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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Josephine De Lacy Jue Oct 05, 2017 11:33 am

No era su amiga, pero sí había conocido a sus padres. Buena gente, sin dudas, especiales y dedicados abiertamente a las artes oscuras. Sucedía que en Rusia, los hechiceros tenían algo más de libertad. Era sabido, un secreto a voces, que la inquisición no tenía tanto poder allí y que la hechicería estaba íntimamente ligada al poder y a la familia gobernante.

La misiva de Ilanka le había llegado hacía unos minutos con un joven jinete, en ella la muchacha le pedía –en honor a la amistad que había unido a Josephine y a los Kratorov- que le diese asilo a una joven hechicera que se había visto forzada a abandonar su hogar. Ni un nombre, ni una seña… Nada. Solo eso: una hechicera que necesitaba refugio. Y, aunque pudiese parecer descabellado, Josephine no podía negarse. Hubo un tiempo en el que ella misma había necesitado ayuda, una mala época en la que habría querido tener con quién contar en una ciudad tan peligrosa como Roma, pero había tenido que valerse por sí misma, había tenido que ser su propio refugio. Una de esas noches, en las que desesperaba buscaba la mejor forma de salirse de la mira de la inquisición, Josephine se juró que jamás dejaría a un compañero sin ayuda, que haría todo lo que estuviese en sus posibilidades por ayudar. ¿Techo y comida? Era nada comparado a todo que ella podía dar, pero si sólo eso necesitaba la muchachita ella estaría dispuesta a brindárselo.


-Jane, prepara la habitación de huéspedes del ala izquierda –le dijo a una de las muchachas del servicio-, es probable que tengamos visitas hacia el anochecer.

Acabó de decirlo y fue a llevarse la taza de té a la boca cuando un golpeteo incesante en la puerta delantera la sobresaltó. Josephine De Lacy se incorporó en la sala y se dirigió hacia la entrada. ¿Sería su inesperada invitada? ¿Tan pronto había llegado? Era extraño, pero se apenó al suponer que tal vez la jovencita hubiera estado dando vueltas esperando el momento indicado -tras la llegada de la misiva- para presentarse allí. Josephine llegó a la entrada justo cuando August abría la pesada hoja de roble y hierro, lo oyó dar las buenas tardes y hacer algunas preguntas, mas no alcanzó a captar las respuestas…

-¿Quién es, August? –preguntó, como si no supiera que lo más probable era que se tratase de la muchacha que se presentaba enviada por Ilanka, la hija de los Kratorov.


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Mensaje por Yvette Béranger Dom Oct 29, 2017 3:39 pm

Estaba empapada y, por consiguiente, muerta de frío. Aquella tormenta se les había ido de las manos, no habían sabido calcular hasta dónde podían jugar, pero Yvette se sentía tan bien… Había creado una tormenta tan grande que las calles habían empezado a anegarse. Si hubiera durado más, el agua habría empezado a entrar en las casas, estaba segura. Claro que ella no quería hacer algo así, sabía que no estaba bien, pero… ¡Había sido tan increíble!

Hasta ahora, nunca había sentido la magia fluir dentro de ella, pero eso había sido porque nadie la había enseñado a hacerlo. Ilanka había sido la primera que lo había intentado, y vaya si había progresado en una sola tarde. Cuando llegó al hotel, movida por esos sueños que había tenido durante la noche anterior, lo único que deseaba era borrar de su cuerpo cualquier rastro de magia que le quedara. Si eso no era posible, como ya llevaba tiempo imaginando, quería que, al menos, esos poderes se quedaran dormidos, como habían estado durante los primeros diecisiete años de su vida. Ahora, sin embargo, había descubierto lo que realmente podía hacer. Había visto lo especial que era y, sobre todo, que no estaba sola en el mundo. Ahora quería aprender, quería ser capaz de crear la tormenta y de pararla, de enfocarla en un único objetivo mientras que el resto seguía con sus vidas como si nada ocurriera. Quería aprender todo lo que pudiera sobre la magia, pero sabía que con su madre y Arnaud sobre ella no iba a tenerlo fácil.

Cuando todo pasó y ambas hechiceras se encontraron a salvo, Yvette le confesó que no podía volver a casa aún. Si lo hacía en ese estado, empapada hasta los huesos, las preguntas que le lloverían serían peor que su tormenta, y el castigo que le impondrían sería tan severo que dudaba de que pudiera volver a escaparse con Ilanka con tanta facilidad como aquella vez. Eso, suponiendo que no se hubieran dado cuenta ya de que había desaparecido, porque, si era así, ya tendrían a más de medio servicio buscándola por las inmediaciones. No sabía qué hacer, pero parecía que su maestra sí. Según le dijo, escribiría a una amiga de su familia que residía en París y que daba cobijo a seres que, como ella, no tenían un hogar al que ir.

Yvette aceptó, y ahí se encontraba, aguardando que la carta llegara para poder tocar a la puerta. Recorrió con paso tímido el pequeño caminito que separaba el descansillo de la calle y llamó con la aldaba tres veces.

Buenas noches, monsieur —saludó cuando el mayordomo abrió la puerta—. Me llamo Yvette, y quería ver a madame De Lacy. Me envía una amiga en común.

El frío era insoportable, así que se abrazó a sí misma para intentar combatirlo, sin éxito. Desde dentro de la casa salía un calor agradable, y la hechicera sintió el impulso de entrar al recibidor y esperar dentro lo que sea que tuvieran que decirle. ¿Habría llegado la carta? ¿Sabrían que vendría? ¿Qué le diría Josephine?

Una voz de mujer captó su atención, haciendo que diera unos pocos pasos para poder ver el interior de la casa.

¿Es usted madame De Lacy? —preguntó, esperanzada—. Me envía Ilanka, me ha asegurado que podría ayudarme. ¿Ha recibido su carta?


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Mensaje por Josephine De Lacy Jue Nov 02, 2017 2:13 pm

-¡Oh, criatura! –exclamó al verla y apuró el paso para llegar a ella y recibirla en sus brazos, como si fuese una hija pródiga que vuelve a la casa luego de meses de angustia y no la desconocida que en verdad era-. ¡Mírate nada más! ¡Si estás empapada! Ven, entra por favor –le pidió y la tomó de la mano para acercarla a la chimenea de la sala de estar-. Ponte cómoda, por favor.

Rapidamente, Josephine se adentró en las cocinas y ordenó que se adelantase la cena. Ella solía cenar tarde, cerca de la medianoche, pues era un alma nocturna y como vivía sola allí era ella y solo ella quien ponía las reglas que el servicio debía acatar.

-Que preparen un caldo de verduras para mi huésped, ¡seguro ha pasado frío! –le encomendó a una de las muchachas-. Ya le he dicho a Jane que tenga lista la habitación del ala izquierda –le dijo a otra que se acercaba a ella toda apurada-, ve y asegúrate de que además prepare la tina con agua caliente. ¡Pobre muchacha, si la vieran! –dijo, con su habitual aire dramático.

Volvió de inmediato a la sala de estar donde había dejado a la tal… ¡Uy, no había retenido su nombre! La encontró contemplando las llamas algo apenada, su aura la delataba también: la muchacha estaba triste. ¿Qué había pasado? ¿Por qué una niña como ella, de aparente buena cuna, necesitaba pedir refugio? Se sentó frente a ella y la observó. Le pasó poco a poco su energía para aplacar sus temores, para que todo nerviosismo se fuese diluyendo poco a poco. Josephine le tendió su mano, para atrapar la suya y cuando estuvo segura de que ambas se hallaban ya más tranquilas habló:


-¿Cómo te llamas? Yo soy Lady De Lacy, pero puedes llamarme Josephine. Recibí la carta de la hija de los Kratorov… grandes hechiceros y mejores personas aún –le confió, con una sonrisa que deseaba provocar confianza en la chica-. Hay dos motivos por los que puedes confiar en mí, pequeña –le aseguró y luego procedió a explicarle-: Primero porque soy como tú y entre hechiceros debemos protegernos. Y segundo porque tengo una deuda muy grande con los Kratorov, ellos han salvado mi vida y la han protegido también. ¿Puedes imaginarlo? Sola en un país extraño, sin hablar el idioma y siendo perseguida… y que de pronto, de manera totalmente desinteresada, te acojan personas que valoren tu vida tanto como tú misma –le contaba esa historia porque era propia y también para que se sintiese identificada-. ¿Qué no darías, luego de tamaño favor, con tal de devolver un poco de lo que ellos te dieron? Pues, como la protagonista de aquello fui yo, solo yo puedo responder y déjame decirte que lo daría todo. Los amigos de los Karatorov son mis amigos y sus enemigos… bueno, me gustaría decir que sus enemigos son enemigos míos también, pero en verdad son pocos los enemigos de ellos que han sobrevivido –se rió, para quitarle peso a sus palabras. Supuso que la muchachita conocía a la familia, después de todo era Ilanka misma quien había escrito aquella carta que la había puesto donde estaba ahora-. Cuéntame, ¿qué ha sucedido?

Antes de que la muchacha pudiese hablar, August reapareció anunciando que podían pasar al salón comedor ya que –tal como Josephine lo había ordenado hacía solo unos minutos- la cena se había adelantado.

-No sé si ya has cenado o no –le dijo y se puso en pie-, si ya lo has hecho te pido que al menos tomes el caldo de verduras para que el calor vuelva a tu cuerpo. ¿Quieres cambiarte de ropa antes de cenar? –Había notado que ella no había llevado nada consigo, estaba con lo puesto al parecer-. Puedo prestarte ropa cómoda, querida.

Josephine tuvo en esos momentos una sensación de lo más extraña, como si no fuese la primera vez que veía a su huésped.


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Mensaje por Yvette Béranger Miér Ene 03, 2018 1:10 pm

Aquella mujer, que resultó ser la misma Josephine de Lacy a la que ella buscaba, la acogió en un abrazo tan maternal que Yvette se sintió abrumada por un momento. Enseguida la guió hasta el interior de la casa y le señaló un sofá donde podía sentarse, junto a una chimenea que emitía un calor que la joven necesitaba. Las piernas le temblaban presas del frío y de la incertidumbre de lo que pasaría a partir de ese momento. Las dudas también le asaltaron, como si todo aquello que estaba haciendo fuera una locura. ¡Y es que lo era! ¡La más grande que había cometido nunca!

Cuando la mujer desapareció tras una puerta Yvette la escuchó dar órdenes a su servicio mientras sus ojos se quedaron fijos en los leños que ardían en la chimenea. A pesar del poco tiempo que pasó sola, su mente pensó en muchas cosas, pero, sobre todo, en las personas que con su decisión había dejado atrás. Su madre era la que más espacio ocupaba y a la que más disculpas mudas le dedicó. «Perdóname, madre. Sé que tú serás la que más va a extrañarme. Ojalá pudiera explicártelo, pero sé que si lo hago Arnaud se enfurecerá tanto que no sé qué será de mí, y tengo miedo». Cerró los ojos un segundo y vio, sobre sus párpados, la silueta que habían dejado las llamas grabada en su retina, y sólo los abrió cuando sintió movimiento dentro de la habitación. Era Josephine, que se sentó en el sillón frente a ella y le tomó las manos.

La escuchó largo y tendido antes de hablar, lo que le dio tiempo para sentirse lo suficientemente confiada y tranquila como para explicarle su situación. El problema era que no sabía bien por dónde empezar, si por la extraña forma en la que había conocido a Ilanka o por la muerte de su padre, el desencadenante de todo ese desastre.

Me llamo Yvette —fue lo único que pudo decir antes de que el mayordomo avisara de que la cena estaba lista.

Negó con la cabeza en respuesta; el plan original de las dos hechiceras había sido cenar algo después de su aventura mágica por las calles de París, pero se había complicado tanto que habían tenido que cambiarlo en el último momento, impidiendo que Yvette ingiriera algo de comida. Lo cierto era que todos los cambios y los propios nervios le habían quitado el apetito, pero la mención del caldo caliente hizo que su cuerpo lo pidiera a gritos.

Si me dejara algo de ropa limpia se lo agradecería —contestó, agarrándose la falda del vestido instintivamente.

Una doncella la guió hasta la que parecía que iba a ser su habitación. También allí habían encendido la chimenea, así que el ambiente estaba lo suficientemente caldeado para que no hiciera frío. Yvette esperó a que la sirvienta trajera la ropa que llevaría esa noche y abandonara la habitación. Todo estaba sucediendo tan deprisa que, ahora que se encontraba sola, era como si todo volviera a caérsele encima, como una pesada losa. Se abrazó a sí misma y miró el vestido sobre la cama: era sencillo, de manga larga y de un color claro con adornos más oscuros en la zona del corsé. Seguro que a Eric le gustaba. Eric. «No seas idiota, olvídate de él». Se acarició los labios con las yemas de los dedos y aguantó un sollozo al recordar. «Ya basta, él también ha quedado atrás, como todo lo demás. Olvídalo».

Se cambió rápido y dejó que el pelo mojado cayera sobre sus hombros de una manera muy informal para una señorita de su estatus, pero imaginó que a Josephine le daría lo mismo. Volvió al comedor con un humor bastante mejorado, pero todavía muerta de hambre.

Gracias, Josephine. Ya me siento mejor —dijo, mostrando una sonrisa amable. Se sentó en la mesa y esperó a que le sirvieran la sopa—. Me gustaría contarle lo que ha ocurrido. Puedo hacerlo mientras cenamos —sugirió, pero, antes de empezar, tomó una cucharada del caldo. Estaba delicioso—. No sé bien por dónde empezar, han pasado tantas cosas en tan poco tiempo que parece como si todo hubiera ocurrido hace meses, cuando apenas han pasado unas horas. —Se llevó las manos a la cabeza y hundió los dedos entre el cabello. Después respiró hondo y removió el caldo despacio, sintiendo el vapor caliente rozarle el rostro. Dio otro sorbo—. No hace mucho tiempo que sé lo que soy, y todavía hay momentos en los que no termino de creerlo del todo. Todo comenzó hace unos dos años, con la muerte de mi padre. Desde ese momento empecé a sentir que ocurrían cosas a mi alrededor, cosas que no tenían explicación pero que, de alguna forma, sabía que estaban relacionadas conmigo —explicó, y aprovechó la pausa para tomar otro poco más de caldo, puesto que el calor la tranquilizaba—. La pasada noche soñé que me encontraba con Ilanka, la hija de los Kratorov. Al principio quise ignorar el sueño, pero volví a tenerlo y decidí enfrentarme a él. Así la he conocido. —Respiró hondo—. Ella me ha enseñado lo que es capaz de hacer, y me ha prometido que, con su ayuda, yo también seré capaz de hacerlo. Hemos ido a una calle apartada para crear una tormenta, pero se nos ha descontrolado. —Agachó la mirada sintiéndose claramente culpable. ¿Josephine también la regañaría como ese hombre que había aparecido de pronto?—. Aún no controlo bien mis poderes, pero quiero aprender, y sé que si vuelvo a mi casa perderé toda oportunidad. No puedo contarles a mis padres que he encharcado la calzada hasta los tobillos, o que veo el futuro cuando duermo, porque si lo hago lo menos que me pueda pasar es que no vuelva a ver la luz del sol. —Se cubrió el rostro con las manos y después las llevó hasta su regazo, alzando la vista hacia la otra hechicera—. Por eso estoy aquí, porque no tengo otro sitio al que ir.

Escuchar de su propia boca esas palabras la hizo estallar y romper a llorar de manera silenciosa, pero generosa. Su cuerpo entero convulsionaba soltando la tensión acumulada durante todo el día.


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Mensaje por Josephine De Lacy Miér Feb 21, 2018 7:00 am

Así, más relajada y con ropas cómodas, la joven parecía incluso una niñita. Josephine le salió al encuentro en cuanto la vio aparecer en el salón comedor y entrelazó su brazo al de ella –con confianza, como si se conociesen de toda la vida- para guiarla con mimo a la mesa ya dispuesta.

-Si necesitas hablar ahora hazlo. Claro que quiero oír qué ha ocurrido, pero no te presionaré, querida. Haz lo que sientas, te lo ruego, lo primordial es que te sientas a gusto y que estés tranquila.

Se sentaron a la mesa y Josephine ordenó que les sirviesen el caldo. Ella solía cenar ligero, pero ya le preguntaría a Yvette si deseaba algo más cuando acabasen. Tomó un panecillo recién horneado, su debilidad, y lo saboreó mientras oía lo que ella le contaba.

-Que valiente eres, Yvette –le dijo y apretó con cariño su mano- . Se requiere valor para hacer lo que hiciste, la primera vez que uno sigue sus sueños nunca es fácil, pero tú lo has hecho y tu vida ya no será igual.

Después de todo, una muchachita como ella tan joven y sensata como parecía había decidido abandonar la comodidad de su hogar en pos de conocer a una extraña que solo había visto en sueños. Tenía que ser muy valiente o muy loca para arriesgarse a algo así, y Josephine la consideraba valiente. Una joven mujer que se estaba descubriendo y que se sorprendía más de sí misma que de cualquier otra cosa. Se inclinó para acercarse a ella y consolarla en su angustia. La instó a beber un poco de vino, creyendo que eso la reconfortaría.

-Tranquila, estarás a salvo aquí y serás comprendida, eso puedo prometértelo. Y tienes razón, probablemente esta sea tu única oportunidad de conocerte, de conocer lo que eres y de cuánto es el poder que tienes –dijo tras oírla, copa de vino en mano- . Quiero decirte que yo en tu lugar, y a tu edad, estaría justo donde estás hoy. Sentada a la mesa de quien me haya ofrecido refugio. Pero no tengo tu edad –suspiró, como con añoranza, y sabiendo que diría algo que a Yvette no le gustaría oír-. Estoy más cerca de poder ser tu madre que de estar en tu lugar, por eso creo que puedo entender su dolor al creer que algo te ha ocurrido. Quiero que sepas que te apoyaré, ya te lo he dicho. Yo he pactado conmigo hace años que ayudaría a quién pudiera ayudar así como lo han hecho conmigo en el pasado, pero también quiero decirte que cada minuto que pasa es un minuto de angustia para tu familia. ¿Considerarías escribirles, al menos, para decirles que estás a salvo? ¿Hay alguien más con quien puedas hablar? ¿Una amiga? ¿Un prometido? Siento mucho si esto no es lo que esperabas oír de mí, pero es lo que como madre debo decir. Piensa en tu madre, en su dolor al creer que algo malo te ocurrió.


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Mensaje por Yvette Béranger Sáb Mar 24, 2018 11:19 am

Yvette no se consideraba valiente porque, si lo hubiera sido, habría tenido el valor de volver a su casa y contarle a su madre lo que esa noche acababa de pasar. Era una bruja, ahora lo veía claro como el agua, y nada de lo que hiciera podría cambiar eso. Había nacido así —aunque aún no entendía cómo ni por qué— y tenía dos opciones: renegar de ello, como había estado haciendo hasta ahora, o enfrentarlo con todas sus fuerzas y aprender todo lo que pudiera sobre la magia. Esa última había sido la decisión final y ya no había vuelta atrás.

Por suerte, Josephine no sólo no la regañó por el desastroso incidente que habían originado junto a Notre Dame, sino que la consoló como sólo una madre puede hacer. Yvette lloró sin miedo, aceptando la copa de vino en un acto del todo inconsciente. Ella no solía beber, pero en aquel momento cualquier cosa que ingiriera le vendría bien.

Claro que pienso en ella —dijo, refiriéndose a su madre—. No hago otra cosa, Josephine. Yo no me siento valiente, para nada, porque, si lo fuera, iría ahora a casa y se lo contaría todo de viva voz. Le explicaría lo que quiero, le daría un beso y un abrazo y volvería para aprender todo lo que pudiera, pero no me atrevo. —Se secó las lágrimas del rostro y bebió otro sorbo de vino, acompañándolo de una cucharada de caldo—. La escribiré, sí. Quiero hacerlo, decirle que estoy bien, que no se preocupe. Podría, incluso, escribirle a menudo, para que no piense que algo malo me ha ocurrido. ¿Crees que sería buena idea?

La angustia cesó ante esa idea, la de mantener a su madre al tanto de lo que ocurría en su vida. Pero, ¿le daría problemas a ella o a Josephine? Si Clara tomaba represalias, debía hacerlo sólo contra ella, su hija. Yvette no se perdonaría nunca que Josephine o Ilanka sufrieran la ira de su madre por una decisión que había sido únicamente suya.

Lo que yo más deseo es poder contarle y enseñarle lo que soy capaz de hacer. Sé que mi madre lo terminaría entendiendo, pero Arnaud, su esposo, no. ¿Qué crees que debo decirles para que ninguno se preocupe? —preguntó, insegura—. Él quería que yo contrajera matrimonio. ¿Crees que, si les explico que me he marchado para evitar ese enlace, ellos no intentarán buscarme?

Bajó las manos al regazo y jugueteó estirando las mangas del vestido. Se miró las uñas un momento antes de continuar.

Ellos son los únicos con los que debería hablar —dijo, con la boca pequeña—. No tengo muchas amigas aquí en París, una o dos, pero ellas tienen sus propios problemas como para preocuparse de los de los demás. Tampoco estoy prometida —calló un segundo demasiado largo—, así que no, no hay nadie más.

La barbilla le tembló en un amago de llanto. Pensar en él seguía doliéndole tanto como la primera vez. Ojalá estuviera allí con ella, aunque sólo fuera como mera compañía en esos momentos tan duros. Apretó los labios y respiró hondo; había llegado el momento de ser fuerte y de no mirar atrás.

Yo nunca he querido casarme, pero parece que Arnaud no era capaz de entenderlo. Además, tiene un gusto horrible para elegir hombres —confesó—. ¿Por qué él pudo elegir casarse y con quién y yo no? Es mi vida, debería tener derecho a elegir qué hacer con ella, ¿no?


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Mensaje por Josephine De Lacy Miér Abr 18, 2018 11:11 am

La angustia de la niña la traspasaba. Nadie con esa belleza y juventud debería estar sumida en tanta pena, no estaba bien, no era sano. La observaba detenidamente y se veía a sí misma en el pasado....

Ah, pero tampoco podía darle la razón en todo, ella como madre sabía que moriría si su hijo desapareciera de un momento al otro sin siquiera enviar una misiva tranquilizadora. Sabía que luego de hacerlo, luego de escribirle a su familia, Yvette estaría mejor; y no solo ella, su familia también.


-Es una excelente idea, querida. Puedes escribirle incluso una vez a la semana, yo me encargaré de que lleguen a ella tus cartas, no deber preocuparte por nada. –Extendió su mano y con una confianza que no tenían, Josephine volvió a acariciar la de la joven buscando consolarla.

Ante las otras consultas de Yvette, Josephine no supo qué responder porque no conocía a aquellas personas, sus formas de pensar y sus modos le eran ajenos por completo. Además, ella era una mujer que gustaba demasiado de la libertad -más de lo que estaba socialmente aceptado incluso-, por lo que no podía tolerar tanto encierro emocional para una joven, tantos mandatos familiares... era demasiado.


–No sé qué decirte, querida. Solo pienso que ante la menor duda lo mejor es callar lo que somos, no es por vergüenza, porque no es algo malo, debemos callar para protegernos. Vivimos tiempos muy violentos, tiempos peligrosos en los que somos buscados como maleantes. Preservarnos es vital, vital en verdad porque se nos puede ir la vida.

La sobresaltó un trueno, tan fuerte que consigo trajo un pequeño temblor. Los ventanales altos de su casa vibraron y la doméstica corrió a cerrar las hojas de éstos para impedir que la inminente caída de agua entrase en la casa. Josephine la observó detenidamente, no para juzgar como buena o mala su labor, sino esperando el momento en el que ella se retirara para que pudiesen volver a hablar en confidencia. Confiaba en la gente que vivía con ella, pero esos eran temas complicados de hablar y que no todos podrían comprender. Como la mujer no se marchó –sino que encendió algunas velas más-, la dueña de casa creyó prudente cambiar de tema. Ya podría retomar la charla sobre hechicería más adelante, ahora tocaba hablar de amores:

-¡Oh, como desearía ser yo tu tutora! Claro que podrías elegir con quién casarte si yo lo fuera… intuyo que tienes a un buen candidato en mente –Josephine rió, esperaba que el cambio de tema obrara para bien en el ánimo de su joven huésped-. ¿Me equivoco? ¿Quieres escribirle también? Oh, vamos… reconozco una mirada enamorada cuando la veo. Si así lo deseas puedo invitarlo mañana a la hora del té, podrán hablar un momento a solas. ¿Eso te haría feliz? ¿Cambiaría tu mirada triste el poder estar con él unos momentos?


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