¿Es este el milagro? {Ludimila}

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Eran ya tres días seguidos que soñaba con ella. Estaba desconcertado. “¿Qué significa esto, Dios mío?”, era lo único que se le ocurría decir. Cerraba los ojos, trataba de recordar cada detalle de aquel rostro y al hacerlo un extraño vacío se alojaba en su interior, a la altura del estómago. “¿Es este el milagro por el cuál tanto te he rogado, Señor?”. Se mesaba los cabellos con impaciencia y volvía a los libros con el único afán de serenarse.

La idea de un nuevo encuentro lo tenía muy alterado, pues él era un hombre de Dios, siempre lo había sido, y nunca imaginó que alguien pudiera hacerle siquiera considerar que podría albergar pensamientos sobre algo que no fuera su deber, su vocación, lo que hasta entonces había sido su vida entera. Pero mil veces había suplicado una señal para saber que no era sólo un monstruo y como Adso no creía en la casualidad, temía que esa fuera la respuesta a sus incesantes oraciones: una mujer… Tenía miedo de su parte humana, a la que había dado por muerta hacía siglos y a la que ahora apenas reconocía.

Y sin embargo, cuando recordó la promesa que había hecho a Ludimila, se tranquilizó. Elegir un libro era algo que podría hacer sin que su cabeza explotara de tanta confusión. Se dedicó a buscar en la biblioteca, en los aparadores de las librerías que cerraban sus puertas más tarde y pasó muchas horas leyendo cosas que de otra forma jamás habría ojeado. Hasta que encontró lo que parecía ser la elección perfecta: un pequeño volumen empolvado en cuyo lomo estaba grabado el título de la obra y el nombre del autor Les Lais de Marie de France. Por lo que sabía, las mujeres (desde aquellos lejanos tiempos, incluso anteriores al propio nacimiento de Adso) gustaban de tales relatos. Adquirió un ejemplar y se dispuso a entregarlo, no sin antes releerlo un par de veces.

Como si no fuera suficiente con la turbación que ya sentía, los relatos le mostraban un concepto casi herético (para su mente de monje) sobre el amor; pero los entendía… de alguna manera había comenzado a entenderlos, a pesar suyo. Devoción, fidelidad, custodiar un ideal… después de todo no parecía tan diferente a lo que él hacía y tal vez no estuviera mal considerar el amor seriamente.

***

De haber podido hacerlo, habría ido a visitarla a una hora en la que no despertara la suspicacia de la agria casera, la nefasta Madame Bleu; pero él era lo que era y no quedaba más que asumirlo.

Cuando llamó a las puertas de la pensión para buscar a la joven, aquella mujer de aspecto amargado lo acosó con preguntas y sermones sobre la decencia, la respetabilidad de su casa y una sarta de idioteces que ponían de manifiesto su necesidad de sentirse importante; pero Adso comenzaba a irritarse y decidió poner fin al parloteo. Una orden seca desde el interior de su mente hacia la de la mujer le aseguraría tranquilidad por el tiempo que durara su visita: “Sé amable conmigo y vete a dormir ahora. No molestes por el resto de la noche”. Cuando la mujer entró en sus aposentos sin armar más alboroto, el vampiro llamó tímidamente a la puerta de los de Ludimila, golpeando suavemente y anunciándose: -Vengo a entregar el libro que te prometí… ¿me recuerdas?-.

La habitación de Ludimila consistía en tres estancias, una para el baño, donde había una tinaja para bañarse y una pequeña cisterna, que por desgracia pocas veces funcionaba bien. El segundo cuarto era una estrecha cocina, con sus cacerolas, aunque la mujer prefería bajar al comedor y probar la comida que hacia la cocinera de la pensión. Y la ultima estancia, la más grande que era donde dormía y a la vez hacia de salón. La cama estaba en una esquina, había un escritorio al otro lado, también pegado a la pared. Un pequeño armario de madera muy negra y un pequeño balconcillo. Como es de imaginar, todo tenia un aspecto muy austero.

En esos instantes Ludimila se encontraba en el escritorio anotando cosas en su diario sobre sus ultimas vivencias. Y así se había pasado esos tres días, en vela esperando la visita pero..¿por qué de noche? Que extraño le resultaba eso pero...quizá es que Adso era un hombre muy ocupado y solo por las noches tenia algún suspiro.

Aquella noche la rusa iba vestida de manera sencilla , un vestido gris, un poco usado, pero lo suficiente confortable para abrigarla las noches de invierno. Por encima llevaba un chal de cuadros escoceses. Las primeras dos noches se había vestido con sus mejores galas pero...resultaba incomodo andar por casa con tales atuendos. De todos modos, aquella sencillez le hacia parecer un ser más frágil y por ende hermoso.

Oyó los toquecitos en la puerta y a continuación la voz. Ludimila se sobresalto.

-¡ah! si..si...un momento-la joven se miro al espejo y se recogió el pelo en una coleta baja...con rapidez se puso un poco de polvos por la cara y lo guardo todo sin cuidado.

Se dirigió a la puerta y la abrió.

-Adso ¡que sorpresa!-sonrió ampliamente-pasar, pasar por favor-estaba muy contenta, no solo por su visita si no porque además en esos últimos días le estaban pasando cosas buenas.

la joven hizo un gesto para que el hombre entrase, mientras, saco dos sillas de la cocina y las dispuso en el centro de la habitación.

-¿apetecer algo? igual estar cansado-se quedo quieta esperando alguna indicación, dio un leve suspiro, emocionada con la visita. Se aplano los pliegues de la falda del vestido con cierto nerviosismo.

Quien no se diese cuenta de su alegría e ilusión es que era bastante tonto.

No tuvo que esperar mucho por la respuesta a su llamado. Ludimila apareció en el umbral, tan sencilla y natural como la noche en que se habían conocido, aunque un tanto más relajada, menos atemorizada ante la apariencia fría y distante de Adso, quien entró y tomó asiento sin saber muy bien qué decir. Observaba el entorno, pero sin juzgar nada, pues él mismo estaba acostumbrado a la austeridad más severa, e incluso pensó que aquella estancia parecía bastante cálida comparada con su propio hogar, si es que podía llamar así a aquel sitio.

Toda la situación era nueva para él, ya que jamás había visitado a alguien en circunstancias remotamente similares y quizá de no haberse tomado el tiempo para charlar con la bailarina esa vez, las cosas no serían diferentes. Por lo pronto, allí estaba, mirando en silencio mientras ella se movía por la habitación y le preguntaba si apetecía algo. –No es necesario que te molestes por mí, pero gracias- dijo en tono afable.

Se sentía extraño, pero de una forma agradable y su mente no paraba de buscar una justificación para ese hecho. No era algo tan complicado de descifrar, en realidad, pues el deseo está impulsado por una carencia; y Adso se sentía atraído por la humanidad de Ludimila. Su deseo iba más allá de lo carnal y de esa ansiedad vampírica por poseer la sangre, pues ella encarnaba su aspiración de volver a sentirse humano, bueno y dichoso. Por que hasta una pobre criatura condenada como él tenía derecho a buscar un poco de dicha en este valle de lágrimas, ¿o no?

Extendió la mano con el libro hacia la joven. –Aquí tienes, lo prometido- le dijo, rompiendo la densidad del silencio con su voz serena. –Realmente espero que te guste; son historias un poco viejas, pero son cortas y pensé que así no sería tan complicado leerlas si no sabes mucho francés-. Era cierto, los pequeños relatos del libro eran medievales, pero se había cuidado de buscar una edición reciente en francés contemporáneo.

A pesar de la vitalidad que emanaba su anfitriona, Adso pudo ver un poco de cansancio en su rostro. “Pero es tan obvio”, pensó, “ella no es como yo, ella despierta cuando el sol ilumina el mundo y a estas horas el sueño debe estar amenazando ya con cernirse sobre sus párpados”. Aquello lo hizo sentirse avergonzado, temeroso. ¿No era demasiado querer la compañía de alguien para quien el sol no era mortal? Si dejaba que esa naciente amistad avanzara en su curso, llegaría un punto en que despertara la suspicacia de la chica y él se vería en una terrible disyuntiva. La miró de nuevo sin poder (o querer) disimular esa tristeza que lo había invadido súbitamente. –Lamento mucho no poder visitarte en un horario que no resulte tan escandaloso, pero, bueno… es complicado- se sintió incómodo, pues a partir de ese momento supo que no le quedaría más opción que mentir si ella le preguntaba por la razón de aquel inusual horario. Sólo esperaba que al menos esa visita no terminara tan pronto.

Ludimila observo como Adso entraba en su habitación, y la verdad es que ni se esforzó en disimular, más aparto la mirada, le hacia gracia ver como aquel hombre que hace unos días, frío y serio, ahora lucia como un pato mareado, sin saber que hacer o que decir.

Porque en el rostro de Ludimila se estaba dibujando una sonrisilla, una sonrisa traviesa. ¿Cuantos años tendría? ¿Acaso nunca había tenido ni aunque fuera una experiencia con una mujer?....

-oh...bueno-aun así, la mujer se metió en la cocina, nada más por tener una excusa y esconder esa expresión de su rostro...¡que vergüenza! ¡parecía una niña pequeña pensando en esas tonterías! Seguramente Adso era un hombre respetable...pero es que era verlo así y la joven ya no sentía miedo, si no un creciente cariño y atracción-dejar agua aquí-esta volvió, un poco más calmada y con una jarra de cerámica marrón, colocandola sobre su escritorio.

Ludimila se sentó en frente suya, a una distancia prudencial. Cuando el bibliotecario le enseño el libro, a la rusa se le ilumino la cara.

-oh....¡Bien!-cogió el libro, con cuidado. Lo observo por la tapa, las hojas...como si fuera un nuevo descubrimiento, en parte lo era...-"Les lais de Marie de France"-leyó literalmente la rusa, sin pronunciar el acento francés, haciendo la situación muy graciosa-seguro que ser bonito-Ludimila sonrio ampliamente, sus ojos lilas parecieron hacer lo mismo-Gracias Adso.

Más hubo algo que le sorprendió a Ludimila y fue ver la tristeza en los ojos de Adso...¿por qué? La joven sintió una punzada en el corazón. Lo más curioso es que, por unos segundos, en aquella tristeza y melancolía pudo ver un Adso más humano. Dio un leve suspiro.

-Suponer que leer tanto quitar mucho tiempo-bromeo la joven para romper un poco la inminente tristeza y tensión, aun así esta se quedo preocupada-no pasa nada....ser trabajo duro-aunque en realidad ella no tenia la menor conciencia de que hacían los bibliotecarios, pero a juzgar por los horarios de Adso, se había hecho esa idea.

Pero enseguida la joven recordó la dicha de esos ultimos dias y tenia la imperiosa necesidad de compartirla con alguien....

-Oh Adso, estar muy feliz-esta junto sus manos, exagerando un poco los gestos- encontrar representante ¡se acabaron mis problemas! y poder aprender bien francés....oh, ser una mujer tan buena ¡ser un ángel!

En cuanto ella tuvo el libro entre sus manos Adso comenzó a relajarse un poco; incluso esbozó una sonrisa al ver la actitud reverente de Ludimila ante el libro y su entusiasmo por el regalo en sí: en cierto sentido, era como mirar a una niña pequeña… eso le gustaba. Además, el hecho de que no lo cuestionara demasiado sobre sus ocupaciones le quitaba una carga de los hombros y así sería más fácil no pensar continuamente en sus secretos.

Después ella comenzó a contarle algunas cosas que le habían sucedido, con tal entusiasmo y confianza que él no pudo sino alegrarse sinceramente. –Me parece maravilloso que hayas encontrado a alguien bueno y amable en estos tiempos, en esta ciudad-. Hablaba un poco al tanteo, pues ¿qué sabía él de la gente, de París o de cualquier contacto que no fuera el de los polvorientos libros? Gran parte de lo que sabía de la naturaleza humana (por no hablar de los “inhumanos”), lo había aprendido de modo indirecto: a través de la lectura. El resto de su experiencia era tan precaria –siempre dentro de los límites y jerarquías eclesiásticas dentro de la Inquisición- que se explicaba perfectamente su torpeza al tener que tratar voluntariamente con un ser espontáneo y vital; un ser que, además, no le resultaba indiferente ni repulsivo. –Espero que también consideres que puedes contar conmigo, de ahora en adelante- dijo, ya sin tratar de rehuir la mirada de la joven.

En ese instante el tiempo pareció detenerse. Era un efecto curioso. Adso se sentía embargado por una especie de calor que tiñó de un ligero rubor sus pómulos, algo que jamás había experimentado, una especie de hechizo. “Hechizo…”, pensó, pero prefirió descartar esa palabra que le hacía evocar recuerdos nefastos. Sacudió un poco la cabeza, como para librarse del tibio y agradable influjo de los ojos violeta que lo miraban tan de cerca, sin asomo alguno de perversidad. “Ella no es la Belle dame sans merci, ella es humana, ella no te hará daño”, susurraba su conciencia sin lograr tranquilizarlo del todo.

Se dio cuenta que la única manera de evitar que ella notara cuán turbado se encontraba en realidad era volver a la conversación, obligarla sutilmente a sumirse en sus propios recuerdos y sensaciones. Aunque también deseaba saber un poco más de su vida, conocerla en verdad. Sintió que su rostro volvía a refrescarse y adoptó el aspecto serio de siempre, luchando por no perder la calma y simplemente abandonarse a ella… tal como le dictaba el apetito que hiciera. –Anda, cuéntame más sobre ese ángel tuyo, ¿cómo se conocieron?, ¿cómo te ha ayudado?-.

Ludimila acaricio el lomo del libro involuntariamente mientras conversaba con su invitado. Era curioso, la cubierta era de cuero, material que solo había advertido en los finos ajuares de la que una vez fueron sus señores. No tenia ni idea que se pudiese utilizar para más, aquello no era muy relevante, pero a Ludimila le sorprendió.

Volvió a dar una breve ojeada, tal y como le dijo Adso, no tenia mucha cantidad y había una que otra ilustración. Ludimila se sorprendió de nuevo, nunca había pensado que para los libros, la gente dedicase tanto esfuerzo y trabajo.

Al final, dejo el libro sobre el escritorio, si lo seguía teniendo en sus manos, no pararía de juguetear con el objeto.

-Ser curioso-confeso Ludimila mientras articulaba una sonrisa al recordar la escena. Ella se consolaba admirando esa gargantilla brillante como las estrellas del firmamento-yo estar en joyeria y ella se acercar a mi, al parecer haber visto en otro sitio y bueno, yo creer que tengo aspecto de artista- esta se rio ligeramente por aquello que acababa de decir, en cierto modo, la bailarina debia creerselo, un aspecto muy importante en la profesión ya que, si no destacabas o como minimo, no te esforzabas por hacerlo mejor que las demás, estabas destinado al fracaso- Aurelia Sila , ser de Italia-prosiguio levemente excitada al citar el pais- ¿tu estar ahi Adso?-La joven arqueo una ceja curiosa, uno d elos motivos por los que queria ser bailarina es que, tenia la oportunidad de viajar a sin fin de lugares, además sin apenas costes.

-Pues, ella va a instruir en modales, clases de frances...¡ser tan simpatica!-la joven cruzo sus dedos y se apoyo en el respaldo de la silla, intento no emocionarse mucho o si no el corse que le oprimia el cuerpo le dejaria sin respiración, dio un suave respingo para volver a reponerse- saber eso hacer muy feliz- respondio , mirando directamente a Adso- pero si no saber donde encontrar entonces ¿como poder contar contigo?

Ciertamente, en su primer encuentro la joven habia insistido al menos dos veces en saber la dirección del lugar donde este trabajaba, pero este ni siquiera habia prestado atención a su petición. ¿Acaso aquello era demasiado compromiso? En esos mismos instantes Ludimila no sabia si ese comentario habia resultado inapropiado....pero ahora él estaba alli, en su habitación, en la habiación de una mujer soltera en plena noche, para cualquier persona un acto muy indecoroso y cargado de posibles sospechas....la joven fruncio el ceño pensativa. Para ella esa visita significaba mucho, a pesar de que llevaban poco tiempo sin conocerse. Tambien, en su cabeza se formulo la pregunta de como Adso habia conseguido hacerse con la casera, más seguramente le esperaba un sermón después de la visita del caballero.

-¿Tú como encontrar?- Ludimila se sereno, mientras sonreia con inocente dulzura al bibliotecario-¿ser muy grandes los libros?- en los ojos de la rusa se vislumbro un fugaz brillo, estaba claro que la segunda pregunta iba con cierto tono travieso, perfectamente la joven podia suponer que fueran grandes o pequeños Adso se los leeria de cabo a rabo e incluso con gusto, cosa que Ludimila no haria.

Al menos, ese pequeño comentario habia hecho olvidar a la chica las preocupaciones que se estaban formando en su mente, aquella noche solo queria disfrutar de la compañia del austriaco.

Adso la miraba con expresión reflexiva, tratando de no tomar por banalidades las cosas que ella estaba contando; pues era cierto que esos detalles no le importaban demasiado. No obstante, respondía casi con naturalidad. –He pasado mucho tiempo de mi vida en Italia, es un lugar maravilloso lleno de incontables tesoros. Grandes artitas dejaron allí parte importante de su obra, y si tu protectora, Aurelia, es de allí, entiendo perfectamente su fascinación por el arte, aunque me temo que no la comparto con esa misma pasión. Pero tienes suerte de que el Señor te haya bendecido con un ángel así-.

Extrañamente, conforme iba hablando se sentía menos lejano a ella. Tal vez la comparación resultara excesiva, pero era casi como cuando, después de largas horas de oración, se genera por fin una sensación de unión con lo divino. El éxtasis, o algo parecido y en un nivel más mundano.

Luego la pregunta lo tomó por sorpresa. Claro que no podía invitarla a lugar donde –si cabía la palabra- vivía. Cualquier persona notaría de inmediato algo extraño, la total carencia de indicios que mostraran que aquello era un hogar. -Mhh, bueno, no deberías preocuparte por buscarme, yo siempre puedo venir a vistarte, aunque sea por la noche. Mis horarios son muy estrictos. Y verás que pronto la casera se convence de que no soy un truhán.- La mentira dejaba un regusto amargo en su boca, pero no tenía más opción, no por el momento, al menos. Si se hacían amigos, si volvían a verse, tal vez las cosas fueran diferentes, pero aun así habría cosas que no podría compartir con ella. –Yo estoy bien, realmente no pasa mucho en mi vida-. Sonrió casi de manera imperceptible.

Cuando alzó la vista, notó cierto gesto de decepción o tristeza en el rostro de Ludimila. Y aunque no entendía muy bien por qué, en ese momento, desde el fondo de su corazón, surgió un impulso nuevo, diferente y muy sorpresivo para alguien como él. Extendió su mano, tomando la de la joven con mucha suavidad y acariciándola con la otra, como si se tratara de un precioso tesoro. La miró directo a lo ojos. –No te miento, mi ofrecimiento es sincero. Es verdad que pienso estar ahí para ti-. Su corazón estaba sufriendo una violenta sacudida. Aquello era quizá la mayor audacia de toda su vida, sin embargo no soltó a la rusa. Era una lástima no poder beber el agua de la jarra, pues pensó que hubiera sido agradable refrescarse, disipar el calor que sentía subir hacia su rostro. Sus labios se entreabrieron como si se dispusiera a decir algo, pero no hubo más palabras, sólo una expectación muda, un silencio que parecía expandirse desde el centro de esa humilde habitación hasta los límites del infinito…

Spoiler:

Ludimila escucho atentamente a Adso, ¡que envidia! ella deseaba visitar Italia algún día.

-De acuerdo...no insistir-suspiro Ludimila-aunque pronto obtener una nueva casa.. así ser todo más fácil-le confeso la mujer con un deje de emoción, no podía esperar a dejar esa horrible pensión y a esa estúpida casera....

Más Ludimila pronto salio de aquellas cavilaciones cuando Adso, de repente tomo una de sus manos, la sorpresa de la joven fue mayúscula, era algo que, desde luego, no esperaba y no sabia como interpretar....solo sus sentimientos más profundos se manifestaban a través de su corazón, que latía de manera desenfrenada.
Ya le habia pasado aquello otras veces, sin embargo ahí no había miedo, en el fondo tenia fe en que las intenciones del austriaco no eran malas, que no le iba a hacer daño ni aprovecharse de ella...se sentía tan dichosa, pero no simplemente no sabia que hacer, su boca no podía reproducir palabra alguna, tal vez algún sonido sin sentido, producto de la sorpresa de aquel acto.

La mujer levanto la mirada que hasta ese entonces habia permanecido fija en las manos del hombre, lo miro, con cierto cariño y una vez más, como mujer, en aquellos instantes aprecio el atractivo del bibliotecario, y una vez más se formulo la pregunta de porqué un hombre tan guapo estaba soltero.

Después de mantener la mirada fija sobre el hombre la aparto, por el simple hecho de que tal vez este se podía incomodar, se ruborizo pero, no quería que aquello cesase, no obstante, no sabia si los sentimientos eran los mismos.

-Gra...gracias-respondió al fin torpemente- significar mucho para mi....-en esos momentos estaba tan emocionada que una lagrima resbalo por su mejilla- Adso, no quiero dejar de verle-confeso la joven atropelladamente.

Pero...¿por qué había dicho eso? No lo sabia, pero realmente lo sentía, quería ver siempre a aquel hombre tan sincero y considerado con ella...lo veía tan honrado....Ciertamente Ludimila tenia cierto temor hacia los hombres, después de tantas malas experiencias, para ella era un papel que debía interpretar, debía esconder su miedo y enfrentarse a los muchos sinvergüenzas que habían querido aprovecharse de ella...Incluso, a pesar de no ser pura, nunca había disfrutado del acto carnal, porque nunca se habían preocupado por lo que ella sentía.
Pero él era diferente, algo en su interior se lo decía...

Spoiler:

Si las cosas estaban sucediendo demasiado rápido, él no lo percibía. Podía haber permanecido estático, con las manos de la chica entre las suyas, sin moverse o respirar hasta que el sol volviera a asomar por el horizonte sin que aquello le hubiera importado en lo más mínimo.

Sin embargo, un pequeño sobresalto lo devolvió al tiempo, a la realidad. Una gota casi insignificante mojó su mano: un líquido tibio y claro que brotaba de los ojos de Ludimila sin razón aparente; un hecho que, sumado a la repentina confesión de le muchacha, lo tomaba tan desprevenido como su propio deseo de complacerla y quedarse ahí para ella. Ese gesto de inesperada ternura lo desarmó. Si antes de eso se hallaba titubeante debido a la soledad que él creía merecer (y sin embargo minaba su espíritu cada noche); que esa mujer sencilla y franca le abriera su corazón humano sin sospechar del peligro que corría le parecía tan invaluable como si en ese momento le hubieran dicho que su alma estaba salvada.

Más tembloroso de lo que hubiera deseado, llevó una de sus manos hasta la húmeda –cálida y tersa- mejilla de la joven para borrar el rastro que la sal dejaba sobre ella y guardar en su memoria la sensación de esas lágrimas vertidas por él. Luego la apartó despacio y volvió a sujetar las manos de la rusa.

Era extraño e increíble que una noche de charla fuera suficiente para desencadenar lo que pasaba tan silenciosamente en la pensión Bleu. “Pero a veces basta con que más de uno desee con vehemencia un milagro para que éste sea concedido”, pensó el bibliotecario antes de atreverse a expresar lo que ya no podía contener por más tiempo en su corazón. -Yo tampoco deseo dejar de verte, por que de no haberte conocido, jamás me habría atrevido a abandonar mi soledad… pero al estar contigo aquí, ahora, no me arrepiento de haberlo hecho-.

Aquellas palabras, pronunciadas por primera vez, sonaron tan ajenas en sus oídos que cuando guardó silencio temió no haberlas dicho siquiera, pero esa sensación se añadía a todo lo acontecido desde aquella vez en la taberna. Adso era un ser distinto, o por lo menos estaba en camino de serlo: era un monstruo, sí… y era un inquisidor (con todo lo que eso implicaba); pero había comenzado a intuir que podía aspirar a algo más y quería creer con todo su ser que eso no resultaba ofensivo a los ojos del Señor.

¿Era verdad lo que estaba sucediendo? Aquel gesto le resulto tierno...al principio esta se quedo estática, sobre todo por el tacto frío de la mano de Adso, pero en cuestión de segundos, esta cerro los ojos, dejándose llevar por esa muestra de cariño.

En esos momentos, nadie era capaz de comprender la felicidad y el regocijo interior de la rusa....estaba embargada, sobre todo cuando escucho esas palabras del bibliotecario...sin duda, se sentía especial, la mujer más especial del mundo, su rostro anunciaba otro posible derramamiento de lagrimas, más esta se aguanto la llorera para no incomodar ni asustar a Adso, simplemente se limito a mirarlo con ternura, abordando sus ojos sin temor.

-Te...tener manos muy frias-comento esta de manera inocente, en ese preciso instante no era la sentencia más adecuada, comentar el estado de un objeto, en este caso, las manos del austriaco, pero la pobre chica estaba tan emocionada y a la vez alterada, que no se le ocurría nada más, prefería centrarse en otra cosa, en otra cosa que no fueran ellos dos, si no estaba convencida que cometeria alguna locura, como por ejemplo, querer romper un poco más la distancia entre ellos dos-¿hacer frío? Puedo traer una manta...-esta sonrió débilmente, ahora era ella quien envolvia las manos del hombre entre las suyas, con el unico objetivo de que estas entraran en calor...pero ¿realmente era eso? Ella quería intimar más, pero a la vez, mantener las distancias, un cierto miedo reinaba en su interior, había tenido tan malas experiencias....

Ludimila se levanto de golpe, rompiendo la magia del momento, como una posesa, se dirigió al escritorio donde aguardaba la jarra y el vaso, necesitaba calmarse de alguna forma, su boca estaba reseca y su corazón desbocado, no pudo evitar darle la espalda a aquel hombre por el que sentía algo especial, volvió a rememorar sus ultimas palabras....

-Tu..solo...no entender...-esta negó suavemente-nadie merecer tal condena... La mujer dejo el vaso sobre la superficie de madera, quedándose a espaldas de su invitado, meditando e incluso, calmando los ánimos-Ser tan bueno Adso, mi sentir muy afortunada-esta ladeo suavemente la cabeza para mirar al bibliotecario.

“Las manos frías…” pensó Adso y se encogió tímidamente ante aquella observación, pero no respondió al ofrecimiento de la manta; en lugar de eso, se fijó en que aquel detalle –en apariencia insignificante- estaría siempre ahí para recordarle cuán diferente era de Ludimila, por más que ella lo ignorara. Se frotó las manos como si con ese movimiento pudiera cambiar la situación, o por lo menos calentarse un poco…

Permaneció sentado mientras la joven rondaba nerviosamente por la pieza. La observaba en silencio, un tanto desconcertado. Temía que su atrevimiento la hubiera incomodado, tomando la determinación de no transgredir los límites que marcaba la decencia, manteniendo a raya su deseo de volver a sentir la tibias y amables manos que habían rodeado las suyas momentos antes.

Después de ese interludio se sentía menos agitado y capaz de adoptar nuevamente su acostumbrada ecuanimidad. No obstante, se levantó y se aproximó a ella antes de decidir lo que respondería. Cruzó la pequeña distancia que los separaba y se colocó a su lado, cuidándose de no aproximarse más de lo necesario para hablar sin hallarse completamente aislados. Sus miradas se encontraron por un instante, cuando ella se volvió un poco. Adso tosió un poco antes de hablar. –A veces no hay más opción que permanecer solo para no correr el riesgo de lastimar a quienes no lo merecen, es un sacrificio justo; pero no todos los que decidimos hacerlo logramos soportarlo permanentemente… al menos yo creo estar cediendo a la tentación de salir del aislamiento que me he autoimpuesto durante todos estos años-.

Suspiró y volvió a guardar silencio, pensando en lo que ella había dicho al final… ¿Bueno, él? Si no rió por la afirmación de la bailarina fue porque él mismo no sabía si eso era verdad o una completa mentira. De cuando en cuando sentía que era el protagonista de una farsa que llegaba a adquirir matices innegablemente trágicos, como esa noche. –Es muy pronto para que decidas si soy bueno, ¿no crees? Hasta ahora lo único que he hecho por ti es traer ese viejo libro… y no estoy muy seguro de que eso demuestre mi bondad – sonrió levemente y su rostro adquirió un aspecto mucho más melancólico de lo que él hubiera querido, pero no lo podía evitar... cualquier comentario que le recordara su naturaleza ambigua tenía esa capacidad de sumergirlo en oscuras divagaciones de las que sólo lograba salir si encontraba una razón de peso. Ella había comenzado a serlo, pero Adso todavía no tenía el valor de reconocerlo abiertamente. Tenía miedo de lo que pudiera suceder. -¿Es un acto bondadoso haber venido con ese pretexto? –dijo señalando hacia el libro- ¿cuando lo que en verdad quería era verte otra vez? ¿No ha sido tramposo de mi parte? No sé si debas considerarte afortunada, pequeña-. Las palabras parecían traicionarlo, algo dentro de sí se revelaba, necesitaba hacerse presente y lo impulsó a decir lo que pensaba. Tal vez era demasiado, pero ya no podía dar marcha atrás. No podía deshacer aquellas breves e inocentes caricias y tampoco quería renunciar a intentarlo una vez más, aunque sus manos fueran frías.

Y esta se preguntaba porque aquel hombre se había recluido voluntariamente del resto de la humanidad. Para ella, aquello era impensable, ya que le encantaba estar rodeada de gente, conversar con ellas, cambiar impresiones, ser admirada y querida, su trabajo dependía enteramente de esas personas, el publico era su vida.

Ahora él volvía a estar cerca de ella, pero guardando una distancia prudencial. Ludimila agradeció aquella precaución, si este, aun por muy leve que hubiera sido, igual no habría podido soportarlo, pero ¿Por qué se sentía así? La joven suspiro, rompiendo el contacto con aquellos ojos que conseguían provocar en ella una sacudida que lo desmoronaba todo.

-Ser duro contigo mismo-respondió esta, distrayéndose con el cristal de la ventana, mirando la casa de enfrente, un apartamento de pisos modestos.

Sonrió levemente ante la confesión del bibliotecario y, en el fondo se sintió profundamente complacida ante esas palabras. El verdadero pretexto era ella, entonces ¿ tendría una oportunidad?. Se volteo suavemente, juntando sus manos sobre la modesta falda que complementaba su vestido.

-Nadie ser perfecto-respondió-pero mi corazón dice que no ser malo....yo..yo tampoco ser buena, yo no ser moral, sin embargo, tu me das oportunidad-dio un leve suspiro-a no ser que tu engañar para conseguir otro fin-puntualizo un poco triste, bajando la mirada.En realidad, ella estaba más que acostumbrada y ya no se disgustaba tanto como con las primeras veces. Hoy en día, simplemente endurecía sus facciones y despachaba lo mejor que podía al "caballero"-pero saber que no son sus verdaderas intenciones...-añadió rápidamente, subiendo de nuevo la mirada hasta llegar a la del otro-de todos modos, yo aceptar porque también querer verle....el libro no interesar tanto...

Ludimila volvio a ruborizarse un poco ¿De que trataba esto? ¿Acaso era una declaración? Si eso era cierto, era una declaración bastante tímida.

-Pero..¿Por qué?-quiso saber la joven, porque ella, una pobre criatura perdida de la mano de dios, y el, un caballero respetable-gente como yo poder manchar tú reputación...- Ludimila reacciono a tiempo, por la cabeza, se le había pasado la orden de decir "¿no hay mujeres mejores para usted?" pero hubiera sido demasiado atrevido de su parte.

¿Donde habia quedado el desparpajo de la bailarina? Aquella situación le quedaba grande...

Ella tenía razón: él era demasiado duro consigo mismo, pero en sus circunstancias no había otro remedio; no podía servir a Dios sin hacer acopio de su más férrea voluntad y su capacidad de renuncia o terminaría convirtiéndose en una bestia asesina… y eso era lo que menos quería.

Volvió a mirarla. “Nadie ser perfecto” , escuchó… “yo no ser moral” . Adso supo que era cierto y aun así le parecía la criatura más cándida de la tierra, la más humilde y admirable. Tal vez comenzaba a idealizarla, pero le daba igual. Luego aquellas palabras lo sacaron de balance – “a no ser que tú querer engañar…” -. Se tensó ligeramente. Sí, todo intento de parecer normal, humano, era un engaño, pero no pretendía aprovecharse de ella en el sentido que había insinuado; si acaso había llegado a albergar un vago deseo por su sangre que había desechado casi al instante.

Ahora sabía que estaba obligado a responder satisfactoriamente si pretendía prolongar aquella naciente relación e intentó hacerlo sin que el nerviosismo se filtrara en su voz. –Por favor, no te menosprecies. Si algo he aprendido a lo largo de … -carraspeó un poco – mi vida… es que todos podemos redimirnos, que siempre hay una forma de enmendar nuestras fallas y retomar el buen camino… y si te soy sincero, de nosotros dos, estoy seguro que no eres tú quien más ha pecado- sus palabras lo sorprendieron; era como si escuchara a alguien más, a alguien que aún guardaba esperanza en su corazón, no el engendro consciente de su propia condena que había sido él desde aquel fatídico viaje, donde lo había perdido todo. Ese cambio parecía obra de un milagro, y tal vez lo fuera. –Después de todo, ¿quiénes somos nosotros para juzgar a los demás? Sólo Nuestro Señor tiene derecho a hacerlo y él es todo amor y perdón- mientras hablaba se había aproximado a ella un poco más, como atraído por la tibieza que emanaba su cuerpo, aunque tratando de obviar el apetitoso perfume de criatura viva que se alzaba hacia su nariz como una tentación del mismísimo Satán. -¿Podrás perdonarme por no haber sido sincero al principio?- “creo que tu perdón es todo lo que deseo ahora”… no dijo esas últimas palabras, pero su corazón moría por hacerlo. Deseaba arrodillarse ante ella y suplicarle que lo ayudara a redimirse. En lugar de eso se limitó a largar la mano y apenas rozarle la mejilla con la punta de los dedos; tembloroso, lleno de ansiedad… ese gesto insignificante encerraba toda su angustia.

Spoiler:

Ludimila cerro los ojos ante la caricia de Adso. esta vez no se puso nerviosa, pero si algo no podía evitar era el cosquilleo que le recorría todo el cuerpo, aquella sensación que se aposentaba en su estomago, una chispa excitante y placentera.

Pero ella no llegaba a entender porque quería su perdón, si era por el engaño del libro, más bien le parecía una mentira piadosa, un inocente pretexto que todo muchacho u hombre inventaba para acercarse a la mujer que le interesaba y en ello no había nada malo.

Más el austriaco parecía darle una importancia sobrecogedora, como si la vida le fuese en ello.Ludimila pudo comprobarlo en su liviano gesto, aquella caricia encerraba mucho más y no pudo evitar pensar que Adso era alguien más que un simple bibliotecario.

No obstante ella cogió su mano y la estrecho entre la suya, obviamente más pequeña, más fina y cálida.

-Mi perdonar-contesto ella simplemente, con una deslumbrante sonrisa cargada de sinceridad.

Desde la noche que Ludimila se cruzó con Adso, le sorprendió aquel halo mistico que le rodeaba, sentía que tenia cierta vinculación con dios y el siempre lo tenia presente en sus conversaciones....

-en tus labios, Dios sonar tan maravilloso-confeso esta con cierta timidez. Ludimila llevaba varios años enfadada con Dios, ya que no entendía como este había permitido que pasara tales calamidades, sin embargo nunca había dejado de creer en él, solo consideraba que estaba muy lejano a la humanidad-habla, di cosas, por favor....ayudar a creer de nuevo-le imploro ella con una vocecilla desesperada.

Después de todo, ella se había criado en un entorno ferreamente religioso y aunque en Rusia practicaran la vertiente ortodoxa, terminaba siendo lo mismo.
El agarre de Ludimila se afianzo, de aquella manera, ya no sentía tan fría su mano. En ese instante todo era perfecto.

La dulzura y la ligereza con que Ludimila le perdonó por algo que ignoraba completamente lo hizo sentir extrañamente mejor. Si alguien todavía era capaz de tener fe en los demás, había esperanza para el mundo, pensó.

El contacto era casto, pero no por ello menos íntimo: propiciaba la charla y Adso se sorprendió por la dirección que ésta tomó de pronto. Se preguntó cómo era que Dios no podría ser maravilloso alguna vez, su cabeza no concebía la idea de dejar de creer. Uno podía montar en cólera contra Él, pero todo era culpa de los limitados alcances del entendimiento humano y aquello sólo era una consecuencia del antiguo pecado de Adán y Eva.

Sin soltar la mano de su anfitriona volvió a buscar la silla donde había estado antes y se sentó, esperando que ella hiciera lo mismo antes de decidirse a responder la petición que le había sido formulada. La miró preguntándose qué debía decirle. Pensó y trató de escoger con cuidado cada palabra para que ella comprendiera… por lo menos lo intentaría.

-Dios es el gran misterio y no nos corresponde a nosotros tratar de descifrarlo… a nadie, en realidad. Él es la esencia de lo eterno; todo lo que hay de bello y bueno en este mundo proviene de Él, pero si la maldad existe es porque en un principio no fuimos capaces de ceñirnos a su voluntad y caímos en la trampa del astuto Adversario. Todo nos había sido dado, pero quisimos más y esa es la verdad detrás de todo sufrimiento – hablaba pausadamente y con voz profunda, ligeramente abstraído -, por ello ahora debemos sentir el dolor de la incertidumbre, esforzarnos por discernir cuál es el camino correcto para volver a su gracia, aunque eso sea algo que sabremos sólo al final de los tiempos-.

Sintió una punzada en el pecho y de pronto fue consciente de que tal vez lo que acababa de decir no resultaba muy esperanzador para una joven nacida en ese siglo marcado por el cinismo y la duda; el constante cuestionamiento era algo que alejaba al hombre de la felicidad y era por eso que les costaba comprender su propio sufrimiento. Pero creyó que tal vez si averiguaba por qué Ludimila se había alejado de su fe, podría ayudarla mejor.

Y de pronto, en la inercia de ese momento de confidencialidad, se atrevió a tomar el mentón de la chica con su pulgar e índice, con cierto aire paternal, pero con ese extra que lo hizo temblar un poco, y la miró a los ojos.

-Pero no importa cuánto diga yo. Lo que cuenta ahora es saber qué te alejó de Él. Dímelo y juntos trataremos de hacer que creas otra vez-.

Si ella hubiera sido una criatura como él o algún otro ser sobrenatural, la forma de devolverla a un estado de gracia sería muy sencilla –brutal, pero sencilla-; pero alguien inocente requeriría de mucha paciencia y amor… Adso se vio haciendo el papel de maestro ante ella, mostrándole que el amor del Altísimo era infinito… el amor, sí…

Adso conducio de la mano a Ludimila y la invito a tomar asiento.
Ella hizo lo mismo que él, se sentó pesadamente, producto del cansancio, sin embargo, presto atención como si se tratara de un alumno bien despierto.

Todo se reducía a que Dios era un misterio en si imposible de ser revelado. En sus ojos se reflejo cierta decepción, aquello no ayudaba mucho en su tarea de entender al altísimo.

-Recordar a mi madre-sonrió ligeramente, mientras en su cabeza se originaba la imagen de aquella mujer temerosa de Dios, humilde y piadosa-ella siempre decir eso...

Más nuevamente Adso consiguió sorprender a la rusa, tomando con una mano su barbilla, obligando a que esta alzara la vista. Sus orbes violáceas se fijaron mejor en el rostro del bibliotecario mientras que sus mejillas se coloreaban levemente.

¿Por qué había dejado de creer en Dios?.....

-No..yo no..no dejar de creer en Él-titubeo Ludimila a la vez que intentaba mantener fija la vista-Mira...yo ser ortodoxa, todo ruso ser ortodoxo.....mi madre ser fiel creyente y ella dar a mi el legado-comenzó a hablar, recordando el pasado, aquella choza donde la chica, hacia vida con su madre, ya que su progenitor se pasaba el día entero fuera de casa y apenas lo podía ver-ella enseñar muchas cosas sobre Dios, todas oraciones, juramentos...-se mordió levemente el labio-pero siempre veía triste..¿por qué? Ella no disfrutar de vida...ah...nacimos pobres, ser nuestro destino...pero siempre haber cosas buenas en todo...¿no?-suspiro, era cierto, su madre siempre vivía preocupada pensando en la otra vida, asustada de no obrar bien, de no cumplir los mandamientos de Dios-pronto yo mudar a San Petersburgo para servir en una casa...sentir tan sola, tan triste...¡yo querer quedar con mi madre! Pero no quedar otra opción...luego, comenzar a practicar secretamente ballet, hasta que, descubrir a mi y decidir instruirme en arte de danzar-volvió a pausar, los recuerdos comenzaban a aglomerarse en su mente y ella sabia que pronto aparecería el más amargo de todos, trago saliva-empezar a ser poco conocida..bailar en salones para divertir a nobles..y..y-de repente se le corto la voz, de manera abrupta, ya que la muchacha en su mente estaba recreando la escena como si hubiera pasado el día anterior.

Un malestar se apodero de su cuerpo, la vergüenza y la humillación, mezclados con el miedo, se hacían presentes. Ludimila se aparto de manera brusca, cortando el contacto que mantenía con Adso. No quería que viera las lagrimas agolpándose en sus ojos.

Y de repente, sintió una rabia terrible, tan sobre cogedora, que termino dando un puntapie a su silla. Aquello le hizo estallar.

-¡Un hombre me ultrajo!-chillo esta dolida-¡yo solo tenia trece años pero él me hizo daño, mucho daño!-las lagrimas caían de manera abundante por sus mejillas, como si se trataran de ríos desbordados-¡¿por qué?!¿que hice mal yo? ¡solo quería bailar, ser la mejor!-sus piernas le fallaron, cayendo al suelo de rodillas-¡¿Por qué Dios permitió que me hicieran daño de esa manera?! ¿tan aberrante era mi sueño?-La mujer comenzó a balbucear de manera incontrolable, escondió su rostro, pegándose al suelo-Yo nunca hice daño a nadie.....

Ludimila estaba completamente desolada y destrozada. Simplemente, no le cabía en la cabeza el hecho de que una criatura cándida como lo era ella en aquella edad, llena de inocencia le hubiera pasado algo cruel, y lo peor de todo, que aquel sinvergüenza siguiera impune, disfrutando a cuerpo de rey.

De entre todas las respuestas que Ludimila pudo haberle dado, esa fue la más inesperada. Tal vez se hubiera sentido preparado para escuchar sobre la pérdida de alguien querido; pero no para esa clase de desgracia. La vio desmoronarse en un instante y no pudo decir nada, pues las palabras no parecían adecuadas en ese momento. De pronto un vacío helado se apoderó de él, expandiéndose desde el centro de su pecho. Retrocedió un paso, mirando fijamente a la muchacha llorosa.

Y entonces, en ese modesto apartamento, por primera vez en siglos, Adso sintió furia real, como nunca en su vida y no-vida la había sentido. Apretó sus puños, clavándose las uñas en las palmas de las manos. Un destello siniestro asomó en sus ojos, que se habían apartado de la delicada figura de la bailarina para ir a clavarse en un punto indefinido de la pared desnuda. Después del frío vino el fuego, un ansia asesina y… la sed. Sed de sangre y venganza. La bestia que tanto se esforzaba en dominar había despertado súbitamente, movida por la indignación. Una especie de niebla escarlata nubló por un momento su vista, mientras pensaba en romperle el cuello al bastardo que se había atrevido a mancillar a la criatura que él mismo veía como la encarnación de la inocencia, sin importarle que se dedicara a algo tan poco piadoso... Sintió el filo de los colmillos rozar sus labios cuando éstos se abrieron en una horrible mueca de desesperación.

Estaba confundido y pensaba cómo podría explicarle que a veces Dios pone pruebas que van más allá de nuestro entendimiento, pero que sirven para forjar el espíritu. ¿Cómo decirle que si ella estaba ahí, en París, tras todo lo ocurrido, todavía con la frente en el alto, sin mancharse con el fango del pecado, y manteniendo el corazón puro tal como se lo había mostrado a él, era porque el Señor le tenía deparado algo más grande? Y a pesar de que en su cabeza se arremolinaban miles de explicaciones, no dijo nada.

El silencio se hizo denso en la habitación mientras Adso trataba de calmarse. No era un proceso fácil, pero él tenía la práctica de siglos y por fin el peligro potencial que representaba para cualquier ser humano –incluída Ludimila- se desvaneció por fin. Sus músculos se relajaron y suspiró agotado antes de atreverse a hablar. Tragó saliva y la voz surgió áspera desde su garganta.

-Eso quedó en el pasado, y aunque no lo creas yo sé de heridas que no sanan por más tiempo que pase, pero no es culpa de Dios, porque los … -se detuvo un instante y rechinó los dientes- los hombres fuimos dotados de libre albedrío. Nos corresponde a nosotros elegir entre el bien y el mal. –Su rostro se ensombreció de nuevo y siguió hablando, pero como para sí mismo. –Pero ahora todo está bien y juro que nadie volverá a hacerte daño alguno. –Sólo entonces volvió a mirarla a los ojos y su mirada fue como una promesa que estaba dispuesto a cumplir costara lo que costara.

¿Habia algo más humillante que eso?

Y ya no era la experiencia traumatica y desagradable que habia sufrido la muchacha a tan tierna edad, si no el estigma que ahora llevaba de por vida, lo que exigia la sociedad de una mujer de bien, mantenerse casta y pura.....Y eso que Ludimila tenia asumido que en su profesión no la tomarian en serio pero...¿quien querria ahora una mujer corrompida? Nadie. la sola idea de poder casarse ya se habia esfumado para siempre, estaba condenada a ser alguien de vida alegre para siempre.

La joven se enjuago las lagrimas, menudo teatro habia montado en unos segundos...¿que pensaria ahora Adso de ella? Unos segundos en silencio, que pasaron de forma angustiosa para ella, pensando que todo estaba perdido...entonces el hablo.

No era las palabras que esperaba escuchar...realmente no sabia a lo que atenerse....era algo inesperado, algo parecido a un sermon tipico de un cura pero libre de culpar a la bailarina de lo que habia sucedido, porque, en esta sociedad, si un hombre se lanzaba encima tuyo era porque algo habias hecho para provocarlo....y después termino sus palabras con la promesa de que él la protegeria, aquello conforto levemente el alma angustiado de la rusa, levanto la cabeza con suavidad, con la mirada aun llorosa, para encontrarse con esos ojos.

Se seco la cara con el chal, la tela aspera de este irrito el cutis de la joven, dejando un leve rastro rojo. Se levanto con cuidado y se dio la vuelta. Aun estaba avergonzada por su subdito arranque y no tenia fuerzas para seguir mirandolo a la cara.

Con paso lento se acerco a la ventana y se apoyo a la pared. La duda la estaba carcomiendo...

-Entonces..¿No tener asco? ¿Seguir viendo igual que antes?-pregunto, refiriéndose a la corrupción de su alma. Tratándose de un caballero de alta clase, Ludimila temía que ya no le interesaba por estar...."usada".