia y excesivo valor, el que terminó por escoger. Destapó la botella y sirvió en ambas copas, luego las tomó y se dirigió hasta la sala donde Frauke se encontraba con aparente intención de abandonar.

— ¿Te vas a dormir? — Frunció el ceño pero curiosamente no estaba molesto, todo lo contrario. Horst no deseaba que le dejara solo como la mayoría de las veces, añoraba lo contrario, quería su compañía esa noche. — Creí que podíamos festejar el éxito de esta noche de una manera más privada y sin tener que soportar a los Baker. — Acortó la distancia entre ambos y le ofreció una de las copas. — Bebe, bebe conmigo esta noche. — Y bebió. El líquido penetró entre sus labios y resbaló por el interior de su garganta; el hombre no pudo reprimir un pequeño suspiro que le salió del fondo del alma al degustar tan exquisita adquisición.

Horst no era un hombre que acostumbrara a beber, lo hacía solamente cuando brindaba para cerrar algún trato con sus clientes y socios, pero no podía negar que aquel vino era tan delicioso que lo tentaba a seguir disfrutándolo. Bebió sin remordimientos y a la quinta copa comenzó a sentir los leves efectos del alcohol. Dejó su copa sobre la mesa de centro, despojó a Frauke de la suya y se acercó a su esposa tomándola por detrás. La despojó de su costoso abrigo y lo colocó sobre uno de los elegantes sillones. La manos del hombre rodearon la cintura de la rubia e inició una serie de caricias que poco a poco fueron tornándose fogosas. La deseaba como nunca y no se explicaba el por qué de su repentino interés en algo que parecía haberse apagado hace tiempo. Movió sus manos sobre la fina tela del vestido negro de su esposa y acercó su rostro al exquisito y blanco cuello para después susurrarle al oído. La voz de Neumann era la de un hombre que ansía contacto físico; resultaba realmente extraño verlo de ese modo cuando se había dedicado a ignorar sexualmente a su mujer por varios meses. Era lógico que Frauke se sintiera extrañada y no correspondiera a sus caricias y besos en la nuca como él esperaba que hiciera.

— ¿Qué te pasa? ¿No te agrada la idea de hacer el amor con tu marido? — Preguntó pero no se detuvo, al contrario, intensificó las caricias. Su mujer podía sentir el aliento y la respiración agitada de su esposo sobre su nuca. Con las manos aún sobre su cintura, la giró para verla a los ojos y sin previo aviso besó sus labios pasionalmente. Todo aquel que había llegado a pensar que Horst Neumann era un hombre que carecía de libido, por su forma tan recta e inexpresiva de comportarse siempre, habría quedado anonadado al ver la manera en la que pretendía tomar a su esposa en plena sala, como si de un recién casado que ansía hacer el amor a su esposa se tratase.

— Eres mi esposa y quiero que seas mi mujer. — Pronunció entre besos, mismos que Frauke parecía corresponder pero sin el mismo entusiasmo que el hombre estaba ejerciendo. — Aún no somos demasiado viejos para esto. Aún sigues despertando en mí muchas cosas. Además, hace mucho que no hay intimidad entre nosotros. — Repitió una y otra vez, dejando que sus grandes y masculinas manos se deleitaran con el esbelto y bien conservado cuerpo de su mujer. Apartó el rubio cabello del cuello de Frauke para besarlo con vehemencia y poco a poco fue bajando, pasando por su clavícula, hasta terminar en su escote. Horst acarició los pechos de su mujer y cuando estuvo a punto de empezar a despojarla de su vestido, esta le puso un alto.

Se detuvo en seco y la miró perplejo. Su rostro fue arrugándose hasta mostrar todas las líneas de expresión que por su edad ya poseía, especialmente en la frente, y su semblante cambió al de un hombre molesto e indignado. La tomó de la muñeca y presionó fuertemente, sosteniéndola para impedir que huyera de su lado.

— Te lo exijo. — Sentenció con determinación. El Horst de siempre había vuelto.
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Veinte años después. - {Frauke Neumann} Empty Re: Veinte años después. - {Frauke Neumann}

Mensaje por Frauke Neumann Dom Dic 23, 2012 4:51 pm

Cada que salían a una convivencia de negocios, Frauke sentía que cargaba dos grandes rocas sobre los hombros, sentía miedo, pánico, y una gran incomodidad por tener que actuar, si, actuaba mostrándose cómo la mujer más feliz del mundo, cómo la esposa modelo que todos deseaban tener, aunque eso último era más verdad que actuación. Ella poseía la gracia, inteligencia y belleza que cualquiera desearía a un lado, pero no cualquiera la lograba tener, Horst Neumann por ejemplo no se trataba de un privilegiado, se trataba de un hombre que siempre tendría lo mejor, porque él era el mejor, y por esa razón la tenía cómo su mujer. Las rocas se caían de su espalda hasta poder tener consciencia de que todo había concluido cómo su amado esposo lo había planeado, por esa razón, el andar del carruaje le ayudó a completar su relajación, a sabiendas que volvían ya a casa, y podría refugiarse en sus cuatro paredes de cristal sin que él pudiera perturbar su tranquilidad. Quizás por eso no había salido huyendo de las garras de su esposo, no porque supiera que él la traería de vuelta, más bien, resistía por esos espacios en blanco que la dejaba poder ser un pez disfrutando de su pecera encerrada y tranquila.

Bajó muy animada del carruaje, orgullosa de lo que había logrado, y también aliviada, se disponía a avanzar de vuelta a su guarida, cuando el movimiento de Horst la llevó hasta un sitio de la casa que no se había atrevido a pisar hacía muchos años. Le pareció incluso un lugar nuevo, poco familia, y se sintió extrañamente cómoda. Asintió a su primera pregunta, más por inercia que por necesidad, pero pronto soltó un suspiro al sospechar en que iba a terminar las cosas. No se atreva a responderle algo, de hacerlo sabía de memoria podía tener consecuencias graves, a su esposo lo conocía como la palma de su mano, tantos años de casados, y no prestarle atención a sus extrañas manías podría ser contraproducente, por eso mismo, ya se esperaba todo aquello. Se limitó a tomar la copa entre sus largos, delicados, y blanquecinos dedos, no le gustaba el alcohol, incluso sabiendo que gracias a el podría tener episodios de amnesia, lo detestaba por muchas razones, pero no se iba a ponerse a enumerarías para su marido, que poco le importaría en realidad. Se llevó la copa a los labios, y carraspeó con fuerza sintiendo incomodidad y ardor al tragarlo, hizo muecas que seguramente se verían graciosas, pero en esa situación a nadie le levantaría ni una risita de burla. Tan pronto cómo el trago le fue entregado, también le fue arrebatado. Frauke sintió su corazón acelerarse. ¿Qué le estaba pasando a su marido?

Las caricias que su cuerpo estaba recibiendo hace mucho tiempo dejaron de ser deseadas, ella no las había pedido, no las necesitaba, de hecho ni siquiera las quería. Cerró los ojos con fuerza notando las manos grandes y rasposas de su esposo por sobre la tela. Contuvo el aire cómo si estuviera oliendo algo desagradable. Sus ojos se abrieron cuando pudo sentirlo frente a ella, pero se volvieron a cerrar cuando los labios de Horst tomaron los propios. Ella cómo pudo comenzó a poner resistencia, evitando que aquello le pareciera agradable a su marido, cortando de raíz el libido que se había encendido en él, pero mientras más resistencia ponía, la fuerza era mayor, y no tuvo más que responder a los veces de una forma más relajada, más suave. Hace tanto que no lo besaba que incluso su saliva le pareció amarga. ¿Por qué Horst Neumann podía hacer de ella a su antojo? ¿Por qué ella debía hacer todo aquello que el demandara? Su mundo cruel estaba volviendo a colocarle cadenas invisibles, correas que sólo podían ser manejadas por ese hombre que la estaba reclamando cómo suya, Frauke no podía negar que saberse aún deseada la había animado un poco, pero sólo un poco.

- Suéltame, Horst, me estás lastimando, suéltame - Le exigió, sintiendo los dedos asfixiar su muñeca. Jadeó un poco al verle de esa manera. Había vuelvo el marido inquebrantable, el hombre que nada se le podía negar, ella estaba consiente que darle la contraria en ese estado podía ser un peligro, y que (aunque sonara exagerado) su vida dependía de ello, o al menos eso siempre había creído, le tenía un pavor enfermizo. - No me obligues a esto, no me obligues a hacer algo que no quiero, he cumplido está noche para ti, lo he hecho para que te sientas orgulloso, pero no me hagas esto, Horst, por favor - Ella no era una mujer de rogarle al mundo piedad, nunca lo hacía porque aunque su vida fuera un infierno, todo a su alrededor estaba solucionado, pero su esposo era un caso aparte, dónde estaba segura que de ser posible las humillaciones también formarían parte importante de la noche. Movió de nueva cuenta sus brazos buscando la manera de liberarse del firme agarre de su esposo, pero mientras más forcejaba, todo le parecía más doloroso. - ¡Suéltame por favor! - Su voz se hizo más audible, pero su marido parecía muy decidido en no dejarla ir, al contrario, la acercó con fuerza a su cuerpo, el cuerpo delicado de Frauke se restregó con el fornido cuerpo de su marido, dejando salir grandes quejidos de dolor, ella no iba a poder escapar esa noche. ¿Pero cómo iba a ceder si estaba detestando ese momento?

Claramente se pudo notar cómo sus hombros se bajaron un poco, aquello era señal de sumisión, y entrega, se preguntó si Horst disfrutaría al tenerla tan entregada, tan dispuesta a él. Cerró los ojos, movió sus manos y el cedió, la había soltado dejando que colocara las manos detrás de su nuca, lo atrajo a ella, buscando los labios de su marido, tragándose todo el asco que la situación le daba, porque hipócrita no era, su esposo seguía siendo sumamente atractivo, muy bien conservado, y aunque en la cama no fuera el hombre más amoroso, al menos no se podía quejar en cuanto al placer. La rubia ladeo el rostro, con la ayuda de sus dientes atrajo el labio inferior de Horst, aquello estaba siendo un arrebato grande. Cerró los ojos con tanta fuerza que incluso sintió dolor. Separó sus labios con la finalidad de comenzar a besarlo de la forma en que él lo había hecho momentos antes. Frauke bajó las manos hasta aferrarlas a su espalda, lo besó con necesidad, cómo si de aquella unión dependiera su vida, carraspeaba sin poder entender del todo lo que estaba pasando, pero de detenerse, preguntar y llevarle la contra todo podría estar muy mal, peor que unos simple jalones de brazos.

- Horst, dime que deseas está noche, lo haré - La voz de vergüenza que había soltado era evidente y clara, pero ¿Había de otra? No, debía aguantarse. La mujer movió su cuerpo un poco, pero no con la intención de separarse y escapar. Había hecho que su marido se pusiera en contra del sillón. - Siéntate, por favor - Le pidió, ya no eran unos jóvenes para arrojar su cuerpo. Sus labios se separaron, con la ayuda de sus manos levantó sus faldas, lo suficiente para poder sentarse sobre él. Frauke quizás poseía cuarenta años de vida, pero dado su disciplina a lo largo de los años, mantenía aún su figura, y cierta resistencia física, lo suficiente para poder resistir esas poses. No lo besó, opto por pasar sus manos a través de los botones, ir desabrochando poco a poco cada uno de ellos hasta dejar a la vista el cuerpo perfecto de su marido. Sin duda seguía en buena forma ¿Cómo le hacía para mantenerse así? Negó con la cabeza más para si misma, seguro que él no le entendería de nada. Si estaba cediendo era para terminar esa noche lo más pronto posible, esa era su única escapatoria. Sus manos delicadas acariciaron desde sus hombros, hasta su pecho, pero de un momento a otro, se levantó, dándole la espalda. Las cosas terminarían muy mal.

- No puedo hacerlo - Susurró de forma temblorosa, sentenciando su suerte aquella noche - No me obligues a hacerlo, no puedo… - Repitió con frustración desmedida. Se llevó una mano al pecho, la otra a los labios, impidiendo que el sollozo saliera de su boca. Frauke Neumann había comenzado a temblar del miedo que se estaba formando dentro de su figura. Lo volteó a ver, aún permanecía en el sillón, su rostro era sereno, lo cual le daba mayor incertidumbre a la situación. - Dime algo, Horst - Le pidió, casi le suplico, pero no recibió respuesta alguna - Si me permites, me iré a descansar - Lo miró por unos instantes, pero pronto bajo la mirada incapaz de sentirse digna de tal privilegio. Dio dos pequeños pasos para atrás, aún no la dejaba retirarse ¿Qué debía hacer Frauke? Sabia que salir corriendo no era la opción.


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Mensaje por Horst Neumann Sáb Feb 02, 2013 1:55 am

Es difícil definir la indignación que Horst vivió al ver como Frauke se oponía terminantemente a tener contacto sexual con él. Para un hombre como Neumann, un acto como ese, representaba una verdadera humillación que no estaba dispuesto a permitir, mucho menos tratándose de una mujer, de su mujer, lo cual resultaba doblemente insultante. Ignoró por completo las súplicas que ella le hacía y, como si se tratase de dos desconocidos, forcejearon mutuamente hasta que él logró paralizarla y retenerla a su merced, sujetándola nuevamente de las muñecas con una de sus manos.

— ¿Obligarte? ¡Eres tú la que me obliga a hacer esto! ¡Eres mi maldita esposa! ¡¿Por qué tendría que forzarte a hacer algo que por derecho me pertenece?! Pero si tengo que obligarte, lo haré. — Poca era la compasión que mostraba en los momentos en que se sentía ofendido y, ni siquiera su esposa, a la que se suponía que debía respeto y amor, se salvaba de sufrir sus arrebatos. Resultaba un verdadero peligro que un hombre con el temperamento que Horst tenía bebiera de más, pues sólo acentuaba su salvajismo si se le provocaba y, en definitiva, Frauke lo estaba consiguiendo magistralmente. Un vez más, Horst no midió su fuerza y lastimó a la mujer al presionar considerablemente sus muñecas, y estuvo a punto de forzarla a besarlo cuando inesperadamente, de un momento a otro, todo cambió. Frauke pareció recapacitar y darse cuenta de lo que realmente le convenía: complacer a Horst lo más rápido posible y liberarse cuanto antes de él. La mujer se mostró sumisa y cooperativa y a Horst le bastó un beso apasionado para bajar la guardia y entregarse al momento que tanto había exigido, dejándose guiar por las caricias y la voz de su esposa, que lo llevó hasta el sofá, donde hizo que tomara asiento. Horst no podía creer lo que ella estaba haciendo, le costaba concebir a la Frauke sensual que era capaz de dejar a un lado a la mujer frígida –como él insistía en llamarle cuando estaba molesto- y convertirse en una deseable y apasionada mujer que era capaz de seducir a su esposo. Pero aunque le costara creerlo, no pensaba desaprovechar el momento. Cuando Frauke se sentó sobre él y comenzó a desabrochar su camisa, se dedicó a acariciar con visible deseo la cintura y la espalda de su mujer, besando su cuello, su completamente deseable clavícula. Las acertadas caricias de Frauke lograron desatar en el una pasión desenfrenada que hacia tiempo no experimentaba y que había jurado nunca más volvería a sentir; su cuerpo se tornó exageradamente caliente y en segundos una ligera capa de sudor cubrió su cuerpo entero a causa de la fogosidad del momento. Hasta que ella se encargó de echarlo a perder cuando le confesó que no podía seguir adelante y se puso de pie, visiblemente contrariada, denotando así el gran sacrificio que significaba para ella tener que hacer el amor con su esposo, como si se tratara de el más desagradable de los hombres. Horst volvió a sentir la humillación aún con más potencia.

— No vas a ir a ningún lado. — Rápidamente se puso de pie y la primera bofetada resonó en el salón, tan fuerte que Horst logró inmovilizar a su mujer a causa de lo aturdida que la había dejado el golpe. Con su mano libre tomó el rostro de Frauke y estrujó sus mejillas mientras la paralizaba para que lo mirara a la cara. Los ojos de Horst, que brillaban con la más pura y devastadora ira, miraron con rabia a la mujer mientras la sostenía con fuerza, arrastrándola hasta la pared de la sala, donde la acorraló. No le importó en lo más mínimo que alguien pudiera verlos o escuchar los gritos de Frauke lanzó cuando comenzó a despojarla del vestido, casi arrancándoselo como una bestia habría hecho, sin el menor cuidado. Las prendas cayeron al piso en cuestión de segundos y la mujer, semidesnuda y humillada como debía sentirse en esos instantes, no se atrevió a mirar a los ojos a su marido, de quien ya se esperaba lo peor.

— Cuando te casaste conmigo sabías a lo que te atenías, ¿y ahora te niegas a cumplir como esposa? ¡Suficiente tengo con el hecho de que nunca pudiste darme un hijo! — Una vez más le echaba en cara lo que tanto había atormentado por años a la pobre mujer. La tomó del brazo y la arrojó sobre el sofá en el que habían estado minutos antes, y se lanzó sobre ella, sobajándola como si se tratase de una prostituta cualquiera y no de la mujer que había decidido convertir en su compañera de vida. Las manos de Neumann ultrajaron el cuerpo femenino una y otra vez hasta el cansancio. Lo sorprendente es que, a pesar de que ella no estaba cooperando, y que todo el acto había pasado a ser completamente forzado, la excitación no había desaparecido, al contrario, parecía intensificarse con cada grito y súplica. Tal vez se debía al acto de sumisión en el que claramente él era el dominante, al hecho de que estaba defendiendo su hombría negándose a ser despreciado por una mujer, haciendo valer sus deseos, sus derechos, esos que le pertenecían por ley. Estaba dispuesto a tomar a Frauke a la fuerza si ella continuaba negándose a cooperar.

Abrió su pantalón y terminó por quitarse la camisa, luego volvió a besar el cuerpo femenino deleitándose con su aroma, a restregar su pecho labrado contra la suavidad del de ella. Frauke, pese a su edad, era una mujer realmente excitante, capaz de desencadenar las más bajas pasiones en cualquiera. Abrió las piernas de la mujer y logró que ella rodeara su cadera, logrando así una posición perfecta para iniciar la esperada penetración. La respiración de Horst se aceleró y su cuerpo en lugar de relajarse y entregarse a la pasión, se puso rígido. No había explicación a lo que estaba ocurriéndole. Su miembro seguía flácido, se rehusaba a una erección que hiciera posible el coito que tanto estaba deseando. El hombre gimió de impotencia y al darse cuenta de que todo el esfuerzo que hacía por concentrarse para lograr la rigidez del órgano que representaba su virilidad era inútil, decidió dejarlo por la paz y no seguir humillándose de ese modo. Con un brusco movimiento soltó a Frauke y permaneció sentado en la orilla del sofá, lo más alejado de Frauke y con el rostro entre sus manos, en un intento de ocultar el bochorno y la impotencia que su disfunción le provocaban.

— Esto es tu maldita culpa. Vete, no quiero escucharte decir una sola palabra. — Le exigió nuevamente sin atreverse a mirarla, pero al ver que la mujer no obedecía rápidamente a su orden, se puso de pie y decidió hacerlo él mismo. — ¡He dicho que te largues! — Bramó con desesperación, tomándola del brazo y obligándola a ponerse de pie para después lanzarle encima la ropa que le había arrancado. Para Horst, ella era la causante de lo que acababa de ocurrirle, por haberse resistido tanto lo había echado a perder todo.
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Mensaje por Frauke Neumann Lun Mar 04, 2013 3:05 pm

Quizás el saber que haciendo bien o mal las cosas, terminaría de la misma manera le dio el valor suficiente para negarse a las cosas. ¿Qué podría perder Frauke? A su edad ya había vivido lo suficiente, se sentía lista para poder morir, ella se sentía incluso vieja, más de lo que su edad le otorgaba. Dadas las palabras, las pocas ganas y la poca afinidad que mostraba su esposo para con ella, también se menospreciaba de forma física. No se necesitaba ser un experto en la materia para saber que ella sufre de baja autoestima, de depresión, y de miedo. La simple mirada de la mujer muestra el mar de sentimientos negativos que se albergan dentro de su corazón. Suspirar de tristeza es lo más ligero que puede hacer, muchas veces llora hasta quedarse completamente dormida entre las sabanas de su alcoba, sabe bien que si él la llega a encontrar en el lecho "débil" la castigaba, le hacía entender que ella, siendo su mujer, debía comportarse a la altura. Lo odiaba, si, era lo único que podía sentir por él en ese tipo de situaciones, pero irónicamente también sentía amor, por el recuerdo de los pequeños niños, por la ilusión que tuvo al casarse con ese que creía el hombre perfecto. ¡Tonta mujer! Se caso con el peor, con el más desagradable, agresivo y sin vergüenza de todos los hombres. A esas alturas de la vida ya no hay vuelta atrás, solo existe la maldita resignación.

Él sabía muy bien que a ella no le importaban los golpes que podía darle, la humillación que recibió a lo largo de esos veinte años de matrimonio ya se volvía parte de una costumbre enfermiza. Probablemente otra mujer ya habría dejado a su marido, habría escapado con su amante, y terminado una vida feliz. La realidad es que ella ni siquiera pudo tener amigos, el señor Neumann era celoso, o sino eso, al menos bastante posesivo, era bien sabido que quien quisiera poner sus ojos en su mujer, o en algo que le pertenecía debía tener algo de su interés, pero la rubia que lo acompañaba como adorno durante su vida, ella nadie podría tocarla, a menos que fuera él. Por esa razón no supo de hombres, no tuvo algún amante, ni siquiera pensó en tener uno. Por extraño que pareciera, todos aquellos que estaban alrededor de su vida, a pesar de verla hermosa, sabían que era inalcanzable, su vida pendía de un hilo si se acercaban demasiado, incluso cuando reuniones como las que esa noche se suscitaban. Quizás podría leerse deprimente, pero lo único que ella deseaba es poder dormir, y jamás despertar, su infierno en la tierra era demasiado doloroso, su único pecado fue casarse con él, y su condena ya la había pagado, incluso más de la cuenta. Que la golpeara sólo la hacía recordar que seguía viva, nada más que eso.

Frauke lloró recordando las veces que puso empeño en la cama para que su esposo no sólo hubiera terminado una vez en su interior. Si bien le iba en algunas ocasiones hacía que terminara dos veces, que toda su esencia quedara dentro de su intimidad. Cuando estaba con unos años menos, aprovechaba su gran flexibilidad, sus movimientos eróticos, su belleza desbordante, ella había aprendido a ser una mujer demasiado sensual, incluso aprendió unos trucos arrojados, y poco propios de una dama para tenerlo contento, pero nada había servido, tomó remedios, se colocó todo tipo de cosas en el cuerpo para intentar "sanar" su desperfecto, y así poder tener hijos. Eso si le había humillado durante su vida, que le recordara lo rota que estaba, lo imperfecta que había sido al no poderle dar algo de ellos dos. Recordar que jamás había tenido hijos propios la destruía más y más. Recordó a su pequeño Hunter, él había sido como un hijo, gracias a él, y a Pierrot en su momento tuvo fuerza para seguir adelante en la vida. ¿Quién era el roto entonces? Él, Horst Neumann era el verdaderamente roto, jamás tendría a alguien, y cuando se muriera nadie le recordaría, simplemente ambicionarían el dinero que dejaría. ¿A quién le dejaría toda su fortuna? Aquella idea se le vino a la mente en el peor momento, pero la ayudaría en su posible futuro.

Nunca antes se había sentido con tanto poder, verle tan vulnerable, tan poca cosa frente a ella le hizo inflar su pecho de felicidad. Se tranquilizo. Si el pedía que se fuera entonces lo cumpliría gustosa. Carraspeó antes de ponerse de pie, ni siquiera recogió las ropas, las dejó caer al suelo ¿De qué servía tomarlas? No le cubrirían nada, Frauke se quedó estática frente a él. Le observó detenidamente, quiso abrazarlo por unos momentos para poder consolarlo, ver a su marido de esa forma la hacía sentir culpable, quizás amaba la firmeza y rudeza del hombre, podría sonar mal si, porque la lastimaba, pero se había acostumbrado a verlo tan grande, con miedo y admiración al mismo tiempo, que tenerlo de esa forma le daba… ¿Lastima? Si probablemente eso era, no podía sentir otra cosa más que eso. Dio un paso hacía el frente delicadamente, pero se echó hacía atrás en cuanto pudo, no se podía arriesgar a que le lastimara de nuevo. Quiso burlarse también en ese momento, si, aquella elegante y educada mujer experimentó todo tipo de sensaciones, él sólo se estaba cobrando las mismas que le hizo. Literalmente ella ni siquiera había metido una mano. Dio dos pasos más hacía atrás, aspiró el aroma que desprendía aquella habitación, y decidió que debía al menos dirigir alguna palabra.

- Siempre busca echarle la culpa de sus errores a los demás, si tan sólo aprendiera que no todas las cosas pueden salir como desea, disfrutarías más la vida, dejaría de ser infeliz, y por lo consiguiente, dejaría que yo llegara a serlo por un momento - Comentó con tranquilidad. - Siempre le he deseado, incluso he deseado tener un poco del coraje que se ha forjado, así podría vivir de forma más… amena y tranquila, la edad le está cobrando lo que ha hecho durante toda su vida, y no sólo eso, la soledad reinara su corazón de piedra, ¿no es irónico? Seré feliz con su desdicha amado mío. - Terminó por decir. A esas alturas de su vida nada importaba, si el deseaba matarla entonces lo habría hecho mucho tiempo atrás. Frauke estaba consiente que su esposo la necesitaba, porque negocios como los de esa noche se volvían exitosos gracias a su educación, amabilidad, y belleza. ¿Quién perdía más entonces? Ser un trofeo ya no le resultaba tan desagradable, durante su matrimonio aprendió en silencio de negocios, de los manejos incluso sucios de ese que se hacía llamar el hombre más correcto y transparente de Londres. Cuando menos lo esperaba pondría uso de su conocimiento a su beneficio.

- No, no se atreva a ponerme una mano encima, está noche no tolerare nada, mi cuerpo sabrá defenderse - Le dijo con una suavidad que incluso abrumaba. Nadie podría creer que la esposa de Horst estuviera desafiándolo de esa manera, pero después de lo acontecido segundos antes, ella se había cargado de suficiente valor. Se desvió hasta encontrarse con una pequeña mesa que sostenía botellas con las bebidas alcohólicas más deliciosas y finas. Sus manos se alargaron para tomar una de ellas. Si él se atrevía a acercarse, ella no dudaría ni un poco en arrojársela. - Le pido de la manera más encarecida que no se atreva a dormir en nuestro lecho, si tan culpable me cree de su falta de… deseo… - Suspiró intentando que el valor no se le fuera por las manos y comenzara a flaquear. - Entonces busca el remedio por otros lados - Concluyó dejando de verlo. Se giró con tranquilidad hasta llegar a la puerta de aquel lugar, salió con rapidez.

Mientras avanzaba por la casa casi desnuda, se llevó las manos al pecho, Frauke Neuamann temblaba de forma notoria, la adrenalina que había experimentado al actuar contra su marido se había esfumado. Sus piernas se sentían como gelatinas. Esa noche estaba cerrándose un ciclo, comenzando el que verdaderamente valdría la pena. Ser una persona que vive de tristezas es simplemente no vivir. La mujer necesitaba aprender a experimentar esa clase de sensaciones para poder retomar sus caminos, sus sueños, los que había dejado de lado gracias a su matrimonio, la vida misma le exigía que buscara otras alternativas. A sus cuarenta años, con casi veinte años de matrimonio en ese momento se dio cuenta que si, podía comenzar a vivir teniéndolo o no contento.
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Mensaje por Horst Neumann Miér Mayo 01, 2013 12:46 am

Horst continuó con el rostro gacho, escondiendo la mirada avergonzada de su esposa. No importaba cuánto se negara a aceptar lo que estaba ocurriendo, hasta un tonto era capaz de comprenderlo. Horst Neumann estaba envejeciendo, y su vida, ruin y despiadada, en la que había herido a cientos de personas, desconocidos y cercanos, se estaba desmoronando. Esa noche, no era más que el anónimo que la vida había dejado bajo su puerta, avisándole que el final estaba cerca, que era hora de cambiar papeles, que ahora le tocaba a él sufrir y experimentar sentimientos tan desagradables como la humillación, el fracaso, el olvido. ¿Podría su incontable fortuna, y todo el poder que significaba su apellido, salvarlo de tales cosas? Él se aferraba a la idea, pero en el fondo, muy en el fondo, debía admitir que le atemorizaba que no fuese posible.

Alzó la vista y lanzó a su esposa una mirada difícil de definir, porque albergaba más de un sentimiento, pero, sin duda, el que más reinaba en ese instante, era el de la rabia. Le molestaba que su mujer, a la que había considerado, desde siempre, un simple objeto bonito que sólo sumaba respeto ante sus conocidos, estuviera revelándosele de ese modo, que se atreviera a dirigirle la palabra en ese tono altanero. Era verdaderamente humillante que una mujer, el ser que él consideraba muy por debajo de un hombre, estuviera presenciando ese momento de debilidad. Pero, independientemente de su coraje, también debía admitir que el repentino cambio en la personalidad de Frauke lo había tomado por sorpresa, completamente desprevenido. No podía dejar de observarla. No podía creer que esa mujer, que ahora se atrevía a levantar la voz, sentenciarlo e incluso a amenazarlo, fuera la misma mojigata con la que había compartido techo durante más de veinte años. La transformación era sencillamente abrumadora, indignante.

¿Y quién te ha pedido tu sucia opinión? —le espetó con furia. Sentía que la mandíbula le temblaba de pura rabia al hablar. Le lanzó una mirada envenenada y la fulminó con ella, como si deseara que mágicamente el fuego que le quemaba por dentro terminara por calcinarla y la desapareciera de su vista—. No has entendido cual es tu lugar en esta casa, ¿verdad? ¿De qué han servido todos estos años? Tú no eres nadie, no eres nada sin mi apellido. Habrías terminado casada con cualquier pelagatos de no haberte casado conmigo. Deberías estar agradecida de que te elegí como mi esposa, que te di ese privilegio. ¿Qué he ganado yo contigo, sino la maldición de jamás tener un heredero? ¿Dices que voy a terminar solo y amargado? ¡Eres tú la que ha contribuido a esta amargura! ¡Eres tú mi maldita condena! Y aún así te atreves a echármelo en cara? Eres una maldita estúpida… —murmuró entre dientes, poniéndose de pie.

Lo que estaba haciendo era algo obvio e incluso algo predecible, actuaba con desesperación, como los cobardes hacían. Si los papeles se habían invertido sin previo aviso, lo que debía hacer era regresarlos a su sitio, era algo lógico. Por eso la insultaba, la empequeñecía, la minimizaba y desvalorizaba, como siempre había hecho. Horst Neumann había sido el causante de acabar con la autoestima de su mujer desde el momento en que había decidido desposarla, era él quien se había dedicado a humillarla hasta lograr hacer de ella una mujer que se limitaba a acatar órdenes, que le tenía miedo, que no movía un dedo si él no se lo concedía antes. Durante todo ese tiempo, le había hecho creer que él tenía el mando y que podía acabar con ella en cualquier momento si no le obedecía, pero, ahora, que ella había decidido enfrentarlo, no importando qué tan poderoso este fuera, él tenía que actuar desesperadamente para recuperar la batuta, su imagen de hombre cruel, y asustarla hasta lograr aterrorizarla, paralizarla de miedo. La observó desde el centro de la sala, mientras esta se alejaba para coger una botella. Horst se echó a reír al ver lo que pretendía hacer. Su risa se convirtió en las sonoras carcajadas de un hombre ebrio y despechado, una mala combinación, desde luego.

Definitivamente eres una estúpida. ¿Crees que con eso vas a asustarme? Se te olvida con quién estás tratando, ¿no es así? —ladeó el rostro y le sonrió altanero y presuntuoso.

Le encantaba sacar a colación su vil profesión, sus pocos escrúpulos. Le enorgullecía la idea de hacerle saber, una y otra vez, que era capaz de arrancarte la cabeza en el momento en que a él le diera la gana, que podía hacerlo él mismo, o que tenía a muchos hombres a su mando que lo harían por él con solo tronar los dedos. Si Horst no había matado a Frauke durante todos esos años, era solamente porque, después de considerarla inservible, había descubierto que le era muy útil para ciertas cosas, especialmente en cosas relacionadas a sus negocios sucios. Pero, ahora, que las cosas estaban saliéndose de su cause, y que estaba colmando su paciencia, no había razones para tener que seguir soportando su presencia.

Así es, ¡lárgate, lárgate! —le gritó cuando ella se dispuso a alejarse de la sala, advirtiéndole que no lo quería en la misma habitación— ¡Ve a refugiarte en la alcoba, ve a llorar como la mártir que siempre has sido, como la estúpida que siempre fuiste! ¡Una total y completa estúpida! ¡Reniego del maldito día en que te hice mi esposa! —gritó con todas sus fuerzas, sin importarle que la servidumbre o algún vecino estuviera escuchándole. Horst necesitaba sacar toda la ira que lo consumía por dentro, que se le desbordaba por los ojos, por la boca, por cada parte de su cuerpo.

Eres una imbécil, Frauke Eichelberger —decidió usar su apellido de soltera—, esto no va a quedarse así, te lo prometo. Ya me hartaste —sentenció cuando ella hubo desaparecido de su vista.

A zancadas subió las escaleras para alcanzarla, pero ella ya había cerrado la puerta de la alcoba, y con desesperados movimientos le ponía llave por dentro. Tocó insistentemente, le exigió que le abriera en un par de ocasiones, la amenazo, la sentenció, pero la mujer se negó a obedecer. Horst tenía el poder para tumbar la puerta y sacar arrastrando a Frauke de la habitación si le daba la gana, también podía coger su pistola y a punta de tiros darle una lección definitiva pero, por alguna extraña razón que él mismo no llegó a comprender, prefirió dejarlo para después, dejar que ella creyera, ingenuamente, que él dejaría pasar lo que había ocurrido.
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