Buscando ¿consuelo? +18 [Daniil]

La miré unos momentos, escuchando sus preguntas que eran totalmente válidas, pero me sorprendía desarmado, sin respuestas concretas, yo quería poder asegurarle algo, lo que fuera, pero no había modo. Así era, tal como ella lo había dicho, las relaciones personales eran todo menos sencillas.

Su reacción me tomó desprevenido, pero en cuanto sus labios, cálidos y expertos se posaron sobre mi piel fría y muerta sonreí algo taimado, cohibido por su atrevimiento, la sensación que me dejó el la comisura de los labios fue de querer más, pero no era momento de pensar en eso. Su risa fue un alivio para mi alma, al menos reía, la hacía reír y eso era como una luz tenue prendida en medio de un túnel obscuro.

-Daniil tampoco es muy divertido -le respondí al tiempo que posaba mi mano sobre su mejilla y limpiaba una lágrima más; estaba más tranquila y eso me tranquilizaba a mi-, me gusta verte sonreír y me gusta el sonido de tu risa -confesé con voz calmada, suave, como un pañuelo de seda pasando por un ojal, diciendo aquello con total convicción, que me regalara esa risa, por breve y efímera que fuera, era para mi una señal de que al menos la estaba haciendo sentir mejor... o menos peor.

Bajé la mano de su rostro hasta su propia mano y la tomé, regresando a la posición en que estábamos.

-No quiero que me digas quién es Olivia -comencé -no te estoy pidiendo tal cosa, pero por favor, hoy aquí no eres Magnolia la prostituta, eres mi invitada y te puedes llamar como quieras... -dije con seriedad con la vista fija en un punto entre nuestras manos y quién sabe donde, pero en realidad tenía la mirada perdida, luego simplemente alcé el rostro y clavé mis ojos en los suyos, sonreí de lado-, si te hace sentir más cómoda también a mi cámbiame el nombre -bromeé, dije aquello con un dejo de risa tonta y traviesa.

Guardé silencio otra vez, mirándola, no quería ponerla incómoda con mi mirada pero en el pasado me había dicho que podía controlar caballos desbocados con la sola mirada, esta vez lo único que quería hacer era tranquilizarla.

-No quiero sonar a tirano, pero quiero que reflexiones lo de tu amigo, quiero que escuches sus razones antes de juzgarlo -a mi qué más me daba, no lo conocía, pero sí a Magnolia y aunque las posibilidades de volverla a ver eran pocas (como esta, que había sido una casualidad) quería de algún modo estar seguro que no iba a volver a cometer la locura de salir descalza en medio de la noche llorando con riesgo que alguien más la encontrara y le hiciera daño. Quería reducir el margen de error-, y que si vuelves a querer huir, corras a este sitio, aquí siempre vas a ser bienvenida y siempre voy a estar dispuesto a escucharte.

Seguramente me veía como un completo idiota sonriendo de la forma en cómo lo estaba haciendo, "tú me haces sonreír" había dicho y eso lo mismo me alegró que me puso nervioso, normalmente creo que soy un tipo perpetuamente congelado en la crisis de los 40, pero en ocasiones como esta soy un adolescente torpe sin experiencia alguna. Me han dicho en más de una ocasión que es parte de mi encanto, no sé a qué encanto se refieren, y me lo han repetido un par de veces en diferentes tiempos y lugares, pero tampoco tantas como para comenzar a creerlo.

-Ah, Daniil es sólo un hombre -o vampiro, lo que quería decir era que no había nada especial en mi, yo sólo era como era, y eso me había traído más problemas que beneficios-, y hay que dejar de hablar de mi en tercera persona -continué un poco con la broma.

Asentí al escuchar su decisión, era perfecto, Olivia y Daniil en esa noche no planeada, me alegraba verla mejor, más tranquila y hasta con ánimos de reír, me hacía sentir útil, al menos.

-Perfecto -di una palmada a sus manos y las separé rompiendo el contacto pero no aumentando la distancia-, ¿y qué es lo que Olivia y Daniil harán esta noche? -regresaba a hablar de mi mismo en tercera persona, era extraño -así como te dije que podías ser quien quisieras también eres libre de hacer lo que quieras, y yo estoy para complacerte -si quería podíamos embriagarnos, si quería podíamos leer un libro, si quería podíamos fingir ser reyes de un país inventado, era mi invitada como se lo había dicho y como tal yo estaba para cumplir sus deseos.

A penas decía aquello cuando me sorprendía con lo siguiente, mi reacción inmediata, desde luego fue el sonrojo, como el torpe adolescente que a veces soy, que abandona al médico cuarentón, y luego una risa nerviosa no menos cohibida.

-Nada de eso, soy ordinario, ¿qué puedo tener de excepcional? -no me atrevía a mirarla a los ojos, estaba muy avergonzado y halagado de que esa fuera su impresión de mi-, si acaso hay algo fuera de lo común eso es el tamaño de mi nariz y mis cejas -bromeé con respecto a los grandes traumas de mi vida, tan sólo para restarle importancia a eso que decía, claro que no había nada extraordinario en mi, sólo tal vez el hecho de ser un vampiro.

-Y sí estamos en eso... -la miré con una ceja levemente arqueada -podría decir lo mismo, eres una mujer no sólo hermosa, sino interesante, cosa de la que no muchas mujeres en tu condición -cortesanas quería decir -pueden jactarse de ser, y vas a decir que me lo estoy inventando... pero desde el primer momento que te vi noté un halo de misterio a tu al rededor, toda una historia detrás de esos ojos color aceituna -di un toque breve a la punta de su nariz, de nueva cuenta no le estaba pidiendo que me contara, sólo remarcaba sus cualidades, las que no eran físicas, porque esas eran obvias.

Luego me atreví a acercarme más, hasta su oído, retiré un mechón de cabello que se interponía en mi camino y hablé con voz baja.

-Además eres mi consentida -no, no quería que fuera la cortesana, quería que supiera que bajo cualquier circunstancia lo iba a ser, no importando si estábamos en el burdel, en mi casa o en la orilla del mundo.

A su pregunta sólo tuve una respuesta, me encogí de hombros, porque en realidad no lo sabía, no sabía mucho sobre cordura y lucidez, sólo que yo había logrado salir airoso por tantos años gracias a algo que aún no lograba comprender, pues aún no entendía cómo con tanto a cuestas lograba mantenerme con tanta claridad de pensamiento, la suficiente al menos. Luego sonreí, no me gustaba que me mirara con tanta adoración, pero me hacía sentir bien, como un líquido hirviendo corriendo por mis venas, llenando de vida mi cuerpo técnicamente muerto, inundándome el pecho, ahogando mis penas, que son muchas.

Unos segundos más esperando que me dijera sus deseos, que para mí eran órdenes, expectante con ambas cejas levantadas, observándola con una sutileza que no recordaba yo ser poseedor, como si mi sola mirada (la de un monstruo, a quién engañaba) pudiera hacerle daño, pero al mismo tiempo su sola presencia era una figura de metal y mis ojos un par de magnetos, no podía dejar de verla; tal vez era era lo extraño de nuestra historia, o tal vez que sólo me gustaba observarla, con su gesto travieso... ¡cómo extrañaba esa expresión!, hasta ahora me daba cuenta pero en el instante mismo que la reconocí en la calle, llorando del modo en que lo hacía comencé a echar de menos ese semblante, el de la segura Magnolia, la que por una noche, aquella noche me hizo observar las luces del norte que tocan el suelo, las mismas que observaba en la frontera con Finlandia cuando aún había un alma dentro de mi cuerpo.

Supongo que para entonces mi rostro había recuperado algo del color que recordaba del joven estudiante de medicina ruso que alguna vez fui, pues todo lo que me decía, tantas cosas que no merecía, sólo lograban algo, que me sonrojara cada vez más. Reí nervioso finalmente.

-Nada de eso -negué con la cabeza, agachándola un poco para que no viera como me tenía, aunque según sus palabras "me veía muy mono" -si acaso algo de eso es verdad, es porque no mereces menos -tomé su mano nuevamente, la alcé con lentitud y deposité un beso en ella para luego mirarla, sonriendo con los ojos -y que soy doctor, eso también es verdad -reí.

No me lo estaba inventado, de verdad creí eso la primera vez que la vi, iba a decir algo al respecto cuando ella hizo aquella otra confesión, por un segundo me quedé aturdido y luego miré a un lado y al otro como perdido.

-Es una pena que no tenga uno a la mano, me gustaría escucharte algún día -me arrepentía de ser un negado total para la música y las artes en general, cómo alguien como yo que las disfrutaba tanto tiene tan poca habilidad para desarrollarlas, era una pena.

Una vez más, puedo apostarlo, me sonrojé cuando correspondió lo que le decía. Eso era, éramos el consentido el uno del otro y funcionaba, o lo hacía hasta ahora al menos y eso, por el momento, me servía y esperaba que a ella también. La observé unos momentos pensando en qué podríamos hacer esa noche, miré de soslayo el té, a penas bebido y estoy seguro que tibio a estas alturas.

-Ven -la tomé de la mano, me puse de pie y ella tuvo que hacer lo mismo ante el suave jalón que le di-, cuando llegué a París lo único que busqué en una casa fueron 2 cosas, una biblioteca y un jardín grande -expliqué mientras me encaminé a la puerta que daba al segundo -en noches en las que me siento muy atribulado -me giré paramirarla, sonriendo y hasta emocionado -salgo a observar las estrellas, ¿quieres observarlas conmigo? -abrí la puerta y ahí estaba, lleno de flores (casi puedo escuchar la risa de Indro si algún día viene y conoce este lugar tapizado por flores) y la vista perfecta al cielo nocturno.

Era increíble, o me parecía increíble al menos que, a pesar de su oficio y su experiencia yo tuviera la capacidad de sonrojarla, me gustaba pensar que sólo yo era capaz de hacerlo aunque muy probablemente no fuera así, era sólo algo que me gustaba creer que teníamos los dos, como un código entre ambos, tan bien confeccionado que sólo nosotros éramos capaces de entenderlo, solía crear ese tipo de historias en mi cabeza para no sentirme tan solo, a veces funcionaba, a veces simplemente me ganaba el sentimiento de desahucio al que no debería acostumbrarme pero que con los años me he hecho a la idea que ahí estará siempre acompañándome, por eso noches como esta, en las que encontraba compañía como la de Magnolia las atesoraba como nada en este mundo.

Estuvimos finalmente fuera en el jardín y ella se dejó caer en el césped, una risa divertida se me escapó mientras la observaba con ese gesto inquieto que se me contagiaba, eso era precisamente lo que quería así que ante su invitación de acompañarla no lo dudé dos veces, me senté a su lado en el pasto, no era de esos que se la pasaban cuidando sus finas ropas, me daba igual, prefería los pequeños detalles como este que a la larga eran más valiosos que conservar impecable mi atuendo.

No sólo me senté, sino que terminé por recostarme al completo, cacé la mano de Magnolia entre la mía y la halé para que hiciera lo mismo, parecíamos un par de adolescentes, pero no importaba, no me importaba mientras pudiera alejarla de eso que en un principio la tenía llorando. Mi mano libre la puse sobre mi abdomen y mi mirada directa y sin escalas al cielo, a las estrellas, a las constelaciones en las que muchos encontraban respuestas, yo sólo buscaba en ellas paz y casi siempre me la concedían.

-Mira -señalé -ese es "Osidius, el enfático" -tracé una constelación inexistente, eran sólo un grupo de estrellas que no tenían que ver una con la otra, la miré de reojo y sonreí de lado -no, la verdad me lo estoy inventando -reí.

Su cercanía me ponía nervioso, como hace mucho nadie lograba ponerme, pero no de un modo incómodo, sino de esas veces que te gusta ese sentimiento de inquietud que la otra persona provoca en ti, no pude contenerme al decirle que me estaba inventando la constelación; conozco la gran mayoría, sé ubicarlas y qué historia hay detrás de ella (Ophiuchus, en especial, quien rige a los que practicamos la medicina). Guardé silencio y podía escuchar con lujo de detalles su respiración, su caja torácica expandirse y contraerse con cada bocanada de aire nuevo que entraba a su cuerpo, un ritmo que me gustaba: arriba, y abajo, una y otra vez, imperceptible para los mortales, me gustaba poder captar los sonidos y los aromas que otros no podían, como el ritmo y el perfume de Magnolia, Olivia... no importaba, ese perfume suyo, el natural, no uno que venga enfrascado y vendido, sino el que su cuerpo desprende, su olor natural.

Cuando me dijo gracias, inmerecidamente creo, me incorporé un poco, me puse de costado y me apoyé en el codo, corté una pequeña flor, una que no fue sembrada aquí, sino de esas que crecen de forma silvestre y sin control, comencé a jugar con ella entre mis dedos.

-No me tienes que agradecer nada -la flor danzaba en mi mano y mis ojos fijos en los suyos, yo obstruyéndole la vista al cielo nocturno-, me gusta tener compañía -porque siempre estoy solo, una sonrisa de lado se dibujó en mi rostro-, pero me gusta más que esa compañía seas tú -si estaba diciendo los cumplidos conscientemente o sin darme cuenta, no lo sabía, salían de mi boca sin avisar, eran prófugos de mis labios, pero no me arrepentía de depositarlos en ella. Me acerqué a su rostro, ambos tendidos en la hierva y la besé, pero no fue un beso apasionado, ni siquiera fue en la boca, la besé en la comisura de los labios como ella lo había hecho, parecía que mis movimientos eran calculados, pero la verdad es que salían espontáneos, la delicadeza con la que me movía era natural, no estudiada.

-Gracias a ti -dije cuando me separé, pero seguíamos cerca, ella lucía como si estuviera conteniendo la respiración, pero al menos no se notaba ofendida por mi atrevimiento.

Qué maravilloso destino la había colocado en mi camino, pero que extraña ventura jugaba conmigo en esta ciudad, sentí de pronto que era un peón en un juego corrupto, más grande de lo que yo podía entender; sin embargo, la mirada aceituna de Magnolia, Olivia... no importaba, me hacía creer, por la brevedad de ese momento, que todo iba a estar bien.

Se interrumpió ante el sorpresivo beso que le di, su reacción, su semblante, todo me parecía encantador y nos quedamos mirando unos segundos cuando sentí su mano, a pesar de todo, de cómo estaba siendo escrita nuestra historia, de cómo fue nuestro primer encuentro, adivinar a dónde se dirigía me mandó una descarga eléctrica que recorrió mi columna vertebral. No opuse resistencia, de qué me hubiera valido hacerlo, qué hubiese ganado con jugar a no querer si la verdad era que lo deseaba. Primero fue lento, con calma, pausado pero no pude más con las ganas, mi mano se posó en el hueso de su quijada para indicarle que ambos podíamos ir por más.

Por más, hasta que el aire fuese necesario, hasta que esa delgada neblina nos inundara el pensamiento, no tanto como para no ser capaces de reaccionar pero lo suficiente como para hacerlo todo similar a una ensoñación.

No pude pensar en un lugar más perfecto, ahí en la noche, tendidos en la hierva, con las flores que tanto me gustaban siendo una cama improvisada, ella una más, una flor más, que en su nombre lleva su destino. Poco a poco subimos y bajamos, juntos, profundizamos el beso, no demasiado y luego se fue apagando como una melodía tocada en un solitario piano. Me separé para verla, con la boca ligeramente abierta pues necesitaba aire y sonriendo con la mirada.

-No debí -dije con voz ronca, más ronca de lo que quería que me saliera, a pesar que mi expresión y mis actos decían otra cosa, realmente creía que no debí hacerlo, ella estaba vulnerable y tal vez yo me estaba aprovechando, no quería que eso pasara, no quería que ella lo pensara. Bajé la mirada a la mano que me ayudaba para apoyarme en el suelo, con ramitas y pasto clavados en la palma, y ahí, estrujada estaba la pequeña flor que había cortado antes, sonreí, la tomé entre mi índice y pulgar y jugué con ella a lo largo del brazo de Magnolia-. No debí -repetí -debes estar cansada -quise salir avante pero era como si dijera una cosa e hiciera lo opuesto completamente-, si quieres te puedes quedar -de dónde había salido esa invitación, nunca lo sabré, pero la hice y por dentro deseaba con vehemencia que aceptara.

Por un segundo, mientras ella perfilaba mis labios cerré los ojos, dejándome llevar por el roce tenue de su dedo en mi rostro, como si su solo toque pudiera curar todas mis heridas, como si con su voz pudiera calmar todas mis pesadillas, como si ella, Magnolia, Olivia... no importaba, fuese capaz de empuñar una espada y matar a todos mis demonios. Abrí los ojos con el ceño levemente fruncido, y era yo esta vez quien estaba aguantando la respiración.

-Pero hoy no eres cortesana, ni yo tu cliente -le dije, usando una voz similar a la que ella había utilizado, un susurro, una voz pequeña, sólo para nosotros dos, y con el cielo salpicado de estrellas como marco de este momento íntimo, hermético, de ella y yo, de nadie más, puse atención a lo que iba a decirme, había decidido ya lo que quería ser esa noche yo... yo se lo iba a conceder.

"Quiero ser tuya" dijo y el corazón me dio un vuelco, sonreí y la estudié así como estaba, tan vulnerable y frágil, tan a mi merced, tan... sólo para mi, la volví a besar, me acerqué a ella y atrapé sus labios, un mechón de cabello cruzaba mi frente causa de la posición y tuve que quitarlo mientras seguía con mi labor, la mano que no me ayudaba a apoyarme se dirigió a su hombro, la tomé con firmeza, con algo de desesperación y la atraje más a mi, también lo quería, que fuera mía. Un relámpago de lucidez vino a mi y se fue tan rápido como había llegado, me separé con semblante asustado.

-¿Estás... segura? -pregunté, quería decir, estábamos en nuestros papeles de Olivia y Daniil, no de Magnolia y cliente, y aún me atacaba el pensamiento de que me estaba aprovechando, ella buscaba quien la consolara, no quien tomara ventaja de su situación, la miré con angustia dibujada en mis ojos -¿no lo estás diciendo por la noche que has tenido? -porque se sentía desvalida y usada, porque necesitaba saber que valía algo. Valía y mucho para mi, pero no quería que después se arrepintiera, que mirara esta noche entre sus recuerdos y dijera "sí, fue la vez que ese hombre se aprovechó de mi cuando me sentía mal", debía asegurarme.

La batalla interna iba a matarme, por supuesto que quería tomarla entre mis brazos, tratarla como si fuese de porcelana y pudiera romperse, pero al final, hacerla mía, reclamarla como mía, dándole a entender al mundo que esa noche esta mujer era mía, pero también estaba el cargo de consciencia de hacerlo cuando más vulnerada y necesitada estaba, yo aprovechándome de ello. Mía, qué iba a ser mía una joven como Magnolia, qué derecho tenía yo a reclamar lo que no era de mi pertenencia, yo... estaba hecho un lío.

La miré con cara de tonto, porque eso es lo que soy, un tonto que se atreve aún a tener sueños, cuando éstos fueron arrebatados sin más cientos de años atrás, en una noche de crudo invierno ruso. La estudié, sus movimientos, su respiración, su rostro, su aroma, todo se agolpaba en mi como un millón de manos que me jalan a un sitio al que no quiero ir, pero al que ya no puedo evitar. Cerré los ojos, sus palabras dolían, quería amarla, por ese momento o para siempre, daba igual. Un moment pour toujours.

Retiré el cabello que se interponía en mi camino y me acerqué a ella otra vez, a su oído, aspiré y luego me quebré en palabras.

-Te lo dije, seré quien tu quieras, y haré lo que tú quieras -ahí estaba, se lo iba a conceder, porque yo también lo necesitaba, porque quería que fuera mi consentida aquí y en el burdel y en el fin del mundo si fuera necesario, porque necesitaba sentirme necesitado, porque no pude más, porque no la iba a hacer rogar, ese no soy yo, no en este plan, en el lupanar se lo pedí, lo recuerdo, pero porque estaba ahí para eso, porque esa noche había sido de sexo, básico y salvaje, hoy ella quería que le hiciera el amor y había un mundo de distancia entre ambos conceptos. Sonreí y la volví a besar, muy lento, de ahí, ese sitio donde comienza su oreja hasta sus labios, depositando besos castos en el recorrido.

Mi mano, la que no me sostenía, fue a su hombro otra vez, deslicé los dedos de su cuello a su clavícula, de pronto la ropa me estorbaba, estaba ahí de más, interrumpiendo mi camino. Lo iba a hacer porque soy un hombrecillo triste que necesita enmendar los errores del mundo como si fueran propios.

-¿No crees... -me separé un poco para poder hablarle -que sería mejor entrar a la casa? -no podía arriesgarme a quedarme ahí a la intemperie, hacer lo que íbamos a hacer y quedar tan exhaustos que el sueño nos ganara, y el amanecer nos alcanzara; la idea de hacerla mía en el jardín era encantadora, pero no práctica, y no quería que esta noche fuese como en el burdel, que una vez que viéramos las luces que tocan la tierra en la tundra septentrional cada quien tomara su camino, no, esta vez quería que se quedara a mi lado, se acurrucara en mi regazo y durmiera ahí, que me diera la sensación de ser tan poderoso que podía alejarla de todo mal.

Me puse de pie y sacudí un poco el pantalón, ofrecí mi mano, acompañada de un semblante tan sosegado que no parecía el mismo que momentos antes no sabía si hacerlo o no y se debatía con tanta fiereza que parecía que iba a perder la cordura.

-¿Vamos? -ofrecí.

De la mano avanzamos con paso lento, o eso me parecía, nunca el recorrido del jardín a mi habitación me había parecido tan condenadamente largo; porque sí, la iba a llevar a mi habitación, a mi terreno, a ese sitio que es mío como ningún otro, donde he impregnado, a pesar del poco tiempo que llevo aquí, mi personalidad en cada rincón, un orden vago en todo pero orden al fin, y en una esquina una pila de libros que parece que se desploman al más mínimo movimiento, podía llevarla a cualquiera de las otras habitaciones, no son demasiadas, esa residencia es todo menos ostentosa, pero no, si voy a desnudar a Olivia y ella al Daniil tonto e iluso que soy, que fuera al menos en el marco de sitio que conozca como ninguno.

La miré de reojo, lucía descolocada, algo nerviosa, no la solté de la mano, afiancé el agarre para que supiera que no iba a pasar nada que no quisiera.

-¿Estás bien? -pregunté y me detuve, observándola, sus nervios parecían de anticipación más que de otra cosa y reanudé la caminata, las escaleras nos esperaban, trece exactamente, ¿será que el número cabalístico me quería decir algo?, doblé a la derecha, la segunda puerta... ahí estaba, mi habitación. Por un segundo sintí que así debía ser la sensación de unos recién casados ante la inminente primera noche juntos, pero nunca lograré saberlo con certeza, pues en ambas ocasiones que tuve la oportunidad, me fue arrancada como todo en mi vida, esa es mi historia, en la que me arrebatan las cosas a la mala, mi familia, el amor, mi humanidad.

Finalmente abrí y la hice pasar primero, como lo había dicho, ahí estaba todo, Daniil en cada rincón, incluso ese de los libros a punto de desplomarse, y un mapa de Rusia extendido en un escritorio. Cerré la puerta después de nosotros y la miré, la tomé por ambas manos y la miré.

-Eres... -carraspeé -eres la primera mujer que entra aquí -era la verdad, una sonrisa de adolescente tonto y primerizo se dibujó en mi rostro, no sé qué pretendía al decirle aquello, pues en definitiva no era un honor, qué honor había en tener que soportarme, en tener que lidiar con mi necedad, y aún así, ella estaba ahí. Me acerqué lento, la tomé de la barbilla para alzar su rostro y la besé, con calma, jugando, estudiado y a la vez atrabancado como potro salvaje-, gracias -aún muy cerca de su rostro tras el beso, con su aliento contra mi y viceversa, fue lo único que se me ocurrió decir, porque así de trillado soy, así de predecible y aburrido.

La miré por un instante hasta que dijo que me lo contaría todo, mi posición era la misma que al inicio de la noche, no la obligaría a decírmelo, aunque, no voy a mentir, quería saber, si de ella nacía contarme esa historia que precedía a la mujer que tenía frente a mí me sentiría profundamente halagado, especial para ella más allá del mote de “consentido” que ya nos habíamos otorgado, y si no lo hacía, sin al final decidía que no, que no quería que yo, un tipo al que había visto escasas dos veces, supiera al completo quién era Olivia, la entendería y no haría nada por evitarlo. La pizca de intimidad que compartiera era suficiente por esa noche, si quería verterla toda de una vez sabría que de ese día en adelante mi relación con ella sería otra, completamente distinta, con valor agregado. Asentí ante su petición y de la mano la conduje a la cama, me senté en el filo de la misma y ella me siguió; parecíamos dos primerizos, y era absurdo si nos deteníamos a pensarlo, no sólo no lo éramos, sino que ya nos conocíamos de ese modo, era la única forma en la que realmente nos conocíamos para ser sinceros, así empezó nuestra historia, yo como el pobre diablo en busca de redención y ella como la mujer de mil nombres que puede dármela.

Me acerqué a ella y le besé nuevamente, mi mano en su nuca enredándose con su cabello rubio y ejerciendo fuerza (no demasiada) para atraerla a mí, profundizando el beso, sintiéndola, llenándome de su aroma, de su tacto, de todo lo que ella era, sin nombre, podía ser magnolia u Olivia, yo quería a la persona detrás de los apelativos que en ese instante carecían de importancia. De su boca pasé a su rostro, detrás de la oreja, el hueso de la mandíbula, el cuello. Mi mano se deslizó a su espalda tratando de desatar los cordones de su vestido, pero no supe que fue, que no lo conseguí, reí contra su piel.

-No puedo –le dije con tono casi inocente, algo torpe, mirándola con gesto infante. No quería desesperarme, cierto era que quería poder tenerla tendida sobre la cama sin ropa que me estorbara, pero también sabía que debía ser paciente, aguardar, llevármelo con calma porque si algo se desea por más tiempo cuando finalmente llega se disfruta más.

La tomé por los hombros y la giré un poco para que me diera la espalda, retiré el cabello que se interponía y de frente me fue más sencillo, sólo tuve que jalar un extremo para que los nudos se deshicieran, luego uno a uno fui aflojando los ojales, mientras lo hacía me acerqué a su oído.

-Ya pude –le susurré riendo, aunque mi tono fue igual, de ingenuidad que no correspondía al momento. Volví a tenerla de frente y le sonreí, así de sencillo, quería que sintiera lo que yo estaba sintiendo, esa sensación cálida que te llena y te obliga a sonreír, no sé qué nombre pueda tener eso, pero lo que sí sé es que pocas veces he tenido esta sensación. Pensando en eso cerré los ojos, disfrutando cada instante, tratando de retener el momento, de nunca olvidarlo porque quién sabe, en mi inmortal existencia, cuándo se vuelva a repetir.