Bestia Melancólica [Libre]

por **Antonia Raisa Di Farnesio** Miér Mar 14, 2012 3:19 pm

Los ojos de la dulce Antonia se fijaron en el horizonte, donde el rosado atardecer dejaba paso por completo a la maldita noche. Otra vez no había sido capaz de poner fin al sufrimiento [...] otra vez no había sido capaz de abandonar sus instintos de supervivencia y enfrentar el cielo despejado del día en vez de la estrellada noche. Sus ojos azulados, atormentados, le punzaban como el demonio mismo. Sentía la tormentosa necesidad de llorar y derramar las lágrimas que no había derramado en sus casi siete siglos de vida pero dejo que la dichosa necesidad muriese en un rincón oculto de su corazón y sonrío como si nada hubiese pasado. Como si el pensamiento del suicidio no hubiese rondado por su cabeza.

"Camina bella, como la noche
De climas despejados y de cielos estrellados,
Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz
Resplandece en su aspecto y en sus ojos,
Enriquecida así por esa tierna luz
Que el cielo niega al vulgar día."

Recito la primera estrofa del poema de un humano con grande corazón que había conocido a lo largo de aquel siglo. Lord Byron. Un hombre lo bastante excentrico como para marear a otros y lo bastante culto como para alimentar un ejercito de soldados bárbaros con su sabiduría. Él hablaba de la noche como su amiga, de la soledad como su fiel musa y de su corazón partido como un instrumentos para alcanzar otros tipos de verdades. El dolor que albergaba era incluso mayor del que Antonia había llegado a conocer en muchos vampiros cansados de la eternidad a lo largo de los siglos. Aquel hombre había nacido con el alma de un no muerto y el cuerpo de un mortal. Estaba condenado a vagar entre dos mundos y ser uno de los pocos en su especie por eso ella no se había dejado llevar. Por eso se había aguantado cuando en uno de esos encandilamientos cuando sorbió el elixir de la vida de su cuello hasta tal punto de dejarle inconsciente. Ella aun podía sentir el sabor de su sangre en la boca. Dulzona pero débilmente alcoholizado por las numerosas botellas de vino que se bebía al día y a la vez algo amarga haciendo así que la mezcla fuese explosiva y más excitante de lo que la peliblanco habría deseado. Cada vez que pensaba en sus marcados rasgos y en sus azulados ojos le recordaba a su fiel amigo de eternidad perdido en el combate.

Rezar

El nombre aun hacia su carne temblar, la excitaba y la entristecía al mismo tiempo. Hacia que desease morir para quedarse con él y no volver. Eran tantos sentimientos y tantas sensaciones enfrentadas que a veces pensaba que no lardaría en volverse loca. Poco le quedaba pues en vez de llorar cuando estaba triste se reía como si de niña se tratase, en vez de ser tan mala como todos aquellos depredadores nocturnos de su alrededor se comportaba como una perdida que no parecía tener ni la mitad de edad que tenia. Todo en ella era al revés. Como los engranajes de un reloj que no encuadraban ni forzándolos.

Rezar

Su difunto amante volvió a invadir su mente haciendo que un calor asfixiante se alojase en su vientre. Se sentía quemar pero la magia de aquella noche. La luna parecía no quitarle ojo de encima mientras decidida empezó a desvestir su blanco cuerpo. Primero fueron las numerosas capas de las falda. Luego las malditas enaguas que tanto molestaban. Al final el apretado corset de color beige y por ultimo su broche de pelo que cayó entre las malas hierbas de los alrededores de lago. Tenia que refrescarse aun que sabia que aquel calor no se iba a ir mientras siguiese pensando en aquel hombre que una vez había amado con la fuerza de mil mareas.

-Que él dios de los mortales te tenga en su gloria mi amado Rezar- susurro la eterna joven acercándose al agua de la laguna. Se descalzo de los zapatos antes de dejarse mojar y luego se fue sumergiendo poco a poco hasta que toda ella quedo tragada por la oscuridad durante varios segundos.