AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Paciencia. - [Privado]
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Paciencia. - [Privado]
“No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto.”
-Aristóteles.
-Aristóteles.
Cuando Callum se acercó a la entrada del comedor pudo ver que Gregor ya estaba allí, sentado en su silla de siempre frente a la mesa y ese gesto como de aburrimiento o fastidio -quizás una mezcla de ambas- que solía tener la mayoría del tiempo. A Callum le daba la impresión de que miraba con un poco de asco su plato de comida, como si pretendiera que la comida se sintiera intimidada por los gestos y de pronto se convirtiera en algo todavía más suculento. Callum no dijo nada, arrastró los pies al cruzar el comedor, jaló una silla sin perder la oportunidad de hacer un ruido estrepitoso de la madera al ser arrastrada por el piso y se acomodó en ella, era justo la silla continua a la de su “protector”; todo lo había hecho a propósito para ver si así lograba sacar a Gregor de esa momentánea catatonia en la que se había sumido, como eso no ocurrió opto por llevar a cabo su plan B, ese nunca fallaba. — ¿Otra vez pollo y sopa de verduras? — Su tono era el de un niño caprichoso que se queja con su mamá; para dar realce a su queja alzó la cuchara y la lanzó a un lado del plato, imitando una cara de asco. — ¿Es lo único que saben preparar tus malditos criados? Se supone que eres rico, tendrías que tener gente más competente, esto es comida de pobres. — Lo miró desde su asiento, imitando esta vez las caras de fastidio que Gregor solía mostrar, pero una todavía más exagerada. — Lo único que me faltaba, además de ser un viejo gruñón, aburrido y amargado eres también un viejo tacaño. Eres patético, qué asco.
Aparentemente resignado, se reclinó por completo sobre el respaldo de la silla y cruzó los brazos en un gesto caprichoso y no dejó de mirar a Gregor que parecía no inmutarse demasiado ante las palabras del muchacho. Esperó para ver si había respuesta o mejor dicho el menor signo de que Gregor le daría batalla como siempre solía hacer, pero no ocurrió. Callum se sintió indignado, su pan de cada día era agredir y discutir, no podía el prescindir de ello. Nuevamente entró al ataque. — ¿Estás ignorándome? Hey, estoy hablándote. — Insistió en vano y al no obtener nuevamente respuesta dejó caer el plato al piso, provocando que el piso se manchara de comida y que el trozo de pollo saliera volando hasta los pies del hombre, justo en medio de sus zapatos. Callum podía tolerar muchas cosas pero nunca que lo ignoraran cuando él estaba hablándole a una persona, eso sí que lograba enervarlo. Increíblemente Gregor siguió sin prestarle demasiada atención o al menos así era a los ojos de Callum. Decidido a no darse por vencido, alargó su mano y repitió la misma acción con el plato de Gregor, ese hombre que apenas unas semanas atrás -y por razones que el joven todavía desconocía- había aceptado acogerlo temporalmente cuando Callum había hecho uso de sus maravillosos dotes histriónicos y se había mostrado ante él como una víctima, completamente convencido de que Gregor no podía negarse y de alguna u otra manera se había salido con la suya, el maldito bastardo lo había hecho. Los primeros días se había comportado, limitándose a permanecer en la habitación que le había sido destinada durante su estancia, pero conforme el tiempo fue pasando poco a poco su verdadero yo había ido emergiendo entre las negras aguas en las que se ahogaba día a día, en las que ya parecía gozar estar sumergido. Y aunque Gregor se hubiese demostrado tener un mínimo de gentileza en su persona, Callum no se esforzaba por hacer lo mismo, ya no, ni siquiera porque estaba en esa casa de arrimado, consciente de que podía ser sacado a la calle como un vil perro cuando por fin lograra colmarle la paciencia a Gregor. — ¿De verdad vas a seguir ignorándome? — Sí, le estaba dando la última oportunidad.
Callum Norrington- Humano Clase Baja
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 07/12/2011
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Re: Paciencia. - [Privado]
Ni siquiera notó cuando la cena había sido servida y cuando alguno de los inútiles que tenía como parte de la servidumbre fue a llamar al “joven Callum” como insistían en llamarlo. Algo en ese nombre ponía de especial mal humor a Gregor, algo que no admitiría jamás en voz alta. Una marejada de pensamientos lo había hundido, miraba el plato, sí, con disgusto porque parecía incapaz de mirar de un modo distinto, pero una pregunta lo aquejaba más que el aburrimiento cotidiano y lo poco atractivo que lucía el banquete de ocasión. ¿En qué momento su vida se había vuelto tan complicada? Había pasado todos sus años, desde su juventud hasta la fecha, sumido en experimentos y alcohol y drogas y misantropía, ¿cuándo todo eso se vino abajo y dejó entrar a tanta gente a su vida? Estaba esa doctora sefardita a la que maldecía un día sí y el otro también y luego Callum.
Jamás le compró el cuento de víctima, pero algo en el chiquillo le habló más allá de su falsa actuación. Algo en él, algo inherente al chico rubio le habló en un idioma que parecía que sólo él era capaz de entender. En esa mirada loca y en ese semblante tan desconcertante se encontró a sí mismo, había sido eso y que estaba ebrio, por eso había dicho sí a llevárselo a su casa. Si era sincero consigo mismo, los primeros días, esos en los que el muchacho se mostró dócil y callado, sintió una absoluta decepción, pero cuando poco a poco el verdadero ser de Callum salió, Gregor supo que su decisión no había sido errada. Aquel niño (era un niño a ojos de Gregor) era un manipulador, un sociópata, y eso no era aburrido. El físico siempre estaba buscando las cosas, las poquísimas cosas que no le parecieran aburridas. De su historia sabía poco, si no es que nada, y nunca había intentado entablar una conversación de esa índole. No era de su incumbencia, además, el acertijo debía ser develado por méritos propios.
¿Qué hacía Callum en esa casa? No tenía idea, sólo era un modo más que sacudirse el tedio, eso era seguro, pero no lo había llevado ahí para convertirse en una patética figura paterna, ¿cómo iba a serlo si él nunca tuvo una digna? Además, claro, estaba el hecho de que no le interesaban. No lo había llevado ahí para tratar de ayudarlo, quizá, en un egoísmo que no era ajeno a él, lo había llevado para salvarse a sí mismo. Las palabras de aliento que pudiera decirle apestarían a whisky y opio, ese no era su papel, entendía cuál era el papel del joven, o sabía cuál era su función al menos, se preguntó si él tendría alguno en la vida ajena, no es como si le importara demasiado.
Lo escuchó quejarse, hacer berrinches como un niñito caprichoso, como si el lujo que repentinamente le había tocado fuese suyo por derecho, lo vio aventar el plato, movió los ojos para ver el desastre y luego allá fue el suyo a hacerle compañía al primero. La vajilla no era lo que lo estaba molestando, ni la ingratitud, era la simple presencia de Callum, ¿qué hacía ahí? ¿Por qué había permitido que todo avanzara tan rápido? Quien pudiera leer sus pensamientos diría que de hecho le estaba tomando algún tipo de estima, aunque fuese sólo porque se identificaba, porque se había convertido en el avatar como los del dios Visnú, aquel que logró hacer lo que él no pudo cuando tenía esa edad; librarse de todos. Y también, el pobre incauto que se atreviera a meterse a sus pensamientos, diría que se estaba enamorando de la doctora Sabik.
Aquel último pensamiento encendió fuego en la mente del físico, que ya era un polvorín por sí sola. Azotó ambas manos en la mesa haciendo que todo vibrara, harto de las quejas sin fundamentos de su invitado.
-No comas si no quieres, muérete de hambre –lo miró y elevó la voz sin llegar a gritar, su rostro seguía con una ecuanimidad pasmosa-, no podría importarme menos –el volumen esta vez fue más quedo, calmado incluso. Se puso de pie, aventó la servilleta de tela que descansaba en su regazo y empujó la silla-. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que vamos a preparar una nueva cena para que Su Majestad esté contenta? ¿Qué cómo sufres al tener techo y alimento gratis? ¡Eres la víctima de todos! –espetó con burla, con sarcasmo, de pie ahí en el comedor con los zapatos de cuero llenos de sopa.
Jamás le compró el cuento de víctima, pero algo en el chiquillo le habló más allá de su falsa actuación. Algo en él, algo inherente al chico rubio le habló en un idioma que parecía que sólo él era capaz de entender. En esa mirada loca y en ese semblante tan desconcertante se encontró a sí mismo, había sido eso y que estaba ebrio, por eso había dicho sí a llevárselo a su casa. Si era sincero consigo mismo, los primeros días, esos en los que el muchacho se mostró dócil y callado, sintió una absoluta decepción, pero cuando poco a poco el verdadero ser de Callum salió, Gregor supo que su decisión no había sido errada. Aquel niño (era un niño a ojos de Gregor) era un manipulador, un sociópata, y eso no era aburrido. El físico siempre estaba buscando las cosas, las poquísimas cosas que no le parecieran aburridas. De su historia sabía poco, si no es que nada, y nunca había intentado entablar una conversación de esa índole. No era de su incumbencia, además, el acertijo debía ser develado por méritos propios.
¿Qué hacía Callum en esa casa? No tenía idea, sólo era un modo más que sacudirse el tedio, eso era seguro, pero no lo había llevado ahí para convertirse en una patética figura paterna, ¿cómo iba a serlo si él nunca tuvo una digna? Además, claro, estaba el hecho de que no le interesaban. No lo había llevado ahí para tratar de ayudarlo, quizá, en un egoísmo que no era ajeno a él, lo había llevado para salvarse a sí mismo. Las palabras de aliento que pudiera decirle apestarían a whisky y opio, ese no era su papel, entendía cuál era el papel del joven, o sabía cuál era su función al menos, se preguntó si él tendría alguno en la vida ajena, no es como si le importara demasiado.
Lo escuchó quejarse, hacer berrinches como un niñito caprichoso, como si el lujo que repentinamente le había tocado fuese suyo por derecho, lo vio aventar el plato, movió los ojos para ver el desastre y luego allá fue el suyo a hacerle compañía al primero. La vajilla no era lo que lo estaba molestando, ni la ingratitud, era la simple presencia de Callum, ¿qué hacía ahí? ¿Por qué había permitido que todo avanzara tan rápido? Quien pudiera leer sus pensamientos diría que de hecho le estaba tomando algún tipo de estima, aunque fuese sólo porque se identificaba, porque se había convertido en el avatar como los del dios Visnú, aquel que logró hacer lo que él no pudo cuando tenía esa edad; librarse de todos. Y también, el pobre incauto que se atreviera a meterse a sus pensamientos, diría que se estaba enamorando de la doctora Sabik.
Aquel último pensamiento encendió fuego en la mente del físico, que ya era un polvorín por sí sola. Azotó ambas manos en la mesa haciendo que todo vibrara, harto de las quejas sin fundamentos de su invitado.
-No comas si no quieres, muérete de hambre –lo miró y elevó la voz sin llegar a gritar, su rostro seguía con una ecuanimidad pasmosa-, no podría importarme menos –el volumen esta vez fue más quedo, calmado incluso. Se puso de pie, aventó la servilleta de tela que descansaba en su regazo y empujó la silla-. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que vamos a preparar una nueva cena para que Su Majestad esté contenta? ¿Qué cómo sufres al tener techo y alimento gratis? ¡Eres la víctima de todos! –espetó con burla, con sarcasmo, de pie ahí en el comedor con los zapatos de cuero llenos de sopa.
Invitado- Invitado
Re: Paciencia. - [Privado]
Una sonrisa se asomó entre sus labios, una apenas visible y que seguramente Gregor ni siquiera había advertido por lo breve que había sido. Ver sonreír a una persona como Callum sólo podía significar dos cosas: que algo finalmente había logrado ponerlo contento –lo cual no ocurría a menudo, contadas eran las cosas que podían provocar algo así-, o sencillamente que tramaba algo, lo cual no podía ser nada bueno, claro está. Sin embargo, raro o no lo que había hecho sonreír a Callum era ver que Gregor accedía a llevar a cabo eso que él quería: pelear; esa era la faceta que más le gustaba en las personas, la única que consideraba auténtica y pura, libre de cualquier hipocresía; así era como lograba llegar a conocer a las pocas personas con las que tenía trato, sacando lo peor de ellos porque en ese estado de ira era como dejaban libres a sus demonios y se mezclaban con los suyos. Al rubio le enervaba que las personas se mantuvieran calladas cuando el hablaba porque le daba la impresión de que le ignoraban o que su talento para sacarlos de quicio estaba desvaneciéndose, por suerte con Gregor seguía funcionando.
— Lo haré, moriré, igual que tú lo harás… — Lo miró fijamente a los ojos, sin moverse un centímetro a pesar de la reacción que el hombre había tenido ante los reclamos que su invitado hacía, los cuales ya de por si eran bastante absurdos. Las palabras de Callum bien podían ser malinterpretadas, confundidas tal vez con una amenaza de muerte del muchacho hacía al viejo, viniendo de alguien tan mentalmente perturbado todo se podía esperar, ninguna sospecha sería jamás tan descabellada como sus propias ideas. — ambos lo haremos, a su debido tiempo. — Completó la frase luego de algunos instantes, manteniendo ese tono de voz calmo y apacible del que era mejor no confiarse. — Pero ninguno de los dos morirá de inanición, sería demasiado estúpido, ¿no lo crees? — Imitando a Gregor se puso de pie y sin dejar de hablar se le vio caminar en dirección hacia la puerta, dando la impresión de que sencillamente abandonaría el comedor pero cuando llegó hasta la puerta pasó de largo y llegó hasta una de las paredes de la habitación. — ¿O es que acaso tan poco valoras la vida, Gregor? — Se giró para observar la reacción que este tendría ante aquella pregunta. Callum podía estar enfermo, ser muy joven y un muchacho muy desorientado pero era inteligente, poseía una capacidad de análisis que era digna de admirar, de alguna manera había aprendido a interpretar pequeños detalles y ciertas reacciones en la gente, incluso hasta las palabras o gestos menos revelantes eran importantes para él. La pregunta que le hacía a Gregor no había sido realizada al azar o por una coincidencia, Callum ya sabía -o al menos sospechaba y pensaba corroborarlo- que el viejo tenía muchos pesares y que probablemente cada mañana se despertaba maldiciendo no haber muerto durante sus horas de sueño, tranquilamente y sin siquiera darse cuenta. Volvió a darle la espalda. — Morir es un suceso importante como lo es el nacer, tal vez más importante incluso. ¿Alguna vez has pensado en la muerte?, ¿cómo te gustaría morir? — Insistía con la cuestión una vez más, ¿acaso esperaba que Gregor le confesara sus pocas ganas ante la vida?, ¿sería capaz de lograrlo?
Se mantuvo erguido frente a la pared, mirando fijamente los varios cuadros que colgaban en ella, algunos simples piezas de arte, otros retratos de algunas personas que él desconocía pero a quienes no dudo en adjudicar parentesco con su anfitrión; todos estaban pintados y perfectamente conservados, enmarcados en un metal color oro, elegantísimo. Fue especialmente uno el que captó su atención, un hombre que desde el punto de vista de Callum tenía gran parentesco con Gregor, de cabellos oscuros y ojos tan azules como los que ahora le veían desde la mesa. — ¿Qué edad tenías cuando murió tu padre? — Preguntó interesadísimo y mientras esperaba por una respuesta se acercó al cuadro al advertir una pequeña inscripción al pie de la pareja que le devolvía la mirada, debían ser los padres de Gregor. — ¿Calum? — La sorpresa apareció en sus ojos cuando descubrió el nombre de aquel nombre, volvió a girarse para encontrarse nuevamente con la mirada del hombre que debía estar molesto por estar entrometiéndose en cosas que no le incumbían. Ahora entendía muchas cosas, principalmente el por qué de que Gregor hubiera aceptado acogerlo en su casa, el que Callum y su padre compartieran nombre no podía ser una vana casualidad que él hubiera pasado por alto. — Nunca me habías dicho que tu padre se llamaba como yo. En realidad nunca me has dicho nada de tu familia o de ti. — ¿Podía Gregor realmente llegar a creer que aquel repentino interés del muchacho por saber más sobre sus orígenes era un mero acto de curiosidad o interés? No podía ser tan ingenuo. — Cuéntame, Gregor, ¿cómo era tu padre? ¿Te golpeaba mucho?, ¿era un alcohólico? Tú lo eres, es común que los hijos repitan la historia y que por eso se amarguen al ver que inconscientemente se convierten poco a poco en la viva imagen de esos que tanto odian. Debiste haber gozado con el alma el momento en que lo viste muerto, ¿no es así? — Nuevamente esa sonrisa se asomó, esa maldita y detestable sonrisa.
— Lo haré, moriré, igual que tú lo harás… — Lo miró fijamente a los ojos, sin moverse un centímetro a pesar de la reacción que el hombre había tenido ante los reclamos que su invitado hacía, los cuales ya de por si eran bastante absurdos. Las palabras de Callum bien podían ser malinterpretadas, confundidas tal vez con una amenaza de muerte del muchacho hacía al viejo, viniendo de alguien tan mentalmente perturbado todo se podía esperar, ninguna sospecha sería jamás tan descabellada como sus propias ideas. — ambos lo haremos, a su debido tiempo. — Completó la frase luego de algunos instantes, manteniendo ese tono de voz calmo y apacible del que era mejor no confiarse. — Pero ninguno de los dos morirá de inanición, sería demasiado estúpido, ¿no lo crees? — Imitando a Gregor se puso de pie y sin dejar de hablar se le vio caminar en dirección hacia la puerta, dando la impresión de que sencillamente abandonaría el comedor pero cuando llegó hasta la puerta pasó de largo y llegó hasta una de las paredes de la habitación. — ¿O es que acaso tan poco valoras la vida, Gregor? — Se giró para observar la reacción que este tendría ante aquella pregunta. Callum podía estar enfermo, ser muy joven y un muchacho muy desorientado pero era inteligente, poseía una capacidad de análisis que era digna de admirar, de alguna manera había aprendido a interpretar pequeños detalles y ciertas reacciones en la gente, incluso hasta las palabras o gestos menos revelantes eran importantes para él. La pregunta que le hacía a Gregor no había sido realizada al azar o por una coincidencia, Callum ya sabía -o al menos sospechaba y pensaba corroborarlo- que el viejo tenía muchos pesares y que probablemente cada mañana se despertaba maldiciendo no haber muerto durante sus horas de sueño, tranquilamente y sin siquiera darse cuenta. Volvió a darle la espalda. — Morir es un suceso importante como lo es el nacer, tal vez más importante incluso. ¿Alguna vez has pensado en la muerte?, ¿cómo te gustaría morir? — Insistía con la cuestión una vez más, ¿acaso esperaba que Gregor le confesara sus pocas ganas ante la vida?, ¿sería capaz de lograrlo?
Se mantuvo erguido frente a la pared, mirando fijamente los varios cuadros que colgaban en ella, algunos simples piezas de arte, otros retratos de algunas personas que él desconocía pero a quienes no dudo en adjudicar parentesco con su anfitrión; todos estaban pintados y perfectamente conservados, enmarcados en un metal color oro, elegantísimo. Fue especialmente uno el que captó su atención, un hombre que desde el punto de vista de Callum tenía gran parentesco con Gregor, de cabellos oscuros y ojos tan azules como los que ahora le veían desde la mesa. — ¿Qué edad tenías cuando murió tu padre? — Preguntó interesadísimo y mientras esperaba por una respuesta se acercó al cuadro al advertir una pequeña inscripción al pie de la pareja que le devolvía la mirada, debían ser los padres de Gregor. — ¿Calum? — La sorpresa apareció en sus ojos cuando descubrió el nombre de aquel nombre, volvió a girarse para encontrarse nuevamente con la mirada del hombre que debía estar molesto por estar entrometiéndose en cosas que no le incumbían. Ahora entendía muchas cosas, principalmente el por qué de que Gregor hubiera aceptado acogerlo en su casa, el que Callum y su padre compartieran nombre no podía ser una vana casualidad que él hubiera pasado por alto. — Nunca me habías dicho que tu padre se llamaba como yo. En realidad nunca me has dicho nada de tu familia o de ti. — ¿Podía Gregor realmente llegar a creer que aquel repentino interés del muchacho por saber más sobre sus orígenes era un mero acto de curiosidad o interés? No podía ser tan ingenuo. — Cuéntame, Gregor, ¿cómo era tu padre? ¿Te golpeaba mucho?, ¿era un alcohólico? Tú lo eres, es común que los hijos repitan la historia y que por eso se amarguen al ver que inconscientemente se convierten poco a poco en la viva imagen de esos que tanto odian. Debiste haber gozado con el alma el momento en que lo viste muerto, ¿no es así? — Nuevamente esa sonrisa se asomó, esa maldita y detestable sonrisa.
Callum Norrington- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/12/2011
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Re: Paciencia. - [Privado]
Definitivo, había perdido la cordura al haber acogido a ese chiquillo, no era un secreto que no era el más cuerdo de los hombres, pero en momentos como ese se preguntaba realmente por qué. Y no sólo el por qué lo había llevado, sino el porqué de todo. Sonrió de lado, ahí tenía su respuesta. Un cambio de posición en el espacio con respecto a uno mismo o a otro cuerpo que se toma como referencia: movimiento. Tan sencillo como la Física en la que era un experto. Sabía que las ciencias sociales no eran exactas, pero la gente una y otra vez se encargaba de demostrarle que eran igual o más predecibles que muchas leyes de la Física, y había puntos de color entre la gris monotonía que convertían su fuerza potencial en movimiento, rompiendo, como cada determinado manojo de lustros algunos científicos rompían con lo que se suponía debía ser en el universo, con lo que se Gregor creía saber sobre los seres humanos, no su género taxonómico favorito sobre la tierra, por desgracia al que pertenecía.
Se quedó en ese mismo exacto lugar con los pies manchados de sopa y el semblante intranquilo que, de por sí, siempre lo acompañaba. Escuchaba a Callum, lo escuchaba con atención porque podía ser todo lo desquiciado que quisiera, pero era jodidamente inteligente también. Bien encaminado ese niño podía ser algo importante, Gregor no estaba interesado en la tarea, y Callum seguramente no estaba interesado en llevarla a cabo, así que daba igual. Aguardó en silencio mientras el otro seguía en su retahíla, una que conocía bien, que se había hecho más frecuente conforme los días de convivencia habían avanzado. No respondió a sus preguntas, no se iba a poner a filosofar con él sobre la muerte, un tema recurrente para el Físico, pero sólo al interior de la intimidad de su habitación y de su mente. Rio en cambio, socarronamente, casi sólo como si tosiera, moviendo los hombros más de lo que movía la boca.
-¿Qué vas a saber tú sobre… -hizo una pausa y su risa se acentuó tanto que tuvo que curvear la espalda hacía atrás -…sobre lo que sea?, ¡mírate! –Señaló despectivamente con la mano y luego colocó las manos en la cintura –eres un niño, cuando eres joven y bonito y estúpido te sientes invencible, déjame romper tu ilusión, no lo eres –y esas últimas palabras las soltó marcadamente, cada una entonada con claridad y aplomo. No era una lección que quisiera darle, era, como siempre, el golpe de realidad que le encantaba asestar a todo mundo, no tenía por qué ser diferente con Callum.
Entonces lo miró ponerse de pie, no pecó de iluso creyendo que ahí acabaría todo, frunció ligeramente el entrecejo, tampoco pudo adivinar las intenciones del volátil jovencito. Esa era una cualidad que le gustaba de él –y que nunca le diría, claro-, era impredecible, era casi como si pudiera voltear a ver un espejo que da hacía el pasado y se mirara a sí mismo cuando se encargaba, por puro deporte, en poner en mal el apellido que a su padre tanto trabajo le había costado poner en alto, la diferencia aquí era crucial. Callum simplemente no tenía nada qué perder. Entornó los ojos cuando el chico pareció interesarse en los cuadros de la pared, pinturas que Gregor tenía ahí porque ahí habían estado a su llegada a esa casa y no tenía interés alguno en quitarlas, en contemplarlas mucho menos.
Escuchó y escuchó de nuevo, sabía que no podía ponerse a contestarle hasta que al chiquillo se e diera la gana terminar con sus cuestiones insolentes. Soltó una carcajada, así como si nada y se movió para acortar la distancia, pero aun manteniéndose prudentemente alejado.
-Mi padre y yo éramos muy unidos –mintió descaradamente, era un arte que dominaba bien-, éramos una familia modelo, todos nos envidiaban en Praga –ni él se estaba creyendo el cuento, pero lo estaba diciendo con una seguridad tal que debía ser verdad-. Ellos murieron durante un viaje –mentiras y más mentiras –lloré mucho –nada más alejado de la realidad. Si conservaba ese cuadro, ese en especial, era por Olga, su madre, con la que sentía aún estaba en deuda, una deuda que jamás podría saldar, por lo que le pudo enseñar a pesar de las limitantes que Calum les ponía, y porque aquel día que murieron, simplemente no pudo llorar. Como no había llorado en mucho tiempo.
-Pero ya que estás muy valiente metiéndote en asuntos personales –dijo desenfadado, avanzando por el lugar-, cuéntame de ti, ¿te abandonó tu familia? ¿Qué hacías vagando por ahí? Estás demasiado bien alimentado y eres demasiado instruido como para haber nacido en cuna pobre, ¿tu encantadora personalidad los alejó a todos? ¿O te hartaste y los mataste una noche lluviosa? ¿Cuál es tu historia? –todas esas preguntas, formuladas con una sonrisa burlona en su rostro, y un tono falsamente comprensivo.
Se quedó en ese mismo exacto lugar con los pies manchados de sopa y el semblante intranquilo que, de por sí, siempre lo acompañaba. Escuchaba a Callum, lo escuchaba con atención porque podía ser todo lo desquiciado que quisiera, pero era jodidamente inteligente también. Bien encaminado ese niño podía ser algo importante, Gregor no estaba interesado en la tarea, y Callum seguramente no estaba interesado en llevarla a cabo, así que daba igual. Aguardó en silencio mientras el otro seguía en su retahíla, una que conocía bien, que se había hecho más frecuente conforme los días de convivencia habían avanzado. No respondió a sus preguntas, no se iba a poner a filosofar con él sobre la muerte, un tema recurrente para el Físico, pero sólo al interior de la intimidad de su habitación y de su mente. Rio en cambio, socarronamente, casi sólo como si tosiera, moviendo los hombros más de lo que movía la boca.
-¿Qué vas a saber tú sobre… -hizo una pausa y su risa se acentuó tanto que tuvo que curvear la espalda hacía atrás -…sobre lo que sea?, ¡mírate! –Señaló despectivamente con la mano y luego colocó las manos en la cintura –eres un niño, cuando eres joven y bonito y estúpido te sientes invencible, déjame romper tu ilusión, no lo eres –y esas últimas palabras las soltó marcadamente, cada una entonada con claridad y aplomo. No era una lección que quisiera darle, era, como siempre, el golpe de realidad que le encantaba asestar a todo mundo, no tenía por qué ser diferente con Callum.
Entonces lo miró ponerse de pie, no pecó de iluso creyendo que ahí acabaría todo, frunció ligeramente el entrecejo, tampoco pudo adivinar las intenciones del volátil jovencito. Esa era una cualidad que le gustaba de él –y que nunca le diría, claro-, era impredecible, era casi como si pudiera voltear a ver un espejo que da hacía el pasado y se mirara a sí mismo cuando se encargaba, por puro deporte, en poner en mal el apellido que a su padre tanto trabajo le había costado poner en alto, la diferencia aquí era crucial. Callum simplemente no tenía nada qué perder. Entornó los ojos cuando el chico pareció interesarse en los cuadros de la pared, pinturas que Gregor tenía ahí porque ahí habían estado a su llegada a esa casa y no tenía interés alguno en quitarlas, en contemplarlas mucho menos.
Escuchó y escuchó de nuevo, sabía que no podía ponerse a contestarle hasta que al chiquillo se e diera la gana terminar con sus cuestiones insolentes. Soltó una carcajada, así como si nada y se movió para acortar la distancia, pero aun manteniéndose prudentemente alejado.
-Mi padre y yo éramos muy unidos –mintió descaradamente, era un arte que dominaba bien-, éramos una familia modelo, todos nos envidiaban en Praga –ni él se estaba creyendo el cuento, pero lo estaba diciendo con una seguridad tal que debía ser verdad-. Ellos murieron durante un viaje –mentiras y más mentiras –lloré mucho –nada más alejado de la realidad. Si conservaba ese cuadro, ese en especial, era por Olga, su madre, con la que sentía aún estaba en deuda, una deuda que jamás podría saldar, por lo que le pudo enseñar a pesar de las limitantes que Calum les ponía, y porque aquel día que murieron, simplemente no pudo llorar. Como no había llorado en mucho tiempo.
-Pero ya que estás muy valiente metiéndote en asuntos personales –dijo desenfadado, avanzando por el lugar-, cuéntame de ti, ¿te abandonó tu familia? ¿Qué hacías vagando por ahí? Estás demasiado bien alimentado y eres demasiado instruido como para haber nacido en cuna pobre, ¿tu encantadora personalidad los alejó a todos? ¿O te hartaste y los mataste una noche lluviosa? ¿Cuál es tu historia? –todas esas preguntas, formuladas con una sonrisa burlona en su rostro, y un tono falsamente comprensivo.
Invitado- Invitado
Re: Paciencia. - [Privado]
En ningún momento Callum tuvo la intención de dejar de sonreír, lo hacía a propósito, sabía que las personas odiaban verlo de ese modo y él, si bien odiaba ser odiado, también le hacía sentir poder. De una manera muy retorcida sentía que si hacía rabiar a los demás, él tenía la victoria y puede que en un determinado porcentaje, él tuviese la razón. Pocas habían sido las discusiones o percances que había tenido con el viejo Dvořák, roces que siempre habían sido desencadenados por tonterías que Callum sacaba a relucir, pero definitivamente esta era la mejor de todas; pintaba para ser inolvidable, porque estaba adentrándose en terreno delicado: en su vida personal.
Por algunos instantes, el rubio no se movió de su sitio, se dedicó a observar y escuchar lo que Gregor tenía para decir. Cada una de las palabras del viejo llegaron con claridad a sus oídos, las analizó con devoción, como si de eso dependiera una vida y estudió su rostro mientras las pronunciaba, sus gestos específicamente. Levantó la barbilla en señal de que no le creía ni una sola palabra y la volvió a bajar para después ladear la cabeza como un perro habría hecho, en señal de curiosidad. Callum reconoció la pasión con la que Gregor intentaba hacerle creer toda esa tierna historia, pero no era suficiente para él. No le creía nada, absolutamente nada, ni una maldita palabra, y no era que él tuviera pruebas de lo contrario hubiera escuchado rumores contradictorios, no, era sencillamente que estaba convencido de su versión de las cosas, de lo que veía en los ojos del hombre, en sus actos, en su forma de expresarse. Callum no era un imbécil y nadie lo haría cambiar de opinión. Si quería convencerlo de lo contrario, Gregor debía ser mucho más inteligente o sencillamente atenerse a que Callum lo molestaría de por vida con el tema, hasta que Gregor, harto de la situación, aceptara lo que él decía.
Volvió a sonreír y por fin decidió moverse de su sitio. Caminó lentamente, con movimientos mecánicos, moviendo la cabeza, moviendo sus ojos como un loco lo habría hecho; fijándolos en el hombre cuando al fin llegó hasta donde se encontraba. Se le plantó enfrente, alzó sus manos y tómo la solapa del traje de Gregor, la cual se dedicó a acomodar como si de un hijo preocupado por la apariencia de su padre se tratase. Mientras lo hacía soltó un largo y sonoro suspiro, volvió a sonreír, le sonrío él, a Gregor. — Mi-en-tes. — Se lo soltó en plena cara, separando cada sílaba para poner más énfasis en la palabra y hacer más notorio lo mucho que le divertía darse cuenta esa historia era falsa. — ¿Crees que soy imbécil, que voy a tragarme esa historia? Eres un puto mentiroso, Gregor, puedo verlo en tus ojos. — La burla hizo acto de aparición, a empujones se coló entre las palabras. Pero entonces, con esa suprema facilidad para mutar de semblante que poseía, su tono de voz cambio; dejó atrás la burla, la sonrisa cínica y poco a poco la seriedad fue apoderándose de sus infantiles facciones. Callum empezaba a indignarse con lo que le había sido dicho, se sentía enfadado por la forma en la que Gregor se había referido a él. — Te equivocas. No-soy-un-niño. — Le recriminó mientras alzaba el dedo índice y lo clavaba insistentemente en el pecho del hombre. Dio un paso al frente y acortó más la distancia entre ambos. — El único imbécil aquí, eres tú. — Otro paso al frente y pudo olfatear con precisión la colonia que Gregor llevaba puesta. Otro paso más y sus narices chocarían. — Soy yo el que vive en tu mansión, el que come tu comida, el que caga en tu baño o en donde le de la gana; podría cagarme en tu mesa y daría igual, no tendrías las suficientes bolas para sacarme de aquí. — Lo retó. Por supuesto que no tenía miedo de que lo hiciera. — Soy yo el que vive a tus costillas, Gregor, ¿no te das cuenta? No eres más que un payaso. Ni siquiera sabes por qué me aceptaste. Eres tan débil que no tuviste corazón para dejarme ahí afuera, me acogiste en tu casa. Mírame… estoy aquí, bajo tu mismo techo. De los dos, ¿quién es más inteligente? — Le dirigió una mirada de desprecio, como si ese hombre que había hecho una caridad con él, le hubiera hecho una grosería. Callum era la persona más desagradecida del mundo.
Desvío la mirada un instante y clavó sus ojos en el marco de la muerta, mientras decidía si abordar o no el tema más delicado. Le bastaron unos cuantos segundos para convencerse de que efectivamente, los límites no existían para él. — Pero ya que no quieres contarme tu verdadera historia, te contaré la mía. — Pronunció, volviendo a sostenerle la mirada. — Todos-están-muertos. Yo los maté. A-cada-uno-de-ellos. — Mintió y fingió sentirse orgulloso de algo que no había hecho, pero que siempre soñó con hacer. Decidió relatarle con lujo de detalles una de las tantas fantasías que su dañada mente había tenido durante meses enteros. — ¿Quieres saber como lo hice? — Preguntó, pero no esperó por una respuesta, se lo diría de todos modos. — Los primeros fueron ellos, los bastados que se hacían llamar mis padres. — Una mueca de asco se apropió de su boca. — Eran todo menos eso, eran escoria, simples trozos de carne en proceso de descomposición. Merecían morir. Les rebané la garganta a ambos… — de entre sus ropas sacó la navaja de afeitar que había encontrado la noche anterior. — …con esto. — La hoja de metal brilló ante los ojos del viejo. Callum pareció hipnotizado por su brillo, desvío la mirada del hombre y la centró en el arma blanca; por un momento pareció que le hablaba al objeto y no a él. — Dejé que se desangraran lenta y dolorosamente. Después mi hermano, Dominic, le arranqué la lengua, era un jodido tartamudo. Y finalmente ella, Chelsey, mi hermana mayor. Murió achicharrada cuando le prendí fuego a la casa. — Un par de lágrimas recorrieron sus mejillas, pero no eran lágrimas de dolor, eran de rabia al recordar a esos que tanto daño le habían hecho. Volvió a mirar a Gregor. — Espero que todos estén en el infierno ahora.
Por algunos instantes, el rubio no se movió de su sitio, se dedicó a observar y escuchar lo que Gregor tenía para decir. Cada una de las palabras del viejo llegaron con claridad a sus oídos, las analizó con devoción, como si de eso dependiera una vida y estudió su rostro mientras las pronunciaba, sus gestos específicamente. Levantó la barbilla en señal de que no le creía ni una sola palabra y la volvió a bajar para después ladear la cabeza como un perro habría hecho, en señal de curiosidad. Callum reconoció la pasión con la que Gregor intentaba hacerle creer toda esa tierna historia, pero no era suficiente para él. No le creía nada, absolutamente nada, ni una maldita palabra, y no era que él tuviera pruebas de lo contrario hubiera escuchado rumores contradictorios, no, era sencillamente que estaba convencido de su versión de las cosas, de lo que veía en los ojos del hombre, en sus actos, en su forma de expresarse. Callum no era un imbécil y nadie lo haría cambiar de opinión. Si quería convencerlo de lo contrario, Gregor debía ser mucho más inteligente o sencillamente atenerse a que Callum lo molestaría de por vida con el tema, hasta que Gregor, harto de la situación, aceptara lo que él decía.
Volvió a sonreír y por fin decidió moverse de su sitio. Caminó lentamente, con movimientos mecánicos, moviendo la cabeza, moviendo sus ojos como un loco lo habría hecho; fijándolos en el hombre cuando al fin llegó hasta donde se encontraba. Se le plantó enfrente, alzó sus manos y tómo la solapa del traje de Gregor, la cual se dedicó a acomodar como si de un hijo preocupado por la apariencia de su padre se tratase. Mientras lo hacía soltó un largo y sonoro suspiro, volvió a sonreír, le sonrío él, a Gregor. — Mi-en-tes. — Se lo soltó en plena cara, separando cada sílaba para poner más énfasis en la palabra y hacer más notorio lo mucho que le divertía darse cuenta esa historia era falsa. — ¿Crees que soy imbécil, que voy a tragarme esa historia? Eres un puto mentiroso, Gregor, puedo verlo en tus ojos. — La burla hizo acto de aparición, a empujones se coló entre las palabras. Pero entonces, con esa suprema facilidad para mutar de semblante que poseía, su tono de voz cambio; dejó atrás la burla, la sonrisa cínica y poco a poco la seriedad fue apoderándose de sus infantiles facciones. Callum empezaba a indignarse con lo que le había sido dicho, se sentía enfadado por la forma en la que Gregor se había referido a él. — Te equivocas. No-soy-un-niño. — Le recriminó mientras alzaba el dedo índice y lo clavaba insistentemente en el pecho del hombre. Dio un paso al frente y acortó más la distancia entre ambos. — El único imbécil aquí, eres tú. — Otro paso al frente y pudo olfatear con precisión la colonia que Gregor llevaba puesta. Otro paso más y sus narices chocarían. — Soy yo el que vive en tu mansión, el que come tu comida, el que caga en tu baño o en donde le de la gana; podría cagarme en tu mesa y daría igual, no tendrías las suficientes bolas para sacarme de aquí. — Lo retó. Por supuesto que no tenía miedo de que lo hiciera. — Soy yo el que vive a tus costillas, Gregor, ¿no te das cuenta? No eres más que un payaso. Ni siquiera sabes por qué me aceptaste. Eres tan débil que no tuviste corazón para dejarme ahí afuera, me acogiste en tu casa. Mírame… estoy aquí, bajo tu mismo techo. De los dos, ¿quién es más inteligente? — Le dirigió una mirada de desprecio, como si ese hombre que había hecho una caridad con él, le hubiera hecho una grosería. Callum era la persona más desagradecida del mundo.
Desvío la mirada un instante y clavó sus ojos en el marco de la muerta, mientras decidía si abordar o no el tema más delicado. Le bastaron unos cuantos segundos para convencerse de que efectivamente, los límites no existían para él. — Pero ya que no quieres contarme tu verdadera historia, te contaré la mía. — Pronunció, volviendo a sostenerle la mirada. — Todos-están-muertos. Yo los maté. A-cada-uno-de-ellos. — Mintió y fingió sentirse orgulloso de algo que no había hecho, pero que siempre soñó con hacer. Decidió relatarle con lujo de detalles una de las tantas fantasías que su dañada mente había tenido durante meses enteros. — ¿Quieres saber como lo hice? — Preguntó, pero no esperó por una respuesta, se lo diría de todos modos. — Los primeros fueron ellos, los bastados que se hacían llamar mis padres. — Una mueca de asco se apropió de su boca. — Eran todo menos eso, eran escoria, simples trozos de carne en proceso de descomposición. Merecían morir. Les rebané la garganta a ambos… — de entre sus ropas sacó la navaja de afeitar que había encontrado la noche anterior. — …con esto. — La hoja de metal brilló ante los ojos del viejo. Callum pareció hipnotizado por su brillo, desvío la mirada del hombre y la centró en el arma blanca; por un momento pareció que le hablaba al objeto y no a él. — Dejé que se desangraran lenta y dolorosamente. Después mi hermano, Dominic, le arranqué la lengua, era un jodido tartamudo. Y finalmente ella, Chelsey, mi hermana mayor. Murió achicharrada cuando le prendí fuego a la casa. — Un par de lágrimas recorrieron sus mejillas, pero no eran lágrimas de dolor, eran de rabia al recordar a esos que tanto daño le habían hecho. Volvió a mirar a Gregor. — Espero que todos estén en el infierno ahora.
Callum Norrington- Humano Clase Baja
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 07/12/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Paciencia. - [Privado]
Mantenerse tan indemne ante ataques tan directos no era una habilidad, era un arte, mismo que Gregor parecía dominar a la perfección y que en ese mismo instante estaba siendo puesto a prueba como nunca. Cierto era que en el pasado y cada vez con más frecuencia tenía encontrones como ese chiquillo, aquel que aun se mantenía como la anomalía, una oveja negra en un rebaño de prístina lana blanca, pero por vez primera se estaban picando el orgullo no con varas, con afilados cuchillos en cambio. Gregor no era invencible, ni se creía tal, él mejor que nadie conocía su propia fragilidad, tanto física como del alma (o lo que tuviera considerando su forma de ser) y esa era una fortaleza, saber sus puntos débiles. Sí, podía quebrarse en cualquier momento porque por más que alegara que era distinto a los humanos, no dejaba de ser uno, muy a su desgracia; podía venirse abajo como la alta torre que era, pero no frente a ese niño –ni frente a nadie, en todo caso-, no esa tarde, no durante esa conversación.
Mantenerse indemne ante ataques tan directos no era nada nuevo para Gregor; ataques con palabras huecas eran risibles, se reía de ellos con sorna y los rebatía con pasmosa facilidad, ataques con acciones que laceran… esos eran el verdadero problema, pero el checo era experto en enterrar en lo más profundo, como un tesoro con una maldición, todos sus demonios, jamás hablarlos, hacerlos ausentes aunque rondaran cerca siempre. Estaba consciente de ellos, pero los ignoraba y no iba a dejar que ese malagradecido le viniera a remover absolutamente nada. El suelo en donde estaba plantado era firme, siempre lo había sido, no iba a cambiar. Gregor era un hombre de ideas claras y concisas, sólidas como pilares de iglesia románica, era intolerante y necio. Defectos para la gran mayoría, grandes virtudes para una discusión como esa.
Mantenerse indemne ante ataques tan directos podía resultar todo un reto para cualquiera, pero no para el físico, por todo lo que era y en tondo lo que creía, pero también, porque Callum era un terrible espejo al pretérito amargo, y lo envidiaba, ese era el meollo de todo, ese niño había conseguido lo que él nunca pudo y que sólo los hombres lobo consiguieron: deshacerse de su padre. Ese niño había roto ataduras y era libre, que estuviera más loco que una cabra era asunto aparte, o tal vez era precisamente por eso que había logrado lo que él no. Cuerdo no era un adjetivo que calzara con él, pero en la mirada de su doppelgäenger adolescente veía una demencia mayor y más calcinante, una que él nunca alcanzó, una que nunca añoró debido a sus metas científicas pero que hasta ese momento caía en cuenta que era ahí donde yacía el secreto de la libertad absoluta.
En donde libertad no era, de ningún modo, un sinónimo de felicidad.
Lo observó, cada uno de sus movimientos, se le notaba como si contuviera una rabia mayor que luchaba por salir, cuando lo tuvo de frente sólo bajó la mirada, mantuvo el mentón levantado y lo vio hacia abajo debido a la diferencia de estaturas. Escuchó todo sin inmutarse, sin abrir la boca, sin mover un solo músculo del rostro. En un enfrentamiento físico tenía las de perder, lo sabía, pero algo le dijo que no sería atacado. Lo dejó hablar, dejó que soltara su sarta de estupideces, predecir lo que estaba pensando era una tarea que se antojaba imposible, su rostro se mantuvo ecuánime, como una escultura de granito.
Mentía, claro que lo hacía, aquello era un duelo de mentiras, de historias que encubrían realidades más aciagas, o quizá, verdades anticlimáticas que no enaltecían a ninguno de los dos como los misántropos declarados que eran. Después de un rato, cerca del término de la arenga de Callum, Gregor giró los ojos y su rostro finalmente expresó algo, de todo lo que pudo haber reflejado, desde luego, extrajo lo que supuso sería lo más hiriente: aburrimiento. Chasqueó la lengua y con una mano empujó con suavidad al muchacho, sólo para poner distancia entre ambos.
-¿Has acabado con tus idioteces? –Preguntó con retórica burla -¿pretendes que crea ese cuento? ¡Vaya que tienes imaginación! Tú no me crees, yo tampoco te creo, ¿qué se le va a hacer? –Se burló descaradamente, encogiéndose de hombros y negando con la cabeza como si estuviese sinceramente decepcionado-. Vamos Callum –sonrió de lado, retó –vamos a darnos más crédito, si te acogí… mis razones tengo, y no me voy a poner a explicártelas, que seas un chiquillo malcriado sólo te hace más interesante, puedes hacer lo que quieras en esta puñetera casa o en esta jodida ciudad, no me importa si una noche no regresas, para mí no eres más que un objeto de estudio, eres un niño –repitió aquello con alevosía –qué vas a saber tú lo que es tratar de descifrar acertijos, eso eres nada más, un entretenimiento –avanzó y se detuvo, inclinó la cabeza hacia un lado, escupió a un lado, saliva rancia con sabor a alcohol y opio –más vale que te hagas a la idea, no te voy a correr de aquí, porque no podrías importarme menos, si te largas, sólo sería un rompecabezas que no pude armar… -se llevó la mano a la frente dramáticamente –podré vivir con eso.
Relajó la posición, se acercó a un sillón y se recargó en su respaldo, su sonrisa se acentuó.
-Si mi vida no fue un cuento de hadas, la tuya no fue una historia de terror, no tienes las agallas para cometer todo eso que alardeas, si yo soy un imbécil… a mi se me quita leyendo y estudiando, ¿cómo se te quita a ti lo cobarde que eres? –Soltó un manotazo al aire –eres sólo un niño –espetó incisivamente.
Mantenerse indemne ante ataques tan directos no era nada nuevo para Gregor; ataques con palabras huecas eran risibles, se reía de ellos con sorna y los rebatía con pasmosa facilidad, ataques con acciones que laceran… esos eran el verdadero problema, pero el checo era experto en enterrar en lo más profundo, como un tesoro con una maldición, todos sus demonios, jamás hablarlos, hacerlos ausentes aunque rondaran cerca siempre. Estaba consciente de ellos, pero los ignoraba y no iba a dejar que ese malagradecido le viniera a remover absolutamente nada. El suelo en donde estaba plantado era firme, siempre lo había sido, no iba a cambiar. Gregor era un hombre de ideas claras y concisas, sólidas como pilares de iglesia románica, era intolerante y necio. Defectos para la gran mayoría, grandes virtudes para una discusión como esa.
Mantenerse indemne ante ataques tan directos podía resultar todo un reto para cualquiera, pero no para el físico, por todo lo que era y en tondo lo que creía, pero también, porque Callum era un terrible espejo al pretérito amargo, y lo envidiaba, ese era el meollo de todo, ese niño había conseguido lo que él nunca pudo y que sólo los hombres lobo consiguieron: deshacerse de su padre. Ese niño había roto ataduras y era libre, que estuviera más loco que una cabra era asunto aparte, o tal vez era precisamente por eso que había logrado lo que él no. Cuerdo no era un adjetivo que calzara con él, pero en la mirada de su doppelgäenger adolescente veía una demencia mayor y más calcinante, una que él nunca alcanzó, una que nunca añoró debido a sus metas científicas pero que hasta ese momento caía en cuenta que era ahí donde yacía el secreto de la libertad absoluta.
En donde libertad no era, de ningún modo, un sinónimo de felicidad.
Lo observó, cada uno de sus movimientos, se le notaba como si contuviera una rabia mayor que luchaba por salir, cuando lo tuvo de frente sólo bajó la mirada, mantuvo el mentón levantado y lo vio hacia abajo debido a la diferencia de estaturas. Escuchó todo sin inmutarse, sin abrir la boca, sin mover un solo músculo del rostro. En un enfrentamiento físico tenía las de perder, lo sabía, pero algo le dijo que no sería atacado. Lo dejó hablar, dejó que soltara su sarta de estupideces, predecir lo que estaba pensando era una tarea que se antojaba imposible, su rostro se mantuvo ecuánime, como una escultura de granito.
Mentía, claro que lo hacía, aquello era un duelo de mentiras, de historias que encubrían realidades más aciagas, o quizá, verdades anticlimáticas que no enaltecían a ninguno de los dos como los misántropos declarados que eran. Después de un rato, cerca del término de la arenga de Callum, Gregor giró los ojos y su rostro finalmente expresó algo, de todo lo que pudo haber reflejado, desde luego, extrajo lo que supuso sería lo más hiriente: aburrimiento. Chasqueó la lengua y con una mano empujó con suavidad al muchacho, sólo para poner distancia entre ambos.
-¿Has acabado con tus idioteces? –Preguntó con retórica burla -¿pretendes que crea ese cuento? ¡Vaya que tienes imaginación! Tú no me crees, yo tampoco te creo, ¿qué se le va a hacer? –Se burló descaradamente, encogiéndose de hombros y negando con la cabeza como si estuviese sinceramente decepcionado-. Vamos Callum –sonrió de lado, retó –vamos a darnos más crédito, si te acogí… mis razones tengo, y no me voy a poner a explicártelas, que seas un chiquillo malcriado sólo te hace más interesante, puedes hacer lo que quieras en esta puñetera casa o en esta jodida ciudad, no me importa si una noche no regresas, para mí no eres más que un objeto de estudio, eres un niño –repitió aquello con alevosía –qué vas a saber tú lo que es tratar de descifrar acertijos, eso eres nada más, un entretenimiento –avanzó y se detuvo, inclinó la cabeza hacia un lado, escupió a un lado, saliva rancia con sabor a alcohol y opio –más vale que te hagas a la idea, no te voy a correr de aquí, porque no podrías importarme menos, si te largas, sólo sería un rompecabezas que no pude armar… -se llevó la mano a la frente dramáticamente –podré vivir con eso.
Relajó la posición, se acercó a un sillón y se recargó en su respaldo, su sonrisa se acentuó.
-Si mi vida no fue un cuento de hadas, la tuya no fue una historia de terror, no tienes las agallas para cometer todo eso que alardeas, si yo soy un imbécil… a mi se me quita leyendo y estudiando, ¿cómo se te quita a ti lo cobarde que eres? –Soltó un manotazo al aire –eres sólo un niño –espetó incisivamente.
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