AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Código de Honor: Fidélité à la Maison de la Forêt {Velkan Vladescu}
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Código de Honor: Fidélité à la Maison de la Forêt {Velkan Vladescu}
"Añorar el pasado es correr tras el viento."
Proverbio ruso
Proverbio ruso
Las nevazones de la última semana habían sido intensas, lo suficiente para detener la ajetreada vida parisina. En esos precisos momentos, la Ciudad del Amor parecía una postal; el manto de nieve la había cubierto por completo, sumiéndola en el silencio y la quietud, al menos por unos días; después de todo, París era el corazón de la bohemia europea y muy pronto volvería a su eterna juventud, llena de música y derroche.
Pero Jîldael estaba muy lejos de todas esas emociones; mientras las jóvenes de su edad se apuraban a casarse, a ella sólo le importaba la venganza. A menudo había sorprendido a Charles observándola cuando creía que ella estaba distraída y más de alguna vez había deslizado alguna frase alusiva a su soledad, de la que ella no había hecho el menor juicio.
Suspiró abatida.
No era que amase a su padre incondicionalmente; muchas veces incluso se manifestaron el odio a viva voz... Y por eso mismo, que él muriera para salvarla, le había roto su ingenuo y arrogante corazón. Desde el momento mismo en que lo vio caer, escondida en los matorrales, demasiado cerca de los enemigos, supo que no habría paz hasta que descubriera quién había sido el traidor asesino. Fue el deseo de venganza, sobre todas las otras emociones, lo que la sobrepuso y le dio las fuerzas de seguir adelante.
Que otras se casaran. Que otras fueran madres. Ella era una justiciera. Así volvió a jurarlo a esas horas de la mañana, frente al mausoleo familiar, al que todavía tenía acceso gracias a la copia que Mesie Noir había guardado celosamente. Ingresó rápido y sin ceremonias, procurando que nadie la viera y se dirigió al lecho de su padre... Pensar en ese día era doloroso, pensar en el mísero funeral, en las exequias mendigas, en el silencio y la celeridad del entierro, todo era doloroso, demasiado incluso para ella, que había esculpido su carácter a base de orgullo, razón y voluntad.
Aunque lo evitaba el resto del tiempo, el día del aniversario de aquel fatídico día, ella se permitía revivir todo el dolor, la rabia y la desesperación, con el único propósito de no perder las fuerzas en el deseo de su venganza. Acarició la tumba de su padre y felicitó interiormente al escultor: la imagen de piedra que descansaba sobre el sarcófago de Monsieur Del Balzo era idéntica a su original, tanto que, más de una vez, ella creyó que la roca cobraría vida propia. Le consolaba saber que, pese a todo, su padre podía gozar del descanso eterno y ello se lo debía exclusivamente a su mayordomo. Fue la premura de Charles les permitió efectuar todo antes de que la estirpe fuera declarada extinta. Le debía demasiado a su Maestro, quien no descuidó ningún detalle en esa trágica jornada y una sonrisa irónica se dibujó en el rostro de la Cambiaformas cuando miró el nicho con su nombre; nadie sabría jamás que la que reposaba en esos aposentos no era la hija de Raymond Del Balzo; aquélla era, sin duda, una de las ideas más brillantes del anciano.
Suspiró, de nuevo, atrapada en los amargos recuerdos de infancia, en el amor tantas veces negado y en la abrumadora soledad que parecía siempre a punto de derrumbarla. Estaba cansada de todo, pero no claudicaría; nunca alguien de su familia se rindió (y cumplieron 15 generaciones antes del deceso de su padre) y no sería ella quien mancharía el nombre de la familia, aunque ahora, a ojos del mundo, estuvieran todos declarados muertos.
Perdida como estaba en sus recuerdos, no se percató de que alguien había seguido sus huellas tan cuidadosamente borradas. Jîldael era una felina escrupulosa a la hora de protegerse, pero los Cazadores eran también más astutos y prolijos; habían aprendido a fuerza de errores, de manos vacías y de unos cuantos muertos, y ahora eran tan expertos como las bestias que perseguían; para fortuna de los Cambiaformas, los humanos todavía estaban indefensos antes las bestias en las que la mayoría solía convertirse, o, en su defecto, eran incapaces de seguir el ritmo de un gato o el vuelo de una grulla. Ciertamente, los perseguidos todavía gozaban de ciertas ventajas, las que parecieron esfumarse cuando Jîldael bajó la guardia y se encerró en el mausoleo junto a sus viejos recuerdos.
– Vaya, vaya! ¡Parece que aún quedan alimañas que eliminar por aquí! – exclamó un hombrón de unos 50 años, cuya silueta se recortaba en la entrada de la tumba familiar, haciendo que Jîldael brincara del susto – Todos os creen muerta, pero yo jamás me fié de tales afirmaciones... El cadáver estaba completamente calcinado, ¿sabéis? Era imposible asegurar que se trataba de vos; pero los Señores estaban demasiado presurosos por borrar a vuestra familia del mapa y nadie se detuvo ante las aprensiones de un pobre leñador... ¿Cuánto me ofrecéis por vuestra vida? – su voz había ido bajando de tono, mientras reducía la distancia entre ambos y acorralaba a la joven contra la lápida de algún ancestro perdido.
Era imposible que alguien fuera tan grande, tan grueso y se moviera con tanta facilidad, pero ese gigante lo hacía. Todo en el extraño hacía que ella sintiera miedo, y, por más que buscara una salida, sabía que el resultado sería el mismo. Ni siquiera cuando luchó contra Târsil se sintió tan acorralada, ni tan frágil, pero se esforzó con toda su alma para no demostrarlo:
– ¿Ofreceros? ¡Imbécil! Os iréis con las manos tal como las trajisteis hasta aquí: ¡Vacías! – chilló, procurando que el odio destilara con toda su intensidad ante aquel invasor.
Sin embargo, se traicionó en el momento en que pensó en el Valborg. Su desesperado deseo de verle cruzar la entrada y defenderla del atacante le quitó toda eficacia a la frase antes dicha. Pero su anhelo era del todo sincero; sabía, sin dudarlo que Târsil la habría salvado, no tanto por la vieja deuda, sino y sobre todo porque no estaba dispuesto a que nadie le robara el crédito de matarla y ella prefería mil veces que el Inquisidor la matara, antes que ese esperpento de ser humano.. Pero Târsil no apareció y el sujeto perdió la paciencia:
– ¡Ya veremos quién es el imbécil! – masculló con la ira a flor de piel y la azotó contra la dura lápida; durante unos segundos la lascivia se dibujó en el rostro masculino, instante que ella aprovechó para darle una patada en las canillas. La risa cruel del sujeto le hizo saber que no había servido de nada y comprendió que no podría vencerlo cuando la tomó sin el menor cuidado por el cuello y empezó a ahorcarla; daba la sensación que ella era una muñequita de porcelana en manos de un estúpido gigante que no sabía qué hacer con ella.
Era definitivo, nunca antes estuvo tan indefensa... y parecía que no habría siguiente vez.
***
Pero Jîldael estaba muy lejos de todas esas emociones; mientras las jóvenes de su edad se apuraban a casarse, a ella sólo le importaba la venganza. A menudo había sorprendido a Charles observándola cuando creía que ella estaba distraída y más de alguna vez había deslizado alguna frase alusiva a su soledad, de la que ella no había hecho el menor juicio.
Suspiró abatida.
No era que amase a su padre incondicionalmente; muchas veces incluso se manifestaron el odio a viva voz... Y por eso mismo, que él muriera para salvarla, le había roto su ingenuo y arrogante corazón. Desde el momento mismo en que lo vio caer, escondida en los matorrales, demasiado cerca de los enemigos, supo que no habría paz hasta que descubriera quién había sido el traidor asesino. Fue el deseo de venganza, sobre todas las otras emociones, lo que la sobrepuso y le dio las fuerzas de seguir adelante.
Que otras se casaran. Que otras fueran madres. Ella era una justiciera. Así volvió a jurarlo a esas horas de la mañana, frente al mausoleo familiar, al que todavía tenía acceso gracias a la copia que Mesie Noir había guardado celosamente. Ingresó rápido y sin ceremonias, procurando que nadie la viera y se dirigió al lecho de su padre... Pensar en ese día era doloroso, pensar en el mísero funeral, en las exequias mendigas, en el silencio y la celeridad del entierro, todo era doloroso, demasiado incluso para ella, que había esculpido su carácter a base de orgullo, razón y voluntad.
Aunque lo evitaba el resto del tiempo, el día del aniversario de aquel fatídico día, ella se permitía revivir todo el dolor, la rabia y la desesperación, con el único propósito de no perder las fuerzas en el deseo de su venganza. Acarició la tumba de su padre y felicitó interiormente al escultor: la imagen de piedra que descansaba sobre el sarcófago de Monsieur Del Balzo era idéntica a su original, tanto que, más de una vez, ella creyó que la roca cobraría vida propia. Le consolaba saber que, pese a todo, su padre podía gozar del descanso eterno y ello se lo debía exclusivamente a su mayordomo. Fue la premura de Charles les permitió efectuar todo antes de que la estirpe fuera declarada extinta. Le debía demasiado a su Maestro, quien no descuidó ningún detalle en esa trágica jornada y una sonrisa irónica se dibujó en el rostro de la Cambiaformas cuando miró el nicho con su nombre; nadie sabría jamás que la que reposaba en esos aposentos no era la hija de Raymond Del Balzo; aquélla era, sin duda, una de las ideas más brillantes del anciano.
Suspiró, de nuevo, atrapada en los amargos recuerdos de infancia, en el amor tantas veces negado y en la abrumadora soledad que parecía siempre a punto de derrumbarla. Estaba cansada de todo, pero no claudicaría; nunca alguien de su familia se rindió (y cumplieron 15 generaciones antes del deceso de su padre) y no sería ella quien mancharía el nombre de la familia, aunque ahora, a ojos del mundo, estuvieran todos declarados muertos.
Perdida como estaba en sus recuerdos, no se percató de que alguien había seguido sus huellas tan cuidadosamente borradas. Jîldael era una felina escrupulosa a la hora de protegerse, pero los Cazadores eran también más astutos y prolijos; habían aprendido a fuerza de errores, de manos vacías y de unos cuantos muertos, y ahora eran tan expertos como las bestias que perseguían; para fortuna de los Cambiaformas, los humanos todavía estaban indefensos antes las bestias en las que la mayoría solía convertirse, o, en su defecto, eran incapaces de seguir el ritmo de un gato o el vuelo de una grulla. Ciertamente, los perseguidos todavía gozaban de ciertas ventajas, las que parecieron esfumarse cuando Jîldael bajó la guardia y se encerró en el mausoleo junto a sus viejos recuerdos.
– Vaya, vaya! ¡Parece que aún quedan alimañas que eliminar por aquí! – exclamó un hombrón de unos 50 años, cuya silueta se recortaba en la entrada de la tumba familiar, haciendo que Jîldael brincara del susto – Todos os creen muerta, pero yo jamás me fié de tales afirmaciones... El cadáver estaba completamente calcinado, ¿sabéis? Era imposible asegurar que se trataba de vos; pero los Señores estaban demasiado presurosos por borrar a vuestra familia del mapa y nadie se detuvo ante las aprensiones de un pobre leñador... ¿Cuánto me ofrecéis por vuestra vida? – su voz había ido bajando de tono, mientras reducía la distancia entre ambos y acorralaba a la joven contra la lápida de algún ancestro perdido.
Era imposible que alguien fuera tan grande, tan grueso y se moviera con tanta facilidad, pero ese gigante lo hacía. Todo en el extraño hacía que ella sintiera miedo, y, por más que buscara una salida, sabía que el resultado sería el mismo. Ni siquiera cuando luchó contra Târsil se sintió tan acorralada, ni tan frágil, pero se esforzó con toda su alma para no demostrarlo:
– ¿Ofreceros? ¡Imbécil! Os iréis con las manos tal como las trajisteis hasta aquí: ¡Vacías! – chilló, procurando que el odio destilara con toda su intensidad ante aquel invasor.
Sin embargo, se traicionó en el momento en que pensó en el Valborg. Su desesperado deseo de verle cruzar la entrada y defenderla del atacante le quitó toda eficacia a la frase antes dicha. Pero su anhelo era del todo sincero; sabía, sin dudarlo que Târsil la habría salvado, no tanto por la vieja deuda, sino y sobre todo porque no estaba dispuesto a que nadie le robara el crédito de matarla y ella prefería mil veces que el Inquisidor la matara, antes que ese esperpento de ser humano.. Pero Târsil no apareció y el sujeto perdió la paciencia:
– ¡Ya veremos quién es el imbécil! – masculló con la ira a flor de piel y la azotó contra la dura lápida; durante unos segundos la lascivia se dibujó en el rostro masculino, instante que ella aprovechó para darle una patada en las canillas. La risa cruel del sujeto le hizo saber que no había servido de nada y comprendió que no podría vencerlo cuando la tomó sin el menor cuidado por el cuello y empezó a ahorcarla; daba la sensación que ella era una muñequita de porcelana en manos de un estúpido gigante que no sabía qué hacer con ella.
Era definitivo, nunca antes estuvo tan indefensa... y parecía que no habría siguiente vez.
***
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 200
Fecha de inscripción : 09/09/2011
Localización : Junto a mi Maestre... aquí o allá...
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Código de Honor: Fidélité à la Maison de la Forêt {Velkan Vladescu}
En las llamas del infierno se forja el mejor acero, en la mejor disciplina el carácter, los hombres de hierro. Así podría considerarse Velkan, un guerrero resistente, letal y preciso, un asesino casi perfecto, casi porque solo tenía un defecto, ser humano. Entrenado para matar, perseguir y cazar, cualquier criatura que osara moverse, respirar, simplemente existir. No había distinción o compasión cuando le era dada una orden, acataba con obediencia y condenaba su alma un poco más. En nombre del orden natural, otros decían que en nombre de Dios, pero en el juicio final, todos estarían igual de malditos.
El martilleo de una campana taladró el silencio dolorosamente, apenas se colaba un fino rayo de luz, por el costado de la cortina que cubría la ventana., nítido y claro. Pestañeó varias veces, adaptándose a la penumbra de la habitación, removiendo su cuerpo desnudo entre las sábanas de la cama donde descansaba. ¿Cuánto había dormido? Ni siquiera tenía consciencia de como había llegado a la posada, el dardo cargado de somnífero lo noqueó completamente, por suerte pudo llegar a un techo seguro antes de caer vencido por el veneno. Aún sentía el efecto en el cuerpo, el ligero cosquilleo, la intoxicación que discurría por sus venas sensibilizando los sentidos. Cada ruido era un tormento, el repiquetear de los carruajes en la calle, los gritos de los vendedores. Salir así era imposible y peligroso, estaría débil y a merced de cualquiera que pudiese aprovecharse de eso. No estaba seguro de que no lo hubiesen seguido hasta allí, pero tampoco podía esperar. Era urgente que encontrase a la persona que buscaba, con él pretendía refugiarse un tiempo hasta que todo se calmara.
Estudió la habitación en busca de sus pertenencias. La ropa, capa, sombrero, todo desparramado entre la silla y el suelo, de lo que concluía, que estaba en la cama por un milagro de Dios. El cinturón con un revolver estaba sobre la silla, el otro...Esbozó una media sonrisa cuando deslizó la mano bajo la almohada y palpó el duro y frío metal del arma. Ni drogado se descuidaba de ellas. Al fin decidió incorporarse con pereza, cubriendo su cuerpo a cada paso con las prendas, ajustó el cinturón, recogió la capa y por último el sombrero. Se aseguró de no olvidar nada que delatase su presencia y abandonó la posada hacia el atardecer que se cerraba sobre París.
Caminó un rato entre los callejones hasta que llegó al lugar indicado. Aquella dirección era su punto de referencia para encontrar a la persona que buscaba, un antiguo amigo a quien debía el honor y con quien único podía contar en ese momento. La puerta cedió ante su toque y un anciano de rostro agotado se presentó ante él.
-El Cuervo me dijo que podía encontrarlo aquí.- era el acertijo indicado para revelar su identidad.
El hombre asintió y se hizo a un lado para dejarlo pasar. Lo condujo a una pequeña habitación y después de rebuscar unos minutos en el escritorio, le tendió una carta sellada con su nombre. Velkan observó el sello y al hombre que le lanzó una mirada curiosa y le bastó para comprender el significado de aquel papel, el Cuervo había muerto y con él, todas las esperanzas de Velkan por encontrar refugio. Reprimió una maldición mientras rompía el sello y comenzaba a leer el mensaje, sorprendiéndose a cada paso con el contenido.
Su amigo disponía una casa y dinero a su nombre, el suficiente para vivir sin trabajar y también la hacía una petición demasiado importante que no podía rechazar.
-Está bien, deme el resto.- pidió sin titubear y otros dos sobres sellados le fueron entregados.
Tenía dinero y un nuevo hogar, al menos no dormiría en las calles, algo más para agradecer a su viejo amigo, aunque ya no estuviese allí.
-En el cementerio de las afueras, el tercer pasillo, un panteón familiar con su nombre.- le dijo el anciano, como si intuyese los deseos de Velkan que asintió ligeramente.
Se despidió del anciano y se encaminó hacia las afueras dela ciudad, al cementerio donde descansaba su amigo. No fue mucho, pero el frío y la nieve le calaron los huesos un buen rato, a pesar de que la capa lo protegía completamente. El lugar estaba desolado, no esperaba más de un cementerio, aunque siempre servía de escondite para otras criaturas que si estaban bien vivas. Pero por el momento, no percibía ninguna amenaza y se dedicó a caminar entre las tumbas y panteones en busca del indicado. Al girar en el tercer pasillo, unas huellas enormes y frescas se marcaba en la nieve. Tenía compañía y la voz atronadora de un hombre se escuchó por todo el lugar. Al parecer alguien no estaba de buena suerte ese día, quien quiera que fuese, había logrado capturar a su presa.
Velkan avanzó desenfundando una de sus pistolas, siguiendo el rastro y la voz hasta...la entrada del panteón que buscaba. El hombre fanfarrón y descuidado, hablaba ajeno completamente a su presencia, mientras acorralaba a alguien, a quien cubría con su enorme tamaño. Estuvo a punto de dar media vuelta y marcharse, no era su problema y regresaría más tarde cuando el show hubiese terminado, pero ciertas palabras claves lo detuvieron en seco.
-Hija...¿del Balzo?- repitió, concluyendo enseguida a quien había a quien había atrapado el Cazador, a la misma persona que él debía proteger.
¿Qué hacía ella ahí? Lógico, visitando la tumba de su padre y la habían sorprendido para mal. El hombre la sostenía en el aire, exprimiendo su cuello tan fácil, como si fuese una muñeca de trapo, asfixiándola. Si disparaba, la bala atravesaría al hombre, pero también a ella y alertaría a todo el que estuviese cerca y lo menos que necesitaban era más público. Calculó sus opciones y decidió por la más segura, o al menos eso creyó él. Enfundó el arma con cuidado, buscando no distraer al hombre que se ocupaba de ahorcar a la joven y sacó las dagas que ocultaba en sus botas.
Un paso, dos y el acero cortó la parte trasera en los muslos del corpulento hombre. Músculos, tendones, todo lo que sostenía a la mole se quebró con el corte de las hojas y cayó de rodillas con un alarido de dolor. La sangre comenzó a brotar en abundancia, la segunda parte estaba cumplida, cortar las grandes arterias que corrían en esa zona. Moriría desangrado lentamente, eso si alguna otra criatura sedienta lo encontraba primero y por lo que sospechaba, exactamente eso iba a ocurrir. Por primera vez se concentró en la joven que yacía semi inconsciente en el suelo, con una palidez casi mortal. Se acercó preocupado, a comprobar si aún estaba viva y el ligero suspiro de escapó de sus labios lo alivió. Aún podía cumplir su promesa, estaba con vida.
Pateó con fuerza al cazador que intentó agarrar su pie y alzó a la joven en brazos. Tenían que salir de allí antes de que fuese demasiado tarde, ya era de noche y el cementerio a esas horas no era lugar de paseos, menos con un hombre desangrándose a pocos pasos. Se la echó al hombro como un saco y prácticamente salió corriendo entre los panteones, sorteando tumbas, buscando la salida de aquel infierno antes de que...El ruido y las voces lo alertaron, vampiros al juzgar por las cosas que decían, guiados seguramente por el olor de la sangre y venían en su dirección.
Lo primero que se le ocurrió fue entrar en uno de los panteones, al menos hasta que encontraran la cena y estuviesen entretenidos y satisfechos. Con suerte no percibirían su presencia, ni la de ella que...La joven soltó un quejido de pronto, estaba a punto de despertar y si comenzaba a gritar estarían muertos al instante. La depositó en el suelo, en una esquina del lugar, esperando de un momento a otro que abriese los ojos. Podía golpearla otra vez, pero no era la idea crearle un trauma. Los vampiros estaban cerca, la mujer se movió y abrió los ojos, primero aturdida, después, dispuesta a pelear por su vida contra él, pero ya estaba preparado. Cubrió su boca con una mano y con la otra la encerró en un abrazo, mientras la luz de las antorchas iluminaba el panteón desde afuera. Los vampiros pasaban frente a ellos, un ruido y...ella forcejeó y lo empujó contra la pared, por suerte estaba demasiado débil como para lograr zafarse. Pero el cráneo de un esqueleto se tambaleó en uno de los nichos con forma de cama, que se empotraban en la pared trás de él y cayó al suelo quebrándose.
-Genial, estamos muertos.- maldijo sin soltarla -!Quédate quieta!!Rápido, dentro!
La empujó contra una de las tumbas y cuando estuvo tendida, le lanzó el cadáver encima, o lo que quedaba de el. Corrió hacia el otro, cubriéndose justo a tiempo en el instante que la puerta se abrió y un vampiro iluminó el lugar con la antorcha. Con suerte, el olor de los cadáveres enmascararía el suyo.
El martilleo de una campana taladró el silencio dolorosamente, apenas se colaba un fino rayo de luz, por el costado de la cortina que cubría la ventana., nítido y claro. Pestañeó varias veces, adaptándose a la penumbra de la habitación, removiendo su cuerpo desnudo entre las sábanas de la cama donde descansaba. ¿Cuánto había dormido? Ni siquiera tenía consciencia de como había llegado a la posada, el dardo cargado de somnífero lo noqueó completamente, por suerte pudo llegar a un techo seguro antes de caer vencido por el veneno. Aún sentía el efecto en el cuerpo, el ligero cosquilleo, la intoxicación que discurría por sus venas sensibilizando los sentidos. Cada ruido era un tormento, el repiquetear de los carruajes en la calle, los gritos de los vendedores. Salir así era imposible y peligroso, estaría débil y a merced de cualquiera que pudiese aprovecharse de eso. No estaba seguro de que no lo hubiesen seguido hasta allí, pero tampoco podía esperar. Era urgente que encontrase a la persona que buscaba, con él pretendía refugiarse un tiempo hasta que todo se calmara.
Estudió la habitación en busca de sus pertenencias. La ropa, capa, sombrero, todo desparramado entre la silla y el suelo, de lo que concluía, que estaba en la cama por un milagro de Dios. El cinturón con un revolver estaba sobre la silla, el otro...Esbozó una media sonrisa cuando deslizó la mano bajo la almohada y palpó el duro y frío metal del arma. Ni drogado se descuidaba de ellas. Al fin decidió incorporarse con pereza, cubriendo su cuerpo a cada paso con las prendas, ajustó el cinturón, recogió la capa y por último el sombrero. Se aseguró de no olvidar nada que delatase su presencia y abandonó la posada hacia el atardecer que se cerraba sobre París.
Caminó un rato entre los callejones hasta que llegó al lugar indicado. Aquella dirección era su punto de referencia para encontrar a la persona que buscaba, un antiguo amigo a quien debía el honor y con quien único podía contar en ese momento. La puerta cedió ante su toque y un anciano de rostro agotado se presentó ante él.
-El Cuervo me dijo que podía encontrarlo aquí.- era el acertijo indicado para revelar su identidad.
El hombre asintió y se hizo a un lado para dejarlo pasar. Lo condujo a una pequeña habitación y después de rebuscar unos minutos en el escritorio, le tendió una carta sellada con su nombre. Velkan observó el sello y al hombre que le lanzó una mirada curiosa y le bastó para comprender el significado de aquel papel, el Cuervo había muerto y con él, todas las esperanzas de Velkan por encontrar refugio. Reprimió una maldición mientras rompía el sello y comenzaba a leer el mensaje, sorprendiéndose a cada paso con el contenido.
Su amigo disponía una casa y dinero a su nombre, el suficiente para vivir sin trabajar y también la hacía una petición demasiado importante que no podía rechazar.
-Está bien, deme el resto.- pidió sin titubear y otros dos sobres sellados le fueron entregados.
Tenía dinero y un nuevo hogar, al menos no dormiría en las calles, algo más para agradecer a su viejo amigo, aunque ya no estuviese allí.
-En el cementerio de las afueras, el tercer pasillo, un panteón familiar con su nombre.- le dijo el anciano, como si intuyese los deseos de Velkan que asintió ligeramente.
Se despidió del anciano y se encaminó hacia las afueras dela ciudad, al cementerio donde descansaba su amigo. No fue mucho, pero el frío y la nieve le calaron los huesos un buen rato, a pesar de que la capa lo protegía completamente. El lugar estaba desolado, no esperaba más de un cementerio, aunque siempre servía de escondite para otras criaturas que si estaban bien vivas. Pero por el momento, no percibía ninguna amenaza y se dedicó a caminar entre las tumbas y panteones en busca del indicado. Al girar en el tercer pasillo, unas huellas enormes y frescas se marcaba en la nieve. Tenía compañía y la voz atronadora de un hombre se escuchó por todo el lugar. Al parecer alguien no estaba de buena suerte ese día, quien quiera que fuese, había logrado capturar a su presa.
Velkan avanzó desenfundando una de sus pistolas, siguiendo el rastro y la voz hasta...la entrada del panteón que buscaba. El hombre fanfarrón y descuidado, hablaba ajeno completamente a su presencia, mientras acorralaba a alguien, a quien cubría con su enorme tamaño. Estuvo a punto de dar media vuelta y marcharse, no era su problema y regresaría más tarde cuando el show hubiese terminado, pero ciertas palabras claves lo detuvieron en seco.
-Hija...¿del Balzo?- repitió, concluyendo enseguida a quien había a quien había atrapado el Cazador, a la misma persona que él debía proteger.
¿Qué hacía ella ahí? Lógico, visitando la tumba de su padre y la habían sorprendido para mal. El hombre la sostenía en el aire, exprimiendo su cuello tan fácil, como si fuese una muñeca de trapo, asfixiándola. Si disparaba, la bala atravesaría al hombre, pero también a ella y alertaría a todo el que estuviese cerca y lo menos que necesitaban era más público. Calculó sus opciones y decidió por la más segura, o al menos eso creyó él. Enfundó el arma con cuidado, buscando no distraer al hombre que se ocupaba de ahorcar a la joven y sacó las dagas que ocultaba en sus botas.
Un paso, dos y el acero cortó la parte trasera en los muslos del corpulento hombre. Músculos, tendones, todo lo que sostenía a la mole se quebró con el corte de las hojas y cayó de rodillas con un alarido de dolor. La sangre comenzó a brotar en abundancia, la segunda parte estaba cumplida, cortar las grandes arterias que corrían en esa zona. Moriría desangrado lentamente, eso si alguna otra criatura sedienta lo encontraba primero y por lo que sospechaba, exactamente eso iba a ocurrir. Por primera vez se concentró en la joven que yacía semi inconsciente en el suelo, con una palidez casi mortal. Se acercó preocupado, a comprobar si aún estaba viva y el ligero suspiro de escapó de sus labios lo alivió. Aún podía cumplir su promesa, estaba con vida.
Pateó con fuerza al cazador que intentó agarrar su pie y alzó a la joven en brazos. Tenían que salir de allí antes de que fuese demasiado tarde, ya era de noche y el cementerio a esas horas no era lugar de paseos, menos con un hombre desangrándose a pocos pasos. Se la echó al hombro como un saco y prácticamente salió corriendo entre los panteones, sorteando tumbas, buscando la salida de aquel infierno antes de que...El ruido y las voces lo alertaron, vampiros al juzgar por las cosas que decían, guiados seguramente por el olor de la sangre y venían en su dirección.
Lo primero que se le ocurrió fue entrar en uno de los panteones, al menos hasta que encontraran la cena y estuviesen entretenidos y satisfechos. Con suerte no percibirían su presencia, ni la de ella que...La joven soltó un quejido de pronto, estaba a punto de despertar y si comenzaba a gritar estarían muertos al instante. La depositó en el suelo, en una esquina del lugar, esperando de un momento a otro que abriese los ojos. Podía golpearla otra vez, pero no era la idea crearle un trauma. Los vampiros estaban cerca, la mujer se movió y abrió los ojos, primero aturdida, después, dispuesta a pelear por su vida contra él, pero ya estaba preparado. Cubrió su boca con una mano y con la otra la encerró en un abrazo, mientras la luz de las antorchas iluminaba el panteón desde afuera. Los vampiros pasaban frente a ellos, un ruido y...ella forcejeó y lo empujó contra la pared, por suerte estaba demasiado débil como para lograr zafarse. Pero el cráneo de un esqueleto se tambaleó en uno de los nichos con forma de cama, que se empotraban en la pared trás de él y cayó al suelo quebrándose.
-Genial, estamos muertos.- maldijo sin soltarla -!Quédate quieta!!Rápido, dentro!
La empujó contra una de las tumbas y cuando estuvo tendida, le lanzó el cadáver encima, o lo que quedaba de el. Corrió hacia el otro, cubriéndose justo a tiempo en el instante que la puerta se abrió y un vampiro iluminó el lugar con la antorcha. Con suerte, el olor de los cadáveres enmascararía el suyo.
Invitado- Invitado
Re: Código de Honor: Fidélité à la Maison de la Forêt {Velkan Vladescu}
“El socorro en la necesidad, aunque sea poco, ayuda mucho”.
Mateo Alemán
Mateo Alemán
Buscaba cualquier rastro de aire que le permitiera mantener la consciencia, pero parecía que no volvería a usar sus pulmones nunca más. Sentía los huesos de su cuello crujir bajo la presión bestial a la que estaba siendo sometida y muy pronto, estaba segura, perdería toda lucidez; quiso llorar de la rabia y la frustración, pero ni siquiera para eso tenía fuerzas.
Por eso mismo, el grito desgarrador que rompió el silencio le pareció tan irreal; irreal también le resultó percibir el golpe de aire que la espabiló a medias. Era esa sensación de estar en un sueño, en el que no podía pensar con claridad. Intentó ponerse de pie, pero no lo consiguió; el negro lo consumió todo y se perdió en los brazos de la inconsciencia que finalmente la atrapó.
Un andar brusco la sacudía; en alguna parte de su cerebro comprendió, muy lentamente, que alguien la cargaba sin decoro alguno, moviéndola como si se tratase de un costal de papas; ella emitió un gemido gutural, pero su cuerpo no obedecía; no lograba abrir los ojos y lo más que conseguía era expandir un cosquilleo a través de sus miembros. De pronto, el movimiento cesó y Jîldael, por fin, pudo abrir los ojos sólo para descubrir que no estaba sola. Un golpe de adrenalina, producto del miedo que la dominó, la despertó completamente y se dispuso a luchar contra él con su vida, pero el extraño, más veloz, la envolvió en un violento abrazo que la inmovilizó completamente; trató de morderlo, de empujarlo, de patearlo, pero no consiguió nada de ello; solo entonces comprendió, medianamente, que el extraño intentaba protegerla, pero ya era demasiado tarde. La miró con furia, masculló una imprecación y la empujó en una tumba vacía.
– ¡¿Cómo osáis...?! – intento reclamar, pero un cadáver maloliente ahogó sus palabras y la joven tuvo que luchar contra el desesperado impulso de quitarse el cuerpo de encima y contra las náuseas que ello le provocaba, porque comprendió, con horror, que estaban siendo perseguidos por una horda de vampiros famélicos de hambre.
No sabía quién era el extraño, pero le pareció que nadie se tomaría tantas molestias en salvarle el pellejo solo para matarla después, mucho menos enfrentar el riesgo de ser cazados por vampiros sólo porque ella cayó en pánico con demasiada rapidez. No iba a dejarse engañar, pero, por el momento y dadas las circunstancias, comprendió que estaba obligada a darle una oportunidad.
Los segundos le parecieron eternos antes de que por fin el silencio reinara en el cementerio; no obstante y pese al asco que sentía, no se quitó el cadáver de encima; sabía demasiado bien lo hábiles que eran los chupasangre para camuflar su presencia delante de sus enemigos. Consumida como estaba por el miedo, era seguro que ella se habría quedado toda la noche allí, esperando que la seguridad del sol le permitiera volver a su hogar, pero todo ello no fue necesario, pues cuando parecía a punto de explotar en vómitos, el extraño se dignó a quitarle el cadáver de encima y la ayudó a salir de la espantosa tumba que le había salvado la vida.
Lloró de felicidad cuando el aire fresco le acarició el rostro, y más aún cuando el sujeto la condujo a una de las piletas del lugar en donde pudo dar unos sorbos al agua que, a esas horas de la noche, casi parecía hielo. Jîldael se lavó el rostro, estiró los músculos y puso cautelosa distancia con su “salvador”. Lo observó cuando él aprovechó el turno de limpiarse; era alto, fornido, de gesto rudo e insensible, pero no traía el sello de los Inquisidores, así que si no era un Cazador, entonces, era un aventurero que pasaba allí por pura casualidad. Se rió en voz baja de semejantes conclusiones y cuando él la miró, interrogante, ella le devolvió el gesto arrogante que delataba su innegable parentesco con Monsieur Del Balzo.
– Os agradezco haberme ayudado... Pero, no puedo evitarlo, debo preguntaros quién sois y qué hacéis en un lugar como éste ayudando a una desconocida como yo. – replicó exigente, pues, aunque todo le indicaba que era un aliado, ella no estaba dispuesta a bajar su guardia. Demasiado le pesó la última vez que lo hizo y no estaba dispuesta a repetir ese error.
Lo miró fijamente y esperó a que él hablase, deseando de todo corazón que no tuviera que iniciar un segundo enfrentamiento sin haber comido algo caliente primero.
***
Por eso mismo, el grito desgarrador que rompió el silencio le pareció tan irreal; irreal también le resultó percibir el golpe de aire que la espabiló a medias. Era esa sensación de estar en un sueño, en el que no podía pensar con claridad. Intentó ponerse de pie, pero no lo consiguió; el negro lo consumió todo y se perdió en los brazos de la inconsciencia que finalmente la atrapó.
Un andar brusco la sacudía; en alguna parte de su cerebro comprendió, muy lentamente, que alguien la cargaba sin decoro alguno, moviéndola como si se tratase de un costal de papas; ella emitió un gemido gutural, pero su cuerpo no obedecía; no lograba abrir los ojos y lo más que conseguía era expandir un cosquilleo a través de sus miembros. De pronto, el movimiento cesó y Jîldael, por fin, pudo abrir los ojos sólo para descubrir que no estaba sola. Un golpe de adrenalina, producto del miedo que la dominó, la despertó completamente y se dispuso a luchar contra él con su vida, pero el extraño, más veloz, la envolvió en un violento abrazo que la inmovilizó completamente; trató de morderlo, de empujarlo, de patearlo, pero no consiguió nada de ello; solo entonces comprendió, medianamente, que el extraño intentaba protegerla, pero ya era demasiado tarde. La miró con furia, masculló una imprecación y la empujó en una tumba vacía.
– ¡¿Cómo osáis...?! – intento reclamar, pero un cadáver maloliente ahogó sus palabras y la joven tuvo que luchar contra el desesperado impulso de quitarse el cuerpo de encima y contra las náuseas que ello le provocaba, porque comprendió, con horror, que estaban siendo perseguidos por una horda de vampiros famélicos de hambre.
No sabía quién era el extraño, pero le pareció que nadie se tomaría tantas molestias en salvarle el pellejo solo para matarla después, mucho menos enfrentar el riesgo de ser cazados por vampiros sólo porque ella cayó en pánico con demasiada rapidez. No iba a dejarse engañar, pero, por el momento y dadas las circunstancias, comprendió que estaba obligada a darle una oportunidad.
Los segundos le parecieron eternos antes de que por fin el silencio reinara en el cementerio; no obstante y pese al asco que sentía, no se quitó el cadáver de encima; sabía demasiado bien lo hábiles que eran los chupasangre para camuflar su presencia delante de sus enemigos. Consumida como estaba por el miedo, era seguro que ella se habría quedado toda la noche allí, esperando que la seguridad del sol le permitiera volver a su hogar, pero todo ello no fue necesario, pues cuando parecía a punto de explotar en vómitos, el extraño se dignó a quitarle el cadáver de encima y la ayudó a salir de la espantosa tumba que le había salvado la vida.
Lloró de felicidad cuando el aire fresco le acarició el rostro, y más aún cuando el sujeto la condujo a una de las piletas del lugar en donde pudo dar unos sorbos al agua que, a esas horas de la noche, casi parecía hielo. Jîldael se lavó el rostro, estiró los músculos y puso cautelosa distancia con su “salvador”. Lo observó cuando él aprovechó el turno de limpiarse; era alto, fornido, de gesto rudo e insensible, pero no traía el sello de los Inquisidores, así que si no era un Cazador, entonces, era un aventurero que pasaba allí por pura casualidad. Se rió en voz baja de semejantes conclusiones y cuando él la miró, interrogante, ella le devolvió el gesto arrogante que delataba su innegable parentesco con Monsieur Del Balzo.
– Os agradezco haberme ayudado... Pero, no puedo evitarlo, debo preguntaros quién sois y qué hacéis en un lugar como éste ayudando a una desconocida como yo. – replicó exigente, pues, aunque todo le indicaba que era un aliado, ella no estaba dispuesta a bajar su guardia. Demasiado le pesó la última vez que lo hizo y no estaba dispuesta a repetir ese error.
Lo miró fijamente y esperó a que él hablase, deseando de todo corazón que no tuviera que iniciar un segundo enfrentamiento sin haber comido algo caliente primero.
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Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 200
Fecha de inscripción : 09/09/2011
Localización : Junto a mi Maestre... aquí o allá...
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