La guarida de la bestia (Privado)

Si había algo que admiraba de las jóvenes de los bajos fondos de Paris es que no era fácil hacerlas gritar. Podía sentir el peso de la mirada de Amelie siguiendo cada uno de mis movimientos, el odio contenido en su pequeña y frágil figura irradiaba de ella como la calidez de una hoguera en la que podía calentar mis fríos dedos. Resultaba curioso como el deseo de sobrevivir podía convertir incluso a la más dulce criatura en un animal desesperado, rabioso y violento.

- Amelie – pronuncie saboreando cada silaba de su nombre mientras ocupaba asiento frente a ella y sentía su valor flaquear por el modo en que su corazón se aceleraba por mi cercanía – ¿hay alguien especial para ti en este momento? ¿Un hombre quizás? ¿Haz amado alguna vez al menos? – le interrogue sin conseguir más respuesta que su respiración agitada.

Alargue mi mano buscándola en las tinieblas, sintiendo primero los delicados hombros, su piel ardiendo, revestida por una fina capa de sudor, más arriba su cuello esbelto cubierto por las marcas de mis mordidas. Ella intento alejarse provocando mi risa, a estas alturas debería saber que no había escapatoria. Deje mi peso caer sobre mis rodillas, arrodillándome ante ella para acariciar delicadamente la desnudez de su cuerpo, con el mismo cuidado que pondría un amante abnegado.

- Tanta belleza… tanta juventud – dije hablando contra su trémula piel – ¿debería amarte una última vez?

- ¡Monstruo!- clamo con desprecio, inútilmente intento luchar una vez más contra las ataduras que la mantenían fija a la pesada silla de madera.

- Que cosa tan terrible para decirle a quien te ama y te admira – me reí burlándome de su impotencia al violar con mis dedos su desgarrado interior.

Ella no pasaba de una distracción, algo en lo que enfocar mi atención y saciar los anhelos de mi bestia interior, pero está siempre estaba ahí, al asecho exigiendo el auténtico premio que codiciaba. En los últimos días me ocupe de dejar un rastro tan evidente que no me extrañaría si atraía la atención de otras visitas indeseadas. Me establecí en una propiedad alquilada iniciando de inmediato mis actividades alrededor de la misma, algo que por regla solía evitar, pero esta vez quería atraerlo a mi nido, donde todas las ventajas, así como los riesgos serían míos.

Ligeros gimoteos se escapaban entre los dientes apretados de mi bella Amelie, podía imaginar la consternación dominando su redondeada faz, el dolor en cada uno de sus gestos, pero se resistía a darme lo que deseaba, quizás porque intuía que cuando lo obtuviera ella perdería todo su valor.

- Eres valiente… pero pronto vas a gritar, y gritaras hasta que tus pulmones duelan - le susurre antes de tomarla por el cabello, estrujando sus rizos con fuerza tirando de su cabeza hacia atrás.

Fue aún más glorioso que el canto de un ángel sus gritos elevándose más y más alto, hasta que incluso Ares y Hades abandonaron sus sitios de reposo caminando inquietos, emitiendo aullidos agudos. Solo con los dedos arranque una de sus orbes metiéndomela a la boca para volver a desparramarme sobre mi propio asiento frente a ella, escuchando su llanto en tanto hacia girar sobre mi lengua el gelatinoso órgano.