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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Analeigh Leisser Dom Mar 25, 2012 9:50 pm

La mayoría de las personas –por no decir todas- creen que el ser cortesana radica solamente en dos acciones; generarle placer al otro y recibir una paga por ello. Pero la verdad es que el oficio más antiguo de este mundo era muchísimo más que ello.
Nunca faltaron los casos en los cuales los clientes pagaban sola y simplemente para ser escuchados y/o aconsejados. O cuando el placer de éstos radicaba en algo mucho más sencillo que el sexo, como podría ser una charla amena con una copa y sonrisas de por medio.
Ser cortesana era cientos de cosas más que el abrirse de piernas y ver el goce en los ojos ajenos.

Había sido contratada con días de antelación por un joven hombre que se presento en el Burdel en representación de un acaudalado hombre de la alta alcurnia. Por una cantidad determinada de francos se acordó con claridad que se me pasaría a buscar en un carruaje para acompañar a dicho caballero a un evento dentro de la ciudad.
La encargada de “la casa de placer” me comento que no tenia de que preocuparme, que el Monsieur era de renombre y que nada malo iba a sucederme. No pude evitar ponerme algo ansiosa, pues en los últimos tiempos corrían las noticias referentes a una manada de barbaros que habían inundado la ciudad asesinatos a mujeres indefensas. La mayoría cortesanas, que por unos estúpidos francos caían ilusas en aquellas mortales y crueles garras.
De todas formas -para bien o mal- ya era consciente que mi labor tenía su cuota de riesgo, otra de las tantas cosas a las que ni con el precio de la necesidad de por medio me podía acostumbrar.
Aún entre arreglos, maquillajes y ropas algo exuberantes, solo me centraba en recordarme cada día que lo que vivía hoy por hoy, era solo un medio de supervivencia hasta que encontrase algo mejor, con lo que pudiese mantenerme por mi misma y así, finalmente comenzar la búsqueda de todas aquellas añoranzas por las que arribé en Paris.

Finalmente el día había llegado. Y la hora también. La noche se presentaba despejada, con un cielo estrellado. Algo bastante llamativo para aquellos crueles días de invierno donde las grisáceas nubes solían opacarlo todo.

Me senté frente a uno de los grandes espejos donde todas las chicas solíamos alistarnos diariamente, un tiempo antes de la llegada de los clientes al Burdel. Para la salida, había optado por un maquillaje sobrio y natural, pues no existía necesidad alguna de andar llamando la atención en lo que sería nada más que el dicho acompañamiento. Unas gotas de exquisito perfume con predominante esencia a jazmín me dejaba completamente alistada para emprender la marcha.
Como refinado accesorio tomé un parasol a juego con el vestido elegido y me dirigí hacia los portones correspondientes a la entrada del Burdel.
El inmenso y elegante carruaje llego a la hora marcada. Ni un minuto antes, ni uno después. El pequeño reloj de bolsillo que llevaba siempre conmigo me lo confirmo. Libere un sereno suspiro al aire, aguardando estática y curiosa por conocer a quien yacía dentro de aquel ostentoso transporte. Internamente desee que fuese alguien con el que la velada pudiese ser amena, pues no faltaba el típico patán que trataba a su compañía como si de un mero objeto se tratase.

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Mensaje por Yann Tiersen Vie Mar 30, 2012 5:34 pm

Tomar la decisión de contratar la compañía de una hermosa mujer no había sido nada fácil. La cuestión no radicaba en prejuicios carentes de sentido o en algún tipo de vergüenza personal, sino que iba mucho más allá de esos simples pensamientos o miedos banales que solo eran propios de un hombre que carecía de la seguridad y confianza necesaria consigo mismo.

Personalmente, nunca me había interesado ni había podido influir en mi, comentarios o presupuestos que las demás personas pudiesen tener o elaborar. Había crecido nutriéndome de valores tales como la honestidad, el compañerismo, la humildad y la igualdad hacia todos los demás, evitando de esta forma caer en la discriminación, la arrogancia o la soberbia en la que se hundían cotidianamente sujetos que decían ser mis pares dada nuestras jerarquías tanto familiares como económicas; aquellos que se creían más que los demás por el solo hecho de haber nacido bajo un apellido de renombre o simplemente poseer ciertos atributos cuando obviamente no habían compartido las mismas posibilidades para alcanzarlos. Esas actitudes no eran más que una farsa y aunque no eran aprobadas por mi, no podía hacer más que oídos sordos a sus infamias, que aunque no me perjudicaban, atacaban indirectamente mi moral.

Ciertamente no era común que un jovencito al que nunca le faltó nada ni tuvo que soportar adversidades implícitas en la pobreza tales como el desprecio, la necesidad o la hambruna, pensara de ese modo y hasta los defendiera incluso poniéndose en su lugar para comprender su infortunio, pero había llegado a desarrollarse en mi esta mentalidad desde muy pequeño sin siquiera yo advertirlo y ya desde que tenía conciencia, siempre tuve la misma visión respecto a esos temas que para el resto de las personalidades de la época eran incómodas de hablar y mucho más involucrarse. Era en base a todo esto que comprendía perfectamente que detrás de una Cortesana podía esconderse una vida llena de limitaciones y abstinencias; una desdicha que desde el nacimiento la perseguía y desencadenaba en el intento de subsistir mediante lo que se consideraba el trabajo más antiguo del mundo.

Lo que hacía realmente difícil tomar aquella decisión era mi condición de doble vida, donde debía ocultar mi real personalidad a los ojos de la sociedad y seguir trabajando a favor de ella inmiscuido en lo oscuro, allí donde podía mostrarme como realmente era sin la necesidad de agradar o complacer a nadie ni a nada. No podía darme el lujo de echar todo a la borda mostrándome en un lugar público con una prostituta -aunque no fuese contratada para ello - donde las miradas caerían como serpientes al asecho y sus lenguas luego inundarían toda la región con sus malintencionadas habladurías.

Sin embargo, me había sido recomendada hacía algunos meses una bella Señorita a través de una Madama que conocí algún tiempo atrás, siendo esta una reiterada visita en mi Residencia de la infancia y posteriormente presentada como amiga personal de mi madre durante mi adolescencia. Por su intermedio recibí excelentes comentarios sobre ella y finalmente accedí a confiar en el destino. Me urgía hallar una acompañante para el Evento al cual había sido invitado y el cual no podía rechazar, dada la importancia que éste tenía tanto para mis aspiraciones laborales en la rama de la Arquitectura como para mis deseos de seguir escalando en la sociedad intentando lograr tener cada vez una mayor influencia sobre la misma y la posibilidad de acceder a mejor información acerca de Licántropos y Vampiros, ya que se había estado comentando demasiado que se manejaba mucha información sobre esto en algunos grupos dominantes de la Iglesia. Y estaba mal visto arribar sin una compañera, mis 26 años atentaban contra ello, debía mostrar estabilidad.

Fue entonces que por un breve momento aquella escena sobrevino a mi mente:

“Analeigh Leisser” me dijo “Sin dudas quedarías encantado al conocerla. Es una muy buena chica, dotada de una belleza sin igual que va muy bien acompañada con su intelecto; podrían mantener largas charlas juntos.”

“Pero Madama, debe entender que…” intenté replicar respetuosamente pero sin lograrlo, siendo interrumpido inmediatamente por ella.

“Pero nada. Ya llegará el momento en que necesites de su compañía y la tendrás, solo búscame.” dio por finalizada la charla.

La imagen es esfumó de mi cabeza y me situó erguido frente al gran espejo de la sala principal junto a mi mayordomo, a punto de partir hacia el carruaje que me llevaría a su encuentro. El reflejo mostraba mi imagen de forma completa, vestido elegantemente con un traje oscuro, de tonos grises y negros y un corte que manifestaba su costo e importación. Una tela blanca contrastaba el mismo a la altura de mi corazón y podía ver como una camisa clara reposaba por debajo. El pantalón y los zapatos de igual matiz, un lujoso reloj colgando del bolsillo, mi postura varonil y mi rostro serio, expresaban la formalidad del acontecimiento y terminaban por cerrar un magnífico retrato.

Me despedí y el relinchar de uno de los caballos me advirtió que me encontraba ya en camino. El viaje se hacía largo pues nunca me había acostumbrado al movimiento de la carroza. Intenté pensar en otra cosa para lograr distraerme pero fue poco efectivo. Sentía curiosidad por conocer las cualidades de Analeigh, pero en forma mesurada. No me gustaba caer en la desesperación ni ser ansioso, sin duda ese sentimiento podría nublar mi visión en algunas situaciones determinantes.

¿Acaso lo que hacía era inconcientemente buscar escapes hacia la posibilidad de conseguir una relación seria y formal? ¿Escapes que disfrazaba de viables para esquivar hacerle frente a profundizar en una pareja? Ya había conocido el amor una vez y éste no había sido correspondido; no quería volver a dañar mi corazón sin estar seguro del buen puerto al que podría arribar pero al mismo tiempo no me arriesgaba a averiguarlo. Solía mantener contactos esporádicos sin la intervención de sentimientos que luego fueran objeto del desengaño o la desilusión. Esta actitud era, sin dudas, lo que me daba el dominio suficiente sobre los distintos contextos que pudiesen presentarse; un as bajo la manga que podía usar sin afectarme internamente. Era la defensa que poseía a quedar expuesto o desamparado sin tener el control, sintiéndome en el aire o con la sensación de no depender de mi mismo. Porque justamente esa era la palabra: dependencia. Rehusaba fervientemente la posibilidad de depender de otro que no fuese yo mismo. Eso me quitaría seguridad y sinceramente la seguridad era una máxima en mi vida.

Fue una suerte para mí que aquella exposición interna se hubiese presentado, dado que sin caer en la cuenta los caballos habían cesado su andar y pude descender del transporte con total alivio y calma, puesto que la puntualidad era signo de respeto y podía dar gracia de ello.
La noche se presentaba hermosa, cual si fuera la de un cuento de Hadas; totalmente despejada y colmada de radiantes estrellas que teñían el marco con su luz y claridad, dando paso a la enorme luna que por sobre nosotros se posaba, cristalina y pura, iluminándolo todo con sus luceros. Incluso a ella, a la joven y bella mujer que esperaba unos metros delante de mí. Debo confesar que su imagen me agradó desde el primer momento: su largo y sedoso cabello negro, sus exquisitas facciones y su mirada penetrante fueron factores fundamentales para sentirme automáticamente atraído. Me acerqué lentamente y me incliné de forma atenta pidiendo su mano, la cual fue ofrecida inmediatamente. La bese con delicadeza, propias de un galán y volví a mi postura para dar paso a las presentaciones. Debo mencionar que su fresco aroma terminó por cautivarme.

- Señorita Leisser, mi nombre es Yann Tiersen y seré quien, con su permiso, tendré la dicha de su compañía por esta noche. - mencioné con claridad, dándole voz en la salida para su mayor comodidad y soltura.

- Si gusta acompañarme - adjunté inmediatamente, proporcionándole en forma amable que sujete mi brazo izquierdo hasta el carruaje, como solía usarse de parte de un verdadero caballero de alta clase.

No sabía su impresión sobre mi persona, pero la sospechaba. De todas formas, tendría toda la noche para averiguarlo y me propuse indagar sobre aquella mujer, más de lo que hubiese podido imaginar horas antes a nuestro encuentro.

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Mensaje por Analeigh Leisser Miér Abr 18, 2012 10:13 pm

El pórtico del carruaje se abrió y finalmente la intriga generada hasta el momento, propia de la ansiedad típica de un primer encuentro, cesó.
Mis ojos vislumbraron al caballero con firmeza, dejando de lado los titubeos, acción presente en las jovencillas de alta alcurnia a la hora de presentarse ante un caballero de su misma clase social con intención de formar lazos a futuro. Claramente esta no era una de esas situaciones, por lo que aquellos simulacros característicos de la aristocracia eran innecesarios.

Sus ojos claro hacían perfecto juego con el elastizado y elegante traje que vestía su jovial y distinguido cuerpo. Un caballero atractivo, llamativo sin dudas. Una paradoja viéndose con los ojos de que solamente aquellos faltos de gracia física son los que recurren a los servicios de las cortesanas.

Tanto los exquisitos modales, así como su educada presentación solamente reafirmaban todas aquellas virtudes vislumbradas en primera instancia. Un mancebo de alta alcurnia, poseedor de la educación, el porte y la fortuna necesaria para sentirse el centro de atención de muchas mujeres sin dudas ¿Pero por qué con todos aquellos artilugios a su favor recurría a la compañía de alguien completamente ajena a su vida? ¿Amante del desligue emocional tal vez? No sabía que responderle a mi curiosa mente en aquellos instantes, pues era muy temprano para generar cualquier tipo de suposición. Y era bien conocido por mí que odiaba la idea de suponer cosas en los demás.

- Un placer conocerle finalmente Monsieur Tiersen. Será todo un gusto el acompañarle en esta velada -
respondí sonriente y sincera tras sentir el roce de aquellos labios sobre mi delicada piel. Aquel caballerismo de etiqueta me hacia ver al joven de una manera diferente al resto, sin embargo no me atrevía a enmarcar dicho detalle, creía no era necesario acrecentar con halagaos a una persona que con seguridad tenia presente todo lo que reflejaba ser ante ojo ajeno.

Tomé su brazo suavemente, con la delicadeza propia de una dama. Estaba claro que si la dueña del Burdel me había recomendado ante tan exquisito esquema de hombre, era porque la misma había divisado en mí el porte, la inteligencia y la belleza encajadora en el rompecabezas incompleto de aquel distinguido varón.
Sonreí levemente mientras avanzábamos a la carroza, pensando aquel encuentro más que un trabajo, era un halago por parte de mi superior.

Como era de esperarse, el caballero me brindo la ayuda necesaria para ascender al transporte sin inconveniente alguno. Le agradecí con un leve gesto de cabeza y tomé asiento en la cómoda poltrona de cuero del vehículo, adornado por la presencia de notables caballos pura sangre con un pelaje corto y brillante, que se destacaba con el reflejo de la pálida Luna.

Cruzando ambas manos sobre la abultada falda que me vestía, esperé serena la presencia de Yann a mi lado. Posé los ojos nuevamente sobre los de él, pero esta vez de una forma más sosegada, apaciguada por aquel abandono de todo nervio presente en los primeros instantes de cualquier encuentro. Era hora de amenizar el encuentro, esperando nuestros caracteres nos diesen paso al arribo de una velada complaciente, disfrutable.

- Imagino habrá notado las terminaciones barrocas de las fueras del Burdel, me han comentado que la edificación fue llevada a cabo dos siglos atrás – proferí con una sonrisa tenue, entornando mi espalda para vislumbrar las afueras del carruaje mediante a la cristalina ventanilla del pórtico del vehículo, demarcando así aquello que comentaba tras haber sido informada de que el señor Tiersen era un gran amante de los temas respectivos a la arquitectura en sí, además de haber llevado adelante los planos de una que otra obra alrededor de la ciudad. Todo un alcance para alguien tan joven sin dudas.
Poco sabía yo sobre el mundo de las construcciones y sus exquisitas terminaciones, pero la intención era la de romper el hielo, dando paso posiblemente a otro tipo de platicas donde me sintiera más apta. De todas formaba adoraba la idea de obtener algún aprendizaje nuevo de parte de una persona tan joven y gustosa de ver.
No podía negarlo, el caballero había captado mi atención para bien.
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Mensaje por Yann Tiersen Mar Mayo 01, 2012 12:46 am


Todavía podía sentir su dulce aroma envolver mi cuerpo al momento de emprender viaje hacia el Evento que nos aguardaba. Había sido un alivio para mí escuchar su suave voz momentos antes, momento en el que comprendí que mis intentos por hacer placentera la noche, para ambos, habían sido comprendidos y llevados a la práctica de forma lindante. Desde ese momento la imagen de la Madama arribó mis pensamientos y agradecí la certeza de su elección.

Cuando aquel perfume finalmente se mezcló con sus palabras nuevamente, pose mi mirada sobre la de ella con mayor comodidad y soltura, mientras tanto, el carruaje ocasionaba su tradicional sonido al transportarse. Su intento por cautivar mi atención con asuntos que me eran de interés, como la arquitectura, había logrado su cometido.

- Y puede que sea muy cierto lo que le han comentado, Señorita Leisser, el barroco, en todas sus expresiones, ya sea en la literatura, la pintura, la escultura, la música, la danza y también en la arquitectura, inició en el 1600 y se extendió hasta mediados del siglo pasado -

Cada palabra fue repercutiendo en mi como auténticos ecos que se extendían por doquier; por un momento me pareció escuchar a aquel joven estudiante que años atrás se presentaba ante los tribunales de profesores, en las distintas maestrías de Arquitectura por las que había tenido que pasar para exhibir un trabajo oral y aprobar los cursos.

Por más arrogante que sonara, mi experiencia como galán me había enseñado que, si pasaría con aquella mujer un buen trecho de la noche, debía desviar el tema de conversación hacia otros campos que no fuesen laborales, dado que éstos solían aburrir e incluso molestar a la otra persona, aunque por respeto o cordialidad no se notara en lo más mínimo.

Además, no quería interiorizar sobre la Arquitectura Barroca, sabido era para mí que actualmente aquella expresión de arte era considerada demasiado recargada, desmesurada e irracional, tratándola en muchas ocasiones por los eruditos, peyorativamente. Hasta quizás por esa misma razón la construcción había terminado convirtiéndose en la cuna de un burdel.

Decidí entonces dejar esas tramas científicas y profundas para una velada profesional y no una donde se suponía que debía divertirme y donde me había propuesto, al ver a aquella cortesana por primera vez, conocerla y saciar la curiosidad que en mi, había logrado despertar.

- Pero, si debo ser sincero, fue usted quien se robó mi visual desde el primer momento, no sabría decirle demasiado acerca de la construcción, dado que fue su hermosa imagen la única presente en mi mente -

Pude escuchar mi voz mientras pronunciaba aquel halago, firme pero al mismo tiempo con un toque de ternura, algo a lo que yo llamaba: persuasión; aunque ciertamente no sabía si era el momento oportuno, creí que era la forma de comunicarle que a partir de ese momento, la conversación no rondaría lo profesional, ni en lo que respectaba a ella, ni en lo que respectaba a mí.

Sonreí de inmediato, intentando obtener un reflejo en su rostro mientras doblaba mi pierna izquierda sobre la derecha, para una mejor posición sobre el asiento, el cual por cierto y a pesar de los notorios movimientos de la carroza, se hallaba bastante cómodo. Puede que una cuota de aquella comodidad se fundara en la compañía.

- Cuénteme de usted, sino le incomoda, claro -

Adjunté simultáneamente, enfocando todo mi interés en su respuesta en la medida en que contemplaba sus exquisitas facciones, las cuales comenzaban a atraerme más y más con el correr de los minutos. Realmente quería conocer más sobre Analeigh, su pasado era para mí una verdadera incógnita y sospechaba que detrás de aquel angelical rostro se escondía una complicada historia de vida.

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Mensaje por Analeigh Leisser Dom Mayo 06, 2012 1:43 pm

Aquel hombre se reflejaba como un completo caballero en toda la extensión abarcada por aquel concepto que le encajaba de maravilla. Sus respuestas, su precisa galantería y su atención para conmigo parecían ser características innatas de aquél que no desvelaba ni siquiera un hilo de esfuerzo a la hora de comportarse de tal manera. Seguramente su educación tuvo una base firme de exquisitos tutores, pero más allá de eso, eran los valores que de adulto el joven mantenía lo que lo hacían particular con respecto al resto de personas con las que he tenido que tratar en pasadas ocasiones.

Di un leve vistazo por la pequeña ventanilla del carruaje en movimiento, observando en difuso paisaje nocturno. A decir verdad, no sabía con certeza hacia donde nos estábamos dirigiendo concretamente. Sin embargo no había sentimiento de preocupación interna en mi persona ¿Sería que Yann irradiaba esa confianza que me mantenía serena con respecto al destino al que arribaríamos? Puede que sí. En mi mente nadaba solamente la idea de acompañarle, disfrutar la velada junto a su galante presencia y esperar que junto a mi él se reflejase satisfecho por el pasar de una amena velada.
Volví la mirada al caballero en el preciso instante que sus elogios eran despojados con un tono de voz particular que pese a no perder lo protocolar del hombre, ahora manifestaba ciertos vestigios de calidez, de una sensualidad dosificada.
Sonreí infantilmente ante aquellos vocablos. Sí, pese a que las palabras atenciosas se presentaban en mi vida como racimos llenos de uvas, siempre tomaba dicha acción por parte ajena de forma muy cándida, incluso cuando podía llegar a tener presente que aquel dulce trato solamente era una astuta parodia para ganar acercamiento.
Pude notar que mis mejillas se enrojecieron en el instante que una súbita calidez invadió por completo mi rostro. Sonreí tanto por los dichos del caballero, así por denotar aún en mí aquellos dejos de jovencilla, de esperanzada adolescente.

- Es todo un caballero, señor Tiersen. Me honran sus dulces palabras - comenté suavemente, bajando un poco la mirada. En verdad estaba algo avergonzada ¿Quién lo diría? A aquellas alturas proyectaba todo menos el típico desparpajo vislumbrado en el estereotipo de cortesana que la mayoría de los hombres tenía plasmado en sus mentes. Mi sonrisa se reforzó, contraria a una sensación cabizbaja al, en cierta forma, sentirme orgullosa de mi forma de ser frente a las malas costumbres que imponía el negocio. Inconscientemente estaba marcando una diferencia y para bien o mal, sentí regocijo en ello.

Delicadamente, pasé una mano sobre uno de los lados de mi rostro, acomodando algún mechón de cabello libre. Seguidamente mis ojos se posaron en los del caballero. Allí seguía; atento, sereno, elegante. Y el interés de su parte vino con una cuestión poco cotidiana, pero era de esperarse. En mi mente retumbaba aquella idea de que el joven arquitecto era todo menos algo convencional.
Su gesto me pareció tierno en demasía, sobre todo por el hecho que desde que llegue a París, contadas fueron las veces que había comentado algo referente a mi vida pasada por ser preguntada. Generalmente en el Burdel se tocaban muchos temas, pero la familia y el pasado no eran de esos. Parecería que en cierta forma aquel sitio era una forma de expresar que lo vivido debía ser enterrado y que un nuevo acontecer se daría a partir de allí ¿Pero acaso es posible ser alguien nuevo en el presente sin recordar lo que se fue en el pasado? Personalmente creía que no.

Asentí casi imperceptiblemente para luego tornear mi cuerpo hacia el lado donde el hombre yacía, develando la atención positiva que su pregunta había generado en mí.
- Vengo del sur francés, de Montpellier. Un lugar precioso, con muchas praderas, flores y viñedos. Allí me crie, hasta que el destino quiso traerme a la capital. Y heme aquí a su lado, señor Tiersen - respondí con sinceridad, no sabiendo si lo dicho había sido poco o demasiado. Tampoco tenía en mente agobiar a un desconocido -por más amable que el mismo fuese- con los altibajos de toda una vida por la cual él seguramente no había pasado.
- En muchos aspectos sigo siendo la misma jovencilla de campo, pero ahora con experiencias que no esperaba añadir a mi vida, pero que he sabido asumir como es debido - adherí con una leve sonrisa que solamente tenía como propósito ocultar dulcemente aquella antigua resignación que palpitaba en mi pecho.
La vida era dura con unos y no tanto con otros. Y yo no era nadie para analizar el porqué de ello. Había decidido asumir el camino que mis pies transitaban de la mejor manera, aunque se sintiese como de la peor. Algún día, todo cambiaria. No perdía esperanza de ello.
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Mensaje por Yann Tiersen Lun Mayo 07, 2012 11:01 pm


No pude evitar sentir un extremo sentimiento de orgullo y satisfacción al observar que mis palabras causaron cierta vergüenza y a la vez aceptación por parte de Analeigh; sus mejillas suavemente sonrojadas y su débil pero existente sonrisa arribó a mi como una fresca brisa de invierno en un momento de calor. Había pasado mucho tiempo desde la última vez en que me había comportado en forma tan galante con una señorita y era un hecho que mis cualidades seguían intactas. ¿Acaso era caer en soberbia jactarse uno mismo de sus éxitos? Me había propuesto hacer de aquella velada algo sumamente íntimo como especial y aquel suceso me informaba que estaba en buen camino. Definitivamente, mi pecho se inflaba de complacencia y hubiera sido un hipócrita sino lo hubiese advertido. Sin embargo, aquello no me hacía sentir como el rey que tiene a su mereced y sumiso a quien quisiese, sino que me brindaba la confianza necesaria como para seguir en la misma línea; una línea donde la caballerosidad, la humildad y el romanticismo, fuesen fieles protagonistas.

Fue entonces que, contra mi voluntad, me vi obligado a apagar por un breve instante su preciosa imagen de mi visual, depositándola momentáneamente en el paisaje que minuto a minuto dejábamos atrás. No creí que fuese correcto mantener fija mi mirada sobre la de una mujer avergonzada, mucho menos sobre la una que acababa de conocer aquella misma noche; no quería causar en ella un estado de sofoque ni causar de mi una impresión perturbadora. Fue entonces que al observar hacia fuera pude notar como salíamos de la típica estructura de la ciudad para pasar a la habitual y tan conocida monotonía del campo, donde largas extensiones de naturaleza verde y viva me anunciaban que pronto llegaríamos al lugar de destino.

No obstante, aquella intencional distracción no me había impedido estar al tanto de lo que sucedía dentro del carruaje. El acomodarse de aquella manera el cabello y su rostro lleno de inocencia fueron dejando atrás, en mi mente, la profesión y el estilo de vida que había escogido por una u otra razón. Esa noche era mi pareja.

Cuando decidió comenzar a hablar, mi atención nuevamente estaba completamente depositada en ella, manteniendo un rostro serio pero sumamente flexible. Mientras escuchaba su relato, pude concluir que era muy factible su agrado por el medio ambiente, debido a su infancia y al modo en que la contaba, haciendo hincapié en pequeños detalles como las praderas, los viñedos y las flores. Mi rostro se iluminó repentinamente, ¿sería obra del destino? Más allá de que personalmente no creyera en un futuro preestablecido, era una rara coincidencia que pronto sería revelada ante sus ojos, dado que el Evento al cual nos dirigíamos era en una casa de campo, expresamente engalanada para disfrutar del aire libre y el fresco verde.

Me contuve para no adelantarle nada, como si fuese necesario morderme el labio para no hacerlo. La melancolía con la cual se expresaba al hablar de su pasado me impulsaba a querer ver su reacción y su sorpresa ante aquella peculiar situación, que por más normal que pareciese, podría acercarle después de muchos años a un lugar semejante a lo que acostumbró de pequeña y de lo cual guarda tan bellos recuerdos.

- Ya veo - expresé seguidamente de su silencio - Puedo ver un tímido brillo en sus ojos al hablar de su infancia - lo cual era cierto, y sinceramente era algo que aumentaba su ingenuidad - Quizás algún día pueda volver allí con los sueños realizados - adjunté esperanzado, aunque sonara fantasioso, todos teníamos sueños por cumplir y tampoco quería inmiscuirme demasiado como para que sintiera que invadía su privacidad. De todos modos, pude sentir en mis palabras una cuota de idealismo irreal, pero ¿acaso estaba faltando a mi sinceridad y deseo? Eso si que no; aunque debía aceptar que muchas veces una cosa así dicha por alguien de clase alta, que lo tiene todo o al menos eso se pensaba, hacia una de bajos recursos significaba una burla - Ojala así sea - agregué en un tono sorprendentemente sincero mientras elevaba las cejas en señal de reflexión, esperando así que no se malinterpretasen mis palabras. Automáticamente se creó un clima sereno y el silencio nos abordó.

- Señor Tiersen, estamos a punto de llegar -

Interrumpió de pronto la voz de mi chofer. Ya hacía mucho habíamos emprendido el viaje y era un alivio personal por fin llegar para poder salir, estirar las piernas y caminar un poco, ya que no era de mi agrado mantenerme en la misma posición demasiado tiempo.

- Gracias, Beau - agradecí con educación, separando mis piernas mansamente para dejar mi anterior postura en el recuerdo y mencionar - Señorita Leisser, debo pedirle que me disculpe por exponerla a este tipo de reuniones, solo son una obligación social - expresé lamentándome - ¿Se encuentra lista? - finalicé formalmente cuando sentí que el transporte se inclinaba hacia uno de los costados debido a una curva, la cual seguramente sería la previa que nos internaría al último camino de piedra para desembocar en unos momentos más al lugar del acontecimiento. Pronto estaríamos descendiendo.

La noche estaba a punto de comenzar.

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Mensaje por Analeigh Leisser Vie Jun 01, 2012 3:53 pm

Su atención era minuciosa y certera, después de todo a quien iba a engañar diciendo que aquella deducción en cuanto a lo referido al tema de mi infancia no era cierta. Si lo era y mucho. Pero no de la forma en que muchos creerían. No deseaba un rencuentro o el reavivamiento de una escena particular de mis días como infante. En absoluto, y pese a que dentro de aquella tormentosa época de mi vida existieron personas especiales, vestigios de luz que alimentaban mis fuerzas y esperanzas, lo que yo deseaba, anhelaba profundamente no era más que una fantasía; revivir aquellas épocas acompañada de la compañía de mi madre.

¡Como me hubiese encantado conocerle! Dormitar en sus brazos, escuchar su voz y su aroma. Memorizar su sonrisa y el color de sus ojos. Compartirle mis deseos y mis miedos. Haber sentido su presencia física como la madre que tanta falta me hizo y que por desgracias de la vida, perdió su aliento con mi llegada.

Liberé un suspiro para aliviar aquella nostalgia, aquel vacío en mi corazón que algún día esperaba poder rellenar.
Sonreí amablemente ante los comentarios del caballero. Un hombre encantador de forma medida, lo cual hacía que sus palabras fuesen tomadas por mis oídos como vocablos sinceros, no forzados ni propios del protocolo.
¿Cuáles serían los sueños de un hombre joven que parecía tenerlo todo? ¿Habría alguna carencia en su vida que su posición económica no pudiese cubrir? Hubiese gustado de cuestionarle aquellas repentinas dudas en mi mente, pero tenía presente que no era lo debido. Menos aún camino hacia un evento donde el mismo debía proyectarse tan simpático, sociable y educado como hasta ahora. Y tenía bien sabido que las preguntas referentes al plano de las emociones, del corazón eran capaces de desestabilizar hasta la presencia más rígida. No deseaba eso, por ninguno de los dos.

La voz del chofer del carruaje se presentó dentro de la cabina del vehículo de forma repentina, quebrantando aquel ameno silencio que se había generado entre ambos. No me molestaba en absoluto contemplarle. Denotar su serenidad, su seguridad palpable en el mismo aire, en sus gestos, en su forma de sentarse sobre el tapizado asiento en el que nos movilizábamos.

El arribo era inminente y con ello, la entrada al renombrado evento al que había sido invitada en calidad de acompañante del señor Tiersen. Aún con mis ojos sobre su semblante, busqué su mirada para saber que todo estaba en orden, pero fueron sus palabras las que se encargaron de ello.

- Lista y gustosa de acompañarle esta noche, Monsieur Tiersen - respondí con una sonrisa amable, sincera y por sobre todo, tranquilizadora. Puede que tras toda aquella seguridad externa el caballero se sintiese nervioso también a la hora de introducirse en aquella marea de refinadas personas que generalmente tendían a ser mucho mayores en edad que él.

Los caballos transitaron la curva final para adentrarse a la estancia. El resonar de los cascos animales así también como la vibración presente en las ruedas del carruaje debido al recorrido sobre el camino de piedras dirigente al establecimiento solo advertían de la escasez temporal existente para finalmente desembocar en el sitio de interés.
Y así fue, en un abrir y cerrar de ojos finalmente el andar de los corceles cesó y con eso, las puertas de la cabina del carro se abrieron.
Amablemente, Beau me auxilió a descender del vehículo, seguramente adelantándose a las intenciones de su superior, quien hacia lo que yo por la otra abertura del transporte.

La sensación de la campiña era indescriptible, la conocía como las palmas de mis manos. Habíamos dejado el bullicio de la ciudad atrás y ni siquiera lo había notado tras haberme sumergido en la atención que mi acompañante merecía.
¿Era acaso todo aquello una obra curiosa de la casualidad? O quien sabe, tal vez de alguna forma la vida me estaba obsequiando un nuevo momento de alegría, tras tantas jornadas grises a mis espaldas.

Llené mis pulmones de ese aire puro, fragante y que tanto me alegraba. Con pasos cortos pero veloces, el resonar de los tacos cesó cuando me ubiqué a un lado de Yann. Tomé delicadamente su brazo extendido y sin pensarlo dos veces nos vimos a los ojos, dándonos el uno al otro el pie inicial para que la noche comenzase.

Una extensa alfombra aterciopelada nos dio la bienvenida al mismo tiempo que un refinado y serio caballero, encargado de guiar los ingresos a aquella inmensa y deslumbrante mansión ambientada como una estancia propia de campo, un lugar exquisito para descansar, olvidar la ciudad y deleitarse con lo natural, con lo puro.
Casi a finales del silente y tenue pasillo por el cual transitábamos ambos, el sonido característico de los violines ya podía percibirse, anunciando lo que seguramente sería una fiesta excepcional.

Las labras y maderadas puertas del salón principal se abrieron para nosotros. Las luces, los aromas, la música y las vistas ajenas nos abrazaron inmediatamente sin permiso alguno. Una sonrisa amplia e irradiante de pura y sincera simpatía aceptaba los agasajos que se introducían en mi mente a través de mis ojos, sometidos a mantener y reflejar la calma que mi interior no poseía. Estaba contenta, muy contenta de encontrarme allí y recordar las fiestas de alta alcurnia en la campiña.
Posé mis ojos en el rostro del arquitecto por unos instantes, él que a aquellas alturas ya comenzaba a ser reconocido y saludado por algunos de sus numerosos pares.
“Ojalá hubiese podido compartir esto contigo madre” anhele en mi mente, silenciosamente, bajo el sonoro ambiente de los envolventes violines.
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Mensaje por Yann Tiersen Miér Jun 27, 2012 5:43 pm

El molesto viaje en carruaje por fin había quedado atrás. Hacía unos minutos que Beau se había retirado a estacionarlo fuera del lugar de bienvenida y no sería hasta horas más tarde, que volveríamos a encontrarnos con él. La noche se anticipaba ante nosotros como invitándonos a gozarla y eso era justamente lo que me había propuesto a hacer. Junto a mí, Analeigh parecía disfrutar del entorno en el cual, ocasionalmente, se había preparado el evento. Me hubiese gustado hacer eterno el momento en que nos encontrábamos caminando, solos, hacia el interior de la casa. Su compañía era delicada y al mismo tiempo con presencia, sujetaba mi brazo con la misma fragilidad en que ejecutaba los movimientos de sus caderas al caminar, lo cual hacía aún más llamativa su figura y dotes de belleza exterior.

Para mi desgracia, el salón principal nos abrazó de tal manera, que la tranquilidad que había obtenido hasta el momento se esfumó en un parpadeo. La sala ya se encontraba muy concurrida y sistemáticamente fueron acercándose personalidades sociales a las cuales debía saludar como el protocolo indicaba. Podía ver como, consecuentemente, sus rostros se maquillaban de la flamantemente llamada hipocresía y proyectaban toda la educación, complacencia y humildad de la que ciertamente carecían. No era más que una máscara de sus verdaderos sentimientos y actitudes, pero ¿qué decir? Todo evento social o de beneficencia era la cita obligada a la entrañable actuación del orgullo y la falsedad en desmedro de la franqueza y sinceridad del hombre.

Presenté a mi acompañante cortésmente como debía. La solvencia con la cual saludaba a cada personalidad me llamó poderosamente la atención, pero no esperaba menos de ella. La música progresivamente fue aumentando su volumen a medida en que los últimos invitados se hacían del lugar y se instalaban en sus respectivas mesas. El salón se encontraba exquisitamente organizado: en una de sus esquinas, la orquesta creaba sus notas musicales y hacían amena la ocasión mientras que a sus lados y siguiendo los laterales de la sala, una cantidad considerable de mesas con sus respectivos asientos aguardaban a sus ocupantes. Las mismas estaban perfectamente adornadas con manteles a tono y un adorno en su centro que constaba de un floral enorme que se engalanaba con varias velas a sus extremos que se mantenían, por el momento, apagadas. Todo esto no hacía más que crear un límite a la zona central que servía de plataforma para el baile.

Luego de admirar mi entorno posé mi mirada sobre la de la Señorita Leisser. Su mano aun se mantenía aferrada a mi brazo. Supuse que una velada como aquellas era una más con las que ha tenido de lidiar, lo cual me dio pena. Estaba obligándola a someterse a aquel ambiente tan repugnante y avaricioso que por un momento quise apedrearme por egoísta.

Aquella sensación desapareció bruscamente cuando las luces comenzaron a descender su intensidad, dando por iniciado el acontecimiento e invitando a todos a acomodarse en sus lugares. Me disculpé con las personas que nos rodeaban que también iniciaban a alejarse para hacer lo propio y sujeté la mano de ella que caía a través de mi brazo - ¿Le parece si nos sentamos? La mesa está por allí - le dije con suavidad mientras que avanzábamos hacia aquella con el número 7: Tiersen. Separé su butaca de la mesa con caballerosidad para que pudiese tomar asiento e hice lo mismo. Cuando todos nos hallábamos en nuestro sitio, múltiples camareros aparecieron por doquier, unos dedicados a encender cada vela y otros a servir la cena. La música pronto se volvió una balada lenta y hermosa para apaciguar las conversaciones. Sin embargo, era el momento adecuado y perfecto para intimar con Analeigh, fue entonces que sujetando los cubiertos a un lado del plato para comer, accedí a hablar:

- Espero que la cena sea de su agrado, ¿ha estado aquí antes? - pregunté amablemente, mientras sentía como la música se hacía fondo del murmullo de todo el escenario - Luego de comer podremos dar un paseo por los alrededores - finalicé, esperando alegrarla. Aquel ambiente suponía un gran stress para mí y lo que menos quería era contagiarla de algún modo.

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Mensaje por Analeigh Leisser Sáb Jul 21, 2012 9:05 pm

La mezcla de sensaciones que se presentaban en mi interior en aquellos momentos era algo complejo de explicar, sobre todo porque aquel tumulto de huellas internas parecía rotar constantemente en mi cabeza. Por unos momentos me sentía engalanada, atraída exquisitamente por la magnificencia presente en aquel enorme salón propio de celebraciones de la alta alcurnia, mismo que me recordaba mi posición actual, muy alejada de aquellos días de charlas aristocráticas y recámaras adornadas al estilo rococó. Creo que ese pesar era lo que opacaba el pleno disfrute de mi instancia en aquel sitio. A eso no sabía ciertamente si sumarle el enigma que el señor Tiersen me generaba, pues aún se me hacia inmensamente difícil comprender como un caballero tan educado, atractivo y sensible optaba por la compañía de una cortesana en vez de lucirse merecidamente con alguna joven damisela de renombre, porque estaba segura que él no tendría obstáculo alguno para hacerse con la mano de la mujer que sus ojos y corazón deseasen.

Inhalé profundamente con la intención de reorganizar mis pensamientos, de enfocarme en el momento especial que me había tocado vivir. En el plano exterior me mantenía tan serena como de costumbre, porque sobre todas las cosas tenía muy en presente que mi acompañante merecía eso, no menos.

Tras aceptar con una sonrisa y asentimiento de mi cabeza la sosegada invitación de quien sostenía tomado por el brazo, me dirigí con el hasta la ubicación que se le había otorgado a éste mismo. La caricia de Yann sobre mi mano se sintió templada y hasta ciertamente acogedora.
Tomé asiento delicadamente, acomodando mi abultada falda en el asiento protocolarmente ofrecido por Monsieur Tiersen. Gustaba de reflejar que aún poseía los aprendizajes de mi infancia y que no sería capaz en absoluto de poner al caballero en vergüenza. Pese a mi realidad era tan o mas refinada que muchas de las damas presentes en el lugar, curiosas y de ojos inquietos, atendiendo mas a los asuntos de otras mesas que a los de la suya propia. Lamentablemente, muy a mi pesar bien consciente estaba que en eso recaía mayormente el ser parte de la aristocracia; impartir pensamientos falsos mientras lo único entretenido es malpensar sobre las acciones ajenas. Buscar el error, la falta del prójimo donde regocijarse, donde sentirse superior ¿Cuándo nuestra sociedad cayo en ese juego del que no había vuelta atrás? Debería remontar mi mente siglos atrás, por lo que sonreí por lo estúpido de mi propio razonar.

Mis labios se curvaron levemente ante la presencia de los habilidosos empleados del lugar con la intención de quitar de sus hombros el peso de creer que eran una molestia, una incomodidad. Sabía lo que era trabajar para alguien analítico y caprichoso, por lo que no me costaba ponerme en sus zapatos e imaginarme la presión que deberían de sentir aquellos jovenzuelos al servir ni más ni menos que al estrato mas refinado de la sociedad parisina.

Las velas se encendieron y su tenue flamear iluminar grácilmente mi rostro, así también el del elegante y atractivo caballero frente a mis ojos, aún más engalanado con las prendas de etiqueta que le arropaban. De todas formas la realidad radicaba en el porte y Yann lo poseía innatamente sin dudas, no había esfuerzo alguno en él para reflejar lo que era; un caballero con todas y cada una de las letras bien pronunciadas.
Mis ojos se cruzaron vagamente ante el manjar servido como cena del evento. Mis dedos se apoyaron suavemente sobre los cubiertos de plata, los que no llegué a tomar debido a que mi atención recayó automáticamente en las palabras del francés frente a mi persona.
- No jamás había estado aquí y me alegra que mi primera visita haya sido junto a usted monsieur... ¿Vuestra persona ya conocía tan maravilloso lugar? - respondí con sinceridad, proyectando esa sosegada simpatía que el varón despertaba en mi por sus numerosas atenciones para conmigo, lo que inevitablemente invocaba mi interes en saber más de él – Y su idea me ha de parecer exquisita, seguramente habrá notado mi fascinación por el entorno natural que envuelve a este hermoso lugar - añadí gustosamente, pues no era necesidad de recalcar que mis ojos brillaron notablemente en el momento en que vislumbré aquella inmensidad verdosa, pura y natural de los alrededores de la majestuosa residencia donde nos encontrábamos. Patentemente el arquitecto había notado aquella particularidad y parecía no querer dejarla pasar.
Dejándome sumergir en el ambiente que imponía la música del lugar, cerré mis ojos por un instante fugaz en donde agradecí tener el privilegio de vivir una velada tan especial como la presente junto a un hombre que no parecía querer otra cosa que el complacer ajeno.
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