AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¡Ups! Yo no hice nada [Daniil]
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¡Ups! Yo no hice nada [Daniil]
Estaba medianamente retrasada para la hora del cuenta cuentos, pronto seria mi turno de contar una de mis fantásticas historias a los niños abandonados de la Corte de los Milagros, corrí por las calles como si me estuvieran persiguiendo unos policías, aunque fuera el caso no me detuve en ningún momento, tropecé mas de una vez con algún caballero o alguna dama, di vueltas más de un carro en el mercado que casi ya cerraba a esas horas de la tarde, mi corazón agitado por el ejercicio latía con todas sus fuerzas en mi boca aparecía el sabor amargo de la sangre, algo que se me hacia típico cuando me exigía mas de la cuenta, pero me había quedado dormida, y aunque no podía correr con todas mis fuerzas debido a la gripe que me había pillado hace unas semanas hoy tenía que ir a ese lugar, la fiebre a esas alturas mi compañera de las mas fantásticas alucinaciones y de alguna forma tenía que aprovechar aquello.
Cuando llegue al lugar tropecé con una olla vacía, gracias a mi suerte que así estaba porque me hubiera lamentado mucho derramar comida preparada por Janne. Entre a la corte – ¡Ya llegue! - grite y vi a los niños ya escuchando una historias de fantasía de un conocido gitano, arrugue mi frente, esta era mi hora de contar, no la de él, me había dispuesto a sacarlo de su lugar y sentí la mano de Janne en mi hombro deteniéndome – Las pocas reglas que tenemos, hay que cumplirlas – me dijo con esa voz tan maternal que solo ella podía tener, hice un puchero abriendo mis ojos y mirándola apenada – Lo siento – fueron mis palabras y sentí como todo comenzaba a darse vueltas, respire como pude con una profundidad casi nula y luego esa tos llena de flema y ronca, mi voz parecía la de un niño y no de una niña propiamente tal, el grito y la agitación me jugaban una muy mala pasada. La mano de Janne llego a mi frente y de inmediato comenzó con sus hierbas medicinales, llevándome al lugar donde cocinaba, pero en realidad no me gustaba probar aquello, sentándome obligada sobre un cajón de tablas me quede ahí mirando lo que hacía, ya había decidido no probar aquello. Tan solo necesitaba un descuido de ella y huiría por algo de comida, había llegado tarde a todo los tipos de reparticiones, según alcance a observar a muchos les regalaron ropajes muy monos.
Fue en ese momento cuando Janne se levanto al escuchar los aplausos de los niños y se dirigió hasta ellos, la sonrisa traviesa se poso en mis labios y muy silenciosamente hui por un muro que estaba a medio pie.
Me costaba respirar luego de tanto correr, me costaba un poco tragar después de todo el esfuerzo que había hecho, pero no quería esas hierbas y yo hacia lo que se me antojaba y aquello no era de mi real gusto. Camine como mis pies quisieron hacerlos, ya había perdido mi oportunidad pero mañana les contaría una real historia de fantasía llenas de seres mágicos, elfos y hadas mágicas con un villano que sería el mismísimo príncipe encantado, mientras caminaba la toz se intensificaba, mis tripas rugían y mi imaginación volaba, no sabía eso sí, si era gracias a la fiebre o a que siempre yo era así.
Recorrí la ciudad en busca de algún lugar donde mi delgado cuerpo pudiera caber, no quería mayores esfuerzos, como andar saltando ya que me delatarían, y no quería que me pillaran infraganti. Mire cada una de las casonas de aquella zona residencial, los faroles eran prendidos uno a uno y poco a poco eran iluminadas las calles, la brisa a esas hora era helada y mis brazos pronto se congelaron, mi atuendo no era el más invernal que existía pero era bastante cómodo, unos pantaloncillos de niño color marrón, sujetos con un cordel para que no se me cayeran ya que me quedaban un poco grande, una camisa mangas cortas sujeta por un pequeño corcet color blanco, pero ya estaba bien amarillento; aquello me abrigaba lo necesario, de mi cuerpo colgaba un bolso de arpillera que había hecho con mis propias manos ahí era donde guardaba mis tesoros. La toz volvió cuando me ahogue con mi propia saliva, me apoye en un farol y todo en mi cuerpo se revolvió mi estomago se contrajo haciéndome doler y sentí como ahora si me ahogaba y de mi boca salió un liquido verde con un sabor amargo que me dejo la boca pasada a una amargura que por más que escupí no se paso, volví a respirar un poco mejor, por la boca ya que mi nariz estaba congestionada, maldije la hora en que me pesco la lluvia.
Continúe mi caminar, más lento intentando no tragar saliva y respirar como se me fuera necesario, gire mi cabeza para ver donde exactamente estaba y supuse que en un lugar de acomodados y clase alta, unas casas mas allá había una especie de castillo en miniatura, con adornos que daban miedo a decir verdad, saque mis propias conclusiones, inspeccione el lugar, silencioso, sin luz no había nadie, una de las ventanas de un costado de la casa estaba a medio abierta aunque reforzada por aquellos barrotes mi cuerpo si pasaba por aquel lugar, conocía mi flexibilidad así que caería ahí sí o sí. Sentí como mis piernas flaqueaban pero no me fallaría, no me quedaría tirada ahí medio muerta de seguro en aquel lugar sobraba comida y quizás algo que poder vender en el mercado ambulante.
Me encarame con mis fuerza en los barrotes y medí mi cuerpo, agradecí al altísimo de mi complexión y con cuidado empuje la ventana, que crujió muy fuerte y me quede callada intentando no toser, cuando estuvo parcialmente abierta me adentre al lugar caí como un saco de papas – ¡Ouch! – me queje un poco fuerte y luego tape mi boca por el gran error que había cometido, quejarme. No logre distinguir nada todo estaba muy oscuro y silencioso, no sabía en qué lugar de la gran mansión me encontraba así que me apoye en la pared y me puse a pensar, que lugar inspeccionaría primero, buscar una salida más amplia fue lo primero que se me vino a la mente y di un paso, sintiendo como todo se me volvía a revolver y eso estaba mal, muy mal, la toz volvió y se escucho en cada rincón de aquel lugar, de inmediato me tire al suelo intentando quedar a ras del suelo, para no ser vista en el caso de que hubiera alguien.
Cuando llegue al lugar tropecé con una olla vacía, gracias a mi suerte que así estaba porque me hubiera lamentado mucho derramar comida preparada por Janne. Entre a la corte – ¡Ya llegue! - grite y vi a los niños ya escuchando una historias de fantasía de un conocido gitano, arrugue mi frente, esta era mi hora de contar, no la de él, me había dispuesto a sacarlo de su lugar y sentí la mano de Janne en mi hombro deteniéndome – Las pocas reglas que tenemos, hay que cumplirlas – me dijo con esa voz tan maternal que solo ella podía tener, hice un puchero abriendo mis ojos y mirándola apenada – Lo siento – fueron mis palabras y sentí como todo comenzaba a darse vueltas, respire como pude con una profundidad casi nula y luego esa tos llena de flema y ronca, mi voz parecía la de un niño y no de una niña propiamente tal, el grito y la agitación me jugaban una muy mala pasada. La mano de Janne llego a mi frente y de inmediato comenzó con sus hierbas medicinales, llevándome al lugar donde cocinaba, pero en realidad no me gustaba probar aquello, sentándome obligada sobre un cajón de tablas me quede ahí mirando lo que hacía, ya había decidido no probar aquello. Tan solo necesitaba un descuido de ella y huiría por algo de comida, había llegado tarde a todo los tipos de reparticiones, según alcance a observar a muchos les regalaron ropajes muy monos.
Fue en ese momento cuando Janne se levanto al escuchar los aplausos de los niños y se dirigió hasta ellos, la sonrisa traviesa se poso en mis labios y muy silenciosamente hui por un muro que estaba a medio pie.
Me costaba respirar luego de tanto correr, me costaba un poco tragar después de todo el esfuerzo que había hecho, pero no quería esas hierbas y yo hacia lo que se me antojaba y aquello no era de mi real gusto. Camine como mis pies quisieron hacerlos, ya había perdido mi oportunidad pero mañana les contaría una real historia de fantasía llenas de seres mágicos, elfos y hadas mágicas con un villano que sería el mismísimo príncipe encantado, mientras caminaba la toz se intensificaba, mis tripas rugían y mi imaginación volaba, no sabía eso sí, si era gracias a la fiebre o a que siempre yo era así.
Recorrí la ciudad en busca de algún lugar donde mi delgado cuerpo pudiera caber, no quería mayores esfuerzos, como andar saltando ya que me delatarían, y no quería que me pillaran infraganti. Mire cada una de las casonas de aquella zona residencial, los faroles eran prendidos uno a uno y poco a poco eran iluminadas las calles, la brisa a esas hora era helada y mis brazos pronto se congelaron, mi atuendo no era el más invernal que existía pero era bastante cómodo, unos pantaloncillos de niño color marrón, sujetos con un cordel para que no se me cayeran ya que me quedaban un poco grande, una camisa mangas cortas sujeta por un pequeño corcet color blanco, pero ya estaba bien amarillento; aquello me abrigaba lo necesario, de mi cuerpo colgaba un bolso de arpillera que había hecho con mis propias manos ahí era donde guardaba mis tesoros. La toz volvió cuando me ahogue con mi propia saliva, me apoye en un farol y todo en mi cuerpo se revolvió mi estomago se contrajo haciéndome doler y sentí como ahora si me ahogaba y de mi boca salió un liquido verde con un sabor amargo que me dejo la boca pasada a una amargura que por más que escupí no se paso, volví a respirar un poco mejor, por la boca ya que mi nariz estaba congestionada, maldije la hora en que me pesco la lluvia.
Continúe mi caminar, más lento intentando no tragar saliva y respirar como se me fuera necesario, gire mi cabeza para ver donde exactamente estaba y supuse que en un lugar de acomodados y clase alta, unas casas mas allá había una especie de castillo en miniatura, con adornos que daban miedo a decir verdad, saque mis propias conclusiones, inspeccione el lugar, silencioso, sin luz no había nadie, una de las ventanas de un costado de la casa estaba a medio abierta aunque reforzada por aquellos barrotes mi cuerpo si pasaba por aquel lugar, conocía mi flexibilidad así que caería ahí sí o sí. Sentí como mis piernas flaqueaban pero no me fallaría, no me quedaría tirada ahí medio muerta de seguro en aquel lugar sobraba comida y quizás algo que poder vender en el mercado ambulante.
Me encarame con mis fuerza en los barrotes y medí mi cuerpo, agradecí al altísimo de mi complexión y con cuidado empuje la ventana, que crujió muy fuerte y me quede callada intentando no toser, cuando estuvo parcialmente abierta me adentre al lugar caí como un saco de papas – ¡Ouch! – me queje un poco fuerte y luego tape mi boca por el gran error que había cometido, quejarme. No logre distinguir nada todo estaba muy oscuro y silencioso, no sabía en qué lugar de la gran mansión me encontraba así que me apoye en la pared y me puse a pensar, que lugar inspeccionaría primero, buscar una salida más amplia fue lo primero que se me vino a la mente y di un paso, sintiendo como todo se me volvía a revolver y eso estaba mal, muy mal, la toz volvió y se escucho en cada rincón de aquel lugar, de inmediato me tire al suelo intentando quedar a ras del suelo, para no ser vista en el caso de que hubiera alguien.
Amy Defoe- Humano Clase Baja
- Mensajes : 139
Fecha de inscripción : 13/03/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: ¡Ups! Yo no hice nada [Daniil]
Aquel día, cerca del atardecer, decidió empezar sus actividades temprano; temprano para él, considerando su naturaleza. Tenía demasiados pendientes, además de no dejar de ejercer la medicina aunque gente en Rusia le había aconsejado lo contrario debido a su nueva posición. Negó con la cabeza pensando en aquello al tiempo que se dirigía al baño a lavarse la cara para luego, con parsimoniosa calma vestirse y calzar los cómodos mocasines de cuero. Suspiró al mirar la enorme ventana que adornaba su cuarto, resguardada, siempre resguardada detrás de una gruesa cortina de terciopelo azul.
Azul porque, sin saberlo y sin darse cuenta, ese había sido el color que había marcado sus años mortales y los inmortales también. Azul era el mejor color que lo definía e inconscientemente había dotado todo a su alrededor de aquella tonalidad cerúlea, desde sus camisas favoritas, de tono celeste pálido, hasta la puerta y las cortinas de aquella casa, pequeña para alojar al nuevo Zar del Imperio Ruso, enorme para su gusto, más si consideraba la soledad que lo azoraba. Daba gracias a que Indro finalmente cediera y estuviera ahí con él, aunque conociendo a su viejo amigo, no dudaba que a la menos provocación se marchara bajo cualquier pretexto. ¿En dónde estaba de todos modos? Supo de inmediato que no estaba en la casa y suspiró, Indro, como su propio nombre lo indicaba, era un ser de salvajismo primigenio, imposible de domar, no esperaba que se estuviera quiero en la residencia. Y así había sido.
Cuando finalmente estuvo fuera de su habitación se dirigió a la cocina, donde escuchó a Leslie, su mucama, lavando trastes; tenía una ventaja, siempre eran pocos los platos que tenía que fregar, sólo ella y el cochero comían en realidad y Daniil no era de tener invitados muy a menudo, antes podía explicar ese fenómeno, no era la persona más sociable, lo sabía, pero desde que estaba en París había conocido a más de una persona a la que le gustaría invitar a su casa. Tal vez lo haría, pronto. Sophia, Carmmine o quizá Badou y Atriella. Antes de entrar a la cocina miró la sala de estar, se imaginó a los dos jóvenes cambiaformas haciendo de las suyas en aquel sitio y rio para sus adentros.
Finalmente tocó, siempre lo hacía pues nunca sabía cuando Leslie podía tener abierta de par en par la puerta trasera de la cocina y aún el sol debía reinar sobre París, la hora así se lo daba a entender. Escuchó un ligero y sencillo «pase» con la inconfundible voz de su ama de llaves y lo hizo, pasó. Leslie le sirvió un té, le dio el periódico de esa mañana (costumbre que Daniil no perdía aunque daba igual leer o no las noticias a esa hora) y se retiró para asear la habitación de su patrón.
Una vez que el vampiro terminó el té y de leer se recluyó en su oficina, despacho e incluso consultorio, aquel cuarto servía de todo y era el que se sentía más marcado por la personalidad del doctor que cualquier otro en esa casa. Sin muchos ánimos, agobiado por su nueva vida, tomó el primer documento que requería de su atención, y luego otro, y otro más, poco a poco la pila de papeles pendientes fue disminuyendo pero supo, justo antes de terminar aquella fastidiosa tarea, que su regreso al Imperio Ruso era algo que no podía posponer para toda la vida, empezando porque oficialmente aún no había sido coronado.
-En qué lío me metí –se dijo en voz baja, suspirando pesadamente y luego recargándose sin mucha elegancia en la silla donde se encontraba posado, muy cómoda, había buscado esa silla especialmente para aquella tarea, y muy sencilla también; imaginó que el trono sería muy distinto, se sentiría francamente incómodo y de sencillo no tendría nada. Antes de poder seguir pensando en las vicisitudes de su complicada inmortalidad escuchó ruidos provenientes de la estancia.
Hizo uso de sus habilidades y aguzó el oído, su primera sospecha, desde luego, fue que se trataba de Leslie, la segunda opción que tuvo fue que Indro regresaba de quien sabe dónde se había metido, pero poniendo más atención se dio cuenta que no se trataba de ninguno de ellos dos. Conocía ya la cadencia e intensidad del andar de ambos y estuvo seguro que no se trataba de ninguno. Se puso de pie para ir a investigar, no temió desde luego, no era el mejor en combate cuerpo a cuerpo, pero su condición vampírica le daba ventaja.
Al salir de aquella oficina lo primero que lo golpeó fue la intensa penumbra en la que se encontraba sumida la casa, aunque aquello era común dentro de su reclusión una lámpara de aceite lo había estado alumbrando así que tardó un segundo o dos en ajustarse a la nueva carencia de luz, una vez que se acostumbró a la obscuridad anduvo por el pasillo hasta acceder a la sala donde la chimenea estaba apagada y una ventana abierta, ahí pudo contemplar que la noche ya se había apoderado de la capital gala.
Supo, no, estuvo seguro mejor dicho, que no estaba solo.
-¿En qué puedo ayudarte? –de nada le valía fingir que no sabía que había alguien ahí, aunque a simple vista no podía detectar quién y su ubicación, dejaría que el intruso sólo dejara ver su rostro y diera a conocer sus intenciones.
Azul porque, sin saberlo y sin darse cuenta, ese había sido el color que había marcado sus años mortales y los inmortales también. Azul era el mejor color que lo definía e inconscientemente había dotado todo a su alrededor de aquella tonalidad cerúlea, desde sus camisas favoritas, de tono celeste pálido, hasta la puerta y las cortinas de aquella casa, pequeña para alojar al nuevo Zar del Imperio Ruso, enorme para su gusto, más si consideraba la soledad que lo azoraba. Daba gracias a que Indro finalmente cediera y estuviera ahí con él, aunque conociendo a su viejo amigo, no dudaba que a la menos provocación se marchara bajo cualquier pretexto. ¿En dónde estaba de todos modos? Supo de inmediato que no estaba en la casa y suspiró, Indro, como su propio nombre lo indicaba, era un ser de salvajismo primigenio, imposible de domar, no esperaba que se estuviera quiero en la residencia. Y así había sido.
Cuando finalmente estuvo fuera de su habitación se dirigió a la cocina, donde escuchó a Leslie, su mucama, lavando trastes; tenía una ventaja, siempre eran pocos los platos que tenía que fregar, sólo ella y el cochero comían en realidad y Daniil no era de tener invitados muy a menudo, antes podía explicar ese fenómeno, no era la persona más sociable, lo sabía, pero desde que estaba en París había conocido a más de una persona a la que le gustaría invitar a su casa. Tal vez lo haría, pronto. Sophia, Carmmine o quizá Badou y Atriella. Antes de entrar a la cocina miró la sala de estar, se imaginó a los dos jóvenes cambiaformas haciendo de las suyas en aquel sitio y rio para sus adentros.
Finalmente tocó, siempre lo hacía pues nunca sabía cuando Leslie podía tener abierta de par en par la puerta trasera de la cocina y aún el sol debía reinar sobre París, la hora así se lo daba a entender. Escuchó un ligero y sencillo «pase» con la inconfundible voz de su ama de llaves y lo hizo, pasó. Leslie le sirvió un té, le dio el periódico de esa mañana (costumbre que Daniil no perdía aunque daba igual leer o no las noticias a esa hora) y se retiró para asear la habitación de su patrón.
Una vez que el vampiro terminó el té y de leer se recluyó en su oficina, despacho e incluso consultorio, aquel cuarto servía de todo y era el que se sentía más marcado por la personalidad del doctor que cualquier otro en esa casa. Sin muchos ánimos, agobiado por su nueva vida, tomó el primer documento que requería de su atención, y luego otro, y otro más, poco a poco la pila de papeles pendientes fue disminuyendo pero supo, justo antes de terminar aquella fastidiosa tarea, que su regreso al Imperio Ruso era algo que no podía posponer para toda la vida, empezando porque oficialmente aún no había sido coronado.
-En qué lío me metí –se dijo en voz baja, suspirando pesadamente y luego recargándose sin mucha elegancia en la silla donde se encontraba posado, muy cómoda, había buscado esa silla especialmente para aquella tarea, y muy sencilla también; imaginó que el trono sería muy distinto, se sentiría francamente incómodo y de sencillo no tendría nada. Antes de poder seguir pensando en las vicisitudes de su complicada inmortalidad escuchó ruidos provenientes de la estancia.
Hizo uso de sus habilidades y aguzó el oído, su primera sospecha, desde luego, fue que se trataba de Leslie, la segunda opción que tuvo fue que Indro regresaba de quien sabe dónde se había metido, pero poniendo más atención se dio cuenta que no se trataba de ninguno de ellos dos. Conocía ya la cadencia e intensidad del andar de ambos y estuvo seguro que no se trataba de ninguno. Se puso de pie para ir a investigar, no temió desde luego, no era el mejor en combate cuerpo a cuerpo, pero su condición vampírica le daba ventaja.
Al salir de aquella oficina lo primero que lo golpeó fue la intensa penumbra en la que se encontraba sumida la casa, aunque aquello era común dentro de su reclusión una lámpara de aceite lo había estado alumbrando así que tardó un segundo o dos en ajustarse a la nueva carencia de luz, una vez que se acostumbró a la obscuridad anduvo por el pasillo hasta acceder a la sala donde la chimenea estaba apagada y una ventana abierta, ahí pudo contemplar que la noche ya se había apoderado de la capital gala.
Supo, no, estuvo seguro mejor dicho, que no estaba solo.
-¿En qué puedo ayudarte? –de nada le valía fingir que no sabía que había alguien ahí, aunque a simple vista no podía detectar quién y su ubicación, dejaría que el intruso sólo dejara ver su rostro y diera a conocer sus intenciones.
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