AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Accidentes en las calles {Tyson}
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Accidentes en las calles {Tyson}
Las calles de París estaban cubiertas por decenas de personas, que caminaban de un lado a otro. Desde personas acaudaladas-como ella- hasta personas pobres. Había más de un méndigo pidiendo limosnas en las aceras, algo que era pasado por alto –o ignorado- por quienes tenían el privilegio de vestir, comer y dormir bien.
Esa era una de las cosas que a ella no le agradaban de París, el como las personas despreciaban a los menos privilegiados. Obviamenten en Amsterdam tambien ocuria lo mismo, sólo que allí no habían tantas personas adineradas y tampoco era una ciudad “cosmopólita” como lo era París.
—¡La Santa Iglesia condena a los herejes!— exclamaba un vendedor de periódicos, mientras caminaba de un lado a otro, con un par de diarios en sus manos. Ya las personas estaban acostumbradas a escuchar acerca de ello. La Iglesia quemaba –o como en muchas ocasiones, torturaban- a todos aquellos a los que se les había acusado de ser herejes.
La joven Vodianova no era una creyente de la brujería ni de todos esos “cuentos de miedo” que solían contar las personas adultas para crearle miedo a los niños. ¿Personas que se alimentaban exclusivamente de sangre? ¡Esos eran más que cuentos!
—¡Que bárbaridad! ¡Dicen que en las colonias inglesas en América han condenado a decenas de mujeres por ser brujas!— exclamaba una mujer, muy bien vestida, a una de sus amigas. Katerina calculó que ellas debían tener unos cincuenta y tantos. Imaginaba que debían ser mujeres ricas, cuyo único oficio era cotillear acerca de lo que ocurria en París.
Vodianova iba tras de ellas, escuchando la conversación de las tres mujeres, suprimiendo sus deseos de reirse ante los comentarios tan tontos de esas señoras. Era una de las pocas veces donde sus padres la dejaban salir sin que sus criadas estuvieran tras de ellas, sino que estas se encontraban comprando algunos víveres para la casa y ella había aprovechado para caminar a solas.
—¡Que horrible! Supongo que aquí en París deben haber mas de una bruja. He escuchado que la señora Bristow práctica la brujeria. Claro, eso es lo que me contó Ann.— cotilleó la otra mujer, negando la cabeza.
Katerina frunció el ceño. ¿Sabían el riesgo en el que estaban involucrando a la tal Señora Bristow? ¿Ella sabían que si una persona las escuchaba e iba a la Iglesia, a esa pobre mujer la irían a buscar, para torturarla o asesinarla? La joven negó la cabeza. Otra razón para detestar la sociedad élitista de París.
Sin darse cuenta, la joven-que iba pensando en todas las cosas en las que esas tres mujeres podían involucrar a sus ”enemigos” con sus lenguas llenas de malicia- tropezó con una roca y calló de bruces al suelo.
—¡Auch!— se quejó Katerina. Por suerte nadie se había percatado de su bochornoso incidente. O al menos eso ella pensaba.
Esa era una de las cosas que a ella no le agradaban de París, el como las personas despreciaban a los menos privilegiados. Obviamenten en Amsterdam tambien ocuria lo mismo, sólo que allí no habían tantas personas adineradas y tampoco era una ciudad “cosmopólita” como lo era París.
—¡La Santa Iglesia condena a los herejes!— exclamaba un vendedor de periódicos, mientras caminaba de un lado a otro, con un par de diarios en sus manos. Ya las personas estaban acostumbradas a escuchar acerca de ello. La Iglesia quemaba –o como en muchas ocasiones, torturaban- a todos aquellos a los que se les había acusado de ser herejes.
La joven Vodianova no era una creyente de la brujería ni de todos esos “cuentos de miedo” que solían contar las personas adultas para crearle miedo a los niños. ¿Personas que se alimentaban exclusivamente de sangre? ¡Esos eran más que cuentos!
—¡Que bárbaridad! ¡Dicen que en las colonias inglesas en América han condenado a decenas de mujeres por ser brujas!— exclamaba una mujer, muy bien vestida, a una de sus amigas. Katerina calculó que ellas debían tener unos cincuenta y tantos. Imaginaba que debían ser mujeres ricas, cuyo único oficio era cotillear acerca de lo que ocurria en París.
Vodianova iba tras de ellas, escuchando la conversación de las tres mujeres, suprimiendo sus deseos de reirse ante los comentarios tan tontos de esas señoras. Era una de las pocas veces donde sus padres la dejaban salir sin que sus criadas estuvieran tras de ellas, sino que estas se encontraban comprando algunos víveres para la casa y ella había aprovechado para caminar a solas.
—¡Que horrible! Supongo que aquí en París deben haber mas de una bruja. He escuchado que la señora Bristow práctica la brujeria. Claro, eso es lo que me contó Ann.— cotilleó la otra mujer, negando la cabeza.
Katerina frunció el ceño. ¿Sabían el riesgo en el que estaban involucrando a la tal Señora Bristow? ¿Ella sabían que si una persona las escuchaba e iba a la Iglesia, a esa pobre mujer la irían a buscar, para torturarla o asesinarla? La joven negó la cabeza. Otra razón para detestar la sociedad élitista de París.
Sin darse cuenta, la joven-que iba pensando en todas las cosas en las que esas tres mujeres podían involucrar a sus ”enemigos” con sus lenguas llenas de malicia- tropezó con una roca y calló de bruces al suelo.
—¡Auch!— se quejó Katerina. Por suerte nadie se había percatado de su bochornoso incidente. O al menos eso ella pensaba.
Katerina Vodianova- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/11/2011
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Re: Accidentes en las calles {Tyson}
El Sol bajaba poco a poco, amenazando con desaparecer tarde o temprano por el horizonte, sumiendo a la ciudad en una oscuridad únicamente amenizada por los candiles. Los ciudadanos de París aprovechaban esos últimos rayos de Sol para dar un paseo por las calles más frecuentadas de París. Si ya de por sí se tornaba difícil caminar debido al gentío, aquellas cada vez más pomposas faldas de las mujeres dificultaban los adelantamientos a quien llevase prisa. Afortunadamente, ese no era mi caso.
Desde que había llegado de América, caminaba sin rumbo fijo y vivía sin meta alguna. Creí haberme acostumbrado a la soledad y el vacío que tales hechos conllevaban, pero a veces resultaba difícil aceptarlo.
El hombre de los periódicos gritaba un titular morboso, pero nada novedoso. La caza de brujas había comenzado tiempo atrás en América, donde eran quemadas sin compasión. Algunas veces las brujas reales caían en las zarpas de las autoridades, pero otras eran mujeres inocentes las que pagaban las falsas denuncias de sus vecinos. Bastaba un malentendido para que te condenasen a muerte.
Previamente había pensado en adquirir un ejemplar del periódico, pero no se lucrarían a costa mía dando semejante titular.
De frente a mí, tras un grupo de señoras lujosamente vestidas que cacareaban sin cesar, una joven cuyos rasgos evidenciaban que se trataba de una mujer del Este se aproximaba. Quedé observándola unos segundos, intentando disimular. En América hubiese sido difícil encontrar una mujer de tan significativos rasgos. Piel blanca como el mármol, delgadez excesiva, rubios cabellos y ojos claros. Era toda una novedad para mí en cuanto a mujeres se trataba.
En apenas una décima de segundo la perdí de vista. Las mujeres siguieron caminando, ajenas a su alrededor, y fue entonces cuando me encontré frente a ella. Había caído al suelo, probablemente hubiese tropezado.
- Permitidme, Mademoiselle. - Dije ofreciendo mi mano para ayudarle a incorporarse.
No se trataba de una joven de cualquier clase. La lujosa calidad de sus ropajes evidenciaban que se trataba de alguien de clase alta. Probablemente fuesen telas importadas.
Desde que había llegado de América, caminaba sin rumbo fijo y vivía sin meta alguna. Creí haberme acostumbrado a la soledad y el vacío que tales hechos conllevaban, pero a veces resultaba difícil aceptarlo.
El hombre de los periódicos gritaba un titular morboso, pero nada novedoso. La caza de brujas había comenzado tiempo atrás en América, donde eran quemadas sin compasión. Algunas veces las brujas reales caían en las zarpas de las autoridades, pero otras eran mujeres inocentes las que pagaban las falsas denuncias de sus vecinos. Bastaba un malentendido para que te condenasen a muerte.
Previamente había pensado en adquirir un ejemplar del periódico, pero no se lucrarían a costa mía dando semejante titular.
De frente a mí, tras un grupo de señoras lujosamente vestidas que cacareaban sin cesar, una joven cuyos rasgos evidenciaban que se trataba de una mujer del Este se aproximaba. Quedé observándola unos segundos, intentando disimular. En América hubiese sido difícil encontrar una mujer de tan significativos rasgos. Piel blanca como el mármol, delgadez excesiva, rubios cabellos y ojos claros. Era toda una novedad para mí en cuanto a mujeres se trataba.
En apenas una décima de segundo la perdí de vista. Las mujeres siguieron caminando, ajenas a su alrededor, y fue entonces cuando me encontré frente a ella. Había caído al suelo, probablemente hubiese tropezado.
- Permitidme, Mademoiselle. - Dije ofreciendo mi mano para ayudarle a incorporarse.
No se trataba de una joven de cualquier clase. La lujosa calidad de sus ropajes evidenciaban que se trataba de alguien de clase alta. Probablemente fuesen telas importadas.
Tyson J. Donovan- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/02/2012
Re: Accidentes en las calles {Tyson}
Katerina observó sus manos por unos instantes. Gracias al cielo no se había hecho daño, pero lamentablemente alguien había sido testigo de su bochornoso incidente. La mano de un joven se había colocado frente a ella y eso hizó que las mejillas porcelana de Adrianne se tiñaran de rosa, debido a la vergüenza de haber caído en una calle tan pública como esa.
"Tonta, tonta, tonta" se dijo mentalmente, mordiendose los labios y aceptando la mano del amable joven. Si su instructora en Amsterdam hubiese estado presente, le abría dado un ataque. ¿Una señorita cae al suelo? ¿Por estar sumergida en sus pensamientos? ¡Eso era algo inaceptable.
Katerina siempre sufría uno que otro accidente cuando se sumergía en sus pensamientos. Lamentablemente eso era una "actividad continua". Ella era demasiado fantasiosa e ingenua, ademas de despistada. Se perdía constantemente en sus pensamientos, logrando que cometiera errores muy a menudo y a su vez, ganandose los regaños de sus instructoras y de su madre.
La señora Vodianova soñaba por que su hija fuera como las demas chicas de la corte fráncesa. Que se mezclara entre ellas, que hiciera fiestas y que celebrara en sus jardines tardes de té. Pero su hija no era de esa manera. A Katerina le disgutaba el socializar con personas que sólo tuvieran en su cabeza "lo lindo que era su vestido" o sobre "lo grandioso que sería casarse con uno de los principes".
—¡Gracias, mercier! agradeció la chica. Ella no conocía su nombre, asi que decidió llamarlo por el sufijo fránces "mercier". La joven Vodianova se obligó a sonreir, despues de todo, ya el bochorno estaba echo. No había nada que pudiera hacer para evitar la vergüeza pasada. Lo peor de todo era que el que lo había presenciado era un apuesto joven, el mismo que la había ayudado a colocarse de pie.
—Lo lamento, yo estaba... comenzó titubeante perdida en mis pensamientos acerca de la caza de brujas. admitió, sacudiendo la falda de su vestido azul cielo. El color del vestido resaltaba el color de sus ojos, o eso le había dicho una de sus empleadas. —Gracias por ayudarme, mercier... ella no estaba segura si era una falta de respeto, pero se atrevió a preguntarle su nombre ¿Cómo se llama, mercier? cuestionó, con una media sonrisa en su rostro.
"Tonta, tonta, tonta" se dijo mentalmente, mordiendose los labios y aceptando la mano del amable joven. Si su instructora en Amsterdam hubiese estado presente, le abría dado un ataque. ¿Una señorita cae al suelo? ¿Por estar sumergida en sus pensamientos? ¡Eso era algo inaceptable.
Katerina siempre sufría uno que otro accidente cuando se sumergía en sus pensamientos. Lamentablemente eso era una "actividad continua". Ella era demasiado fantasiosa e ingenua, ademas de despistada. Se perdía constantemente en sus pensamientos, logrando que cometiera errores muy a menudo y a su vez, ganandose los regaños de sus instructoras y de su madre.
La señora Vodianova soñaba por que su hija fuera como las demas chicas de la corte fráncesa. Que se mezclara entre ellas, que hiciera fiestas y que celebrara en sus jardines tardes de té. Pero su hija no era de esa manera. A Katerina le disgutaba el socializar con personas que sólo tuvieran en su cabeza "lo lindo que era su vestido" o sobre "lo grandioso que sería casarse con uno de los principes".
—¡Gracias, mercier! agradeció la chica. Ella no conocía su nombre, asi que decidió llamarlo por el sufijo fránces "mercier". La joven Vodianova se obligó a sonreir, despues de todo, ya el bochorno estaba echo. No había nada que pudiera hacer para evitar la vergüeza pasada. Lo peor de todo era que el que lo había presenciado era un apuesto joven, el mismo que la había ayudado a colocarse de pie.
—Lo lamento, yo estaba... comenzó titubeante perdida en mis pensamientos acerca de la caza de brujas. admitió, sacudiendo la falda de su vestido azul cielo. El color del vestido resaltaba el color de sus ojos, o eso le había dicho una de sus empleadas. —Gracias por ayudarme, mercier... ella no estaba segura si era una falta de respeto, pero se atrevió a preguntarle su nombre ¿Cómo se llama, mercier? cuestionó, con una media sonrisa en su rostro.
Katerina Vodianova- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/11/2011
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Re: Accidentes en las calles {Tyson}
Percibí un intenso rubor en las mejillas de la joven. Supuse que se estaría recriminando a sí misma su torpeza, por lo que decidí sonreír afablemente, quitando importancia al asunto, puesto que en realidad carecía de ella. Sin embargo, las jóvenes de clase alta daban demasiada importancia a las apariencias, por lo que de seguro creería haber quedado humillada ante los ojos de un caballero. Nada más lejos de la realidad. Yo había aprendido, en mi época americana, a apreciar a las mujeres por sus pequeños defectos, los cuales les hacían únicas. El ideal francés era demasiado estricto, sumiendo a sus ciudadanas féminas en un estrecho comportamiento a seguir, no cediendo rienda suelta a su verdadera personalidad y a sus peculiaridades, las cuales eran, de hecho, los detalles más bellos de las mujeres.
- Gracias a vos por concederme el placer de ayudarle - contesté con una educada inclinación de cabeza.
La joven se irguió y sonrió tratando de parecer sincera, pero se evidenciaba la humillación que sentía por dentro. Le correspondí a su avergonzada, aunque bella, sonrisa por un breve instante y acto seguido solté su mano, pues seguir manteniéndola habría podido ser interpretada cono una inoportuna intención oculta.
- No debéis disculparos por algo tan maravilloso como lo es el pensar. ¿Qué sería del ser humano sin esa capacidad? - le reprendí con suavidad con la pregunta retórica. - Entiendo que ese desafortunado tema ocupe vuestros pensamientos, Mademoiselle. He de reconocer que también enturbia los míos.
Reservé mi opinión para mí mismo. No habría sido diplomático darla sin que ella la hubiese reclamado. Además, cabía la posibilidad de que no estuviese de acuerdo con mi punto de vista, por lo que podría suponer un cortés enfrentamiento de creencias. Nunca se deben cuestionar los principios de otra persona. De hecho, no cabría esperar otra cosa de aquella bella joven que el estar a favor de la Iglesia y de sus crímenes indiscriminados contra inocentes.
- Tyson James Donovan a su servicio, Mademoiselle - contesté antes de realizar una reverencia. - Me haría un hombre dichoso si me concediese el honor de conocer su nombre.
Dicho esto, le ofrecí mi brazo para pasear.
- Gracias a vos por concederme el placer de ayudarle - contesté con una educada inclinación de cabeza.
La joven se irguió y sonrió tratando de parecer sincera, pero se evidenciaba la humillación que sentía por dentro. Le correspondí a su avergonzada, aunque bella, sonrisa por un breve instante y acto seguido solté su mano, pues seguir manteniéndola habría podido ser interpretada cono una inoportuna intención oculta.
- No debéis disculparos por algo tan maravilloso como lo es el pensar. ¿Qué sería del ser humano sin esa capacidad? - le reprendí con suavidad con la pregunta retórica. - Entiendo que ese desafortunado tema ocupe vuestros pensamientos, Mademoiselle. He de reconocer que también enturbia los míos.
Reservé mi opinión para mí mismo. No habría sido diplomático darla sin que ella la hubiese reclamado. Además, cabía la posibilidad de que no estuviese de acuerdo con mi punto de vista, por lo que podría suponer un cortés enfrentamiento de creencias. Nunca se deben cuestionar los principios de otra persona. De hecho, no cabría esperar otra cosa de aquella bella joven que el estar a favor de la Iglesia y de sus crímenes indiscriminados contra inocentes.
- Tyson James Donovan a su servicio, Mademoiselle - contesté antes de realizar una reverencia. - Me haría un hombre dichoso si me concediese el honor de conocer su nombre.
Dicho esto, le ofrecí mi brazo para pasear.
Tyson J. Donovan- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/02/2012
Re: Accidentes en las calles {Tyson}
La joven asintió ante la respuesta del joven. Si, pensar era algo maravilloso, algo que a ella le encantaba. No había nada mejor que sentarse con su padre, a jugar una partida de ajedrez, mientras debatían-de manera educada- acerca de los eventos que ocurrían a diario en la ciudad. En esas partidas, Katerina tenía que poner todo su esfuerzo mental, para saber que jugada practicar, y así evitar que su padre le ganase.
Para su madre, esas partidas de ajedrez era una pérdida de tiempo. “Una joven señorita debe estar ocupada en como agradarle a un joven de buena familia, en vez de estar perdiendo su valioso tiempo en juegos que no harán nada”. Katerina ya se sabía al pie de la letra las palabras que diría su madre. Algunas veces-bromeando (de manera educada, por supuesto) le ayudaba a su madre a completarlas.
Pero a Vodianova no le gustaban esas palabras de su madre. ¿Acaso pensar la hacía ver menos atractiva ante los ojos de los hombres? Muchas veces se decía a sí misma, que si hubiese nacido como un joven, ella se hubiese interesado por una chica que utilizara la cabeza más a menudo. Que no sólo le importase el que utilizar al día siguiente, sino que comentase acerca de lo que ocurría a su alrededor, de manera objetiva y no sólo dejándose llevar por los cotilleos de los demás.
Pero claro, ella era una chica y ella debía hacerle caso a su madre. Aunque no le agradase para nada.
—No estoy de acuerdo con que la Iglesia condene a esas pobres personas, sin tener pruebas algunas…— Katerina mordió su lengua y se calló de inmediato. Ella estaba hablando de la Iglesia, en medio de una calle pública. Si su madre estuviera en esos instantes, le abría pegado un pisotón y se abría asegurado de que jamás volviera a salir sola.
¿Cómo se le ocurría comenzar a hablar sobre las decisiones de la Iglesia en una calle? ¡La podían acusar de hereje! Toda aquella persona que no estuviera de acuerdo a las decisiones de la Iglesia era condenada, y ella por supuesto, no deseaba ser descomulgada y mucho menos torturada hasta la muerte.
—Lo lamento, yo no debí decir eso. No soy quien para opinar sobre esos asuntos. murmuró, sonriendo de manera tímida, mientras observaba al apuesto joven frente a ella. A ella le hubiese gustado hablar con otra persona-que no fuera su padre- sobre asuntos del estado, pero desgraciadamente, no le era permitido. Las personas que visitaban su hogar eran hombres mayores, y su padre-siendo tan protector- evitaba que ella estuviese a la vista de ellos. Ante las preguntas de Katerina del por qué no podía presentarse y escuchar las opiniones de los señores, él le respondía que la protegía de un compromiso no deseado con un viejo noble. Eso, sin duda alguna, la hacía desistir a la idea de asistir a una de esas “reuniones entre hombres de negocio”.
—Es un gusto conocerle, Mercier Donovan— replicó la joven, haciendo una leve reverencia. Katerina sonrió amigablemente ante las palabras del joven, antes de aceptar su brazo y comenzar a caminar a un lado de él. —Katerina Vodianova, mercier— respondió la chica, con una sonrisa de lado.
Para su madre, esas partidas de ajedrez era una pérdida de tiempo. “Una joven señorita debe estar ocupada en como agradarle a un joven de buena familia, en vez de estar perdiendo su valioso tiempo en juegos que no harán nada”. Katerina ya se sabía al pie de la letra las palabras que diría su madre. Algunas veces-bromeando (de manera educada, por supuesto) le ayudaba a su madre a completarlas.
Pero a Vodianova no le gustaban esas palabras de su madre. ¿Acaso pensar la hacía ver menos atractiva ante los ojos de los hombres? Muchas veces se decía a sí misma, que si hubiese nacido como un joven, ella se hubiese interesado por una chica que utilizara la cabeza más a menudo. Que no sólo le importase el que utilizar al día siguiente, sino que comentase acerca de lo que ocurría a su alrededor, de manera objetiva y no sólo dejándose llevar por los cotilleos de los demás.
Pero claro, ella era una chica y ella debía hacerle caso a su madre. Aunque no le agradase para nada.
—No estoy de acuerdo con que la Iglesia condene a esas pobres personas, sin tener pruebas algunas…— Katerina mordió su lengua y se calló de inmediato. Ella estaba hablando de la Iglesia, en medio de una calle pública. Si su madre estuviera en esos instantes, le abría pegado un pisotón y se abría asegurado de que jamás volviera a salir sola.
¿Cómo se le ocurría comenzar a hablar sobre las decisiones de la Iglesia en una calle? ¡La podían acusar de hereje! Toda aquella persona que no estuviera de acuerdo a las decisiones de la Iglesia era condenada, y ella por supuesto, no deseaba ser descomulgada y mucho menos torturada hasta la muerte.
—Lo lamento, yo no debí decir eso. No soy quien para opinar sobre esos asuntos. murmuró, sonriendo de manera tímida, mientras observaba al apuesto joven frente a ella. A ella le hubiese gustado hablar con otra persona-que no fuera su padre- sobre asuntos del estado, pero desgraciadamente, no le era permitido. Las personas que visitaban su hogar eran hombres mayores, y su padre-siendo tan protector- evitaba que ella estuviese a la vista de ellos. Ante las preguntas de Katerina del por qué no podía presentarse y escuchar las opiniones de los señores, él le respondía que la protegía de un compromiso no deseado con un viejo noble. Eso, sin duda alguna, la hacía desistir a la idea de asistir a una de esas “reuniones entre hombres de negocio”.
—Es un gusto conocerle, Mercier Donovan— replicó la joven, haciendo una leve reverencia. Katerina sonrió amigablemente ante las palabras del joven, antes de aceptar su brazo y comenzar a caminar a un lado de él. —Katerina Vodianova, mercier— respondió la chica, con una sonrisa de lado.
Katerina Vodianova- Humano Clase Alta
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Re: Accidentes en las calles {Tyson}
Comenzamos a caminar mientras pensaba en lo que acababa de decir Mademoiselle. Sin lugar a dudas, se trataba de una joven de clase alta, pues sus movimientos parecían calculados y su atuendo era, cuanto menos, muy costoso. Me preguntaba si, a su edad, ya había sido prometida con algún noble de la capital francesa o, en cualquier caso, ya estaba casada. Descarté esa última posibilidad, pues una mujer casada nunca habría salido de su morada sin su marido. Lo más probable es que estuviese prometida. A su edad era lo más común entre la alta sociedad. Todo progenitor deseaba que su retoño fuese casado con buenas influencias, ampliando así las relaciones familiares y sus influencias políticas y poderosas.
Sin lugar a dudas, se trataba de una joven rebelde y disconforme con los principios estipulados. Alguien tan joven y distinguida como ella no debería tratar temas como los de la Iglesia en público, y aún menos para criticarlos. Resultaba peligroso, pues podría ser acusada de herejía o brujería. Curiosamente, todas las mujeres rebeldes y disconformes con las directrices eclesiásticas eran acusadas de brujería. Sin embargo, la joven no era una bruja, estaba seguro de ello.
- Mademoiselle, no deberíais decir esas cosas en público y ante un extraño caballero - le reprendí, tratando de asegurarme de que eso no volviese a suceder. Lo último que deseaba era otra víctima de la Inquisición, y tan sólo por tener una opinión propia. La libertad de expresión era castigada con la orca. Pese a mi educada reprimenda, le sonreí con complicidad - Aunque si he de seros sincero, opino lo mismo que vos - le tranquilicé. - Sin embargo, imaginad que hubiese sido un Inquisidor, Mademoiselle, en este preciso momento estaríais apresada, esperando a la hoguera.
Seguí caminando, sintiendo el delicado y delgado brazo de la dama agarrado al mío.
- Es un inmenso placer, Mademoiselle Vodianova - respondí ante su presentación. - Me confirmáis que sois originaria del este. ¿Es bella esa parte de Europa?
Lo último que quería era seguir con la conversación sobre las brujas, la Iglesia y la hoguera, al menos en un lugar tan público como las calles parisinas. Quizás en otro momento y en un lugar más intimo pudiésemos debatir sobre temas políticos y religiosos, pero allí no.
Sin lugar a dudas, se trataba de una joven rebelde y disconforme con los principios estipulados. Alguien tan joven y distinguida como ella no debería tratar temas como los de la Iglesia en público, y aún menos para criticarlos. Resultaba peligroso, pues podría ser acusada de herejía o brujería. Curiosamente, todas las mujeres rebeldes y disconformes con las directrices eclesiásticas eran acusadas de brujería. Sin embargo, la joven no era una bruja, estaba seguro de ello.
- Mademoiselle, no deberíais decir esas cosas en público y ante un extraño caballero - le reprendí, tratando de asegurarme de que eso no volviese a suceder. Lo último que deseaba era otra víctima de la Inquisición, y tan sólo por tener una opinión propia. La libertad de expresión era castigada con la orca. Pese a mi educada reprimenda, le sonreí con complicidad - Aunque si he de seros sincero, opino lo mismo que vos - le tranquilicé. - Sin embargo, imaginad que hubiese sido un Inquisidor, Mademoiselle, en este preciso momento estaríais apresada, esperando a la hoguera.
Seguí caminando, sintiendo el delicado y delgado brazo de la dama agarrado al mío.
- Es un inmenso placer, Mademoiselle Vodianova - respondí ante su presentación. - Me confirmáis que sois originaria del este. ¿Es bella esa parte de Europa?
Lo último que quería era seguir con la conversación sobre las brujas, la Iglesia y la hoguera, al menos en un lugar tan público como las calles parisinas. Quizás en otro momento y en un lugar más intimo pudiésemos debatir sobre temas políticos y religiosos, pero allí no.
Tyson J. Donovan- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/02/2012
Re: Accidentes en las calles {Tyson}
La joven Vodianova asintió a la declaración del joven hombre. Él tenía razón, ella no debía hablar de esas cosas en público. Los temas de la Iglesia eran conversados entre familiares cercanos y entre amigos, entre aquellos donde se compartía la confianza. Si algun enemigo te escuchaba comentando acerca de estos peligrosos temas... pues seguramente lo último que verías era la horca o la hoguera.
Pero Katerina era demasiado ingenua, algo por el que contínuamente se ganaba regaños por parte de sus intitutrices. Y era esa misma ingenuidad y rebeldía (como solía decirle su madre) que ella siempre estaba metida en problemas.
—Realmente, lo lamento— se disculpo de manera honesta —si alguien me hubiese escuchado, me habrian acusado de hereje, y de seguro nos hubieran llevado arrestados, aunque usted no hubiese tenido nada que ver.— puntualizó la chica. Ella hubiese metido en problemas al pobre joven, que sólo se había acercado a ella para ayudarle.
Katerina le sonrió de manera amigable al joven, cuando él le confesó que pensaba de la misma manera. Al menos había tenido la suerte de no encontrarse con un inquisidor, sino, sus horas hubiesen estado contadas.
—Si, Ámsterdam es muy hermoso. Sus paisajes son pacíficos y no hay tanto...— la joven observó a su alrededor, tratando de encontrar una palabra para describir —...no hay tanta aglomeración de personas.— repusó no tan segura de su respuesta. Por supuesto que habían muchísimas personas en Ámsterdam, sólo que no había ese constraste entre diferentes "círculos sociales" como lo había en París.
Decidida en explicar mejor lo que había comentado, la joven volvió a hablar. —Me refiero a que en Ámsterdam no es tan marcada la diferencia de "circulos sociales". No hay tantas personas adineradas, al menos no como aquí. Allá no es común ver tantas fiestas, celebraciones y esas cosas. replicó la chica, mientras continuaba caminando. —Aunque sin duda alguna, para las personas que les encanta vivir en lujos y en fiestas, pues París es su lugar ideal.— añadió, con una sonrisa de lado.
Pero Katerina era demasiado ingenua, algo por el que contínuamente se ganaba regaños por parte de sus intitutrices. Y era esa misma ingenuidad y rebeldía (como solía decirle su madre) que ella siempre estaba metida en problemas.
—Realmente, lo lamento— se disculpo de manera honesta —si alguien me hubiese escuchado, me habrian acusado de hereje, y de seguro nos hubieran llevado arrestados, aunque usted no hubiese tenido nada que ver.— puntualizó la chica. Ella hubiese metido en problemas al pobre joven, que sólo se había acercado a ella para ayudarle.
Katerina le sonrió de manera amigable al joven, cuando él le confesó que pensaba de la misma manera. Al menos había tenido la suerte de no encontrarse con un inquisidor, sino, sus horas hubiesen estado contadas.
—Si, Ámsterdam es muy hermoso. Sus paisajes son pacíficos y no hay tanto...— la joven observó a su alrededor, tratando de encontrar una palabra para describir —...no hay tanta aglomeración de personas.— repusó no tan segura de su respuesta. Por supuesto que habían muchísimas personas en Ámsterdam, sólo que no había ese constraste entre diferentes "círculos sociales" como lo había en París.
Decidida en explicar mejor lo que había comentado, la joven volvió a hablar. —Me refiero a que en Ámsterdam no es tan marcada la diferencia de "circulos sociales". No hay tantas personas adineradas, al menos no como aquí. Allá no es común ver tantas fiestas, celebraciones y esas cosas. replicó la chica, mientras continuaba caminando. —Aunque sin duda alguna, para las personas que les encanta vivir en lujos y en fiestas, pues París es su lugar ideal.— añadió, con una sonrisa de lado.
Katerina Vodianova- Humano Clase Alta
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Re: Accidentes en las calles {Tyson}
Asentí ante su explicación, dando a entender que la comprendía. En realidad no me gustaban las grandes ciudades con clases sociales tan marcadas. Ni una cosa ni otra eran de mi agrado pero, aún así y por desafortunadas casualidades de la vida, había acabado de protegido de una familia de clase alta en una ciudad tan transitada y aglomerada como era la capital francesa, París.
Lo que realmente a mí me gustaba era un lugar tranquilo, como lo era mi querida Virginia. Allá donde mirase había vegetación, campo y lugares abiertos. Las colinas llegaban más allá de lo que mi campo visual podía abarcar. Recordaba mi casa, en una de las praderas más hermosas de los alrededores, o al menos en varios kilómetros a la redonda. Las paredes exteriores eran tan blancas como el mismísimo mármol, y los rayos del Sol creaban un impacto de luces tan hermoso que uno creía haber muerto y resucitado en el paraíso durante el sueño nocturno.
Cada mañana mi esposa y yo solíamos salir a pasear, a disfrutar del verde paisaje y de los aromas de los bosques cercanos. Por las tardes, nos reuníamos con las pocas familias junto a las cuales constituíamos el pueblo y charlábamos desde temas banales hasta los más morbosos asuntos de política y religión.
Pero todo tuvo que acabar. Bloqueé los duros recuerdos que comenzaron a invadir mi mente y me centré en dónde me encontraba en ese mismo momento, junto a Mademoiselle Katerina Vodianova, dulce y rebelde joven procedente de los Países Bajos y que describía a su Ámsterdam como una ciudad mejor que París. No pensaba rebatir esa opinión, pues cualquier cosa sería mejor que ese nido de vívoras de lenguas viperinas.
- No quisiera parecer indiscreto y atrevido, mi Lady, pero me gustaría conoceros más. Contadme, por favor, y satisfaced mi curiosidad. - Rogué, mientras seguía paseando. - ¿Ya estáis prometida? Una joven como vos ha de estar en edad casadera.
Lo que realmente a mí me gustaba era un lugar tranquilo, como lo era mi querida Virginia. Allá donde mirase había vegetación, campo y lugares abiertos. Las colinas llegaban más allá de lo que mi campo visual podía abarcar. Recordaba mi casa, en una de las praderas más hermosas de los alrededores, o al menos en varios kilómetros a la redonda. Las paredes exteriores eran tan blancas como el mismísimo mármol, y los rayos del Sol creaban un impacto de luces tan hermoso que uno creía haber muerto y resucitado en el paraíso durante el sueño nocturno.
Cada mañana mi esposa y yo solíamos salir a pasear, a disfrutar del verde paisaje y de los aromas de los bosques cercanos. Por las tardes, nos reuníamos con las pocas familias junto a las cuales constituíamos el pueblo y charlábamos desde temas banales hasta los más morbosos asuntos de política y religión.
Pero todo tuvo que acabar. Bloqueé los duros recuerdos que comenzaron a invadir mi mente y me centré en dónde me encontraba en ese mismo momento, junto a Mademoiselle Katerina Vodianova, dulce y rebelde joven procedente de los Países Bajos y que describía a su Ámsterdam como una ciudad mejor que París. No pensaba rebatir esa opinión, pues cualquier cosa sería mejor que ese nido de vívoras de lenguas viperinas.
- No quisiera parecer indiscreto y atrevido, mi Lady, pero me gustaría conoceros más. Contadme, por favor, y satisfaced mi curiosidad. - Rogué, mientras seguía paseando. - ¿Ya estáis prometida? Una joven como vos ha de estar en edad casadera.
Tyson J. Donovan- Licántropo Clase Alta
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Re: Accidentes en las calles {Tyson}
La joven sonrio, para luego negar la cabeza y mirar a su acompañante. —Oh no, no es un atrevimiento, mercier. le dijo, para luego morder su labio inferior. Las calles continuaban repletas de personas, que transitaban de un lado a otro, llevando enormes paquetes con ellos. Los menos afortunados, llevaban a penas lo que comerían esa noche.
—No, no estoy comprometida. Creo que la gran mayoría de los hombres prefieren a las chicas que asisten a las fiestas y estan entremezcladas en los círculos sociales— dijo, bajando la vista y clavandola sobre sus zapatillas color azul.
En más de una ocasión, una de sus empleadas le había comentado que si ella no salía y compartía con todas esas "vívoras"[/color] (como solía decirle Margarett, su más fiel empleada), ella jamas iba a casarse.
Katerina había pasado por un duro momento. Su hermano-su queridísimo Stephen- había sido asesinado, y ese accidente le había arrebatado su felicidad por un buen tiempo. Sus padres habían perdido el derecho a acceder al título de Condes de los Países Bajos y debido a una serie de eventos, ellos habían tenido que viajar a París.
A Katerina no le gustaba ese lugar. Veía a todas esas personas sumergidas en un "mundo" completamente ajeno a lo que ella se había criado. Las mujeres eran frías y preferian hablar de ropas lujosas a pláticar sobre libros. Los hombres estaban mas sumergidos en sus problemas por adquirir riqueza, en vez de percatarse que con ese egoísmo estaban llevando a su país al borde de un colapso.
—No soy tan interesante como para "atraer" a uno de esos [i]importantes hombres— comentó ella con una sonrisa de lado. —Y no lo digo para ganar elógios rió. Ella conocía par de mujeres que se hacían las que no eran interesantes, con tal de que los hombres les dijeran palabras "hermosas". Ella no era de esa manera. —¿Y usted, mercier? ¿Es de Francia? ¿O proviene de otro país?— cuestionó interesada.
—No, no estoy comprometida. Creo que la gran mayoría de los hombres prefieren a las chicas que asisten a las fiestas y estan entremezcladas en los círculos sociales— dijo, bajando la vista y clavandola sobre sus zapatillas color azul.
En más de una ocasión, una de sus empleadas le había comentado que si ella no salía y compartía con todas esas "vívoras"[/color] (como solía decirle Margarett, su más fiel empleada), ella jamas iba a casarse.
Katerina había pasado por un duro momento. Su hermano-su queridísimo Stephen- había sido asesinado, y ese accidente le había arrebatado su felicidad por un buen tiempo. Sus padres habían perdido el derecho a acceder al título de Condes de los Países Bajos y debido a una serie de eventos, ellos habían tenido que viajar a París.
A Katerina no le gustaba ese lugar. Veía a todas esas personas sumergidas en un "mundo" completamente ajeno a lo que ella se había criado. Las mujeres eran frías y preferian hablar de ropas lujosas a pláticar sobre libros. Los hombres estaban mas sumergidos en sus problemas por adquirir riqueza, en vez de percatarse que con ese egoísmo estaban llevando a su país al borde de un colapso.
—No soy tan interesante como para "atraer" a uno de esos [i]importantes hombres— comentó ella con una sonrisa de lado. —Y no lo digo para ganar elógios rió. Ella conocía par de mujeres que se hacían las que no eran interesantes, con tal de que los hombres les dijeran palabras "hermosas". Ella no era de esa manera. —¿Y usted, mercier? ¿Es de Francia? ¿O proviene de otro país?— cuestionó interesada.
Katerina Vodianova- Humano Clase Alta
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Re: Accidentes en las calles {Tyson}
Pese a que la joven dejó claro que no lo hacía para recibir elogios, no pude sino elogiarla. No por cortesía, ni por ser el deber de todo caballero para con una dama de su standing, sino porque consideraba que era merecedora de ellos.
- No diga esas cosas, Mademoiselle - rogué - pues no entendería qué clase de caballero sería aquel que no admirase su belleza y su elocuente ingenio. Personalmente - admití - preferiría millones de veces pretenderle a vos antes que a esas señoritas de cuestionable inteligencia y pomposo aspecto - aseguré.
Continuamos caminando. Los últimos rayos de Sol se resistían a desaparecer, pero la oscuridad fue venciéndolos poco a poco, como en cada anochecer. Tragué saliva ante su pregunta. Se trataba de un tema que removía muchos dolorosos recuerdos en mí, pero habría sido inapropiado no satisfacer su curiosidad, además de que ella me había complacido a mí.
- En realidad provengo de otro continente, Mademoiselle, concretamente de América. ¿Habéis tenido el placer de visitarlo? - proseguí con mi respuesta - Concretamente provengo de Virginia, donde allá donde mire uno sólo encuentra vegetación, no es si no un lugar donde uno se encuentra en paz con la naturaleza. Las mujeres de allí no son en nada parecidas a las de París - aseguré - La mayoría cuentan con una nobleza de carácter que hace imposible evitar enamorarse de ellas. - Tragué saliva antes de continuar - Me recordáis a una joven con quien tuve el placer de pasar mucho tiempo, Mademoiselle, se llamaba Elisabeth y poseía una labia envidiable, además de un corazón que no le cabía siquiera en el pecho.
Habría sido inapropiado decir que aquella mujer fue mi esposa fallecida. Con mi aspecto de veinteañero, ¿cómo explicarle a Katerina que en realidad tenía 40 años? De seguro que no conocía la existencia de los licántropos, y no iba a ser yo quien atormentase su mente con esas historias para no dormir.
- No diga esas cosas, Mademoiselle - rogué - pues no entendería qué clase de caballero sería aquel que no admirase su belleza y su elocuente ingenio. Personalmente - admití - preferiría millones de veces pretenderle a vos antes que a esas señoritas de cuestionable inteligencia y pomposo aspecto - aseguré.
Continuamos caminando. Los últimos rayos de Sol se resistían a desaparecer, pero la oscuridad fue venciéndolos poco a poco, como en cada anochecer. Tragué saliva ante su pregunta. Se trataba de un tema que removía muchos dolorosos recuerdos en mí, pero habría sido inapropiado no satisfacer su curiosidad, además de que ella me había complacido a mí.
- En realidad provengo de otro continente, Mademoiselle, concretamente de América. ¿Habéis tenido el placer de visitarlo? - proseguí con mi respuesta - Concretamente provengo de Virginia, donde allá donde mire uno sólo encuentra vegetación, no es si no un lugar donde uno se encuentra en paz con la naturaleza. Las mujeres de allí no son en nada parecidas a las de París - aseguré - La mayoría cuentan con una nobleza de carácter que hace imposible evitar enamorarse de ellas. - Tragué saliva antes de continuar - Me recordáis a una joven con quien tuve el placer de pasar mucho tiempo, Mademoiselle, se llamaba Elisabeth y poseía una labia envidiable, además de un corazón que no le cabía siquiera en el pecho.
Habría sido inapropiado decir que aquella mujer fue mi esposa fallecida. Con mi aspecto de veinteañero, ¿cómo explicarle a Katerina que en realidad tenía 40 años? De seguro que no conocía la existencia de los licántropos, y no iba a ser yo quien atormentase su mente con esas historias para no dormir.
Tyson J. Donovan- Licántropo Clase Alta
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Re: Accidentes en las calles {Tyson}
La joven se ruborizó ligeramente ante las nobles palabras del joven Tyson. Rara vez se encontraba a un hombre que tuviera ese tipo de mentalidad en las calles de París. La mayoría de los hombres allí sólo pensaban en dinero y en como enriquecerse cada día mas. Pero ese joven hombre parecía realmente diferente.
—Gracias, mercier— repuso ella, aun con sus mejillas ligeramente sonrojadas. La joven Vodianova tuvo que bajar su cabeza, para impedir que el joven observara sus mejillas aun rosadas. Era una de esas cosas que Katerina detestaba. Cuando se ruborizaba, su pálida piel la delataba al instante. Ni siquiera utilizando maquillaje podía ocultar ese pequeño defecto.
Comenzaba a anochecer, y las calles se volvieron un poco mas pacíficas. A Katerina le agradó eso, por que así podía apreciar con mas tranquilidad las hermosas y magníficas estructuras de la ciudad. No por que no le gustase vivir allí significaba que ella ignoraba el hecho de que las calles parisinas eran realmente maravillosas. A Katerina no le gustaba la sociedad parisina, mas sin embargo, le gustaba el país, por tener lugares muy hermosos.
—¡Oh, América! ¡Siempre he soñado con ir allí!— exclamó Katerina. Ella había leído muchísimo acerca de ese maravilloso país. Según su padre-él si había tenido la oportunidad de visitar el Continente- era un lugar hermoso, completamente diferente a Europa. La joven no pudo dejar de asentir ante la pequeña descripción del joven. —Debe ser un lugar hermoso. Algún día iré allí— se prometió a si misma.
Vodianova percibió un dejo de tristeza por parte del joven Tyson. Y a pesar de que se había dicho a sí misma que no debía entrometerse en asuntos que no le correspondía, ella tuvo el interés de conocer que había ocurrido con la chica. —¿Y que ocurrió? ¿Dejo de ver a Mademoiselle Elizabeth?— preguntó, observando al joven con curiosidad.
—Gracias, mercier— repuso ella, aun con sus mejillas ligeramente sonrojadas. La joven Vodianova tuvo que bajar su cabeza, para impedir que el joven observara sus mejillas aun rosadas. Era una de esas cosas que Katerina detestaba. Cuando se ruborizaba, su pálida piel la delataba al instante. Ni siquiera utilizando maquillaje podía ocultar ese pequeño defecto.
Comenzaba a anochecer, y las calles se volvieron un poco mas pacíficas. A Katerina le agradó eso, por que así podía apreciar con mas tranquilidad las hermosas y magníficas estructuras de la ciudad. No por que no le gustase vivir allí significaba que ella ignoraba el hecho de que las calles parisinas eran realmente maravillosas. A Katerina no le gustaba la sociedad parisina, mas sin embargo, le gustaba el país, por tener lugares muy hermosos.
—¡Oh, América! ¡Siempre he soñado con ir allí!— exclamó Katerina. Ella había leído muchísimo acerca de ese maravilloso país. Según su padre-él si había tenido la oportunidad de visitar el Continente- era un lugar hermoso, completamente diferente a Europa. La joven no pudo dejar de asentir ante la pequeña descripción del joven. —Debe ser un lugar hermoso. Algún día iré allí— se prometió a si misma.
Vodianova percibió un dejo de tristeza por parte del joven Tyson. Y a pesar de que se había dicho a sí misma que no debía entrometerse en asuntos que no le correspondía, ella tuvo el interés de conocer que había ocurrido con la chica. —¿Y que ocurrió? ¿Dejo de ver a Mademoiselle Elizabeth?— preguntó, observando al joven con curiosidad.
Katerina Vodianova- Humano Clase Alta
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Re: Accidentes en las calles {Tyson}
Apenas quedaban transeúntes a lo largo de las ajardinadas y barrocas calles. La gente se retiraba a su casa con el fin de tomar la cena y, después, establecer negocios de conveniencia mientras tomaban coñac. Katerina y yo íbamos quedando cada vez más solos, pero ninguno de los dos - o yo, mejor dicho - quisimos acabar con la conversación. ¿Qué diría su familia de imaginar a su joven hija a esas horas por las calles en soledad? Quizás el temor de que pudiese estar acompañada era peor, incluso.
- Desgraciadamente, Lady Elisabeth falleció, Mademoiselle - dije, conteniendo el dolor de mi corazón. Cada vez que recordaba su inocente rostro, sus dulces caricias y su afición por la lectura sentía ganas de romper a llorar. Su rostro angelical escondía besos apasionados, únicamente dedicados a mí durante los 10 años de matrimonio y relaciones conyugales. Dios nunca nos obsequió con un niño al que cuidar. Quizás los ángeles hubiesen sentido celos del hermoso niño que podría haber nacido de las entrañas de mi bella esposa. - Se trata de una trágica historia; no quisiera atormentaros con ella - me disculpé.
La luna en su estado de cuarto menguante coronaba ya las calles de la ciudad. Tragué saliva, pronto sería luna llena. Una noche al mes tenía que esconderme en las mazmorras de la mansión y atarme para no hacer daño a nadie una vez convertido en lobo. Era una transición dolorosa, en la cual sentía cómo cada hueso se rompía y cómo mi cerebro crecía y tenía la horrible sensación de que no cabía en el cráneo. Aparté esos pensamientos y volví al presente.
- ¿No os esperan en casa para la cena, Mademoiselle Vodianova? - me preocupé. No deseaba que le azotasen por imprudente.
- Desgraciadamente, Lady Elisabeth falleció, Mademoiselle - dije, conteniendo el dolor de mi corazón. Cada vez que recordaba su inocente rostro, sus dulces caricias y su afición por la lectura sentía ganas de romper a llorar. Su rostro angelical escondía besos apasionados, únicamente dedicados a mí durante los 10 años de matrimonio y relaciones conyugales. Dios nunca nos obsequió con un niño al que cuidar. Quizás los ángeles hubiesen sentido celos del hermoso niño que podría haber nacido de las entrañas de mi bella esposa. - Se trata de una trágica historia; no quisiera atormentaros con ella - me disculpé.
La luna en su estado de cuarto menguante coronaba ya las calles de la ciudad. Tragué saliva, pronto sería luna llena. Una noche al mes tenía que esconderme en las mazmorras de la mansión y atarme para no hacer daño a nadie una vez convertido en lobo. Era una transición dolorosa, en la cual sentía cómo cada hueso se rompía y cómo mi cerebro crecía y tenía la horrible sensación de que no cabía en el cráneo. Aparté esos pensamientos y volví al presente.
- ¿No os esperan en casa para la cena, Mademoiselle Vodianova? - me preocupé. No deseaba que le azotasen por imprudente.
Tyson J. Donovan- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/02/2012
Re: Accidentes en las calles {Tyson}
Katerina esperaba a que el joven Tyson le contase sobre la joven mujer que había mencionado. Pensaba que Elisabeth debía ser una mujer encantadora. Él la había descrito como una mujer "de un gran corazón" y mentalmente Katerina se había dicho que le encararía conocerla. Se imaginaba que debía ser una joven amable e inteligente, y supuso que debía ser hermosa.
Pero ese deseo de conocerla se espumo en cuanto Tyson le comentó que ella había muerto. Katerina visualizó un destello de tristeza en la mirada del joven, y en su forma de hablar. Ella sabía cuanto dolía perder a un ser amado, por que ella ya había pasado por ello.
Cuando su hermano Stephan falleció, Katerina se había sentido morir. Si bien era cierto que muchas personas-al perder a sus hermanos- los lloran y luego los superan, ella no reaccionó de esa manera. Los hermanos Vodianova eran inseparables. Stephan le había enseñado a cabalgar y le había regalado su yegua Atenea. Le había enseñado a leer y le regalaba -cada vez que iba a la ciudad y lograba conseguirlos- libros de filosofía y política-los que no eran leídos por las mujeres, pero que a ella le encantaban.
Ella aun recordaba el como su corazón se había roto al ver el cadáver ensangrentado de su hermano, traído a la mansión por dos de sus mejores amigos (los de Stephan). Fue tan duro el golpe, que Katerina había quedado sumergida en una horrible depresión, que duró casi un año. Ella aun no podía visitar la tumba de su hermano, por que ella sentía que no iba a poder superarlo.
—Lo lamento, mercier. Conozco el dolor de perder a un ser querido.— murmuró ella, recordando el rostro de su adorado hermano. Ella jamas podría olvidarle, y mucho menos sacar de su mente el recuerdo de verlo cubierto de sangre. Negó la cabeza, apartando los pensamientos, obligándose a sonreír. Una sonrisa agridulce.
La joven recordó a sus padres, pero ella sabía que aun no tenía por que irse. Era la primera vez que se encontraba con un caballero tan interesante y eso no se repetía a diario. Ademas, sus dos empleadas aun no regresaban de hacer sus "deberes" (ella supuso que debían estar cotilleando con otras empleadas). —Si, pero aun mis empleadas no regresan— respondió, con una sonrisa de lado. —Espero que no le moleste brindarme un rato mas de su interesante presencia, mercier.— comentó aun sonriente.
Pero ese deseo de conocerla se espumo en cuanto Tyson le comentó que ella había muerto. Katerina visualizó un destello de tristeza en la mirada del joven, y en su forma de hablar. Ella sabía cuanto dolía perder a un ser amado, por que ella ya había pasado por ello.
Cuando su hermano Stephan falleció, Katerina se había sentido morir. Si bien era cierto que muchas personas-al perder a sus hermanos- los lloran y luego los superan, ella no reaccionó de esa manera. Los hermanos Vodianova eran inseparables. Stephan le había enseñado a cabalgar y le había regalado su yegua Atenea. Le había enseñado a leer y le regalaba -cada vez que iba a la ciudad y lograba conseguirlos- libros de filosofía y política-los que no eran leídos por las mujeres, pero que a ella le encantaban.
Ella aun recordaba el como su corazón se había roto al ver el cadáver ensangrentado de su hermano, traído a la mansión por dos de sus mejores amigos (los de Stephan). Fue tan duro el golpe, que Katerina había quedado sumergida en una horrible depresión, que duró casi un año. Ella aun no podía visitar la tumba de su hermano, por que ella sentía que no iba a poder superarlo.
—Lo lamento, mercier. Conozco el dolor de perder a un ser querido.— murmuró ella, recordando el rostro de su adorado hermano. Ella jamas podría olvidarle, y mucho menos sacar de su mente el recuerdo de verlo cubierto de sangre. Negó la cabeza, apartando los pensamientos, obligándose a sonreír. Una sonrisa agridulce.
La joven recordó a sus padres, pero ella sabía que aun no tenía por que irse. Era la primera vez que se encontraba con un caballero tan interesante y eso no se repetía a diario. Ademas, sus dos empleadas aun no regresaban de hacer sus "deberes" (ella supuso que debían estar cotilleando con otras empleadas). —Si, pero aun mis empleadas no regresan— respondió, con una sonrisa de lado. —Espero que no le moleste brindarme un rato mas de su interesante presencia, mercier.— comentó aun sonriente.
Katerina Vodianova- Humano Clase Alta
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