Ecos del pasado [privado]

Se encontraba en una de las tantas fiestas de máscaras en el Palacio Royal donde las caretas eran la doble moral y la hipocresía. Sonrisas falsas, palabras vacías, ogullos altos... Mezclarse entre ellos era sencillo usando sus mismos trucos, pero fingir lo que no era la agotaba física y mentalmente. Lo hacía por mantener las apariencias, igual que los demás; abandonar sus responsabilidades como condesa afectaría al negocio que sir Vastavond creó para enriquecerse y había demasiadas familias viviendo de este. Su conciencia no quedaría tranquila si dejaba sin trabajo a los padres que dedicaban todos sus esfuerzos en mantener a sus hijos. Sumando lor orfanatos y pequeños negocios a los que Walkyria ayudaba con los beneficios obtenidos. Era un pequeño sacrificio por el que estaba dispuesta a pasar.

El sacrificio resultaba algo más llevadero desde que se mudó a Francia. No eran tantos los conocidos de sir Vastavond, de modo que era más sencillo olvidar por un momento el pasado y mostrar una sonrisa más relajada. Además Francia era mucho más liberal que el norte, allí sus ropas negras y aparecerse sin acompañante no escandalizaban tanto como en la vieja Bélgica. Los tatuajes, sin embargo, sí eran motivo de habladurías, de modo que su doncella se encargaba de cubrirlos con espeso maquillaje cuando debía mostrarse en público.

El baile empezó y no tardaron en aparecer hombres ofreciéndose ser su acompañante. Walkyria los desilusionó a todos con la más absoluta cortesía, mientras una de sus manos enguantadas se apretaba con fuerza a la tela de su falda. Habían pasado unos años, pero seguía perturbándole que un hombre la tocara. Algo que por el momento, con apenas dos años cargando el título de viuda, no llamaba la atención.

-¿Sabén el nuevo rumor de lady Lacroix? Dicen que engaña al señor Lacroix con el joven del establo.
-¡No me digas! ¡Menudo escándalo1 ¿Sabe sir Lacroix de ello?
-¡Claro que no! Lo lleva bien a escondidas...

La palabrería de sus compañeras de velada la aburría hasta decir basta. Walkyria no hablaba, solo sonreía cuando debía hacerlo y asentía de ser necesario, pero mientras ellas hablaban su mirada viajaba por la sala buscando nada en particular. La copa de Oporto estuvo a punto de caérsele de la mano cuando atisvó a lo lejos, junto a otros caballeros, un rostro conocido. Sir Vranken, uno de los amigos cercanos de su difunto y malnacido marido, se encontraba en la misma sala. En el fugaz instante que sus miradas se encontraron por casualidad, Walkyria giró el rostro rápidamente y se quedó en blanco.

La paz desapareció, los recuerdos volvieron. Aquel hombre había estado en la mansión Vastavond en varias ocasiones junto a otros amigos del difunto. Incluso en el entierro. Cerró los ojos un instante escuchando el eco de las risas con mofa que se escuchaban cuando se encerraban a beber y fingir arreglar el mundo. Volvió a sentir la ansiedad de aquellos tiempos.

Estaba cansándome ya de tanta fiesta apenas había puesto un pie en puerto. La travesía marítima había sido altamente agotadora y en cuanto pude poner a mi persona sobre tierra firme, di gracias  a Dios internamente - y con quien apenas había estado haciendo las paces - porque esos meses lejos del terruño; francamente y sin temor a equivocarme, fueron sofocantes. Un par de tormentas estuvieron a nada de hacernos naufragar, muriendo ahogados o quizás comidos en pedazos por tiburones o algo mucho peor. Se contaban muchas historias de boca en boca, que a más de una veintena de valientes y aguerridos marinos, les pondrían los cabellos de punta. Constantemente vivíamos entre la realidad y las leyendas del mar: Entre el kraken, leviatán y las sirenas que hipnotizaban con sus cantos.

La vida de un almirante no era como todos pudiesen pensar. Significaba una gran responsabilidad sobre mis hombros. El punto álgido. El responsable de toda maniobra. El héroe o el villano. Siempre señalado y juzgado según mis logros y mis fallos. Ciertamente me consideraba un incomprendido, pero aún así amaba la vida en el mar. Yo no cambiaría la vida de aventura y responsabilidad, ni aunque me ofreciesen las joyas de la corona.

Y precisamente estaba enfrascado en una plática trivial entre colegas, en aquél Palacio Royal que ya no era un magnífico recinto desconocido para mí. Mayoritariamente compartía mi escaso tiempo libre - como en aquel mismo instante - con viejos conocidos. Una reunión entre familias aristócratas ni más ni menos. Vino, champaña, ron, whisky... Lo mejor de lo mejor, para la clase favorecida de París. Dolía reconocer que de no ser por el cansancio físico y mental, estaría disfrutando de una maravillosa velada, regalando la mejor de mis sonrisas y comentarios sarcásticos a todo aquel que me lanzase la clásica pregunta: ¿Para cuándo vas a comprometerte? harto estaba ya del tema, inclusive podía sentir como ésa vena resaltaba en mi sien; síntoma inequívoco de que me estaban colmando la paciencia. Pero debía guardar la calma y comportarme a la altura.,Fueron pequeños instantes en que dejé  de escuchar la sarta de estupideces que mis "amigos" comentaban a cerca de la viuda Walker: Una viuda de muy buen ver, que sabía utilizar su boca y su lengua como....

Cerré mis oídos a las platicas tan poco trascendentales. Estaba pensando seriamente en retirarme apenas acabase la copa que llevaba entre mis manos, cuando la vi... Si, se trataba de otra viuda a la cuál yo odiaba. La odiaba por diversos motivos, pero el principal, el que me hacía hervir la sangre, aún seguía fresco en mi memoria. ¿Cómo había sido posible haberle engañado en su mismo lecho? Infinidad de amantes habían recorrido las sábanas satinadas de su cama y acariciado las mieles de su cuerpo. ¡Maldita traidora! haber faltado al santo sacramento del matrimonio por su ímpetu sexual.

Pero claro, qué podría esperarse de una trepadora. Sólo se había casado con él por su fortuna. Le había hecho caer redondo en su telaraña. Fue quizás demasiado lista para él, y ahora se encontraba en aquella misma sala, comportándose como si nada ocurriese. Apreté la copa que llevaba entre mis manos, apurándola de un sólo trago. Dudé un instante en acercarme. Sin embargo, no lo seguí pensando un segundo más. Me excusé con mis anfitriones, yendo hacia ella con lento andar. A menos de un metro de distancia.

-¿Qué haces aqui? - dije en tono apenas audible, tratando de ser lo más discreto que fuese posible. - Debes saber que no eres bienvenida. ¿A qué estás jugando? - Mi vista alternaba entre su figura y la multitud, no quería que se me vinculase con ella en ningún aspecto.

Un aura sombría parecía haberse adueñado de su mente, agitada por los recuerdos de aquel pasado que cargaría estoicamente esperando ir perdiéndolos de camino a la vejez. Azorada e indispuesta, se disculpó ante las damas para alejarse del gentío, deteniéndose al lado de una mesa donde dejar la copa danzante por su mano trémula. No fue consciente del acercamiento de messieu Vranken, de ser así habría abandonado palacio de forma inmediata huyendo -sí, de forma cobarde- de un encuentro nada deseado. Un velo de angustia cruzó su rostro cuando le vio a escasos metros, avanzando hacia ella como un tren a punto de embestirla.

Se veía despojada de la seguridad con la que habitualmente pisaba con fuerza, verse en ese instante indefensa ante un hombre tan vinculado a su pasado podría tener consecuencias funestas si no controlaba su temperamento. Sin embargo, fue ese desdén contenido por parte de messieu Vranken lo que avivó la llama en Walkyria. Apoyando una mano en la superficie de la mesita, alzó la cabeza sin nada de lo que avergonzarse u ocultar, aunque agradeciendo en silencio la discreción.

-¿Habla por toda la gente del salón o solo está haciendo gala de su inmensurable ego, messieu? - ante todo, no perdió el decoro y mucho menos la educación. - Fui invitada como imagino lo fue usted. Tengo el mismo derecho a disfrutar, aunque su llegada haya oscurecido la velada... - Agarró la copa sin temblar un ápice, dando un corto sorbo que sirvió para tragar la angustia que aún amargaba su paladar. - ¿No tiene dama alguna a la que aburrir con los relatos de sus viajes? Corra, no pierda el tiempo, ¿o tal vez está esperando que el alcohol haga el trabajo duro? No le tenía por ese tipo de hombre... - arqueó las cejas fingiendo sorpresa y dio otro sorbo, vaciando la copa que dejó de nuevo en la mesa, olvidándose de ella.

Quiso demostrar que daba por finalizada la indeseada charla pasando de largo por su lado camino a donde fuera, solo queriendo perderse entre la gente buscando tomar algo de aire. Había soportado de forma impasible aquel fugaz momento, pero la inquietud que atormentaba su mente seguía asfixiando muy adentro. Ubicando con la mirada la puerta que daba al balcón principal, fue rauda hacia ella apresurando los últimos pasos que quedaban hasta la barandilla, donde se apoyó echando la cabeza levemente hacia atrás para llenar sus pulmones y apaciguar su alma.