Una noche... una historia [+18]

Las vibraciones del tren la sacaron de su ensimismamiento. El encuentro con aquel hombre en el cementerio dejó en ella miles de inquietudes que necesitaba responder, sin embargo, el único con la capacidad suficiente para devolver a ella las memorias de un pasado inexistente, era precisamente su creador, aquel engendro de quien huía despavoridamente. Revisó su bolso para encontrarlo vacío, la fortuna de los Goodric se ha terminado por completo, lo único de valor es la propiedad pero venderla al mejor postor no era en lo absoluto una posibilidad para salir de sus adeudos. Bastaba con engatusar a otro caballero que perdiese la cabeza ante la belleza de la dama, el presentimiento de encontrarlo durante ese viaje era bastante fuerte. Su mirada se enfocaba en los trajes de aquellos hombres con carcajadas tajantes, bebidas costosas y creencias estúpidas de ser mejores que el resto. Si se lo preguntasen a ella, todos servían para lo mismo, ser exprimidos lentamente… La sangre saciaría su sed y el dinero, pagaría cualquier extravagancia que se le ocurriese.

Las mujeres desesperadas se ataviaron con los vestidos más corrientes, sus pechos resaltaban sobre el escote, sus labios rojos, su cabello ondeando y cayendo al lado de sus hombros y por su espalda. La pícara mirada de las desgraciadas denotaba su vulgaridad, lo urgidas que se encontraban por ser poseídas por un buen varón. Buscaban sexo, el éxtasis del incumplimiento de las reglas. El pequeño vagón desprendió una mezcla de olores, en ocasiones desagradable y en otras, simplemente delirante. La copa que sostenía con la mano derecha, dejó una marca por debajo de la mitad, una tonalidad rojiza que evidenciaba sin ninguna dificultad la naturaleza de su bebida. Vino tinto. Mientras jugaba con aquella medalla de plata pendiendo en su cuello, sus labios eran mutilados por esos colmillos que se escaparon de sus fauces inconscientemente. La mirada frívola de la dama se posó sobre el escote de una camarera. El lunar junto a sus labios carmín la invitó a rosar delicadamente su piel y el perfume que despilfarraba su piel era aditamento perfecto para correr tras ella e intentar desgarrarle la ¿Garganta? No, sería jodidamente fácil asesinarla con una herida en el cuello, repetitivo, tedioso…

Hizo resoplar sus labios, colocando la copa vacía en la charola de la misma mujer a la que miraba con intriga y deseo. Solía ocurrir la mayor parte del tiempo, los mortales confundían la obsesión de Eisheth con fantasías impúdicas, pero la verdad es que esa mujer no tiene libido sexual, bastante contradictorio tratándose de una seductora a nivel profesional, pero para todos aquellos que son capaces de analizar, observar y estudiar el todo, resulta sencillo aprender un par de trucos. Lograba engañar con su actuación a cualquiera, era acreedora de todas las capacidades y habilidades para atraer a sus víctimas, conociendo sus más profundos deseos… era inevitable no ceder ante ella. A lo lejos, un par de varones discutían entre sí mirando fijamente el cuerpo de la morena uno de ellos tenía un parecido semejante a su creador. Eisheth sonrió con sensualidad, arqueando una ceja e invitándolo a sentarse junto a ella. La vista de la fémina se desvió en dirección a un hombre de perfil frívolo, pálido y con un gran porte, su efluvio lo delataba al igual que a ella, no cabe duda, se trataba de un vampiro.

Se burlaba de ellos como la misma mujer lo hacía en cada noche, a cada segundo. -Compartimiento 17- Susurró para el mortal, controlando su mente y dictando una orden para que la esperase ese lugar mientras ella se divertía un poco más con los pasajeros del ferrocarril. Se puso de pie encaminándose hasta donde él se encontraba, pero no iba tras esa criatura. Una joven pelirroja de ojos verdes, blanca piel, pecas en el rostro y de vestido marrón, degustaba de su bebida sin alcohol mientras sus mejillas se sonrojaban al escuchar el halago de su acompañante. Era una mujer hermosa, además se trataba de una virgen. El festín ideal para cualquiera con las agallas. Sólo esperaba que el vampiro junto a la doncella no pretendiera interrumpir su cena, leyendo sus intenciones en sus iris azules. Podrían ocurrir un par de cosas, pelear la comida o compartirla, eso evidentemente si aquel hombre no renegaba de su naturaleza.

La victoria no sólo depende de las estratégicas planeadas, también es vital su ejecución y ella, era una maestra en el noble arte del engaño. Su acentuado hablar, lo gallardo de sus movimientos, así como la irrevocable belleza que poseía le habrían las puertas del infierno si lo deseaba. No fue difícil aproximarse hasta la mujer de atributos exuberantes, sonreírle y dar por sentada una velada inimaginable. Las vibraciones del tren provocaban pequeños saltos en el busto de las damas. Sus cabellos se movían en un vals casi perecedero, pero nada de eso les causaba molestia y, mucho menos era percibido por la visión más superficial como era la humana. Los cristales de las ventanas ejecutaban un cántico con su estridente choque, un violín tocaba en algún rincón del vagón y cada personaje distinguido en la sala, se concentraba en las conversaciones privadas, ignorando por supuesto, al resto de los pasajeros. Todos eran ajenos a la situación que se había teñido con sangre desde que Eisheth subió a ese tren, todos excepto uno.

La curvatura en sus labios se extendió por su rostro, marcando esos pómulos y las mejillas rosadas, había bebido un poco es cierto, pero el color en su piel era gracias a uno de los inventos del hombre, el colorete. Es evidente que no lo necesitaba, pero la belleza natural en una condición como la de la morena suponía no ser humana. Reverenció la presentación de Bekier, una inclinación tan infinitamente perfecta que llamó la atención de unos cuantos. Les regaló una mirada. –Eisheth Vorhis, Mosieur- Se mantuvo en el lugar, serena, esperando cualquier movimiento en falso por parte del vampiro. Aunque su cuerpo se tensará, sin importar que tan desconfiada estuviese, por el momento su rostro no develaría ni una sola emoción. Inescrutable, impredecible, perene y perfecta. Así es como debe lucir una vampiresa, una mujer de alta categoría como lo es ella. Sin perder los estribos, sin lanzarse al ataque imprudentemente. Ella era una de las peores figuras femeninas con las cuales los hombres podrían encontrarse.

Una mesera se les aproximó ofreciendo un par de copas con vino tinto, Eisheth tomó dos y entregó una al hombre que le acompañaría en la cena. Sí, había leído entre líneas el ofrecimiento de Bekier, fue por eso que sonrió más allá de los límites en sus labios, pues le resultó interesante el compartir a la chica. Una ventisca se escabulló entre la puerta del vagón, alguien la había abierto para adentrarse o salirse de su interior. El aire despeinó los azabaches cabellos de la vampiresa generando una onda en sus risos que desprendía el más embriagador de los perfumes. Sonrió de medio lado girando un poco su cabeza, para observar desde ese ángulo a la mujer con melena de fuego. Frunció el ceño efímeramente -¿Sólo una copa?- Cuestionó regresando la vista hasta él. No lo había notado pero ahora que posaba su completa atención a él, se dio cuenta que la edad que aparentaba no concordaba en lo absoluto con la presencia que tenía dentro de aquel vagón. A lo que sonrió tajante. Le gustaba enredarse con cachorros, mostrarles que la inocencia está sobreestimada y que en el pecado se disfruta más en la tierra como en los infiernos ¿Para qué arrepentirse, si con el perdón el asesino no resucita al muerto?

Se encaminó hasta la pelirroja con los ojos entrecerrados e indicó con un movimiento de cabeza que le siguiese. Su plan consistía en seducir a la hembra. Se detuvo detrás de ella y colocó una de sus manos en la desnuda espalda de la chica. Los gélidos dedos de Eisheth acariciaron la espina dorsal. Rápidamente la mujer de mirada perdida, se levantó de su lugar observando con desdén a quien le ocasionó semejante escalofrío. La vampiresa sonrió con calor en su mirada, ¿Quién podría sospechar que detrás de esa máscara se escondía algo peor que el mismísimo juez de los infiernos? La morena puso ambas manos sobre las muñecas de su víctima, el resplandor de sus orbes era fácilmente cuestionable y dejaba mucho que desear a los que conocían la naturaleza del espectro, pero no un mortal cualesquiera –Oh, perdone, madame… pero mi hermano- Una voz dulce, con acordes de soprano, atravesó los oídos de la humana. Se quedó atónita mientras Eisheth señalaba con una de sus manos a Ulrich. Le guiñó el ojo. No hace falta ser un genio para darse cuenta que lo que ella deseaba en ese instante es que él le siguiese el juego. –él quiere invitarle una copa, cree que usted es muy hermosa y la verdad tiene razón; es muy tímido y no se anima… Anda Ulrich acércate, la señorita no muerde- “Pero nosotros sí” añadió mentalmente permitiéndose que él la escuchara, poco le importó si se daba cuenta de las habilidades que poseía como hija de la noche, total… ser viejo y poderoso, nada tiene que ver con jugar las cartas de la baraja o ¿Sí?

Control, en verdad disfrutaba tener el control de la situación, sentirse la única con el poder suficiente para aplastar a los gusanos que se arrastraban alrededor de ella y, esa noche, no sería diferente a las demás. Ulrich parecía aprender rápido sobre las intenciones de Eisheth y la pobre camarera no tenía de otra más que aceptar las condiciones de ambos. La sonrisa de la vampiresa se extendió en sus labios al escuchar los gritos placenteros de la mortal en sus pensamientos. Le fue verdadero placer el saber que la virginidad de la jovencita no había influenciado en lo absoluto a su morbo personal, por el contrario, tantos años encerrada en las cuatro paredes de su habitación habían logrado despertar su libido de una forma extraordinaria. La depravación de sus pensamientos sólo podía compararse con la maldad tras la fachada de Eisheth. La lujuria corría por su cuerpo y, en el instante en que Urich la rosó con sus labios muy cerca de lóbulo para musitarle el número de compartimiento, se le erizaron los bellos de su piel y el sudor de su frente cambió de temperatura. La lamia disfrutó de cada apreciación en los cambios de su cuerpo, el perfume que destiló al saberse incitada por el caballero. Él era un seductor de primera. Desde la forma en la que sus labios se movían para pronunciar cada palabra, hasta la forma de su intensa mirada desnudando a la víctima por completo. A Eisheth le pareció bastante atractiva, divertida y prometedora la situación que había manipulado como a piezas de ajedrez.

La mano de Eisheth se colocó muy cerca al miembro de Uirich, su mirada se clavo con intensidad en los ojos ajenos. Sus labios se aproximaron peligrosamente a él. Sonrió. –Si no es una copa, al menos un…- Dejó la frase inconclusa al expedir un jadeo insinuante al posar su mano en el miembro del vampiro. Roso sus fauces estimulando un beso pero sin llegar a terminarlo. Suave, delicioso y embriagador. Despeinó sus cabellos y se adelantó por el largo pasillo del vagón. Perseguía de cerca la fragancia de la pelirroja -aún desconcertada- por todo lo que estaba ocurriendo en ese instante. Sabía lo que quería, esa diabólica mujer y el adonis que tenía como hermano, eran una oportunidad que no dejaría pasar. Sus sentidos la traicionaron y las emociones le llevaron al borde de la locura. Fue poseída por el demonio de lascivia que devoraba con suma destreza cada una de sus fantasías para erigirlas por encima de su cabeza hasta que el límite de los pecados fuese el placer, la satisfacción, el éxtasis…

Llegó al punto de reunión y, ahí en la mitad del vagón digno de un rey, se encontraba ella. Acalorada por las emociones que le invadían y el deseo reprimido que negaba. Eisheth se aproximó hasta ella con una tierna sonrisa en los labios. Alejó su cabello del hombro desnudo y la miró directo a los ojos -¿Es tu primera vez?- Cuestionó con la nota más dulce de su voz. La joven asintió con su cabeza, Eisheth la invitó a sentarse y comenzó a darle un masaje en el cuello. Sus caricias bajaban de vez en cuando hasta el arco de su cintura. Se movía con maestría y tocaba puntos específicos de su anatomía que le orillaban a emitir un sonido característico, jadeo. -¿Sabes?- Comenzó a platicar acaparando todo el cuerpo de la camarera –No sólo a Ulrich le agradaste…- Se paró frente a ella y levantó su barbilla para mirarle a los ojos con sombrías intenciones detrás –A mi me pareces una mujer hermosa- Acarició su mejilla con el dorso de su mano y después la besó. La muchacha estaba confundida, no sabía si continuar con el juego o salir huyendo de ahí, su sexo le emitía señales que quedase pero la moral le impedía hacerlo. Al final no tuvo opción, los labios de la vampiresa fueron veneno, fueron droga se quedó ahí rosando la locura de su intimidad con las piernas de la lamia -¿Te gustaría sorprender a Ulrich?- Le incitó –A él le encanta tener sexo con otras mujeres, pero yo sé que su fantasía es conmigo, su hermana y otra chica ¿Aceptas?-

El vestido de ambas damas voló por los cuatro vientos, quedando completamente desnudas. Eisheth besaba los labios de la camarera, acariciando lo ancho de sus caderas. Descendió por su barbilla entre pequeños mordiscos que le hacían suspirar. Pronto el sabor de su piel cambió repentinamente de ese dulzor a la lujuria de sus poros. La vampiresa jamás había estado con una humana, pues su sed ameritaba algo más duradero que un cuerpo mortal, pero el sentir su lengua humedeciéndose con su sudor fue un idílico paraíso. Rosando la curvatura de sus senos con la punta de la lengua, apareció Ulrich tras la puerta. Ambas se sonrieron, Eisheth le indicó a la mortal acaparar a su ‘hermano’ y esta obedeció lanzándose a sus brazos como toda una ramera. «Haz su sueño realidad, hermanito.» relamió sus labios con insistencia. A la vampiresa le gustaría ver el espectáculo que ambos tenían para ofrecerle.

El morbo de Eisheth no conoce de límites. Hoy había decidido excitarse con la idea de un hermano al cual le lleva carnada fresca para complacer su apetito sexual. Observa cada detalle, cada maldito gesto en donde la satisfacción es lo primordial para enardecer la libido de Ulrich. Su grado de promiscuidad se incrementó al leer en las pupilas de la joven aquel deseo por ser poseída en todo el contexto de la palabra. Ella puso las condiciones y él las acató desde el instante en que aceptó aquella copa. Las caricias, la suavidad de sus dedos rosando la piel ajena, sus labios encontrándose en un vaivén casi perfecto. La dama se queja al sentir el frío en los dedos del vampiro, pero eso sólo provoca el escalofrío de su piel y la atención punzante en su cavidad. Hambrienta, jugosa y suplicante. Cada una de sus terminales nerviosas cobra vida, se retuerce con la espalda arqueada jadeando. Su respirar se acelera, su corazón bombea más sangre y más deprisa por esas carnosas y punzantes venas en su cuerpo. Eisheth admira la belleza femenina siendo estimulada en cada centímetro por las diestras manos de su ‘hermano’.

Ambos en la cama, fue como ver una representación erótica de Pompeya. Los jadeo de la mesera, son música para sus oídos y cada vez comenzaban a acelerarse siguiendo el ritmo en los movimientos estimulantes de Ulrich. La vampiresa sólo podía permanecer ahí, extasiada y enamorada de una escena inigualable. La mirada del varón alerta sus intenciones y ella juega el rol de seguir sus designios. Se aproxima hasta ambos, se agazapa en el colchón deslizando sus delicadas manos sobre las pantorrillas de la pelirroja. Sus labios buscan con desesperación besar cada rincón de sus piernas. Asciende entre besos, y pequeños mordiscos que aún no logran alertar el peligro en el que se encuentra. Sus manos se aferran a sus caderas y la atraen su altar de Venus hasta ella. A Eisheth le gusta beber de esa vena en las mujeres. La muerde y succiona la sangre que se despilfarra por las incisiones. Su barbilla rápidamente toma ese color escarlata tan apreciado por los herederos de la noche. Observa los movimientos de Ulrich y él aún juega con los pechos de la mujer. Eisheth se levanta con el cuello lleno de sangre, va hasta donde él se encuentra y busca con desdén sus labios. Lo besa apasionadamente jugando a alimentar sus fauces con la sangre impregnada en la propia. Los dedos en una de sus manos se introducen dentro de la mujerzuela para estimular su sexo y provocar ese sabor en su sangre que sólo un catador experto podría identificar. El sabor a lascivia, lujuria, pasión, miedo y muerte. Una mezcla interesante para los inmortales como ella.

Se deshizo de las prendas en el vampiro, desgarró la ropa por completo e insultó la tela con simples arañazos. Su virilidad se irguió por encima de toda expectativa que la vampiresa tenía. Ulrich es un hombre por completo, tiene los marcados los músculos de su abdomen. Sus piernas, sus glúteos y… ¡Oh! ¿Qué decir de su imponente estaca? La pelirroja, inicia un proceso de autosatisfacción mientras ellos aún se consienten, entre besos y miradas. La vampiresa regresa su atención hasta ella para facilitarle el trabajo. Pasa su lengua por el cuerpo desnudo de la chica. Crea círculos imaginarios en la curva de sus senos, en el montículo de sus pezones y después desciende una vez más hasta su sexo. La mano izquierda de Eisheth busca acariciar el falo de Ulrich. Lo encuentra y lo toma con cierta posesividad. Vuelve a clavar sus colmillos en la zona íntima de la chica, pero esta vez, la furia, el hambre y el deseo se hacen presentes logrando herir de verdad su piel. Se queja. –Shhhh- Coloca el dedo índice sobre sus labios –Sólo complácenos- Guiña uno de sus ojos e invita al vampiro a beber de ella. Juega con la sangre quedada en sus labios y marca un par de besos en la espalda de su amante.

La idea que tiene en mente para con aquella mujer, es descuartizarla y lubricar sus intimidades con su sangre. Saborear el sopor de la chica con una rara combinación de sus jugos en medio de aquella salvaje ofrenda a lucifer. Jadea, aferrándose a los glúteos de la chica y obligando a Ulrich a besar esa zona en donde su lengua le otorgará un orgasmo ignoto hasta por la más puta de Paris. Consintiendo su lado voyerista, la vampiresa espera a que la mujer explote entre gritos y jadeos para después ser ella quien consuma toda esa energía acumulada en sus venas. Imagina, sólo imagina la consciencia de beber algo que enloquece los sentidos y aprovechar la revelación tántrica para acunar en tu sexo el orgasmo de una tormenta. Eso es precisamente lo que ella buscaba al imponer a ambos en su camino.

El cuerpo de Eisheth se movía delicadamente en pequeñas contracciones. Persiguió a la muchacha con su juego de caderas y se estremeció al sentir las caricias, la piel de Ulrich en su espalda. Con cada beso, con cada caricia, el cúmulo de sensaciones se intensificaba y los jadeos de la vampiresa eran expiados desde sus labios. La respiración de la pelirroja se escuchaba perfectamente dentro de su cabeza, el galope de su corazón invitaba a dar un paso más hacia delante y querer destrozarle el cuello, bañarse con su sangre y vociferar a los cuatro vientos el placer de ser un maldito vampiro. Sus manos acariciaron los cabellos del varón, despeinándolo. Apretó los labios al sentir sus manos rodeando el cuerpo de la chica. Se sintió plena, atrapada entre un cuerpo gélido y uno caliente, la utopía contra la alquimia. Una sensación casi ignota cubrió su ser, los bellos de su piel se erizaron provocados por la excitación y dejó que sus caderas se movieran a la par de aquellos dos. Los dedos de la mujer chocaron contra la cavidad de la mortal, aniquilando sus labios y destrozando su sexualidad. Al final lamió los dedos de Ulrich. La mezcla de fluidos fue un elixir bastante inapropiado para la sociedad, pero un coctel jodidamente placentero para alguien con su concupiscencia.

Sus manos sostenían los pechos de la pelirroja cuando él osó adentrarse en ella con la brutalidad de una bestia. Presionó los dedos contra la frágil piel de la humana y provocó la ruptura de la misma. La carne de sus senos fue destrozada y a sangre salpicó parte de su rostro. Eisheth jadeó sintiendo como sus ojos se ponían negros, tan obscuros e intensos como la misma noche. Se revolcó entre los cuerpos de ellos, se carcajeó al escuchar el desgarrador grito de la muchacha en su oído. Bajó la boca para saborear la sangre, pasó la punta de su lengua surcando los montículos y succionando la sangre que brotaba de ella como si se tratase de una potente cascada escarlata. Gimió separándose ligeramente de la muchacha para admirar la grotesca imagen de su torso ensangrentado. Los alaridos de la joven desgarraron los sentidos de Eisheth causándole ese éxtasis que sólo el orgasmo podía superar. Enloqueció por completo y corrió a besar sus labios arrancando su lengua con una salvaje mordida. La dejó caer sobre la cama golpeando su cabeza contra la cabera. La vampiresa estalló en carcajadas y ahogó un grito placentero al sentir la virilidad de Ulrich potencializarse cada vez más.

Contrajo su cuerpo, y se engarrotó sobre el cuerpo de la joven. Lágrimas de sal corrían por sus mejillas mientras ella sólo sentía las caricias del vampiro enloquecer su cuerpo. Se puso de pie en un movimiento brusco, pesando el cuello del vampiro. Lo recostó al lado de la infeliz mujer. Se montó sobre él rosando sus sexos con intensidad, frotando en círculos y serpenteando la pelvis. Extendió los brazos hacia la muchacha y la atrajo hasta ella con la cara frente a ambos. La besó asegurándose que él vería aquel beso y la sangre brotó de sus fauces. Los pechos de Eisheth quedaron bañados de color escarlata al igual que el perfecto torso marmóreo de Ulrich. Arqueó una ceja. La humana ya no podía resistirlo más y ella había llegado al punto de la locura. Frente a él puso a la mujer para abrirle las fauces con ambas manos y separarla de tal forma que su mandíbula quedó separada de su cráneo. La mujer, cayó al costado del vampiro completamente inerte, sin vida. La pelinegra bajó hasta el pecho del varón para pasar su lengua por la delicada línea de su torso y alojarse en su vientre. Volvió a subir hasta su cuello, lamió la yugular del vampiro antes de clavar sus dientes y succionar la sangre hasta que su hambre se sintiese dormida. –Uhmmm- Gimió cerca de su lóbulo.