Shining Through [Lucian Argeneau, +18]

Hacía unos cuantos días que había ingresado en el burdel, al no tener a donde más ir se le había asignado un cuarto ahí mismo, un cuarto pequeño y humilde cuya renta se restaría a sus ganancias y que compartía con otras tres muchachas, cortesanas que como ella no tenían los privilegios de las cortesanas más solicitadas y con mayor fama. Aquel sitio era un lugar de grandes contrastes, y el mayor de todos se encontraba en aquel vestíbulo que se conectaba con otras salas, algunos días llenos de cortesanas seductoras y clientes que se dejaban seducir. Desde su posición en uno de las salas aledañas podía ver aquel vestíbulo, podía casi sentir el aire frío que se colaba en el al abrir la puerta. Aquella estancia la mareaba por sus colores brillosos y su olor cargado de una mezcla de infinidad de perfumes y el olor al aceite de las lámparas.

Estaba sentada en el lugar que le habían indicado, aseada y perfumada, con la ropa que de igual manera le había sido indicada, sin duda era la prenda más fina y delicada que se había puesto en meses. En unos días volvería al lugar que le correspondía en aquella casa pero en ese momento debía venderse al mejor postor, este debía ofertar el mejor precio por obtener de ella su virginidad, a pesar de que le habían dicho que debía permanecer siempre sonriente, frunció ligeramente la frente, perdió la postura erguida y con los codos sobre sus rodillas apoyó su barbilla en las palmas de sus manos, estaba a nada de morderse la uña del meñique pero se detuvo, aquella acción también dañaba la mercancía, una cortesana con las uñas carcomidas seguramente no era atractiva. Aquella venta la preocupada de una manera que jamás había pensado, al ver a sus compañeras de oficio ejercer y… ¡tenías dudas! No se creía capaz de ofrecerse de la mejor manera, no creía tener la capacidad de seducir a los clientes cuando no sentía la más mínima atracción sexual por ninguna persona, sentía curiosidad, una curiosidad infinita y era esta curiosidad (aunada a su necesidad) lo que hacía que el trabajo de cortesana fuera considerado por ella como una opción viable.

Se enderezó inmediatamente en cuanto se sintió observada, no creía que las personas fueran capaces de tener poderes extrasensoriales aunque al parecer estos estaban de moda en los panfletos que repartían cerca del circo, no podía comprar libros pero leía panfletos, etiquetas, lo que fuera, le encantaba leer y también observar la caligrafía de las letras. Observó a su alrededor y sonrió al hombre que se encontraba un par de metros más allá y que parecía mirarla insistentemente. Sonrío y tragó saliva, ya era demasiado tarde como para tomar una gran bocanada de aire sin ser evidente. Se levantó de su asiento, aunque no debía hacerlo, pero no dio un paso hacía su dirección, esperaba que él se acercara a ella.

Había tantas muchachas en aquella habitación ¿y si no la estaba viendo a ella?

“Eres una tonta… ¡Quedarás como tonta!” pensó para sí.

Una noche más en París, eso significaba para Lucian, una noche más para dar rienda suelta a su libertinaje. Solía salir sólo por hacerlo, al anochecer, claro, rondar por ahí, amedrentar a quien se atreviera a entrometerse en su camino, alimentarse, rara vez pasaban más de dos días sin que se alimentara. Cualquier víctima era buena, las mujeres hermosas, claro estaba, eran su presa favorita, pero no despreciaba la sangre dulce de los niños, la sangre vitaminada de hombres bien alimentados, la sangre virgen de monjas y novicias. Si los mataba o no, a él no le interesaba, bebía hasta saciarse, luego ya no era su asunto.

Aquella velada, tras haber bebido de una doncella frente a los ojos del que decía ser su prometido (sólo para torturarlo) decidió pasarse por primera vez en el burdel, o uno de tantos al menos. La sangre sucia de las putas no le interesaba, esas mujeres sólo le interesaban para lo que eran, una follada y nada más.

Ahora que volvía con su hermano, también significaba ver a Xrisí, con él, prohibida, aunque que lo estuviera no significaba gran cosa para él, ni para ella. Sin embargo, recién llegado como estaba, prefería, por ahora, no ir en pos de su cuñada.

Ingresó al lugar, los perfumes y las pestes le llegaron como horda atacando sus sentidos, se detuvo antes de seguir avanzando, estudió el sitio, aunque no había gran cosa que estudiar. Una joven, prostituta claro, pasó junto a él, acompañada de un hombre gordo y desagradable, de ser de otro modo, Lucian se hubiese compadecido de ella, pero las cosas eran así, ese era su trabajo, le daba igual. La detuvo del brazo con fuerza y el hombre protestó, aunque cerró la boca en cuando el vampiro lo fulminó con la mirada.

-¿Con quién tengo que hablar para obtener la mejor mercancía? –pregunto siseando, mirando fijamente a la cortesana. Mercancía, eso eran esas mujeres. Aquella pobre mujer señaló con brazo y mano temblorosa hacia una mujer mayor, igual vestida con poca ropa, echándose aire con un abanico. Lucian la soltó, no se tomó la molestia de decir gracias y fue en dirección de quien parecía la encargada de ahí.

Se acercó a la mujer, le habló al oído y ella pareció estremecerse y luego lo condujo a otro sitio, señaló con la mirada a una jovencita, cabello rojo, ojos verdes y él sonrió de lado satisfecho, no lucía sofisticada, pero ya se lo esperaba considerando lo que la encargada le había dicho sobre ella. La mujer desapareció para seguir trabajando recibiendo clientes y proporcionándoles lo que pedían, Lucian se quedó un rato estudiando a la chica y fue hasta que su mirada se cruzó con la suya, que atravesó aquel salón.

-Me han dicho que tienes algo que ya no se encuentra tan fácil en estos lugares –le dijo cuando la tuvo de frente, era delgada, pequeña en comparación suya, muy bella, no iba a negarlo, era evidentemente extranjera, no había muchas mujeres francesas con características tan peculiares como aquellas-, dime, ¿es verdad? –estaba jugando esa carta que siempre (o casi siempre) lo hacía ganar, era un lobo enfundado en piel de cordero.

La mirada de aquel hombre la engatusó, aquel efecto no tenía razón de ser o al menos ella no podía encontrarle un motivo válido. Pestañeo una vez para ver si la sensación desaparecía pero un instante bastó, o al menos así le pareció, para que el hombre se encontrara frente a ella. El corazón le dio un vuelco, tal vez el momento había llegado.

-¿Tengo algo?- dijo no sin antes volver a pestañear un par de veces. Aprovechó aquella torpe interlocución para introducir aire a sus pulmones. Aquella esencia vital que le mantenía con vida junto con los alimentos, fue bien recibida por aquel par de sacos que eran sus órganos respiratorios y la bocanada le devolvió la lucidez necesaria para comprender las palabras del extraño-

Aquel hombre no era tan joven como ella pero tampoco aparentaba ser mucho mayor, era bien parecido, sin embargo había algo en su mirada que no terminaba por inspirarle confianza, sabía de antemano que no podía comprarle la más cálida sonrisa, había algo oscuro en aquella arrebatadora claridad de sus ojos. Nunca antes se había sentido de esa forma, estaba casi segura que de ninguna forma era atracción. Su presencia le inquietaba como ninguna otra.

-Si, es verdad- quiso decir algo más atrevido, quiso ser sensual e insinuante como sus otras compañeras de oficio pero en aquel interrogatorio se sentía fuera de lugar. Aquello por lo que el preguntaba era algo que poseía, algo que nunca le había estorbado en su vida, algo que nunca antes se le había presentado la oportunidad de “perder” pero que en este momento le seria de utilidad para sobrevivir y pagar sus deudas. –Lo soy pero no puedo comprobarlo a simple vista. Sabes que deberás pagar para comprobarlo- No sabía como debía ofrecerse, así que lo hizo sin doble lecturas. –Nunca he tenido intimidad con nadie.-

El acto sexual en su mente no era más que algo mecánico, tal vez doloroso pero para ella no era más que un “hacer y dejarse hacer”, y por lo que había escuchado y leído había llegado a la conclusión de que si “hacías” más, menos le harían. Su virginidad era algo que no le importaba ofrecer al mejor postor, así como tampoco le importaba su cuerpo. Advertida estaba de las consecuencias de aquel empleo sobre su cuerpo, pero este no era más que carne y sanaría. El aire era gratis pero por otro lado nadie llevaría comida a su mesa. ¿Había elegido el camino el camino fácil? Tal vez la respuesta a esa pregunta era un llamo sí, la verdad es que tampoco tenía otra opción.

-Me llamo Amber- se presentó, alzando el mentón pero siempre evadiendo su mirada. Sentía que todas aquellas palabras estaban demás. Aquello era simple etiqueta. No sabía que hacer, o que preguntar.

A pesar de todos sus razonamientos, se encontraba nerviosa y un poco pérdida por que lo que sabia no dejaba de ser experiencias ajenas, pensamientos, deducciones, simple teoría.

Era imperceptible, pero podía percibirse cierto temor que emanaba de aquel cuerpo vestal, como un temblor tan leve y rápido que a simple vista todo mundo lo pasaba por alto. Lucian sonrió de lado, un gesto incluso siniestro descontextualizado en la falsedad del circo montado en aquel burdel, era temor porque en efecto, era su primera vez, no porque lo supiera vampiro, pudo leer aquello en sus ojos esmeralda, poderosamente verdes, rasgo que encantó al vampiro. Se acercó más y la escuchó, había algo de insolencia en sus palabras, pero sobre todo, torpeza. Estando más cerca pudo olerla y confirmar que era virgen, su sonrisa se acentuó sopesando la posibilidad de beber de ella. No le gustaba la sangre de las putas, era sangre sucia, insípida, usada hasta el hartazgo, sin embargo, la de esa chica debía ser pura, se relamió los labios de sólo pensarlo.

-Me gusta que no le des vueltas al asunto –le dijo arqueando una ceja, no iba a castigarla por su osadía, si acaso iba a premiarla no tratándola tan mal, todo dependía de cómo se desarrollara la noche y si ella se portaba bien-. Sé que lo eres –habló con misterio y seguridad en sus palabras a partes iguales, por aquella entonación no cabía duda que en verdad sabía que lo que le habían dicho de la chica era verdad, era virgen, pero tampoco dejaba entrever su verdadera naturaleza y sus métodos para haber adivinado aquel dato –el dinero no importa –concluyó la frase, aunque parecía hablar con cierto encanto y descaro, no dejaba de irradiar cierto aire de temor. Volvió a sonreír entonces, ella confirmaba lo que se le había prometido cuando llegó a ese sitio y lo que él sólo había deducido.

Estuvo a punto de decirle que el nombre no importaba, para él era una puta, tal vez virgen y ese era su mayor cualidad, pero una vez que se revolcara bajo su cuerpo, sería una puta más, como todas las de ese perfumado y horrible lugar. No pudo sin embargo, ella terminó la frase y tuvo que actuar bien el impacto que fue en él escuchar aquel nombre, «Amber» como la maldita Eris entre Mikhail y él, tragó saliva y tardó más de lo que le hubiese gustado en responder.

-Amber –repitió y asintió, le ofreció la mano para que lo acompañara-, soy Lucian –dijo con esa caballerosidad desbordada que le salía tan bien cuando se lo proponía. La jaló una vez que su mano se posó sobre la suya, no tuvo cuidado de ser delicado con ella y avanzaron por un pasillo.

-Amber –se acercó al oído ajeno –tal vez nunca has estado con nadie como lo vas a estar conmigo, pero créeme –se separó, se detuvo y la miró –no me vas a poder olvidar, difícilmente uno de tus futuros clientes resultará mejor que yo –sonrió enseñando los dientes, ocultando los colmillos, la arrogancia destilando en cada palabra y gesto al decir aquello y finalmente la empujó al interior de una de las habitaciones.

Si se lo proponía, podía hacer que aquella noche fuese traumática para ella en todo sentido, pero prefería las torturas que se prolongaban, las que se dosificaban a lo largo de los días, meses, años incluso, las que mataban de a poco, porque matar de un certero golpe no era divertido; por eso, la asustaría un poco, lo suficiente como para que vigilara sus pasos por las noches después de esa velada, pero no, no le haría daño, no por ahora al menos.

Algo tenía aquel caballero, algo en él le inquietaba. El ritmo de su respiración se perdía, se quebraba cada vez que él se acercaba a ella hasta casi rozar su piel. Era tal la intranquilidad que ese hombre le inspiraba que a ratos no podía ocultar el tremor de sus manos. Algo en él encendía una señal de alarma en ella. Sin un motivo aparente que fuera realmente valido, más que el hecho de que él la estaba comprando, estaba comprando su cuerpo por unas horas, tal vez por lo que durara la noche.

Respiró profundo tratando de tranquilizarse. Las palabras del hombre aunque seguras de si mismas, en sus oídos ella sólo alcanzaba a contemplarlas como sentencias vacías. Con cada segundo que transcurría para ella era cada vez más claro que las palabras en aquella ocasión estaban de más. Colocó su mano sobre la palma extendida que él le ofrecía, luego se dejó guiar hasta la habitación sin importar la brusquedad de él o lo extraño, lo inhumano que resultaba su tacto.

Su columna se tensó, y tal vez su cuerpo se hubiera congelado de ser biológicamente posible bajo aquellas condiciones. Tal vez fue cuando sintió el primer jalón que él le propinó para que le siguiera, ellos atravesando el salón. Tal vez fue el abandonar aquella habitación, aquel punto del primer encuentro entre cortesanas y clientes, alejarse del olor atosigante a perfume. Tal vez fue la oscuridad del pasillo que los conduciría al cuarto, la falta de aquellas luces que se encargaban de maquillar la realidad de aquel burdel, haciendo lucir a todas las cortesanas que ahí se vendían despreocupadas y radiantes.

Ignorando la entonación arrogante de sus palabras y el significado de las mismas. Al cerrarse la puerta de la habitación supo que no podía huir de él, de aquel momento y lo aceptó como inevitable. Se alejó de él para tomar la caja de cerillos que yacía junto a una de las lámparas de aceite de la habitación. La pequeña caja tembló un par de veces entre sus dedos, al igual que la cerilla hasta que luego de varios intentos logró que el trio de lámparas estuvieron encendidas, todas dispersas y colocadas en puntos estratégicos de la habitación. Se concentró en el calor que de estas se desprendía y la tenue luz que despedían. Con un par de pasos acortó la distancia que se interponía entre ambos.

Ella no podía decir que había sido engañada, ella sabía perfectamente a lo que se arriesgaba y lo que se significaba conseguir dinero de aquella manera. Con pasos un poco más seguros de si mismos, se acercó a él, tanto cómo le fue posible físicamente posible, claro, estaban bajo la premisa de “que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio”. No le abrazó, colocó los brazos sobre el torso de él y durante un segundo recargo un costado de su rostro luego, lo alzó y colocándose de puntillas acercó su rostro al suyo, hasta tocar sus labios.

Miedo. Más que intranquilidad, ahora sentía miedo pero debía acallar aquel sistema de alarma, de supervivencia.

Lucian se movió con cautela y elegancia, guardando la distancia y sus impulsos asesinos, no quería asustarla, no tan pronto cuando la noche. Estuvo atento a sus movimientos que carecían de sofisticación y era ese encanto bruto lo que hacía más atrayente a la chica, era tácita y poco refinada, una belleza cafre, que no necesitaba más adornos, bastaba con ese cabello de fuego y esos ojos esmeralda. El vampiro estaba complacido con su hallazgo de la noche, iba sin esperar nada a ese lugar, nada fuera de lo común, un polvo con una puta y nada más, pero en cambio, se había topado con la máxima de las rarezas, un santo grial mugroso, una virgen en un burdel. Rio quedo y sólo para él al tiempo que finalmente entraban a una habitación. La sintió alejarse de su cuerpo, él, con sus sentidos superiores a los mortales, podía ver en la obscuridad, y escuchar los sonidos inexistentes de la habitación, cerrada tras su entrada.

La chica, Amber, cómo olvidar aquel nombre marcado por la discordia, se movió por el lugar, seguía siendo ese animal adorable y asustadizo que a Lucian le comenzaba a gustar tanto, material perfecto para sus terribles obras. Seguía nerviosa, temblorosa y las luces de a poco, la rodearon con su brillo marchito. Sonrió de lado cuando la tuvo de frente y ahora que sabía ella podía verlo también, se quedó en su sitio, cerca de la pared como un mueble más, aguardando –acechando-, esperando el siguiente movimiento de alguien que, por obvias razones, era inexperto. Sus manos cálidas, pequeñas y tersas se posaron en su torso ancho, lo suficiente como para cubrirla, como para brindarle la falsa sensación de protección esa noche, de construirle una fantasía perfecta para luego derribarla, porque Lucian disfrutaba con arrancar toda felicidad de las personas, verlas agonizar de tristeza y zozobra, quizá porque él mismo jamás había sido feliz y porque en ese punto de su inmortal existencia ese concepto le parecía incluso ridículo. Un hombre que, junto a su hermano Mikhail, se moldeó a base de palos y desprecios. Su crueldad tenía un origen muy específico, pero desdibujado con el paso de los años.

La tomó de la cintura cuando sus labios se juntaron, adoró el gusto inmaculado de la boca ajena, el lienzo blanco para que él pudiera pintarlo con sangre purpurea. La acarició con cierta brusquedad ascendiendo sus manos hasta tomarla de ambas muñecas y obligarla a separarse, la miró con gesto estoico en el rostro y avanzó con pasmosa facilidad, como si ella no representara obstáculo alguno y era porque así era en realidad. La obligó a retroceder y cuando visualizó la cama dispuesta para ambos a una distancia adecuada, la empujó.

La función estaba a punto de comenzar.

-Desnúdate –le pidió con tono áspero mientras él mismo se deshacía del saco y la camisa, dejando las prendas descuidadamente a su lado, y aunque había dado una orden muy clara, no aguardó a que esta fuese acatada, se acomodó encima de ella en la cama y tomó el desgastado vestido del cuello para arrancar la parte superior sin importarle si la lastimaba o no. La miró con ojos que podían atravesar acero-. No esperabas que te dijera poemas al oído antes de llegar a esto, ¿verdad? –habló con burla para devorar luego su boca y con una mano deshacerse del corsé como antes lo hiciera del vestido, una vez que estuvo hecho, continuó besándola y acariciando sus pechos desnudos, saber que nadie nunca había tocado esa piel lo excitaba, tanto que incluso se sintió débil y por ello no lo diría. Pegó sus caderas a las ajenas, ambos aún con tela en esa parte de sus fisonomías.

-Quiero que te resistas –le dijo al oído –que intentes frenarme, quiero que llores y grites –pidió con voz baja y profunda, en realidad anhelaba todo aquello –aunque al final yo salga triunfados y haya cumplido mi cometido –y dio una fuerte y violenta embestida contra el cuerpo ajeno, rozando su virilidad contra la entrepierna de Amber. Amber, de entre todos los nombres.

De un momento a otro su respiración se volvió, más lenta y pesada. Podía sentir la frialdad de su tacto aun cuando sus manos no estaban en contacto directo con su piel, traspasaba la tela de su ropa y le calaba hasta los dedos. Dejo de respirar cuando sus labios tocaron los suyos y en ese momento no se creyó capaz de seguir el ritmo que le era marcado, movió sus labios sin saber lo que hacía, besó los ajenos porque creyó que así debía de hacerlo.

Frunció el ceño cuando fue obligada a separarse de él, tal vez no debía de haberlo supuesto una obligación, de una forma extraña era un alivio separase de su cuerpo aunque realmente no tenía ningún momento de paz, se veía presa de ese hombre y simplemente no tenía permitido huir. Trastabillo mil, veces, torpemente, mientras era empujada hasta llegar a la cama.

Sopesó cada una de sus palabras, su cerebro las procesaba con lentitud y poca claridad, entendiendo el significado de los mismos segundos después, tiempo en el que quedaba fuera de lugar una respuesta. Quiso decir que: ella no esperaba nada de aquella noche, ni de sus labios, ni de su hombría, quiso decirlo pero las palabras a ella una vez que estas habían perdido significado.

“Desnudate” fue su orden, ella había comenzado a desabrocharse el vestido para luego dejarlo caer, sin embargo no había terminado su labor cuando de nuevo sintió la cercanía de aquel cuerpo extraño, un cuerpo extraño que tenía que convertir en una referencia familiar en tan solo unos minutos.

Sentía, sí lo hacía pero tal cómo se hace en un sueño, de esos en las que las sensaciones reales no son más que un espejismo falto de definición. Sentía y ella misma creía verse desde él exterior, sólo el roce violento de la tela que era desgarrada fue capaz de regresarla unos segundos a su cuerpo, escuchar las fibras entretejidas de la tela abrirse y quemar su piel por la velocidad y la fuerza, quemar y enrojecer aquellas zonas cercanas a aquellas regiones donde la tela había presentado costuras, costuras que le daban cuerpo y unión a la tela, costuras que habían resistido un poco más, que al oponerse al corte se habían hundido en su piel, lastimándola.

La tomó de la cintura cuando sus labios se juntaron, adoró el gusto inmaculado de la boca ajena, el lienzo blanco para que él pudiera pintarlo con sangre purpurea. La acarició con cierta brusquedad ascendiendo sus manos hasta tomarla de ambas muñecas y obligarla a separarse, la miró con gesto estoico en el rostro y avanzó con pasmosa facilidad, como si ella no representara obstáculo alguno y era porque así era en realidad. La obligó a retroceder y cuando visualizó la cama dispuesta para ambos a una distancia adecuada, la empujó.

Cerró fuertemente los ojos y no los abrió cuando volvió a escuchar su voz, esa voz suave que parecía no pertenecerle a ese hombre que le inspiraba tanto temor. Un gemido salió de sus labios, un susurro que no fue producto de lo que habría de esperarse en la habitación que comparten dos amantes, no, fue producido por el pavor a su orden, fue surgido desde el fondo de su pecho, ese sitio donde parecía constreñirse. No necesitaba de aquel mandato, no sería necesario fingirlo, su miedo era genuino y se moría por poder quitarse aquel cuerpo de encima y salir corriendo tan lejos cómo le fuera de él. Con ese pensamiento palpitándole en el pecho, lo empujó, trató de empujarlo y en ello puso todas sus fuerzas.

Recogió con fuerza una de sus piernas y su rodilla huesuda golpeó contra la entrepierna de él. Cerró los ojos con fuerza y volvió a empujar con ambos brazos. Sabía que de aquel cuarto no saldría bien librada.

Aquel hombre no tenía que pedirle dos veces que se resistiera, cada uno de los poros de su piel, cada una de sus células le exigía huir a un sitio lejano y fuera de su alcance.

Después de su pedante petición, Lucian comprendió que no era necesaria, la mirada de ella reflejaba un pavor enorme y eso lo excitó más, rio para sus adentros al notar que eso que iba a pasar esa noche no difería demasiado de las miles de veces que había violado a alguna pobre doncella en las calles, con la excepción de que a esta pobre puta no la mataría, le daría un destino peor, el de su acoso eterno. La vio contraerse ante sus violentos movimientos, el dolor que quitarle la ropa había representado era nada y más valía que comenzara a hacerse a la idea. No le respondió a nada de lo que le estaba diciendo pero eso fue perfecto para el vampiro, sólo una muestra más del miedo que se apoderaba de la chica.

Cuando lo empujó su risa se hizo más evidente, pero cuando le asestó el golpe en su hombría despierta ésta fue acallada y frunció el ceño, había dolido, pero había sido un golpe dado con tanta torpeza y titubeo que no ocasionó el dolor que normalmente sentiría en esa área, y aunque le gustó la actitud porque estaba tomando el papel que él quería que tomara, el atrevimiento, desde luego, sería castigado. Apretó los dientes y la tomó de una muñeca cuando ella hizo el amago de huir, a sabiendas que era imposible.

-Tranquila –le dijo con voz extrañamente calmada, la jaló contra su cuerpo obligándola a pegar su pecho desnudo al de él –sabes que huir no es opción, pero me gusta que lo intentes –soltó el agarre tan violentamente que la empujó un poco, no pudo ir muy lejos, pues el colchón se interponía. Lucian se separó un poco, pero no tanto como para darle una vía de escape y con una mano se desabotonó él solo el pantalón y lo bajó hasta dejarlo a la mitad de sus muslos, hizo lo mismo con la ropa interior, dejando finalmente libre su erección, miró a la chica y luego a su entrepierna, a la fuerza entrelazó los dedos de su otra mano con los de ella y la obligó a bajar la mano, la obligó a tocar su miembro. El tacto suave de ella en esa zona le gustó y como impulso empujó sus caderas, deseando penetrarla ya, pero también era inteligente, incluso con el deseo obnubilando de ese modo su pensamiento, no iba a ser rápido, él lo iba a disfrutar como nunca, y ella iba a sufrir como nadie.

La soltó entonces no importando que de inmediato ella rompiera el contacto de su mano con su falo, con esa misma mano acarició desde esa rodilla insolente que intentó hacerle daño hasta la entrepierna donde la ropa interior se interpuso en su camino. No estaba húmeda y eso le disgustó, lo frustró a decir verdad, porque aunque estaba siendo prácticamente obligada, su cuerpo debía tener una mínima reacción, pero estaba bien, por él estaba bien, si no lubricaba significaba un mayor dolor para ella. Hizo a un lado la tela que le estorbaba, con la prenda aún puesta y tocó su clítoris, lo acarició suavemente aunque seguía sin recibir una respuesta que le indicara excitación, de nuevo ese revés que lo enfureció y lo obligó a introducir un dedo sin previo aviso y sí mucho dolor en ella.

-¿Qué demonios esperas, Amber? –dijo –quiero que tú te resistas, pero tu cuerpo me diga que lo deseas, ¿qué pasa contigo? –dijo cerca de su oído y luego lamió lascivamente el cuello ajeno al tiempo que sacaba y volvía a meter el dedo dentro de ella, estrecha y sin ningún signo de humedad, haciendo un verdadero suplicio la actividad que él estaba llevando a cabo.

Sabía que aquel ligero alivio que sintió al poder separarse de él no duraría enseguida se convirtió en una sensación de angustia que explotó en pánico cuando los dedos de él rodearon su brazo. Un grito fue lo primero que se escapó de sus labios, trató de protegerse de la piel ajena interponiendo sus brazos pero él era más fuertemente que ella, más rápido, más ágil así que por más que se resistió no pudo evitar que su cuerpo desnudo tocara el ajeno. Su cuerpo enseguida se tensó, cara poro de su piel se erizo. Él era quien llevaba las riendas de aquella farsa que a ella le sabía tan real, el frío de su piel era brutalmente perturbador. Amber jamás había sentido piel tan gélida, el tacto de cada milímetro de la superficie de su piel atravesaba la suya como si cada célula se tratara de un gran alfiler, dolía al contacto, dolió cuando ambas pieles se despegaron cuando el la aventó de nuevo hacia la cama.

En cuanto su cuerpo tocó la mullida cama, enseguida reptó a través de esta hacia el lado contrario en el cual se encontraba su cliente, sin cadencia, sin forma, sus extremidades imitaban las de un insecto que huye de alguna amenaza, de algo más grande que él. Ambos eran polos idénticos de un imán, se repelían y aquel hombre se empeñaba en oponerse a aquella fuerza, la muchacha sentía la necesidad de acoplarse a los movimientos de él para evitar el mínimo roce pero era imposible. Sus movimientos enérgicos y precisos lograban someterla y ella decidió enfrentarse a ese medio que la congelaba, esta resolución no la realizó en un estado consciente, ella sólo ejecutaba lo que su instinto le dictaba, y esa orden era la de obedecer.

Su mano golpeó la suya y luego ambas se trasladaron hasta el miembro de él, los dedos de ella se crisparon entorno a la erección y ella sostuvo el agarre inclusive cuando la mano directriz del movimiento se alejó de la suya. Apretó fuertemente los ojos y de una forma descuidada recorrió la erección de él con la palma de la mano. El calor de su cuerpo, aún presa del miedo sabía que ella aun conservaba su temperatura, una temperatura que se elevaba poco menos de un grado por el esfuerzo del escape; ella sentía que la piel de él absorbía su calor, la piel de aquel hombre era la piel de un muerto, gélida, férrea. Cerró los ojos de nuevo, más fuerte si esto era posible, la mano de él descendió hacia su intimidad, no hubo ninguna sensación de excitación en ella, cada roce era esperado con latente terror y asió una de sus manos a la cadera de él y con la otra se apodero de su hombro, mismas manos que enterraron sus uñas en él cuando transgredió su intimidad. El contacto se sentía torpe y dolía, ella volvió a gritar, no fue sorpresa, era una suplica de que parara aquella tortura.

Todo era violento y brusco, todo estaba fuera de lugar y aun así era forzado a ajustarse a las órdenes y los gustos de aquel hombre ¿su nombre? La situación le impedía recordarlo, estaba segura que en pocos minutos ni siquiera podría recordar donde estaba ni que hacía ella ahí, su raciocinio sólo regresaría a ella en el momento en el aquella presencia que ahora la sometía ante su voluntad saliera del cuarto.

Sus palabras la golpearon en su mente ¿Qué más podría desear ella? Ella deseaba que su cuerpo reaccionara ante sus caricias, si podrían llamarse de ese modo, ella quería reaccionar ante sus besos, que su tacto resbalase en la delicada piel de su intimidad pero ella no podía dominar en ello, quiso intentarlo con su mente, imaginarse a otra persona, imaginarse en otro lugar pero era inútil, nunca había sentido excitación ni deseo sexual por nadie y estaba claro que Lucian con su trato no iba a ser el primero.

El único signo que él podría hallar en su cuerpo eran los pezones, duros y erectos, pero estos no se debían a la excitación, sino al frío pavoroso que la piel de él le transmitía a ella.

-No puedo- gritó con los ojos nublados y por un instante las lágrimas le nublaron la vista.

Un ligero síntoma de frustración se apoderó de su rostro, pero no dijo nada, no se iba a dar por vencido, grabaría a fuego esa noche en la piel de esa pobre prostituta, por su cuenta corría que esa velada quedara tatuada en su mente como una jodida pesadilla que la acosa en su sueño y despierta también. Se separó un poco, se sacó el pantalón finalmente y se acomodó sobre ella, con cada rodilla a un lado de su cadera y su erección aún ahí, porque sus gritos y sollozos lo excitaban de sobre manera y le gustaba atormentarla con ese hecho, la miró con desprecio hacia abajo, estaba sonrojada pero esto quizá nada más por el esfuerzo.

-¿No puedes? –Espetó con tono plano, pero que se antojaba a regaño-, ¿acaso no te gusta lo que ves? –y alzó las manos para dejarle ver toda su figura en todo su esplendo, rio después terminó de desnudarla sin darle espacio a una salida fácil, aunque ir tras ella sería divertido también. La agarró de la cabellera pelirroja, la jaló cerca de tu cuerpo-, bien, si tu coño no cede, lo harás con la boca –por ahora, pero no aclaró ese punto. Su sonrisa se acentuó al ver las lágrimas en sus ojos, era todo demasiado perfecto, le pagaría más de la cuenta por su patética actuación. La tomó del mentón y la obligó a abrir la boca, con otra mano sostuvo su miembro y lo dirigió a su boca-, y cuidado con querer hacerte la graciosa de nuevo y tratar de hacerme daño –dijo como si en verdad esa pobre chica pudiera hacerle algo a un ser como él. Entonces empujó la cabeza de Amber para que se introdujera todo su falo en la boca, él mismo empujó las caderas para ir más adentro y echó la cabeza hacia atrás sin borrar aquella sonrisa llena de satisfacción de su rostro.

Sin soltarla la hizo que toara cierto ritmo de introducir y sacar su erección de su boca, de vez en cuando la miraba para deleitarse con la cara de sufrimiento que tenía.

-Vamos Amber, ¿esto no te moja? –Rio –querías ser puta, ¿no? Bienvenida a este mundo –se burlaba mientras continuaba, evidentemente ella no podía contestarle, no la dejaba separarse demasiado, pero cuando se cansó –y estuvo a punto de correrse- la empujó con brusquedad para que se alejara, causa del golpe ella volvió a caer sobre la cama y él se colocó de nuevo encima de ella.

-Ya no me va a importar si estás húmeda o no, ya fui muy paciente contigo –advirtió con condescendencia socarrona, acarició las piernas de la pelirroja de nuevo e hizo que su miembro tocara sus caderas, estuvo tentado a volver a palparla con los dedos, pero ya no tenía tiempo para eso. Con una rodilla la obligó a abrir más las piernas, se colocó en medio, y sin decir nada más, la penetró de un solo y doloroso golpe, sin aviso previo, sin nada que la pudiera prever de ese dolor. Seguía sin estar húmeda-. Te dije que ya no me importaría –avisó el momento previo a salir de ella y volver a tirar una estocada, y otra más, y otra, cada movimiento era complicado debido a que no había lubricante alguno, pero seguía y pronto sintió humedad -¡finalmente!- pero era distinta, miró hacia abajo y rio. Amber estaba sangrando.

-Al menos esto servirá –se volvió a burlar, lo hizo hasta decir basta, humillarla era parte del juego, ese juego que sólo él disfrutaba, no se detuvo, si le hacía más daño o no, no le importaba, siguió en aquel vaivén, uno en el que ella no cooperaba en absoluto, pero qué más daba, él tenía la fuerza suficiente para someterla y mantenerla ahí todo el tiempo que le placiera.