AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ecos. | Privado.
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Ecos. | Privado.
"Nada revive el pasado con tanta fuerza como un olor al que una vez se asoció."
- Vladimir Nabokov.
- Vladimir Nabokov.
El cuerpo inerte de la mujer de cabellos rojizos cae pesadamente al piso haciendo un ruido sordo que nadie es capaz de escuchar debido a la lejanía en la que se encuentran: dentro de un callejón a las afueras de París, un sitio oscuro y húmedo, con olor nauseabundo. A lo lejos se escucha un hombre toser, un indigente que lucha contra el crudo invierno mientras lo combate cubriendo su cuerpo rígido con retazos de cartón que ha recogido esa misma noche. El vampiro hace caso omiso e ignora al hombre, sabe que podría devorarlo si quisiera pero ya está satisfecho y se encuentra más concentrado en el reflejo de sí mismo que puede ver en los ojos azules e inmóviles de la ahora difunta que yace tendida en el suelo. Como es costumbre, desconoce todo acerca de su víctima, no hay un nombre, ningún apellido, ningún estatus social; una simple y desdichada humana que ha servido como cena a tan sedienta criatura de la noche que no ha tenido la mínima compasión por ella y que la ha exprimido -casi- hasta la última gota.
La silueta de un hombre de gran estatura se esconde entre las espesas sombras del callejón desolado, la luz de luna llena es la causante de develar aquel rostro joven y perfecto, tan blanco como el invierno que acecha, tan exacto como cualquier obra de arte exhibida en alguna galería. Sus ropas son elegantes como su porte, un traje negro combinado con blanco lo envuelve, lo único que desentona es aquella mancha espesa de rojo color carmín impregnada sobre sus labios gruesos la cual limpia sensualmente con la punta de su lengua, un crimen desperdiciar tan delicioso manjar. Pero hay algo en ese aroma a sangre que lo obliga a quedarse estático; pensativo intenta recordar, asociar aromas con hechos, hechos con rostros, rostros con voces; pero los recuerdos se niegan a ocupar su mente y él siente que lo invade una vez más ese sentimiento de impotencia al no ser dueño de su propia mente. Sabe que hay algo que debe ser descubierto y no se dará por vencido, es consciente de que tarde o temprano lo descubrirá y que sólo tiene que ser paciente y muy dedicado, por suerte la paciencia es una de sus virtudes.
Echa un vistazo a su alrededor y le bastan tan sólo unos segundos para darse cuenta de que nadie ha sido espectador de tan horrible escena. Baja su vista una vez más y la mujer ante sus pies no logra causarle la mínima de las culpas; no siente remordimiento por ninguna de las muertes que ha acarreado a lo largo de los tres años que tiene siendo un ser de oscuridad. Se adapto rápido al cambio, tuvo que hacerlo y aprendió de los mejores, de los Bergström, a quienes actualmente sirve. Cuando mueve sus pies sobre el pavimento apenas logran producir un leve sonido, da la impresión de ser una especie de ente sobrenatural que flota sobre la calle empedrada; sus movimientos son gráciles y sofisticados al igual que toda esa aura que lo envuelve, nadie sería capaz de sospechar que se encuentran frente a un asesino. Abandona el callejón, a su víctima y empieza a andar con pasos lentos y despreocupados mientras introduce sus manos en los bolsillos de su pantalón. Sus ojos se encuentran clavados al frente y cuando alguna persona pasa junto a el no se toma la molestia de girarse o darles un poco de atención.
De su bolsillo saca el reloj, uno grande, elegante y de color dorado, en él pueden verse las manecillas indicando que han dado las diez y cuarto, mucho más temprano de lo que él había imaginado. Vuelve a introducir el artefacto de tiempo entre su ropa y se desvía en el camino, se dirige directamente hasta el centro de la ciudad a donde llega en tan sólo quince minutos. No hay gente en las calles, pocos son los que atreven a deambular luego de los constantes rumores que envuelven a la capital de Francia.
Se detiene exactamente frente a una galería de arte, se acerca al cristal para tener una mejor visión del interior del sitio y sus ojos azules como el océano más gélido se quedan mirando a la mujer que yace de espaldas dentro del local. La cabellera le llega hasta la cintura, es oscura, con ligeras ondas que se vuelven más notorias en las puntas. La mujer se da la vuelta y deja a la vista un rostro angelical, similar al de una tierna niña, muestra una dentadura perfecta cuando se ríe con el hombre que tiene a su lado y Christos advierte que es demasiado perfecta para ser sólo una humana. Él nunca ha sido un vampiro que se deje gobernar por las pasiones humanas, por lo tanto es la mera curiosidad de conocer las obras allí expuestas lo que lo orilla a introducirse al local aún cuando es consciente de que están por cerrar. Coloca su mano larga y huesuda sobre la perilla, la gira y en segundos esta dentro, allí no hay nadie, nadie excepto un hombre y aquella mujer.
Christos- Vampiro Clase Alta
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Re: Ecos. | Privado.
"Estoy por volverme loca, lo sé". Se lo decía todos los días. Sus caballeros le impedían la visión de su rostro frente al espejo. Desde pequeña se supo que era una chica con ideales muy diferentes, nunca había deseado casarse con alguien impuesto, soñaba con encontrar un amor, un verdadero amor y cuando creyó encontrarlo, simplemente eran ilusiones. que pronto se rompieron haciendo que se estrellara. Odiaba esa imagen en el espejo, no le gustaba lo que veía, siempre la catalogaban como alguien demasiado frágil, a alguien a quien deben de cuidar, una muñeca de porcelana que no debe ser tocada, que no debe salir de la casa. ¿Por qué tenía que ser así? En ocasiones no se sentía con vida. Había escapado de casa para poder conocer el mundo, para poder formar su cuento de hadas, para encontrar su verdadero amor. Lamentablemente el llegar a Paris le hizo sentir nuevas cadenas. Se escondía de ser capturada por los guardas reales, tenía que servir a los revolucionarios. Era cierto que estaba luchando por una buena causa, pero aquello no le llenaba y conforme pasaban los días se sentía un ratón acorralado. No podía seguir así, necesitaba salir de esa fortaleza, necesitaba buscar algo nuevo. Lo que fuera.
Después de varios encuentros con vampiros, Doreen había adoptado un nuevo "capricho", una nueva idea. La chica pensaba que quizás el que un ser de esa naturaleza la mordiera ayudaría a no ser tan frágil, dejarán de estarla cuidando tanto, y podría ayudar a pelear junto con los revolucionarios. Su desesperación la llegaba a pensar esas cosas, olvidando así ese deseo grande de poder ser mamá algún día. La delicada jovencita había ya desechado todos sus sueños, los había pisado de una manera cruel, tanto como un humano pisando a un bicho raro solo porque le daba asco. Pocos sabían que lloraba por las noches al recordar todo lo que había perdido, No es que les dijera al respecto, pero se podían escuchar claramente los sollozos de la joven. Se había escapado varias noches para poder conocer un poco más Paris, en muchas ocasiones era severamente regañada, también sabía bien que cerca de ella siempre habría alguien vigilando, cuidando que nada le pasara, y aunque sabía que podían atraparla, prefería escapar, sentir peligro, sentirse viva, a seguirse lamentando al estar encerrada. Ya llevaba varios días sin intentar escapar, era necesario poder hacer algo para salir de esa gran y fría casona. Muchos de los revolucionarios compartían aquel sentimiento con Doreen, por eso muchas veces le daban ventaja al salir, y cuando creían era tiempo de que volviera la iban a buscar y la regresaban con vida. Ella era demasiado querida, demasiado importante para los revolucionarios, por algo le cuidaban tanto.
Aquella noche ni siquiera había esperado a que todos se fueran a dormir. Se escapó por la ventana de su cuarto. Corrió lo más que pudo hasta el bosque. Doreen llevaba un vestido bajo ajustado bajo el abrigo y capucha negra. Habían hecho una cena de gala para recibir a Darcy, dejó a todos celebrando por lo que sería la noche perfecta para poder ir a la ciudad. Mientras avanzaba por las calles con el rostro escondido, pudo observar a la lejos su galería de arte, la pintura se había quedado a medias, y no había luz alguna que la hiciera resaltar de los más edificios, quizás más tarde, cuando no hubiera alguna persona en las calles, entraría, y quizás se dormiría en el cuarto del fondo. Ese lugar era suyo, el único que lugar que la hacía sentir verdaderamente en casa. Recordó entonces que una nueva exposición estaba en la ciudad, no recordaba bien el nombre del autor de aquellas obras, pero por lo que había escuchado, era un hombre que representaba la muerte de una manera no temible, más bien respetable, y ella quería ver aquello. Apresuró el paso. Observó a todos lados, y al darse cuenta que nadie la seguía dejó un franco en la taquilla para poder entrar. Grande fue la sorpresa de la joven al notar que el lugar estaba prácticamente vació, solo se encontraban trabajadores, vigilantes (cosa que por un momento la hizo dudar si adentrarse o no), y un hombre, por sus finas ropas pudo adivinar que era alguien de clase alta que venía a disfrutar como buen conocedor.
La chica empezó a ver cada cuadro. Sonreía por la manera en que los pinceles habían sido utilizados, por los colores que habían sido capturados en aquel lienzo. Estaba tan entretenida con los cuadros, que no notó la cercanía que tenía con el caballero hasta que choco contra él - Disculpe mi torpeza por favor - La capucha había descubierto el rostro inocente de Doreen, le sonrió al hombre avergonzada, sintiendo como empezaba a ruborizarse. El caballero correspondió su sonrisa y pronto comenzó a seguirla por el lugar. Le recitaba las propias interpretaciones, y Doreen estaba demasiado encantada y entretenida. Quizás había pasado demasiado tiempo desde que había sonreído tanto, por eso ya le dolían incluso sus mejillas de tanto hacerlo.
Por un momento la pareja se quedó en silencio. Apreciaban el cuadro de un hombre que yacía en el suelo ensangrentado, la sangre provenía del cuello, Doreen sabía lo que autor había querido reflejar. Sintió como un escalofrío la recorrió. Respingo al escuchar nuevos pasos y su mirada se desvió al hombre pálido que entraba al lugar. Sus mejillas se encendieron a causa de su sobresalto, y también al sentir la mirada profunda del intruso. Ladeó el rostro ligeramente, le sonrió de manera amplia. Por extraña razón no solo no apartó su mirada, sintió que su cuerpo se movía hacía aquella dirección, parpadeó varias veces hasta que sintió como el hombre con el que antes conversaba la detenida. Regresó de aquel trance que había tenido al notar la nueva presencia, había sentido una especie de jalón, algo que la hacía querer acercarse, y que la confundía demasiado. Su rostro sonriente se distorsionó en una mueca que demostraba su gran confusión - Lo lamento - Se disculpaba por su falta de modales, por haber casi dejado solo a su nuevo acompañante. La voz de Doreen había salido en susurros, como temiendo que el nuevo caballero la escuchara pero poco tardó para aclarar su garganta. Su voz delicada, cantarina y con tonos ligeramente sugerentes (no es que lo hiciera apropósito, Doreen tenía una sensualidad natural) salió de manera clara y firme - Ese cuadro es demasiado real… Me eriza la piel - Sentenció caminando hacía un lado para observar la siguiente obra. Lamentablemente su atención ya no recaía en los cuadros, ahora lo hacía en el nuevo integrante del museo.
Después de varios encuentros con vampiros, Doreen había adoptado un nuevo "capricho", una nueva idea. La chica pensaba que quizás el que un ser de esa naturaleza la mordiera ayudaría a no ser tan frágil, dejarán de estarla cuidando tanto, y podría ayudar a pelear junto con los revolucionarios. Su desesperación la llegaba a pensar esas cosas, olvidando así ese deseo grande de poder ser mamá algún día. La delicada jovencita había ya desechado todos sus sueños, los había pisado de una manera cruel, tanto como un humano pisando a un bicho raro solo porque le daba asco. Pocos sabían que lloraba por las noches al recordar todo lo que había perdido, No es que les dijera al respecto, pero se podían escuchar claramente los sollozos de la joven. Se había escapado varias noches para poder conocer un poco más Paris, en muchas ocasiones era severamente regañada, también sabía bien que cerca de ella siempre habría alguien vigilando, cuidando que nada le pasara, y aunque sabía que podían atraparla, prefería escapar, sentir peligro, sentirse viva, a seguirse lamentando al estar encerrada. Ya llevaba varios días sin intentar escapar, era necesario poder hacer algo para salir de esa gran y fría casona. Muchos de los revolucionarios compartían aquel sentimiento con Doreen, por eso muchas veces le daban ventaja al salir, y cuando creían era tiempo de que volviera la iban a buscar y la regresaban con vida. Ella era demasiado querida, demasiado importante para los revolucionarios, por algo le cuidaban tanto.
Aquella noche ni siquiera había esperado a que todos se fueran a dormir. Se escapó por la ventana de su cuarto. Corrió lo más que pudo hasta el bosque. Doreen llevaba un vestido bajo ajustado bajo el abrigo y capucha negra. Habían hecho una cena de gala para recibir a Darcy, dejó a todos celebrando por lo que sería la noche perfecta para poder ir a la ciudad. Mientras avanzaba por las calles con el rostro escondido, pudo observar a la lejos su galería de arte, la pintura se había quedado a medias, y no había luz alguna que la hiciera resaltar de los más edificios, quizás más tarde, cuando no hubiera alguna persona en las calles, entraría, y quizás se dormiría en el cuarto del fondo. Ese lugar era suyo, el único que lugar que la hacía sentir verdaderamente en casa. Recordó entonces que una nueva exposición estaba en la ciudad, no recordaba bien el nombre del autor de aquellas obras, pero por lo que había escuchado, era un hombre que representaba la muerte de una manera no temible, más bien respetable, y ella quería ver aquello. Apresuró el paso. Observó a todos lados, y al darse cuenta que nadie la seguía dejó un franco en la taquilla para poder entrar. Grande fue la sorpresa de la joven al notar que el lugar estaba prácticamente vació, solo se encontraban trabajadores, vigilantes (cosa que por un momento la hizo dudar si adentrarse o no), y un hombre, por sus finas ropas pudo adivinar que era alguien de clase alta que venía a disfrutar como buen conocedor.
La chica empezó a ver cada cuadro. Sonreía por la manera en que los pinceles habían sido utilizados, por los colores que habían sido capturados en aquel lienzo. Estaba tan entretenida con los cuadros, que no notó la cercanía que tenía con el caballero hasta que choco contra él - Disculpe mi torpeza por favor - La capucha había descubierto el rostro inocente de Doreen, le sonrió al hombre avergonzada, sintiendo como empezaba a ruborizarse. El caballero correspondió su sonrisa y pronto comenzó a seguirla por el lugar. Le recitaba las propias interpretaciones, y Doreen estaba demasiado encantada y entretenida. Quizás había pasado demasiado tiempo desde que había sonreído tanto, por eso ya le dolían incluso sus mejillas de tanto hacerlo.
Por un momento la pareja se quedó en silencio. Apreciaban el cuadro de un hombre que yacía en el suelo ensangrentado, la sangre provenía del cuello, Doreen sabía lo que autor había querido reflejar. Sintió como un escalofrío la recorrió. Respingo al escuchar nuevos pasos y su mirada se desvió al hombre pálido que entraba al lugar. Sus mejillas se encendieron a causa de su sobresalto, y también al sentir la mirada profunda del intruso. Ladeó el rostro ligeramente, le sonrió de manera amplia. Por extraña razón no solo no apartó su mirada, sintió que su cuerpo se movía hacía aquella dirección, parpadeó varias veces hasta que sintió como el hombre con el que antes conversaba la detenida. Regresó de aquel trance que había tenido al notar la nueva presencia, había sentido una especie de jalón, algo que la hacía querer acercarse, y que la confundía demasiado. Su rostro sonriente se distorsionó en una mueca que demostraba su gran confusión - Lo lamento - Se disculpaba por su falta de modales, por haber casi dejado solo a su nuevo acompañante. La voz de Doreen había salido en susurros, como temiendo que el nuevo caballero la escuchara pero poco tardó para aclarar su garganta. Su voz delicada, cantarina y con tonos ligeramente sugerentes (no es que lo hiciera apropósito, Doreen tenía una sensualidad natural) salió de manera clara y firme - Ese cuadro es demasiado real… Me eriza la piel - Sentenció caminando hacía un lado para observar la siguiente obra. Lamentablemente su atención ya no recaía en los cuadros, ahora lo hacía en el nuevo integrante del museo.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/03/2011
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Re: Ecos. | Privado.
Adentro todo es calmo y Christos no tiene la intención de arruinarlo. Nunca ha sido un vampiro al que le atraiga el caos, el sadismo o la muerte por mera diversión, no, él mata solamente cuando le es necesario, cuando es presa de esa sed infernal que lo vuelve un títere, o cuando alguno de “sus mayores” se lo ordena. Cuando eso ocurre todo cambia, su semblante tranquilo y aparentemente inofensivo se transforma en lo opuesto; su rostro cincelado de rasgos infantiles y pacíficos se contrae; da paso al monstruo que permanece dormido; da miedo. Por suerte esa noche ya ha bebido lo suficiente, se siente a gusto, aunque no lo suficientemente satisfecho por la sencilla razón de que nunca es demasiada sangre para un vampiro.
Mueve los pies y con aparente despreocupación recorre el museo, intenta clavar su vista en las pinturas expuestas, pero le parece mucho más interesante la humana que anteriormente ha llamado su atención. Christos no puede evitar mirarla, lo hace con maleducado detenimiento; la estudia, la memoriza, intenta descifrarla como si del más abstracto de los cuadros se tratase. Ella es una obra de arte, basta ver su figura delicada para saberlo; sus labios rosas perfectamente delineados, las espesas y largas pestañas que arrojan una sombra gris sobre sus marcados pómulos y sus ojos, esos ojos que curiosos que le devuelven la mirada, quizás tan curiosa como la de él, tal vez un poco más. Por un momento nadie más existe, el hombre al lado de la muchacha se vuelve alguien insignificante; sólo están ellos dos, mirándose fijamente a los ojos, como si reconocieran una parte de sí mismos en el otro.
Al cabo de unos minutos, el vampiro reacciona, pestañea en repetidas ocasiones intentando volver a la realidad. Ella le abruma y él no sabe por qué. Ella le recuerda algo o a alguien, ¿pero quién, ¿qué? No se da cuenta de cómo sus pies se mueven hacia ella, da la impresión de que tiene un imán, no se resiste a verla más de cerca y comprobar el misterio que envuelve. Cuando está más cerca, puede ver con mas claridad su belleza, le parece que su rostro preserva muchos rasgos infantiles; para él es como una niña, una mezcla de niña y mujer. Entonces algo llega a su nariz. Es su olor, el aroma exquisito que desprende su cuerpo entero. Ese perfume que se emana lo vuelve loco, ya ha bebido sangre esa noche pero ella logra desatar nuevamente su sed; siente como le pica la garganta, como sus pupilas comienzan a dilatarse. Muy en contra de su voluntad, se extasía con las venas de su rostro y de su cuello, especialmente la vena yugular que sobresale sobre su tierna carne cada vez que esta respira agitadamente, probablemente a causa de ese inusual encuentro. El aroma lo embriaga, su desarrollado oído le permite escuchar con claridad el acelerado latir de su corazón e inevitablemente imagina el sabor de su sangre. Allí de pie, frente a ella, Christos experimenta una sensación avasalladora al imaginarse a sí mismo bebiendo de esa joven. ¡Ah, pero que aspecto tan delicioso tiene esa criatura! Se siente dominado por ese repentino apetito despiadado, y espera que ella no lo haya notado.
Se da media vuelta, lo hace de manera brusca, rompiendo en segundos con esa apacibilidad que anteriormente ha mostrado. Tiene que huir o será tarde, tiene que hacerlo o ella estará muerta en cuestión de segundos. Sus labios se mueven y su lengua se enrolla dentro de su boca, está reprimiendo ese deseo de poseerla, se está negando a la posibilidad de asesinar a dos criaturas en la misma noche. «Ella no», se dice a sí mismo mientras se aleja a toda prisa, azotando la puerta principal del museo que al fin de cuentas no ha podido disfrutar. Ya en la calle agradece haber tenido la fuerza suficiente para actuar a tiempo; no sabe por qué, pero ella le agrada demasiado como para barajar la posibilidad de acarrearle la muerte. Camina a toda prisa hasta llegar a la esquina y allí se detiene, gira su cuerpo y se queda mirando el local que ha abandonado, lo hace con un poco de nostalgia; no tiene idea de la razón que le provoca tal sentimiento, pero le pesa tener que dejar de verla, abandonar el sitio dándose cuenta de que quizás no volverá a verla.
Mueve los pies y con aparente despreocupación recorre el museo, intenta clavar su vista en las pinturas expuestas, pero le parece mucho más interesante la humana que anteriormente ha llamado su atención. Christos no puede evitar mirarla, lo hace con maleducado detenimiento; la estudia, la memoriza, intenta descifrarla como si del más abstracto de los cuadros se tratase. Ella es una obra de arte, basta ver su figura delicada para saberlo; sus labios rosas perfectamente delineados, las espesas y largas pestañas que arrojan una sombra gris sobre sus marcados pómulos y sus ojos, esos ojos que curiosos que le devuelven la mirada, quizás tan curiosa como la de él, tal vez un poco más. Por un momento nadie más existe, el hombre al lado de la muchacha se vuelve alguien insignificante; sólo están ellos dos, mirándose fijamente a los ojos, como si reconocieran una parte de sí mismos en el otro.
Al cabo de unos minutos, el vampiro reacciona, pestañea en repetidas ocasiones intentando volver a la realidad. Ella le abruma y él no sabe por qué. Ella le recuerda algo o a alguien, ¿pero quién, ¿qué? No se da cuenta de cómo sus pies se mueven hacia ella, da la impresión de que tiene un imán, no se resiste a verla más de cerca y comprobar el misterio que envuelve. Cuando está más cerca, puede ver con mas claridad su belleza, le parece que su rostro preserva muchos rasgos infantiles; para él es como una niña, una mezcla de niña y mujer. Entonces algo llega a su nariz. Es su olor, el aroma exquisito que desprende su cuerpo entero. Ese perfume que se emana lo vuelve loco, ya ha bebido sangre esa noche pero ella logra desatar nuevamente su sed; siente como le pica la garganta, como sus pupilas comienzan a dilatarse. Muy en contra de su voluntad, se extasía con las venas de su rostro y de su cuello, especialmente la vena yugular que sobresale sobre su tierna carne cada vez que esta respira agitadamente, probablemente a causa de ese inusual encuentro. El aroma lo embriaga, su desarrollado oído le permite escuchar con claridad el acelerado latir de su corazón e inevitablemente imagina el sabor de su sangre. Allí de pie, frente a ella, Christos experimenta una sensación avasalladora al imaginarse a sí mismo bebiendo de esa joven. ¡Ah, pero que aspecto tan delicioso tiene esa criatura! Se siente dominado por ese repentino apetito despiadado, y espera que ella no lo haya notado.
Se da media vuelta, lo hace de manera brusca, rompiendo en segundos con esa apacibilidad que anteriormente ha mostrado. Tiene que huir o será tarde, tiene que hacerlo o ella estará muerta en cuestión de segundos. Sus labios se mueven y su lengua se enrolla dentro de su boca, está reprimiendo ese deseo de poseerla, se está negando a la posibilidad de asesinar a dos criaturas en la misma noche. «Ella no», se dice a sí mismo mientras se aleja a toda prisa, azotando la puerta principal del museo que al fin de cuentas no ha podido disfrutar. Ya en la calle agradece haber tenido la fuerza suficiente para actuar a tiempo; no sabe por qué, pero ella le agrada demasiado como para barajar la posibilidad de acarrearle la muerte. Camina a toda prisa hasta llegar a la esquina y allí se detiene, gira su cuerpo y se queda mirando el local que ha abandonado, lo hace con un poco de nostalgia; no tiene idea de la razón que le provoca tal sentimiento, pero le pesa tener que dejar de verla, abandonar el sitio dándose cuenta de que quizás no volverá a verla.
Christos- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/03/2012
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Re: Ecos. | Privado.
Su rostro de ángel se notaba afligido, consternado, estaba tan confundida por aquel cruce de miradas, nunca le había pasado algo así, sus encuentros se resumían a breve cruce de orbes (muy breves en verdad), alguna que otra palabra intercambiada, su trato servicial con los demás, conocimiento de otras familias, de otros estilos de vida, pero nunca nadie antes la había hecho sentir una especie de jalón. La rubia sintió que una parte de su ser se había desprendido de su interior por una tipo de imán, y que se había prensado en la esencia masculina. Una parte de ella se había ido con ese vampiro que tenía enfrente, aunque claro, ella no sabía la naturaleza del hombre. Se sentía verdaderamente intimidada por esa mirada analizando cada detalle de ser, pero no quiso dejar de verlo, se había reflejado en esos ojos, no sólo su figura, también su alma. Era extraño, Doreen había sufrido tanto que pocas eran las veces que confiaba en algún desconocido, observaba también el sufrimiento que había en el alma inmortal de Christos, ella lo sabía, ese rostro duro tenía una historia que contar, una historia que deseaba plasmar.
La manera tan abrupta en la que el caballero interrumpió aquella conexión con las miradas la hizo volver a la realidad. Sus cabellos se movieron cuando su rostro lo hizo, poniéndole una supuesta atención a su compañero de la noche, la joven ya no quiso cruzar palabra, si lo hacía el nervio que recorría su figura delataría su estado, se limitaba a sonreír, asentir y soltar alguna que otra expresión de aprobación o negación. Observaba de reojo al otro hombre que estaba en la galería, y sintió un gran pesar cuando lo vio partir. ¿Acaso había hecho algo malo? Doreen comenzó a cuestionarse si ella había sido la culpable, no precisamente porque lo fuera o no, ni siquiera lo sabía pero la rubia tenía ese problema, gracias a su baja autoestima todo lo malo que aconteciera a su alrededor tenía que estar relacionado con su persona, así era de paranoica, y ese era su peor defecto sin duda alguna. Se limitó a girar su cuerpo para ver por los grandes ventanales cómo la figura masculina se perdía en la oscuridad de Paris. ¿Qué más podía hacer? No podría ir corriendo detrás de él, la sociedad se lo tenía prohibido, no podría ser tan arrojada y descarada, si se sumaba el hecho de tener que pasar a escondidas por las calles parisinas gracias a su participación en la revolución, la mujer tenía que cuidarse, debía no llamar demasiado la atención, sólo lo suficiente.
Siguió caminando por la galería, era bastante notoria la distracción que tenía, su acompañante le pedía su atención, y Doreen simplemente se disculpaba a cada momento por no otorgársela. Tuvo que tomar mucho valor para lo que iba a hacer, acarició el brazo del joven, y pidió su atención. La chica sonrió apenada, formo una reverencia discreta, apenas había movido su cuerpo, su cabeza había sido la que se inclinaba por completo, se disculpó y salió del local, colocando una mentira en el ambiente, diciendo que no estaba lo bastante bien para seguir el recorrido, le pidió volverse a ver, ¿Cuándo? ¿Cómo? No lo sabía, pero lo volvería a ver, y cuando el caballero sugirió acompañarla se negó, poniendo de pretexto que a algunas cuadras estaba su hogar, y que sería mal visto que había salido sola, y regresaba acompañada. El hombre se trago tal mentira, y la rubia pudo salir del lugar sin llegar a sentir la necesidad de mirar hacía atrás. Cubrió su rostro con la capucha negra cuando sus pies habían tocado las piedras de las calles, no giró a la derecha como tenía que hacer para volver a la casa de la noche, se camino por dónde el vampiro había marchado. Apresuró el paso, quizás podría alcanzarlo, preguntarle si le había arruinado la estancia, cualquier cosa con tal de descifrar que había pasado minutos antes, ¿Y si él había sentido lo mismo? Estaba nerviosa, mucho, demasiado, y necesitaba cubrir sus dudas, de no hacerlo traería esa idea por mucho tiempo en la cabeza, y no podría descansar con normalidad.
Los pasos de la artista resonaba en las calles vacías de Paris, le daba una gran tristeza llegar a esas situaciones, tener la necesidad de buscar respuestas a preguntas que ni siquiera se había formulado en la cabeza, necesitaba volver a verlo, ¿Extraño? Si, era bastante extraño, pero desde que había escapado de casa, su vida era todo menos normal, así que siguió su camino, pero sobretodo siguió esas corazonadas que ahora resonaban incesantes en su interior. Se detuvo cuando sus piernas ya comenzaban a temblar. ¿A quién engañaba? Por más que buscara en esa misma dirección nadie le garantizaría que el hombre podría haber seguido esa ruta o girar en algún lado. Se detuvo en medio de una calle vacía, ignorando el peligro que eso pudiera representar. El viento golpeaba sus mejillas, removía sus cabellos castaños, se veía hermosa, digna de admirar, y nadie a su alrededor que lo hiciera.
Movió su cuerpo con suavidad, mirando de un lado a otro, la brisa le provocó que su figura temblara pues un poco de aire se había colado entre sus prendas, su piel se erizó, ambas manos se colaron por sus bolsillos, y entonces la sintió, una llave larga, vieja y oxidada. Doreen recordó el verdadero motivo de su salida del refugio, recordó que no iba precisamente a la galería donde se había topado con ese extraño caballero, tenía ganas de ir a su propio mundo, a la galería de arte, la que nunca había podido inaugurar gracias a los problemas ocurridos en la revolución. Volvió a retomar sus pasos, tenía que tomar una ruta distinta a la que acostumbraba sino quería ser capturada. Avanzó con suavidad, disfrutando su andar y sintiendo de manera extraña que no estaba sola.
La manera tan abrupta en la que el caballero interrumpió aquella conexión con las miradas la hizo volver a la realidad. Sus cabellos se movieron cuando su rostro lo hizo, poniéndole una supuesta atención a su compañero de la noche, la joven ya no quiso cruzar palabra, si lo hacía el nervio que recorría su figura delataría su estado, se limitaba a sonreír, asentir y soltar alguna que otra expresión de aprobación o negación. Observaba de reojo al otro hombre que estaba en la galería, y sintió un gran pesar cuando lo vio partir. ¿Acaso había hecho algo malo? Doreen comenzó a cuestionarse si ella había sido la culpable, no precisamente porque lo fuera o no, ni siquiera lo sabía pero la rubia tenía ese problema, gracias a su baja autoestima todo lo malo que aconteciera a su alrededor tenía que estar relacionado con su persona, así era de paranoica, y ese era su peor defecto sin duda alguna. Se limitó a girar su cuerpo para ver por los grandes ventanales cómo la figura masculina se perdía en la oscuridad de Paris. ¿Qué más podía hacer? No podría ir corriendo detrás de él, la sociedad se lo tenía prohibido, no podría ser tan arrojada y descarada, si se sumaba el hecho de tener que pasar a escondidas por las calles parisinas gracias a su participación en la revolución, la mujer tenía que cuidarse, debía no llamar demasiado la atención, sólo lo suficiente.
Siguió caminando por la galería, era bastante notoria la distracción que tenía, su acompañante le pedía su atención, y Doreen simplemente se disculpaba a cada momento por no otorgársela. Tuvo que tomar mucho valor para lo que iba a hacer, acarició el brazo del joven, y pidió su atención. La chica sonrió apenada, formo una reverencia discreta, apenas había movido su cuerpo, su cabeza había sido la que se inclinaba por completo, se disculpó y salió del local, colocando una mentira en el ambiente, diciendo que no estaba lo bastante bien para seguir el recorrido, le pidió volverse a ver, ¿Cuándo? ¿Cómo? No lo sabía, pero lo volvería a ver, y cuando el caballero sugirió acompañarla se negó, poniendo de pretexto que a algunas cuadras estaba su hogar, y que sería mal visto que había salido sola, y regresaba acompañada. El hombre se trago tal mentira, y la rubia pudo salir del lugar sin llegar a sentir la necesidad de mirar hacía atrás. Cubrió su rostro con la capucha negra cuando sus pies habían tocado las piedras de las calles, no giró a la derecha como tenía que hacer para volver a la casa de la noche, se camino por dónde el vampiro había marchado. Apresuró el paso, quizás podría alcanzarlo, preguntarle si le había arruinado la estancia, cualquier cosa con tal de descifrar que había pasado minutos antes, ¿Y si él había sentido lo mismo? Estaba nerviosa, mucho, demasiado, y necesitaba cubrir sus dudas, de no hacerlo traería esa idea por mucho tiempo en la cabeza, y no podría descansar con normalidad.
Los pasos de la artista resonaba en las calles vacías de Paris, le daba una gran tristeza llegar a esas situaciones, tener la necesidad de buscar respuestas a preguntas que ni siquiera se había formulado en la cabeza, necesitaba volver a verlo, ¿Extraño? Si, era bastante extraño, pero desde que había escapado de casa, su vida era todo menos normal, así que siguió su camino, pero sobretodo siguió esas corazonadas que ahora resonaban incesantes en su interior. Se detuvo cuando sus piernas ya comenzaban a temblar. ¿A quién engañaba? Por más que buscara en esa misma dirección nadie le garantizaría que el hombre podría haber seguido esa ruta o girar en algún lado. Se detuvo en medio de una calle vacía, ignorando el peligro que eso pudiera representar. El viento golpeaba sus mejillas, removía sus cabellos castaños, se veía hermosa, digna de admirar, y nadie a su alrededor que lo hiciera.
Movió su cuerpo con suavidad, mirando de un lado a otro, la brisa le provocó que su figura temblara pues un poco de aire se había colado entre sus prendas, su piel se erizó, ambas manos se colaron por sus bolsillos, y entonces la sintió, una llave larga, vieja y oxidada. Doreen recordó el verdadero motivo de su salida del refugio, recordó que no iba precisamente a la galería donde se había topado con ese extraño caballero, tenía ganas de ir a su propio mundo, a la galería de arte, la que nunca había podido inaugurar gracias a los problemas ocurridos en la revolución. Volvió a retomar sus pasos, tenía que tomar una ruta distinta a la que acostumbraba sino quería ser capturada. Avanzó con suavidad, disfrutando su andar y sintiendo de manera extraña que no estaba sola.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/03/2011
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