AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Virtuosa paciencia {Privado}
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Virtuosa paciencia {Privado}
La amarga realidad, es esperar que algo cambie cuando se conoce la respuesta.
Sí, había recibido aquella postal en la que se me pide de forma desesperada una reunión con el extraño de la carta. No hubiese aceptado asistir a semejante teatro de no ser porque aquella caligrafía era idéntica a la de Dante. Mi hermano, él conocía bastante sobre mí y aplaudía mi gusto por los enigmas, de ahí el hecho que la firma en la carta resultase ser un anagrama de su nombre completo. “Posada L'ombre triste en Toulouse”. Tétrico nombre para ser un recinto de descanso. Pasé el nombre del lugar por alto e incluso no cuestioné la ciudad. Al término de leer aquella carta con el remitente desconocido, me quedé pasmada en un sueño lejano que quizá estaba a punto de ser realidad. Eché un vistazo a mi casi fallecido padre, pero eso también resultaba ser una ilusión y su cuerpo sólo había sido adormecido por el grado de alcohol que consumió en la taberna. Fácilmente pude escaparme sin hacer ningún ruido. Tomé el abrigo café que pendía del gancho al lado de la puerta de madera, me lo tiré a las espaldas, cogí el sombrero de señora que guardaba Donovan celosamente de Alice, metí mis rojizos cabellos dentro y salí sin ninguna precaución, para cuando mi padre se diese cuenta de mi escape, sería demasiado tarde. Caminando por los taludes de la calle con una sola dirección en mente, me puse a pensar sobre ciertas cosas que nos habían orillado a esta situación. El detonante fue Alice con su derroche de pasión, hermosura intacta e inteligencia sublime. Ella era mucho mayor que yo pero no nos importó, no me satisfacía ningún joven como lo hacía Alice y la verdad es que nunca me imaginé en los brazos de alguien que fuese más cercano a mi edad. Esa mujer lo dijo la vez en que me besó por primera vez, yo era un vejete atrapado en el cuerpo de una jovial y aventurera doncella. Sonreí ante el recuerdo. Para mí, ese ángel no sólo era un cuerpo seductor donde cada curva suele ser el tormento perfecto para perdernos arrodillados y encontrarnos acariciando cada estación de su sexo con famélico fervor; ella era la cúspide de toda metáfora o filosofía que el hombre se atrevió a cuestionar en sus años más aledaños a la era del conocimiento. Estaba enamorada de ella, ¿Cómo podría describirla de una forma tan precaria?
La estación de ferrocarriles aún se encontraba lejos y ya tenía más de treinta minutos de haber comenzado con mi caminata. No cabe duda, me gustaba andar por la vida con mis pies y no acompañada de un portentoso carruaje halado por animales siendo torturados por la barbarie humana. Desvié la mirada a los letreros que colgaban en la entrada de los edificios, esos grilletes se habían utilizado tiempo antes para diferentes cosas que ahora su chillido parecía un lamento escalofriante del dolor que padecieron. El viento soplaba con pesadez, el día caía como las gotas del rocío sobre las plantas. El frío era escaso pero si me deshacía de aquel abrigo seguramente la piel de mi cuerpo se erizaría al contacto con la gélida caricia del invierno. La primavera llegaría pronto, se podía olfatear el deseo de los árboles por renacer de entre aquel montón de nieve blanca. Así veía la vida, en mis ratos de ociosidad, en los momentos donde me volvía tan vulnerable como un niñato arrebatado de los brazos de su madre. Mi madre. Y de repente, tropecé. Para no caer, me sostuve de un pilar, a los pocos segundos entendí que caer hubiese sido lo mejor. Me corté la mano con una astilla, y la sangre escurrió por toda mi palma. Ver ese líquido rojo me trajo memorias más tristes que las que habían estado oscilando en mi mente los últimos minutos. Pero no podía hacer más nada que seguir adelante. Maldije mi suerte y continué, cada gota despilfarrada de mi sangre, manchaba el abrigo. El vestido verdoso que cubría mi desnudez con galante corte, ese era completamente indiferente a la suciedad del exterior salvo el polvo que se alojaba entre mis pies. Faltaba poco para llegar a la estación.
Con cada paso sacrificando la distancia, logré adentrarme a la estación. Observe el gran reloj frente a las puertas, los estelares anunciando la salidas y llegadas de los trenes. La taquilla que a lo lejos parecía tan pequeña y manipulada por un enano. Nada había cambiado desde la última vez que visité ese lugar. Me acerqué a comprar el boleto para mi viaje y en verdad esperaba que la reservación en dicha Posada para mí llegada fuese real, así no tendría que discutir con el encargado ni mucho menos perderme en las calles de una ciudad desconocida para buscar hospedaje. –Madame, el siguiente tren a Toulouse parte hasta las 9:40 de la noche. ¿Está dispuesta a esperar?- Se me informó con un lamentoso quejido. No pude haberme retrasado tanto. Mire el reloj nuevamente. Seis treinta. ¡Maldición! Regresar a casa no era una solución viable, allí estaría Donovan. Decidí quedarme a esperar. Contemplé las llegadas y salidas de otros trenes, menos el mío. Me desesperaba con facilidad, no tengo paciencia para nada. Me paré varias veces de la banca en la que me había sentado. Caminé por la estación. Acabé con la paciencia de los demás. El encargado de la taquilla, un hombre de no más de 20 años, barbudo, de ojos verdes y cabello castaño, se acercó hasta a mí con su fornido cuerpo. Me ofreció su compañía con una sonrisa coqueta, pero inmediatamente fue despreciado por mi ‘gusto’. No quería causar una fuerte conmoción, por lo cual lo más práctico para salir de esa era -¿Tienes algo que pueda leer? Así no te incomodo y/o obstruyo en tu trabajo y nos mantenemos ocupados los dos- Le sonreí. Él, amablemente asintió con su cabeza e inmediatamente viajó hasta su trabajo para llevarme un pequeño libro de bolsillo. “Amadís de Gaula” –Gracias- Dije mientras me escabullía hasta la banca a leer y esperar que ese bendito tren llegase de una vez por todas.
La estación de ferrocarriles aún se encontraba lejos y ya tenía más de treinta minutos de haber comenzado con mi caminata. No cabe duda, me gustaba andar por la vida con mis pies y no acompañada de un portentoso carruaje halado por animales siendo torturados por la barbarie humana. Desvié la mirada a los letreros que colgaban en la entrada de los edificios, esos grilletes se habían utilizado tiempo antes para diferentes cosas que ahora su chillido parecía un lamento escalofriante del dolor que padecieron. El viento soplaba con pesadez, el día caía como las gotas del rocío sobre las plantas. El frío era escaso pero si me deshacía de aquel abrigo seguramente la piel de mi cuerpo se erizaría al contacto con la gélida caricia del invierno. La primavera llegaría pronto, se podía olfatear el deseo de los árboles por renacer de entre aquel montón de nieve blanca. Así veía la vida, en mis ratos de ociosidad, en los momentos donde me volvía tan vulnerable como un niñato arrebatado de los brazos de su madre. Mi madre. Y de repente, tropecé. Para no caer, me sostuve de un pilar, a los pocos segundos entendí que caer hubiese sido lo mejor. Me corté la mano con una astilla, y la sangre escurrió por toda mi palma. Ver ese líquido rojo me trajo memorias más tristes que las que habían estado oscilando en mi mente los últimos minutos. Pero no podía hacer más nada que seguir adelante. Maldije mi suerte y continué, cada gota despilfarrada de mi sangre, manchaba el abrigo. El vestido verdoso que cubría mi desnudez con galante corte, ese era completamente indiferente a la suciedad del exterior salvo el polvo que se alojaba entre mis pies. Faltaba poco para llegar a la estación.
Con cada paso sacrificando la distancia, logré adentrarme a la estación. Observe el gran reloj frente a las puertas, los estelares anunciando la salidas y llegadas de los trenes. La taquilla que a lo lejos parecía tan pequeña y manipulada por un enano. Nada había cambiado desde la última vez que visité ese lugar. Me acerqué a comprar el boleto para mi viaje y en verdad esperaba que la reservación en dicha Posada para mí llegada fuese real, así no tendría que discutir con el encargado ni mucho menos perderme en las calles de una ciudad desconocida para buscar hospedaje. –Madame, el siguiente tren a Toulouse parte hasta las 9:40 de la noche. ¿Está dispuesta a esperar?- Se me informó con un lamentoso quejido. No pude haberme retrasado tanto. Mire el reloj nuevamente. Seis treinta. ¡Maldición! Regresar a casa no era una solución viable, allí estaría Donovan. Decidí quedarme a esperar. Contemplé las llegadas y salidas de otros trenes, menos el mío. Me desesperaba con facilidad, no tengo paciencia para nada. Me paré varias veces de la banca en la que me había sentado. Caminé por la estación. Acabé con la paciencia de los demás. El encargado de la taquilla, un hombre de no más de 20 años, barbudo, de ojos verdes y cabello castaño, se acercó hasta a mí con su fornido cuerpo. Me ofreció su compañía con una sonrisa coqueta, pero inmediatamente fue despreciado por mi ‘gusto’. No quería causar una fuerte conmoción, por lo cual lo más práctico para salir de esa era -¿Tienes algo que pueda leer? Así no te incomodo y/o obstruyo en tu trabajo y nos mantenemos ocupados los dos- Le sonreí. Él, amablemente asintió con su cabeza e inmediatamente viajó hasta su trabajo para llevarme un pequeño libro de bolsillo. “Amadís de Gaula” –Gracias- Dije mientras me escabullía hasta la banca a leer y esperar que ese bendito tren llegase de una vez por todas.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Fecha de inscripción : 08/01/2012
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
El chillido de la habitación principal sonaba dejando un gran eco en la mansión, bastante evidente era que necesitaba un poco de aceite para que ese sonido molesto no continuará. Eran exactamente las cuatro de la mañana. Dos horas antes el cuerpo de una mujer adulta giraba desnudo bajo sabanas, bajo las manos, caricias y cuerpo de un Horst Neumann pasional, era una noche antes de su despedida, no una despedida definitiva claro está, pues ella le pertenecía, y él no permitiría que fuera de nadie más, mucho menos que le dejara solo de manera permanente. La imponente mujer debía cumplir una misión, no sabía cuanto tiempo estaría fuera del alcance de su esposo, pero he de confesarles que se sentía muy feliz, el tener un respiro después de tantos maltratos le haría volver a tomar energías, encontrar su cordura, y estar por unos momentos en paz. Lo merecía. Por eso no puso objeción al deseo desenfrenado de su esposo, que aunque quizás su amor no era como el de los cuentos de hadas, al menos sabía que solo la deseaba a ella como mujer, eso la hacía sentir feliz, porque quizás no estaba con el mejor de los hombres, pero no le era infiel, mucho menos desleal. Y si pensaron que después de una ronda de sexo lo dejaría noqueado en la cama, era entonces cuando su caballerosidad salía a la luz, la observaba andar por la habitación, la observó tomando un baño cálido, incluso la observó cubrir su cuerpo envidiable, porque si, para la edad que la señora de Neumann tenía, su cuerpo era de ensueño, envidiado por muchas, deseado por otros, que pertenecía a él, su esposo. Todo estaba listo, las maletas, el armamento, los carruajes, los tickets del ferrocarril, el vagón perfectamente condicionado para el viaje, lo mejor para ella, una reina que quizás no tenía corona, pero no necesitaba, y no la codiciaba, pues su nombre resonaba por todos lados, mujeres como ellas pocas, por último y lo más importante ella estaba lista, no había más que necesitar.
Horst la escoltó hasta el vagón, la dejó instalada, dejando guardias en los siguientes vagones a ella. Cuidarla era su prioridad aunque no lo demostrara, aunque nunca lo aceptara. Ni bien había salido aquel hombre de ahí, cuando los ojos de la rubia dejaron en claro una expresión de alivio, de felicidad, pero sobre todo, se podía percibir la libertad que había necesitado y que anhelaba. En el trayecto sacó una agenda, en ella tenía anotado el nombre de la posada en la que se quedaría, el nombre del hotel en el que Hunter, su hijo, se hospedaba, donde debía dejar algunas cajas de armamento, la dirección de los "Biermann", pues debía asegurarse de que había cumplido su hijo la misión otorgada, también donde debía dejar las armas que Hunter necesitaba, y una lista de lugares que debía visitar, aprovecharía ese tiempo demasiado. Lo primero que había planeado hacer al llegar a la ciudad de la luz, era visitar a Hunter, su hijo. Aquellos que no supieran de la historia de esta familia, asegurarían que de verdad era su hijo biológico, Hunter tenía los rubios cabellos de la mujer, una belleza que era imposible de ignorar, sumando la manera en que ambos se veían, con un amor profundo, que seguramente calaba hasta los huesos, todos jurarían que había salido de su interior, sin embargo a ella no le importaban las habladurías, o si había salido de su ser o no, era su hijo y punto, quien contradijera eso sufriría grandes consecuencias. Algo había aprendido bien alados de Horst, con ellos nadie se metía, ni siquiera en lo más mínimo.
Abrió los ojos después de haberse dado el lujo de dormir sin preocupaciones. Cuando sus ojos se habían acostumbrado a la luz, notó que estaban en el lugar que había sido programado para su destino hace mucho tiempo. Un hombre con traje la llamó, la mujer camino escoltada a su lado, dejando que cada uno de sus trabajadores cargara sus maletas, Frauke suponía que ellos también respirarían y gozarían de la libertad de estar cerca de su patrón, lo notaba por la manera en que sonreían, aquellos hombres que ahora estaban a sus ordenes la respetaban y cuidaban como si de familia se tratara, pero ella lo merecía al darles un trato digno. Caminó por aquel tren, bajó de él, y se dispuso a caminar por la estación, supervisando que cada una de las cosas que llevaba estuvieran en orden. Para su buena suerte aquellos trabajadores lo tenían todo controlado, se notaba que deseaban dejarla respirar de esa vida llena de martirios que vivía.
Se quedó parada en la sala de espera, observando a su alrededor, el hombre trajeado que la custodiaba le había pedido un momento para arreglar los papeles, su estancia en el lugar, con una sonrisa amplía y un asentimiento de cabeza lo dejó ir. Siguió observando, detallado el lugar, sonriendo a quien pasaba a su lado al igual que inclinando su cuerpo en forma de saludo y respeto. Su visión se enfocó en un cuerpo delgado que sostenía un libro, caminó sin ni siquiera importarle si alguien le perdía o no de vista. - No es correcto que una mujer de sociedad lea en un lugar público, nosotras debemos sonreír aunque no queramos, sentarnos como nos enseñaron, poner atención a las instrucciones que algún caballero quiera darnos - Las mujeres de bien saben todas estás reglas, Frauke se las aprendió no solo a la buena, también a la mala - Sin embargo le reconozco que la pieza que tiene en su mano es hermosa, llena de enseñanzas… Le reconozco el valor al romper los estereotipos en lugares así - Le sonrió de manera cálida, quizás de haber escogido no casarse con Horst, habría hecho eso, no es que sea el peor de los pecados, pero si un hecho que reprobable en estos tiempos, en esta sociedad.
Horst la escoltó hasta el vagón, la dejó instalada, dejando guardias en los siguientes vagones a ella. Cuidarla era su prioridad aunque no lo demostrara, aunque nunca lo aceptara. Ni bien había salido aquel hombre de ahí, cuando los ojos de la rubia dejaron en claro una expresión de alivio, de felicidad, pero sobre todo, se podía percibir la libertad que había necesitado y que anhelaba. En el trayecto sacó una agenda, en ella tenía anotado el nombre de la posada en la que se quedaría, el nombre del hotel en el que Hunter, su hijo, se hospedaba, donde debía dejar algunas cajas de armamento, la dirección de los "Biermann", pues debía asegurarse de que había cumplido su hijo la misión otorgada, también donde debía dejar las armas que Hunter necesitaba, y una lista de lugares que debía visitar, aprovecharía ese tiempo demasiado. Lo primero que había planeado hacer al llegar a la ciudad de la luz, era visitar a Hunter, su hijo. Aquellos que no supieran de la historia de esta familia, asegurarían que de verdad era su hijo biológico, Hunter tenía los rubios cabellos de la mujer, una belleza que era imposible de ignorar, sumando la manera en que ambos se veían, con un amor profundo, que seguramente calaba hasta los huesos, todos jurarían que había salido de su interior, sin embargo a ella no le importaban las habladurías, o si había salido de su ser o no, era su hijo y punto, quien contradijera eso sufriría grandes consecuencias. Algo había aprendido bien alados de Horst, con ellos nadie se metía, ni siquiera en lo más mínimo.
Abrió los ojos después de haberse dado el lujo de dormir sin preocupaciones. Cuando sus ojos se habían acostumbrado a la luz, notó que estaban en el lugar que había sido programado para su destino hace mucho tiempo. Un hombre con traje la llamó, la mujer camino escoltada a su lado, dejando que cada uno de sus trabajadores cargara sus maletas, Frauke suponía que ellos también respirarían y gozarían de la libertad de estar cerca de su patrón, lo notaba por la manera en que sonreían, aquellos hombres que ahora estaban a sus ordenes la respetaban y cuidaban como si de familia se tratara, pero ella lo merecía al darles un trato digno. Caminó por aquel tren, bajó de él, y se dispuso a caminar por la estación, supervisando que cada una de las cosas que llevaba estuvieran en orden. Para su buena suerte aquellos trabajadores lo tenían todo controlado, se notaba que deseaban dejarla respirar de esa vida llena de martirios que vivía.
Se quedó parada en la sala de espera, observando a su alrededor, el hombre trajeado que la custodiaba le había pedido un momento para arreglar los papeles, su estancia en el lugar, con una sonrisa amplía y un asentimiento de cabeza lo dejó ir. Siguió observando, detallado el lugar, sonriendo a quien pasaba a su lado al igual que inclinando su cuerpo en forma de saludo y respeto. Su visión se enfocó en un cuerpo delgado que sostenía un libro, caminó sin ni siquiera importarle si alguien le perdía o no de vista. - No es correcto que una mujer de sociedad lea en un lugar público, nosotras debemos sonreír aunque no queramos, sentarnos como nos enseñaron, poner atención a las instrucciones que algún caballero quiera darnos - Las mujeres de bien saben todas estás reglas, Frauke se las aprendió no solo a la buena, también a la mala - Sin embargo le reconozco que la pieza que tiene en su mano es hermosa, llena de enseñanzas… Le reconozco el valor al romper los estereotipos en lugares así - Le sonrió de manera cálida, quizás de haber escogido no casarse con Horst, habría hecho eso, no es que sea el peor de los pecados, pero si un hecho que reprobable en estos tiempos, en esta sociedad.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
La mujer juiciosa muerde a su marido obedeciéndole.
- Lucius Annæus Seneca-
- Lucius Annæus Seneca-
Me era increíble asimilar todas las hazañas que el protagonista de la novela realizaba sólo para conquistar el corazón de la hermosa doncella. El amor es una vorágine llena de sensaciones, emociones y sentimientos que nos impiden pensar coherentemente y, a pesar que las señales se encuentren frente a nosotros, somos incapaces de verlas porque estamos ciegos ante algo que nos resulta más indispensable que cualquier otra cosa, increíble pero cierto. Es evidente que no era la primera vez que leía esa obra, pero no importaba cuántas veces se me llevase la vida en repasar sus páginas, era una de las pocas novelas que podía devorar día tras día sin aburrirme. Descubrí que después de todo, yo también sería capaz de convertirme en un valiente caballero por la mujer que me robe el corazón, lo haría por Alice, desgraciadamente ni la espada más poderosa, puede vencer a la muerte. Conforme avanzaba en la lectura, más me sumergía en sus bellísimas narraciones, en varias ocasiones llegué a identificarme con Amadís y en otras sólo sonreía para fingir demencia, era imposible que alguien me espiase de esa manera, así que si había conexiones en las historias, sólo era por un hecho en común y que saltaba a la vista de todos los que como él y como yo pasaban por la misma dicha o tragedia, depende del ángulo y la perspectiva que se tenga. Ignoré cada susurro a mi lado, cada plática de los pasajeros que iban y venían de los trenes, tampoco presté atención a un par de niños que brincaban al otro lado de la vía en un juego para desafiar a la muerte. Un joven cargaba su equipaje con una mano mientras que con la otra sostenía una flor amarilla, su sonrisa denotaba nervios y parecía bastante preocupado, pero ni él, ni la doncella de cabello castaño y mirada esmeralda, al final de la estación, llamaron mi atención como esa mujer.
Ensimismada, di un pequeño respingo al escuchar su voz hablándome. Antes de poder caer en la realidad, pensé se trataba de Oriana juzgándome por llegar a tener ese tipo de pensamientos con ella y no con Amadís como se supone lo hacen las infantas casaderas y de mi edad. Sacudí la cabeza para incorporarme en este pedazo de mundo, reorganizando las ideas que me habían hecho de la mente un laberinto peor de insidioso a como lo tenía. Sonreí. Esa mujer, con su melena dorada cual rayos de sol, mirada apacible cual ángel custodio, piel blanca cual copos de nieve en el invierno, cuerpo esbelto y envidiable cual musa de inspiración para todas aquellas Odas clamando por la belleza; nunca pretendió molestarme con su comentario ¿Qué iba a saber ella sobre mí? De ser otro día, de tratarse de otra persona, otro momento… Seguramente habría fulminado su amabilidad con la vista, pues en mi intolerancia hacia la especie humana, aborrecía la interrupción de una buena lectura. Afortunadamente para ambas, me encontraba estable, impaciente, es verdad, pero al final de cuentas esa esporádica alegría que me invadió al leer la nota de Dante aún no se desvanecía por completo. Cerré el libro con cuidado dejando que el pequeño hilo dorado que sirve como separador, quedase justamente en donde suspendí la lectura. Aspiré profundamente, levanté la mirada hasta ella y, aunque su belleza pudo impactarme, no lo hizo por una razón. No la miré directamente a los ojos, si no más allá de lo que se encontraba frente a mí. –Si la mujer estuviese diseñada para la obediencia sin refutar nada, entonces Eva jamás se habría revelado contra su ‘Dios’ así mismo, Adán en su gobierno total para con ella, no habría cedido ante la tentación que Eva representó cuando lo condujo al pecado original. Pero él mordió del fruto prohibido como yo misma he asesinado el estereotipo sobre una mujer de sociedad- Dije sin poder ocultar mi acento. Una risa se escapó de mis labios, me fue inevitable no encontrar el doble sentido a lo que acababa de decir. Sí, yo había roto cualquier estereotipo.
Se traba de una mujer importante, alguien que va por las calles rodeada de centinelas. Lo supe por el mozo que la siguió de cerca con la vista, preguntándose ¿Quién era yo y porque su señora hablaba conmigo? No soy capaz de leer la mente, pero los humanos son/somos tan predecibles que, las sorpresas pueden evitarse ¡Pero que aburrida sería la vida! –Sí, madame- Me levanté de la banca y metí el libro en los gigantescos bolsillos del abrigo. Hice una reverencia al tiempo en que pronunciaba aquella palabra representativa de las mujeres como ella. –Una de las mejores obras Medievales publicadas en la historia del antiguo continente y no es que haga alarde sobre la aventura, sino que desgraciadamente no he tenido la oportunidad de apreciar un buen capítulo sobre algún tema que provenga del otro lado del océano, América- Entrecerré los ojos. Relamí los labios, se encontraban un poco secos debido al viento cortante que se escabullía a la plataforma de la estación. Cuando un escalofrío azotó mi espalda, me di cuenta de la falta de diplomacia. ¡Maldición! Donovan debió preocuparse más por enseñarme de modales que intentar hacer que su hijo levantase el apellido de la familia desposando a una doncella de bien, incluso, porque no… de la realeza. Pero Dante había caído al igual que yo, sólo que él tuvo la fortuna de escapar al infierno de nuestro padre, en cambio yo –Samantha D’Ancona, Hija única de Donovan Ancona, descendiente de una de las casas con influencia en el Sacro Imperio- Vaya título me adornaba, nada que pudiese presumir realmente, pero si el protocolo estipulaba que la presentación debía realizarse de esta manera ¿Qué más da? Habría besado el dorso de su mano de no ser porque recordé que era mujer y eso, estaba mal visto ¿No?
Ensimismada, di un pequeño respingo al escuchar su voz hablándome. Antes de poder caer en la realidad, pensé se trataba de Oriana juzgándome por llegar a tener ese tipo de pensamientos con ella y no con Amadís como se supone lo hacen las infantas casaderas y de mi edad. Sacudí la cabeza para incorporarme en este pedazo de mundo, reorganizando las ideas que me habían hecho de la mente un laberinto peor de insidioso a como lo tenía. Sonreí. Esa mujer, con su melena dorada cual rayos de sol, mirada apacible cual ángel custodio, piel blanca cual copos de nieve en el invierno, cuerpo esbelto y envidiable cual musa de inspiración para todas aquellas Odas clamando por la belleza; nunca pretendió molestarme con su comentario ¿Qué iba a saber ella sobre mí? De ser otro día, de tratarse de otra persona, otro momento… Seguramente habría fulminado su amabilidad con la vista, pues en mi intolerancia hacia la especie humana, aborrecía la interrupción de una buena lectura. Afortunadamente para ambas, me encontraba estable, impaciente, es verdad, pero al final de cuentas esa esporádica alegría que me invadió al leer la nota de Dante aún no se desvanecía por completo. Cerré el libro con cuidado dejando que el pequeño hilo dorado que sirve como separador, quedase justamente en donde suspendí la lectura. Aspiré profundamente, levanté la mirada hasta ella y, aunque su belleza pudo impactarme, no lo hizo por una razón. No la miré directamente a los ojos, si no más allá de lo que se encontraba frente a mí. –Si la mujer estuviese diseñada para la obediencia sin refutar nada, entonces Eva jamás se habría revelado contra su ‘Dios’ así mismo, Adán en su gobierno total para con ella, no habría cedido ante la tentación que Eva representó cuando lo condujo al pecado original. Pero él mordió del fruto prohibido como yo misma he asesinado el estereotipo sobre una mujer de sociedad- Dije sin poder ocultar mi acento. Una risa se escapó de mis labios, me fue inevitable no encontrar el doble sentido a lo que acababa de decir. Sí, yo había roto cualquier estereotipo.
Se traba de una mujer importante, alguien que va por las calles rodeada de centinelas. Lo supe por el mozo que la siguió de cerca con la vista, preguntándose ¿Quién era yo y porque su señora hablaba conmigo? No soy capaz de leer la mente, pero los humanos son/somos tan predecibles que, las sorpresas pueden evitarse ¡Pero que aburrida sería la vida! –Sí, madame- Me levanté de la banca y metí el libro en los gigantescos bolsillos del abrigo. Hice una reverencia al tiempo en que pronunciaba aquella palabra representativa de las mujeres como ella. –Una de las mejores obras Medievales publicadas en la historia del antiguo continente y no es que haga alarde sobre la aventura, sino que desgraciadamente no he tenido la oportunidad de apreciar un buen capítulo sobre algún tema que provenga del otro lado del océano, América- Entrecerré los ojos. Relamí los labios, se encontraban un poco secos debido al viento cortante que se escabullía a la plataforma de la estación. Cuando un escalofrío azotó mi espalda, me di cuenta de la falta de diplomacia. ¡Maldición! Donovan debió preocuparse más por enseñarme de modales que intentar hacer que su hijo levantase el apellido de la familia desposando a una doncella de bien, incluso, porque no… de la realeza. Pero Dante había caído al igual que yo, sólo que él tuvo la fortuna de escapar al infierno de nuestro padre, en cambio yo –Samantha D’Ancona, Hija única de Donovan Ancona, descendiente de una de las casas con influencia en el Sacro Imperio- Vaya título me adornaba, nada que pudiese presumir realmente, pero si el protocolo estipulaba que la presentación debía realizarse de esta manera ¿Qué más da? Habría besado el dorso de su mano de no ser porque recordé que era mujer y eso, estaba mal visto ¿No?
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Fecha de inscripción : 08/01/2012
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
Sus brazos alargados se movieron con elegancia, entrelazó sus dedos a la altura de su vientre, tenía una perfecta y recatada pose, su rostro se movía con suavidad del libro hasta el rostro de la chica. La mujer de entrada edad no dejaba de sonreír, y su sonrisa se hizo aun más amplia cuando escuchó las palabras de la jovencita. Asintió repetidas veces conforme las palabras iban formando oraciones. Vio su reverencia la cual contestó con una simple inclinación de cabeza, no lo hacía por maleducada más bien una señora de su edad y con sus condiciones, solo ante caballeros respetables en grandes fiestas podía tomar las puntas de su vestido para inclinar su esbelta figura en un perfecto saludo. Quiso responder de inmediato a las palabras tan acertadas que acababa de pronunciar la jovencita, sin embargo fue interrumpida por un lacayo. La mujer con toda esa paciencia que tenía y el amor a sus ayudantes movió su rostro para que sus ojos estuvieran a la altura de su trabajador - Es una nueva amiga, querido, es de mala educación hacer este tipo de comentarios y escenas frente a una señorita de sociedad, su nombre es Samantha te la presento - En la sonrisa elegante de la mujer, se pudo notar un aire de burla, de diversión. - ¿Vas a limitarme en estás tierras? Se ha olvidado que tenemos tiempo de libertad, más vale lo aprovechemos -Su ayudante simplemente se presentó, hizo una reverencia cortés y se retiró del lugar dejando a ambas mujeres en privacidad.
Frauke había pronunciado la palabra mágica: Libertad. Pocas veces en su vida había experimentado tal sensación, se sentía afortunada, quizás ese Dios al que le rezaba todas las noches en silencio no la había dejado sola como ella creía. - Tanto adorno en el nombre me hace sentir contrariada, si es una lectora intrépida ¿Por qué hace semejante presentación? Apuesto querida Samantha que los apellidos salen sobrando y el nombre solo es un distintivo entre las demás personas ¿Qué podría yo conocer de lo que hay atrás de ese nombre tan elegante? - Frauke volvió a sonreír pero esta vez parecía retar a la señorita que tenía enfrente. La mujer de cabellos rubios siempre había tenido un alma llena de aventura, con un aura salvaje. Sin duda alguna no estaba para desperdiciar el tiempo que su marido le había otorgado, mejor era conocer aquella ciudad con algún conocido o desconocido, pero eso se solucionaba con una charla amena. El primer y único incentivo que había necesitado para acercarse y saber que esa joven era la indicaba, lo había dejado en claro la lectura intrépida que había hecho hace unos momentos.
Prestó atención entonces a sus cabellos rojos como el fuego, y de la misma manera aquellos hermosos labios carnosos que combinaban con sus hebras. La señora reconoció que la jovencita no solo era elegante y de un apellido rimbombante, también reconocido la belleza que hacía las miradas de muchos caballeros se dirigieran a ella, pero el brillo de sus ojos la confundían. Frauke había aprendido a leer las expresiones faciales, también la manera en que los ojos se abrían o cerraban, el tiempo que llevaba de vida, las situaciones que había vivido y las enseñanzas rudas que había adquirido alado de su marido le otorgaban tales habilidades. - Algo me dice que esa presentación no le agrada del todo - Pauso por unos segundos para poder seguir hablando con total tranquilidad - No se preocupe, a mi tampoco me gustan tales reglas protocolarias, si por mi fuera le habría dado un fuerte abrazo - Le guiñó un ojo, de manera cómplice, era bastante claro que la mujer se sentía a gusto con la presencia misteriosa de la joven.
Se movió con suavidad al notar varios movimientos de parte de su nuevo guía con las manos, la llamaba para seguir su camino - Me pregunto entonces ¿Cree que es demasiado invitarla a pasear con nosotros? Como ha notado acabo de llegar a Paris, poco conozco de esta ciudad, no me vendría mal una guía - Se percató que si la mujer estaba en la estación de tren sería por algo bastante claro - Lamento importunarle, seguramente espera a alguien o va a viajar pero no creo que este mal la invitación me habría encantado me acompañara - La mujer le asintió al caballero que la llamaba con bastante fastidio. - Debo presentarme querida. Frauke Neumann. No esperes a que diga todas mis referencias, no se lo digo a los desconocidos, más bien me interesa que lo conozcan por si solos - Y con eso dejaba en claro que deseaba volver a toparla por aquella encantadora ciudad - Le daría una dirección para invitarla a tomar el mejor de los tés pero por ahora una fría y grande habitación de hotel me espera - Soltó sus manos a los lados dispuesta a volver a retomar el camino que tenía trazado - Un placer mi querida lectora - Hizo una nueva reverencia. Su único consuelo de aquel día sería poder llegar a una cama sin presión a ser la mujer y amante perfecta, pero sobre todo el saber que podría ver por fin a Hunter, su hijo.
Frauke había pronunciado la palabra mágica: Libertad. Pocas veces en su vida había experimentado tal sensación, se sentía afortunada, quizás ese Dios al que le rezaba todas las noches en silencio no la había dejado sola como ella creía. - Tanto adorno en el nombre me hace sentir contrariada, si es una lectora intrépida ¿Por qué hace semejante presentación? Apuesto querida Samantha que los apellidos salen sobrando y el nombre solo es un distintivo entre las demás personas ¿Qué podría yo conocer de lo que hay atrás de ese nombre tan elegante? - Frauke volvió a sonreír pero esta vez parecía retar a la señorita que tenía enfrente. La mujer de cabellos rubios siempre había tenido un alma llena de aventura, con un aura salvaje. Sin duda alguna no estaba para desperdiciar el tiempo que su marido le había otorgado, mejor era conocer aquella ciudad con algún conocido o desconocido, pero eso se solucionaba con una charla amena. El primer y único incentivo que había necesitado para acercarse y saber que esa joven era la indicaba, lo había dejado en claro la lectura intrépida que había hecho hace unos momentos.
Prestó atención entonces a sus cabellos rojos como el fuego, y de la misma manera aquellos hermosos labios carnosos que combinaban con sus hebras. La señora reconoció que la jovencita no solo era elegante y de un apellido rimbombante, también reconocido la belleza que hacía las miradas de muchos caballeros se dirigieran a ella, pero el brillo de sus ojos la confundían. Frauke había aprendido a leer las expresiones faciales, también la manera en que los ojos se abrían o cerraban, el tiempo que llevaba de vida, las situaciones que había vivido y las enseñanzas rudas que había adquirido alado de su marido le otorgaban tales habilidades. - Algo me dice que esa presentación no le agrada del todo - Pauso por unos segundos para poder seguir hablando con total tranquilidad - No se preocupe, a mi tampoco me gustan tales reglas protocolarias, si por mi fuera le habría dado un fuerte abrazo - Le guiñó un ojo, de manera cómplice, era bastante claro que la mujer se sentía a gusto con la presencia misteriosa de la joven.
Se movió con suavidad al notar varios movimientos de parte de su nuevo guía con las manos, la llamaba para seguir su camino - Me pregunto entonces ¿Cree que es demasiado invitarla a pasear con nosotros? Como ha notado acabo de llegar a Paris, poco conozco de esta ciudad, no me vendría mal una guía - Se percató que si la mujer estaba en la estación de tren sería por algo bastante claro - Lamento importunarle, seguramente espera a alguien o va a viajar pero no creo que este mal la invitación me habría encantado me acompañara - La mujer le asintió al caballero que la llamaba con bastante fastidio. - Debo presentarme querida. Frauke Neumann. No esperes a que diga todas mis referencias, no se lo digo a los desconocidos, más bien me interesa que lo conozcan por si solos - Y con eso dejaba en claro que deseaba volver a toparla por aquella encantadora ciudad - Le daría una dirección para invitarla a tomar el mejor de los tés pero por ahora una fría y grande habitación de hotel me espera - Soltó sus manos a los lados dispuesta a volver a retomar el camino que tenía trazado - Un placer mi querida lectora - Hizo una nueva reverencia. Su único consuelo de aquel día sería poder llegar a una cama sin presión a ser la mujer y amante perfecta, pero sobre todo el saber que podría ver por fin a Hunter, su hijo.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
“La belleza de la mujer no está en el brillo de sus ojos,
sino en la enajenación que te provoca su inmortal pensamiento”.
sino en la enajenación que te provoca su inmortal pensamiento”.
Siempre conseguí hacer lo imposible alcanzable para mi amada Alice, cada noche le regalaba un pedazo de la luna, en cada atardecer le mostraba la mortalidad del infinito y como es que mueren los ángeles cuando mis labios rosaban los suyos. Me era tan simple mostrarle que las cosas más baladís son extraordinariamente maravillosas. Con esa virtud casi convertida en defecto, supe valorar lo que la mujer frente a mí podría ofrecer con tan sólo una de sus miradas. Observé los detalles más abstractos y formulé la teoría dentro de mí. Y, ahora que pude prestar mi completa atención en ella, encontré la belleza de su ser. Es… ¿Cómo explicarlo? Su rostro mostraba una hermosura envidiable, incluso hasta por la reina, su delicado y delineado cuerpo eran la cúspide que todo atrevido explorador quisiera probar, la elegancia y la formalidad de sus palabras sólo ataviaron más su gracia. Pero a mi no me interesaba nada de eso, yo iba a por el trasfondo de sus ojos, lo ignoto de la beldad, su beldad.
Fue imposible no sonreír ante sus comentarios, estaba segura de lo que decía y tenía razón. El protocolo fácilmente era guardado en un cofre sin valor alguno cuando los intereses del hombre están de por medio, así que no tenía caso fingir ante los demás con un inventariado modelo de aceptación, era más fácil adivinar las intenciones de los demás cuando se comportaban como los cerdos que eran, en ese caso entonces yo actuaría como la viperina serpiente que se arrastra por el mundo creyéndose la reina del suelo ignorando que podría ser aplastada por alguien más. No importa, la vida siempre ha sido así y, aunque se asegure la evolución como tal y el cambio repentino en el comportamiento de las masas, yo afirmo que las personas no pueden cambiar lo que son sin estar conscientes primero de lo que son. –Conocer lo desconocido es sencillo madame- Odiaba, realmente odiaba tener que repetir la misma palabra en una frase, pero la forma más simple de ejemplificar mis ideas para expresarlas. Siempre resulta más fluida la conversación cuando es con uno mismo o al menos es lo que ocurre con Samantha D’Ancona, pues me es difícil mostrarme como lo que soy ante los demás, ese sentimiento misántropo debería ser asesinado por mí, pero prefería adormecerlo con el alcohol. En ese momento deseé probar una copa de Absenta para nutrir a mi lengua y aflojar lo frígido en mi conducta –Lo interesante radica en entender lo que se acaba de descubrir- Le guiñé un ojo.
Coquetamente descarada, ¿Qué diablos estaba pasándome? ¿Sería acaso la amarga realidad de comprenderme a mi misma en pleno éxtasis de soledad? Suspiré en silencio al encontrarme frente a un espejo inmenso donde ni siquiera el reflejo de los objetos se podía apreciar, sólo la terrible neblina de la ¿nada? Fulminé al hombrecillo con la mirada ¿Acaso nadie le enseñó que irrumpir en la conversación de ajenos es falta de educación? ¡Jáh! Me mordí la lengua. Regresé la vista hasta ella. Su presentación lo más natural que pudo hacer en toda la noche, pero de su desenvoltura no cabría la meno duda, dado que estaba, precisamente, hablando con un extraño. Eso más que maravillarme me causó intriga. La amabilidad no se regala a los mendigos. –Cuando se sabe el nombre de una persona deja de ser un desconocido madame- refuté su frase. La ignorancia que compone el todo es lo que Frauke mencionó, sin embargo, cuando se permite fragmentar ese todo y se va por partes iguales resulta más práctico, en teoría si me descomponía a mí por quien soy y por lo que soy, dejaba de ser un extraño como ella lo afirmaba para convertirme en una persona que se cruzó en su camino, un conocido más. –Habemos extraños a los que no nos interesa el seguimiento de sus referencias, como usted misma lo ha comentado. Eso sólo es superficialidad exógena. Para alguien como yo, tan retraído en las lecturas, el peso de lo sobresaliente recae en el saber ¿Quién es usted? Lo que, indudablemente, no es lo mismo que identificar ¿Qué es usted?- Arqueé ambas cejas y sonreí.
El mozo exigía la atención de su señora. Si yo fuese él, es bastante probable que hiciera lo mismo, no podía negarme a mi misma semejante atención de la dama, sin importar que se tratasen sólo de regaños y órdenes, con el hecho de escuchar su voz valía la pena, pero eso era caer en el insidioso tormento de lo banal. Observé como se despedía de mí ¡Esperen, No! Tuve que actuar con rapidez, no podía permitir que alguien como ella se me fuese de esa manera. Me bastó sólo un cruce de palabras para poder entender que no sería como los demás aristócratas llenos de pretensiones. Sí, quería saber más sobre Frauke Neumann, pero no sería como ella lo esperaba… -¿Vacaciones?- Pregunté siguiendo el hilo de su camino –Paris es una tierra encantada, donde puede encontrar la magia en cada esquina que dobla la calle, pero no debe tomarse la frase de forma literal, porque así jamás verá las maravillas que se esconden ante la vista. Yo podría mostrarle, si usted me lo permite, la historia, el presente y la predicción del futuro de la tierra que está pisando- Contar el pasado de una nación ajena a la mía no me sería difícil, había leído más de diez libros en donde se narraban algunos acontecimientos Parisinos además, el diario, todas las mañanas me mostraba el interés social en la ciudad. En momentos como ese, agradecía mi terrible encanto por escudriñar el todo de lo que me rodeaba. –Apuesto que se hospedará en Des Arenes, de ser así, le interesará visitar La catedral quien, en su magna expresión de belleza arquitectónica tiene una historia detrás, además cerca de allí se encuentra el Cementerio, pero de este no estoy segura que desee saber- Me encogí ligeramente de hombros y esperé a que se volviera hacia mí con ese interés marcado en sus orbes, de ser así… iría junto a ella.
Fue imposible no sonreír ante sus comentarios, estaba segura de lo que decía y tenía razón. El protocolo fácilmente era guardado en un cofre sin valor alguno cuando los intereses del hombre están de por medio, así que no tenía caso fingir ante los demás con un inventariado modelo de aceptación, era más fácil adivinar las intenciones de los demás cuando se comportaban como los cerdos que eran, en ese caso entonces yo actuaría como la viperina serpiente que se arrastra por el mundo creyéndose la reina del suelo ignorando que podría ser aplastada por alguien más. No importa, la vida siempre ha sido así y, aunque se asegure la evolución como tal y el cambio repentino en el comportamiento de las masas, yo afirmo que las personas no pueden cambiar lo que son sin estar conscientes primero de lo que son. –Conocer lo desconocido es sencillo madame- Odiaba, realmente odiaba tener que repetir la misma palabra en una frase, pero la forma más simple de ejemplificar mis ideas para expresarlas. Siempre resulta más fluida la conversación cuando es con uno mismo o al menos es lo que ocurre con Samantha D’Ancona, pues me es difícil mostrarme como lo que soy ante los demás, ese sentimiento misántropo debería ser asesinado por mí, pero prefería adormecerlo con el alcohol. En ese momento deseé probar una copa de Absenta para nutrir a mi lengua y aflojar lo frígido en mi conducta –Lo interesante radica en entender lo que se acaba de descubrir- Le guiñé un ojo.
Coquetamente descarada, ¿Qué diablos estaba pasándome? ¿Sería acaso la amarga realidad de comprenderme a mi misma en pleno éxtasis de soledad? Suspiré en silencio al encontrarme frente a un espejo inmenso donde ni siquiera el reflejo de los objetos se podía apreciar, sólo la terrible neblina de la ¿nada? Fulminé al hombrecillo con la mirada ¿Acaso nadie le enseñó que irrumpir en la conversación de ajenos es falta de educación? ¡Jáh! Me mordí la lengua. Regresé la vista hasta ella. Su presentación lo más natural que pudo hacer en toda la noche, pero de su desenvoltura no cabría la meno duda, dado que estaba, precisamente, hablando con un extraño. Eso más que maravillarme me causó intriga. La amabilidad no se regala a los mendigos. –Cuando se sabe el nombre de una persona deja de ser un desconocido madame- refuté su frase. La ignorancia que compone el todo es lo que Frauke mencionó, sin embargo, cuando se permite fragmentar ese todo y se va por partes iguales resulta más práctico, en teoría si me descomponía a mí por quien soy y por lo que soy, dejaba de ser un extraño como ella lo afirmaba para convertirme en una persona que se cruzó en su camino, un conocido más. –Habemos extraños a los que no nos interesa el seguimiento de sus referencias, como usted misma lo ha comentado. Eso sólo es superficialidad exógena. Para alguien como yo, tan retraído en las lecturas, el peso de lo sobresaliente recae en el saber ¿Quién es usted? Lo que, indudablemente, no es lo mismo que identificar ¿Qué es usted?- Arqueé ambas cejas y sonreí.
El mozo exigía la atención de su señora. Si yo fuese él, es bastante probable que hiciera lo mismo, no podía negarme a mi misma semejante atención de la dama, sin importar que se tratasen sólo de regaños y órdenes, con el hecho de escuchar su voz valía la pena, pero eso era caer en el insidioso tormento de lo banal. Observé como se despedía de mí ¡Esperen, No! Tuve que actuar con rapidez, no podía permitir que alguien como ella se me fuese de esa manera. Me bastó sólo un cruce de palabras para poder entender que no sería como los demás aristócratas llenos de pretensiones. Sí, quería saber más sobre Frauke Neumann, pero no sería como ella lo esperaba… -¿Vacaciones?- Pregunté siguiendo el hilo de su camino –Paris es una tierra encantada, donde puede encontrar la magia en cada esquina que dobla la calle, pero no debe tomarse la frase de forma literal, porque así jamás verá las maravillas que se esconden ante la vista. Yo podría mostrarle, si usted me lo permite, la historia, el presente y la predicción del futuro de la tierra que está pisando- Contar el pasado de una nación ajena a la mía no me sería difícil, había leído más de diez libros en donde se narraban algunos acontecimientos Parisinos además, el diario, todas las mañanas me mostraba el interés social en la ciudad. En momentos como ese, agradecía mi terrible encanto por escudriñar el todo de lo que me rodeaba. –Apuesto que se hospedará en Des Arenes, de ser así, le interesará visitar La catedral quien, en su magna expresión de belleza arquitectónica tiene una historia detrás, además cerca de allí se encuentra el Cementerio, pero de este no estoy segura que desee saber- Me encogí ligeramente de hombros y esperé a que se volviera hacia mí con ese interés marcado en sus orbes, de ser así… iría junto a ella.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
Las caderas de Frauke se movían de manera insinuante, de un lado a otro. No es que fuera una atrevida, simplemente sus formas eran naturales, se movía con soltura, y no podía evitar que sus movimientos fuesen atrayentes. La mujer de entrada edad había aprendido a destilar sensualidad no por gusto propio, lo había aprendido para ser el perfecto y hermoso trofeo que Horst Neumann debía tener, y sobretodo debía presumir. Avanzaba a pasos cortos, lentos, tomándose su tiempo, disfrutando de cada trayecto que avanzaba. Sabía bien que a su edad, no estaba para derrochar sus pasos, su tiempo, su vida, pues ahora todo venía en picada, y era mejor respirar las pocas respiraciones que tenía. La medicina estaba dando grandes progresos, y aunque Horst le daría los mejores tratamientos de pasarle algo, nadie podría curar las heridas y la enfermedad que su corazón había adquirido, todo por la vida que había tenido, y de la que no podía deshacerse. La señor D'Neumann se quedó pensando en el pequeño encuentro que había tenido. Se imaginó que de haber podido tener hijos, seguramente tendrían la edad de Samantha. Su corazón dio un vuelco al recordar aquel defecto que tenía, aquel padecimiento que sólo la hacía ser una mujer rota, una mujer vacía que no podía hacer bien nada, pues ni siquiera su cuerpo le había concedido la felicidad de tener algo propio, y no una cosa simple, un hijo que había deseado desde muy pequeña, y entonces recordó que quizás no había cargado a alguien en su veinte, pero que si tenía un hijo, y estaba por verle. Cualquiera que no conociera la situación de los Neumann creería que de verdad Hunter era su hijo, sangre de su sangre. Poseía los cabellos dorados que la mujer poseía, y no sólo eso, la elegancia, la inteligencia, y la belleza que Frauke había heredada, quizás si no se parecieran tanto tampoco le importaría mucho al respecto, Hunter era su vida, su luz, y su único motivo para seguir de pie pero sobre todo con vida.
Cuando más adentrada se encontraba en sus pensamientos, Frauke escuchó el canto de un ruiseñor caminar hasta ella, acercarse con sigilo, con elegancia. Recordó esa voz poco conocía, y su sonrisa se amplió olvidando ese detalle que consideraba como su maldición. Su rostro se giró presenciando el pálido rostro de una joven, sus cabellos negros, y ese toque rojizo en sus labios la hacía atractiva, lo sabía por las miradas lascivas que le dirigían los caballeros del lugar. ¿Cuando aprenderían que esa manera sólo alejaba a las damas? Se limitó a sonreír, recordando a todos aquellos jovencitos que habían sido enviados a su hogar, la única finalidad era el recibir enseñanzas adecuadas para su vida en sociedad, enseñanzas para portar el apellido con orgullo, con la frente en alto. Quizás a un par de los que estaban en esa estación no les vendría mal un poco de enseñanza. - ¿Negocios? ¿Vacaciones? Que más da, la ciudad me ha recibido de manera cálida, el clima es perfecto, y mi nueva compañía la mejor de todas. El porque estoy aquí sale sobrando - Sonrió con cierta picardía, Frauke se sentía como pez en el agua, así de libre, así de limpia, completamente feliz, y su comportamiento salía sobrando en ese momento, sin embargo, no dejaría de lado todo aquello que con él tiempo había adquirido, sus modales y sobretodo su elegancia.
- Poco es lo que sabemos de los muertos, todo el tiempo me hago miles de preguntas sobre los cementerios, y es donde le hago una a usted señoría mía ¿Tan malo cree que son? Los cementerios no sólo llaman a la muerte, en medio de ellos existe la paz, el descanso de una vida tormentosa, si algún día le apetece, la invitaré a dar un paseo en él, dejaremos flores en una tumba, la que sea, de preferencia desconocida, y notará el agradecimiento del alma que yace bajo la tierra, la sentirá en el aire que acaricia sus mejillas, y en el olor primaveral que inundará el ambiente - Era cierto, Frauke había aprendido a adorar a los muertos, nunca con morbo, con respeto, pues sus enseñanzas se habían quedado en su ser. Para ella la muerte no se trataba de una enemiga, al contrario, la mejor de todas las amigas, a quien respetaba y comprendía, pus su tarea no era fácil.
Se detuvo antes de salir por la puerta principal. Su nuevo guía estiró su mano entregándole un sombrero del color de su vestido, con algunas plumas largas. La rubia se lo colocó con cuidado, evitaría el sol, al vivir tanto tiempo encerrada en castillo de cristal, no era muy común que sintiera directamente los rayos del sol, y más valía prevenir que lamentar. El carruaje les esperaba frente a ellas. El chofer hizo una reverencia, y su sonrisa amplía dejaba en claro la felicidad de estar lejos de su patrón, a él lo habían mandado una semana antes para conocer las rutas, nadie más podía tener la confianza de cuidar a la esposa de Horst, y para la buena suerte de Frauke, era un amigo de confianza para ella. Dejó que ayudaran a Samantha a subir primero como buena anfitriona, y después sosteniéndose con firmeza de la mano del chofer, se adentró al carruaje observando a la joven con una sonrisa cálida, dejando a un lado su gran sombrero. - ¿Que zona es buena para la compra de una propiedad? Confío en su buen gusto, dígame por favor, que mientras menos tiempo pase en el hotel, será mejor para mi - Se encogió de hombros con gracia, y en su rostro no se borraba la sonrisa de agradecimiento por haber aceptado el paseo. - Lamento decir mi pequeña, y espero que esto quede entre nosotras, que una catedral es lo que menos me apetece ver, la ideología religiosa de estos días me llega a aturdir, es contradictoria, y prefiero pasar desapercibida en esos lugares, espero me sepas disculpar, y sobre todo me comprendas. Deberíamos alimentarnos un poco, la comida del ferrocarril no es la más deliciosa, y tengo antojo de un buen vino. ¿Cuál es su lugar favorito? - Afortunada se sentía la señora D'Neumann al encontrar a alguien digno de su confianza (sin importar el poco tiempo de conocerle), pues los días serían más amenos en Paris. Quizás Samantha podría volverse una pieza clave en su vida, todo dependía de el tiempo pero sobre todo, de las situaciones que ambas vivirían.
Cuando más adentrada se encontraba en sus pensamientos, Frauke escuchó el canto de un ruiseñor caminar hasta ella, acercarse con sigilo, con elegancia. Recordó esa voz poco conocía, y su sonrisa se amplió olvidando ese detalle que consideraba como su maldición. Su rostro se giró presenciando el pálido rostro de una joven, sus cabellos negros, y ese toque rojizo en sus labios la hacía atractiva, lo sabía por las miradas lascivas que le dirigían los caballeros del lugar. ¿Cuando aprenderían que esa manera sólo alejaba a las damas? Se limitó a sonreír, recordando a todos aquellos jovencitos que habían sido enviados a su hogar, la única finalidad era el recibir enseñanzas adecuadas para su vida en sociedad, enseñanzas para portar el apellido con orgullo, con la frente en alto. Quizás a un par de los que estaban en esa estación no les vendría mal un poco de enseñanza. - ¿Negocios? ¿Vacaciones? Que más da, la ciudad me ha recibido de manera cálida, el clima es perfecto, y mi nueva compañía la mejor de todas. El porque estoy aquí sale sobrando - Sonrió con cierta picardía, Frauke se sentía como pez en el agua, así de libre, así de limpia, completamente feliz, y su comportamiento salía sobrando en ese momento, sin embargo, no dejaría de lado todo aquello que con él tiempo había adquirido, sus modales y sobretodo su elegancia.
- Poco es lo que sabemos de los muertos, todo el tiempo me hago miles de preguntas sobre los cementerios, y es donde le hago una a usted señoría mía ¿Tan malo cree que son? Los cementerios no sólo llaman a la muerte, en medio de ellos existe la paz, el descanso de una vida tormentosa, si algún día le apetece, la invitaré a dar un paseo en él, dejaremos flores en una tumba, la que sea, de preferencia desconocida, y notará el agradecimiento del alma que yace bajo la tierra, la sentirá en el aire que acaricia sus mejillas, y en el olor primaveral que inundará el ambiente - Era cierto, Frauke había aprendido a adorar a los muertos, nunca con morbo, con respeto, pues sus enseñanzas se habían quedado en su ser. Para ella la muerte no se trataba de una enemiga, al contrario, la mejor de todas las amigas, a quien respetaba y comprendía, pus su tarea no era fácil.
Se detuvo antes de salir por la puerta principal. Su nuevo guía estiró su mano entregándole un sombrero del color de su vestido, con algunas plumas largas. La rubia se lo colocó con cuidado, evitaría el sol, al vivir tanto tiempo encerrada en castillo de cristal, no era muy común que sintiera directamente los rayos del sol, y más valía prevenir que lamentar. El carruaje les esperaba frente a ellas. El chofer hizo una reverencia, y su sonrisa amplía dejaba en claro la felicidad de estar lejos de su patrón, a él lo habían mandado una semana antes para conocer las rutas, nadie más podía tener la confianza de cuidar a la esposa de Horst, y para la buena suerte de Frauke, era un amigo de confianza para ella. Dejó que ayudaran a Samantha a subir primero como buena anfitriona, y después sosteniéndose con firmeza de la mano del chofer, se adentró al carruaje observando a la joven con una sonrisa cálida, dejando a un lado su gran sombrero. - ¿Que zona es buena para la compra de una propiedad? Confío en su buen gusto, dígame por favor, que mientras menos tiempo pase en el hotel, será mejor para mi - Se encogió de hombros con gracia, y en su rostro no se borraba la sonrisa de agradecimiento por haber aceptado el paseo. - Lamento decir mi pequeña, y espero que esto quede entre nosotras, que una catedral es lo que menos me apetece ver, la ideología religiosa de estos días me llega a aturdir, es contradictoria, y prefiero pasar desapercibida en esos lugares, espero me sepas disculpar, y sobre todo me comprendas. Deberíamos alimentarnos un poco, la comida del ferrocarril no es la más deliciosa, y tengo antojo de un buen vino. ¿Cuál es su lugar favorito? - Afortunada se sentía la señora D'Neumann al encontrar a alguien digno de su confianza (sin importar el poco tiempo de conocerle), pues los días serían más amenos en Paris. Quizás Samantha podría volverse una pieza clave en su vida, todo dependía de el tiempo pero sobre todo, de las situaciones que ambas vivirían.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
Y ahí me encontraba yo, acompañando a una señora de la alta sociedad, de esas que pomposas se distraen de sus labores por estar criticando a la gente humilde, las que nacen en las calles y se ganan la vida como puede, entre la inmundicia, el fango y la falta de humanidad en la aristocracia. La decadencia, desde mi punto de vista no se trata sobre personas en condiciones infrahumanas, la decadencia está en el corazón de gente como nosotros que no hacemos nada para cambiar lo que esta escrito y, lamentablemente la historia se repite sin necesidad de volver a comenzar a leer el libro de la creación o las ideas profanas sobre teorías de evoluciones ¿Quiénes éramos realmente? Quizá nunca debamos saber la respuesta.
Frauke Neumann, que sencillo suena el nombre de tan controversial mujer. Su aspecto físico sólo era equiparable a esa belleza de su alma. No sabía mucho sobre ella, su título no venía al caso como ambas lo dejamos en claro minutos atrás. Había algo en ella que me recordaba a alguien y, hasta ese instante no estaba segura de a quién, sólo sabía que el hecho de estar conversando con una mujer como ella, me hacía sentir bien, más que eso… era como haber regresado a casa después de mucho tiempo de estar vagando en las tinieblas, perdida o no, cuando miré los ojos de Frauke me encontré a mi misma.
Sus palabras me sorprendieron, por ilógico e irracional que parezca en mí, ella consiguió ese efecto retardado en la función de mi cerebro, entonces no supe que decir y simplemente callé, pero al término de su comentario encontré la frase que culminaría con sus pensamientos, pensamientos que pecaban de inocencia o quizá esa era su virtud. –Se equivoca madame- Comenté con una sonrisa amarga. Tragué saliva y bajé la mirada a una mancha en el suelo, a simple vista parecía ser una gota de lluvia, pero más de cerca se podía uno dar cuenta de la piedra atrapada entre el cúmulo de graba, diferente… con el ansiedad por salir, por gritarle al mundo que ese no es su lugar. –Los muertos no agradecen las flores- Fruncí el ceño. Intentaba concentrarme en lo que diría a continuación. Es imposible estar segura si se me entenderá o si tendré que bajar a los infiernos y pagar la cuota para idealizar en mi complicado mundo la sencillez de las mentes precarias. –Los muertos no son complicados, ellos agradecen la visita porque están solos en ese mundo, porque todo por lo que lucharon alguna vez, se quedó atrás.- De repente el sentido de mis palabras tomó una nueva dirección.
Entendía lo metafísico y, mejor que nadie yo deseaba que las caricias del viento fuesen un susurro de los muertos. Yo deseaba con fervor que cada hoja amarillenta de los árboles fuese una plegaria de ellos por nosotros, porque yo confiaba la vida en sus manos. No podía creer en un dios, tampoco me era posible sentir la consciencia de mis actos con el temor a un demonio, el sistema para mí no funciona de esa manera y nunca lo hará; con los difuntos es diferente. Tras la muerte de Alice, creí sentir su presencia rondando en mi habitación un par de veces, después pude escuchar su voz susurrando al oído y su mano tan cerca de mí como cuando acariciaba los rojizo cabellos que cuelgan de mi frente; imposible no creer en su existencia cuando lo único que se desea es volver a verlos a nuestro lado y que nos confíen sus secretos, sin importar lo cruda que sea la realidad. Un sueño, una fantasía… ¿No es eso la vida?
El silencio nos embargó, eso era algo que me fascinaba en lo absoluto. Poder escuchar nuestros propios pensamientos y enfrentar los demonios que se hospedan en nuestras cabezas, pero no en ese instante, no al lado de Frauke. –No es necesario adentrarse al camposanto para estar rodeado de muertos. Ellos siempre han estado con nosotros- Sonreí hiriente –Con cada lágrima derramada, su dolor y el nuestro incrementa, pero al recordar su felicidad, la dicha… ellos viven en nosotros. No, la muerte es fácil. La vida es difícil y no son ellos a los que deberíamos comprender, siempre se ha tratado de nosotros, madame- Di un trago agrio a la saliva, y sí, a mis palabras también –lástima porque nunca lo aceptaremos-
Subí al carruaje escoltada por los mozos de la señora Neumann. Si hubiese estado sola, en compañía con el chofer de mi padre, entonces no había sido problema subir por mi propia cuenta. Las personas que me rodeaban podían notarlo, yo no era una damisela en peligro, yo no era una dama… Me senté frente a ella. Nuevamente me perdí en observarla, esta vez más de cerca. ¡Maldición, era tan hermosa! Las arrugas en sus ojos se acentuaban con cada sonrisa, sus risos dorados, sus ojos azules, tan azules como la inmensidad en el mar. Podía escribir poesía en honor a lo que Frauke me causaba emocionalmente. Sencillamente perfecta. Contener las ganas de estirar el brazo y rozar con la yema de mis dedos sus mejillas, poder acunar en mis labios uno solo de sus besos. Demonios, estaba cayendo en una vorágine peligrosa, no sólo era una mujer prohibida para mí por estar casada, si no que era mucho mayor que yo, incluso más grande que la propia Alice. Es normal que un adolecente sienta mariposas en el estómago por alguien mayor que él, que le inculque respeto y temor al mismo tiempo, pero estamos hablando de hombres… ¡No de mujeres! Definitivamente iría al infierno.
-También se equivoca en eso- Hice una mueca –No pienso llevarla a la Iglesia para que se llene de dogmas sin fundamentos y, como lo ha dicho contradictorios además de hipócritas. Disculpe las palabras y si ofendo a alguien o… algo- Moví la cabeza de lado a lado. Nunca fui amante de la religión y en verdad no pensaba hacerlo. Pero el hecho de que un monumento sea religioso no le quita el talento al artista que lo creo o ¿si? –Soy amante del arte en su esencia más pura y me gusta la historia. Detrás de esos muros que hoy se portan excelsos ante la vista de los mortales, se esconde la tragedia, una desdicha de esos hombres que consiguieron vivir en los tiempos de su edificación. Se derramó sangre, se nombraron mártires, santos y no hay belleza más abstracta, surreal y sádica como en las leyendas que se esconden detrás de la sotana del clérigo- Me encogí de hombros. Había tenido una diarrea verborrea, pero eso es normal en mí, es sólo que Frauke no me conocía y estaba segura que eso es algo que no debe mostrarse en las primeras horas de conocerse. Me había pasado antes en la biblioteca con Ranald y ahora con ella.
-Restaurantes, en realidad no soy de las personas que disfrutan la comida en esos lugares, para mí eso no tiene sentido, lo que importa es la compañía y… con el temor de sonar bastante imprudente, estado con usted cualquier lugar se volvería extraordinario- No quise, pero me salió por inercia. Coqueteé con ella. –Si gusta del ajetreo cotidiano, el norte de la ciudad es lo suyo, sin embargo si usted es como yo, algo más pensativa y amante del silencio entonces en los límites, al noroeste, se encuentran valles despejados y residencias que bien podían servir como hogar. Pero la moda indica que este año se venden más casas en las afueras y al centro de parís, nunca he comprendido como se mueven las gentes de bienes raíces, pero ellos tendrán sus razones para hacerlo de ese modo.- Esperé a que ella pasara desapercibido mi atrevido comportamiento, lo menos que quería en ese instante es que detuviese el carruaje para salir huyendo de mí por la imprudencia y la falta de tacto. Realmente quería conocerla, descifrar a Frauke Neumann, desnudarle el alma y llegar hasta los rincones más confusos de su mente.
Frauke Neumann, que sencillo suena el nombre de tan controversial mujer. Su aspecto físico sólo era equiparable a esa belleza de su alma. No sabía mucho sobre ella, su título no venía al caso como ambas lo dejamos en claro minutos atrás. Había algo en ella que me recordaba a alguien y, hasta ese instante no estaba segura de a quién, sólo sabía que el hecho de estar conversando con una mujer como ella, me hacía sentir bien, más que eso… era como haber regresado a casa después de mucho tiempo de estar vagando en las tinieblas, perdida o no, cuando miré los ojos de Frauke me encontré a mi misma.
Sus palabras me sorprendieron, por ilógico e irracional que parezca en mí, ella consiguió ese efecto retardado en la función de mi cerebro, entonces no supe que decir y simplemente callé, pero al término de su comentario encontré la frase que culminaría con sus pensamientos, pensamientos que pecaban de inocencia o quizá esa era su virtud. –Se equivoca madame- Comenté con una sonrisa amarga. Tragué saliva y bajé la mirada a una mancha en el suelo, a simple vista parecía ser una gota de lluvia, pero más de cerca se podía uno dar cuenta de la piedra atrapada entre el cúmulo de graba, diferente… con el ansiedad por salir, por gritarle al mundo que ese no es su lugar. –Los muertos no agradecen las flores- Fruncí el ceño. Intentaba concentrarme en lo que diría a continuación. Es imposible estar segura si se me entenderá o si tendré que bajar a los infiernos y pagar la cuota para idealizar en mi complicado mundo la sencillez de las mentes precarias. –Los muertos no son complicados, ellos agradecen la visita porque están solos en ese mundo, porque todo por lo que lucharon alguna vez, se quedó atrás.- De repente el sentido de mis palabras tomó una nueva dirección.
Entendía lo metafísico y, mejor que nadie yo deseaba que las caricias del viento fuesen un susurro de los muertos. Yo deseaba con fervor que cada hoja amarillenta de los árboles fuese una plegaria de ellos por nosotros, porque yo confiaba la vida en sus manos. No podía creer en un dios, tampoco me era posible sentir la consciencia de mis actos con el temor a un demonio, el sistema para mí no funciona de esa manera y nunca lo hará; con los difuntos es diferente. Tras la muerte de Alice, creí sentir su presencia rondando en mi habitación un par de veces, después pude escuchar su voz susurrando al oído y su mano tan cerca de mí como cuando acariciaba los rojizo cabellos que cuelgan de mi frente; imposible no creer en su existencia cuando lo único que se desea es volver a verlos a nuestro lado y que nos confíen sus secretos, sin importar lo cruda que sea la realidad. Un sueño, una fantasía… ¿No es eso la vida?
El silencio nos embargó, eso era algo que me fascinaba en lo absoluto. Poder escuchar nuestros propios pensamientos y enfrentar los demonios que se hospedan en nuestras cabezas, pero no en ese instante, no al lado de Frauke. –No es necesario adentrarse al camposanto para estar rodeado de muertos. Ellos siempre han estado con nosotros- Sonreí hiriente –Con cada lágrima derramada, su dolor y el nuestro incrementa, pero al recordar su felicidad, la dicha… ellos viven en nosotros. No, la muerte es fácil. La vida es difícil y no son ellos a los que deberíamos comprender, siempre se ha tratado de nosotros, madame- Di un trago agrio a la saliva, y sí, a mis palabras también –lástima porque nunca lo aceptaremos-
Subí al carruaje escoltada por los mozos de la señora Neumann. Si hubiese estado sola, en compañía con el chofer de mi padre, entonces no había sido problema subir por mi propia cuenta. Las personas que me rodeaban podían notarlo, yo no era una damisela en peligro, yo no era una dama… Me senté frente a ella. Nuevamente me perdí en observarla, esta vez más de cerca. ¡Maldición, era tan hermosa! Las arrugas en sus ojos se acentuaban con cada sonrisa, sus risos dorados, sus ojos azules, tan azules como la inmensidad en el mar. Podía escribir poesía en honor a lo que Frauke me causaba emocionalmente. Sencillamente perfecta. Contener las ganas de estirar el brazo y rozar con la yema de mis dedos sus mejillas, poder acunar en mis labios uno solo de sus besos. Demonios, estaba cayendo en una vorágine peligrosa, no sólo era una mujer prohibida para mí por estar casada, si no que era mucho mayor que yo, incluso más grande que la propia Alice. Es normal que un adolecente sienta mariposas en el estómago por alguien mayor que él, que le inculque respeto y temor al mismo tiempo, pero estamos hablando de hombres… ¡No de mujeres! Definitivamente iría al infierno.
-También se equivoca en eso- Hice una mueca –No pienso llevarla a la Iglesia para que se llene de dogmas sin fundamentos y, como lo ha dicho contradictorios además de hipócritas. Disculpe las palabras y si ofendo a alguien o… algo- Moví la cabeza de lado a lado. Nunca fui amante de la religión y en verdad no pensaba hacerlo. Pero el hecho de que un monumento sea religioso no le quita el talento al artista que lo creo o ¿si? –Soy amante del arte en su esencia más pura y me gusta la historia. Detrás de esos muros que hoy se portan excelsos ante la vista de los mortales, se esconde la tragedia, una desdicha de esos hombres que consiguieron vivir en los tiempos de su edificación. Se derramó sangre, se nombraron mártires, santos y no hay belleza más abstracta, surreal y sádica como en las leyendas que se esconden detrás de la sotana del clérigo- Me encogí de hombros. Había tenido una diarrea verborrea, pero eso es normal en mí, es sólo que Frauke no me conocía y estaba segura que eso es algo que no debe mostrarse en las primeras horas de conocerse. Me había pasado antes en la biblioteca con Ranald y ahora con ella.
-Restaurantes, en realidad no soy de las personas que disfrutan la comida en esos lugares, para mí eso no tiene sentido, lo que importa es la compañía y… con el temor de sonar bastante imprudente, estado con usted cualquier lugar se volvería extraordinario- No quise, pero me salió por inercia. Coqueteé con ella. –Si gusta del ajetreo cotidiano, el norte de la ciudad es lo suyo, sin embargo si usted es como yo, algo más pensativa y amante del silencio entonces en los límites, al noroeste, se encuentran valles despejados y residencias que bien podían servir como hogar. Pero la moda indica que este año se venden más casas en las afueras y al centro de parís, nunca he comprendido como se mueven las gentes de bienes raíces, pero ellos tendrán sus razones para hacerlo de ese modo.- Esperé a que ella pasara desapercibido mi atrevido comportamiento, lo menos que quería en ese instante es que detuviese el carruaje para salir huyendo de mí por la imprudencia y la falta de tacto. Realmente quería conocerla, descifrar a Frauke Neumann, desnudarle el alma y llegar hasta los rincones más confusos de su mente.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
Aquellas hermosas facciones se endurecieron por completo. El rostro simétrico y armónico de Frauke había tomado una especie de expresión reprochadora. Observaba a Samantha con perfecta atención, aceptaba lo que ella le decía, también su forma de percibir las cosas. La ventaja de estar frente a la esposa de Horst Neumann, es que ella no sentía, mucho menos creía tener la verdad absoluta, siempre se habría a escuchar otros puntos de vista, siempre se habría nuevas posibilidades, a nuevos horizontes, la mujer de rubios cabellos por eso poseía una gran inteligencia y sobretodo gran fluidez en el habla, aprendía de los demás, desde pequeña había adoptado una frase como suya, y que en innumerables veces había deseado decirle a su marido, pero estaba segura que de decirle, recibiría un severo castigo "Aquella persona que siempre cree tener la razón, al final de la noche, terminará sólo con eso, con la razón". No estaba molesta por las opiniones de Samantha, lo que le ofendía era la manera en que le refutaba. Tomó una gran bocana de aire, necesitaba tranquilizarse, después de vivir 40 años con su esposo algo bueno o malo debía de aprenderle, pero él no estaba ahí, y necesitaba relajarse. Carraspeó un poco, volvió a retomar la compostura, y después sonrió, de manera sincera, de manera amorosa. ¿Cuántos años tendría Samantha? Comenzaba a calcular su edad. Si tan sólo hubiera podido tener hijos, hubiese deseado que fueran tan bellos como ella, con ese rostro cincelado, con ese color de piel pálido, con esos labios carnosos, pero sobretodo con esa inteligencia, y estaba segura que de tener un hijo o hija, habría tenido el carácter firme de su padre, pero la bondad que ella poseía. Desvió su mirada hacía la ventanilla del carruaje, impidiendo que la tristeza de su imperfección como mujer se fuera de lado, aquello nunca tendría ni su propio perdón, Horst de había dedicado a hacerle creer que no era una mujer completa, y se lo creía, por eso la tristeza había invadido su ser, y ahora necesitaba olvidar su mal para disfrutar del día y la compañía.
Después de unos momentos volvió a mirarla, con devoción, agradecía inmensamente que Samantha estuviera ahí, con ella, para ella. Sabía bien que nadie la había esperado en París, de cierta manera creía que su Dios, el Dios en el que ella creía, le había mandado a ese hermoso ángel de cabellos rojos para sentirse acompañada. Quiso abrazarla, agradecerle todo ese revoltijo de emociones, pero no era correcto. Frauke estaba encadenada a una normas de grandes valores y represiones impuestas a lo largo de su vida, tener un pequeño desliz le podía costar caro, por más lejos que se encontrara su esposo. - Aquellos que se han ido de mi lado si me acarician la mejilla Samantha, si me abrazan con la brisa del viento, y me aman. ¿Quién sabe en realidad que pasa después de la muerte terrenal? Nadie, sin embargo yo siento que están protegiéndome, por eso se lo digo, por eso le ofrezco mi respuesta a una realidad, aquellos muertos son quienes más me aman, no los vivos - Evidente era la situación, sus padres, aunque muertos, podrían darle amor en el mundo errante de las almas, más amor de lo que Horst algún día le podría dar, pero Samantha no lo sabía, y no tenía deseos de explicarlo ahora, quizás más adelante, cuando los lazos entre ellas se hicieran más fuertes. - Tomaré en cuenta lo que me dice, quizás después acepte sus palabras, por ahora déjeme creer que tengo quien vela mis sueños cuando duermo - Hizo una pausa sin dejar de mostrar su perfecta y envidiable dentadura - ¿Infantil? Quizás, pero algunos deseamos este tipo de ilusiones dentro de nuestra mente, muchas veces es lo que nos mantiene en pie, con vida - Frauke, pobre de ella, su vida miserable no era precisamente por los lujos, más bien por la falta de afecto que le fue impuesto.
Asintió a sus palabras, más valía dejarle en claro el porqué necesitaba buscar los mejores rincones de la ciudad - Samantha, mi bella Samantha, ¿Cree usted acaso que deseo conocer los ligares más frívolos de Paris? ¿Me cree capaz de sólo desear los grandes y más atrayentes lujos? Querida mía no es así, yo sería feliz en una pequeña casa acogedora, pero eso no depende de mi, yo soy enviada con un fin, y como una esposa ejemplar debo cumplir el mandato - Comentó, evidente era la molestia de la hermosa dama al decir aquellas palabras, pero no se andaría con rodeos, le otorgaría la misma sinceridad que ella le estaba ofreciendo, era justo, era ganar-ganar. Información valiosa le dejaba a Samantha en sus manos, y por extraña razón, no dudo en confiar en ella, debes en cuando confiar en un desconocido no estaba mal - He venido a cumplir ciertos negocios de mi amado esposo, preparar la mesa para que los clientes se sienten a comer, dejar todo limpio, impecable y atrayente - Ladeó el rostro, sus manos descansaron en su regazo - Debo conocer el mejor de los restaurantes para que el se alimente con sus socios, y comprar la mejor de las propiedades, una que sea ante sus ojos digna de él, dejar todo perfectamente amueblado para su estadía y la mía, el señor Neumann es exigente, y bastante refinado, elegante, no puede darse el lujo de algo bagó, espero me entiendas - No decía mentiras, y mucho menos hablaba con sorna, simplemente se encargaba de decir la verdad, de pasar la información necesaria para obtener las cosas necesarias. - ¿Ha entendido querida? Espero pueda llevarme personalmente, no confiaría en alguien más en esta ciudad - A Excepción de Pierrot claro, pero no sabía con certeza si la llegaría a buscar.
De pronto el carruaje se detuvo, el chofer bajó del frente del transporte y abrió la puerta para que ambas pudieran bajar. Frauke se estiró completamente, con disimulo, sin perder la postura perfecta que tenía. Observó una gran plaza, personas de refinados trajes caminaban de un lado a otro, se sintió curiosa pues las expresiones ajenas sólo denotaban felicidad, las personas de su Inglaterra no sonreían así. Su mundo en general no sonreía así - ¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar? - Preguntó al aire, el chofer no le había dicho nada al respecto. Se preguntó entonces si eran indicaciones de Horst, si era así, debía mantenerse alerta, y cuidar de Samantha, por cualquier movimiento en falso que llegará a acontecer. - Debo ver que todo mi equipaje este dentro del hotel máximo en una hora, así que no perdamos tiempo - Dio ordenes con un tono de voz firme. - Debo confesar que gracias al viaje el apetito se me ha abierto por completo - Movió su rostro, hablando hacía Samantha, la única que tenía permitido pasar todo el día con ella ¿Por qué? Porqué ella lo ordenaba.
Después de unos momentos volvió a mirarla, con devoción, agradecía inmensamente que Samantha estuviera ahí, con ella, para ella. Sabía bien que nadie la había esperado en París, de cierta manera creía que su Dios, el Dios en el que ella creía, le había mandado a ese hermoso ángel de cabellos rojos para sentirse acompañada. Quiso abrazarla, agradecerle todo ese revoltijo de emociones, pero no era correcto. Frauke estaba encadenada a una normas de grandes valores y represiones impuestas a lo largo de su vida, tener un pequeño desliz le podía costar caro, por más lejos que se encontrara su esposo. - Aquellos que se han ido de mi lado si me acarician la mejilla Samantha, si me abrazan con la brisa del viento, y me aman. ¿Quién sabe en realidad que pasa después de la muerte terrenal? Nadie, sin embargo yo siento que están protegiéndome, por eso se lo digo, por eso le ofrezco mi respuesta a una realidad, aquellos muertos son quienes más me aman, no los vivos - Evidente era la situación, sus padres, aunque muertos, podrían darle amor en el mundo errante de las almas, más amor de lo que Horst algún día le podría dar, pero Samantha no lo sabía, y no tenía deseos de explicarlo ahora, quizás más adelante, cuando los lazos entre ellas se hicieran más fuertes. - Tomaré en cuenta lo que me dice, quizás después acepte sus palabras, por ahora déjeme creer que tengo quien vela mis sueños cuando duermo - Hizo una pausa sin dejar de mostrar su perfecta y envidiable dentadura - ¿Infantil? Quizás, pero algunos deseamos este tipo de ilusiones dentro de nuestra mente, muchas veces es lo que nos mantiene en pie, con vida - Frauke, pobre de ella, su vida miserable no era precisamente por los lujos, más bien por la falta de afecto que le fue impuesto.
Asintió a sus palabras, más valía dejarle en claro el porqué necesitaba buscar los mejores rincones de la ciudad - Samantha, mi bella Samantha, ¿Cree usted acaso que deseo conocer los ligares más frívolos de Paris? ¿Me cree capaz de sólo desear los grandes y más atrayentes lujos? Querida mía no es así, yo sería feliz en una pequeña casa acogedora, pero eso no depende de mi, yo soy enviada con un fin, y como una esposa ejemplar debo cumplir el mandato - Comentó, evidente era la molestia de la hermosa dama al decir aquellas palabras, pero no se andaría con rodeos, le otorgaría la misma sinceridad que ella le estaba ofreciendo, era justo, era ganar-ganar. Información valiosa le dejaba a Samantha en sus manos, y por extraña razón, no dudo en confiar en ella, debes en cuando confiar en un desconocido no estaba mal - He venido a cumplir ciertos negocios de mi amado esposo, preparar la mesa para que los clientes se sienten a comer, dejar todo limpio, impecable y atrayente - Ladeó el rostro, sus manos descansaron en su regazo - Debo conocer el mejor de los restaurantes para que el se alimente con sus socios, y comprar la mejor de las propiedades, una que sea ante sus ojos digna de él, dejar todo perfectamente amueblado para su estadía y la mía, el señor Neumann es exigente, y bastante refinado, elegante, no puede darse el lujo de algo bagó, espero me entiendas - No decía mentiras, y mucho menos hablaba con sorna, simplemente se encargaba de decir la verdad, de pasar la información necesaria para obtener las cosas necesarias. - ¿Ha entendido querida? Espero pueda llevarme personalmente, no confiaría en alguien más en esta ciudad - A Excepción de Pierrot claro, pero no sabía con certeza si la llegaría a buscar.
De pronto el carruaje se detuvo, el chofer bajó del frente del transporte y abrió la puerta para que ambas pudieran bajar. Frauke se estiró completamente, con disimulo, sin perder la postura perfecta que tenía. Observó una gran plaza, personas de refinados trajes caminaban de un lado a otro, se sintió curiosa pues las expresiones ajenas sólo denotaban felicidad, las personas de su Inglaterra no sonreían así. Su mundo en general no sonreía así - ¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar? - Preguntó al aire, el chofer no le había dicho nada al respecto. Se preguntó entonces si eran indicaciones de Horst, si era así, debía mantenerse alerta, y cuidar de Samantha, por cualquier movimiento en falso que llegará a acontecer. - Debo ver que todo mi equipaje este dentro del hotel máximo en una hora, así que no perdamos tiempo - Dio ordenes con un tono de voz firme. - Debo confesar que gracias al viaje el apetito se me ha abierto por completo - Movió su rostro, hablando hacía Samantha, la única que tenía permitido pasar todo el día con ella ¿Por qué? Porqué ella lo ordenaba.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
¿Hablar de los muertos es restarle inteligencia a la mente o sumarle sabiduría al conocimiento? Sea cual fuese la respuesta, las artes ocultas no eran un tema que dos damas de sociedad debieran estar entablando como común conversación, pero al menos así Samantha concientizó las posibilidades de encontrar en la misma tierra a alguien que comparta su visión sobre las cosas. Para ella no era sencillo cuestionarse lo metafísico lo teológico y la existencia de deidades que están sentadas allí, en lo alto de un todo escuchando las plegarias de los pobres, observando el dolor de los miserables y preguntándose si sería la hora para actuar o continuar con su terrible experimento, para Samantha, cualquier dios resultaba ser un insulto a la propia capacidad del hombre, pero si para tener voluntad era necesaria la fe… entonces se cae en la contradicción y la subjetividad del poder en la mente del hombre y al final, el mismo hombre resultaba ser la respuesta al todo.
La jovencita sonrió. No había tenido la oportunidad de expresarse de esa forma con nadie más, excepto aquel señor que se encontró en la biblioteca y que a estas alturas se había convertido en una de sus inspiraciones. Frauke, sin saberlo, se encaminaba hacia los campos Elíseos en el Inframundo de la pelirroja. Samantha desvió su mirada hacia la ventana para admirar el paisaje que los potros recorrían por fuera de ese carruaje. Se escucharon las llantas de madera estallar con cada roca que golpeaban, las pezuñas de los animales también formaron parte del espectáculo y a lo lejos se arremolinaban las aves en sus nidos preparándose para dormir. La tarde caería en un santiamén. Frunció el ceño, jamás había tenido que pedir disculpas pues sus juicios no eran más que certeros por la clase de personas que le rodeaban, esta vez agradeció haber errado –Discúlpeme por juzgarle mal, entonces- Bajó la mirada para tomar el valor y sostenerla ante los expresivos ojos de Frauke. La madurez, la paciencia que tenía, las tez de su piel, el sentimiento de tranquilidad que expiraba, el perfume, la fragancia que sólo una verdadera dama posee y ese tono natural en su voz… ¡Maldita sea! ¡Estaban a punto de enloquecerla! Guardar la compostura no resultó tan difícil hasta antes de esa tarde en donde por mucho deseara explorar el cuerpo de la hembra, debía sostenerse en su asiento y esperar, esperar a que la eternidad no les separe como juego del demonio.
Prudencia, una palabra que pocos conocen y que para alguien como Samantha pasaba a ser su fiel consejera, sin embargo, existían ocasiones en las cuales esta compañera solía abandonarla para permitir los desplantes que cualquier jovencita puede cometer en pos de su voluble naturaleza –Con todo respeto, entonces su esposo debe ser un idiota si no la ama más que a los muertos- Musitó con recelo. Si ella tuviese la oportunidad de tocar a alguien como Frauke, sentirla, vivirla, amarla… lo haría con cada letra de su nombre hasta que los milenios se extinguiera por completo o la maldad fuese exterminada del corazón del hombre, cualquier cosa que se vea más lejana. No caería en ironías como que el infierno se congele porque ¿Quién sabe en realidad que está hecho de fuego y no a la inversa? Se dio cuenta de sus palabras bastante tarde –No pediré disculpas por "ofender" a un hombre que no la valora- Reafirmó su comentario. Si después de eso Frauke la echaba del carruaje, ella lo entendería a la perfección, no sería la primera vez que es desechada por pensar contra los varones.
Una mujer como ella no debía estar a cargo de cosas tan baladís como el tipo de tareas que su esposo le mandó a hacer. Pronunciar esa palabra que ataba a la señora con alguien del sexo opuesto, suponía para Samantha un retorcijón y un recelo ignoto. ¡No podía concebir semejante barbarie! ¡Un golpe bajo! ¡Eso era! Un golpe bajo para la admiración, el amor y la devoción que ella sentía por las mujeres. Rechinaron sus dientes. La cólera la invadía pero no debía mostrarse incontrolable ante Frauke, significaría perderla para siempre, perderla sin antes llegar a conocerla por completo y eso es una acción imperdonable para la pelirroja. Se tragó el rencor bajo una sonrisa amable, después de todo eso era lo Frauke deseaba, una amistad en Paris que pudiese mostrarle los rincones más pestilentes y altaneros de la sociedad.
-Entonces a su marido le gustará el norte Paris, lejos de los refugios para los desdichados y en donde la vida se vuelve más sencilla en donde puede fumar de su pipa mientras usted disfruta de un té en el patio trasero de su mansión- Dijo con cierta alevosía. Era imposible ocultar del todo su disgusto y es que para ella las mujeres deben ser tratadas con mayor dignidad que eso. ¡Sencillamente son superiores! Bajaron del carruaje. Al menos la guardia de Frauke tenía el sentido común como para ayudarle a bajar de ahí. Samantha agradeció el gesto del joven con una sonrisa en la que él entró en pánico. Seguro pensó que la pelirroja le coqueteaba, no podía estar más equivocado. El desconcertó de la señora Neumann le pareció una dulzura a fémina de cabellos rojizos. Observar como sus orbes alternaron de un lado a otro tratando de identificar el lugar, era poesía pura para la feminista. –Despreocúpese, madame. Estoy dispuesta a apoyarla en lo que necesite. Si lo desea, la puedo guiar hasta el que para mí es el mejor restaurante de todo Paris “La Tour d’Argent” fundado en 1582. Se encuentra cerca del muelle y su vista al río es sin lugar a dudas un deleite. Así usted sacia su apetito mientras degusta el sabor de la comida y hace una crítica para llevarla al Señor Neumann- Le hizo un par de señas al mozo para que acomodase las maletas en la entrada del hotel. –No debe sentirse abrumada por su equipaje, en este hotel el servicio es exquisito y, mientras ellos hacen su trabajo, yo puedo secuestrarle y mostrarle el rostro oculto de Paris.-
La jovencita sonrió. No había tenido la oportunidad de expresarse de esa forma con nadie más, excepto aquel señor que se encontró en la biblioteca y que a estas alturas se había convertido en una de sus inspiraciones. Frauke, sin saberlo, se encaminaba hacia los campos Elíseos en el Inframundo de la pelirroja. Samantha desvió su mirada hacia la ventana para admirar el paisaje que los potros recorrían por fuera de ese carruaje. Se escucharon las llantas de madera estallar con cada roca que golpeaban, las pezuñas de los animales también formaron parte del espectáculo y a lo lejos se arremolinaban las aves en sus nidos preparándose para dormir. La tarde caería en un santiamén. Frunció el ceño, jamás había tenido que pedir disculpas pues sus juicios no eran más que certeros por la clase de personas que le rodeaban, esta vez agradeció haber errado –Discúlpeme por juzgarle mal, entonces- Bajó la mirada para tomar el valor y sostenerla ante los expresivos ojos de Frauke. La madurez, la paciencia que tenía, las tez de su piel, el sentimiento de tranquilidad que expiraba, el perfume, la fragancia que sólo una verdadera dama posee y ese tono natural en su voz… ¡Maldita sea! ¡Estaban a punto de enloquecerla! Guardar la compostura no resultó tan difícil hasta antes de esa tarde en donde por mucho deseara explorar el cuerpo de la hembra, debía sostenerse en su asiento y esperar, esperar a que la eternidad no les separe como juego del demonio.
Prudencia, una palabra que pocos conocen y que para alguien como Samantha pasaba a ser su fiel consejera, sin embargo, existían ocasiones en las cuales esta compañera solía abandonarla para permitir los desplantes que cualquier jovencita puede cometer en pos de su voluble naturaleza –Con todo respeto, entonces su esposo debe ser un idiota si no la ama más que a los muertos- Musitó con recelo. Si ella tuviese la oportunidad de tocar a alguien como Frauke, sentirla, vivirla, amarla… lo haría con cada letra de su nombre hasta que los milenios se extinguiera por completo o la maldad fuese exterminada del corazón del hombre, cualquier cosa que se vea más lejana. No caería en ironías como que el infierno se congele porque ¿Quién sabe en realidad que está hecho de fuego y no a la inversa? Se dio cuenta de sus palabras bastante tarde –No pediré disculpas por "ofender" a un hombre que no la valora- Reafirmó su comentario. Si después de eso Frauke la echaba del carruaje, ella lo entendería a la perfección, no sería la primera vez que es desechada por pensar contra los varones.
Una mujer como ella no debía estar a cargo de cosas tan baladís como el tipo de tareas que su esposo le mandó a hacer. Pronunciar esa palabra que ataba a la señora con alguien del sexo opuesto, suponía para Samantha un retorcijón y un recelo ignoto. ¡No podía concebir semejante barbarie! ¡Un golpe bajo! ¡Eso era! Un golpe bajo para la admiración, el amor y la devoción que ella sentía por las mujeres. Rechinaron sus dientes. La cólera la invadía pero no debía mostrarse incontrolable ante Frauke, significaría perderla para siempre, perderla sin antes llegar a conocerla por completo y eso es una acción imperdonable para la pelirroja. Se tragó el rencor bajo una sonrisa amable, después de todo eso era lo Frauke deseaba, una amistad en Paris que pudiese mostrarle los rincones más pestilentes y altaneros de la sociedad.
-Entonces a su marido le gustará el norte Paris, lejos de los refugios para los desdichados y en donde la vida se vuelve más sencilla en donde puede fumar de su pipa mientras usted disfruta de un té en el patio trasero de su mansión- Dijo con cierta alevosía. Era imposible ocultar del todo su disgusto y es que para ella las mujeres deben ser tratadas con mayor dignidad que eso. ¡Sencillamente son superiores! Bajaron del carruaje. Al menos la guardia de Frauke tenía el sentido común como para ayudarle a bajar de ahí. Samantha agradeció el gesto del joven con una sonrisa en la que él entró en pánico. Seguro pensó que la pelirroja le coqueteaba, no podía estar más equivocado. El desconcertó de la señora Neumann le pareció una dulzura a fémina de cabellos rojizos. Observar como sus orbes alternaron de un lado a otro tratando de identificar el lugar, era poesía pura para la feminista. –Despreocúpese, madame. Estoy dispuesta a apoyarla en lo que necesite. Si lo desea, la puedo guiar hasta el que para mí es el mejor restaurante de todo Paris “La Tour d’Argent” fundado en 1582. Se encuentra cerca del muelle y su vista al río es sin lugar a dudas un deleite. Así usted sacia su apetito mientras degusta el sabor de la comida y hace una crítica para llevarla al Señor Neumann- Le hizo un par de señas al mozo para que acomodase las maletas en la entrada del hotel. –No debe sentirse abrumada por su equipaje, en este hotel el servicio es exquisito y, mientras ellos hacen su trabajo, yo puedo secuestrarle y mostrarle el rostro oculto de Paris.-
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
Aquel par de orbes se abrieron ligeramente mostrando una gran sorpresa. Aquella pelirroja había sorprendido con sus palabras a la mujer de Horst. Era la primera persona a lo largo de toda su vida que se había referido de esa forma de su marido. Se imaginaba que no era la primera que pensaba lo mismo, pero no sólo eso, un par de cosas más lamentables y altisonantes pero nadie tenía los pantalones para decirlo con tal ímpetu como las había dicho Samantha, y sin ni siquiera conocerlo, aunque eso tenía sus ventajas. No conocer a Horst significaba librarte de grandes tensiones, su simple mirada antes de poder conocerlo te intimidaba, pues tenia un porte especial, la seguridad y arrogancia que ese hombre emanaba no se podía pasar por alto, aunque cuando cruzas palabras con él puedas definirlo como alguien inteligente y ameno, sólo su mujer sabía la clase de hombre que era, ella conocía todas sus caras, para su mala o buena suerte como quieras llamarlo. Sin embargo muy en su interior, sin que la muchachita pudiera notarlo y claro nunca llegaría a saberlo, le aplaudía, por decir cosas que ella misma quería decir, y que se le atoraban en la garganta. - No es correcto que una hermosa y refinada muchacha diga ese tipo de palabras tan altisonantes, guarda la compostura Samantha, tus hermosos labios no pueden hablar de esa forma, vales demasiado como para rebajarte de esa manera - Sabía que la jovencita notaría que no hacía reproche ante aquellas palabras a su esposo, lo gracioso del caso era la corrección por aquella palabra altisonante. Le dedico una sonrisa amplia, bastante cómplice y sincera. Estando tan lejos de su esposo se sentía tan libre que todo lo referente a él no le llegaba a afectar. Aunque sonara bastante vanidoso, la mujer tenía el dinero suficiente para poder darse la vida que nunca antes, no es que le faltara alguna vez el apoyo monetario, pero le había faltado era darse pequeños lujos, pequeños momentos apoyada del dinero, experimentar lo que en veinte años no pudo, y era valido, se estaba dando uno de esos momentos con Samantha, ni nadie podría decirle algo, sus trabajadores parecían encantados.
Se estiró un poco de manera disimulada antes de comenzar a caminar. - Sígueme, querida - No le importó que la vieran tan cerca y en confianza con Samantha. Quien se atreviera a decirle algo conocería el carácter fuerte de la señora, y después de tanto tiempo casada con Horst, algo le había tenido que aprender en casos de emergencia. La sostuvo con fuerza del brazo, enredando ambos a la altura de la cintura como si fueran grandes amigas de tiempo atrás. - Debo ver el lugar dónde me quedaré - Le indicó entrando a la recepción. Horst Neumann había indicado que su esposa no debía detenerse a realizar tramites de permanencia en el hotel, para eso le había mandado a un administrador que se ocuparía de esas cosas para no abrumarla. Uno de los trabajadores del hotel las saludo con una reverencia y les indicó el camino al cuarto que le tocaría. El más lejano de todos, que tuviera el mejor balcón, todo una planta para ella, dónde pudiera hacer a su antojo, que estuviera cómoda, y contenta. Subieron por unas escaleras de caracol, y después de un largo camino llegaron a la alcoba, que fue abierta para ambas mujeres, y siguiendo su paso varios hombres y mujeres (sus trabajadores fieles) traían todo lo necesario para su estadía antes de comprar una flamante mansión para la familia Neumann.
A su entrada al lugar, los trabajadores del hotel se adelantaron a abrir las cortinas dejando que la brisa y los pocos rayos del sol que quedaban en esa tarde entrar al cuarto. El balcón se abrió dejando que la hermosa señora De Neumann se maravillara con la vista parisina. No soltaba a Samantha, en realidad se aferraba a ella mostrando lo alegre que se sentía al estar ahí. Suspiró melancólica, odiaba tener que estar tan lejos de su marido y saber que sólo así podía ser verdaderamente feliz, pero sobretodo ella misma. -"Señora, ¿Dónde colocamos cada cosa" - Una de las damas se acercó al par de mujeres buscando indicaciones. Frauke se tuvo que soltar de Samantha para dirigirse a ellos, apenas hecho una mirada a las maletas y sus manos se alzaron con elegancia - Las cafés van en mi habitación, desde la más pequeña hasta la más grande. Ruth y Teresa serán quienes organicen todo en mi alcoba hasta la mínima joya. Los demás son paquetes de cocina y algunos cuadros que deseo acomoden por las paredes. Recuerden que estaremos un mes en este lugar, debemos sentirnos en nuestro hogar ¿Entendido? - Todos los hombres asintieron con una sonrisa radiante, si no estuvieran los trabajadores del hotel y Samantha seguramente le abrían agradecido a su señora e incluso uno que otro la habría abrazado. Se giró para poder ver a Samantha - Lamento tanto que tengas que pasar todos estos tramites conmigo, pero has sido mi anfitriona, tiene que aguantarse querida mía - Y no podía dejar de sonreír, como nunca antes lo había hecho, de la forma más sonrisa, y cada una de sus sonrisas eran enviadas a Samantha, porque era la única merecedora de ellas, de las sonrisas sinceras de una mujer que ha sufrido más de veinte años.
Dado que en Paris la primavera es bastante cálida, no se detuvo a esperar un abrigo para el sereno de la noche. - ¿Lista para que me lleves a un agradable paseo? Está noche será nuestra - Muchos de sus trabajadores se habían ido a familiarizarse con el hotel, algunos tenían permiso para ir a pasear por las calles parisinas, claro sin llegar muy tarde. Solo el chofer las acompañaría, este que era su amigo fiel y sobretodo un guardia personal, pero eso no lo tenía que saber Samantha. Ambas mujeres bajaron por aquellas escaleras, es más fácil y rápido subir que bajar. A pesar del largo viaje, Frauke Neumann no parecía cansada, de hecho parecía que apenas se había levando de un largo descanso. se le notaba la energía gracias al entusiasmo que sus ojos mostraban - Para que el señor Neumann llegue falta mucho tiempo, y si es que llega, nada esta seguro, por lo que no es necesario que hoy me lleves a ese tipo de lugares, llévame a un lugar dónde Samantha se sienta a gusto y podamos comer algo, tampoco te extralimites querida, recuerda que tengo una imagen que cuidar, es lamentable si, pero debo cuidarme, y mi edad no se compara con la tuya, no puedo adentrarme en cualquier establecimiento ¿De acuerdo? - Odiaba tener que limitar a Samantha en algunas cosas, pero no podía negar que la diferencia de edades la limitaba y mucho, aunque su atractivo visual le restara años de los que en realidad tenía. Cuando estuvieran en un lugar más cómodo la bombardearía con preguntas, por ahora sólo bastaba con apreciar los rincones que sus ojos podían captar de Paris.
Se estiró un poco de manera disimulada antes de comenzar a caminar. - Sígueme, querida - No le importó que la vieran tan cerca y en confianza con Samantha. Quien se atreviera a decirle algo conocería el carácter fuerte de la señora, y después de tanto tiempo casada con Horst, algo le había tenido que aprender en casos de emergencia. La sostuvo con fuerza del brazo, enredando ambos a la altura de la cintura como si fueran grandes amigas de tiempo atrás. - Debo ver el lugar dónde me quedaré - Le indicó entrando a la recepción. Horst Neumann había indicado que su esposa no debía detenerse a realizar tramites de permanencia en el hotel, para eso le había mandado a un administrador que se ocuparía de esas cosas para no abrumarla. Uno de los trabajadores del hotel las saludo con una reverencia y les indicó el camino al cuarto que le tocaría. El más lejano de todos, que tuviera el mejor balcón, todo una planta para ella, dónde pudiera hacer a su antojo, que estuviera cómoda, y contenta. Subieron por unas escaleras de caracol, y después de un largo camino llegaron a la alcoba, que fue abierta para ambas mujeres, y siguiendo su paso varios hombres y mujeres (sus trabajadores fieles) traían todo lo necesario para su estadía antes de comprar una flamante mansión para la familia Neumann.
A su entrada al lugar, los trabajadores del hotel se adelantaron a abrir las cortinas dejando que la brisa y los pocos rayos del sol que quedaban en esa tarde entrar al cuarto. El balcón se abrió dejando que la hermosa señora De Neumann se maravillara con la vista parisina. No soltaba a Samantha, en realidad se aferraba a ella mostrando lo alegre que se sentía al estar ahí. Suspiró melancólica, odiaba tener que estar tan lejos de su marido y saber que sólo así podía ser verdaderamente feliz, pero sobretodo ella misma. -"Señora, ¿Dónde colocamos cada cosa" - Una de las damas se acercó al par de mujeres buscando indicaciones. Frauke se tuvo que soltar de Samantha para dirigirse a ellos, apenas hecho una mirada a las maletas y sus manos se alzaron con elegancia - Las cafés van en mi habitación, desde la más pequeña hasta la más grande. Ruth y Teresa serán quienes organicen todo en mi alcoba hasta la mínima joya. Los demás son paquetes de cocina y algunos cuadros que deseo acomoden por las paredes. Recuerden que estaremos un mes en este lugar, debemos sentirnos en nuestro hogar ¿Entendido? - Todos los hombres asintieron con una sonrisa radiante, si no estuvieran los trabajadores del hotel y Samantha seguramente le abrían agradecido a su señora e incluso uno que otro la habría abrazado. Se giró para poder ver a Samantha - Lamento tanto que tengas que pasar todos estos tramites conmigo, pero has sido mi anfitriona, tiene que aguantarse querida mía - Y no podía dejar de sonreír, como nunca antes lo había hecho, de la forma más sonrisa, y cada una de sus sonrisas eran enviadas a Samantha, porque era la única merecedora de ellas, de las sonrisas sinceras de una mujer que ha sufrido más de veinte años.
Dado que en Paris la primavera es bastante cálida, no se detuvo a esperar un abrigo para el sereno de la noche. - ¿Lista para que me lleves a un agradable paseo? Está noche será nuestra - Muchos de sus trabajadores se habían ido a familiarizarse con el hotel, algunos tenían permiso para ir a pasear por las calles parisinas, claro sin llegar muy tarde. Solo el chofer las acompañaría, este que era su amigo fiel y sobretodo un guardia personal, pero eso no lo tenía que saber Samantha. Ambas mujeres bajaron por aquellas escaleras, es más fácil y rápido subir que bajar. A pesar del largo viaje, Frauke Neumann no parecía cansada, de hecho parecía que apenas se había levando de un largo descanso. se le notaba la energía gracias al entusiasmo que sus ojos mostraban - Para que el señor Neumann llegue falta mucho tiempo, y si es que llega, nada esta seguro, por lo que no es necesario que hoy me lleves a ese tipo de lugares, llévame a un lugar dónde Samantha se sienta a gusto y podamos comer algo, tampoco te extralimites querida, recuerda que tengo una imagen que cuidar, es lamentable si, pero debo cuidarme, y mi edad no se compara con la tuya, no puedo adentrarme en cualquier establecimiento ¿De acuerdo? - Odiaba tener que limitar a Samantha en algunas cosas, pero no podía negar que la diferencia de edades la limitaba y mucho, aunque su atractivo visual le restara años de los que en realidad tenía. Cuando estuvieran en un lugar más cómodo la bombardearía con preguntas, por ahora sólo bastaba con apreciar los rincones que sus ojos podían captar de Paris.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
-No voy a disculparme por ninguna de las dos cosas, Madame- Sonreí al escuchar la casi hipnotizante voz de Frauke. Me parecía tan lejana en ese momento que decidí continuar la charla observando todo, absolutamente todo menos su penetrante mirada. «Oh, Frauke si tan sólo pudieses ser testigo de la infinidad de obscenidades a las cuales atribuyo la belleza de las mujeres, te decepcionarías de mí» Y eso era verdad, pues con la tinta de la depravación podría escribir millones de líneas imaginarias en poesía para ellas. Pero saberme tan manchada por ese ‘altisonante’ comportamiento frente a una mujer como ella, me colocó en una situación a la que pocos desearían atarse, pero que sin duda alguna, magnificaría el encuentro con la Señora D’Neumann. -Creo que, la contextualización de las maldiciones, es la forma más simple de expresar el exalto de nuestras emociones y pensamientos- Fruncí el ceño para aclarar las vagas ideas que se cruzaron por mi mente, si bien estaba en un completo error entonces aceptaría con gusto la solicitud de un debate –No puede usted negarme el hecho que, en determinados escenarios, las palabras soeces ayudan a eliminar el desasosiego de nuestros corazones. Habrá instantes en que sólo se piensen y otros, como este- Bajé la mirada sonriendo con vergüenza –en donde no podemos controlar los impulsos. Y está bien, no porque intente justificarme, sino porque por eso somos humanos, es el primitivo instinto del habla-
Me sentí privilegiada al acompañarle hasta su habitación. Mis mejillas pudieron quizá, haberse sonrojado ¿Qué me estaba ocurriendo? Por lo regular actúo de forma despectiva hacia las personas, como si el veneno que hay dentro de mí tuviese que escupirlo a la cara de los otros porque me quema, me hace arder y revolcarme en un insoportable espasmo. Cada palabra dicha de mis labios resultaban ser navajas sin importar la clase social a las que fuesen dirigidas. Poco me importaban sus reacciones o lo que su patética boca lograba articular para una no muy inteligente respuesta en agresión/ofensa a mi persona. Frauke, era diferente. Lo noté, pero entonces ¿Por qué seguía preguntándomelo? La verdad hervía ante mí pero no lo pude ver. Me confundía, me enajenaba. Atravesaba misteriosos laberintos mentales en los cuales jamás había estado, me sentía asustada, temerosa ¡Necesitaba impresionarle! Saber que había cautivado a una mujer extranjera sin la necesidad de recurrir a mis sucios actos de seducción porque ella me era prohibida. La más hermosa flor de un jardín inaccesible.
¿Sonreía o fingía sonreír? Me quedé embelesada con los movimientos de sus manos y las direcciones que les había dado a sus empleados. Fue en ese momento que lo supe, la pregunta que me había estado atormentando desde que la conocí apenas minutos atrás, había dado frutos en una epifanía ensordecedora. Sentí como los nervios me fallaron, mis rodillas temblaban y mis tobillos deseaban doblegarse ante el peso de mi cuerpo. El corsé pareció ajustarse hasta los límites en donde dejarme sin aliento no era un juego sino una realidad, la habitación se obscureció por completo y palidecí ante siquiera intentar relacionar de nuevo la presencia de Frauke con aquel último recuerdo. Mi ceño se frunció y mis manos se tensaron. -¿Eh?- Pregunté como si no hubiese prestado atención a nada de lo que me había dicho, pero por el contrario, escuché cada detalle, cada instrucción, cada respirar y cada latido de su corazón, el problema radicaba en que ella inquirió algo que no debió haber hecho jamás. «¿Un lugar donde Samantha sea sólo Sam? ¿Cuál se supone que es ese sitio? ¿Un burdel? ¡Maldición!» Pocos, extremadamente pocos eran los lugares que me hacían sentir simplemente perfecta. Un estado utópico de la armonía espiritual como la antesala de las sensaciones físicas. Uno era la biblioteca, el conservatorio y el teatro. Era una chica aburrida.
-No lo sé, Madame- Titubeé. –Sólo hay tres lugares que considero mi hogar, pero no son nada significativos para los demás- Me encogí de hombros como si ese realmente me importara, pero la verdad es que estaba preocupada por que ella me considerase una mujer con la amargura de diez hombres. En su mayoría, sólo ellos podían decantarse por las mismas cosas que yo, ese era el problema ¡Yo debí haber sido uno de ellos! –Tengo entendido que el conservatorio realizará una demostración con instrumentos de cuerda, una de las mejores manifestaciones del romanticismo, según escuché- Pero no deseaba llevarla a un concierto como aquel, en donde los sentidos son expuestos de tal manera que las sensaciones del cuerpo discrepan incognosciblemente hasta las directrices del éxtasis. Sería bastante confuso, más para mí que para ella. Una tortura. –Por otra parte, en el Teatro se presenta la obra ‘Cadmus et Hermione’ que describe la historia de amor entre Cadmo, legendario fundador y rey de Tebas, y Hermione, hija de Venus y Marte.- Me encogí ligeramente de hombros. Sin duda alguna ese era mi fuerte –Mitología griega- En seguida descarté la posibilidad de llevarla a la biblioteca ¿Qué podría haber de divertido o distracción ahí? Sonreí para mí misma, esa respuesta ya la conocía –Entonces madame ¿Qué se le apetece?-
Me sentí privilegiada al acompañarle hasta su habitación. Mis mejillas pudieron quizá, haberse sonrojado ¿Qué me estaba ocurriendo? Por lo regular actúo de forma despectiva hacia las personas, como si el veneno que hay dentro de mí tuviese que escupirlo a la cara de los otros porque me quema, me hace arder y revolcarme en un insoportable espasmo. Cada palabra dicha de mis labios resultaban ser navajas sin importar la clase social a las que fuesen dirigidas. Poco me importaban sus reacciones o lo que su patética boca lograba articular para una no muy inteligente respuesta en agresión/ofensa a mi persona. Frauke, era diferente. Lo noté, pero entonces ¿Por qué seguía preguntándomelo? La verdad hervía ante mí pero no lo pude ver. Me confundía, me enajenaba. Atravesaba misteriosos laberintos mentales en los cuales jamás había estado, me sentía asustada, temerosa ¡Necesitaba impresionarle! Saber que había cautivado a una mujer extranjera sin la necesidad de recurrir a mis sucios actos de seducción porque ella me era prohibida. La más hermosa flor de un jardín inaccesible.
¿Sonreía o fingía sonreír? Me quedé embelesada con los movimientos de sus manos y las direcciones que les había dado a sus empleados. Fue en ese momento que lo supe, la pregunta que me había estado atormentando desde que la conocí apenas minutos atrás, había dado frutos en una epifanía ensordecedora. Sentí como los nervios me fallaron, mis rodillas temblaban y mis tobillos deseaban doblegarse ante el peso de mi cuerpo. El corsé pareció ajustarse hasta los límites en donde dejarme sin aliento no era un juego sino una realidad, la habitación se obscureció por completo y palidecí ante siquiera intentar relacionar de nuevo la presencia de Frauke con aquel último recuerdo. Mi ceño se frunció y mis manos se tensaron. -¿Eh?- Pregunté como si no hubiese prestado atención a nada de lo que me había dicho, pero por el contrario, escuché cada detalle, cada instrucción, cada respirar y cada latido de su corazón, el problema radicaba en que ella inquirió algo que no debió haber hecho jamás. «¿Un lugar donde Samantha sea sólo Sam? ¿Cuál se supone que es ese sitio? ¿Un burdel? ¡Maldición!» Pocos, extremadamente pocos eran los lugares que me hacían sentir simplemente perfecta. Un estado utópico de la armonía espiritual como la antesala de las sensaciones físicas. Uno era la biblioteca, el conservatorio y el teatro. Era una chica aburrida.
-No lo sé, Madame- Titubeé. –Sólo hay tres lugares que considero mi hogar, pero no son nada significativos para los demás- Me encogí de hombros como si ese realmente me importara, pero la verdad es que estaba preocupada por que ella me considerase una mujer con la amargura de diez hombres. En su mayoría, sólo ellos podían decantarse por las mismas cosas que yo, ese era el problema ¡Yo debí haber sido uno de ellos! –Tengo entendido que el conservatorio realizará una demostración con instrumentos de cuerda, una de las mejores manifestaciones del romanticismo, según escuché- Pero no deseaba llevarla a un concierto como aquel, en donde los sentidos son expuestos de tal manera que las sensaciones del cuerpo discrepan incognosciblemente hasta las directrices del éxtasis. Sería bastante confuso, más para mí que para ella. Una tortura. –Por otra parte, en el Teatro se presenta la obra ‘Cadmus et Hermione’ que describe la historia de amor entre Cadmo, legendario fundador y rey de Tebas, y Hermione, hija de Venus y Marte.- Me encogí ligeramente de hombros. Sin duda alguna ese era mi fuerte –Mitología griega- En seguida descarté la posibilidad de llevarla a la biblioteca ¿Qué podría haber de divertido o distracción ahí? Sonreí para mí misma, esa respuesta ya la conocía –Entonces madame ¿Qué se le apetece?-
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
¿Cómo se podría llamar a ese encuentro? ¿Encuentro del destino? ¿Planeando? ¿Un juego de riesgos? La señora de Horst Neumann no era tonta, podía entender que la conexión entre ella y Samantha iba más allá de lo normal, quizás eran dos desconocidas, pero la forma en que ambas se desenvolvían, en que se hablan, la forma en que se miraban, era bastante evidente que aquello no se detendría en un simple encuentro, además, la rubia observaba la mirada ajena, comprendía que en los ojos ajenos había una especie de ¿Culpa? ¿Deseo? No lo entendía, tenía una especie de confusión en la cabeza, pero si de algo estaba segura, es que averiguaría, y no se quedaría con las dudas. Su educación no le permitía preguntar de forma directa lo que creía, además, para Frauke Neumann estaba mal hacer suposiciones, de ellas nacen los chismes, los dolores ejercidos propiamente de la imaginación; pero ella tenía otros métodos para saber la verdad, y cuando la noche estuviera por finalizar, tendría respuestas a las preguntas, respondidas en silencio, creando lo que podría ser la futura relación. Si algo estaba segura la rubia, es que deseaba tener a una mujer tan distinguida como Samantha a sus alrededores, el problema radicaría en las cosas que podrían hacer, pues la edad también era un factor clave, de no haber una diferencia tan grande, seguramente la invitaría a tomar una copa en un lugar menos importante, elegante, y atrevido. En ese momento se daba cuenta que, su vida había sido desperdiciada, que su matrimonio era peor de lo que veía, y que deseaba poder volver a sentir que estaba viva, y que no, no era solo una esposa trofeo.
- Me gusta el brillo de sus ojos Samantha, siento que pueden iluminar mi habitación sin necesidad de tener velas. ¿Será acaso tu escena tan natural y sincera? ¿O quizás la juventud que posees? No lo sé, algo en usted me agrada Samantha, es bastante cómodo tenerla cerca. Si tan sólo supiera que a mi esposo no le molestaría una compañía como la tuya, te invitaría a pasar tardes enteras en el hogar que formaré con el en Paris, pero mientras no éste, quiero que me regale parte de su ser ¿Acaso será mucho pedir? - Sus ojos verde azulados estudiaban las formas de Samantha. La rubia deseaba, descubrir su reacción ante sus palabras, pero lo cierto era que no mentía, quizás Samantha era la persona indicada para enseñarle que a pesar de su edad, la vida tenía mucho que ofrecerle. Una amistad así era lo que deseaba, una chica, una persona con la cual poder confiar desde el más superficial de sus pensamientos, hasta incluso el deseo más pervertido que se apoderara de su cuerpo aún conservado. La miró con ternura, incluso deseo darle un abrazo, pero el deseo se detuvo, se encerró en su cuerpo, quizás más tarde se lo daría, por ahora no.
- ¿Samantha? - Preguntó en voz alta, volviendo a pedir su atención. - ¿Eso te hace sentir tú? ¿Eso te hace sentir verdaderamente lo que hay dentro de ti? Pensé que la libertad invadía ese cuerpo tan bello tuyo, sin embargo me llevas a lugares cerrados, creo que estoy captando mal tu esencia, y eso me hace sentir verdaderamente mal ¿Podrías irme enseñando a Samantha? Quiero la verdad de ella, pero no deseo encerrarme en un teatro, deseo una platica amena, esos lugares separan un poco la convivencia humana, mi esposo me lleva para cerrar tratos de negocios importantes, no se ofenda querida mía, pero lo que deseo es alejar todo recuerdo que tengo sobre él, deseo pasarlo bien, sin recuerdos tristes, o que me hagan sentir culpable por desear salir del hotel al que me han mandado a permanecer ¿Entiende lo que quiero decir? No se ofenda por favor - Frauke Neumann se sentía mal consigo misma, sentía una especie de dolor por no poder escoger entre los lugares que le habían destinado. Suspiró, se acercó para tomar su brazo, y enredó el suyo para avanzar con ella fuera del cuarto, y así poder salir del hotel.
- ¿Entonces que decide? - Se encontraban frente al carruaje, esperando a que el chofer les abriera la puerta. La esposa de Horst no sabía en realidad que decir; después de un largo viaje, del cansancio, del encuentro, y del hambre que tenía, se sentía un poco contrariada. Sentía la mirada de su esposo recriminando sus acciones. Dispuesto a castigarla al volver a casa, aquello le dio escalofríos, debía distraerse, su esposo no estaba ahí, no la veía de lejos, ni siquiera se encontraba en el mismo país, debía recordar que esa noche iba a descansar tranquila, sin que nadie le echara en cara lo que hiciera. - Tengo apetito, demasiado, y temo que de no alimentarme, las pocas energías que tengo se esfumarán, y tendríamos que regresar al hotel, y no deseo eso - Se sinceró, apretando la mano ajena, alentándola un poco a hacer algo antes de que su edad comenzara a pasarle la factura.
- Me gusta el brillo de sus ojos Samantha, siento que pueden iluminar mi habitación sin necesidad de tener velas. ¿Será acaso tu escena tan natural y sincera? ¿O quizás la juventud que posees? No lo sé, algo en usted me agrada Samantha, es bastante cómodo tenerla cerca. Si tan sólo supiera que a mi esposo no le molestaría una compañía como la tuya, te invitaría a pasar tardes enteras en el hogar que formaré con el en Paris, pero mientras no éste, quiero que me regale parte de su ser ¿Acaso será mucho pedir? - Sus ojos verde azulados estudiaban las formas de Samantha. La rubia deseaba, descubrir su reacción ante sus palabras, pero lo cierto era que no mentía, quizás Samantha era la persona indicada para enseñarle que a pesar de su edad, la vida tenía mucho que ofrecerle. Una amistad así era lo que deseaba, una chica, una persona con la cual poder confiar desde el más superficial de sus pensamientos, hasta incluso el deseo más pervertido que se apoderara de su cuerpo aún conservado. La miró con ternura, incluso deseo darle un abrazo, pero el deseo se detuvo, se encerró en su cuerpo, quizás más tarde se lo daría, por ahora no.
- ¿Samantha? - Preguntó en voz alta, volviendo a pedir su atención. - ¿Eso te hace sentir tú? ¿Eso te hace sentir verdaderamente lo que hay dentro de ti? Pensé que la libertad invadía ese cuerpo tan bello tuyo, sin embargo me llevas a lugares cerrados, creo que estoy captando mal tu esencia, y eso me hace sentir verdaderamente mal ¿Podrías irme enseñando a Samantha? Quiero la verdad de ella, pero no deseo encerrarme en un teatro, deseo una platica amena, esos lugares separan un poco la convivencia humana, mi esposo me lleva para cerrar tratos de negocios importantes, no se ofenda querida mía, pero lo que deseo es alejar todo recuerdo que tengo sobre él, deseo pasarlo bien, sin recuerdos tristes, o que me hagan sentir culpable por desear salir del hotel al que me han mandado a permanecer ¿Entiende lo que quiero decir? No se ofenda por favor - Frauke Neumann se sentía mal consigo misma, sentía una especie de dolor por no poder escoger entre los lugares que le habían destinado. Suspiró, se acercó para tomar su brazo, y enredó el suyo para avanzar con ella fuera del cuarto, y así poder salir del hotel.
- ¿Entonces que decide? - Se encontraban frente al carruaje, esperando a que el chofer les abriera la puerta. La esposa de Horst no sabía en realidad que decir; después de un largo viaje, del cansancio, del encuentro, y del hambre que tenía, se sentía un poco contrariada. Sentía la mirada de su esposo recriminando sus acciones. Dispuesto a castigarla al volver a casa, aquello le dio escalofríos, debía distraerse, su esposo no estaba ahí, no la veía de lejos, ni siquiera se encontraba en el mismo país, debía recordar que esa noche iba a descansar tranquila, sin que nadie le echara en cara lo que hiciera. - Tengo apetito, demasiado, y temo que de no alimentarme, las pocas energías que tengo se esfumarán, y tendríamos que regresar al hotel, y no deseo eso - Se sinceró, apretando la mano ajena, alentándola un poco a hacer algo antes de que su edad comenzara a pasarle la factura.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
Sonreí por debajo. No, las palabras de una persona no podían llegar a ofenderme, ni siquiera eran capaces de atravesar los escudos que rápidamente se erigen sobre mi cuerpo a manera de defensa, siempre alertas, siempre buscando fortalecerse contra los juicios de los demás. El pensamiento de Frauke llegó a mí como una brisa apacible. Advertí la pena en sus ademanes, la mujer no deseaba hacerme sentir mal y eso fue precisamente lo que me causó gracia. Chasqueé la lengua negando con mi cabeza. Las cosas comenzaron bien pero al declarar mis tediosos gustos, todo cambió ¿Cómo no, si ella vivía encerrada en un presidio de cristal? Pero yo no estaba acostumbrada a vivir las obras de teatro como la clase alta lo hace. Hay, para los pobres y mediocres un espacio tras el escenario en donde se les permite, aunque sea de una forma vulgar, el educar sus mentes con un poco de surrealismo barato y ahí, entre la inmundicia y la peste me encontraba yo. Escuchando la opinión ajena, la crítica del ignorante que, en ocasiones y la mayoría de las veces, suele ser más interesante que la de aquellos pomposos Duques y Lords de los palcos principales. Supuse inmediatamente que desde esa posición podría admirar la desesperación, el abatimiento y el desasosiego de una esposa encadenada a un hombre que cree que las mujeres sólo son un simple trofeo. El error imperdonable de la humanidad. Suspiré.
-Lamento decepcionarle, Señora Neumann- Mi voz resonó más fría de lo que normalmente se escucha ante el trato despectivo que le doy a las personas. Ella debería considerarse afortunada pues mi cordialidad no tardaría en desaparecer o ¿Acaso sería que bajo la tutela de esa virtuosa mujer llena de paciencia, sólo podía comportarme de esa forma tan temerosa y diplomática? Mis pensamientos eran una vorágine y no podía discernir con exactitud lo que me cuerpo se atrevía a sentir. Me encontré atrapada entre la razón y la indecencia de la mente humana ¿Cómo ceder tan fácilmente a todo lo que yo misma he etiquetado de vulgaridades? La preocupación no se debía a mi alma o a la contradicción de mis pueriles palabras, era por ella. Irónico, traté de esforzarme para caer en la rutinaria discordia de siempre y ahora estaba ahí, preocupándome por un extraño. ¡Que equivocada estaba! Apagué el dialecto conmigo misma, no deseaba escucharme más, porque de esta manera los demonios se aprovechaban de mí susurrando sus designios, mi cuerpo es débil, mi mente se inclina por el pecado mismo, no podía hacerles frente con esa mirada clavándose sobre mí. Sí, me había dado cuenta de lo que ella pretendía con esas palabras encantadoras. No era la primera mujer que lo hacía y al escucharla claramente, el fantasma de Alice abofeteo mi rostro. Fue por ello que no me inmuté en lo absoluto o eso creí. –Pero efectivamente, esos son los lugares donde Samantha se siente más libre que nunca, con mayor fuerza e invencible- Comencé a musitar. Daría una explicación certera sobre el porque la vida enclaustrada en esos monasterios de sabiduría era mucho mejor a la vida atada a la libertad de las sencillez.
Levanté la mirada hacia el techo, después le di la espalda. Necesitaba distraer los ojos de su visión pues así no comenzaría a recitar los versos de algún olvidado estribillo. Me quejé por la poca capacidad de mis pulmones al contener el aliento y regresé la vista hasta ella. Mi sonrisa era cálida, como la de una madre al observar el potencial de su hijo, era exactamente el mismo destello sólo que la admiración no era para una muchachita, si no para una señora que había estado vagando sola durante un largo tiempo. –Quizá usted haya visitado esos lugares con su esposo, siempre observando la actuación desde esos corredores tan fino a los que un pobre sólo puede soñar con acceder- Me encogí de hombros y fruncí el ceño levantando una mano para hacer énfasis en mis palabras y dar un mejor impacto a lo que trataba de exponer. –Pero jamás ha ido conmigo, Madame – Una sonrisa pícara surcó mis labios –La verdad es que desde donde yo me siento, se puede soñar sin temor a ser juzgada como demente o que se le lance a la hoguera por declamar las mismas frases que el actor. Sólo el ignorante cree que la vida en un escenario es aburrida. Si usted pudiese darse cuenta del drama o las carcajadas que se vive tras bambalinas pensaría muy diferente a como lo hace ahora. Por otra parte, el estímulo que brinda una ópera es inigualable, incita, pervierte y enloquece los sentidos al punto de enardecer ese infinito deseo por salir huyendo de las cadenas que le atan al monótono ir y venir de la vida. Porque las batallas épicas que se narran en la tragedia gritan con desesperación el que usted las viva- Con cada palabra que pronunciaban mis labios, el destello en mis ojos incrementaba más y más.
No le mentía, esa era la forma en la que yo veía la vida más allá de lo visible. El campo cuántico en el que son contadas las personas que flotan a la deriva, famélicas del saber, envenenadas por su propia impaciencia. –En cuanto a la música, es la expresión del alma. No hay que oír el sonido sin más alternativa que sumirse en lo que trata de decirnos. Póngase en el lugar del compositor y que su pena o su alegría sea quien cante alegóricamente esas complicadas notas, Sentirá como su espíritu se eleva por encima de las nubes, escapando, huyendo lejos. Convirtiéndose quizá en la briza del mar o el susurro del viento. ¿No es eso la libertad más hermosa que puede existir?- Hice una pausa rememorizando la última vez que hablé sobre ese tema –Y la verdad es, que como humanos desconocemos la libertad. Sabemos cuales son nuestras cadenas porque deseamos deshacernos de ellas, pero no se deje engañar, madame, si un día rompe una de estas creyéndose libre cuando en realidad sólo ha salido de una pequeña celda en un mundo ataviado con cárceles. Cruel, pero es la verdad porque al fin y al cabo, la idealización de nuestra ‘libertad’ es lo que nos hace seguir luchando, después de eso ¿Qué habrá?- Bajé la mirada –Pero no intentaré cambiar su pensamiento porque eso es lo que la hace diferente de mí, ¡imagine si todos fuésemos iguales!-
Sentí su brazo apoderándose de mío. La sorpresa se vio reflejada en mis orbes, pero el atrevimiento de la mujer sólo me hizo sonrojar, no de una forma vergonzosa debido a pensamientos impuros, era mucho más complicado que ello. Algo tan irracional que me hacía enfadarme conmigo misma, perdía el control de la situación y, por supuesto, eso estaba bastante mal. Palmeé su mano con la mía –Sus deseos son órdenes, si lo que quiere es escapar, entonces habrá que llevarla a donde su imaginación brinque como ninfa encantada entre las flores de un bosque en primavera- Le guiñé el ojo. No, esta vez no era coquetería -¿Qué prefiere cenar, algo exótico y de pronunciación extravagante o algún dulce panecillo con una bebida caliente? Honestamente prefiero lo primero y eso se encuentra en el circo. Oh, apuesto a que no ha estado en uno jamás, al menos no en uno como el de Paris. Hay de todo en ese tétrico lugar. Tal vez prefiera inclinarse por el parque de diversiones. No lo sé, incluso la taberna figura ser un buen lugar- Me mordí el labio inferior y canté una carcajada –No me juzgue por la edad, por favor. Si me lo permite, más adelante se dará cuenta que he vivido más de los años que mi rostro aparenta- Me encaminé hacia la salida atada a su brazo. Los sirvientes me observaron con desdén. Uno de ellos susurró mi carente tacto infantil lo cual les sorprendió en demasía, pero yo ya me había acostumbrado a que me señalase con el dedo.
-Lamento decepcionarle, Señora Neumann- Mi voz resonó más fría de lo que normalmente se escucha ante el trato despectivo que le doy a las personas. Ella debería considerarse afortunada pues mi cordialidad no tardaría en desaparecer o ¿Acaso sería que bajo la tutela de esa virtuosa mujer llena de paciencia, sólo podía comportarme de esa forma tan temerosa y diplomática? Mis pensamientos eran una vorágine y no podía discernir con exactitud lo que me cuerpo se atrevía a sentir. Me encontré atrapada entre la razón y la indecencia de la mente humana ¿Cómo ceder tan fácilmente a todo lo que yo misma he etiquetado de vulgaridades? La preocupación no se debía a mi alma o a la contradicción de mis pueriles palabras, era por ella. Irónico, traté de esforzarme para caer en la rutinaria discordia de siempre y ahora estaba ahí, preocupándome por un extraño. ¡Que equivocada estaba! Apagué el dialecto conmigo misma, no deseaba escucharme más, porque de esta manera los demonios se aprovechaban de mí susurrando sus designios, mi cuerpo es débil, mi mente se inclina por el pecado mismo, no podía hacerles frente con esa mirada clavándose sobre mí. Sí, me había dado cuenta de lo que ella pretendía con esas palabras encantadoras. No era la primera mujer que lo hacía y al escucharla claramente, el fantasma de Alice abofeteo mi rostro. Fue por ello que no me inmuté en lo absoluto o eso creí. –Pero efectivamente, esos son los lugares donde Samantha se siente más libre que nunca, con mayor fuerza e invencible- Comencé a musitar. Daría una explicación certera sobre el porque la vida enclaustrada en esos monasterios de sabiduría era mucho mejor a la vida atada a la libertad de las sencillez.
Levanté la mirada hacia el techo, después le di la espalda. Necesitaba distraer los ojos de su visión pues así no comenzaría a recitar los versos de algún olvidado estribillo. Me quejé por la poca capacidad de mis pulmones al contener el aliento y regresé la vista hasta ella. Mi sonrisa era cálida, como la de una madre al observar el potencial de su hijo, era exactamente el mismo destello sólo que la admiración no era para una muchachita, si no para una señora que había estado vagando sola durante un largo tiempo. –Quizá usted haya visitado esos lugares con su esposo, siempre observando la actuación desde esos corredores tan fino a los que un pobre sólo puede soñar con acceder- Me encogí de hombros y fruncí el ceño levantando una mano para hacer énfasis en mis palabras y dar un mejor impacto a lo que trataba de exponer. –Pero jamás ha ido conmigo, Madame – Una sonrisa pícara surcó mis labios –La verdad es que desde donde yo me siento, se puede soñar sin temor a ser juzgada como demente o que se le lance a la hoguera por declamar las mismas frases que el actor. Sólo el ignorante cree que la vida en un escenario es aburrida. Si usted pudiese darse cuenta del drama o las carcajadas que se vive tras bambalinas pensaría muy diferente a como lo hace ahora. Por otra parte, el estímulo que brinda una ópera es inigualable, incita, pervierte y enloquece los sentidos al punto de enardecer ese infinito deseo por salir huyendo de las cadenas que le atan al monótono ir y venir de la vida. Porque las batallas épicas que se narran en la tragedia gritan con desesperación el que usted las viva- Con cada palabra que pronunciaban mis labios, el destello en mis ojos incrementaba más y más.
No le mentía, esa era la forma en la que yo veía la vida más allá de lo visible. El campo cuántico en el que son contadas las personas que flotan a la deriva, famélicas del saber, envenenadas por su propia impaciencia. –En cuanto a la música, es la expresión del alma. No hay que oír el sonido sin más alternativa que sumirse en lo que trata de decirnos. Póngase en el lugar del compositor y que su pena o su alegría sea quien cante alegóricamente esas complicadas notas, Sentirá como su espíritu se eleva por encima de las nubes, escapando, huyendo lejos. Convirtiéndose quizá en la briza del mar o el susurro del viento. ¿No es eso la libertad más hermosa que puede existir?- Hice una pausa rememorizando la última vez que hablé sobre ese tema –Y la verdad es, que como humanos desconocemos la libertad. Sabemos cuales son nuestras cadenas porque deseamos deshacernos de ellas, pero no se deje engañar, madame, si un día rompe una de estas creyéndose libre cuando en realidad sólo ha salido de una pequeña celda en un mundo ataviado con cárceles. Cruel, pero es la verdad porque al fin y al cabo, la idealización de nuestra ‘libertad’ es lo que nos hace seguir luchando, después de eso ¿Qué habrá?- Bajé la mirada –Pero no intentaré cambiar su pensamiento porque eso es lo que la hace diferente de mí, ¡imagine si todos fuésemos iguales!-
Sentí su brazo apoderándose de mío. La sorpresa se vio reflejada en mis orbes, pero el atrevimiento de la mujer sólo me hizo sonrojar, no de una forma vergonzosa debido a pensamientos impuros, era mucho más complicado que ello. Algo tan irracional que me hacía enfadarme conmigo misma, perdía el control de la situación y, por supuesto, eso estaba bastante mal. Palmeé su mano con la mía –Sus deseos son órdenes, si lo que quiere es escapar, entonces habrá que llevarla a donde su imaginación brinque como ninfa encantada entre las flores de un bosque en primavera- Le guiñé el ojo. No, esta vez no era coquetería -¿Qué prefiere cenar, algo exótico y de pronunciación extravagante o algún dulce panecillo con una bebida caliente? Honestamente prefiero lo primero y eso se encuentra en el circo. Oh, apuesto a que no ha estado en uno jamás, al menos no en uno como el de Paris. Hay de todo en ese tétrico lugar. Tal vez prefiera inclinarse por el parque de diversiones. No lo sé, incluso la taberna figura ser un buen lugar- Me mordí el labio inferior y canté una carcajada –No me juzgue por la edad, por favor. Si me lo permite, más adelante se dará cuenta que he vivido más de los años que mi rostro aparenta- Me encaminé hacia la salida atada a su brazo. Los sirvientes me observaron con desdén. Uno de ellos susurró mi carente tacto infantil lo cual les sorprendió en demasía, pero yo ya me había acostumbrado a que me señalase con el dedo.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
Su bello rostro mostraba sorpresa, aunque sus gestos no eran precisamente adecuados, pues se le notaba una especie de mueca, sus labios se habían inclinado en forma de reproche, pero ella no deseaba verse así, al contrario, buscaba mostrar la satisfacción del momento, del encuentro, y de lo que poco a poco conocía de Samantha D'Ancona. La esposa de Horst Neumann nunca había recibido explicaciones de nada, o tal vez sólo de las decoraciones que se le ponían en su casa, pues con ello buscaba poder recrear la sabiduría de los artistas y compartirlo a sus invitados, pero que, la mujer de rojos cabellos le diera explicaciones, y le hablara tanto, pero sobre todo fluido, la llenaba de regocijo, aquello era simple si, pero un detalle que no había tenido permitido. Sus sirvientes en Londres se dedicaban a asentir, negar, o hacer preguntas claves para su buena estadía en casa, y su marido sólo daba ordenes, sin decir del porqué o con que finalidad tenía que realizarlas. Era su primer día en Paris, ni siquiera llevaba veinticuatro horas en la ciudad, y Samantha le hacía ver el mundo de una manera distinta, la seriedad de la muchacha le parecía particular, pero no la tachaba como mala, le gustaba verla tan segura, tan imponente, hermosa pero sobre todo le encantaba ver la inteligencia que brotaba de sus labios. Esa jovencita era un diamante, uno que pocos tenían el valor de buscar y observar, o incluso pulir, y que, para su buena suerte, ella había tenido la dicha de topársela.
- Sus ojos han apagado el brillo cuando mis palabras salieron como agua de los manantiales, y lo comprendo, he sido una desconsiderada - Admitió, sin temor alguno, aquella mujer no negaba sus errores, al contrario, gracias a ellos era lo que en ese momento podía aclamarse como una señora aclamada de sociedad. Su primer error por ejemplo había sido casarse con Horst, pues su vida se había vuelto un verdadero calvario, lamentablemente ese error no podía ser corregido, de hacerlo, o intentarlo su vida se terminaría, y mucho más rápido que un suspiro, o incluso un parpadeo. - Desconsiderada por no valorar que usted es, pequeña mía - Le dio un golpecito tierno, y cariñoso en la punta de su nariz - Me ha compartido sus secretos, y ha expuesto lo que hay dentro de su recipiente - Eso último lo relacionaba con su cuerpo, ese que Dios les daba prestado según sus creencias religiosas, que en realidad poco a poco se estaba apagando. - Lamento mucho mi imprudencia, no me justifico, pero busco que comprenda que, estoy acostumbra a un mundo que se limita a estar en una pequeña jaula de oro - Finalizó, avanzado hasta que ambas ingresaron y se acomodaron en aquel carruaje.
- Si mi querida Samantha me recomida la comida exótica, entonces yo iré a un lugar así - Sonrió de forma amplia, la ventanilla que dividía el compartimento de los pasajeros, con la zona del chofer fue deslizada por sus alargadas y ya arrugadas manos. No eran muchas las arrugas en realidad, apenas se comenzaban a formar - Ya que usted es nuevo, y sabe de está ciudad caballero, deseo nos lleve al lugar que la señorita le indique, todo aquello que ella ordene debe ser acatado, porque esos son mis deseos, pero no sólo eso, también mis ordenes - Dejó en claro, su tono de voz era firme, pero al mismo tiempo delicado y dulce, como siempre lo había sido con todos aquellos que le hacían favores en la vida. Frauke Neumann veía las cosas de esa manera. Esos hombres que se dedicaban a servirles en el hogar eran los que ayudaban, sin ellos seguramente estaría vuelta loca por las exigencias de Horst, por eso los tratos tan buenos a ellos. Aunque claro no perdía la línea de señora-Servidumbre. Aunque quisiera entrar en más confianzas con ellos, eso era imposible, incluso los sirvientes lo sabían.
- Evidente es que no podemos hacer todo aquello que mencionas en una noche querida, pero al menos podemos empezar, tengo intenciones de conocer el circo, siempre me han dicho que está lleno de risas, colores, pero sobre todo niños, ¿Podríamos ir acaso? - Preguntó de forma tranquila, observando ahora no a ella, sino por las ventanillas de cristales que las puertas tenían. La ciudad le parecía pintoresca, muy diferente al lugar de dónde provenía. Dónde radicaba era extremadamente diferente, la mayor parte del tiempo estaba gris, al igual que su vida dentro de su gran mansión. - Circo, llévanos al circo - Su voz sonó alta, y bastante alterada por la emoción. - En ese lugar podremos comer un poco, y disfrutar, después buscaremos más comida - No pudo evitar sentirse contenta, un poco más de lo que estaba, en ese momento se otorgaba cosas que jamás pensaría llegaría a tener, se sentía afortunada, pero debía de tener en cuenta una cosa, su edad podría jugarle estragos más tarde, y debía estar atenta a ellos. Lo que Frauke no estaba notando es que se estaba dejando llevar, simplemente se sentía bien, como nunca, pero no notaba que estaba mostrándose diferente, que cadenas habían cedido por unos momentos, y que más tarde quizás lo lamentaría, pero al menos en ese instante, no pensaba en ello.
- Sus ojos han apagado el brillo cuando mis palabras salieron como agua de los manantiales, y lo comprendo, he sido una desconsiderada - Admitió, sin temor alguno, aquella mujer no negaba sus errores, al contrario, gracias a ellos era lo que en ese momento podía aclamarse como una señora aclamada de sociedad. Su primer error por ejemplo había sido casarse con Horst, pues su vida se había vuelto un verdadero calvario, lamentablemente ese error no podía ser corregido, de hacerlo, o intentarlo su vida se terminaría, y mucho más rápido que un suspiro, o incluso un parpadeo. - Desconsiderada por no valorar que usted es, pequeña mía - Le dio un golpecito tierno, y cariñoso en la punta de su nariz - Me ha compartido sus secretos, y ha expuesto lo que hay dentro de su recipiente - Eso último lo relacionaba con su cuerpo, ese que Dios les daba prestado según sus creencias religiosas, que en realidad poco a poco se estaba apagando. - Lamento mucho mi imprudencia, no me justifico, pero busco que comprenda que, estoy acostumbra a un mundo que se limita a estar en una pequeña jaula de oro - Finalizó, avanzado hasta que ambas ingresaron y se acomodaron en aquel carruaje.
- Si mi querida Samantha me recomida la comida exótica, entonces yo iré a un lugar así - Sonrió de forma amplia, la ventanilla que dividía el compartimento de los pasajeros, con la zona del chofer fue deslizada por sus alargadas y ya arrugadas manos. No eran muchas las arrugas en realidad, apenas se comenzaban a formar - Ya que usted es nuevo, y sabe de está ciudad caballero, deseo nos lleve al lugar que la señorita le indique, todo aquello que ella ordene debe ser acatado, porque esos son mis deseos, pero no sólo eso, también mis ordenes - Dejó en claro, su tono de voz era firme, pero al mismo tiempo delicado y dulce, como siempre lo había sido con todos aquellos que le hacían favores en la vida. Frauke Neumann veía las cosas de esa manera. Esos hombres que se dedicaban a servirles en el hogar eran los que ayudaban, sin ellos seguramente estaría vuelta loca por las exigencias de Horst, por eso los tratos tan buenos a ellos. Aunque claro no perdía la línea de señora-Servidumbre. Aunque quisiera entrar en más confianzas con ellos, eso era imposible, incluso los sirvientes lo sabían.
- Evidente es que no podemos hacer todo aquello que mencionas en una noche querida, pero al menos podemos empezar, tengo intenciones de conocer el circo, siempre me han dicho que está lleno de risas, colores, pero sobre todo niños, ¿Podríamos ir acaso? - Preguntó de forma tranquila, observando ahora no a ella, sino por las ventanillas de cristales que las puertas tenían. La ciudad le parecía pintoresca, muy diferente al lugar de dónde provenía. Dónde radicaba era extremadamente diferente, la mayor parte del tiempo estaba gris, al igual que su vida dentro de su gran mansión. - Circo, llévanos al circo - Su voz sonó alta, y bastante alterada por la emoción. - En ese lugar podremos comer un poco, y disfrutar, después buscaremos más comida - No pudo evitar sentirse contenta, un poco más de lo que estaba, en ese momento se otorgaba cosas que jamás pensaría llegaría a tener, se sentía afortunada, pero debía de tener en cuenta una cosa, su edad podría jugarle estragos más tarde, y debía estar atenta a ellos. Lo que Frauke no estaba notando es que se estaba dejando llevar, simplemente se sentía bien, como nunca, pero no notaba que estaba mostrándose diferente, que cadenas habían cedido por unos momentos, y que más tarde quizás lo lamentaría, pero al menos en ese instante, no pensaba en ello.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
Todo estaba mal. Mis pensamientos divagaron, pero mi cuerpo continuó ahí, escuchando con atención cada palabra que se escapaba de sus labios. Frauke era perfecta y sin embargo poseía un defecto. ¡Maldito infortunio que me atormentas con la tentación de un dios al demonio! Me resultaba un poco incómodo, pero no me había sentido tan atraída por una mujer mayor como con ella. Su sonrisa, sus ojos, sus manos, su cabello y el modo en el que me hablaba tan propia, con la educación de una reina, con ese destello en sus orbes de adorar masoquista su propio encierro con el ignoto marido. Me pregunté si mi vida sería igual de tormentosa que la de ella. No. La respuesta cayó sobre mi espalda dándome la desventaja de una aberración como lo es la homosexualidad. Me encogí de hombros, sonriendo a mi propia desdicha. ¿Por qué? En ocasiones una pregunta tan sencilla como esa, jamás tendría respuesta.
La calle se abría al frente del carruaje, el estruendoso sonido del galopar de los caballos, las ruedas corriendo a través de las baldosas en la calle, el sonido de los animales nocturnos, la música sobresaliente de los bares alrededor, el murmullo de las personas en los interiores y por qué, no? Incluso la carajada sorda de la luna en lo alto del cielo. Todo era poesía o eso hacía yo con los elementos que me rodeaban. Quería poder hacer odas en todo momento, significativas frases para regalar a quien se lo merecía y no a ese salvaje mundo aristocrático al que pertenecía. Esa es una parte de mí que nadie entendería por mucho que me conocieran. Siempre estaría al frente la extraña chica arrogante y aburrida que devora libros en la obscuridad de sus aposentos, pero no podría mostrarles a la inocente mujercita que cree poder alcanzar las estrellas del cielo para ofrecerlas en sacrificio a la mujer más hermosa de todas.
Me perdí, durante un largo periodo de tiempo me perdí. Sí, había escuchado a Frauke y asentido en algunas de sus afirmaciones así como contestado a las demás. La plática fue amena y no existía otro lugar en el que pudiese desear estar más que ahí, al frente de ella observando el celeste color de sus ojos. Sin embargo, la mente me traicionaba como a todo los humanos, jugó conmigo haciendo comparaciones absurdas y por segundo creí haber escuchado la voz de mi amada en las lejanías del bosque. ¡Ella no podía hacerme esto! Aseguró que deseaba mi felicidad más que nada, así que su rebelión no podría ser otra cosa más que un producto de mi imaginación. El carruaje se detuvo ¿A qué hora llegamos? ¿Qué fue lo último que ella había dicho? Sacudí la cabeza para concentrarme una vez más en Frauke. Carraspeé. Me era imposible no sentir esos celos hacia un hombre al que desconocía, pero el maldito era un afortunado y lo comprobé en el instante en el que bajamos del carruaje. Yo lo hice primero ayudada del mozo de la Señora Neumann, después lo hizo ella…
Todas las luces del circo, volaron desde las lámparas hasta las fibras de su cabello. Si antes me pareció hermosa, ahí frente a la multitud, las risas de los niños y los acentos extranjeros de los gitanos, ella parecía una Diosa. Me quedé sonriéndole como idiota, como un imbécil muchacho lo haría ante la mujer a la que está a punto de desposar. Pero yo no era un joven, mucho menos me casaría con ella, así que mí incorruptible educación me obligó a recomponer la postura. Quise extenderle la mano para ayudarla a bajar pero comprendí que sería inapropiado. –Hemos llegado- desvié la mirada hasta las carpas. Me aseguré de que ella estuviese en tierra y entonces la halé hacia mí –Tiene que probar el dulce de aquí, es sencillamente increíble- Fruncí el ceño –Tal vez no- Recordé que por lo regular las mujeres no comen ese tipo de cosas por miedo a perder la figura. Bagh. Para qué si la belleza se encuentra en las formas curvilíneas de su silueta y no en lo plano o llano de su cuerpo. -¿Ácido o dulce?- Pregunté. Necesitaba tener una referencia para poder arrastrarla hasta el lado de las golosinas del circo, golosinas que gustaban, comidas extravagantes que satisfacían ese deseo por lo extraordinario. Eso, es lo que a Frauke le hacía falta en su vida, un nuevo rumbo… yo se lo daría.
La calle se abría al frente del carruaje, el estruendoso sonido del galopar de los caballos, las ruedas corriendo a través de las baldosas en la calle, el sonido de los animales nocturnos, la música sobresaliente de los bares alrededor, el murmullo de las personas en los interiores y por qué, no? Incluso la carajada sorda de la luna en lo alto del cielo. Todo era poesía o eso hacía yo con los elementos que me rodeaban. Quería poder hacer odas en todo momento, significativas frases para regalar a quien se lo merecía y no a ese salvaje mundo aristocrático al que pertenecía. Esa es una parte de mí que nadie entendería por mucho que me conocieran. Siempre estaría al frente la extraña chica arrogante y aburrida que devora libros en la obscuridad de sus aposentos, pero no podría mostrarles a la inocente mujercita que cree poder alcanzar las estrellas del cielo para ofrecerlas en sacrificio a la mujer más hermosa de todas.
Me perdí, durante un largo periodo de tiempo me perdí. Sí, había escuchado a Frauke y asentido en algunas de sus afirmaciones así como contestado a las demás. La plática fue amena y no existía otro lugar en el que pudiese desear estar más que ahí, al frente de ella observando el celeste color de sus ojos. Sin embargo, la mente me traicionaba como a todo los humanos, jugó conmigo haciendo comparaciones absurdas y por segundo creí haber escuchado la voz de mi amada en las lejanías del bosque. ¡Ella no podía hacerme esto! Aseguró que deseaba mi felicidad más que nada, así que su rebelión no podría ser otra cosa más que un producto de mi imaginación. El carruaje se detuvo ¿A qué hora llegamos? ¿Qué fue lo último que ella había dicho? Sacudí la cabeza para concentrarme una vez más en Frauke. Carraspeé. Me era imposible no sentir esos celos hacia un hombre al que desconocía, pero el maldito era un afortunado y lo comprobé en el instante en el que bajamos del carruaje. Yo lo hice primero ayudada del mozo de la Señora Neumann, después lo hizo ella…
Todas las luces del circo, volaron desde las lámparas hasta las fibras de su cabello. Si antes me pareció hermosa, ahí frente a la multitud, las risas de los niños y los acentos extranjeros de los gitanos, ella parecía una Diosa. Me quedé sonriéndole como idiota, como un imbécil muchacho lo haría ante la mujer a la que está a punto de desposar. Pero yo no era un joven, mucho menos me casaría con ella, así que mí incorruptible educación me obligó a recomponer la postura. Quise extenderle la mano para ayudarla a bajar pero comprendí que sería inapropiado. –Hemos llegado- desvié la mirada hasta las carpas. Me aseguré de que ella estuviese en tierra y entonces la halé hacia mí –Tiene que probar el dulce de aquí, es sencillamente increíble- Fruncí el ceño –Tal vez no- Recordé que por lo regular las mujeres no comen ese tipo de cosas por miedo a perder la figura. Bagh. Para qué si la belleza se encuentra en las formas curvilíneas de su silueta y no en lo plano o llano de su cuerpo. -¿Ácido o dulce?- Pregunté. Necesitaba tener una referencia para poder arrastrarla hasta el lado de las golosinas del circo, golosinas que gustaban, comidas extravagantes que satisfacían ese deseo por lo extraordinario. Eso, es lo que a Frauke le hacía falta en su vida, un nuevo rumbo… yo se lo daría.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
El silencio ahora reinaba el pequeño compartimento del carruaje. Ella, la esposa del magnate Horst Neumann había decidido tener un medio de transporte bastante modesto, discreto, sencillo, sin demasiada seda, o incluso brillo. No buscaba llamar la atención de manera rápida, eso lo dejaría para cuando su marido llegara, por el momento mientras pasara inadvertida, o incluso cómo alguien un poco más baja de su verdadera categoría estaría agradecida. Ella buscaba y necesitaba de forma ferviente poder sentirse un poco más normal, un poco más humana. Se dio cuenta que alado de ese hombre nunca podría llegar a pasar eso, pero no había otra, ese seria su castigo, la cruz que debía de cargar, la penitencia dentro del gran pecado. Su único pecado: Casarse con él. De forma discreta, o quizás lo más disimulado posible que su educación le permitía, la observó a ella. Disfrutando de la variedad que Samantha daba al mundo, desde sus cabellos rojizos, hasta el color rosáceo de sus labios, desde su piel blanca, hasta el contraste del vestido que llevaba, toda ella era vitalidad, luz, juventud, y todo un futuro por delante. Se preguntó entonces ¿Qué habría pasado en la vida de Samantha para haber adquirido tales formalismos, y carencia de sonrisas? La sentía ahora parte de ella, y con el tiempo averiguaría.
Frauke notó que quizás podrían tener muchos puntos en común, así cómo algunos otros muy distintos, por ejemplo, hay situaciones que la vida te hace madurar, borrar los juegos de té para aceptar la posición que te ha dado tú familia, tu pareja, y el destino mismo, aunque éste sea maldito. El silencio, que en ocasiones se vuelve maldito, pues muchas veces va ligado a la soledad frívola, maldita. Esa que te apuñala cuando en realidad necesitas una simple caricia o gesto cariñoso, está vez simplemente era cómplice de pensamientos necesarios, del espacio personal que necesitaba cada una de las hermosas mujeres para poder comprender lo que se estaba viviendo y aprendiendo de ese encuentro. De esa situación. La rubia estaba segura, o más bien dispuesta a no dejar ir a su nuevo descubrimiento, y para nada estaba comparando a Samantha con un objeto, pero se dio cuenta que era un diamante en bruto, listo para ser apreciado, admirado, y amado por ella, pues sentía una gran necesidad de abrazarla, de dar ese amor que siempre guardó para poder entregárselo a alguien que sabía no se lo despreciaría, que por el contrario, estaría lleno de gratificaciones o incluso de un sentimiento mutuo.
- ¿Por qué limitarnos a lo dulce o a lo acido? - Ya de pie, frente a la carpa le sonrió, ni siquiera había notado demasiado el cambio del transporte a los pies, quizás la razón era que no lo estaba analizando cómo en otras ocasiones, pues en otro momento tendría que tener cuidado para no ser sancionada, aquí simplemente se estaba dejando guiar. Estaba fluyendo. - Recuerda que no estamos limitadas hoy, y aunque quizás más tarde pueda tener un dolor agonizante de estomago, prefiero eso a no disfrutar los riesgos y las emociones que conlleva el estar a su lado señorita, Samantha - Caminaban juntas, cómo viejas conocidas, cómo dos familiares, incluso cómo dos enamorados, aunque esa última comparación, simplemente era relacionado por la cercanía, y la confianza que habían cogido con rapidez. - Podemos, podemos, tengo ganas de probar de todo lo que hay en éste lugar - La pegó un poco más contra su cuerpo, y miró de un lado a otro. Observó colores, muchos, y la música proveniente del lado dónde los dulces se apilaban. Ya que fue lo más llamativo ante sus ojos, caminó con ella hacía ese lado.
Sus ojos se iluminaron de emoción. Se dio cuenta que muchas cosas de esas no las conocía, con la emoción de una jovencita volteó a ver a Samantha - Usted si sabe ser una buena guía, me pregunto ¿cuánto tiempo más puedo tener el privilegio de su compañía, y así conocer la hermosa ciudad de Paris? - Una de las mujeres que se encontraba detrás de los dulces, les sonrió, habló en un perfecto Frances, del que te das cuenta que, es nato, sin cambios, ni modismos que te hagan dudar de su procedencia. Comenzó a explicar cada uno, su consistencia, su elaboración, y Frauke no sabía que poder escoger - ¿Qué me recomiendas, Sam? Confió en tu buen gusto - Musitó, sin apartar la vista de aquella cantidad de cosas distintas.
Frauke notó que quizás podrían tener muchos puntos en común, así cómo algunos otros muy distintos, por ejemplo, hay situaciones que la vida te hace madurar, borrar los juegos de té para aceptar la posición que te ha dado tú familia, tu pareja, y el destino mismo, aunque éste sea maldito. El silencio, que en ocasiones se vuelve maldito, pues muchas veces va ligado a la soledad frívola, maldita. Esa que te apuñala cuando en realidad necesitas una simple caricia o gesto cariñoso, está vez simplemente era cómplice de pensamientos necesarios, del espacio personal que necesitaba cada una de las hermosas mujeres para poder comprender lo que se estaba viviendo y aprendiendo de ese encuentro. De esa situación. La rubia estaba segura, o más bien dispuesta a no dejar ir a su nuevo descubrimiento, y para nada estaba comparando a Samantha con un objeto, pero se dio cuenta que era un diamante en bruto, listo para ser apreciado, admirado, y amado por ella, pues sentía una gran necesidad de abrazarla, de dar ese amor que siempre guardó para poder entregárselo a alguien que sabía no se lo despreciaría, que por el contrario, estaría lleno de gratificaciones o incluso de un sentimiento mutuo.
- ¿Por qué limitarnos a lo dulce o a lo acido? - Ya de pie, frente a la carpa le sonrió, ni siquiera había notado demasiado el cambio del transporte a los pies, quizás la razón era que no lo estaba analizando cómo en otras ocasiones, pues en otro momento tendría que tener cuidado para no ser sancionada, aquí simplemente se estaba dejando guiar. Estaba fluyendo. - Recuerda que no estamos limitadas hoy, y aunque quizás más tarde pueda tener un dolor agonizante de estomago, prefiero eso a no disfrutar los riesgos y las emociones que conlleva el estar a su lado señorita, Samantha - Caminaban juntas, cómo viejas conocidas, cómo dos familiares, incluso cómo dos enamorados, aunque esa última comparación, simplemente era relacionado por la cercanía, y la confianza que habían cogido con rapidez. - Podemos, podemos, tengo ganas de probar de todo lo que hay en éste lugar - La pegó un poco más contra su cuerpo, y miró de un lado a otro. Observó colores, muchos, y la música proveniente del lado dónde los dulces se apilaban. Ya que fue lo más llamativo ante sus ojos, caminó con ella hacía ese lado.
Sus ojos se iluminaron de emoción. Se dio cuenta que muchas cosas de esas no las conocía, con la emoción de una jovencita volteó a ver a Samantha - Usted si sabe ser una buena guía, me pregunto ¿cuánto tiempo más puedo tener el privilegio de su compañía, y así conocer la hermosa ciudad de Paris? - Una de las mujeres que se encontraba detrás de los dulces, les sonrió, habló en un perfecto Frances, del que te das cuenta que, es nato, sin cambios, ni modismos que te hagan dudar de su procedencia. Comenzó a explicar cada uno, su consistencia, su elaboración, y Frauke no sabía que poder escoger - ¿Qué me recomiendas, Sam? Confió en tu buen gusto - Musitó, sin apartar la vista de aquella cantidad de cosas distintas.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
Allí, en medio de todo el espectáculo, se esconde el bufón tras una sonrisa. Hace reír a los niños y provoca bromas entre los adultos. Sus forma son variadas; su traje lleno de colores alegra la vista al corazón. Se mueve entre la genta dando sustos y compartiendo la felicidad de su actuación. Sí, todo era una farsa. Detrás de su mirada, debajo de la pintura en su rostro, se esconde una persona triste. Sabrá dios lo que le oculte al mundo y su razón por la cual se este secando las lágrimas en este justo momento. Él sólo sonreirá al ver venir a la gente, cantará, regalará flores y papeles de colores, pero nadie nunca sabrá que el bufón, esta triste. Así me sentía en ese preciso momento, tan cubierta de fachadas amargas que la gente logra ver con entusiasmo y jugarretas adolescentes. Me sentía atrapada en una nube llena de confusiones, ¿Cómo podía una mujer como Frauke, ser tan amable pese a la prisión que se ceñía en la obscuridad de su mirada? La pregunta fue hipócrita, ¿Cómo podía yo estar frente a ella deseando una cosa que jamás sería mía? La mirada se me ofuscó como el destello de las estrellas en el firmamento. ¡Ella me había abrazado! Su cuerpo se restregó junto al mío. Una acción inocente para su mente y bastante atrevida para la mía. No, no podía verla de diferente forma ¿Por qué? ¿Por qué mi cuerpo y mi mente me traicionaban de esa terrible forma? Tomé todo el aire que mis pulmones fueron capaces de absorber, suspiré y me puse de nuevo aquella tétrica máscara que, lo único que hacía era alejarme de la gente. Sí, me gustaba la soledad porque así no tendría que dar explicaciones de nada.
Escuché sus palabras y sonreí, no por compromiso si no porque esta vez mi cuerpo reaccionó ante su comentario. Me quedé observándola durante una fracción de segundo en la que me pregunté ¿Quién era el adulto ahí? ¿Ella con su completo porte de señora o yo con mi innecesario gusto por lo dulce? Hice una mueca. Siguiendo su paso, siempre esperando poder encontrar algo que le llamase la atención. Al final, nos dirigimos hasta un puesto de dulces. El olor me abofeteó el rostro y me causó malestar en el estomago. ¡Se supone que soy una niña y gusto de esas cosas! ¡Se supone que debo suplicarle a mi padre para que me compre uno, no importa que aumente una talla o quizá dos! ¡Se supone que soy yo quien debe estar gustosa de estar ahí y no ella! ¿Dónde había quedado mi infancia? No lo pude ver, pero sé que la mirada se me entristeció por completo al recordar un pasado bastante amargo como el sabor de la cerveza. –Sé que hay algunos caramelos con la combinación justa entre lo amargo del café y lo dulce del chocolate- Me encogí de hombros. No estaba muy segura de la combinación que mencioné pero sí de la existencia de esos dulces. ¡Debía haber alguno por aquí! –Si preguntamos, seguro alguien nos atenderá gustoso. ¿Cómo negarse a una bella dama como usted?- Sonreí. No mentía. Lo había notado a primera vista y, entre más tiempo pasaba con ella, me daba cuenta de su belleza. No sólo su físico era envidiable, su persona, su esencia, su alma…
-¿Eh?- Sacudí la cabeza. Me ensimismé tanto en mis pensamientos que sólo fui capaz de notar una palabra a su último comentario -¡¿Tiempo?!- Exclamé. Lo había olvidado por completo –Señor, disculpe… ¿Qué hora es?- Alcancé a un hombre de barba marcada y bastante regordete. Disfrutaba del circo junto a su familia. Fue algo curioso, por un segundo me recordé en un pasado que se encontraba bastante alterado, nubloso y lejano. –Un cuarto a las nueve, Madeimoselle- Mis ojos se abrieron como platos. No, no podía quedarme ahí y dejar pasar el único tren que me llevaría de regreso a donde mi hermano. Pero si me apartaba de Frauke corría el riesgo de perderla para siempre, definitivamente tampoco quería eso. Mordí mi labio inferior pensando, tratando de concentrarme en alguna forma de obtener ambas cosas sin arriesgarme a perder alguna. Sacudí la cabeza –Puedo estar para usted el tiempo que desee, cuando lo desee. Siempre y cuando me permita, esta noche regresar a la estación del tren. Mi hermano…- Se me apagó la voz en la última palabra. Tenía tantos deseos de verlo después de no haber sabido nada de él desde la tragedia ocurrida con mi amada Alice. –Yo… - Mis ojos se llenaron de lagrimas y sólo pude llevar las manos hasta mi rostro para cubrirme con ellas –Lo siento-
Escuché sus palabras y sonreí, no por compromiso si no porque esta vez mi cuerpo reaccionó ante su comentario. Me quedé observándola durante una fracción de segundo en la que me pregunté ¿Quién era el adulto ahí? ¿Ella con su completo porte de señora o yo con mi innecesario gusto por lo dulce? Hice una mueca. Siguiendo su paso, siempre esperando poder encontrar algo que le llamase la atención. Al final, nos dirigimos hasta un puesto de dulces. El olor me abofeteó el rostro y me causó malestar en el estomago. ¡Se supone que soy una niña y gusto de esas cosas! ¡Se supone que debo suplicarle a mi padre para que me compre uno, no importa que aumente una talla o quizá dos! ¡Se supone que soy yo quien debe estar gustosa de estar ahí y no ella! ¿Dónde había quedado mi infancia? No lo pude ver, pero sé que la mirada se me entristeció por completo al recordar un pasado bastante amargo como el sabor de la cerveza. –Sé que hay algunos caramelos con la combinación justa entre lo amargo del café y lo dulce del chocolate- Me encogí de hombros. No estaba muy segura de la combinación que mencioné pero sí de la existencia de esos dulces. ¡Debía haber alguno por aquí! –Si preguntamos, seguro alguien nos atenderá gustoso. ¿Cómo negarse a una bella dama como usted?- Sonreí. No mentía. Lo había notado a primera vista y, entre más tiempo pasaba con ella, me daba cuenta de su belleza. No sólo su físico era envidiable, su persona, su esencia, su alma…
-¿Eh?- Sacudí la cabeza. Me ensimismé tanto en mis pensamientos que sólo fui capaz de notar una palabra a su último comentario -¡¿Tiempo?!- Exclamé. Lo había olvidado por completo –Señor, disculpe… ¿Qué hora es?- Alcancé a un hombre de barba marcada y bastante regordete. Disfrutaba del circo junto a su familia. Fue algo curioso, por un segundo me recordé en un pasado que se encontraba bastante alterado, nubloso y lejano. –Un cuarto a las nueve, Madeimoselle- Mis ojos se abrieron como platos. No, no podía quedarme ahí y dejar pasar el único tren que me llevaría de regreso a donde mi hermano. Pero si me apartaba de Frauke corría el riesgo de perderla para siempre, definitivamente tampoco quería eso. Mordí mi labio inferior pensando, tratando de concentrarme en alguna forma de obtener ambas cosas sin arriesgarme a perder alguna. Sacudí la cabeza –Puedo estar para usted el tiempo que desee, cuando lo desee. Siempre y cuando me permita, esta noche regresar a la estación del tren. Mi hermano…- Se me apagó la voz en la última palabra. Tenía tantos deseos de verlo después de no haber sabido nada de él desde la tragedia ocurrida con mi amada Alice. –Yo… - Mis ojos se llenaron de lagrimas y sólo pude llevar las manos hasta mi rostro para cubrirme con ellas –Lo siento-
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
No fue muy difícil notar, que dentro de aquella mujer de entrados cuarenta años, existía un pequeño espíritu de niña que nunca había salido a la luz, en ese momento se dejaba ver, se asomaba dejando las cadenas a un lado, la anfitriona se había encargado de ser la llave de aquellos indestructibles candados. Si Horst Neumann estuviera ahí, seguramente tendría una mirada inquisitiva sobre su esposa, pero dado que todo aquel que estaba a su alrededor apenas y las volteaba a ver, no le importaba mucho el que dirán, o quizás le importaba de cierta manera. La rubia no podía olvidar que ya no era una niña físicamente, que tenía una vida sobre sus hombros para proteger de las habladurías. Era una extranjera visitando un nuevo país, sus rasgos la delataban, y aunque en ese momento no se sentía robando miradas, cualquier descuido podría ser catastrófico. La mujer no podía arruinar todo el primer día. Libertades estaba teniendo, pero estaba consiente que su esposo podría mandar a alguien para tenerla bajo la mira, alguien que ni siquiera le cruzaba por la cabeza. Aunque la mujer estuviera muy cómoda, no podía evitar tener tales pensamientos, bien dice el dicho "más vale prevenir que lamentar", y con su esposo los lamentos podrían ser catastróficos, no podía permitir futuros castigos.
La claridad de sus orbes iba y venía de un lugar a otro. Apreciaba los colores mezclados y vivos provenientes de la decoración del circo, notaba los colores extraños de la comida distintiva del lugar, visualizaba desde pequeños rostros, hasta facciones igual o más marcadas que las suyas, respecto a la edad, aquellas sonrisas que pasaban frente a ella le llenaban de regocijo, pero lo que verdaderamente llenaba a Frauke Neumann era su compañía: Samantha. Se dio cuenta que no la había observado por demasiada atención, eso le hizo sentir molestia, y al mismo tiempo vergüenza, sin duda una gran falta de respeto a la muchacha, que sin duda la había tratado mejor de lo que hubiera esperado en su arribo, mejor incluso que a la reina misma. De tener sus manos entrelazadas sobre su vientre, pasaron a tomar las manos delicadas y aun estiradas de la hermosa pelirroja. La señora de Neumann le sonrió de forma amplia, pero su sonrisa se desvaneció al notar los cristalinos ojos de la joven. Frauke sabía que aquella salida no podía ser tan perfecta, pues ella tenía una especie de maldición, y su felicidad duraba apenas pocos momentos. Su pecho se infló de preocupación. Sin duda no se estaría tranquila hasta volver a ver la sonrisa de la jovencita.
- Incluso la majestuosidad y el hermoso brillo de la luna se opaca al saber la tristeza que desborda su mirada, querida Samantha. - El hombre al que Samantha le había preguntado la hora se notaba muy asustado. Se disculpo con las mujeres y partió arriando con brusquedad a su familia para alejarlos del lugar. Frauke se preguntó ¿Qué secretos debía esconder aquel hombre para quererse alejar de aquella extraña situación? Pero sus pensamientos se desvanecieron al ver a "su" pequeña tan débil. El sonido de la música se desvaneció, no había nada en ese momento, sólo ellas. La rubia se acercó a Samantha pero ahora soltó sus manos, la abrazó con mucha fuerza, pero no sólo se quedó así, comenzó a caminar con la joven en aquel cálido abrazo. - Shttt - La calló en ese momento. - No sienta nada, sólo sienta lo que hay dentro de su corazón, si en su interior se encuentra el dolor, sáquelo, no lo deje adentro, no lo haga - Le repitió al oído, no la iba a dejar expuesta en ese lugar, la protegería de toda mirada y habladuría, aunque sabía que poco le importaba eso a la pelirroja.
- ¿Qué rumbo deseas tomar, Samantha? - Preguntó con aquel tono de voz aterciopelado, cálido, y al mismo tiempo preocupado. La condujo de nueva cuenta al carruaje, y el chofer ayudó a Frauke para poder subir a Samantha de vuelva al medio de transporte. Dentro de, soltó el abrazo pero no dejó de mirarla con suma curiosidad - Estás segura conmigo, dime ¿Qué es lo que te pasa? ¿Qué necesitas? Te daré todo aquello que este en mis manos, pero no llores querida mía, no llores que todo tiene solución, o algo parecidos una solución, pero si tú dolor te pide llorar, entonces seré paciente - Fue sincera, la mujer de entrada edad sabía de dolores, de espacios y silencios, lo sabía de memoria porque era lo que había vivido desde que contrajo nupcias.
La claridad de sus orbes iba y venía de un lugar a otro. Apreciaba los colores mezclados y vivos provenientes de la decoración del circo, notaba los colores extraños de la comida distintiva del lugar, visualizaba desde pequeños rostros, hasta facciones igual o más marcadas que las suyas, respecto a la edad, aquellas sonrisas que pasaban frente a ella le llenaban de regocijo, pero lo que verdaderamente llenaba a Frauke Neumann era su compañía: Samantha. Se dio cuenta que no la había observado por demasiada atención, eso le hizo sentir molestia, y al mismo tiempo vergüenza, sin duda una gran falta de respeto a la muchacha, que sin duda la había tratado mejor de lo que hubiera esperado en su arribo, mejor incluso que a la reina misma. De tener sus manos entrelazadas sobre su vientre, pasaron a tomar las manos delicadas y aun estiradas de la hermosa pelirroja. La señora de Neumann le sonrió de forma amplia, pero su sonrisa se desvaneció al notar los cristalinos ojos de la joven. Frauke sabía que aquella salida no podía ser tan perfecta, pues ella tenía una especie de maldición, y su felicidad duraba apenas pocos momentos. Su pecho se infló de preocupación. Sin duda no se estaría tranquila hasta volver a ver la sonrisa de la jovencita.
- Incluso la majestuosidad y el hermoso brillo de la luna se opaca al saber la tristeza que desborda su mirada, querida Samantha. - El hombre al que Samantha le había preguntado la hora se notaba muy asustado. Se disculpo con las mujeres y partió arriando con brusquedad a su familia para alejarlos del lugar. Frauke se preguntó ¿Qué secretos debía esconder aquel hombre para quererse alejar de aquella extraña situación? Pero sus pensamientos se desvanecieron al ver a "su" pequeña tan débil. El sonido de la música se desvaneció, no había nada en ese momento, sólo ellas. La rubia se acercó a Samantha pero ahora soltó sus manos, la abrazó con mucha fuerza, pero no sólo se quedó así, comenzó a caminar con la joven en aquel cálido abrazo. - Shttt - La calló en ese momento. - No sienta nada, sólo sienta lo que hay dentro de su corazón, si en su interior se encuentra el dolor, sáquelo, no lo deje adentro, no lo haga - Le repitió al oído, no la iba a dejar expuesta en ese lugar, la protegería de toda mirada y habladuría, aunque sabía que poco le importaba eso a la pelirroja.
- ¿Qué rumbo deseas tomar, Samantha? - Preguntó con aquel tono de voz aterciopelado, cálido, y al mismo tiempo preocupado. La condujo de nueva cuenta al carruaje, y el chofer ayudó a Frauke para poder subir a Samantha de vuelva al medio de transporte. Dentro de, soltó el abrazo pero no dejó de mirarla con suma curiosidad - Estás segura conmigo, dime ¿Qué es lo que te pasa? ¿Qué necesitas? Te daré todo aquello que este en mis manos, pero no llores querida mía, no llores que todo tiene solución, o algo parecidos una solución, pero si tú dolor te pide llorar, entonces seré paciente - Fue sincera, la mujer de entrada edad sabía de dolores, de espacios y silencios, lo sabía de memoria porque era lo que había vivido desde que contrajo nupcias.
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
Calor. Esa cálida sensación que vive en el regazo de los hombres. Mi infancia, mi adolescencia y la cruda juventud que me ha tocado padecer desde las sombras, en la lejanía de mi mente y en el claustro de mi propia alma; tras la muerte de mi amada, no había podido recibir el abrazo sincero de una mujer que se interesa en mí. Ni siquiera mi padre tuvo ese tipo de cercanía conmigo. Yo resulté ser una aberración para él, una mujer que no vale la pena si quiera al ser mencionada pero que aún podía sacarlo de su miseria. Fue de esta forma que aquel mimo sin señal de pertenecer a otra cosa más que una caricia protectora, se convirtió para mí, en una razón más por la cual adorar el dulce encanto de una mujer.
El mundo a mi alrededor se desapareció, no existía nadie más ahí que no fuese ella, que no fuese yo. La tranquilidad, el silencio, la calma. Las sensaciones se dispararon desde cada ángulo de mi cuerpo dirigidas hasta mi cabeza, me sentía extrañamente confundida pero de alguna u otra manera me gustaba esa sensación de calor que emanaba de sus brazos. Sonreí. No era la clásica carcajada arrogante que me caracteriza, tampoco la mofa ante la estupidez humana; en mi ademán se encontraba el último recuerdo de ella… de mi madre. La reacción fue ignota, pero yo sabía que si una madre ama a sus hijos y los protege con el alma, entonces un abrazo debería saber precisamente a eso… a ella, a Frauke Neumann.
Fueron mis manos las que rodearon el cuerpo de la señora, atrayéndolo hasta mí inconscientemente, la carencia de afecto en mi persona, obligó que el reflejo se activara por si sólo para sujetarme a ella como si estuviese a punto de caer en un abismo y sólo sus manos fueran la única salida a la fatídica muerte que me rodeaba. Sí, así me sentía. Aferrada a una esperanza que se escabulle como fantasmas errantes a través del destello en su mirada. Suspiré. Mis brazos se negaron a soltarla pero evidentemente todo debe tener un final. Quejoso, mi cuerpo se apartó de ella. Posé mis orbes azules en sus ojos llenos de ternura. ¡Maldición! ¡Me recordaba tanto a una madre que me hizo falta! Un nudo en la garganta se atoró impidiéndome la posibilidad de articular palabra alguna. Sus palabras no sólo lograron apaciguarme, sino que me marcaron la pauta para poder hablar de nuevo. –Dolor. ¿Cómo se saca realmente el dolor?- Pregunté con el ceño fruncido. No era dolor lo que sentía dentro de mi corazón. Mucho sufrí con la muerte de mi amada y la desaparición de Dante, pero la noticia de nuestro próximo encuentro, había alegrado mis días de pesadez, no podía ser dolor aquella sensación que se apoderaba de mí. Era la euforia de saber mi fracaso. No tomar el tren a la hora prevista para asistir a donde él me esperaría. Desilusión, derrota.
Me subí al carruaje de la señora prestando atención a sus comentarios de la mima forma en la que por primera vez escuchaba al impulso viajero de mis instintos. La conjunción de mi cerebro en toda esa treta, fue el plus que le dio una nueva idea a mi ya perturbado pensamiento. –La estación de tren. Aún puedo alcanzarlo- Me encogí de hombros. ¿Estaría abusando de la Señora Neumann? No me importaba si la respuesta era un sí o un no. La verdad es que sólo deseaba poder alcanzar aquel tren que me llevaría a donde Dante. Verlo después de tanto tiempo, saberlo vivo, tenerlo cerca para olfatear su cálido aroma varonil y enviarlo por ser lo que es. Sí, sólo quería volar a casa junto a él. –Sólo necesito volver a la estación de tren para partir inmediatamente a Toulouse. Allá me esperará mi hermano. Tengo demasiado tiempo sin verlo en incluso llegué a creer que estaba muerto- Me mordí el labio inferior al reconocer la causa de su partida. Mi culpa. La destrucción de la familia había sido mi culpa desde que mi madre falleció. Tragué saliva con un sabor amargo. –Sólo le pido me lleve a la estación y estaré en deuda con usted- Mi voz, la misma que me había abandonado segundos atrás, ahora se presentaba de forma suplicante.
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Re: Virtuosa paciencia {Privado}
Había sido un cambio completamente radical. Ya no era la Samantha altanera, segura, y ligeramente soberbia que había conocido en primer instancia. Ahora podía ver a una chica frágil, que se había desmoronado en muchas partes al igual que una pieza de un rompecabezas, quizás tardaría su tiempo volver a unirla, así se mostraría tan inquebrantable cómo siempre, la rubia estaba demasiado intrigada con el momento, ¿abría pasado algo muy malo para no continuar con esa agradable velada? Verdaderamente esperaba que no, y era por esa razón que de forma imaginaria comenzaba recoger las piezas que se caían se Samantha, así las uniría poco a poco en su momento, y las sellaría para que nadie pudiese lastimarla. La cosa era sencilla, Frauke no toleraba la infelicidad en las demás personas, podía aceptar la suya si, porque sabía que no tenía escapatoria, pero los demás, teniendo todo por delante debían replantearse la sola idea de sonreír o llorar, escogiendo siempre como opción la primera acción. Quizás en realidad el ser humano está empeñado por sufrir, pero ella no era quien para juzgar a Samantha, de hecho nadie lo era, porque no sabía que se escondía detrás de esos hermosos ojos decaídos.
A la mujer de rubios cabellos ya no le era tan acogedor estar en el carruaje, la cara de mortificación de Samantha le tenía el alma en un hilo, pero estaba segura de que le compensaría cada sufrimiento en su vida, incluso aunque el dolor que la joven no hubiera sido provocado por ella. Se sentía con la obligación, pero sobretodo con las ganas y el deseo de secar esas lagrimas de sangre. Quizás en el futuro lo terminaría haciendo, nadie le garantizaba lo contrario, además, siendo esposa de Horst Neumann, había adoptando algunas manías de él, una de ellas se trataba de que, si algo se le cruzaba por la cabeza, no descansaría hasta realizarlo, todo para ella se podía lograr en esa vida, menos el salir librada de las garras de su marido, tampoco podía simplemente evitar la muerte, todo lo demás si estaba en sus manos. Suspiró de forma profunda, ¿qué se suponía debía hacer? Por más que daba vueltas esa pregunta en su cabeza, no llegaba hasta la conclusión que le llenara el alma, o bueno, así paso durante el silencio de aproximadamente diez minutos, hasta que llegó a la conclusión correcta, y sintió que estaba por tomar la mejor decisión, más le valía a la pelirroja no negarse, o conocería a la señora Neumann verdaderamente irritada.
- Tranquila, no llegarás tarde a esa reunión - Aclaró mientras su cuerpo se inclinaba con delicadeza hacía enfrente, corriendo el pequeño cristal del carruaje, aquel que separaba al patrón del chofer, y que claro, la rubia tanto odiaba, comprendiendo incluso las leyes sociales y morales, toda esa estructura de poder, todo ese margen entre rico y pobre, ella poco toleraba el tratar como inferior a un ser humano. Para ella todo era igualdad, porque incluso ellos utilizaban sus manos para trabajar, y ella… Ella sólo se trataba de una mujer que debía pasar como la esposa modelo, que todo lo tuvo, y poco dio. Ni siquiera un hijo. - Lléveme al hotel - Le dijo con un tono serio, muy seguro. El hombre asintió, cambiando el rumbo al que se dirigían, Frauke tampoco debía estar tanto tiempo fuera, daba gracias que sus trabajadores la apreciaran demasiado, y le cubrieran esos detalles. Era como una adolescente cometiendo una travesura, pero claramente no tenía la edad, y no debía hacer cosas indebidas, una dama no actúa de tales formas.
- ¿No le teme a los trenes a estás horas? Mi marido me los prohibe, por lo regular son horarios dónde hombres salen de sus trabajos, hombres sedientos de muchos placeres poco a propinados, y no le permitiré ir así. Se llevará mi carruaje, podrá disponer de él en el tiempo que se encuentre con su hermano, si cree que se extenderá demás, le recomiendo mandar en un tren en plena luz del día a mi chofer, porque incluso él es valioso y no lo expondría, el medio puede quedárselo hasta su segrego, me sentiré más segura así - Le aclaró sonriendo - Quizás tarde unas dos horas o tres más de lo normal, pero irás cómoda, segura y yo tendré la seguridad de que estarás bien - Le sonrió de forma cálida. - No estoy dispuesta a recibir un No de por medio, Samantha - Comentó con firmeza, el carruaje ya se había tenido frente al hotel.
A la mujer de rubios cabellos ya no le era tan acogedor estar en el carruaje, la cara de mortificación de Samantha le tenía el alma en un hilo, pero estaba segura de que le compensaría cada sufrimiento en su vida, incluso aunque el dolor que la joven no hubiera sido provocado por ella. Se sentía con la obligación, pero sobretodo con las ganas y el deseo de secar esas lagrimas de sangre. Quizás en el futuro lo terminaría haciendo, nadie le garantizaba lo contrario, además, siendo esposa de Horst Neumann, había adoptando algunas manías de él, una de ellas se trataba de que, si algo se le cruzaba por la cabeza, no descansaría hasta realizarlo, todo para ella se podía lograr en esa vida, menos el salir librada de las garras de su marido, tampoco podía simplemente evitar la muerte, todo lo demás si estaba en sus manos. Suspiró de forma profunda, ¿qué se suponía debía hacer? Por más que daba vueltas esa pregunta en su cabeza, no llegaba hasta la conclusión que le llenara el alma, o bueno, así paso durante el silencio de aproximadamente diez minutos, hasta que llegó a la conclusión correcta, y sintió que estaba por tomar la mejor decisión, más le valía a la pelirroja no negarse, o conocería a la señora Neumann verdaderamente irritada.
- Tranquila, no llegarás tarde a esa reunión - Aclaró mientras su cuerpo se inclinaba con delicadeza hacía enfrente, corriendo el pequeño cristal del carruaje, aquel que separaba al patrón del chofer, y que claro, la rubia tanto odiaba, comprendiendo incluso las leyes sociales y morales, toda esa estructura de poder, todo ese margen entre rico y pobre, ella poco toleraba el tratar como inferior a un ser humano. Para ella todo era igualdad, porque incluso ellos utilizaban sus manos para trabajar, y ella… Ella sólo se trataba de una mujer que debía pasar como la esposa modelo, que todo lo tuvo, y poco dio. Ni siquiera un hijo. - Lléveme al hotel - Le dijo con un tono serio, muy seguro. El hombre asintió, cambiando el rumbo al que se dirigían, Frauke tampoco debía estar tanto tiempo fuera, daba gracias que sus trabajadores la apreciaran demasiado, y le cubrieran esos detalles. Era como una adolescente cometiendo una travesura, pero claramente no tenía la edad, y no debía hacer cosas indebidas, una dama no actúa de tales formas.
- ¿No le teme a los trenes a estás horas? Mi marido me los prohibe, por lo regular son horarios dónde hombres salen de sus trabajos, hombres sedientos de muchos placeres poco a propinados, y no le permitiré ir así. Se llevará mi carruaje, podrá disponer de él en el tiempo que se encuentre con su hermano, si cree que se extenderá demás, le recomiendo mandar en un tren en plena luz del día a mi chofer, porque incluso él es valioso y no lo expondría, el medio puede quedárselo hasta su segrego, me sentiré más segura así - Le aclaró sonriendo - Quizás tarde unas dos horas o tres más de lo normal, pero irás cómoda, segura y yo tendré la seguridad de que estarás bien - Le sonrió de forma cálida. - No estoy dispuesta a recibir un No de por medio, Samantha - Comentó con firmeza, el carruaje ya se había tenido frente al hotel.
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