Dije que esta noche, va a ser la Noche [Privado]

Cazadores. Aquellos detestables e insignificantes mortales que, intentando dar un burdo significado a su vida, o bien por mero afán de protagonismo fingen ser héroes. Fingen salvar a los demás, a las típicas víctimas indefensas y atacadas por unos seres desagradables, monstruosos, fruto de las más perturbadoras pesadillas. Palabras que son hirientes, al menos para mí, ya que odio escuchar aquellas definiciones de los vampiros salidas de la boca de aquellos pocos conocedores de la existencia de lo sobrenatural. Palabras que nos relegan a simples bestias como los licántropos, bestias inmundas que no saben controlarse, que matan por placer, por el mero hecho de tener una fuente de sangre delante de los ojos. No puedo negar que hay vampiros sádicos, crueles…como también hay humanos que perfectamente pueden ser asignados como sangrientos…pero los vampiros siempre poseemos esa mala fama. Fruto de las habladurías de los cazadores, inventores de mitos falsos sólo para desprestigiarnos, entre otras cosas. Los cazadores, aquellos que no cesaban de mortificarme, siquiera cuando me mantenía al margen de sus acciones contra otros vampiros, todos ellos, obviamente no aliados míos, recientemente comenzaron a secuestrar a varios de mis criados para intentar sacar información sobre mi persona, ya que empezaron a sospechar sobre mi naturaleza, la naturaleza de una mujer bien situada económicamente, quien hacía negocios con comerciantes, que se asentó en la ciudad de París recientemente. No puedo negar que son hábiles en sospechar de todo el mundo, pero realmente necios en sus interrogatorios, de los cuales, no lograron obtener información. Mis criados preferían morir, desfallecer en aquellas celdas a contar algo sobre mi persona y tener una muerte aún peor en mis manos.

Es algo que me beneficiaba, salvo por el significante detalle de quedarme sin criados. Siempre es tedioso tener que salir y perder el tiempo tan valioso que podría estar aprovechando para hacer asuntos más importantes que tener que buscar harapientos y muertos de hambre que se dedicaban a pedir, y en ocasiones, a robar por las calles de París. No tenía otra. Los más necesitados son siempre los más arriesgados, ya que están dispuestos a servir a un vampiro a cambio de refugio y un pan que llevarse a sus mugrientas bocas. Lo malo, es que no sólo era el simple hecho de obtenerlos bajo mi mando, sino tener que…educarlos. Es simple, y lo mejor, es que no me encargaba de aquel asunto personalmente, sino que lo hacía William, el esclavo de sangre que lleva conmigo más tiempo. Todo se resumía en la premisa de “si no aprendéis los buenos modales en una semana, moriréis”. Es curioso cuán rápido aprenden…sobre todo si tienen una familia que mantener.

Hoy era una noche fresca y húmeda de primavera. Una suave brisa refrescaba las oscuras y relucientes a la breve, tenue iluminación callejera, la cual era especialmente escasa e inexistente en algunos sectores, lo que los convertía en verdaderas bocas de lobo, cuevas sumidas en la oscuridad, y por ende, lugares muy peligrosos para todos…los mortales. No suponía amenaza ninguna para mi persona, pero debía disimular. Por ello iba acompañada de William, un perro fiel y especialmente adicto a la sangre de vampiro. Es fuerte, refinado, y parecido físicamente a mí, lo que le hacía pasar perfectamente por mi hermano o esposo, dependiendo de las circunstancias. William conocía perfectamente la ubicación de los mejores especímenes mortales para mi colección personal de criados, y por ello me llevó por las calles de París, fingiendo un paseo nocturno, y al mismo tiempo una mirada a un escaparate de humanos necesitados. Nos paramos delante de una bella y sucia mujer de cabellos azabache que se encontraba sentada en el suelo con las piernas encogidas –una pena…tanta belleza desperdiciada por la mugre… –no me importó lo más absoluto decirlo delante de ella, quién no cesó de mirar hacia el suelo –a mí me gusta. Es sumida y muerta de hambre…¿qué opinas, William? –el “joven” me devolvió la mirada con una sonrisa –que iré a llamar al carro, si me lo permite, Madame… –me crucé de brazos. La chica, de no más de 20 años pasó saliva. No preguntó siquiera a qué nos referíamos –debes de sentirte afortunada. Hoy vas a servir a una auténtica noble… –pese a que me arrebataron aquel título…no. No dejaría de usar mi apellido, ni de sentirme como tal. La mujer, como si sacara fuerzas donde no las había, se levantó e intentó abrazarme, pero un simple empujón de mi parte, sin esfuerzo alguno la envió de nuevo contra la pared de la casa, claro, sin dañarla demasiado –ni se te ocurra tocarme con esas manos, y no, preciosa…no me refiero a lo sucias que estén… –le envié una sonrisa perturbadora, evitando por todos los medios que contemplara mis colmillos –William, mientras te encargas del carro, yo…me dedicaré a inspeccionar más posibles criados… –una orden directa que no podía negar. William, sin rechistar, asintió –me quedaré…con ella. Tú –alcé la barbilla mientras posaba la mirada en la sucia fémina –muéstrame el lugar donde…hay más como tú. Por la zona… –la mujer asintió y empezó a caminar delante dando una imagen de ambas…un tanto curiosa. Afortunadamente, por poco tiempo, por supuesto. A escasa distancia de donde partimos, la mujer me condujo a unos callejones…oscuros, llenos de ratas donde pude ver a la perfección, que estaba lleno de mendigos…¿tendrían todos las mismas dóciles intenciones aparentes de la mujer?...sería…excitante averiguarlo.