Buscando ¿consuelo? +18 [Daniil]

Esa noche en especial estaba agobiado por mil y un cosas, por el recuentro con Mihai, saber que ahora se hacía llamar Indro, el estira y afloja que era nuestra relación, convencerlo de venir a París, su negativa, la promesa de volvernos a ver; lo que yo necesitaba era un whisky y nada más, haber salido a mi paseo nocturno de costumbre había sido un error, esa noche no me hacía falta, necesitaba regodearme en mi propia miseria, sí, necesitaba, porque de vez en cuando dejo de ser el amable médico que soy todos los días me me convierto en el mísero vampiro que en realidad soy.

Caminé con paso apresurado y la mirada gacha, ignorando a otros transeúntes, estoy seguro que ese día alguien podía estar gritando auxilio y yo no iría a socorrerlo, ese idiota de Mihai no debería tener tanto poder en mi, es sólo que... en resumen le debo la vida, y me pone mal, pensar en que tal vez no quiera venir me entristece, soy un niño y ese hombre mi mejor amigo, debería dejar de pensar en mi como un niño caprichoso y berrinchudo, pero eso es lo que soy. Apreté el paso, a nada de comenzar a trotar y luego correr, refugiarme en mi casa, las cuatro paredes que normalmente son mi prisión, esa vez serían mi refugio, porque soy un cobarde y necesito refugiarme en ese sitio, y en el whisky, era la mejor idea que había tenido esa noche, amanecer solo bebiendo escocés y repasar mis andadas con ese imbécil de Indro... Mihai... como sea.

Doblé la esquina y caminé un par de metros más, unos cuantos pasos más y habría llegado, sentía cerca mi meta cuando en la obscuridad de la noche, sórdida iluminada por tenues faroles vi la silueta de una mujer, hincada en el suelo, con las manos sobre el mismo, el temblor de su cuerpo me indicaba que estaba llorando. Me quedé ahí, parado, sin saber qué hacer, con una batalla interna que, si no me hubiera apresurado a decidir, hubiese acabado con mi cordura, ¿ir a ayudarla o seguir mi camino?, pero fue el médico de Nóvgorod quien le ganó al vampiro sin origen.

Caminé hasta ella y me paré de frente, sacudí la cabeza, si iba a ayudarla lo haría bien, ella que culpa tenía de mis problemas personales.

-¿Señorita? -dije para llamar su atención pero no esperé por una respuesta, me puse en cuclillas para ayudarla a ponerse de pie, alzó la mirada a penas y fui yo el sorprendido al verla-, ¿Magnolia?

Decir su nombre me vino en un acto reflejo que no pensé con detenimiento, tal vez al interior del burdel yo era su consentido, como habíamos quedado, pero aquí, en la calle, debía ser yo un desconocido, pude sentirlo cuando su expresión absorta me apaleó sin esperarlo. Estaba hecha un desastre, iba descalza y estaba llorando, preguntar o no, no sabía. Se sentó en el suelo y yo me hinqué para quedar más cómodo. La sangre en su mano y lo que me había dicho hicieron que volteara a ver su pie.

-Déjame ver -le dije con voz callada y suave, con delicadeza tomé su pie y antes de hacer otra cosa la miré a los ojos-, soy médico, confía en mi -le pedí porque claro, en el burdel no había tiempo de explicarle a qué me dedicaba, qué era de mi vida, en ese sitio era sólo su cliente, y ella la mujer que redimía mis pecados. Moví el pie en círculos, ella parecía aún demasiado estremecida como para apartarme-, dime si te duele -le pedí, era necesario para saber si estaba roto, torcido o sólo era el golpe.

Sin embargo, era obvio que un tropiezo no era motivo para tanto llanto, y que había estado llorando desde antes, desde antes de quedar tirada en ese sitio. Mientras seguía con mi labor profesional levanté la mirada para verla, era como un crimen atroz que su rostro, hermoso como lo recordaba bien, esta noche estuviera rasgado por las lágrimas, y por la sangre. Por fortuna, la sangre no era demasiada y mezclada con las lágrimas hacía que el olor no me pusiera mal.

-¿Puedes ponerte de pie? -le pregunté -yo vivo muy cerca, no creo que sea adecuado que te quedes aquí -traté de usar mi voz de médico, pero no podía, mi tono fue el del hombre preocupado que en ese momento era, no podía fingir distancia, menos con ella, con Magnolia, porque si yo era su consentido, ella era la mía también.

Desde luego, su pie no era el problema más grande, eran sus lágrimas, y mi terrible necesidad de saber el motivo, pero a pesar que habíamos tenido esa especie de... conexión, nuestra relación no había florecido más allá de los muros del burdel, nunca la había visto en plan de ciudadana, ni ella sabía que yo era médico hasta ahora, suspiré al verla tan vulnerable, descalza, ¿quién salía descalzo en su sano juicio? y con el vestido lleno de sangre, quería preguntar pero no sabía qué tanto podía entrometerme. Intenté agacharme para ayudarla cuando estuvo de rodillas pero pronto pudo hacerlo sola y sé que en momentos como esos necesitas cualquier logro insignificante como ese para no sentirte débil.

-No es molestia -dije en automático-, de verdad creo que deberías acompañarme -la tomé por los antebrazos y busqué su mirada, cosa que se me negó, claro -no sólo por tu pie, y por el hecho que vienes descalza, sino porque creo que necesitas calmarte antes de deambular por las calles otra vez -la solté y di un paso hacia atrás para poder verla completamente, todo su cuerpo, todo el desastre que esa noche era la mujer que me recibía en mis noches que eran obscuras como el día era largo, ella me había salvado sin saberlo, quería retribuirle algo de eso.

Me atreví a estirar una mano y posarla en su mentón, levantando su rostro para poder verlo, traté de dibujar una sonrisa conciliadora para ganarme su confianza, para hacerle saber que tal vez éramos prostituta y cliente y no algo más porque las circunstancias no nos lo habían permitido, no porque yo no lo quisiera.

-Por favor -le dije en tono suave, acompasado, "por favor" muchas cosas, "por favor confía en mi", "por favor, es por tu bien", "por favor acompáñame", "por favor ya no llores que me partes el corazón"

Que dijera mi nombre en ese instante fue un alivio para mi, comenzaba a creer que no me había reconocido y eso me dolía en lo más profundo, porque a pesar de los márgenes de nuestra relación, quería creer de verdad que yo gozaba de cierta calidad de "especial" para ella, era sólo mi ego lastimado y mi amor propio vilipendiado los que me obligaban a creer esa fantasía, que ahora que escuchaba mi nombre de su voz (sin gemidos y sin sudor de por medio) resultaba que no lo era tanto, no era tanto una falacia y era más una realidad.

El agradecimiento venía por añadidura, me hubiera dado igual que me dijera "gracias" como lo había hecho o un insulto, lo que me importaba en realidad era que me podía recordar, o que había logrado acomodar sus procesos mentales como para poder articular mi nombre, tan complicado para la pronunciación francesa.

Trataba con tanto ahínco hacer parar sus lágrimas, cómo decirle que no hacía falta, que llorara, que no la iba a juzgar porque si alguien sabe de llanto, ese soy yo; estoy seguro que en ese instante Mihai me miraría reprobatoriamente si el muy idiota no se hubiese negado a acompañarme. Me tomé una libertad que tal vez, tratándose de alguien más me hubiese costado caro, pero que estuve seguro, tratándose de ella, de Magnolia, de mi consentida, me iba ser indultada, caminé el paso que antes había dado hacía atrás e imité a sus brazos que en ese momento la rodeaban, se abrazaba a sí misma y yo hice lo mismo, la abracé y la llevé contra mi cuerpo.

-Tranquila -fue lo único que se me ocurrió decir, trillado y pésimo, pero no tenía demasiadas palabras en ese instante-, ven, vayamos a mi casa -rompí el abrazo y sin pensarlo demasiado me quité el saco y se lo acomodé por encima de los hombros-, te prepararé un té, ¿te gusta el té? -quise darle ese toque mundano a la conversación para brindarle algo de paz que obviamente tanto necesitaba.

Reí con tristeza cuando ella admitió no poder detener sus lágrimas, me hubiese gustado unirme a su llanto para hacerle entender que no estaba mal, cualquiera que fuese su motivo era suficiente, pues si la hacía llorar y de ese modo, con tanto desconsuelo, debía ser suficiente. Existía la mala costumbre entre los humanos de tachar de nimiedades ciertas cosas que hacían sufrir a otros, "tonterías" decían sin tentarse el corazón, sin embargo yo tengo la firme creencia que si algo que parece una "tontería" hace llorar o hace feliz a alguien, resulta que no es después de todo algo tan insignificante, no para esa persona al menos.

Comenzamos a caminar, sus pasos eran inseguros y yo aguardaba paciente a que avanzara, yo me adaptaba a su ritmo sin ritmo, a su avanzar austero e inseguro, cuidado sus pasos, que no volviera a caer, sosteniéndola de la cintura y el codo mientras ella seguía abrazándose sola, nunca el trayecto de esa esquina a mi casa se me había hecho tan largo en las semanas que ya llevaba en París, todo ese rato guardé silencio, sino volvería a caer en los lugares comunes de los que ya había abusado en tan sólo un par de líneas que habíamos cruzado.

La dejé un momento cuando estuvimos frente a la puerta color cerúleo y ornamentos dorados, una puerta que yo no elegí, ya estaba cuando decidí hacerme de esta propiedad, pero me gustaba su color similar al azul ruso como el de los gatos.

-Espera -le dije y la solté unos momentos para abrir, no me gustaba molestar a mis sirvientes, ya tenían suficiente con lidiar con un amo tan peculiar como yo, que sólo sale de noche y que tiene demasiados libros que limpiar, regresé por ella y volvimos a caminar, subimos los tres escalones y pasamos el marco de la puerta para acceder al pequeño recibidor sin mucho en especial, pero esa no era mi meta, mi meta era llegar hasta la sala de estar, de sillones antiguos y chimenea apagada, cortinas de grueso terciopelo e iluminación ambarina.

-Siéntate -le señalé un lugar en un sofá de dos plazas-, ahora vuelvo -desaparecí tras una puerta sencilla, más sencilla que el resto de la casa, que no era muy grande, me gustaba por su enorme jardín, eso había sido lo que me había enamorado de ella y por eso la había adquirido; fui a la cocina y a poner el agua para el té que había prometido, el pitido de la tetera me indicaría cuando estuviera lista así que regresé a hacerle compañía. Me senté a su lado y le sonreí algo tímido, mantuve la distancia hasta que ella me diera permiso de acortarla-, el té estará en algunos minutos -le dije por decir algo.

Me quedé pensando y ella aún lucía alterada como para hablar.

-¿Te duele? -me refería a su pie, porque era evidente que algo le dolía en el alma.

El silencio era adecuado, dijo un gran pintor y en ese momento tuve que estar de acuerdo, el silencio no sólo era adecuado, era el único sendero que nos quedaba por andar. Quería y no, así la miraba, de soslayo, como si fuese un atrevimiento posar mis ojos en su figura que yo ya conocía desnuda, pero las circunstancias eran diferentes, y las miradas debían serlo también. Al menos el dolor físico era ínfimo, estuve seguro que después de un golpe como el que se había llevado aún debía haber algo de eso. La escuché hablar y cuánto me hubiera gustado haber tenido palabras para hacerla sentir mejor, pero esa es una habilidad de la que carezco. Sentí su cabeza en mi hombro y mi reflejo fue sonreír, ahí estaba, la barrera de la distancia rota con un sutil movimiento de ella, una dama aún más sutil.

-¿Quién dijo que quería que trabajaras esta noche? -le dije, ahora que tenía acceso a su oído, usé esa voz bajita y tierna que había diseñado hace tiempo para dirigirme a mujeres como ella, no prostitutas, sino mujeres con las que he llorado sin lágrimas, mujeres con las que he demostrado mi debilidad, el endeble individuo que soy-, eres Magnolia y yo Daniil, nada más -eso, esa noche no éramos más que eso, no le estaba pidiendo más, no estaba esperando algo de ella. La situación en la que nos habíamos conocido no importaba, importaba que nos habíamos conocido, y que esta vez yo le había tendido la mano para ayudarla como lo hubiese hecho con otra mujer como ella, con las que lloro sin llorar.

Deslicé mi brazo por sus hombros y la atraje más hacia mi, otra vez el silencio fue el camino que decidí tomar por ambos, y de la nada, sorprendiéndome incluso a mi, la besé, en la frente, con ternura, deseaba que mis labios sanaran sus heridas, sabía que no podía pero me gustaba jugar con la posibilidad de algún día desarrollar una habilidad tan maravillosa y útil.

-¿Cómo te gusta tu té? -le pregunté, podía escuchar el agua hirviendo en la cocina y la tetera no tardaría en anunciarme que estaba lista. Preguntas... ¿preguntas sobre su condición?, claro, tenía miles, pero todo a su tiempo como quien labra la madera, poco a poco, no quería aturdirla.

¿Es que había dicho algo mal?, cuando parecía que se había calmado me vuelve a tomar y me abraza y qué puedo hacer yo, sólo abrazarla más fuerte, no sé qué dije o hice pero no quiero ponerla más mal de lo que ya está. El pitido de la tetera me hizo mirar de soslayo la puerta que me conducía a la cocina, con cuidado y suavidad me separé de ella y me puse de pie antes que uno de mis sirvientes creyera que era una tetera que había dejado descuidada. Me puse de pie pero sostenía su mano y le sonreí, le sonreí de tal modo que supiera que estaba yo ahí, no importando el motivo de su llanto, y de la sangre y de sus pies lastimados.

-Se puede -le dije-, como tú lo quieras, así será -y avancé rumbo a la cocina, dejando su mano en el camino, tratando de no tardarme en volver. Mientras preparaba los tés pensaba y nada llegaba con claridad a mi mente, tomé las dos tacitas de porcelana, de decoración sencilla y bordes rosados y regresé a la estancia.

-Toma -estiré la mano que llevaba taza con su té, té de jazmín para el estado en el que viene, y porque el aroma me tranquiliza a mi, yo sólo me preparé agua caliente con limón, para hacerle compañía. Espero a que le de el visto bueno mientras yo me estiro y coloco mi taza en la mesa de centro.

-¿Qué tal? -pregunté ansioso por su aprobación, como lo hiciera aquella vez en el burdel, una necesidad terrible por la aprobación del sexo opuesto rige mi vida, suspiré para tomar valor y formular la siguiente pregunta-, ¿puedo saber qué provocó que anduvieras por las calles sin zapatos? -finalmente pregunté, era inevitable no llegar a ese punto, si me quería decir o no, ese era asunto distinto.

Sonreí ante su aprobación y ante su comentario, por ese breve instante pareció la cortesana que me recibió aquella noche, como si el color regresara tan rápido como un relámpago a su semblante y a la habitación, pero así de rápido como había llegado se había esfumado y aunque tratara de sostener con las manos desnudas un instante como ese, no hubiera podido. Habla casi al mismo tiempo que yo y escucho con atención, estaba a punto de tomar mi taza antes que el agua ahí se enfriara pero me detuve y me senté muy recto ante lo que me estaba diciendo.

Comprendí lo que decía, y comprendí también que esta mujer tenía muchas más capas de lo que aparentaba, tal y como lo había presentido en el burdel. Era demasiada información que procesar y en este instante lo que ella menos necesitaba era alguien que la juzgara por no usar el nombre que sus padres le habían dado al nacer a la hora de ejercer ese oficia que de por sí, ya llevaba un estigma intrínseco.

Y quién era yo, después de todo, para hablar de sinceridad, cuando yo mismo no le había dicho mi naturaleza, cuando yo mismo acababa de regresar de Italia donde mi mejor amigo me había confesado que su nombre no era Mihai como yo siempre lo había conocido, quién era yo en ese enredo, nadie, absolutamente nadie, sin autoridad y sin fe.

Me puse de pie para luego hincarme frente a ella, tomé su mano, parecía que iba a pedirme matrimonio, aunque por supuesto ese no era el motivo. La miré, yo desde abajo como un siervo sumiso.

-Te duele la traición -quise suponer-, ¿te sentirías mejor si te digo que todos somos un engaño? -a diferentes niveles, pero era verdad-, yo mismo soy uno.

Aún seguía en aquella posición tan extraña, pero me estaba vulnerando adrede para que ella sintiera confianza, me decía fragmentos de lo que parecía ser una historia mayor, pero no iba a ejercer presión alguna para que me lo contara, tal vez, más tarde, más calmada pudiera hacerlo. Hasta el momento sólo sabía su verdadero nombre (austriaco, según escuchaba), y que tenía un amigo de esa raza que era mi enemiga por naturaleza, también, en medio de los fragmentos sueltos de este rompecabezas que me tocaba a mi unir podía saber que ella había sido completamente sincera con él, y que él no le había pagado con la misma moneda. Una traición, como me había aventurado a decir hace unos momentos.

La miré nuevamente deseando tener palabras suficientes para hacerla sentir mejor, pero no las tenía.

-Quisiera poder decirte algo -aún de rodillas, aún tomándole la mano-, pero nada que diga te va a hacer sentir mejor -y era triste, y me desesperaba no tener la capacidad de hacerla sentir mejor-, también me encantaría conocer a Olivia Von Habsburg -me llevé una mano al pecho, enfatizando lo que decía, que mi deseo era real, que tal vez Magnolia Velvet era mi puta consentida, pero quería saber qué más había detrás, que historia tenía que contar-. Quiero creer que si tu amigo no te lo dijo antes debe ser por una buena razón -porque ese soy yo, siempre pensando lo mejor de las personas.

Cerré los ojos cuando sentí su caricia en mi rostro y me puse de pie. Volví a tomar asiento a su lado.

-Porque todos lo somos -respondí con vaguedad, no iba a decirle que era un vampiro, no en ese momento, porque lo que menos necesitaba eran más impresiones, además que seguramente la atemorizaría, porque eso es lo que hacemos siempre, sembrar terror y no la confianza que necesitaba que tuviera en mi.

Escuchaba con atención sus palabras, desmenuzando letra por letra, entonación y cada línea y cada inflexión, como si en cada asta y cada curva de las letras que de su boca salían yo pudiera descifrar un acertijo mayor, sin embargo, no había adivinanza ulterior, lo que me decía era tácito y sin dobles lecturas, estaba hecha un desastre, ni más, ni menos.

Primero estaba lo primero, el asunto de su amigo que le había dicho la verdad sólo porque su situación era extrema, de otro modo jamás lo hubiera hecho, de otro modo Magnolia u Olivia, o ambas jamás se hubieran enterado y seguiría siendo la chica alegre, coqueta y sensual que yo conocí, y de ese modo, yo jamás me hubiera enterado de todo lo que me estaba enterando ahora.

La tomé por ambas manos y acaricié el dorso con mis pulgares, yo frío como témpanos de Siberia y ella caliente como la rabia que sentía en ese instante, miré nuestras manos unidas y suspiré para luego alzar la mirada, observarla, ver esos ojos otrora radiantes hoy nublados por lágrimas injustas, quería hacerlas desaparecer, que no mancharan su rostro, poder gritarles que se fueran, que la dejaran en paz, volví a agachar la mirada, tal vez avergonzado de no poder hacer en realidad nada porque su llanto y su desdicha se detuvieran.

-Eres su amiga -asentí-, y eso es lo que hacen los amigos -dije aún sin mirarla a los ojos -aunque te haya ocultado lo que es, no creo que te haya ocultado lo que siente -alcé la mirada finalmente -lo que siente por ti -afirmé, parecía que me estaba poniendo del lado de aquel licántropo desconocido para mi, pero la verdad era que sólo estaba tratando de hacerla sentir mejor, que no se sintiera usada como había afirmado que se sentía.

Pero antes de poder continuar sus palabras me azoran como buitres a un cadáver, me cimbran, me parten el alma si aún la tuviera contenida en el cuerpo (a veces creo que nunca la perdí, porque puedo sentirla claramente cuando se desagarra). Arrugo el entrecejo y clavo mis ojos en sus orbes color aceituna.

-No digas eso -apresuré mis palabras-, eres más que una prostituta -era una mujer de mil nombres que salva a muchos hombres, entre ellos yo-, y puedes ser más también, puedes ser lo que tú quieras -si en ese instante me dice que quiere ser reina comenzaré a llamarla "su majestad"-. Puedes ser Olivia conmigo -le sonreí con timidez-, si quieres -propuse, no le estaba pidiendo que me dijera quien era Olivia, sólo que no se sintiera cortesana a mi lado, que fuera ella sin la máscara de Magnolia.