Alegria para el corazón [Thibaut]

La mañana había comenzado mucho antes de la salida del sol, cuando la obscuridad reinaba aun sobre las calles parisinas y la luna y las estrellas se esforzaban por prevalecer unos instantes más como todopoderosas del firmamento. Había buscado un callejón, uno diminuto y consumido totalmente por la penumbra y , sin más, se había despojado de sus prendas para emprender un nuevo camino como el ruiseñor que adoraba ser, porque encerrada en aquel diminuto y frágil cuerpo seguía poseyendo una voz.

Vatio alas con rapidez, pasando sobre tejados, entre paredes de piedra laja y matorrales que con sus espinas acariciaban su cuerpo como si intentasen hacerle saber que con un descuido y capricho del viento prometían algo peor. Un destino atroz, sin embargo nunca había llegado a sus oídos la noticia de un ruiseñor muerto por una espina de un matorral, nunca enredados entre los arbustos y mucho menos atragantados por el trigo. De tal modo que no le preocupaban los peligros que acechaban en derredor, no ahora que debía llegar antes de la salida del sol.

No supo con certeza el tiempo que tardo más podía asegurar que cada día se hacía menor, se alisto con su diminuto cuerpo en la cornisa de la ventana y con una ojeada al firmamento, justo cuando el arrebol inundo los cielos y las nubes se pintaron de oro y fuego comenzó con un canto magistral nunca mejor entonado. El motivo de aquella acción se limitaba a un gesto de agradecimiento que no supo de que otra manera concretar. Aquello, sin embargo, parecía perfecto aunque debería desistir si comenzaba a percatarse que sus arribos no causaban sino molestia.

En aquellos instantes, sin embargo, se encontraba andando entre un mar de gente que intentaban, al igual que ella, comprar algunas frutas al mejor postor, algunas piezas de pan y trozos de carne más no de la mejor calidad. Se abría paso entre el gentío con un vestido de su confección, sin vuelo alguno y con un escote tan poco pronunciado que cualquier podría pensar que se trataba de una mujer de convento y castos votos de santidad. Llevaba consigo una bolsa de tela con manzanas, papas y nueces de temporada.

El olor del pan escarchado con azúcar y nata le obligo a detener su andar, deleitarse por unos segundos con lo que prometía ser un mangar. No se quejaba en lo absoluto de la comida que tenia junto a los del circo, no faltaba nunca alimento ni algo de beber, se daban sus lujos comprando carne y quesos más eso no implicaba que pudieran darse el esplendor de comprar aquella clase de deleites que ahora lucían a tentación. Suspiro para sus adentros alejándose aun en contra de lo que su estomago le gritaba con fuerzas y desesperación.

-¿Una probada madeimoselle?- grito el vendedor a sus espaldas, con la mano estirada y un trozo de pan residiendo entre sus dedos. Detuvo su andar girando con rapidez sobre sus talones para aceptar aquella ofrenda sin pensarlo dos veces, no gustaba de caridad pero ¿Cómo negar una alegría para el corazón? -¿Qué opina la joven al respecto?- y si el hombre planeaba escuchar su opinión aguardaría un milenio antes de escucharle decir nada. Viviane se limitó a sonreír, asintiendo energéticamente mientras se limpiaba los restos de azúcar del mentón.

Si alguna vez le mencionaba a Basile que últimamente un ruiseñor había escogido su ventana para entonar sus melodías y que cada mañana se estaba despertando con aquel sonido, con una sonrisa en su rostro, suponía que las bromas no pararían en meses. Imaginaba chistes, y hasta apodos. 'Princesa' era el primero que llegaba a su mente. Pero estaba feliz. ¿Cuánta gente en París podía decir que sus mañanas comenzaban con uno de los sonidos más hermosos que la naturaleza tenía para ofrecer? Aquello ponía una sonrisa en su rostro desde el primer momento de su día y siempre que siguiera pasando, iba a dejar un resquicio de su ventana abierto como una señal que los cantos de esa pequeña ave eran muy bienvenidos. Ahora se alegraba de haber espantado a esos chiquillos que le tiraban piedras a otro ruiseñor hace un par de días en el bosque, porque cualquiera que pudiera apreciar la música que producían, consideraría un crimen quitarle la vida a uno solo por diversión.

Y con esa sonrisa tan característica del chico, potenciada por la música matutina, se adentró en el centro de París. Como era costumbre, todos los sábados (y algunos días de la semana, aunque no sabía cuales ya que tenía clases) una gran cantidad de puestos se concentraban en alguna calle parisina. Nunca era la misma, y nunca eran siempre los mismos puestos. Desde ropa hasta muebles viejos, pasando por puestos de verdura y carne, de telas y nueces. Incluso, hasta el ocasional puesto de licores caseros podría encontrarse. A Thibaut le fascinaba pasearse por ahí, aunque no lo hacía muy a menudo. Las grandes concentraciones de gente nunca le habían sentado demasiado bien, aunque las conversaciones y los ruidos de tanta gente tan diferente a él siempre le habían llamado la atención. Estaba usando uno de los atuendos más casuales que tenía, odiaba llamar demasiado la atención. Por supuesto que lo haría si es que se vestía con las mejores ropas que poseía. Sin embargo, ahora igual se notaba una diferencia, y había gente que se salía de su camino con solo mirarle el rostro. Aquello lo incomodaba aun más que las multitudes, pero no podía hacer nada al respecto. Imposible convencer a tantas personas de que en realidad no era necesario que lo miraran como si fuera a quitarles todas las compras que habían hecho. Si, sabía que algunos capataces eran despiadados, pero no toda la gente con dinero era así. Aunque era una tendencia que iba peligrosamente en aumento.

El francés había comprado una manzana que se veía particularmente apetitosa, y mientras le daba un mordisco, fue a dar a la parte del mercado en donde se concentraban las panaderías, con aquellos pasteles tan deliciosos. El olor de todos esos dulces podía sentirse desde lejos y si Thibaut no se encontrara ya comiendo la fruta, habría comprado algo para él. Pero algo más llamó su atención: una delgada chica que miraba los panes escarchados como si fueran algo totalmente inalcanzable. La había visto antes en el mercado, y si su memoria no le fallaba, le había regalado una naranja una vez. Le hizo una seña al dueño del puesto, y entregándole una moneda que valía más de lo que los panecillos costaban, le pidió si le podía entregar uno a la escuálida muchacha que ya se iba alejando.

Quería pasar desapercibido, pero en el momento en el que el tendedero le preguntó que le parecía el dulce y ella asentía de forma tan vigorosa, no pudo más que soltar una risa de puro gusto. No costaba nada darle una alegría así a alguien, aunque no lo conociera y era una sensación fantástica. Y si podía repetirlo, ¿por qué no lo iba a hacer?

Sus parpados se abrieron un palmo más de lo usual al escuchar aquella melódica risotada emerger de labios de alguien extrañamente cercano a ella. Giro con lentitud y curiosidad solo para encontrarse entonces con un rostro que ya conocía, el arrebol no tardo en subir a sus mejillas y encontrar hogar. ¿La reconocería acaso como el ruiseñor que salvo y aquel que constantemente le despertaba en las mañanas? “No seas absurda, claro que no” pensó negando para sus adentros intentando con aquellos pensamientos convencerse a sí misma que sus encuentros era solo casualidad, azares del caprichoso destino que decidía ponerlos en el mismo lugar. ¿O era acaso que el joven solía ayudar a los necesitados? Casi lo podía apostar.

Observo sus vestimentas con rapidez y de haber seguido en su natal seguramente hubiese hecho una vaina formal, sin embargo, con los modales que los circenses le enseñaban aquello luciría impropio, exagerado y hasta peyorativo. Abrió los labios con rapidez mas sonido alguno emergió, tenía que comprender que solo conocería su voz como el canto de un animal. El vendedor le entrego lo que quedaba del pan a Viviane mientras escondía con disimulo la moneda que el joven de ostentosa vestimenta le había entregado pues, aunque intentase no destacar entre los demás era como pedir no distinguir un pura sangre de entre mulas y mestizos.

Viviane acepto el pan con una sonrisilla que denotaba el gusto por el mangar, y sin pensarlo dos veces esta lo ofreció a su vez al joven Thibaut de quien poco o nada llegaba a conocer “¿Quieres?” pensó, como una mala costumbre de hablar en su interior todo aquello que ansiaba por emerger de sus labios y que al final quedaban sepultado en un silencio prolongado. Como si en algún momento fuese a ser capaz de desarrollar alguna habilidad que le permitiese comunicarse con los demás por cualquier otro medio que no fuese el habla usual “Esta realmente bueno”.

Se acomodo la bolsa al hombro recordado que aun tenía compras por hacer para la comida de aquel día. Aunque acostumbraban ser cenas puesto que muchos de los artistas que exponían sus habilidades bajo la carpa no podían, a falta de conciencia, ingerir alimento alguno antes de su acto. Sobre todo no los contorsionistas, ella, sin embargo, podía comer a gusto de hora aunque en los últimos días había pasado gran tiempo intentando adiestrar a los diversos animales que el circo traía. Los gansos, eran siempre su espectáculo preferido pues le seguían de un lado a otro como fieles soldados de blanco traje.

Observo en derredor pidiéndole con un gesto de la cabeza acompañarla en su trayecto por el mercado, quizás pensaba que era una joven tímida, le había ocurrido ya o quizás pensaría que se creía demasiado superior como para gastar su voz. Había atravesado ya ambas criticas con anterioridad, y casi podía asegurar que prefería ser insultada y maldecida antes que intentar ser seducida e inducida a hablar “Todavía queda mucho por comprar”.

Agradecía que el vendedor no le hubiera delatado, aunque su risa había hecho lo mismo. Las callejuelas en donde ubicaba el mercado estaban más llenas que nunca, pero lo que ahora llamaba su atención era la divertida manera en que el color llenaba las mejillas de aquella joven tan delgada. De reojo vio como su vendedor cómplice iba a atender a otras personas que miraban sus manjares, y dio un paso en dirección a la muchacha. Pareciera como si quisiera hablarle, pero las palabras no salían de su boca. ¿Pudiera ser una timidez desmedida la que no permitía que las palabras se formaran al dirigirse a él? ¿O quizás es que no podía? Quizás alguna infección de la garganta era la que le impedía vocalizar sus intenciones, podían llegar a ser increíblemente dolorosas cuando no se trataban a tiempo.

-Hola- le saludó, buscando la forma de destruir aquel impedimento, si es que tal era la timidez de la chica. Con un gesto amable rechazó el ofrecimiento para compartir el panecillo, el podría comprarse otro y ella parecía estar disfrutándolo en demasía. ¿Quién era el para negarle el resto? -No te preocupes, yo ya tengo un dulce- agregó, mostrando la manzana a medio comer que aun llevaba en la mano. Si, podría ser que el invierno tuviera muchas desventajas, pero uno de los privilegios era poder disfrutar de las manzanas. Una de sus frutas preferidas, en el Château d'Beaudelaire habían muchísimos manzanos de los que podía consumir la fruta cuanto quisiera. Y a falta de sus queridos árboles frutales, acudía al mercado de París.

Observó con atención el gesto de la muchacha, esperando que de algún momento a otro empezara a usar su voz para comunicarse. Aquello lo ponía algo ansioso, ya que el siempre se había interesado mucho por lo que los demás tenían que decir. Por mucho que fuera su padre o algún criado, su capacidad de escuchar no vacilaba. Y por eso es que el hecho de que la muchacha no dijera nada lo ponía en una situación algo extraña. El jamás acaparaba toda la conversación si es que podía evitarlo.

-¿Quiere que la acompañe?- le preguntó, sin que su sonrisa flaqueara. El gesto de la cabeza parecía confirmarlo. -Sería un placer, pero por favor, déjeme ayudarla con sus bolsas- siguió diciendo. Extendió una mano para que pudiera confiarle lo que llevaba al hombro, esperando que su apariencia fuera lo suficiente de confianza para que no dudara de sus intenciones. Y ahora el mayor dilema que tenía era que, como parecía no poder hablar, no tenía idea como podría averiguar su nombre.

Observo la manzana a medio comer que el joven sujetaba entre sus dedos y a la cual se refería como un dulce. A su paladar el sabor de las manzanas era más bien jugoso y hasta acido, incitándola a aquellos gestos que torcían su rostro de forma atroz. Engullo otro pedazo del pan limpiándose las migas con rapidez, quizás tenía tiempo viviendo en el circo y había aprendido algunas mañas y modales nada dignos de una dama. Sin embargo, su madre le había educado siempre en la rectitud de los modales “No hace falta vestir joyas para tener educación” eso, era algo que su madre había repetido un trillar y más de veces.

Asintió consecutivamente a su pregunta, con una diminuta sonrisa que era mezcla de la compañía y el manjar, del precioso día y algo más “No hace falta” pensó, observándole con fijeza. Aunque, al parecer el hombre jamás recibió su mensaje pues su mano seguía extendida en su dirección, en espera de recibir el bolso para cargar con él. Observo su mano con recelo, y de ser alguien más seguramente hubiese terminado girando sobre sus talones para proseguir con su andar ¿Cómo desconfiar de quien le había salvado la vida? ¡Y él ni siquiera lo sabía! Dejo la correa de la bolsa sobre su mano sabiendo que no pretendía huir estando una vez en su posesión. Para alguien de su estatus una bolsa con frutas no era de relevante valor cuando en muchos casos ellos financiaban los huertos que las producían.

-Gracias- articulo con los labios sin llegarlo a pronunciar. Pocas veces se molestaba en hacer entender a los demás su situación pues resultaba tedioso tener que lidiar con las reacciones de cada quien. La primera vez que se había confesado con alguien la mujer casi rompía en llanto y le termino regalando un puñado de semillas para cultivar. La segunda ocasión el hombre se había aterrado, su nerviosismo fue tal que la conversación se termino solo unos segundos después. Las demás veces las había dejado de contar pues en su mayoría eran reacciones como aquellas ¿No lograban comprender que lo que necesitaba era sentirse normal?

Sujeto la manga de su camisa tirando de ella con suavidad, para abrirse paso entre el mar de personas que como embravecido oleaje se movían en todas direcciones “Por aquí” pensó, escuchando como los mercaderes y negociantes gritaban a viva voz sus ofertas a su ahora acompañante. Pensando quizás que podrían subirle los precios a él y así, conseguir comer un poco más en aquella ocasión. Viviane se movía ligera, con una mano sujetando la manga de Thibaut (solo por la vergüenza que imponía sujetar su mano) y la otra aferrada al panecillo. Aquel lugar, se sentía como su hogar.

El sonido de las herraduras de los caballos altero a la población aunque, más que salir corriendo se limitaba a abrir camino a tan prominente ser. Los hombres que iban montados sobre sus lomos llevaban en las cujas lanzas y estandartes de la patria nación y se engrandecían entre la gente que les restaba atención. Caminar se volvía por ende una labor más difícil de realizar.

Quizás la muchacha se hubiera demorado un poco más en entregarle su bolsa que si hubiera confiado en él totalmente, pero aun así terminó depositando su confianza en Thibaut. Esto hizo que el francés le dedicara una gran sonrisa. Pero en el momento en que vio como sus labios formaban la palabra 'gracias', casi dio un salto de la impresión. Aquello había sido lo más cercano a una palabra que le había sacado a la chica, y podría significar que estaban avanzando. Aunque todavía no podía asegurar si es que había hablado tan bajo que con el bullicio de la gente no había alcanzado a escucharla o si solo había articulado con los labios, sin producir sonido alguno. Se acercó un poco más a ella por si acaso no hubiera sido capaz de oírla, pero ninguna otra palabra se pudo escuchar de su parte.

Se colgó la bolsa de la chica al hombro para poder estar algo más cómodo, y justo cuando le daba otro mordisco a su manzana, sintió el tirón en su manga. Ahogando una risa, se dispuso a seguir a la misteriosa muchacha mientras sorteaban a la gente que se apretaba en torno a los diferentes puestos del mercado. Los gritos de la gente, los vendedores con sus ofertas y los compradores con sus regateos, llenaban el aire invernal y le daban un ambiente muy ameno a aquel lugar. Bueno, por lo menos a Thibaut le gustaba, le daba energía.

Sus reflexiones sobre el ambiente de la calle fueron interrumpidas por el sonido de cascos de caballos que se aproximaban desde un retorcido callejón, en donde también habían puestos. El espacio se veía reducido de gran manera, así que a los transeuntes no les quedaba otra opción que apartarse e incluso tener que pegarse a las paredes para no recibir la coz de un caballo irritado. Cuando se acercaron hacia donde ellos estaban, Thibaut puso una mano en el hombro de la chica a la que acompañaba y con un gesto protector, la apartó del camino, casi como si quisiera protegerla de los empujones con su cuerpo. La calle por donde andaban era bastante estrecha y estaba muy llena de gente, por lo que las personas se apretujaban a su alrededor, tratando de evitar a los caballos. Habían quedado bastante cerca el uno del otro, y con una ligera risita y su perenne sonrisa, le dijo: -A propósito, mi nombre es Thibaut Beaudelaire-.

Rezaba a todos los dioses existentes de cada religión por que aquellos hombres no hubiesen conocido al anterior, aquel que la había delatado con los inquisidores y el único culpable de la muerte de su madre. Además de su propia culpa por no haberse logrado contener, por haberle permitido a un hombre de la ley estar presente en una de sus transformaciones, el miedo la había cegado y el horror se había apoderado de cada ápice de su ser. No se intentaba excusar, sin embargo, de las decisiones fatales que había llegado a tomar pues de cualquier manera todo estaba hecho ya.

Termino, por un motivo que no logro comprender, falta de todo espacio vital, con las palabras del joven llegando fuertes y claras hasta el corazón de su oído con una extraña proximidad “Lo sé” ¿Cómo explicarle que había escuchado pronunciar su nombre en una de las tantas veces que asistió a su morada en la piel del ruiseñor. Porque una vez algo había acunado en su oído su memoria no lo dejaba partir jamás, arrebujado en algún punto de sus recuerdos junto a otras tantos más. Torció los labios llevando su dedo índice hasta sus labios, los abrió y después negó “No puedo hablar, no puedo hablar” si su mirada pudiese transmitir sus palabras dirían con claridad lo que pensaba.

Quería poder decirle que se llamaba Viviane y Balloch era su apellido, que no había nacido en París pero que llevaba algunas semanas viviendo ahí. Que podía encontrarla en el circo algunos días de domadora y otros más como bailarina o costurera aunque, posiblemente pronto tendría que renunciar a aquella vida por la manera casual en que cualquier la podía ver, era mejor, mantenerse en el anonimato. ¡Deseaba contarle que había salvado su vida! Quería explicarle su dolor, compartir su gratitud, duplicar sus alegrías. Y a cabio lo único que recibía de todos esos anhelos era una palabra ausente, un siseo en su interior.

Aguardo a que la multitud regresara a sus labores, a su flujo continuo por las calles para continuar caminando “Dime algo que no sepa” sonrió para sus adentros terminado con el pedazo de pan que residía aun en sus dedos, si apresuraban su andar quizás conseguirían ver a los gitanillos que se encontraban en algunas esquinas más allá. Los había visto días atrás, con faldas cortas y gracioso andar, parecían apenas y rozar

La gente que los rodeaba no tardó el volver a su ajetreado andar luego de que los caballos pasaran a su lado. Por lo menos nadie había recibido la coz airada de alguno de los caballos, lo que siempre era algo digno de celebración. Los gestos de la muchacha habían confirmado lo que alguna vez pasó por su mente, que no podía hablar. Si era muda de nacimiento o si por alguna decisión del destino, esa aflicción habría llegado mucho después, Thibaut no llegaría a saberlo. Pero esa revelación hizo que quisiera buscar con premura alguna solución para aquel impedimento. Si tan solo supiera ese lenguaje de señas que algunas personas ocupaban para comunicarse con los impedidos del habla, las cosas serían muchísimo más fáciles. Sin embargo, tendría que valerse de su habilidad para descifrar los gestos y miradas de la pequeña que tenía al frente.

Sin dejar de seguirla, animado por la pequeña sonrisa que había esbozado, continuaron su camino. Al francés le daba la ligera impresión que esa sonrisa se debía a algún secreto que la chica dominaba y que no podía compartir. E incluso si pudiera, no estaba tan seguro de que quisiera hacerlo. Habían algunos conocimientos que se disfrutan de mejor manera en privado.

-Si tan solo hubiera alguna manera de que me pudiera decir su nombre- comentó, más para si mismo que para la chica que iba delante de él. Aun cuando supiera escribir, no estaban en una situación que les permitía detenerse en la mitad de la adoquinada calle y ponerse a buscar algún pedazo de papel que llevaran encima. -No creo que tenga demasiada suerte tratando de adivinarlo- agregó, soltando una pequeña risita. Había millones de posibilidades, las que aumentaban exponencialmente si es que no era oriunda de Francia. Últimamente había conocido tantos extranjeros en París que algo así no le extrañaría para nada.

Doblaron una esquina y llegaron al frente de un puesto de frutos secos. Thibaut sonrió ante la perspectiva de dátiles de aquellas lejas tierras que describían las fábulas que su institutriz le había contado cuando no tenía más de seis años. Le hizo un gesto a la castaña para que lo esperara y compró una bolsita de papel marrón llena de estos frutos secos. De manera impaciente, deshizo el bonito arreglo que la cerraba y se llevó un par de dátiles a la boca. ¡Exquisitos! Tan como los recordaba. -¿Quiere? Son muy ricos- le ofreció a su acompañante, alargándole la bolsa para que pudiera sacar con más facilidad. Con la otra mano agarró la bolsa de víveres y se la acomodó mejor en su hombro. Su padre hubiera puesto el grito en el cielo si lo viera en ese momento, pero el había ido a París a estudiar leyes y a aprender sobre la vida y la sociedad. Y vaya que estaba aprendiendo.

Las palabras de Thibaut llegaban como ecos distorsionados hasta sus oídos por el barbullo de alrededor, distinguía algunas vocales y entonaciones en su hablar más ninguna de las dos oraciones con claridad. Había dicho algo relacionado con la suerte y nada más que aquello podía asegurar sin temor a errar. Comenzó a cuestionarse internamente cual sería la gracia en la compañía de alguien que no puede hablar, ella misma no había tenido el gusto de conocer a un igual y por ende no tenia manera de comprender el motivo por el cual aquel hombre había aceptado a seguirla entre la multitud con su bolso al hombro y ninguna contestación.

No supo con certeza en qué momento el joven dejo de andar y se percato de ello algunos pasos más allá, los cuales tuvo que regresar. Extendió la mano introduciendo sus dedos en la diminuta bolsa para sacar uno de aquellos frutos secos que provenían de tierras remotas y lejanas. Se deleito con la textura unos segundos solo para después atreverse a partirlo por la mitad de un bocado del que después se avergonzó. Los circenses solían mascar con la boca abierta y aunque sus prendas nunca terminaban sucias el chuparse los dedos más que una opción o deleite se volvía una necesidad. Sus parpados se abrieron un palmo más de lo usual por el extraño tacto del fruto contra su paladar y sobre su lengua.

Termino el diminuto y extraño fruto pensando en el largo viaje que los comerciantes debían hacer para permitirse el lujo de traerlos a París “La carne Viviane, si no la compras nadie comerá” meneó la cabeza y de haber sido aquel pensamiento un ser tangible habría caído de su cabeza a perecer sobre el suelo a sus pies, un diminuto hombrecillo que dictaminando sus deberes robaba la gracia del momento. Sus parpados se abrieron nuevamente y esta vez no fue producto del fruto seco, la cantiga de los gitanos comenzaba a inundar las calles del lugar, se movía entre los cuerpos de las personas, rozando sus rostros, incitando a sus pies a danzar, reptaba sobre el suelo llamando la atención, aclamando a la curiosidad.

Y con la alegría manando por cada facción de su rostro termino sujetando nuevamente la manga de Thibaut para dirigirlo entre la multitud que comenzaba ya a arrebujarse en derredor del espectáculo que acababa de comenzar, y si los corceles retornaban en esa dirección la huida que todos deberían emprender seria lo menos preocupante de la escena “Esto es París” pensó con inusual encanto, embalsamada con los gráciles movimientos de las gitanas y los hábiles panderetazos de los niños que comenzaban a recolectar monedas por doquier, lanzando a los aires buenaventuras para quien se atreviese a preguntar.

A pesar de que su boca no pudiera vocalizar las intenciones de la muchacha, era divertido tratar de adivinarlas por sus expresiones. Thibaut creía que, a falta de una voz, el rostro de aquella chica había suplido alguna parte de la expresividad que sus palabras le hubieran dado. Un rostro como ese hubiera sido como un libro abierto para alguien que tuviera una gran habilidad para suponer lo que los demás estaban pensando. Y el francés, por muy despistado que pudiera llegar a ser para esas cosas, igual podía adivinar algunas cosas. A veces se preguntaba que tanto podría decir su propio rostro cuando no trataba de esconder lo que estaba pensando. Para las personas que lo conocían bien, no debería ser demasiado difícil. Además de que casi nunca escondía conscientemente lo que pasaba por su mente. Esas reflexiones más privadas las hacía, valga la redundancia, en privacidad de su propia compañía.

De un momento a otro, justo cuando se llevaba otro dátil a su boca, sintió el tirón proveniente de la pequeña. La música también había llegado a sus oídos, pero jamás se hubiera imaginado que el entusiasmo de su acompañante por verlos fuera tan grande. A grandes zancadas equiparó el paso acelerado de la chica, con el dátil no consumido aun en su mano. La multitud se estaba agrupando rápidamente, haciendo que aquella angosta calle pareciera muchísimo más pequeña todavía. Thibaut se situó ligeramente más atrás que la chica, atento a cualquier persona que fuera a empujarla, tan distraída estaba ella misma con el espectáculo. Aun había muchas personas a su alrededor que lo miraban como preguntándose que hacía ahí alguien como él.

-¡Todavía no se como llamarte!- exclamó por encima de la música, acercándose un poco a ella para que pudiera escucharlo mejor. Aunque dudaba seriamente de poder adivinar su nombre verdadero, quizás podría apuntarle a algo que le diera una pista hacia algún apodo o algo así. Eso lo veía más factible. Porque pensar en ella como la 'chica muda' no le parecía correcto.

Los gitanos daban sendos brincos y piruetas de un lado a otro del espacio que el público les había otorgado al centro de todos, un espectáculo que no sabía si llegaban todos a ansiar tanto como ella lo hacía. Podía observar cosas parecidas en el circo pero nunca con aquella vivacidad con que se presentaban en las calles de la pobre y abandonada París, aquellas zonas que eran el corazón de un imperio de risas y alegrías a diferencia de los palacios que eran construidos con costosos materiales para resguardar prominentes egos que habitaban en su interior. No todos, debía enfatizar, no por ejemplo el joven que la acompañaba sin reprochar.

Dio un paso hacia atrás cuando la tela de una inmensa falda estuvo a punto de devorarla “¡Por Merlín!” Sus parpados se abrieron de par en par sin atreverse a girar por el obvio rubor que volvió ígneas sus mejillas, cualquier manzana de temporada podría sentir celos de aquel color. Pensar, que todo aquel escándalo en su rostro se debía a la manera en que su espalda se había estrechado contra el pecho de Thibaut no la dejaba sino en un título de primeriza y puritana que en lo absoluto le seducía “Te va a creer ahora monja de convento” y creía que cualquiera de aquellas respetadas madres podía poseer mayor lujuria y picares en un brazo que ella en su cuerpo entero. Sencillamente había nacido con torpeza en el asunto.

Un disimulado paso la devolvió a su antiguo lugar y solo hasta que no fue capaz de sentir el calor en sus mejillas se digno a voltear con las palabras arrebujándose en la punta de su lengua, negándose a emerger, sin embargo “Viviane, no es difícil, Viviane” pensó, ofuscada de siquiera conseguir que aquellas palabras brincaran sobre el aire hasta oídos del otro –Por una moneda se lo contamos, por dos se lo regalamos- la boca de quien había pronunciado aquellas palabras pertenecía a un adulto joven o niño grande, como se deseara ver. De negros y lacios cabellos que despeinados y desprolijos caían sobre su frente envueltos con el olor del alcohol y el pasto, sus pies llevaban una gruesa capa de tierra que los protegía de todo los demás y su vestimenta varias tallas mayor impedía deducir su complexión. Le resultaba familiar.

“¿Cómo le vas a regalar mi nombre?” le inquirió con la mirada que a pesar de tan sincero ultrajo no era severa ni molesta sino, cargada de dilección. El jovenzuelo le guiño –Viviane- pronunció, depositando sus labios con fugacidad sobre una de sus mejillas –Nuestra muda favorita- y sin esperar nada más regreso junto con los demás. No sin antes, haber tomado como pago un par de dátiles que con engañoso arte había conseguido hurtar y que, había otorgado a las más pequeña de los seis.

Aquello era histérico. La música, el movimiento, los bailes, las voces, los gritos, las canciones, los cabellos danzando al compás de los pies. Thibaut jamás hubiera estado tan cerca del tumulto si es que no hubiera sido por el entusiasmo de la chica que lo había arrastrado hasta ese lugar. Hubiera estado algo más atrás, atento a que nos pillos no fueran a encontrar una entrada hacia sus bolsillos. Pero ahora su atención estaba dividida entre el espectáculo y la seguridad de aquel pequeño cuerpo que se encontraba al frente suyo. Porque entre tanta gente, los empujones eran algo que tomaba como seguro. Y sus sospechas fueron confirmadas cuando por la impresión, la pequeña se echó hacia atrás, al verse casi empujada por una gitana que bailaba con una gran falda. Sin dudarlo ni un segundo, puso sus manos en los hombros de la muchacha, como para asegurarle de que estaba ahí y que no le iba a pasar nada. Solo el rubor en las mejillas de ella le dio un pista que quizás aquello no había sido a propósito. Con un apretón en sus hombros y una sonrisa quizo darle a entender que no había nada de malo con eso. La veía tan parecida a sus hermanas menores que no podía evitar portarse con ella como se hubiera portado con Angeline y Noella. Como un buen hermano mayor.

Y cuando se volteó, vio todas las ganas que se concentraban en algo que le era imposible de hacer. Si tan solo hubiera una forma de escuchar sus pensamientos, o de poder entenderla de algún otro modo... Todo sería muchísimo más fácil. Porque tenía la impresión de que era el tipo de muchachas que siempre tenían mucho que decir, sobre si misma y sobre el mundo que la rodeaba. Que tortura más cruel por parte del destino haberle robado algo tan importante como el habla. Thibaut no estaba tan seguro de que pudiera soportarlo el mismo.

Tan solo una voz tan llamativa como la del gitano que se había presentado al frente de ambos hubiera podido sacarlo de sus contemplaciones. 'Por una moneda se lo contamos...'. ¿Era posible? Desvió la mirada hacia la muchacha para ver si había en su rostro algún grado de reconocimiento, si es que era posible que fueran conocidos antes de que perdiera la voz. 'Por dos se lo regalamos'. Tan grande era su curiosidad que estaba dispuesto a pagar mucho más de dos monedas a cambio del nombre. Pero antes de que siquiera pudiera llegar su mano al bolsillo de su pantalón, el gitano de los negros cabellos ya había dicho la palabra que tantas ganas había tenido de escuchar. Ni siquiera notó cuando extrajo los dátiles que quedaban en la bolsa de papel que tenía en la mano.

-¿Viviane?- exclamó Thibaut, dando un paso al frente para entrar en el cambio de visión de la chica. Apenas le prestaba atención al espectáculo que ocurría tan cerca de ellos. -¿Está diciendo la verdad?- agregó, con su sonrisa renovada.

Y por un segundo sintió ganas de negar y volver a quedar en el anonimato donde se yacía más en paz y sin responsabilidad. Su cabeza, sin embargo, indico la veracidad de lo que el joven acababa de decir. Con un rápido movimiento y una sonrisilla refugiada en sus labios.

El eco producido por los gritos y murmullos llego antes que el de las herraduras, un aire de intranquilidad seguido de un completo caos. Si bien era cierto que a los únicos a quienes podrían castigar con una severidad hasta indecorosa era a los gitanillos que se encontraba ahora escabulléndose entre el gentío que, de manera inconsciente, les proveían de un muro. Todo aquel ser que se interpusiese en el camino de los corceles seria un daño colateral a la erradicación de tan despreciables seres herejes, impíos, impuros, solo el fuego de una hoguera limpiaría su alma. Y como sucede con todo muro cuando alguien desea avanzar, las personas comenzaron a caer. Apartándose a empujones, entre atroces clamores de guerra, pasiva por el miedo. Escondidos entre el gentío las voces se hacían oír, por debajo de los sollozos y junto a las pisadas.

Bien sabía ella que imposible seria que uno de aquellos adustos hombres pudiese competir con la rapidez y agilidad que los gitanos adquirían por necesidad, para huir justo como en aquel momento. No por una cuestión de honor o renombrado orgullo, aunque indudablemente lo tenían, sino por la libertad de la que se valían para seguir “Antes muerto que encerrado” y cuán bien los llegaba a comprender. Fue extraño, ver en el rostro de los gitanos ahora ausentes una sonrisa que desentonaba en su totalidad con la gravedad de la situación. Producto de una valentía envidiable o una falta de conciencia tal que les permitía apreciar su propia muerte como un divertido juego de azar, saludándole como si de viejos amigos se pudiesen tratar. Se preguntaba, si poseían una suerte mayor que los demás.

Giro su rostro intentando encontrar tras de ella a Thibaut, con sus manos sujetando sus hombros o su espalda resguardándola de los demás. El hombre que se encontraba tras de ella, sin embargo, no era el joven con quien estaba segundos atrás. Un hombre mayor que intentaba abrirse paso con una fuerza que dejaba entrever o suponer la clase de trabajo que había realizado cuando sus cabellos aun tenían color “Thibaut” grito en su interior, no aterrada de encontrarse sola en medio de la multitud sino, de no poder hacer nada al respecto para volverle a encontrar.

El asentimiento de parte de la chica era todo lo que necesitaba para creerle a aquel gitano que se les había acercado. Independiente de que la información hubiera podido ser falsa y que la chica hubiera asentido solo para complacerlo, jamás se le pasó por la cabeza que aquello pudiera no ser verdadero. Desde ahora en adelante, ella era Viviane para él. Y mientras le respondía esa pequeña sonrisa con otra, sintió un empujón en su hombro. Sorprendido, se volteó para ver quién había sido y vio como gran parte del público se dirigía rápidamente hacia donde estaban ellos. Los gitanos corrían más rápido que nadie, escabulléndose por pequeños callejones, por los tejanos y entre la multitud. Al final vio como los caballos de la Guardia Francesa se acercaban a gran velocidad y todo tuvo sentido.

Sin embargo, en el momento que entendió todo aquello, también entendió que tenían que moverse de ahí rápidamente si es que no querían ser arrollados por los cascos de los caballos. Empezó a moverse detrás de Viviane, confiando en que encontrara un camino adecuado. Aun tenía la bolsa de las compras de la chica al hombro, y ahora tendría que preocuparse más para que no se le fuera a caer. Entre más avanzaban, más rápido iban y después de unos segundos, estaban corriendo junto a los demás. La gente se interponía entre Viviane y él, pero gracias a sus largas piernas jamás la perdió completamente de vista.

Se dio vuelta para mirar como la cabalgata todavía no cesaba. Que manera de perseguir a los gitanos. Thibaut aun no entendía demasiado bien porque, especialmente si se encontraban solo bailando en la calle. No le estaban haciendo daño a nadie y era un espectáculo bonito. Pero aun así, podía escuchar como los cascos de los caballos seguían atrás suyo. No quedaba otra cosa que hacer que seguir corriendo entre todas las personas que hacían lo mismo para evitar a la Guardia. El francés se pasó a llevar la mano con la hebilla de la chaqueta de un hombre muy gordo que iba a su lado y maldiciendo por lo bajo, notó como se había hecho una herida más o menos grande en el dorso de su mano derecha. Genial, ahora le costaría un mundo tomar la pluma para poder escribir.

Subió la mirada y el cabello de Viviane no estaba en ningún lugar. ¡Maldición! ¿Cómo es que la había perdido de vista en tan poco tiempo? Especialmente en una situación así. -¡Viviane!- gritó a toda voz, para hacerse escuchar entre todos los gritos del gentío que lo rodeaba. Empezó a correr más fuerte para poder encontrar a la muchacha. ¿Qué haría si es que le pasaba algo malo? Sería su culpa. -¡Viviane! ¿Dónde estás?- gritó nuevamente.

Termino, por cuestiones que no llegaba a comprender con claridad, abriéndose paso entre la gente con brusquedad. Sin llegar a golpear a nadie sino más bien doblándose bajo codos y hombros para hacerse de un lugar en una pared perteneciente a una humilde vivienda del lugar. La agilidad y velocidad no le habían supuesto nunca una dificultad, fuerza, a decir verdad, siempre le había faltado “Thibaut” volvió a exclamar subiendo en una caja de madera inversa que se encontraba sobre el suelo a sus pies. Los pocos centímetros que el objeto le pudo otorgar no le valieron para encontrar su rostro de entre los demás. Lo mejor sería, sin estar segura, aguardar a que la gente desalojara las calles.

Sin embargo, no podía correr el riesgo de no volverlo a encontrar y la idea de ser ruiseñor y aletear hasta el techo más alto y buscarle le resulto tan tentadora que le aterro. Ya una imprudencia le había costado en una ocasión un precio que no iba a volver a pagar aunque, ahora la vida no tenía nada que cobrarle, nada importante que le pudiese quitar. Cayó sobre el suelo con un diminuto paso al vació, levantando una estela de tierra que termino por caer sobre su vestido “Y va a ser bien divertido volver si la comida” ¿Qué escusa les iba a dar? Qué le había dejado la bolsa a un joven que le había salvado días atrás, que no tenía necesidad de robar por su cuna pero que por azares del destino habían terminado en caminos diferentes y ella, sin la bolsa.

-Viviane- escucho a sus espaldas, el rostro del gitano asomándose por un callejón, el rostro de aquel a quienes los jinetes perseguirían sin parar. Su andar su volvió vertiginoso a su encuentro, aterrada, ahora estaba aterrada “¡Qué demonios haces aquí!” –No la he podido sacar- chilló, señalando con la mirada a quien posiblemente no siendo su hermana se había esmerado en proteger. No la planeaba dejar atrás, ofreciéndola como cebo a los cerdos. Sus parpados se abrieron un palmo más de lo usual y se llevo las manos al rostro para ocultar un gesto desesperado, de aquellos que suelen ir en compañía de un grito agudo y algunas palabras alteradas.

Observo a un lado y otro de la calle percatándose que eran sus prendas las que los delataban –Ni siquiera corre tan rápido como para perderlos- y los corceles piafaron en lo bajo de aquella misma calle.

Podría maldecir a todos los santos y aun no quitarse la sensación de encima de que era su culpa que Viviane se hubiera perdido de vista. Si algo le llegara a pasar y el no estaba ahí para protegerla... No tenía idea que había en esa chiquilla que hacía que todos sus instintos protectores se desplegaran sobre su persona, pero no se iba a poner a pensar al respecto en ese instante. Se detuvo sobre su marcha unos momentos, aprovechando el hecho de que era bastante alto como para buscar a la chica por encima de las cabezas de la gente que lo rodeaba. Nada. Igual dudaba que pudiera encontrarla así, ya que tendría que estar encaramada en algo para que sobresaliera de la multitud. Siguió avanzando, mientras el dolor de su mano aumentaba. Sacó un pañuelo que llevaba en el bolsillo de su pantalón y lo amarró con precariedad sobre la herida, viendo como la tela blanca se manchaba rápidamente de rojo. Tendría que acudir a Basile más tarde. Por mucho que le insistiera una y otra vez que el no era médico, sabría más que él sobre que hacer en situaciones como aquella.

Quizás no hubieran sido tantos parisinos viendo el espectáculo, pero todos los transeúntes que se encontraban en las calles durante esa mañana corrieron al ver como los caballos se iban acercando. Culpables e inocentes por igual, ya que nadie quería ser arrollado. Y la imagen de Viviane cayendo al suelo, sin poder gritar para advertir a los incautos de que se encontraba en esa posición, lo llenó de una desesperación gigante. -¡Viviane!- gritó nuevamente, esperando que la muchacha lo escuchara y fuera hacia él.

Sin embargo, otro grito llegó a sus oídos. Imposible que fuera de la persona que estaba buscando, pero la tristeza y desesperanza que contenían hizo que volteara su rostro hacia atrás. Una pequeña gitana que no debía que tener más de siete años, corriendo todo lo rápido que sus cortas piernas se lo permitían. Aun así, se estaba quedando cada vez más rezagada. Sin detenerse a pensarlo, Thibaut dio dos pasos en su dirección y la tomó entre sus brazos, alzándola y llevándola consigo. La cara de la niña era una mezcolanza de tierra y lágrimas, y sus pequeños brazos se aferraron con fuerza a su cuello. -Todo estará bien, ma petite, ya lo verás- le dijo en rápido francés, mientras notaba el color de sus ropas. Aquellos ropajes verde esmeralda hacían que destacara como rosa roja en funeral y si la Guardia lo encontraba con ella, lo encerrarían sin duda. Con dificultad, pasando a llevar varias veces su mano herida y teniendo que disminuir su velocidad, se sacó la chaqueta que llevaba encima para envolver a la pequeña en ella. Quedando en vestón, camisa y el pañuelo que había usado para proteger su cuello del frío, empezó a correr nuevamente.

Después de unos segundos, con la pequeña en sus brazos y ella escondiendo su rostro en el cuello de Thibaut, empezó a ver como la gente se iba refugiando en pequeños callejones que daban a otras calles más grandes. Decidió hacer lo mismo, y cuando vio el siguiente callejón, vio también con alivio un rostro conocido. Sin embargo, los caballos de la Guardia se encontraban cada vez más cerca. -¡Viviane, entra al callejón!- le gritó por encima del ruido de los cascos, corriendo en esa dirección con la gitanita en sus brazos. Como lo harían para encontrar a su familia nuevamente, eso sería otro asunto.

La voz de Thibauth se coló por sus oídos con fiereza, le estaba dando una orden, y una que decidió a raciocinio propio realizar –Viviane- pronuncio el gitano y como si con las miradas pudiesen hablar el plan quedo pactado y las instrucciones se seguirían al pie de la letra. Porque no necesitaban hablar para comprender el callejón sin salida en que se comenzaban a adentrar –Ellas le van a decir a donde ir- susurro, desatando de la cintura de la pequeña un trozo de tela claro que envolvió en torno al rostro de Viviane, para cubrir su rostro tanto cuanto fuese posible –Los veremos allá cuando los hayamos perdido de vista- le explicó, sin mencionar mas nada antes de subir a un techo cercano con ayuda de Viviane.

“Lo lamento tanto” Sonrió amargamente quitándose con rapidez los zapatos que llevaba puestos, los arrojo a un lado encaminándose al joven a quien debían ahora dejar como responsable de la vida y bienestar de alguien más. Aderezo un mechón de los cabellos de la pequeña de enjuagado rostro tras su oído, besando su frente en muestra sincera de cariño. Si se arriesgaba a algo así era por salvarle de la injusta justicia que se abalanzaba sobre ellos. Y tras despedirse de la pequeña y agradecerle a Thibauth con apenas y un gesto que se asemejo a un abrazo trepo al techo del lugar con ayuda del gitano que se encontraba, impaciente, aguardando tenerla a un lado para proseguir.

-No intentes improvisar- y sin más nada comenzaron a moverse fugaces, abalanzándose de techo en techo. La escena de dos hombrecillos saltando de un lugar a otro frente a ellos capto por completo la atención de los jinetes y sus corceles, no tenían siquiera que pensarlo dos veces para comprender la procedencia de aquellos seres a quienes ahora, se esmeraban inútilmente en alcanzar. No podía creer que todas aquellas palabras que un día le fueron pronunciadas ahora tuviesen un motivo de existir y todos en el circo podían sentirse orgullos de instruirla en la agilidad y velocidad con que ellos habían nacido para sobrevivir. Como si la vida misma los hubiese dotado de características para que su caza fuese no solo difícil sino imposible.

A duras penas conseguía seguir el ritmo del menor, tropezando de vez en cuando para observar la caída con una proximidad atroz. Corrían, a ningún lugar en particular pues antes tenían que perderles el rastro y solo después podrían comenzar a pensar en reunirse con los demás. Y le rezaba a todos los santos y deidades que les mantuviesen con bien o cualquier intento seria en vano. Algo le decía, sin embargo, que podía confiar ciegamente en el gallardo joven que le había regalado una amena compañía, no le creía capaz de dejar a las pequeñas a su entera suerte cuando las perseguían.

Como si fuera un sueño, corrió a toda velocidad con la pequeña entre sus brazos al primer callejón que se les había cruzado en el camino. Era difícil correr y procurar que la chaqueta con la que había cubierto a la pequeña gitana no se escurriera dejando ver el color de sus ropajes, pero no era una tarea imposible. Resbalando ligeramente con una charca de barro, dobló evitando por poco unos cajones de madera que yacían olvidados en el camino. Pero sus esperanzas de poder continuar su camino y evitar de manera efectiva a sus perseguidores se fueron al suelo al ver como el dichoso callejón que había elegido para escapar, no tenía escapatoria. No había salida de ese lugar, a menos de que contara el camino por el que recién había entrado. Y esa si que no era una opción viable.

El rostro de una muy afligida Viviane expresó toda la congoja que el mismo sentía por haberlos arrastrado a esa situación. Pero al escuchar la voz del mismo gitano que le había relatado el nombre de su nueva amiga, empezó a comprender que había una parte de algún plan de la que él no estaba enterado. Y sus ideas se confirmaron cuando vio como la muchacha se sacaba sus zapatos, mientras el otro gitano empezaba a trepar por los techos de los edificios que los rodeaban. Con los ojos en extremo abiertos debido a su sorpresa y a su espanto, sintió aquel suave abrazo que la chica le dio, antes de ver como empezaba a correr tras el muchacho.

-¡Viviane!- le gritó, dándose cuenta de que lo había dejado solo. -¡Viviane, espera!- gritó nuevamente, notando como creaban aquella distracción. La mayoría de los hombres de la Guardia fueron tras ellos, en una misión que a él se le antojaba imposible. A la velocidad a la que iban, jamás los iban a atrapar. Pero unos cuantos hombres con sus caballos se detuvieron a la entrada del callejón, apuntándolo con sus armas.

¡¿Quién va?! gritó uno de ellos, haciendo gala de un vozarrón que solo se adquiría con la práctica. ¡Identifícate! le gritó otro, mientras acercaba su caballo de manera intimidante. Y asegurándose de que la pequeña no se viera, sacó valor de no sabía donde y respondió lo suficientemente fuerte como para que ninguno dudara de sus palabras. -¡Soy el hijo de Henri Beaudelaire, Thibaut Beaudelaire!- les espetó, sacando pecho, fingiendo un tono de indignado aristócrata. Porque, mal que mal, las armas que llevaban entre sus manos llevaban el sello de la familia Beaudelaire tallado en los mangos de madera. El par de hombres que le cortaban el paso reconocieron el nombre en seguida, y fijándose en las vestimentas que tenía puestas, era difícil dudar de su palabra. Retrocedieron un par de pasos, y abrieron camino. -Estaba paseando con mi sobrina cuando a ustedes se les ocurre empezar a cabalgar como maniáticos por calles que definitivamente no están diseñadas para caballos, como perfectos bárbaros- el no tenía ninguna sobrina, pero no creía que ellos estuvieran al día con los asuntos personales de su familia. Empezó a caminar entre ellos, dirigiéndose a la calle donde antes había estado corriendo, mientras la niñita sollozaba. -Me aseguraré de que su superior se entere de esto- les espetó de nuevo, rezando en su interior para que no escucharan el sonido que hacían las muchas pulseras que la gitanita tenía en sus muñecas. Su corazón estaba latiendo tan fuerte que él mismo lo sentía en su pecho, pero la farsa que estaba manteniendo solo serviría si la completaba hasta el final. Y escuchando las torpes disculpas de los armados, se alejó, mientras consolaba a la chiquita. Aun tenía la bolsa de víveres de Viviane en su hombro, y no tenía idea donde podría devolver a la pequeña. ¡Dios! ¿Cómo, por todos los cielos, se había metido en una situación como aquella?