Un baño de madrugada (Privado)

Me desperté pronto ese día, el sol no había salido aún. Me asomé a la ventana. Tan sólo vi un par de personas andando apuradas. Lo más probable es que se dirigieran a sus puestos de trabajo, como yo tenía que hacer dentro de unas horas. Por la luminosidad de fuera calculé que serían las cinco de la mañana, no mucho más tarde. Aun me quedaban cuatro horas hasta tener que ir al Club Louvier. Volví a la cama y me senté, pensando. Estuve así unos minutos, hasta que finalmente me puse el vestido lila y con la capa sobre los hombros salí de casa.

Crucé la plaza donde daba la puerta principal y me dirigí calle arriba hacia la laguna. Decidí que un baño no me vendría mal para comenzar la jornada. Crucé calles y plazas hasta que por fin la vi a lo lejos. Una gran masa de agua rodeada de hierba fresca y algún árbol esparcido por ahí. A un lado había un pequeño bosque de donde se asomaban pequeñas liebres cuando no había mucho ruido. No tarde en llegar hasta allí. Cuando llegué, un zorro que bebía del borde de la laguna me miró asustado y echó a correr para refugiarse en el bosquecillo.

Me acerqué a una roca y me descalcé. No había nadie allí, así que podía darme un baño sin problemas. No es que me avergonzara de que desconocidos me viesen desnuda, pero no era algo que me diera buena imagen. Dejé el vestido doblado sobre la piedra y los zapatos junto a ella. La capa por el contrario la acerqué a la orilla. Hacía frío aquella mañana, iba a necesitar algo con lo que cubrirme cuando saliera del agua.

Comencé a andar con paso firme adentrándome en la laguna. Sentía como el frío me atizaba las piernas, y poco a poco, el resto del cuerpo. Cuando el agua me llegaba por los hombros cogí aire y metí la cabeza. El agua se coló por el cuero cabelludo y noté pinchazos debido a la baja temperatura. Aun así, era agradable. Nadé un poco de allá para acá y tarde bien poco en volver a salir. El fango del fondo se me colaba entre los dedos de los pies. Corrí hasta la capa y me la puse con el pelo hacia dentro. Mientras me acercaba a la roca me sequé todo lo que pude. Hacía demasiado frío como para permanecer mucho tiempo mojada.

Me vestí de nuevo con el vestido lila y me calcé. El pelo goteaba mucha agua, así que lo estrujé con ambas manos para quitar el sobrante. Mojado me llegaba hasta la cintura. –Debería cortarlo- Lo haría cuando volviera a casa con unas tijeras y un poco de maña. Había cierta claridad en el horizonte, lo que significaba que había empezado a amanecer. Regresé por donde había venido y vi un hombre frente a mí. Me paré en seco. ¿Cuánto tiempo llevaría allí? Si llevaba el suficiente como para haberme visto salir del agua, mi baño privado de ensueño se habría convertido en un bonito espectáculo.

Estaba a unos metros de aquel caballero que había llegado a la laguna. No sabía qué era lo que había visto exactamente, pero no me importaba demasiado. Que me vieran desnuda no era algo que por aquel entonces me quitara el sueño. -Buenos días, Monsieur- volví a caminar, esta vez dirigiéndome hacia él por iniciativa propia. Aun así, me quedé a poco más de un metro de distancia.

Dudaba que viniera a lo mismo que yo, pocos se atrevían a bañarse con aquellas temperaturas a altas horas de la mañana. Notaba la piel del rostro tensa debido al baño, y cada vez que hacía una mueca la sentía como si fuera cartón. La brisa que soplaba me helaba aquello que aun seguía mojado, sobre todo el pelo y la cabeza. La melena aun seguía empapada a pesar de que la había escurrido pocos segundos antes.

Dediqué un rato a mirar a aquel chico. El pelo castaño claro, los ojos azules y la piel clara fueron los primeros rasgos que pude apreciar, eso sin contar la altura. Como me solía pasar a menudo tenía que elevar la cabeza para poder mirarle a los ojos. Era algo para lo que ya estaba acostumbrada. –Deberíais probar el agua. Disfrutaríais de un baño muy agradable- señalé el lago con la cabeza. –Si soportáis el frío, claro- volví a escurrir la larga melena, esta vez más fuerte. Notaba como algunas gotas me corrían por el cuello hasta llegar al vestido, y cómo éste absorbía cada gota como una esponja. Algunas zonas de los brazos y las piernas seguían mojadas y comenzaron a empapar el vestido. Cuando una brisa más fuerte nos azotó, un escalofrío recorrió mi espalda, haciendo que me estremeciera.

Como era de esperar, no se metió en el agua. No me extrañó en absoluto, cualquiera con un poco de sentido común no lo haría. El por qué yo lo hice es una pregunta que aun no me he respondido. Antes de entrar a la laguna parecía una idea perfecta, pero una vez fuera con esa leve brisa corriendo cambié de idea. Probablemente acabara el día con un constipado, pero eso estaba por ver. El pelo largo tampoco ayudaba, siempre acababa tan empapado que le costaba horas secarse por completo.

-Gracias- le dije mientras me colocaba el sombrero con el pelo recogido en un moño dentro. Noté la nuca fría cuando ya no estaba cubierta por la melena. Fue un segundo, porque nada más tuve el pelo bien guardado en el sombrero me sequé la humedad de la nuca con la manga de la capa. Cayeron algunas gotas más pero no eran demasiado molestas.

-No habéis elegido mal el lugar de paseo, aunque a estas horas está algo… vacio- miré al fondo detrás del chico. Las copas de los árboles se mecían todas al mismo tiempo con un vaivén un tanto hipnótico. Dos pájaros cruzaron jugando a cortejarse mutuamente cerca del bosque.

Volví a mirarle. -¿Venís a menudo?- Contestase lo que contestase, no podría decir si era cierto o no. Yo apenas salía de la ciudad, siempre me quedaba en las calles cercanas tanto al Club Louvier como las cercanas a mi casa. Escasas eran las veces que acudía a la taberna o algún sitio de entretenimiento similar. No eran el tipo de cosas que podía permitirme.

Los primeros rayos de Sol comenzaban a alumbrar la laguna. Reflejaban en el agua y hacían que parecieran más grandes de lo que realmente eran. Algunos peces salían a comer algo de la superficie, dejando hondas que se iban agrandando mientras desde el centro nacían nuevas que seguían el curso de sus hermanas mayores. Un grupo de patos llegó volando y aterrizó en la orilla. Algunos se aventuraron a entrar en el lago como había hecho yo, otros sin embargo seguían la misma decisión que había tomado Basile: aguardaban fuera del agua picoteándose unos a otros o comiendo gusanos del fango.

No se divisaba ningún movimiento más que el de las aves. Éramos los únicos habitantes de París que se habían acercado a aquel lugar tan de madrugada. Supongo que la mayoría estarían despertándose en ese momento y preparándose para su día laboral. Calculé que a mí no me quedaría mucho más tiempo de disfrute. Sonreí muy sutilmente cuando escuché el comentario del chico. En el fondo le podía comprender. Al Club Louvier también acudía gente, según los días más o menos. Y los había de todo tipo, desde la amable señora que buscaba algo muy discreto y con pocas florituras hasta la gran señora que no hacía nada más que poner pegas a todo lo que se le ofrecía. Aquellas personas eran verdaderamente odiosas, y muchas veces tenía que tomarme unos diez minutos de descanso para no comportarme de forma grosera con el próximo cliente.

Noté como el sombrero se me ladeaba hacía la derecha. Aunque tenía el pelo recogido dentro me seguía quedando un poco amplio, por lo que si movía ligeramente la cabeza se movía él con ella. Me lo centré con ambas manos y lo coloqué de manera que se sujetó, por lo menos hasta la próxima vez que moviera la cabeza.

-No- negué a la vez con la cabeza. -También es mi primera vez- guardé las manos bajo la capa de nuevo, parecía que el movimiento de la cabeza no había hecho que el sombrero se moviera de su sitio. -Pero no estoy segura de si ha sido buena idea- una nueva brisa me rozó la nuca, pero no fue tan fuerte como la anterior. O al menos no me hizo sentirme tan fría. También noté como un rayo de sol me rozaba allí donde lo había hecho segundos antes la brisa, y agradecí ese poco calor que me daba. -Creo que la siguiente será un día más caluroso, en verano tal vez-

Me fijé en su rostro más detalladamente. Había dicho que tenía ascendencia rusa, aunque no sabía si sería cercana o de algún antepasado lejano. Igualmente, la piel era pálida, supuse que por esa razón. Los genes solían perdurar unas cuantas generaciones, algo similar a mi familia. Compartíamos color de ojos, aunque no se podía decir lo mismo de la estatura. Era alto, y tenía que inclinar la cabeza para poder mirarlo a la cara.

-Aunque tengo que admitir que no tengo demasiado tiempo libre para disfrutar de los paisajes de París- añadí después.

Así que me había visto durante algún momento de mi baño. Era uno de los riesgos de bañarse en un lugar público como aquel, pero ya lo había tenido en cuenta y realmente no me importaba demasiado. Ya estaba acostumbrada. Y, al parecer, no le había disgustado lo que había visto porque quería volver. Estaba claro que a él tampoco le importaba el hecho de que yo supiera que había estado ahí antes de vestirme, al contrario de otros que intentaban ocultarlo por razones que no llegaba a comprender.

Una de las comisuras de mi boca se elevó formando una media sonrisa. -En ese caso, elegiré un día muy caluroso- comenté. Le miré unos segundos más antes de continuar. -Así vuestra sangre rusa diluida no será escusa para que no disfrutéis del baño…- hice otra pausa de un par de segundos -… en mi compañía, si os place- mis cejas dibujaron un rápido arco sobre los ojos para luego volver a su sitio original. Por su actitud no creía que fuera a recibir un 'no' por respuesta, pero quien sabe… las sorpresas llegaban cuando menos nos lo esperábamos.

-Mirka Hrossová- incliné la cabeza levemente hacia abajo a modo de saludo mostrando la misma picardía de la que hacía gala el hombre que me acompañaba. -Es un placer, Monsieur Grushenko- hice memoria, y creo que Basile era la primera persona a la que le decía mi apellido durante mi estancia en Francia. También era el primero al que creía que no le costaría demasiado pronunciarlo, se podía decir que el suyo era similar en cuanto a pronunciación.

-Realmente solo una- comencé a contestar a su pregunta. -Mi empleo. Pero me ocupa gran parte del día- no me quejaba de mi puesto en el Club Louvier, solía ser agradable la mayoría de las veces, salvo en las ocasiones en que los clientes eran tan quisquillosos que era imposible darles lo que pedían, aunque les mostrara todo lo que poseía la tienda. Aunque no podía quejarme, ese empleo era el que me permitía dormir todas las noches en una cama, comer prácticamente todos los días y poder vestirme sin demasiados harapos. Llevaba años en París y se podía decir que era lo que me había mantenido viva ese tiempo.

-Aunque también es cierto que así aprendo a valorar el tiempo que me queda libre y buscar cosas que me entretengan-

Miré su mano durante un par de segundos lego le miré a él. Volví a bajar la mirada y adelanté mi mano para estrechar la suya. –Tenemos una cita- sonreí suavemente y después de unos segundos solté su manos para volver a protegerla debajo de la capa. El sol ya había salido del todo y calentaba lo suficiente como para dejar de temblar. Calculé que no me quedaba mucho tiempo de charla con Basile, pero aún podía exprimir los últimos cinco minutos en la laguna.

-No, no os equivocáis- Mi apellido me delataba, eso lo había sabido siempre. Hrossová no era el típico nombre suave que tenían los franceses, de hecho no lo sabían ni siquiera pronunciar. –Tengo un nombre demasiado delator- comenté encogiéndome de hombros. Es lo único que me quedaba de mi antigua vida. En una ocasión pensé en no volver a identificarme como tal, solamente Mirka, pero me di cuenta que no quería olvidar de dónde venía ni porque había acabado donde estaba. No cometería el mismo error si se me presentaba otra oportunidad.

Volví a encogerme de hombros ante la irónica pregunta de Basile. -No se puede vivir del aire- miré hacia la laguna un momento –Y vivimos en un mundo en el que los hombres lo único que quieren es pasar un buen rato con una mujer. Si les resulta hermosa, mucho mejor, pero realmente solo se fijan en su entrepierna- hice una pausa -Para el matrimonio buscan otras características. Un título no es un mal trato. Dinero es la otra opción. ¿Me equivoco, Monsieur Grushenko?- Sabía que no, lo había probado en mi propia piel. De hecho, se podía decir que yo hacía lo mismo, sólo que no llegaba a casarme ni con un duque ni con un afortunado.

-Aunque admito que gastar francos ajenos me resulta una idea… tentadora- dije mientras me quitaba el sombrero. Note como el moño se deshizo y como cayó sobre mi espalda. Se había quedado apelmazado, así que lo ahuequé un poco con las manos y aproveché para comprobar su humedad. –Aunque me temo que tendrá que ser dentro de unos años- -O quizá nunca-

-Tengo que marcharme, pero ha sido un placer compartir parte de mi baño con vos, Monsieur- me acerqué a él y poniéndome de puntillas le coloqué el sombrero. Estirándome todo lo que me daba mi cuerpo apenas llegaba a colocarle el sombrero, pero finalmente lo conseguí. –Espero verle aquí cuando se derrita la capa de hielo- comencé a dar los primeros pasos hacia el camino. De pronto me giré sobre mis talones. –Si algún día queréis un traje o un vestido para alguna señorita, podéis visitar el Club Louvier. Quizá encontréis algo que os interese-