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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Xrisí D'Argeneau Lun Abr 02, 2012 12:48 am


Bebe todo el veneno, al final morirás o serás eterna.
-Mansión Argeneau; Calabosos-

El chillido de las ratas se confunde entre los fúnebres cantos de una triste mujer. Su dolor se expía a través de esas notas musicales que, como lamentos recorren cada rincón en las abandonadas mazmorras. Una viuda negra baja desde la biga que sostiene la mansión Argeneau, su fina telaraña apenas si puede ser percibida con los ojos mortales pero que en la aguda visión vampírica parece ser un fuerte lazo con una peligrosa ancla al final de esta. No hay luna. Las tinieblas han vestido la fas de la tierra dejando en completa obscuridad las calles, los callejos, el bosque y aquella laguna que alcanza a divisarse en las lejanías. El azuzar de los cuervos, despierta las pesadillas de los pequeños niños que ahora duermen tranquilos en sus hogares, niños que jamás imaginarían que esos terribles sueños son reales… ¿En qué demonios estabas pensando, Amber? Se pregunta una y otra vez. La culpa de su denigrante situación es de esos infantes, de no ser por el recuerdo que tiene de su infancia nada de eso habría pasado. Se supone que es fiel, leal a un amo que arriesgó su vida para preservar la suya, entonces ¿Dónde quedó su devoción? ¿Por qué le desobedeció? Justo en este instante podría desgarrar a un pequeño sin pensarlo dos veces, es ahora en que sus pensamientos se vuelven cada vez más seguros de si mismos. Poco a poco olvida el dolor que le ata a lo último de su humanidad para terminar por convertirse en la marioneta perfecta de Mikhail.

Ha permanecido en la misma posición durante las últimas horas. Perdió la noción del tiempo y no tiene la más mínima idea de cuantas noches han pasado desde que su esposo la metió en ese infierno. No ha probado bocado alguno, está completamente demacrada. La pálida y gélida piel se ha adherido a los huesos de su cuerpo. Esos pómulos que presumían un rosado color, ahora son simplemente obscuras marcas en su rostro. El cabello rubio, la mirada perfecta y celeste, su busto, los glúteos… todo le ha desaparecido. Está a punto de morir, lo sabe por la resequedad de sus labios, por ese ardor infinito que siente emerger desde las entrañas de su vientre; es como un diminuto demonio mitológico posándose en su útero para devorarla lentamente mientras ella sueña con dar a luz a un pequeño bebé. No conforme con la humillación y la falta de atención por parte de su consorte, el desgraciado ha colocado frente a ella un humano, un joven de mirada perdida con la salud desvaneciéndose al igual que la de ella. No puede alcanzarlo. Amber está atada por los tobillos, las muñecas y el cuello con cadenas llenas de espinas alimentadas por agua bendita que, Mikhail se encarga de proveerles noche tras noche. Las plantas escarban en su piel dejando las marcas de sus arañazos como tatuajes tribales. Si la arrogancia y el orgullo no pueden tomarse de la mano para saltar al vacío y suicidarse a cambio de piedad, la fémina que no tiene nada más que perder, conseguiría el milagro de lo absurdo –Tiberius, por favor- Susurra desesperanzada.

Miles de pensamientos pasan por su mente, formas incalculables con las cuales desquitar la frustración que tiene dentro, ¿Realmente valía la pena quedarse con él? Dijesen lo que dijesen de la pobre desgraciada, la verdad es que no lo hace por ella, mucho menos por Mikhail, la única razón justificable que puede acabar con cualquier juicio es, estar enamorada… Lástima, se enredó con el hermano equivocado. Severus. Por la sombra de su amo, ella bebería lejía hasta la última gota. Se escuchan pasos en las lejanías, pero ignora cualquier señal de vida en el exterior, ¿Cuántas veces no lo ha hecho antes? Ir a visitarla sólo para burlarse de ella y que no esté muerta, no Mikhail, mucho menos Lucian… los malditos sirvientes que siguen al rey como estúpidos esclavos. Los odia y matará. Su pesada, tétrica y maldita melodía aún recorre cada frívolo recoveco del calabozo. Un monolito estoico al lado de su casi desfallecido cuerpo, espera con una copa de cristal a ser nutrido con la sangre de algún desafortunado. Amber cree que morirá de hambre. Una de las ratas se pasea pegada al filo de la pared y el suelo, muy cerca de donde ella se encuentra, las cadenas podrán producirle una agonizante punzada al clavársele las espinas, pero tiene más hambre de la que recuerda. Corre hasta donde el roedor, lo coge por el cuerpo, observa su mirada y hace una mueca al aturdirse con su estridente chillido. Se queja. Abre su boca desenfundando los colmillos, lleva el animalejo hasta sus fauces y arranca la cabeza de este de un solo tajo. Vacía el interior de la rata en su boca y bebe amargamente la sangre. Al término, se relame los labios con una mueca de asco, no por el animal si no el sabor tan insípido de su cena… -Esto es una porquería- Traga el último sorbo y escupe los restos. Las puertas de su cárcel se abren lentamente con chirrido espectral.


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Mensaje por Invitado Vie Abr 13, 2012 7:18 pm

Una mueca casi imperceptible se dibujó en su rostro aquella noche que llegó, Tiberius no estaba para recibirlo, y no esperaba que lo hiciera, le preocupaba más otra cosa, otra persona. Preguntó a los sirvientes, primero por su hermano aunque le daba igual y para no perder la costumbre, los esclavos no supieron dar razón del rey de aquel castillo (Mikhail no era alguien que informara a sus subordinados de sus movimientos, eso lo incluía muchas veces a él), recorrió la estancia con la mirada y finalmente preguntó por ella. «Castigada» le dijeron y él no dijo nada, sólo asintió una vez y caminó rumbo a su habitación. Conocía a su hermano, y sus métodos, sabía que cuando castigaba no era con una bofetada o una noche sin cenar, lo de él eran verdaderas torturas, torturas que Severus también disfrutaba al ver o ejecutar, pero no cuando se trataba de ella. Cada vez que tenía que mantenerse impasible ante uno de las penitencias infringidas a Xrisí, él sufría una propia, personal, interna y silenciosa también.

Se tomó su tiempo. Acababa de alimentarse, por alguna razón, lo que menos quería era verse débil y acaecido esa noche, se aseó con calma, se cambió de ropa con parsimonia, y se sentó en su habitación un momento a pensar, cerró los ojos pues desde que era vampiro podía ver cosas en sus pensamientos si se concentraba, personas específicas, trató de saber el paradero de su hermano y en cambio vino a él la imagen de ella en uno de los calabozos muriendo -qué ironía- de hambre. Sacudió la cabeza, no podía engañarse ni a sí mismo. Esperó un rato más, como si tratara de contenerse; otras veces antes ya la había “salvado” de los suplicios a los que la sometía su hermano, nunca había recibido represalias, tampoco era tan idiota como para correr a su rescate inmediatamente después de ser condenada, era como si Mikhail supiera que ella había aprendido la lección, Lucian quedando sólo como un tonto. Apretó los puños tanto ante aquel pensamiento que sus nudillos comenzaron a ponerse blancos y las uñas a clavarse en las palmas, soltó el agarre imaginario y finalmente se puso de pie.

Bajó escaleras como si descendiera al inframundo, de cierto modo así era y caminó a lo largo del húmedo y obscuro pasillo, no hacía falta investigar en que celda estaba confinada, lo sabía, así de sencillo. Bien pudo pecar de desesperación y romper el candado que le impedía abrir la pesada puerta de hierro, respiró profundamente y buscó en el bolsillo del pantalón su propio juego de llaves. Podía ser el Argeneau que nadie nunca notaba, pero su capacidad para cometer martirios y torturas a víctimas estaba a la par de la de su hermano, y por ello también hacía uso de aquella parte del castillo.

Finalmente abrió la puerta y ahí estaba, pequeña, más pequeña de lo que recordaba, sucia, delgada, tirada como si no sirviera en un rincón pestilente. Chasqueó la lengua al observar el cadáver decapitado de la rata en su mano y luego su mirada vagó por la mazmorra para toparse con un humano que parecía vivo de milagro, inalcanzable para Xrisí. Tenía que admitirlo, esta vez Mikhail había armado una muy buena tortura. La miró un segundo o dos como si estuviera pensando en volver a cerrar la puerta e irse sin hacer nada, pero luego dio un paso al interior y cerró tras de sí, se acercó a ella, se puso en cuclillas y la tomó por el mentón.

-Amber, qué mal luces –le dijo como si aquello fuese gracioso, miró por sobre su hombro al hombre que se quejaba, que seguramente no sabía si la nueva presencia era una alucinación provocada por la inanición o real. Se puso de pie y caminó hasta él, comenzó a romper las cadenas que lo ataban.

-¿Ahora qué me harás? –dijo el desconocido con la poca fuerza que le quedaba, parecía que al formular esa pregunta finalmente moriría por el esfuerzo que había implicado. Lucian giró los ojos, lo estaba confundiendo con Mikhail pero no dijo nada-. ¡Bastardo! –gritó el sujeto, demasiado fuerte para su estado y le escupió en la cara. Lucian lo soltó de golpe y se limpió con el puño de la camisa.

-Genial –musitó con sarcasmo, pensando que ese escupitajo debía estar en el rostro de su hermano y no en el suyo. No importaba ya, terminó el trabajo y finalmente dejó sin atadura alguna al otro, lo tomó de la camisa harapienta y lo tiró frente a Xrisí-. Come –no era suculento, pero ella no estaba para ponerse exigente.


Última edición por Lucian Argeneau el Miér Mayo 02, 2012 1:03 am, editado 3 veces
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Mensaje por Xrisí D'Argeneau Sáb Abr 21, 2012 12:45 am


¿Qué pesa más? ¿Tu vida o la de él?
Exacto.

La vida de Xrisí siempre ha estado balanceándose sobre la cuerda floja. Una decisión que peca en lo ordinario puede significar continuar con vida o morir. Se equivocó. Pagar las consecuencias es sólo la mitad del camino para encontrar la redención. Pero aquel señor a quien supuestamente rendía pleitesía jamás perdonaría una deshonra como la que ella cometió esa noche. Conoce la respuesta a la pregunta que ha estado martillándole en la cabeza como si una espina hiriente tratara de mutilar con lentitud y mucho dolor su ya flagelado cuerpo. Tiberius la dejaría morir. A estas alturas suena absurdo el tener un poco de fe, pero la demacrada vampiresa aún tiene voluntad para soñar, para creer que su amo le regalaría una segunda oportunidad ¡¿Otra?! Y, con esa esperanza enraizada patéticamente a su ser, observa la puerta abrirse con lentitud. Su primera reacción al distinguir la silueta en medio de las sombras, fue hacer retroceder su cuerpo hasta el rincón más alejado de aquel hombre. Abrazó sus rodillas con sus manos y hundió la cabeza en medio de sus piernas. El cuerpo de Xrisí temblaba deliberadamente. Aún era capaz de recordar el dolor físico al que la sometió unas cuantas noches atrás… Se estremece.

El hombre tras la puerta no era su esposo, se trataba del hermano, el menor de los trillizos. Sentir el tacto de Severus en su piel, el calor con la cual levanta su barbilla con amargura y quizá tristeza, la forma en que la observa, las facciones en su rostro al ver como es que ella se ha resumido algo peor que la nada; provocan en la fémina una colisión de sensaciones y, sus lágrimas ruedan por sus mejillas para darles un acabado nacarado, como si de una perla se tratasen y, aunque sólo queda ya el hueso marcado en ellas, su belleza continúa siendo casi un misterio. Suelta su cuerpo para poder abrazarlo a él, las manos rodean la espalda de Severus y su rostro se acuna en el arco de su cuello. Agradece sin pronunciar palabra alguna su presencia. No lo sujeta con la suficiente fuerza porque no la tiene, pero no importa que tan débil sea su amarre, cualquiera se daría cuenta de lo que significa. Con pesadez, se separa de él bajando la vista y escuchando su comentario. Se esfuerza para sonreír con altanería –Y, aún así me sigues viendo más hermosa de lo que pudieses desear- La nota de su voz es áspera. Carraspea sintiendo como la sangre regresa desde su estómago hasta su boca. No le cayó bien. Su cuerpo la rechaza, se niega a tragar semejante asquerosidad. Se cubre con una de sus manos impidiendo la salida del líquido pero es inútil. Termina por regurgitarla. Frunce el ceño, niega con su cabeza y se aleja de Severus –¡No me veas!- Exclama con resentimiento, no para él, para sí misma por estar tan sucia, demacrada, fea…

Frío. El gélido viento escabulléndose entre las rendijas de una diminuta ventana en lo alto del calabozo, le cala en los huesos. Es indescriptible la forma en la que aprecia el filo de éste cortando cada centímetro de su piel, pero no es de forma literal, el dolor es debido a la ausencia de él, de su Severus. Con las pupilas fijas en su espalda, lo ve marcharse –Es mejor así- Se dice a si misma en un susurro tratando de engañarse. Había pensado en que él la dejaría ahí como su hermano, que sólo había sido enviado para asegurarse que la desgraciada siguiese con vida, a saber cuanto tiempo le restaba antes de obsequiarle un amanecer. Pero no fue así. La mujer se llenó de rabia al ver como el humano se atrevía a escupirle a la cara. De poder, se habría levantado inmediatamente y arrancado su corazón con un único movimiento, pero está tan cansada y desgastada que sólo pudo proferir un rugido amenazante mientras lo fulminaba con la mirada “En cuanto me libere te asesinaré de la peor forma que puedas imaginar” Azota al sujeto con el pensamiento, mostrándole una pisca de lo que le haría. Se marea debido a la concentración requerida para usar su habilidad como vampiro, se esfuerza por mantenerse consciente y renuncia a sus amenazas mentales. La obscuridad se apodera de su vista, no logra ver nada más que un vacío total. Esta completamente aturdida, entonces recuerda lo que se sentía ser humano, con ese desequilibrio total del cuerpo y la escalofriante sensación de estar a punto de abrazar a la muerte. Cuando abrió los ojos, todo eso desapareció.

Un amor, una ternura, una emoción que no puede ser expresada de forma dialéctica; inunda por completo a la vampiresa. El hombre que ama estaba ahí, frente a ella entregándole un cuerpo para que se alimentara, no es lo más romántico del mundo pero para alguien como esa mujer, con la condición en la que se encuentra, la forma en la que ha vivido atada a algo que realmente odia y aprecia al mismo tiempo; es lo mejor que podían ofrecerle, no está segura si él la ve con compasión o lástima. –Sev.. Sev...- No puede salir de esa sílaba y prefiere gatear hasta el cuerpo. Lo toma con ambas manos, no puede defenderse. Se aproxima peligrosamente hasta su cuello, abre su boca desenfundando sus colmillos, saboreando la sangre que corre impaciente por sus venas. Puede olfatear su mortalidad, el perfume que emana de la vida y provoca un hambre terrible en ella. Sus uñas se clavan en la piel del sujeto, se empapan con su sangre. Disfruta del banquete y, aunque pudo atacar inmediatamente, prefiere darse el orgullo de degustarlo primero. Pasa su lengua por encima de la piel. Con los colmillos asomándose por fuera de sus fauces, se prepara para morder, uno de ellos desgarra superficialmente la piel del mortal y una gota escarlata aparece tiñendo su blanco marfil. Contrae su cuerpo –No, no, no, no…- Niega de forma desesperada retrocediendo hasta el muro como un demente en uno de sus ataques psicóticos. –No puedo, Severus- Lo mira fijamente a los ojos con miedo, con un terror realmente marcado en cada una de sus expresiones –Él lo sabrá- Comienza a mecerse acuclillada en la esquina –Debes irte, si Tiberius se da cuenta que estuviste aquí- Sus ojos casi se salen de sus cavidades, al pensar lo que podría pasarle a Severus si su hermano se llegase a enterar –¡NO! No podría soportarlo, por favor, vete- Le suplica –Yo estaré bien, sé que se acordará de mí y me sacará. No quiero que pases por esto- Estira su mano para delinear su silueta en el aire a manera de caricia pese a la distancia –No a ti. Tú no, Severus.... ¡Llévatelo de aquí!- Señala el cuerpo moribundo.


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Mensaje por Invitado Miér Mayo 02, 2012 1:06 am

Era impresionante el poder que esa mujer tenía sobre él. Lo calmaba, lo domaba, pero lo destruía también, bastaba con saber qué había provocado aquel abrazo débil, por suerte no la estaba viendo a los ojos y eso le ayudaba a mantenerse ecuánime, como siempre estaba, como siempre debía estar, aunque por dentro quisiera voltearse y besarla y prometerle que todo estaría bien, aunque se tratara de una mentira. Un soldado, la torre en el tablero de ajedrez, que vigila y ejecuta, ¿cuándo se había vuelto tan débil? Tensó las mandíbulas ante aquel sencillo pensamiento y cerró los ojos, toda su existencia inmortal la había dedicado a tratar de demostrarle al mundo que no era sólo una sombra, no era «el otro Argeneau», que no era débil, que importaba. Y ante ella todo eso perdía sentido e importancia, perdía lógica incluso, frente a ella era lo que su voluntad de mujer quisiera. No era nada. Sonrió de lado y se movió un poco causa de una risa que no pudo del todo escapar de su boca al escucharla, siempre la veía hermosa, siempre la vería hermosa, no importando bajo qué circunstancias estuvieran, nunca se lo había dicho, no así al menos, ambos de pie, ambos en sus cabales. Cuando le decía cosas como esas normalmente era durante la fiebre de estar revolcándose, de estar, ambos, traicionando a un rey que merecía ser traicionado y sin embargo, al que ambos le habían jurado fidelidad.

Cuando pidió no ser vista fue como si le hubiesen dicho lo contrario, sus ojos se dirigieron a su maltrecha figura como si fuesen trozos de hierro atraídos por un imán. Estaba mal, y la culpa era de su hermano, ¿qué se suponía que hiciera? Ahí estaba, haciendo lo único que podía, evitar que muriera, porque si ella moría, su cordura huiría junto con ella. Estaba loco, debía estarlo como para cometer reiteradamente esa afrenta a Tiberius, pero no tanto como para desapegarse de la realidad, no aún.

Entonces el cuerpo moribundo del mortal estuvo en medio de ellos, aguardó a que hiciera lo lógico, se abalanzara sobre él y saciara su sed, o al menos, evitara dejar su existencia inmortal, algunos dirían que moriría, pero ellos ya estaban muertos, y eso era aún más terrible aún. Morir por segunda vez era algo que no pretendía experimentar y que no dejaría que le sucediera a ella. La observó detenidamente, sus movimientos sutiles, con gracia a pesar de su deplorable condición, esperó lo obvio, el siguiente paso lógico, y escuchó como intentaba decir su nombre, aquellas sílabas sueltas llegaron a él como dagas traperas, tragó saliva, guardó silencio.

La furia lo invadió en cuanto ella se negó a seguir. Era un hombre temperamental y visceral, era fácil sacarlo de sus casillas, una ventaja si se tomaba en cuenta el papel que jugaba en los planes de su hermano, pero ahora podía ser contraproducente. Frunció el ceño y dio un paso atrás negando con la cabeza.

-Él ya se olvidó de ti, ha metido ha cuanta mujer a podido a este lugar –mintió, no le importó hacerlo, aunque en su mentira iba algo de verdad, no decía algo que Mikhail no soliera hacer, sólo esta vez no pudo comprobarlo con sus propios ojos, esta vez las mujerzuelas de su hermano no cayeron en sus manos también como solían hacerlo. En ese instante estuvo seguro que si Amber lo escogiera a él, él sería un devoto amante, pero era un pensamiento tonto rayando en lo ingenuo y pronto se esfumó. Cosas como esas lo hacían endeble, todo lo que con ahínco luchaba por no ser.

Cerró los ojos con calma y sopesó sus opciones, irse o quedarse. Su pie se arrastró por el frío y húmedo suelo, listo para dar el primer paso y retirarse, dolido como siempre, en cambio, no lo hizo, se quedó ahí y se odió en ese instante. Por todo, por débil, por quererla (¿la amaba?), por traicionar a su hermano.

-No me pasará nada –habló con calma aunque en su tono de voz se dejaba entrever la furia contenida que toda la situación le provocaba-, Tiberius no me perdonaría haberte dejado morir, ¿después con qué se divertiría? –estaba jugando una carta peligrosa, pero certera. A su hermano en realidad no le importaba el destino de su mujer, como no le importaba el destino de nadie, Severus era muy parecido a él en ese aspecto, excepto que a él si le importaba lo que sucediera con la mujer frente a él-. No lo voy a repetir –el tono de voz subió pero la entonación seguía siendo plana –come, no creo que pases de esta noche –la señaló con la mano como si fuese algo desdeñable –mírate, eres un harapo, necesitas sangre –luchaba encarnizadamente por no perder los estribos ahí mismo.

Miró a un lado, donde el hombre se movía a penas, testigo de aquella conversación que seguramente para él no tenía sentido alguno. Se acercó y lo pateó con fuerza suficiente para hacerlo girarse y que quedara boca arriba. Entornó los ojos preguntándose de donde había sacado Mikhail a ese pobre diablo.

-¿Preferirás alimentarte de un muerto? A este idiota no le queda mucho –vaticinó mientras colocaba un pie sobre la cabeza del moribundo-. ¿O quieres que me vaya para dejarte comer en paz? Algo se nos ocurrirá para decirle a tu temido marido de cómo lograste acceder al mortal y su sangre–esta vez habló más suave, casi comprensivo, aunque el sarcasmo también brilló en sus palabras y se quedó ahí, con su zapato sometiendo a alguien que no podía darle batalla y esperando una respuesta. Negándose con todas sus fuerzas a abandonarla y que, muy probablemente, muriera.


Última edición por Lucian Argeneau el Mar Mayo 29, 2012 9:10 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Xrisí D'Argeneau Jue Mayo 17, 2012 11:52 pm


Y no importa si es el hielo quien lo hace, una caricia siempre te sabrá cálida.
Alguna vez Xrisí llegó a preguntarse si es que había un límite entre las cadenas de su devoción y la libertad que tanto anhelaba y, de ser así, ¿Cuál sería? Sus ojos perecían estar cubiertos por una fina membrana grisácea, opaca y bastante desprovista de belleza, aún así se atrevió a levantar el rostro hasta él para mirarlo una vez más a los ojos. Encontró su respuesta. Noches atrás hubiese creído que el tema de los niños era su mayor debilidad, pero se equivocaría sin duda alguna, porque sí existe algo que puede acabar con la enfermiza sumisión que el Argeneau mayor tiene para con ella, ese sería Severus. Sonrió de medio lado negándose a sí misma, negándole a él. No necesitaba que se lo dijeran, ya lo sabía. Su esposo nunca le ha guardado el respeto que como mujer se merece, lo peor es que Amber lo aceptó bajo esas condiciones –No sería Tiberius si no lo hiciera- Dijo con un esfuerzo notable en los agudos de su voz. Cada vez pesaba más mantenerse despierta, estar consciente de sus alrededores. Con el pasar de los segundos, perdía lentamente la focalización de sus sentidos, podía oler al hombre herido porque el hedor de su sangre se quedó grabado en sus papilas gustativas, pero ya no distinguía las formas en medio de la obscuridad. Débil, tan frágil y rompible como las rosas cristalizadas bajo el crudo invierno. –Lo hace todas las noches- Se detuvo para poder soportar el agonizante espasmo en su vientre. Las paredes de su interior se encontraban ajustándose a la delgadez que sufría a causa del hambre, su cuerpo era devorado desde dentro –incluso me obliga a verlo revolcarse con ellas, Severus- su mueca cambia a un ceño fruncido, una nota inquietante de estar confundida ¿Cómo era posible que lo amara, respetara e idolatrara, si ella no significaba algo mejor que la basura para él? Expiró.

El silencio abordó las asfixiantes paredes de aquel remedo de cripta. Ella sólo podía concentrarse en verlo pasear por ahí, esquivando las piedras punzocortantes de cada rincón, sintiéndose tan frustrado como la misma vampiresa, con la ira agazapándose en sus pensamientos y llenando su vacía existencia con el odio, pero esto jamás podría satisfacer el hueco de su corazón como el esporádico instante en que se entregaban. Es un amor prohibido, incitante y mortal. La atracción era irrevocable, tienen el mismo rostro, el mismo cuerpo, las mismas expresiones, pero son tan jodidamente diferentes que a Amber le dolía el hecho de pensarse en los brazos del otro. El tacto de Tiberius es frío, cada caricia de sus manos sobre el cuerpo de la rubia son como miles de agujas penetrando su piel, en cambio cuando se trata Severus quien la toca… los pétalos de una rosa parecen ser ásperos en contraste a la delicia de sus dedos, sus manos, sus labios, su ser. Y había sido él, durante tanto tiempo, sólo él quien la cuidaba en esas noches apartada de la sociedad, pagando las culpas por sus errores. En cada pensamiento dedicado a una nítida esperanza, era el nombre de Severus el que se escribía, ningún otro... porque no existía. -¿Crees que soy idiota?- Sonríe amargamente –No respondas. Sabes lo que valgo para él, nada. Soy remplazable como los perros que me hicieron esto, si creyera en un dios, juraría en su nombre que ellos poseen más respeto de su parte que yo.- Se arrastró por la habitación con infinita paciencia. Incluso en su estado más deplorable, no podría, en ningún momento, sonar tan arrogante, cruel, despiadada y sin corazón, delante de ese hombre, SU hombre. Apartó el pie amenazador de la cabeza del mortal, lo miró con endiable compasión. En su interior los músculos se contrajeron una vez más. Podía escucharse el sonido de sus entrañas mutilándose las unas a las otras, eran como aves de rapiña peleándose por el último pedazo de putrefacta carne. Con un sordo movimiento atacó la yugular.

La vital joya de sus venas cubrió con su púrpura color la pálida piel de la hembra. Viscosa textura resbaló por su lengua, empapando sus dientes, rociando cada rincón en sus fauces. Se deslizó por la garganta, justo detrás de la campanilla en su paladar, cayendo en picada hasta su estómago donde rápidamente fue desprovista de sus nutrientes por esos espacios vacíos. Una esponja, era como una esponja que absorbe toda el agua de sus alrededores. Así mismo se veía el cuerpo de Amber, hinchándose lentamente con cada trago que daba, proporcional al desvanecimiento de masa corporal en el joven. Era una verdadera lástima, veinteañero, con toda una vida que ver pasar antes de pensar o preocuparse de la muerte y, ahora una arpía le arrancaba sus más afanosos sueños. Ella recuperó la audición, la membrana en sus ojos desapareció, la flacidez en su piel regresó a su tonificada forma, sus pechos, sus caderas, sus glúteos; todo recobró la forma original, incluso lo grisáceo en sus ojos volvió a ser de ese color celeste, celeste… La respiración del joven disminuía, poco a poco su corazón dejaba de latir, sus ojos se fueron cerrando; trató de luchar pero fue en vano y, con el último sorbo, se despidió de la vida. Amber irguió su cuerpo quedando frente a Severus, con los labios teñidos. Pudo haberse relamido, pero no fue así. Se abalanzó en su contra, lo rodeo por el cuello con ambos brazos y ahogó su deseo en un beso. Los restos de sangre mancharon las fauces del varón mientras ella lo buscaba con desesperación. Cuando hubo saciado su sed de él, se separó con la pena inscrita en su rostro.

-Si pregunta, me he arrancado el brazo para poder llegar hasta él- Cerró sus ojos y tragó saliva –y más vale que cumplas- Clavó una gélida mirada en Severus, una amenaza que no tenía otra presentación más que un agradecimiento ignoto –si te ocurre algo, jamás me lo perdonaría, Lucian- Desvió sus ojos a alguna parte del calabozo –y a Mikhail tampoco- Es fácil darse cuenta en ella cuando está molesta con alguno de los dos. Normalmente los demás reconocen a los Argeneau por su primer nombre, pero ella siempre les ha llamado por el segundo, así, cuando los identifica como el resto, es hacer énfasis en su disgusto –Ahora ¡¿Podrías por favor decirme en dónde andabas?!- No hay nada más paradójico que el cambio de humor en una mujer, esto no discrimina razas, ni edad. Amber necesitaba saber en dónde había estado él. Con lo que ocurrió allá arriba antes de ser arrestada por su propio marido, sabía que este algo tramaba. No le molestan los negocios sucios en los que Tiberius se desenvuelve, lo que preocupa más a la dama es que siendo una simple pieza sacrificable en el tablero de ajedrez, el alfil cayera por proteger a su rey. –No te despediste de mí- Hace un puchero –Te extrañé tanto- Hunde el rostro en el pecho ajeno –¿Me creerías si te dijera que tu recuerdo, la maldita ansiedad por verte de nuevo, el anhelo de sentir tu piel abrigándome una vez más… fue lo que mantuvo despierta estos días?- Se separa con fuerza de él y lo empuja. –Sólo espero que haya sido por mandato de Mikhail y no por otra causa- Celos y una necesidad terrible por esquivar la pregunta "¿Ahora qué fue lo que hiciste Xrisí?", ataviaban sus palabras.


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Mensaje por Invitado Miér Mayo 30, 2012 8:03 pm

La observó hacia abajo causa de la posición en la que estaban, quería mostrarse fuerte y reacio, por alguna razón que prefería ignorar, quería mostrarse superior frente a ella, que lo viese como un digno compañero aunque sabía que sus caminos se juntaban y se separaban como dos líneas mal trazadas en viejo lienzo. Dos líneas descuidadas, dibujadas por una mano caprichosa e infantil son control de su pulso, nunca avanzaban a la par, se unían y luego deshacían el nexo por tiempo indefinido. Lo suyo no era un idílico cuento de hadas, y quizá era en esas imperfecciones y baches precisamente en los que Lucian encontraba el mayor encanto. Amber era prohibida, quizá de no serlo sería sólo una mujer más, hermosa no iba a negarlo, pero su atractivo principal era que estaba vedada para él; no que Mikhail se chupara el dedo y no supiera de todas las veces que se revolcaba con su mujer-trofeo, pero al final, ese Argeneau ligado al nombre de Xrisí era por su hermano, no por él, era su propiedad y sólo se la prestaba porque era más un objeto que otra cosa.

Y a pesar de lo deplorable de su condición, Lucian la veía hermosa como el pobre tonto que era, desde luego nada de eso salía de su boca, tampoco era sencillo; solía nadar por la vida con ese semblante despreocupado y cínico, ese actuar libertino e incendiario, pero ante la mujer, cuyas manos y labios y cuerpo lo conducían al cielo para luego hundirlo en el infierno, nada de eso importaba, era irrelevante, lo echaba abajo con una facilidad pasmosa, y no le quedaba más que fingir, porque su existencia entera se basaba en una gran actuación, la falacia fuera de ese castillo de que no vivía a la sombra de su hermano, y al interior de sus muros, de que Amber era suya.

No contestó a ninguna de sus cuestiones, ambos sabían las respuestas y no era alguien que gustara de redundar en el yugo que lis sometía a ambos, al menos, pensó, se tenían el uno al otro, un pensamiento enternecedor si no fuera por el contexto que lo envolvía. Claro que se tenían el uno al otro, para descargar la frustración y el enojo, para creerse, tan sólo un poco, menos piezas en el tablero y más elementos de hecho importantes, no prescindibles como en realidad eran. Se tenían para tolerar todo lo demás.

Quitó el pie del cráneo del pobre peón en el suelo –de esos que a su hermano le encantaba usar- cuando ella finalmente se dignó a tomar sangre de él, dio un paso hacía atrás y la miró finalmente alimentarse, fue como si un hilo, tenso todo ese tiempo dejara de estarlo, o se rompiera finalmente, algo en su interior se sintió más ligero, y no supo si mirarla o no mientras vaciaba el cuerpo moribundo del mortal, quiso voltearse, enfocar sus ojos en otro punto de la mazmorra, pero lo dicho, esa mujer tenía un imán que lo atraía y le impedía prestar su atención a cualquier otra cosa. Sonrió ligeramente cuando poco a poco el semblante de Xrisí cambiaba a ese que él conocía mejor, a esa mujer despampanante que cualquiera desearía a su lado, que obligaría a los hombres a matarse entre sí con tal de estar con ella. Y cuando la tuvo finalmente de pie frente a él, la contempló, el brillo en sus ojos había regresado, el color a su pálida piel que antes tuvo el color de la ceniza, su figura de diosa, abrió la boca, fue a decir algo pero sus labios fueron acallados por los ajenos, su sonrisa se acentuó durante el beso y la abrazó por la cintura. Sintió el sabor de una sangre desconocida combinado con la bien conocida esencia de esa mujer, el hierro y la sal se mezclaron con aquel gusto dulce pero no demasiado de ella.

-Dame más crédito, Amber –se separó un poco tras el beso, pero no la soltó -¿alguna vez te he decepcionado? –Preguntó jactancioso, no esperaba una respuesta a esa pregunta claramente retórica. Alzó el mentón cuando las preguntas siguientes lo atacaron, esa sonrisa se convirtió en una risa burlona que retumbó en las frías y húmeda paredes del lugar (no el sitio más romántico, pero no era como si Lucian creyera en el romanticismo.) Suspiró tranquilizando el ataque de risa –los celos te sientan bien –dijo con sorna y negó con la cabeza –tengo que despejarme de este sitio, tu marido me dio una serie de encargos, mismos que cumplí en pocas horas, el resto del tiempo lo dediqué a… -se encogió de hombros –despejarme –repitió y no ahondó más en el tema. Al contrario de Tiberius, Severus le tenía un poco más de respeto a la mujer que compartían, no le restregaba, o no de forma tan evidente y fastidiosa al menos, cuando se iba con otras mujeres, no era un santo, eso era obvio, y sí, a eso se había dedicado el tiempo que estuvo fuera, pero no se lo diría. Era una estupidez si se ponía a analizarlo, ¿intentaba protegerla? Pero prefería ni siquiera formular esa pregunta en su cabeza. La estrechó contra su cuerpo cuando ella hundió el rostro en su pecho y acarició la platinada cabellera-, a la próxima lo haré, te avisaré que no estaré –era una forma velada de decirle que lo sentía, y también, de decirle que iba a volver a hacerlo, que no esperara que estuviera como un perro faldero fiel ahí a su lado, esperando que su hermano se distrajera para poder llevarla a la cama. Era distinto, sí era un jodido perro, pero uno que se iba, recorría la ciudad y regresaba con su amo lleno de fango y pulgas.

La tomó de los hombros y la separó de su cuerpo para poder verla a los ojos, su gesto era sereno; raro en él, un hombre conducido siempre por los impulsos, mismos que casi siempre apuntaban a destruir y aniquilar la felicidad de las personas sólo por diversión.

-Te creo –le dijo aquellas palabras de tal modo que no cabía la posibilidad de que fuese mentira, él mismo se las creyó. Le creía porque él sentía exactamente lo mismo, si regresaba a las filas de aquella corte hereje, era por ella, y por su afán de conseguir algo (¿qué? Era un misteio.) Tuvo que retroceder un par de pasos al ser empujados y de nuevo su rostro cambió, de nuevo dibujó esa sonrisa sarcástica –siempre es por mandato de Mikhail, ¿no? –de nuevo ampulosidad imposible de rebatir. Estiró la mano y la tomó por la muñeca, la haló hacia su cuerpo-, ahora dime, ¿qué estupidez cometiste para acabar así? –Era una exigencia, no había cuestionado con delicadeza como si le pidiera permiso, era una orden clara -¿eres tonta? ¿Por qué justo cuando no estoy para salvarte el trasero? Empiezo a creer que disfrutas de sus castigos.
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Mensaje por Xrisí D'Argeneau Miér Jun 20, 2012 11:33 pm


Dicen que la condena de la eternidad es la inminente soledad;
Para mí era diferente, dos hombres y un solo corazón.
Las carcajadas de Severus no sólo resonaron en medio de aquel calabozo, si no también habían embrutecido los sentidos de Amber. Comprendía el chiste e incluso ella también sonrió. Estar celosa del hermano de su consorte era una maldita broma, pero una tan real que pecaba en la ironía. Hizo resonar sus labios, esa tonta costumbre que le quedó desde pequeña. Era un acto burdo, algo tan corriente como la gentuza paseándose en los callejones más pobres de París y ni siquiera así, esa vampiresa de mirada afilada perdía su porte de reina. -¿Despejarte?- Cuestionó con una ceja en lo alto. Cruzó sus brazos y desvió la mirada. Se quedó en silencio durante los próximos minutos en donde él comenzó a realizar el interrogatorio. Se tardó, cuando la encuentra en esas condiciones lo primero que desea saber es el por qué, esta vez no fue así, pero para cuando él arrojó la pregunta ella estaba preparada para responder sin decirle la verdad ¿Serviría de algo el que lo supiese? Por supuesto que no. Sin importar que tan preocupado esté por ella o si Amber tenía la razón o no, ninguno de los dos podría hacerle frente a Tiberius. ¡Jodidamente patético! –Quizá, si no hubieses ido a “distraerte” habrías estado aquí para enterarte de lo sucedido, Severus- Esa tremenda habilidad por retorcer todo lo que se le dice, más aún encontrar los abismos en las frases para utilizarlas a su favor, esa era precisamente una de las múltiples razones por las cuales el ‘Señor Argeneau’ la había desposado y ahora lo utilizaba contra el hombre al que ¿ama? Esa es una palabra complicada, pero quizá la más cercana a lo que Amber sentía por ese vampiro.

Ver sus ojos era un infierno, porque no existía criatura sobre la fas de la tierra que tuviese un par de orbes tan perfectos como los de Severus, porque no había ningún otro que la viese de esa forma como él lo hacía. No estaba segura de poder descifrar el código en los zafiros de sus ojos, porque la cantidad de emociones que emitía era tan infinita y sólo proporcional a la propia cuando lo tenía tan cerca. Intentó darle la espalda para poder fingir indiferencia, para creerse el cuento que o le importa, que nada de lo que él hiciera le afectaba, pero no pudo. La atracción fue más grande que la voluntad, ese influjo fantasmagórico que él ejercía sobre ella la obligaba a permanecer estática. Con Severus simplemente no podía actuar sin compasión, despiadada o como normalmente lo haría con su esposo. Bajó la mirada, sonrió de medio lado recordándose el por qué estaba ahí. Si se lo decía, ¿Acaso iría a golpear a su hermano? Acentuó la curvatura de sus labios al conocer la respuesta. –Sabes tan bien como él que soy masoquista, Severus. Aunque lo admito, todo tiene un límite y después de lo que me hizo delante de esos imbéciles…- Apretó la mandíbula e intensificó las palabras. Con cada frase que se formulaba en su garganta, era más evidente el odio que expulsaba de ellas –no volveré a cometer ninguna infracción, por más hiriente que me sea el ejecutar la tarea- Sus palmas se crisparon en puños amenazadores. Recordó la mirada de los niños, la satisfacción de Mikhail y el morbo de los demás. No había nada más repulsivo que presenciar la destrucción de tus recuerdos.

Amber, ¿Quién era Amber? Levantó la mirada hasta Severus, pero no fue la misma mirada que le dedicó segundos atrás, esta poseía una maldad ignota, algo tan sombrío, tan obscuro y cruel que el frío del exterior se estremeció al toparse con el filo de sus orbes grisáceos. Una luciérnaga se adentró a las mazmorras en las que se encontraban. Su luz iluminó las tinieblas que los rodeaban. La pobre criatura nunca imaginó que ahí, su vida se extinguiría. –al menos quedó algo bueno de todo esto, Severus- Amber dejó que el bicho descasara sobre la palma de su mano derecha. La observó con curiosidad, como si nunca hubiese visto con anterioridad semejante criatura tan hermosa, tan llena de vida y que transporta la esperanza a los lugares más desolados de la tierra. –Si Mikhail quería que lo obedeciera retorcidamente como un títere- Las facciones de Amber se volvieron gélidas. Era una escultura, una estatua, una estoica piedra –sin corazón y sobre todo tan… enardecidamente despreciable como él- Aplastó la luciérnaga con su otra mano, desviando la mirada hasta Severus . Le sonrió con inocente malicia –Lo consiguió- Aproximó su cuerpo más a él hasta que sus labios quedaron a escasos centímetros de los ajenos –Pero sigo teniendo el mismo problema- Realizó un mohín, lo besó y se entristeció efímeramente –La lealtad y la devoción, no cambiarán lo que siento por ti- Lo rodeó con sus brazos –Así que sólo espero que al imbécil no se le ocurra ponerme en tu contra porque no sé lo que haré- Siendo imposible, un escalofrío recorrió el cuerpo de la vampiresa.


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Mensaje por Invitado Jue Jul 19, 2012 11:20 pm

La observó detenidamente, escuchó con atención, su risa que era una siniestra canción de cuna, sus palabras siempre seguras aunque su posición fuese desventajosa como lo era en ese instante, si bien ya se había alimentado, no dejaba de ser la pobre vampiresa castigada a la que Severus iba a rescatar por una poderosa y estúpida razón que el vampiro prefería ignorar. Era más fácil de ese modo. De esa extraña y rara compasión pasó a un estado colérico inexplicable, solía moverse de forma visceral y abrupta, casi como un adolescente que no controla sus impulsos y por ello fungía y cumplía tan bien el papel de ejecutor del rey de ese tablero de ajedrez, pero frente a ella normalmente lograba controlar esos arranques de furia sin fundamento, de enojo explosivo que arrasa con todo y en ese instante se sintió desfallecer, que esa cólera ciega iba a ganarle e iba a desquitarse con ella. ¿Cuál había sido su pecado? En realidad nada que ella hubiese hecho, no recientemente al menos. Su error era pretérito, implícito y obviado, para Lucian lo que lo enervaba era que lo hubiese preferido a él, y que su hermano mayor se encargara de humillar una y otra vez hasta decir basta a la única persona en el mundo por la que Lucian daría su vida, su no vida, su eternidad. Claro estaba que nada de eso era nunca dicho en los pasillos del castillo, la dinámica funcionaba en su retorcido modo y vivían en relativa santa paz. Seguía sin comprender, y nunca lo haría, lo tenía claro, los motivos de Amber para estar con Mikhail, ¿Poder? ¿Estatus? ¿Protección? Simplemente no lo sabía. Tampoco era como si en una tonta farsa infantil le fuese a ofrecer fugarse juntos. Los mismos problemas, exactamente los mismos que obligaban a Xrisí a quedarse al lado de Tiberius eran los que lo anclaban a él, aunque de diferentes matices.

-¡Ja! –su risa sarcástica se escuchó, rebotó por las paredes del obscuro lugar y regresó a ellos como un bumerán que cercena –mi presencia aquí no marca diferencia –desvió la mirada, avergonzado a su modo de admitirlo. Se quedó así un rato y ella continuó hablando, se negaba, como un niño caprichoso, a mirarla a los ojos de nuevo, posaba su mirada en todos lados menos en la invernal mirada ajena, como un par de cuchillos de hielo. El relato continuó y el vampiro escuchaba aunque no observaba, prefería fijarse en la textura del suelo o de su propia ropa, en la luciérnaga liquidada por las manos de ella, santas y sanadoras y terribles y mortales. Sólo alzó el rostro cuando su tono cambió y avanzó un paso diminuto para acercarse más a ella, frunció el ceño y la tomó de los hombros, entendió a medias lo que le decía y quería indagar.

-¿Ahora qué te hizo? –la pregunta no podía estar mejor y más correctamente formulada; «¿Ahora qué te hizo?», era correcto, esta vez cómo se había superado en sus torturas, qué nueva forma de suplicio se había inventado para mancillarla y humillarla, qué la había obligado a hacer a parte del obvio encierro del que luego fue víctima. La zarandeó un poco desesperado por una respuesta, esa era otra cualidad de Severus como sicario y defecto como persona, carecía de paciencia, no era de preguntar demasiado, prefería hacer las cosas y luego lidiar con las consecuencias. Dio un paso atrás después y sonrió con un dejo de amargura aunque la maldad que regía sobre él relució, siempre salía a relucir.

-Yo sí se lo que haría –dijo con seguridad apabullante, sacó el pecho, levantó el mentón –aquel que se atreva a ponerte en mi contra sufrirá una muerte que no será rápida ni bonita, de eso me encargo yo –bajó el rostro, mas no la mirada y finalmente y tras estar evitando los ojos de esa mujer, clavo sus orbes con los de ella, era un escenario que preferían –ambos- evitar, pues seguro su monarca estaría interesado en ponerlos uno en contra del otro; y si ella tenía problemas entre obedecer a su marido y el “cariño” o lo que sintiera por Severus, no tenía idea de lo que el vampiro padecía, su lazo con su hermano era imposible de describir y su lealtad, como su rabia, carecía de un raigón sólido y sin embargo era un árbol que no podía derribarse ni talarse-. ¿Lo consideras un problema? ¿Soy tu problema?–no le sorprendería que le dijera que sí, ella era el problema de él; arqueó una ceja inquisitivo y de algún modo se sintió más relajado, aunque su cuestión sobre qué le había hecho Mikhail no se le había olvidado, rondaba por ahí, en ese calabozo como la luciérnaga antes hizo, pero Lucian no permitiría que Amber la aplastara como hizo con el insecto, no se iba a ir de ahí sin una respuesta y sí, necio era otra cosa que era.


Última edición por Lucian Argeneau el Jue Ago 23, 2012 11:33 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Xrisí D'Argeneau Mar Jul 31, 2012 1:26 am


Tensar la cuerda, provoca una ruptura.
Una ola devastadora logró abrazar su gélido cuerpo muy por encima del calor que sentía en ese momento ante la presencia de Severus. Le fue insensible a lo escalofriante de su mirada y al ajetreo de sus preguntas. Cada pensamiento que nació en lo más recóndito de su ser, iba dirigido sólo hacia una salida, en una única dirección y, aunque se describía el nombre de ese vampiro Amber no podía hacer nada para apaciguar el torbellino de emociones que se devoraban las unas con las otras en su interior. Tuvo miedo, euforia, confusión, alivio, toda clase emociones contradictorias y, aún así se obligó a levantar la mirada, mordiéndose la lengua, reprimiendo todo el cólera en sus puños… perdía la compostura tras escuchar el insensato arrebato de Severus. Vaciló un poco antes de posar sus ojos en él, no quería verlo a la cara pero era necesario para que comprendiese lo que intentaba decirle. –No- apenas si pudo articular la palabra. Parpadeó un par de veces tratando de enfocar su vista en los orbes de Severus y no por encima de su cabeza que es regularmente lo que hace para aparentar que presta atención a las reprimendas de Tiberius. Tenerlo frente a ella, respirando su inconfundible perfume, le atormentó más que la mano de su conyuge atravesando su esternón para alcanzar a herir su corazón, sólo había un hombre que puede ‘destruir’ ese órgano sin siquiera tocarla. Entonces se preguntó ¿Cómo podían ser tan diferentes y parecerse tanto? Las respuestas golpeaban sus pensamientos con diminutas imágenes de diferentes épocas. Sus recuerdos eran una telaraña que despotricaba rincones poco comunes en sus vivencias, pero que al final formaron parte de su nueva vida tras el pacto que hizo con quien ahora se convirtió en su esposo.

No sabía que decir, menos tenía la certeza de si lo que plantearía sería resuelto de la forma en que tiene que ser y no bajo la interpretación destructiva de un Argeneau, porque hasta en eso se parecían, ambos podían interpretar las cosas más sencillas en una temible conspiración para acabar con cualesquiera que fuese el objetivo. Abrió la boca para poder hablar, a cambio, pasó su lengua por los labios para impregnarlos con su saliva. Era un vampiro y no necesitaba sentir la humedad en su boca, sin embargo, la resequedad en su garganta no era física si no más bien el resultado a toda esa vorágine de incognoscibles sensaciones que parecían reproducirse por mitosis colectiva de todos sus miedos. ¡Increíble pero cierto! Tenía más miedos de los que pudiese imaginar. Asesinó a la distancia que los separaba, sus pies flotaron por el rocoso suelo hasta postrarse frente a él y sus manos lograron escabullirse hasta las pétreas mejillas de Severus. –Si él me lo pide- Tartamudeó. Su voz era cortada, como si alguien estuviese cortando su cuello hasta la yugular intentando con sutileza que muriese desangrada bajo una última súplica. Sonrió con amargura, no podía decirlo de esa forma, estaba mal infundada y sabía que de hacerlo de esa manera él no comprendería. Así que invirtió los papeles. –Si él te pide que me mates por equis razón- Clavó su mirada frívola en él. Dejó de lado cualquier terror que pudiese quebrantarla y trató que su voz sonase lo más convincente del mundo. La mirada celeste que cautivaba a todas sus víctimas había desaparecido, en su lugar, un profundo, obscuro y perturbador abismo apareció en sus ojos. Necesitaba ser lo suficientemente indiferente para que sus planes resultaran. Sonrió de medio lado, esa despreocupada pero cínica sonrisa que irritaba a Tiberius. El gesto era el mismo como cuando se comportaba reacia a hacer alguna tarea, indiferente pero sobre todo burlesco. Rápidamente cambió ese gesto por uno más severo, uno que marcara la terminación de la frase. Inmutable, incorrupta, insensible -¡HAZLO!- Le ordenó con un grito que sobrepasó los tenues murmullos con los que había estado hablando temerosa, más aún aquellos gritos de exigencia con los que él la trató segundos atrás. Relajó sus facciones. –No me interesa cómo, ni el por qué, sólo quiero que lo hagas, Severus… ¿Puedo contar contigo?- Se dio media vuelta. Aparentemente decir aquello, le costó más trabajo del que pudo imaginar. Sintió el agotamiento en su cuerpo pero no se permitió desfallecer, aún no habían terminado y estaba segura que él exigiría respuestas.

Sus manos temblaban, sus pies a punto de doblegarse se quejaron para cuando quiso dar un paso en dirección opuesta a donde él estaba de pie. Hizo resoplar sus labios, buscando una fuente de alivio, pero no la encontró, así que sólo pudo improvisar eso con un suspiro quejumbroso, casi como si estuviese siendo presa de un insoportable calor en primavera, por obvias razones eso era imposible. Se paseo por el agujero, recordando los días que fue presa del mismo. Esto le ayudó a que el rencor se germinara en la tonalidad dulce de su voz -¿Importa lo que me hizo? ¿Hace alguna diferencia del resto?- Lo miró con una sonrisa de complicidad. –No quieres saberlo, realmente sólo te preocupa que tan lejos puede llegar y si es capaz de matarme o no. Pero conozco a Tiberius y él no lo hará, apuesto lo que sea a que tú serás mi verdugo y, de ser así, ya sabes que hacer- Levantó ambas cejas para después fruncir el ceño ante la cuestión que apareció repentinamente en sus pensamientos. Se lleno de terror, pero quiso expresárselo a él. –Estamos en un tablero de ajedrez, ¿No es así?- Cuestionó con un insólito propósito. No esperaba que respondiera porque no era necesario –Dime, Severus… Una vez que se termine el juego ¿qué crees que hará Tiberius con nosotros?- La pregunta no era directa, pero hacía hincapié en la posibilidad de que ambos fuesen remplazados. –Pero supongo que tampoco servirá de mucho si lleno tu cabeza de cizaña en su contra. No importa, no es mi intención hacerlo realmente.- ¡Pero ya lo había hecho! Quería poder decirle que él le dolía, que era su cruz, el estigma en su cuerpo, la corona de espinas en su frente… pero si se lo decía, ¿Severus sería capaz de romper su lazo con su hermano, sólo por ella? Y, si lo hacía, ¿Quién sobreviviría al final? ¿Ganarían ellos o sería Tiberius quien bailaría sobre sus tumbas? No podía pensar en ello, siempre era preferible verse a si misma manchada de sangre que verlo a él crucificado. –Basta de hablar sobre Tiberius- Exigió tratando de redirigir su encuentro hacia otra parte, ofuscando la ira que sabía se germinaba en el interior de Severus –Aprovechemos el tiempo que tenemos juntos, quien sabe cuando podamos hacerlo de nuevo... mi amor...- La última frase se escapó de sus labios sin ser planeada, sin ser prevista, simplemente fue la salida rápida a lo que sentía por él. Algo más que un capricho, algo más que una obsesión… En silencio, esperó a que no lo hubiese notado y rogó al infierno que no volviera a preguntar nada.


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Mensaje por Invitado Jue Ago 23, 2012 11:32 pm

Por un segundo que se prolongó por la eternidad, Lucian sólo tuvo conocimiento de aquello ojos claros como el hielo, una enormidad agobiante que de pronto lo dejó aplastado. La creencia popular ponía a la negrura como sinónimo de vacío, y hasta ese momento pudo comprenderlo, porque ese tono azul en la mirada ajena era lo contrario a la nada; era todo. Como un cielo despejado y opalino, de esos que ya no podía ver y que, para ser sinceros, no extrañaba (le gustaba la noche que ahora habitaba), gigantesco y tirano, que castiga por el simple hecho de ser tan grande y uno tan pequeño. Sí, escuchó, pero escuchó como se escuchan los sonidos debajo del agua, amortiguados, distorsionados, casi inteligibles, pero regresó de aquel trance al escuchar la última frase que cayó del firmamento como una espada sagrada. La tenía a un palmo de distancia y se hizo hacia atrás como un verdadero efecto físico al golpe que representó la pregunta, con sus manos obligó a Xrisí soltarlo con brusquedad.

-¿De qué carajo hablas, mujer? Deja de decir tanta estupidez –evitó mirarla de nuevo, después de estar contemplando aquella mirada con tanta devoción, ahora se negaba a dedicarle su atención, su innegable belleza seguro lograría enojarlo más y era precisamente lo contrario lo que quería. Suspiró un par de veces dando a notar esa exaltación que sentía, dejando escapar el aire por las fosas nasales y tensando la mandíbula tanto que se notaba en su expresión-. No te quieras adelantar en el tiempo… -quiso agregar algo como que Tiberius nunca podría hacerle eso, pero eso ni él se lo creería, su hermano no conocía límites cuando de castigar se trataba y de algún modo lo envidiaba, porque aunque Severus era un vampiro atroz y desalmado, ahí estaba esa condenada mujer que lo doblegaba aunque actuaba aceptablemente bien para no ser tan obvio al respecto-, no sabemos qué va a pasar luego –y ahí sí que habló con convicción. Él solía dejar ese castillo, a su hermano y a esa Eris prohibida por largas temporadas, se largaba sin rumbo y cada velada se componía de un montón de eventos no planeados, se aburría fácil y ese era un modo de sacudirse el tedio, además que le servía para parar la tortura que significaba saberla, a ella, a Amber, ajena.

Negó con la cabeza, como si aquello impidiera que las verdades (era la verdad más pura que había en ese castillo, todo eso que ella estaba diciendo) que estaba escupiendo llegaran a sus oídos, pero las palabras le taladraron la cabeza. Tenía razón, absoluta y apabullante, ellos eran actores en una gran charada, eran seres prescindibles para el gran titiritero que era Mikhail, cualquier día podía decidir que ya no le servían y ahí se acaba ese juego tonto en el que los tres estaban envueltos.

-Mi mente ya está llena de rencor –soltó entonces, su voz sonó más amarga de lo normal. Nunca sopesó la posibilidad de haber tomado otro camino, de no dejarse envenenar por su hermano para odiar a Darius, de haberse negado a la inmortalidad, nada de eso nuca había cruzado su cabeza y esa noche no sería la ocasión. Eso era lo único que conocía, el odio, la discordia y el deseo feroz de venganza, aunque a ratos le parecía que el objetivo de la misma era más un concepto y no algo tangible, imposibilitándolo así, para asirse de algo. Movió la mano el signo de que no importaba, porque en verdad así era, daba igual-. El escenario que planteas –la observó otra vez, cuando hacía eso sentía que después de estarla castigando al no dedicarle una mirada, le levantaba el castigo, era algo que solía maquinar en su mente y que jamás exteriorizaba, claro estaba –no voy a negarlo, es una posibilidad pero créeme, así como Tiberius es un genio, yo no me quedo atrás, tengo mis modos para engañar, para salirme con la mía –sonrió de lado orgulloso de su propia soberbia. Era una ventaja vivir a la sombra de dos seres tan absorbentes, de dos personalidades tan dominantes como las de sus hermanos, porque así nadie le prestaba atención y solía ser subestimado –pero tienes razón –acortó la distancia y la tomó por ambas muñecas con posesividad –basta de hablar de eso, de él, de lo que sea –fue a decir algo más pero ese par de ases que Amber había soltado al final lo dejaron helado, ciñó más sus manos a las de ella, a punto incluso de hacerle daño, se quedó callado por largo rato, y luego, de la nada, rio sombríamente y la empujó contra la pared, acercó sus rostros tanto que sus narices se rozaron.

-No seas cursi –dijo, pero en realidad quería decirle “mi amor” también-, no va contigo –atrapó el cuerpo de la vampiresa entre la pared y el suyo propio, en realidad quería decirle “eres hermosa como sea”-, eres una puta y nada más, la puta de mi hermano y mía, no te confundas –y ese era su modo de decirle que era suya y que tener que compartirla era un maldito calvario. Si ella entendía en enredado código en el que habló o no, no le importó, juntó sus labios y la besó con vehemencia. Extrañaba ese sabor, esa sensación, la extrañaba a ella pegada a su cuerpo y la batalla que entre sus lenguas batían. Se separó para mirarla y a pesar de lo que acababa de decirle, del sobajamiento al que la sometió, su expresión era lo más parecida a esa olvidada del Lucian Severus Argeneau mortal que tenía planes de estudiar, dejar la casa paterna y olvidarse de las rivalidades, una expresión suave, casi dulce, casi humana.
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Mensaje por Xrisí D'Argeneau Dom Sep 16, 2012 6:53 pm


No me pidas que te ame, porque terminaré haciéndolo mal. Me enamoraré.
En ocasiones, las palabras son innecesarias y es el silencio quien grita con estruendo todo aquello que los labios callan. Basta sólo una mirada para saber lo que el pecho encierra con tanto recelo con ese afán por ocultar la verdad ante el curioso o al gusano que espera al acecho la putrefacción de una rosa. Eso era precisamente la mujer rubia frente a Severus. Una flor perdida en la inmensidad del tiempo que, aún cuando su vida fue destrozada, la infeliz se atreve a desafiar las leyes establecidas y soñar. Crearse un maldito cuento de hadas y pretender la felicidad que nunca volverá, pero incluso los demonios tienen derecho a la fantasía ¿No? Y ahí estaba él, con ese gélido semblante despreocupado, desquebrajándose ante la presencia de una desprestigiada dama ¿Quién era más patético en esa situación? ¿Ella por haberse enamorado del hermano de su esposo y someterse a la flagelación del mismo sólo por verlo en la distancia y apreciar algo que jamás tendrá? ¿Él por saberse esclavo de un sentimiento prohibido, lastimero, despreciable y que seguramente dispondrá no sólo de su libertad, si no de la vida misma? Por más que intentase desviar los fúnebres pensamientos a un punto obscuro de su cabeza, estos parecían empeñarse en reverberar hacia la superficie con el sopor de su ponzoña. En el olvido, siempre sumergido en la obscuridad, el deseo se oculta.

La sonrisa de Amber se extiendió en la comisura de sus labios, juguetona, coqueta y caprichosa. Fue su espalda quien golpeó la rocosa pared. Se quejó en un inquietante suspiro, la provocación que buscaba despertar la pasión que había dormido el tiempo en que se mantuvo alejada de la sociedad. Aspiró el perfume de su vampiro, dejando que la fragancia corriese por cada uno de sus rincones, bañada… siempre bañada de su esencia porque sólo así se sentía segura, porque sólo así podía sentirse amada. No era un sentimiento que quisiera aceptar, pero los hechos hablaban por sí solos y, aunque fingiera indiferencia, volvería a caer en las garras de Severus una y otra vez. Podía confundirle con palabras soeces, lastimeras, humillantes, intentando que bajara la mirada y se alejase del tormento que representaba para él; en ocasiones era preferible ignorar el escupitajo para descifrar lo que no se dijo. Sólo bastó un beso para confirmar lo que sospechaba. Sí, ella le pertenecía a él incluso más que al propio Tiberius, y él era de ella lo quisiese así el demonio o no. Rosó sus labios con pericia, bifurcando las fauces y envenenándose con el calor que despedía su saliva. La lengua se buscó un lugar dentro de su boca, peleando perezosamente contra la ajena, explorando hasta el último rincón de su cavidad. Las mano de Amber rodearon el cuello del vampiro, acariciaron su nuca y se deslizaron por lo largo y ancho de su espalda sin perder esa maestría de caricias que con tan sólo la yema de sus dedos provocaba el erizamiento de sus bellos. Sabía perfectamente lo que le gustaba a él, lo que enloquecía a su cabeza y todo aquello que deseaba probar para convencerse de su habilidad en la cama.

-¡Maldición, Severus!- Exclamó al ver su rostro con aquella serenidad palpable. Una expresión como esa en él, era insufriblemente hermosa. Lo deseaba sí, pero más que eso, lo que ella había padecido por él se asemejaba bastante al extraviado sentimiento de los mortales, entonces ¿Lo amaba o sólo se había encaprichado cruelmente? Mordisqueó el labio del varón con un dejo de salvajismo, pues siempre quedaría ese lado obscuro que ambos compartían como especie. Se deslizó hacia adelante colocando su mano derecha sobre el pecho de Severus, lo obligó a retroceder varios pasos hasta abalanzarse sobre él y dejarlo tirado en el piso. –Como tu puta, no me veas de esa forma. No otra vez.- Había miles de palabras que quería decirle, todas opuestas a la frase mencionada, pero ninguna de ellas sabría tan bien como aquella que lo deslindaba de sus ataduras. Se subió a él como gata en celo. Destrozó su camisa, desgarró el pantalón, la ropa era sólo ropa que fácilmente podría ser remplazada, pero su tiempo con él, ese jamás volvería. Sonrió, ronroneó. Sus labios cubrieron la desnuda piel de Severus entre besos y mordisqueos que e despilfarraban desde el arco de su cuello, bajando lentamente por sus hombros, pecho y vientre. Acarició su cabello, se elevó nuevamente para alcanzar su lóbulo, dejando que el soplido de sus labios esgrimiera ahí una indecente sensación de placer.

Con los brazos aferrados a sus hombros, volvió a girar sus cuerpos hasta quedar bajo de él. El cadáver del hombre los observaba desde el rincón de la mazmorra. Las piernas de Amber se aferraron a la cadera de Severus convirtiéndolo en un prisionero. Jugueteó con sus labios, beso su cuello. Clavó los dientes y succionó las gotas de sangre que emanaron de la herida. Su sabor, no lo había olvidado, por el contrario, el sólo hecho de saberlo distante, le suponía un éxtasis que nadie podría ofrecerle, sólo él y nadie más. Sonreía, suspiraba y clamaba por la esencia del vampiro. Su cuerpo se restregaba contra el de él y, aunque pareciese obsceno, no lo sentía así, no era sólo un pasatiempo y por supuesto no estaría con él sólo por placer. Lo miró a los ojos, con el mismo destello que él le había dedicado minutos atrás. Cierto, lo cursi no era lo apropiado para ambos, pero incluso el peor de los poetas puede crear la más hermosa lírica para la mujer que ama, Amber lo demostraría de la única forma en la que podía hacerlo. Entregándose a él, no sólo en cuerpo, también en alma aunque se encontrase lejos de tener una.


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Mensaje por Invitado Miér Oct 03, 2012 10:26 pm

Lucian parecía deambular en un infierno perpetuamente, caminar entre llamas y llantos, lamentos y zozobra, él era un demonio, el mundo su infierno, pero no uno que padeciera, al contrario, uno que disfrutaba, que atesoraba y que era el escenario para su gran osadía, cualquiera que esta fuera. No era sólo un vampiro asustando aldeas, era un asolador ejecutor arrancando la felicidad tan pronto la veía. Esa era la única verdad cuando se trataba de él, ese odio infundado en un pasado mortal y anidado en un sitio imposible de localizar, tenue, más como un eco que como algo a lo que se le pudiera asignar un nombre y una forma, pero suficiente para hacerlo continuar no sólo aniquilando –cosa que disfrutaba- sino, de cierto modo, humillado bajo el mando de Tiberius y aun así, era capaz de gozar el papel que le correspondía en la corte. Lucian deambulaba en un Hades infinito y eterno, pero él era parte de éste, y no un alma en pena cruzando el río Aqueronte.

Pero siendo un leviatán tan conforme con su posición, ¿cómo es que se atrevía a soñar con el Paraíso? ¡La culpa era de ella! De Amber, que en su boca encontraba consuelo a las tristezas de una mortandad extinta y en su tacto el refugio a las miserias que no se atrevía a hablar pues su orgullo lo enmudecía, y no hacía falta, con ella no hacía falta decir demasiado, pues hablaban en código de silencio, ambos prisioneros de un mismo esbirro, ambos demonios transitando el mismo inframundo. Y prefería llamarla “puta” a decirle todo aquello, porque tenía un deber para con su hermano, pero más que eso, una deuda consigo mismo, la de nunca volver a ser invisible, querer como la quería era demostrar que era débil y que la obscuridad de sus hermanos era mayor y se lo terminaría comiendo, escupiendo sólo los huesos.

Se dejó hacer, una risa socarrona se escapó de sus labios a penas audible, complacido por los actos de la esposa de su hermano y su amante más antigua, constante y tenaz. Cayó al suelo pero la sensación de la fría superficie pasó a segundo plano tan pronto la tuvo encima quitándole la ropa, sólo la miraba con una sonrisa de lado pintada en sus labios, autosuficiente y arrogante, pero con los ojos sonreía de un modo más recóndito y franco, aunque lo intentara, el modo cómo la miraba lo delataba. Si no la amaba, lo que sentía por esa mujer se asemejaba mucho y eso le repugnaba. Cada beso parecía sanar una vieja herida pero abrir una nueva, que ardía en su ejecución; la tomó por la cintura y decidió cerrar los ojos, disfrutar el contacto, que una vez que ambos regresaran a los amplios salones del castillo, volverían a ser las piezas en el tablero de su hermano, prescindibles, desechables, sólo eso, cuñados, y no podían ser más. Cuando el juego cambió y el quedó encima, entonces comenzó a corresponder, a besarla con vehemencia, apoderarse de ella, a querer acariciarla toda sabiendo que era imposible.

La sangre emanó y algo en Lucian siempre le había dicho que ser mordido por otro vampiro era una deshonra, sin embargo, que ella lo hiciera no se sentía así, dejó correr su sangre maldita y de nuevo besó.

-No, esto está mal –evidentemente habló en tono de broma, no dijo más, su gesto que era lo mismo perspicaz y malvado, se acentuó, se separó un poco para poder contemplarla, aquella blancura que parecía extenderse hasta sus ojos color hielo y su cabello platinado, sólo así entendía el por qué su hermano la retenía a su lado y por qué él la deseaba incluso sabiéndola ajena. Se aseguró que no pudiera moverse, no es que temiera que fuese a huir, sino que le gustaba tener el control y arrancó, como ella lo hiciera, la parte superior del vestido para dejar al descubierto más de aquella tez de marfil. Entonces besó el cuello, los hombros, la clavícula, la mandíbula y llegó hasta su oreja-, ahora estamos en igualdad de condiciones –mordió levemente para continuar su camino de besos.

Sus manos, primero instaladas en su cintura, se comenzaron a mover con frenesí a sus costados, por sus piernas, batallando con la falda del vestido pero al final abriéndose paso. En un reflejo involuntario, movió la cadera al frente, era imposible ocultar cuándo la ansiaba, de todos modos no tenía interés alguno de hacerlo. Mujeres podían ir y venir, en sus sábanas muchas se habían revolcado con él, a veces su hermano desechaba alguna amante, Lucian hacía con ella lo que le venía en gana y luego decidía si la mataba o no, en el pasado había tenido a muchas, en el presente igual, pero al final, Lucian Severus Argeneau regresaba a esos brazos y a ese lecho.

-Nos vamos a meter en un problema –si decía aquello, era para provocarla más, y a él mismo también de paso. Se volvió a separar y se puso de rodillas, con las piernas a los costados de ella y sólo la miró, alzó el mentón y la observó esperando, llevó una mano al cinturón, pero no hizo nada, quería que fuese ella quien terminara de quitarle la estorbosa ropa, antes de que fuese demasiado tarde y alguien los descubriera.
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Mensaje por Xrisí D'Argeneau Miér Oct 17, 2012 12:32 am


El mundo se sacudía a sus pies, con cada beso, con cada caricia. Nada más importó cuando la mirada de Severus se posicionó sobre la de ella con ese destello en sus orbes que significaba más en el silencio que las palabras habladas. Es posible que el rose de sus dedos sobre la pálida piel de Amber no fuese más que un susurro en medio de la tempestad, pero a su tacto, ardía, quemaba como si se tratase del sol quien osara delinear cada una de sus curvas. Se desvaneció la sonrisa sardónica de sus labios, esa que tiñe de amargura el ácido humor de su vampirismo, sólo quedo la mueca de un goce ignoto ante la presencia de ese hombre. Se sentía soñada, se sentía quería, amada y deseada. No existe nada más perfecto para una mujer el hecho de que le recuerden lo hermosa que es, más aún si se trata de un instante en la cama de su amante. Él había tomado el control y eso le gustaba, de cierta forma siempre ha sido masoquista y con Severus no es diferente a no ser por una insignificante razón, a él si lo ¿Amaba? Quizá, sólo quizá. Sonrió irónica. No habló enserio sobre meterse en problemas y tampoco le creería la preocupación sobre la consecuencia de sus actos, no ahora, no en ese preciso momento. Sus caderas se movieron al unísono de las suyas. Estaban unidos no sólo por el pensamiento, sus cuerpos suplicaban desconsolados la unión que los haría sentirse completos.

Sus manos se movieron por la espalda desnuda de Severus. Marcaron cada línea de sus músculos encontrando la perfección en el mármol de su piel. Fría, perfecta e incitante. Tragó saliva. Llegados a este punto, no sabía si mantener sus ojos cerrados para memorizar el encuentro o mantenerlos abiertos para admirar su belleza varonil. Tomó su mentón acariciando la curva de su mandíbula e instalarse detrás de su oído. Lo atrajo hasta ella con voraz apetito y calmó su deseo con un profundo beso. En sus fauces, la lengua padecía su propia épica batalla, buscando ladrones en las profundidades y resguardando sensaciones en cada uno de los roses. Mentiría si dijese que fue el beso más placentero de la noche, pero eso era apenas el comienzo de su espectáculo. Al final decidió observarlo detenidamente y explorar cada centímetro de él, como un cartógrafo lo haría con el nuevo mundo. Mordisqueó sus labios y atrapó su lengua viperina entre sus dientes. –Dime algo que no sepa- Respondió. Su sonrisa juguetona lo dijo todo y no había nada más que agregar. Ya sus dedos se movían plácidamente sobre el botón de su pantalón. Por su mente cruzó la idea de resumirlos a tiras de tela sobre su cuerpo, pero era más divertido hacerlo sufrir con el transcurso de los segundos. Bajó con pereza hasta su pelvis, se tardó más de cinco segundos en seguir el rumbo para deshacerse de la prenda. Se quedó quieta con la mano peligrosamente cerca a su virilidad. Sin tocarlo podía sentir las pulsaciones, las reclamaciones que éste le hacía a su dueño para que lo liberara de su cárcel. Era exactamente la misma súplica que Amber padecía en su entrepierna. Al cabo de un segundo más, se deshizo de la ropa.

Su gélida mirada permaneció tranquila atrapada en el mar azul de sus ojos. El coqueteó fue lo primordial y no había acabado el deseo aún. Lo abrazó por el cuello, ahogando su barbilla en su oído. Mordisqueó la zona intercalando con delicados besos y jadeos. Una de sus manos de deslizó por la curvatura de su espalda siguiendo la línea de su columna. Y, la otra bajó derecho a su entrepierna. Rosó con pereza la zona nerviosa de Severus. El cuerpo de Amber se erigió junto al de él. Sentados, ella encontró la forma de quedar a sus espaldas y devolver las caricias de antes pero ahora con su boca. La humedad de su lengua dejó marcada la ruta por la que pasaba y sus colmillos marcaron efímeramente la fina piel de su hombre. En esa misma posición, las manos de la rubia descendieron hasta la pelvis, se paseó un par de segundos por su virilidad hasta sentirla amenazante… Ágil, rápida e impredecible. Dominó el cuerpo de Severus con la mano sujeta sobre su hombro izquierdo aprisionando su cuello y doblando su propio ser para quedar al frente de éste. Apoyó sus rodillas sobre el frío cemento y ahí se sentó sobre él. Su cáliz quedó expuesto a los designios de su falo. Rodeó su cuello con ambos brazos apoyándose en él. Su cabello calló en cascada hasta sus hombros donde también alcanzó a rosa parte de la piel ajena, pero fueron sus pechos que, erguidos y erectos, golpearon el torso buscando la caricia de sus labios y la succión de su boca.

Comenzaba a jadear, a sentirse estimulada por la fricción en su parte íntima. Se movía al son de un silencioso vals, una música melodiosa que sólo ellos comprendían y que a nadie más le importaba pues nadie más existía en ese pequeño espacio que los dos se abrieron. Los dedos de sus manos se enredaron en los cabellos de su nuca, errando hasta la cueva de su oído en donde ella los esperaba con un funesto beso. Lamió su lóbulo describiendo entre susurros palabras en griego antiguo. Ignoraba el entendimiento de Severus sobre el idioma y prefería que se quedase en la indiferencia antes de preguntar el significado de las letras, porque no quería mentirle, pero tampoco estaba dispuesta a confesarle la verdad. Lo recostó sobre el suelo desplegando más sus piernas y sin dejar de sucumbir ante ese vaivén de caderas. Lo miró fijamente a los ojos. Su sonrisa se extendió y bajó para besar nuevamente sus labios.


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Mensaje por Invitado Dom Oct 28, 2012 7:47 pm

No era la primera vez que la tenía así, y algo le decía que no sería la última, pero siempre, irrevocablemente, se sentía como la única, como una oportunidad señera de poder desnudarla, contemplarla, besarla como lo estaba haciendo y sobre todo, sentirla, no sólo su perfecta piel marmórea, sino sentirla más allá de lo físico, y aunque estaba consciente de que todos aquellos pensamientos pecaban de románticos, en la intimidad de su mente se los permitía, sólo ahí y en compañía de Amber, y luego procuraba no rememorarlos demasiado o no sabría qué podía ser de él a la hora de ejecutar las órdenes de su hermano. Su mente, distante de todo y a la vez sólo en ese sitio y ningún otro, le impidió por un periodo de tiempo hacer algo, simplemente se dejó llevar como quien se tira de un precipicio por voluntad propia y en lugar de preocuparse por la aparatosa caída, disfruta el viento en la cara que lo golpea durante todo el trayecto. Así pues, cada caricia fue grabada, cada beso, cada mirada, cada suspiro fueron todos resguardados en su memoria junto a los miles que ya tenía de encuentros pasados; todas las mujeres eran desechables, menos ella, y por eso valía la pena atesorar todo aquello, y cuando tuvo uso de razón –esa mujer le robaba la cordura- estaban en una nueva posición, sus manos asidas a sus caderas y toda la ropa separa de su cuerpo.

Su cuerpo clamaba por ella, correspondía a cada beso, respondía a cada estímulo, aunque quisiera negarlo su fisonomía lo delataba, y la de ella hablaba en el mismo idioma, uno desesperado y febril. La miró a los ojos ahora que podía, sólo eso, diciéndole así sin palabras que aquello iba a ser lento y doloroso. Se apoderó de su cuello, besó y lamió hasta que no pudo contenerse y mordió también, no demasiado pero sí lo suficiente como para probar el sabor dulce de su sangre, a la vez que la obligaba a pegarse más a su cuerpo halándola con violencia para no dejar ningún espacio entre su pecho y el propio. Ascendió por el cuello para llegar hasta su oreja, al mismo tiempo, su mano descendía por su vientre hasta acariciar cerca de la entrepierna.

-Dime cuánto lo deseas, y no mientas, tu cuerpo no te dejará hacerlo –dijo con tono triunfal y se mantuvo así, tocando peligrosamente la zona pero sin hacer nada, besando la mandíbula y los hombros. Rio contra su piel sin motivo aparente, pero ese sonido pronto fue acallado, se separó un poco y movió los ojos a un lado-. ¿Escuchaste eso? –se notaba realmente consternado, no era una broma, se quedó muy quieto, aguardando, con la vista fija a la entrada de la celda. Si se trataba de algún sirviente sin importancia, realmente no importaba, no sería la primera vez que alguno los descubriera en una posición similar, sobre todo si se consideraba que lo hacían en los lugares más inverosímiles, pero si era alguno de los vampiros-peones de su hermano, hambrientos de aprobación, capaces de hacer cualquier cosa por congraciarse con Tiberius, entonces sí estaban en un problema.

La miró de nuevo con decepción en el rostro y la empujó con suavidad del hombro para separarla, se levantó, la erección que tenía seguía ahí, pero si no se apresuraba podía irse en cualquier momento, hizo el ademán de que guardara silencio y caminó por el frío suelo del calabozo hasta la puerta donde se asomó, vio sombras y el fuego inconfundible de una antorcha, escuchó voces, «para estas horas ya debe estar muerta» dijo con claridad una de las voces y luego hubo risas, eso enfureció a Severus, cerró un puño con fuerza y vio a las figuras acercarse, eran tres integrantes del séquito de su hermano, vampiros sin importancia que por alguna razón estaban interesados en el deceso de Xrisí.

-Mierda –musitó –vienen para acá –la miró por sobre su hombro. Podía fácilmente acabar con ellos, pero eso implicaba explicaciones posteriores que darle a su hermano, sabía que Mikhail no se chupaba el dedo y que estaba al tanto de las correrías que tenía con su consorte, pero simplemente no tenía ganas de eso, ni de inventarse una excusa para esos tres seres sin importancia que se acercaban-. Lo siento, preciosa –eso había sido dicho con un tono de galán arrogante y ofreció su mano para ayudarla a ponerse en pie –creo que dejaremos la conclusión de esto para más tarde-. Tomó su pantalón y comenzó a vestirse.
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Mensaje por Xrisí D'Argeneau Jue Nov 15, 2012 11:52 pm


Tiempo. ¿Qué es el tiempo, sino la manifestación del paso de los acontecimientos? Ahí, en medio de los dos, se filtraba por cada uno de sus poros haciéndoles creer que no existía nada más que ellos, sus caricias y sus besos. Amber confiaba en el silencio como testigo plácido de su entrega, esa efímera e ignota presencia que sólo está cuando lo tiene en frente. Ve sus ojos, escucha su voz, siente sus manos y se pierde en la inmensidad de la nada. Sensaciones épicas que varían entre lo real y las fantasías ¿Podía una mujer sumisa, acobardarse y ser valiente por aquello que más desea? La respuesta, aún es desconocida. Consintió sus designios y acalló los gritos de su cabeza repitiéndose mil veces que ahora estaba ahí, que él estaba ahí y no en la cama de otra, no poniendo su vida en riesgo a cambio de cumplir con las órdenes de Tiberius; quizá esta última era la razón por la cual lo deseaba tanto, cubrir cada parte de su cuerpo con sus manos y abarcar cada maldito centímetro de su piel con los labios. La angustia de verlo partir y no saber si volverá o ese augurio tocando a su puerta que, en cualquier momento, Tiberius decidirá el final de uno de los dos, tal vez los dos juntos. Eso es, sencillamente escalofriante.

Recorrió su barbilla con mordiscos, jugó con sus labios y tomó como presa su lengua. Entre caricias vanas, se perdió olvidando la razón por la cual se encontraba ahí, los motivos por los cuales lo suyo no podría ser por más que lo sintieran ¿Cuándo algo tan simple como eso se volvió tan complicado? Era la concubina de Tiberius y la amante de Severus, se supone que hasta ahí un niño lo comprendería, pero la desgraciada tuvo que sentirse querida, deseada por el hombre equivocado. Lo más triste de todo es, que aunque le profesara un sentimiento incorruptible, sabía que no podría jamás contra la voluntad de su consorte. Esto la hizo rugir con desesperación. ¿Por qué no podía simplemente olvidarlo y dejarse llevar por el momento? Era como si algo estuviese encima de ella, como si una nube gris se pintara sobre su cabeza sin dejarla ver la luz de la luna. Un augurio sepulcral, un augurio de muerte.

Estuvo a punto de responder a su pregunta cuando fue siseada por su voz. Se mantuvo quieta escuchando nada más el aire filtrarse por los pequeños agujeros del calabozo. Poco después los murmullos de los hombres se acrecentaron seguidos por las siluetas de sus sombras sobre la pared. Torció los labios en una mueca. ¿Acaso no podían estar solos? Se quejó. Esos tipos eran apegados a Mikhail y no importaba lo que ella les ofreciera, jamás lo traicionarían. Sólo había una salida para eso. Tomó la mano de Severus apoyándose sobre los pies y se levantó. ¿Su ropa? ¡Demonios! ¡Lo olvidaba! Fue arrojada a ese lugar sin otra cosa más que una estúpida sábana que ahora era polvo. Desvió la mirada hasta el cuerpo del joven. Estaba ahí para servir como tortura para la desafortunada rubia, el hecho de que ahora esté muerto implicaba preguntas que los hombrecillos se harían al ver la mancha de sangre en el suelo y sobre la pared.

–Tienes que irte- Dijo convencida. No quería que lo encontraran con ella porque sabía que se lo dirían a Tiberius. Podía escucharlos hablando con él «Su hermano, mi señor. Fue su hermano quien la alimentó. Lo encontramos en la mazmorra con ella en condiciones sospechosas» No. Ella no lo permitiría. –Hay una salida debajo de aquella loza- sonrió –No me preguntes porque no la usé para escapar antes, sabes la respuesta- Se encogió de hombros –O bien puedes fingir que me castigas- Frunció el ceño. –No, no se tragarán el cuento, tienes que lastimarme de verdad- Se dirigió hasta el lugar donde se encontraban sus cadenas. ¿Cómo explicaría que pudo zafarse de ellas? Torció los labios y se arrancó las manos con la boca. En su lugar, sólo un par de muñones ensangrentados quedaron. Perfectos para que las cadenas se le aflojaran y quedase libre.


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